la viuda del general santander cuestionada por el delegado

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LA VIUDA DEL GENERAL SANTANDER
CUESTIONADA POR EL DELEGADO APOSTÓLICO
DE LA NUEVA GRANADA*
POR
LUIS C ARLOS MANTILLA R., O.F.M. **
La libertad de conciencia, que consideramos como un derecho fundamental de nuestra época, sin cuya práctica resultaría impensable la vida moderna, es un postulado reciente por más que se halle compendiado ya desde
1879 en la “Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano”. Y tan
reciente, que una formulación explícita en este sentido dentro de la iglesia
católica solamente la venimos a encontrar en la declaración Dignitatis
Humanae del Concilio Vaticano II, proclamada en 1965: “todos los hombres deben estar inmunes de coacción, tanto por parte de personas particulares como de grupos sociales y de cualquier potestad humana, y ello de tal
manera, que en materia religiosa ni se obligue a nadie a obrar contra su conciencia ni se le impida que actúe conforme a ella en privado y en público,
solo o asociado con otros, dentro de los límites debidos...” (número 2).
Pero sabemos que detrás de este texto franco y valiente, y desde luego en
consonancia con el respeto a la dignidad de la persona humana, que tanto
exalta el Concilio Vaticano II, se esconde una larga historia de sojuzgamientos,
persecuciones y hasta torturas, físicas y morales, por parte de aquellas autoridades que so pretexto de salvaguardar la pureza de la fe o la ortodoxia,
justificaron sus episodios de coacción moral como un derecho inherente al
deber pastoral de velar por la salvación de las almas.
Dentro de esa problemática se encuadra el tema de la presente investigación, que tiene por objeto revelar un hecho que aconteció en Bogotá entre
*
Conferencia leída en la sesión ordinaria de la Academia Colombiana de Historia el 4 de octubre
de 2005.
** Miembro de Número de la Academia Colombiana de Historia.
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1857 y 1858 y que tuvo por protagonistas a dos personajes de gran relieve en
la alta sociedad de la Nueva Granada: doña Sixta Pontón de Santander, viuda del General Francisco de Paula Santander y Monseñor Miecislao
Ledochowsky, Delegado Apostólico sin carácter diplomático, quien se hallaba en la capital desde enero de 1856. Por la enorme prudencia con que las
partes manejaron el asunto, parece que éste nunca salió de los cerrados escenarios en donde se desenvolvió, y por la escasa consulta del Archivo Secreto
Vaticano –me refiero a la que desde aquí se hace–, creería en el carácter
inédito de estas revelaciones. Dado que sobre ambos personajes ya me he
ocupado en anteriores ocasiones, me permito remitirlos a dos publicaciones
en el Boletín de Historia y Antigüedades: Escándalo en la legación pontificia
de la Nueva Granada en 1861 (816 (2002) 3-39) y Noticias sobre la vida
privada de doña Sixta Pontón de Santander (820 (2003) 179-187).
Vamos a entrar en materia, guiándonos de la lectura de las cartas que
refieren el problema, escritas en italiano, de las cuales hemos hecho su versión al castellano, por lo que en los casos en que pudiera cuestionarse el
sentido de la traducción, daremos cuenta del texto original.
He aquí la primera carta, que encierra todo el argumento, dirigida por el
delegado apostólico Monseñor Miecislao Ledochowski al cardenal Antonelli,
secretario de Estado, fechada en Bogotá el 11 de noviembre de 1858:
“Eminencia reverendísima. La señora Sista Pontón, viuda del General Santander Presidente de la antigua Colombia, una vez que murió su marido, hallándose al cuidado de dos hijas y como administradora de una fortuna calculada
en un millón y medio de escudos, animada de óptimos y religiosísimos sentimientos, en vez de entregarse a gozar según el mundo de sus riquezas como
podían aconsejarle su juventud y su belleza enteramente extraordinaria [“la di
lei giovinezza e la belta affato straordinaria”], pensó ante todo dedicar todos
estos bienes que le había dado la Providencia al servicio del prójimo y de
hecho se consagró a la educación de las jóvenes neogranadinas”.
Monseñor Mosquera, arzobispo entonces de Bogotá, protegió como mejor podía al naciente establecimiento y la señora Pontón, dirigida por aquel
sabio y celoso prelado, vio en breve tiempo elevarse a una insólita prosperidad su colegio.
Al mismo tiempo sin hacer más caso que a las generosas ansias de su
corazón, y queriendo perpetuar por medio de una piadosa asociación de
mujeres dedicadas a la educación de las niñas, el beneficio que ella misma
comenzó a hacer a la propia ciudad, fundó una congregación denominada de
los Santísimos Corazones de Jesús y de María a la cual dio una regla especial,
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Sixta Pontón de Santander
Monseñor Ledochowsky
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la cual rápidamente reunió un número suficiente de candidatas, que bajo su
dirección debían atender a la propia santificación y a la referida obra principal del instituto.
Mientras vivió Monseñor Mosquera esta fundación andaba con una perfecta regularidad, según decir de todo mundo [“al dire de tutti andava con una
perfetta regolaritá”], y ciertamente no podía ser de otro modo ya que la señora
Pontón no daba un paso sin someterlo primero a la prudente aprobación de su
Pastor. Pero una vez que éste murió, las cosas tomaron un aspecto distinto.
Habiéndose abandonado a sí misma, y no queriendo escuchar ni aceptar
otro consejo sino el que su alterada fantasía le podía sugerir, y habiéndose
metido en la cabeza que Dios la había escogido para cumplir una empresa de
la cual necesitaba la Iglesia, adoptó la señora Pontón por regla de sus acciones supuestas revelaciones sobrenaturales, las cuales a su parecer debían ser
respetadas por las autoridades eclesiásticas.
Primer fruto de esta emancipación suya fue la fundación de un instituto de
religiosos destinados a hacer en pro de los muchachos lo que las hermanas
hacían a favor de las muchachas. Pensamiento en si bellísimo y loable, pero
como vuestra eminencia verá en el proceso, de una infelicísima ejecución.
Dos buenos sacerdotes ayudaron a la dama en la ejecución de su plan y
dejándose dirigir en todo por ella dieron principio a la nueva fundación1. El
1
Don José Manuel Restrepo en su Diario Político y Militar nos dice respecto a este acontecimiento:
“El primero de este mes [enero de 1856] se ha instalado solemnemente un colegio de varones
titulado ‘del Sagrado Corazón de Jesús’. Su fundadora es la señora Sixta Pontón, viuda del
general Santander. Asistieron al acto de apertura el vicepresidente de la república, el ilustrísimo
señor Herrán, el delegado apostólico señor Barili, el obispo de Panamá y otras varias personas
respetables. Se pronunciaron bellos discursos por el señor Mallarino y fray Eduardo Vásquez.
Se ha publicado el programa de este colegio que comprende una enseñanza muy vasta, de modo
que si se cumple, no hay duda que será un bello establecimiento. Los niños y jóvenes deben
permanecer 10 años en el colegio, y cada semestre han de pagar 150 pesos de ocho décimos por
todo gasto en el colegio. La nomenclatura de los profesores que han de enseñar es de lo mejor que
se puede presentar. La parte moral y religiosa de la enseñanza es completa.
El superior del nuevo colegio es el padre Juan de Dios Navarro y su adjunto el padre Daniel
Gómez; el primero con el título de prefecto, y el segundo con el de superior. Hay otros que se
llaman fratres, denominaciones que huelen algo a convento. Témese por algunos que este sea un
establecimiento para formar jesuitas con otro nombre.
Adjunta al colegio hay una escuela gratuita de primeras letras, destinada para los pobres que
recibirán allí una educación moral y religiosa.
Son muy laudables las intenciones de la señora Pontón, que tan útilmente emplea su tiempo y su
dinero para fomentar la instrucción pública. Le deseamos mejor éxito que en su colegio de niñas.
En éste, a pesar de su esmero, aprovechan poco las alumnas, y la mayor parte de los actos
literarios son de mera apariencia y exterioridad; debe esto provenir de algún defecto esencial en
el sistema de la enseñanza” (tomo IV, 600-601).
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“El Colegio de la señora Sixta Pontón de Santander”, boceto de Ramón Torres Méndez. Dibujo a lápiz. Museo Nacional,
Bogotá. Tomado del libro: Ramón Torres Méndez, pintor de la Nueva Granada (1809-1885) de Efraín Sánchez Cabra,
Fondo Cultural Cafetero, Bogotá 1987, p. 76.
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colegio de varones se estableció junto al de las muchachas y la señora Pontón los gobernaba ambos. En este caso fue solicitada la aprobación metropolitana, y el actual arzobispo aprobó la naciente congregación.
En el viaje que hice desde Cartagena a Bogotá tuve ocasión de escuchar
varias cosas entorno a estas fundaciones, las cuales me causaron una impresión desagradable; una vez que llegué aquí, solicité algunas informaciones a
mi antecesor, y si bien Monseñor Barili jamás me formuló con precisión la
propia opinión, he podido comprender que él había concebido algunas dudas. Él me dijo que la fundadora estaba por solicitar a la Santa Sede la aprobación apostólica de nuevos institutos y la facultad de emitir en ellos los
votos solemnes y que él mismo llevaba la petición a Roma; que solicitado de
dar desde aquí una información favorable se había abstenido de darla, reservándose el informar personalmente a estas Congregaciones, y finalmente me
rogó que visitara con él el establecimiento de las mujeres. Condescendí con
este último punto de buen grado a los deseos de mi antecesor y fuimos al
colegio. El resultado de esta visita, eminencia reverendísima, fue que desde
aquel día hasta hoy no he querido más poner el pie allí. Los melindres y los
tocados de la dama, el lujo de los salones que no los he visto en otra parte en
Bogotá, los perfumes, los jabones y otros mil adornos que cubrían todas las
mesas y los muebles, el lecho de la supuesta monja, puesto en evidencia y
todo cubierto de raso aterciopelado y adornado con encajes [“e tutto coperto
di rasi velluti e merletti”], la noticia que tuve de la comunicación interna
entre los dos colegios a pesar de la prohibición hecha, para no hablar de
tantas otras cosas, me causaron una impresión tan fuerte, que creí sabio mantenerme lo más alejado posible de aquella casa.
Pero como la opinión general en Bogotá ha estado siempre favorabilísima
a la señora Pontón, y lo está todavía, yo me guardé bien de no decir a nadie
lo que pensaba, y solamente le hice mis comentarios al señor arzobispo. Este
me aseguró que compartía plenamente mi modo de ver las cosas y agregó
que a él no se le tenía en cuenta para nada, que la señora ordenaba allá a su
gusto las funciones sagradas, trasladando el Santísimo de una capilla a otra y,
en fin, que allá hacía de “prelado nullius”.
Poco después comenzaron a llegarme, siempre bajo grave secreto, demasiado oscuras relaciones, ya se me decía que la señora Pontón confesaba a
sus monjas, ya que impartía a las alumnas la trina bendición, ya que esparcía
la noticia de haber sido curada de una mortal y desesperada enfermedad y
otras cosas de esta naturaleza. Yo hice verificar con destreza una o dos de las
acusaciones y conociendo que no tenían sólido fundamento no daba ningún
paso, temiendo dejarme transportar por mi propia desfavorable preocupación.
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Mientras tanto llegó a Bogotá el señor Eyzaguirre. La gran confianza que
el saber y la piedad de aquel sacerdote me inspiraron, me indujo a pedirle,
que a título de forastero visitase el establecimiento del que me ocupo y después me manifestase su parecer. El abate Eyzaguirre tuvo la complacencia
de adherir a mi petición, y la inspección superficial que hizo le produjo,
según él mismo me afirmó, la misma impresión del todo desfavorable que yo
y el arzobispo habíamos tenido. A pesar del gran peso que tenía a mis ojos la
opinión de aquel benemérito eclesiástico, en atención a la misma superficialidad de la inspección no creí conveniente hacer otro uso sino de aquel de
vigilar más atentamente lo que pasaba en los dos colegios.
Algunos meses después vinieron a Bogotá los Padres Jesuitas, y su superior, el padre Blas, hombre de madura edad, de prudencia y de experiencia consumada, se hallaba por casualidad ser también amigo de la señora
Pontón, a quien había conocido en tiempo de Monseñor Mosquera, y era
muy estimado por ella. Consideré como una fortuna esta circunstancia, por
lo que habiéndose esparcido entre tanto la voz por la ciudad de que la
señora Pontón había redimido del limbo a todos los niños merced a sus
oraciones, veía llegado el momento de dar algún paso para verificar con
certeza el fundamento de tantas sospechas y ninguno mejor que el padre
Blas me podía ayudar.
Me pareció que una visita formal de las dos congregaciones y de los dos
colegios era de absoluta necesidad, pero quería que fuese enteramente secreta a fin de salvar el buen nombre de la dama y de los establecimientos. Me
trasladé por tanto donde el señor arzobispo y después de haberle expuesto
todos los motivos que aconsejaban la visita, le propuse que la comenzase él
mismo, ofreciéndome yo si lo prefería a practicarla, en virtud de las facultades que para tal fin me había provisto el santo padre. El arzobispo concordando conmigo plenamente en la oportunidad de la medida que le proponía,
me suplicó que yo la pusiese por obra, dado que a él le desagradaba mucho
una materia tan penosa.
Después de esto resolví comisionar al Reverendo Padre Blas, superior
de la Compañía de Jesús, a fin de que en mi nombre y con mi autoridad
abriese la visita formal de los establecimientos de la señora Pontón, indicándole los principales puntos sobre los cuales debía recaer el examen.
Tengo el honor de transmitir a vuestra eminencia en el adjunto, el oficio
que con tal fin le dirigí a aquel religioso el 4 de julio de 1858. Si vuestra
eminencia se digna dar una ojeada a este documento verá formuladas en 15
preguntas todas las principales acusaciones y las principales sospechas que
surgieron contra las casas de la Pontón. Además de este oficio llamé al
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Padre Blas a varias conferencias, tanto antes como durante la visita, sea
para dirigirlo en detalles particulares como para tener más información sobre diversos puntos.
La visita duró dos meses, con tal reserva y secreto, que hasta hoy ninguno
fuera de la Delegación y de las congregaciones, ha tenido el más leve rumor.
Por otra parte, en cuanto a la delicadeza de los procedimientos da suficiente
garantía la virtud del padre Blas, el cual en diversas ocasiones me confesó que
la altivez y las insolencias de la dama, lo obligaban a menudo a contenerse
teniendo presente el deber de humildad y mansedumbre propias de un religioso. Como prueba de este último aserto le referiré a vuestra excelencia un solo
hecho. Cuando el visitador con las más dulces palabras buscaba persuadir a la
señora Pontón sobre la inconveniencia de algunos desórdenes, tiró de su bolsillo un dibujo que había hecho preparar a sus monjas, representando un cordero
en acto de ser despedazado por un demonio, que sería yo mismo [...]”2.
Hasta aquí la primera carta de monseñor Ledochowsky.
Efectivamente, en la comisión dada al padre Blas, fechada el 4 de julio de
1858, le prescribía el delegado apostólico “intraprenda una rigorosa ed esatta
visita dei due collegi”, sujetando “a uno scrupoloso esame”, tanto a los superiores y los miembros que los componen, como a las prácticas en ellos introducidas, advirtiéndole, “di procedere colla piu grande riserva in un affare si
delicato e dispiacevole” hasta tanto no tuviera una cierta seguridad sobre los
abusos o hasta tanto no fuera posible suprimirlos enteramente sin publicidad.
Debía trasladarse al lugar ocupado por ambos establecimientos y una vez
que le hubiese manifestado la comisión a la señora Pontón, debía exigirle el
juramento “de veritate dicenda”, a ella, y a las demás personas, tomando las
deposiciones sobre todas las materias que creyera oportunas, ocupándose
especialmente de los siguientes puntos:
1. Si es cierto que la señora Pontón asegura a las personas que la acompañan, que ella ha sido milagrosamente curada de una enfermedad que
sufría el año pasado y que hace celebrar algunas fiestas anuales y mensuales en agradecimiento de esa presunta resurrección [“in
ringraziamento d’essa pretesa risurrezione”].
2. Si es cierto que la misma dama asegura a las personas que tiene visiones extraordinarias y comunicaciones milagrosas con Dios Nuestro
Señor y con la Virgen Santísima.
2
Archivio Segreto Vaticano (en adelante ASV): Segretaria di Stato, Anno 1858, Rubr. 251, fasc.
2, fol. 3r-7v.
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3. Si es cierto que ella había dicho que Dios le había revelado que por sus
oraciones habían sido liberados del limbo algunos niños.
4. Si es cierto que en días determinados se hace besar los pies de las niñas
del colegio.
5. Si es cierto que da la bendición a las niñas del colegio y algunas veces
la bendición trina.
6. Si es cierto que las niñas tienen orden de arrodillarse delante de la
señora cuando pasa cerca de ellas.
7. Si es cierto que hay comunicación interna entre las casas habitadas por
hombres y aquellas en las que viven las mujeres.
8. Si es cierto que muchos jóvenes seglares entran con frecuencia en el
colegio de las muchachas.
9. Si es cierto que la señora Pontón lleva en el cuello la llave del sagrario
donde está el santísimo sacramento.
10. Si es cierto que el cuerpo del señor Santander, marido que fuera de la
señora, se conserva bajo el altar de la capilla.
11. Si es cierto que la señora Pontón lleva al cuello con la llave del sagrario la del cajón que contiene el cadáver de su marido y una parte de él
[“colla chiave del ciborio quella del cassone che contiene il cadavere
di suo marito ed una parte di esso”].
12. Si es cierto finalmente que los alumnos y superiores del colegio de
hombres entran con frecuencia en el de las niñas.
13. Debía buscar también y examinar cuáles son los autores ascéticos que
se usan en los establecimientos y cuáles los autores adoptados en las
ciencias sagradas y profanas, especialmente en el colegio de hombres.
14. Qué especie de dirección y superioridad ejerce la señora Pontón sobre
los sacerdotes y otros eclesiásticos del establecimiento.
15. Finalmente, de qué naturaleza son las prácticas de devoción que se
hallan introducidas y observadas.
Si tras un largo examen lo convenciera de que en todos los puntos o en una
parte de ellos hubiese realmente abusos, debería cerciorarse si la señora Pontón
estaba dispuesta a corregirlos obedeciendo a las disposiciones que la autoridad
eclesiástica quisiera dictar [“se la signora Pontón sta disposta a correggerli
obbedendo alle disposizioni che l’autorita ecclesiastica vorra dettare”].
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Facsímil de la carta del Delegado Apostólico al Cardenal Antonelli,
Bogotá 11 de noviembre de 1858.
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Concluida la visita, y elaborado el informe de la misma, el padre De Blas
debía indicarle los remedios que con su experimentada prudencia creyera ser
más convenientes para extirpar cualquier corrupción que hubiese podido invadir los colegios y como podría suceder que algunos de dichos abusos exigieran una medida inmediata que los cortara, quedaba autorizado para dictar
las medidas que fueren de urgente necesidad3.
El informe del padre Pablo de Blas y las respuestas al interrogatorio están
contenidos en su carta del 3 de septiembre de 1858:
1. En cuanto a la primera pregunta aparece ser cierta su curación, pero sin
que la señora pretenda que haya tenido lugar una verdadera resurrección, ni
aparece que las fiestas que se celebran hayan tenido otro carácter que una
acción de gracias a Dios por un favor recibido de su divina mano.
2. En cuanto a la segunda pregunta, la señora Pontón reconoce haber sido
favorecida con visiones extraordinarias y comunicaciones milagrosas con
Dios Nuestro Señor y con la Santísima Virgen, pero no ha procurado que
esta noticia se propague ni entre las personas que la circundan, ni entre otras.
3. En cuanto a si era cierto que ella había dicho que por medio de sus
oraciones habían sido librados algunos niños del limbo, respondió terminantemente que era cierto el contenido de esta pregunta, pero no solo algunos,
sino todos los niños habían sido librados del limbo.
4. En cuanto a si era cierto que en determinados días se hacía besar los
pies de las niñas del colegio, resultó falso el contenido de la pregunta.
5. Si era cierto que daba la bendición a las jóvenes del colegio y algunas veces
la bendición trina, es cierto que la señora Pontón da la bendición a las jóvenes
como madre a sus hijas. Este uso tuvo su origen en el hecho de que algunas
personas de la casa, viendo que sus propias hijas le pedían la bendición, también
la pedían para ellas; pero parece del todo falso que dé o haya dado la bendición
trina: pudo haber dado lugar a que naciera la sospecha de que daba la bendición
trina el caso que pudo haberse presentado de que tres jovencitas a un mismo
tiempo pidiesen la bendición y que dando una bendición a cada una, resultasen
tres; pero jamás la ha dado trina a una misma persona.
6. En cuanto a si era cierto que las niñas tenían orden de arrodillarse delante de la señora cuando se encontraban con ella, resulta del todo falsa la
pregunta.
3
Ibidem, fol. 8r-9v.
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Facsímil de la carta del Delegado Apostólico al padre Pablo de Blas, S.I. ASV.
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7. En cuanto a si es cierto que existe comunicación interna entre las casas
habitadas por los hombres y la que ocupa, las mujeres, el padre Blas respondió que entre las dos casas hay las siguientes comunicaciones: una puerta
que desde la casa de los hombres abre la entrada a la capilla del Sagrado
Corazón de Jesús existente en la casa de las mujeres, pero esta puerta permanece cerrada y la única llave la conserva escrupulosamente la señora; existe
otra comunicación por medio de un torno, como aquel de las monjas de
clausura, para pasar el almuerzo del refectorio de las mujeres al contiguo
refectorio de los hombres, pero hay una puerta que cierra la comunicación
cuando no hay necesidad para el servicio de la comunidad y la llave la conserva la despensera, persona de toda confianza. Hay otra comunicación por
medio de un gran cajón que está debajo del referido torno, por donde se
pasan las cosas que son muy grandes o por otro motivo no pueden pasarse
por el torno, pero esta comunicación se cierra cuando se cierran los refectorios
y las llaves se encuentran en personas que parecen de mucha confianza.
8. Si es cierto que entran con frecuencia muchos jóvenes seglares al colegio de las muchachas, es cierto que algunas veces han entrado varias personas, pero a las salas y a los lugares destinados a recibir las visitas y con la
debida licencia y precauciones.
9. Si es cierto que la señora Pontón lleva al cuello la llave del sagrario, es
cierto aunque no al cuello, y me agregó que esto es reglamentario en su instituto.
10. Si es cierto que el cuerpo del general Santander se conserva debajo
del altar de la capilla, resultó falso, aunque es cierto que se conserva en la
capilla, fuera del presbiterio, lejano casi veinte palmos del altar.
11. Si es cierto que la Pontón lleva al cuello, con la llave del sagrario, la
del ataúd del general Santander y una parte de su cuerpo, resultó ser falso.
12. Si es cierto que los alumnos y los superiores del colegio de hombres
entran con frecuencia en el de las muchachas: los superiores del colegio de
hombres entran en el de las mujeres a causa de las funciones eclesiásticas, a
confesar o a dar clase; los hermanos de las alumnas, o algunos otros, entran
aun por algunas funciones religiosas o una que otra vez para ensayar canciones devotas [“qualche volta per provare delle canzoni divote”], pero todo en
compañía de personas de confianza; del mismo modo la señora Pontón y
algunas monjas han pasado algunas veces al colegio de los hombres para
asistir a cualquier enfermo o por otra necesidad honesta y urgente, aunque
con este fin se han escogido siempre hermanas de la mayor confianza [“sorelle
di maggior fiducia”].
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Por las respuestas de la señora Pontón y de los sacerdotes del colegio de
hombres resulta que ella no ejerce sobre ellos y sobre los hermanos otra
autoridad que la de una madre y que de acuerdo con ella los sacerdotes rigen
el colegio: la señora añadió a su respuesta que ellos son tan humildes en este
punto que no hacen cosa alguna sin consultarla y de vez en cuando la consultan especialmente en cuanto a la práctica de sus mortificaciones.
Finalmente, en cuanto a la naturaleza de las prácticas de devoción que se
practican en los colegios, no se halló nada distinto de lo que se usa ordinariamente en todas partes.
En vista de todo lo anterior el padre De Blas preguntó a la señora Pontón
y a los superiores del colegio de hombres si estaban prontos y dispuestos a
obedecer y someterse a cualquier orden que la autoridad eclesiástica juzgase
oportuno dictar sobre la materia de los anteriores puntos, o sobre cualquier
otra cosa particular que se reputase digna de ser corregida, y según sus palabras “me causó mucha satisfacción escuchar de todos los tres que como buenos hijos de la iglesia estaban dispuestos a obedecer de todo corazón a los
superiores y prelados de ella, siempre y cuando los mismos superiores y
prelados no pretendieran hacer otra cosa que la voluntad de Dios”.
Pese a todo, el padre de Blas sugirió:
1. Que se busque evitar la comunicación de los alumnos y hermanos con
las alumnas y monjas por motivos de piedad o de estudio, porque aunque no haya habido lugar a algún acontecimiento desagradable que
obligue a esta separación, así lo exige la misma naturaleza de las cosas.
Esto no impide el que los sacerdotes puedan ir al colegio de las mujeres para los fines de su estado y oficio.
2. Que se mantenga una frecuente comunicación entre la superiora del
colegio de las hermanas y alumnas, así como del colegio de los hermanos y alumnos, y los prelados eclesiásticos, sin que sea suficiente a los
sacerdotes superiores de los hombres hacerlo por escrito, sino que lo
hagan personalmente.
3. Que sería conveniente el que sacerdotes externos a los colegios dieran
los retiros espirituales, señalando para tales casos confesores extraordinarios, excluyéndose a los ordinarios4.
4
Ibidem, fol. 10r-12r.
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A pesar de que Monseñor Ledochowsky expresó su aprobación a lo que
el padre De Blas había actuado, en una carta posterior, fechada el 25 de
septiembre de 1858, apretó sus exigencias y las resoluciones que de acuerdo
con el arzobispo Herrán había juzgado oportunas, a fin de que se las hiciera
saber a la señora, “invitándola a cumplirlas y observarlas “con tutta esattezza”:
1. Quedan prohibidas las reuniones de los colegiales y las jóvenes tanto
en los oratorios privados para los ejercicios de piedad, y cánticos, como
en los salones de los colegios en las ocasiones de estudios o de exámenes. Con esto no se entiende impedido el ingreso de los acólitos o de
los servidores en el altar en el tiempo de las funciones sagradas.
2. Los miembros de la congregación de hombres no podrán frecuentar la
casa de las mujeres sino, y exclusivamente, para ejercitar el ministerio
sacerdotal o para dar clases.
3. Cada año, en el tiempo que quiera escoger la superiora, con previa consulta y aprobación del arzobispo, se darán los ejercicios espirituales a las
monjas, por sacerdotes aprobados ad hoc para este tiempo y se escogerán confesores extraordinarios, a los cuales todas deberán presentarse.
4. Quedan suprimidas las fiestas mensuales y anuales establecidas en
conmemoración del establecimiento de la señora Pontón. Con esto no
queda prohibido que cada una de las monjas agradezca a Dios cuando
quiera por los beneficios que todas han recibido de su divina majestad.
5. A la Hermana Matilde se le señalará por el arzobispo un confesor ordinario aparte, excluyendo cualquier otro.
6. La superiora o cualquiera de las hermanas no podrán exigir de los
hombres congregados que les den cuenta de su propia conciencia o de
los adelantamientos espirituales y se abstendrán de escucharlos cuando voluntariamente se presten a manifestársela.
7. El voto simple de obediencia que los hombres de la congregación quieran emitir, se entiende que es relativo a la dependencia de miembros de
su superior, y en cosas que no se opongan a las ordenes superiores,
pero de ningún modo podrá entenderse como obligatorio para depender de la superiora de las monjas.
8. Tanto la superiora de las monjas como el superior de la congregación
de hombres deberán consultar al arzobispo en las dudas que se les
presenten o en los casos más graves que se ofrezcan para obrar en todo
con prudencia y seguridad.
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9. El superior de los congregados entregará a vuestra reverencia para ser
inmediatamente quemada la obra titulada “Fiestas y cortesanas de Grecia”, y se ocupará en separar los otros libros prohibidos que se encuentren en la biblioteca de la casa, teniéndolos bajo llave a fin de que
puedan ser leídos únicamente por aquellos que estén provistos de la
competente licencia.
Y añadía, este significativo párrafo: “Espero que la señora Sixta Pontón
en las pocas resoluciones contenidas en estos puntos reconocerá el vehemente deseo que me anima de concurrir al progreso de sus establecimientos,
y de impedir que se introduzcan en ellos prácticas o principios que inocentes
al comienzo podrían con el tiempo alterar la moral y la virtud que felizmente
reinan allí hoy en día”.
Nos interesa ahora conocer la carta que doña Sixta Pontón dirigió al delegado apostólico con fecha 30 de octubre de 1858, cinco días después de las
recomendaciones hechas al padre De Blas, cuando se supone que la dama
había meditado mucho las palabras que iba a usar y había sosegado su espíritu herido por semejantes presiones:
“Excelentísimo señor: hace algunos días el padre Blas me leyó la comunicación que usted le había dirigido, al final de la cual se hallaban los puntos
que ordenaba se ejecutasen. Pese a que yo le manifesté que respetaba aquellas prescripciones, no dejé de expresarle las dificultades que desde entonces
se me presentaban, las cuales han crecido después de haber recibido una
copia de estos puntos y de haberlos examinado maduramente.
En algunos no hay materia para que recaiga prohibición; en otros se hiere
directamente mi delicadeza personal, cosa que de ninguna manera puedo
dejar pasar en silencio, y otros finalmente están en relación directa con casos
muy delicados de conciencia que no pude manifestar al padre Blas porque él
restringe enteramente mi confianza manejando un asunto tan delicado con
personalidad, dando golpes tan profundos que no habrá en el mundo quién
pueda cicatrizar heridas tan mortales… Por cierto que vuestra excelencia no
pudo haberse valido de un instrumento más a propósito para mortificarme,
he pasado por todo porque he tenido bajo los ojos a Jesucristo, mi modelo, a
quien he jurado una fidelidad eterna.
Mi causa está abierta, pero no temo al juez que debe sentenciarme, porque Él mismo es la causa de mi sufrir. La obra que con tanta violencia se
ataca, no es mía, yo no soy más que un débil instrumento, pero manejado por
aquel que es la sabiduría encarnada.
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El primer interrogatorio de la primera entrevista duró dos horas, y tuve la
satisfacción de exponer en él la verdad bajo juramento, como se me impuso,
y entonces conocí todas las falsedades que se imputaban, a pesar de lo cual
permanecí tranquila, incluso contenta, porque tenía por testigo de la verdad a
Dios y la pureza de conciencia.
Sobre la cuestión de los niños, verdad por la cual también juré, le aseguré
al padre Blas que no me contradecía y que por más que él tratase de asustarme con escrupulitos [“e quantunque egli tentasse d’impaurirmi con dei
scrupoletti”], para mí esta es una verdad tan cierta como la de mi propia
existencia, y por más que esta sea una cuestión que a mí no me corresponde
discutir, no obstante me aflige mucho que se desprecie como una ilusión un
beneficio que el Señor en su infinita misericordia ha querido conceder a sus
criaturas en estos tiempos desgraciados. Pero confío en Él que no pasará
mucho tiempo sin que eso se aclare de un modo prodigioso ya que en la
tierra no habrá quien lo tome en consideración.
Se ha dado mucho crédito a las invenciones de nuestros enemigos y es
este el principal motivo por el cual se encuentran prevenidos los ánimos contra todo aquello que puedo manifestar, como le acaeció precisamente al padre Blas, y como yo estoy persuadida de que existe esta prevención por parte
suya, no puedo convenir con todo lo que él me expuso, y he optado por el
partido de guardar silencio, el cual también hago porque las razones por él
adoptadas jamás me convencerán [“perche le ragioni da lui addotte mai mi
convincono”].
En esta carta solamente me propongo hacerle saber a vuestra excelencia
que tengo motivos justos, los cuales no me permiten practicar cuanto se me
exige. He sido sentenciada sin antes escuchar mis razones particulares, que
únicamente podrían ser expuestas a una persona imparcial.
De vuestra excelencia atenta servidora, Sixta Pontón de Santander, 30 de
octubre de 1858.
Acto seguido, pues lleva como fecha el 1 de noviembre de 1858,
Ledochowsky envió la siguiente esquela a doña Sixta:
“Señora: deseando vivamente no alejarme de la línea de suma delicadeza
y de consideración extrema que he adoptado respecto a usted en el asunto
tratado hasta ahora por mano del muy reverendo padre Blas, superior de la
Compañía de Jesús, y deseando igualmente evitar las consecuencias que podría
producir la carta que usted se dignó dirigirme con fecha 30 de octubre próximo pasado he resuelto pedirle como lo hago por medio de la presente se
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digne indicar a esta Delegación apostólica si existe en Bogotá un eclesiástico
fuera de los del colegio de hombres que merezca su confianza, y en el caso
de que existiese, quién sería, a fin de que pueda invitarlo a tener una conferencia consigo. Dios la conserve por muchos años”5.
La respuesta del cardenal Antonelli a Ledochowsky, contenida en su carta del 22 de enero de 1859, no solo refleja el típico espíritu de un diplomático
al servicio del poder temporal del papa, sino una inusual manera de ver el
asunto, pues aunque aprueba y alaba el proceder del delegado, lo exhorta a
dejar el asunto en manos del arzobispo de Bogotá y en todo caso a emplear
los medios de dulzura y de persuasión, y “de la más escrupulosa prudencia”,
a fin de evitar la irritación y sobre todo el escándalo en el público, que fácilmente después podría tomar parte y dividirse en partidos, lo cual sería a su
vez origen “de otros gravísimos males”. En ella le aconseja, además, que
delante del público se mantenga extraño en este asunto, dejando actuar en
todo al arzobispo, de tal manera que si llegase el momento en que el prelado
o personas de juicio juzgasen necesaria y aun útil la intervención del delegado apostólico, entonces pudiera ejercer su autoridad con mayor fruto y efecto6.
Todo parece indicar que estas admoniciones del secretario de estado pusieron fin a las pretensiones del delegado apostólico de seguirse metiendo en
el asunto, cuya respuesta del 27 de marzo de 1859, así nos lo da a entender:
“Mientras emplearé todo el cuidado para conformarme a las órdenes expresadas en su primer despacho, me es grato poder asegurar a vuestra eminencia que las reglas expresadas en el segundo serán religiosamente
observadas, más aun, ya fueron puestas en plena práctica. Por lo que para
disipar todo justo temor que vuestra eminencia haya podido concebir de que
se hubiese visto comprometida la autoridad de la delegación apostólica, por
el modo como aquí se trató el asunto de la mencionada señora, le puedo
asegurar a vuestra eminencia que ya había tomado con anticipación todas las
medidas que la prudencia más previsiva podía sugerirme, a fin de evitar un
tal desconcierto, y que por la misericordia de Dios, no solo ha pasado, sino
que el feliz resultado con el cual vinieron a coronarse mis esfuerzos reforzaron aun más la influencia y el prestigio de la representación pontificia”7.
Pero quien vino a librar definitivamente a doña Sixta Pontón de las pretensiones de Monseñor Ledochowsky, fue el General Tomás Cipriano de
5
6
7
Ibidem, fol. 16r.
ASV: Segretaria di Stato, Anno 1859, Rubr. 251, fasc. 2, fol. 27r-v.
Ibidem, fol. 135r-v.
LUIS CARLOS MANTILLA R.: LA VIUDA DEL GENERAL SANTANDER...
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Mosquera, quien como ya lo sabemos, y por las graves razones que lo asistían, lo expulsó del país apenas entró triunfante de la revolución en marzo de
1861. Pero aún más. Fue la muerte quien redimió a la sufrida doña Sixta de
aquellos otros sufrimientos e incomprensiones que unidos a los que le proporcionó el asedio del delegado apostólico, tanto la afectaron en 1859, y que
ella expresó en la carta inédita que dimos a luz en la referida entrega del
BHA no. 820. Concluyamos con este último acontecimiento, consignado en
el diario de don Bernardo Torrente:
“Año de 1862, Julio 28. Buen tiempo. A las 9 de la mañana murió la
señora Sixta Pontón de Santander, viuda del esclarecido general. Mujer de
interesante figura y claro talento, habría lucido mucho tiempo en la sociedad
y habría podido hacer muchos beneficios a la humanidad con su cuantioso
caudal, pero prefirió fundar un colegio-convento, y se retiró allí a hacer vida
monástica y a educar por paga varias jóvenes. También fundó una escuela
gratuita para niñas pobres y un convento llamado de los mínimos.
Día 29. Buen tiempo. Por la mañana se han hecho las exequias de la
señora Pontón de Santander en la capilla de su casa convento. Mucha gente
ha acompañado el cadáver hasta el cementerio”8.
En cuanto a los colegios de doña Sixta, no cabe duda de que tras la muerte de su fundadora corrieron irremediable y vertiginosamente hacia su extinción, como toda obra que nace y crece con absoluta dependencia de quien la
proyecta y engendra. En todo caso ya en 1894 no existían en Bogotá, según
se desprende de la Guía histórica y descriptiva de la ciudad de Bogotá, que
no los menciona entre los centros de educación de la capital, sino que permite deducir que sus locales habían albergado el Colegio Pestalozziano, del
cual dice:
“Este plantel de educación e instrucción para señoritas y para institutoras
y maestras graduadas, fue fundado en el año de 1885 por la ilustrada institutora
colombiana, señora Eva Gooding de Cárdenas. Tiene además una escuela
anexa. Funciona en el costado norte de la Plaza de Santander, en la calle 16
No. 126. Admite alumnas internas, semi internas y externas y cuenta 200 en
sus claustros”9.
8
9
Fastos de Bogotá, en Boletín de Historia y Antigüedades, vol.16 (1927) 702-703.
Lisímaco Palau: Guía histórica y descriptiva de la ciudad de Bogotá, Bogotá 1894, Imprenta
de Vapor de Zalamea Hermanos, p. 51.
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