liadoras, si bien, como hemos señalado, ello no impidió que los corraliceros salieran claramente beneficiados en la mayoría de los ^ casos. 8. ALGUNAS CONCLUSIONES SOBRE EL PROCESO DE ROTURACION EN LOS COMUNALES En las páginas anteriores se ha tratado de desentrañar las principales características de las roturaciones efectuadas sobre los comunales en Navarra desde 1866 hasta 1935. La conclusión básica, ya reseñada, es que tanto la apropiación de superficies públicas a través de las roturas arbitrarias como los repartos de parcelas comunales efectuados entre los vecinos, supusieron una vía de liberalización de la tierra cuya importancia cuantitativa fue claramente superior a la de las privatizaciones realizadas en la provincia durante el mismo periodo. Esto demuestra que el desarrollo de la agricultura durante la etapa considerada no requirió necesariamente la privatización absoluta de la tierra puesta en cultivo, sino que existieron otras fórmulas mucho más complejas. Según lo visto, la extensión de las roturaciones utilizando para ello los comunales, pese a desarrollarse sobre un suelo que seguía siendo público, se enmarcó dentro del proceso de afianzamiento del capitalismo y respondió en sus lineas maestras a una lógica más propia de una economía de mercado, que de formas de organización comunitaria. Sin embargo, sería un error afirmar que la posibilidad de acceder a la tierra a través de repartos no introdujo ninguna modificación en el desarrollo del capitalismo agrario en Navarra. Evidentemente, aunque el producto conseguido en esos espacios fuera acaparado en buena medida por los sectores acomodados, los grupos desfavorecidos pudieron encontrar en los repartos una ayuda para reproducir sus economías en determinados momentos, cosa que no ocurrió en aquellas otras zonas de la Península o del resto de Europa donde la privatización había sido masiva. Dicho de otra manera, en Navarra, como en aquellos territorios donde la mayoría de los comunales pervivieron, las relaciones sociales establecidas en torno a la producción pudieron presentar ciertas peculiaridades. 436 El problema reside en descubrir cómo se materializaron dichas peculiaridades y en que variables económicas concretas pudieron incidir. Las fuentes manejadas hacen imposible realizar afirmaciones categóricas en este sentido, por lo cual las líneas que siguen deben de interpretarse, más bien, como hipótesis de trabajo que sólo la realización de estudios locales concretos podrán corroborar o desmentir. En lo que se refiere a los efectos de los repartos de comunales sobre la cantidad de mano de obra dedicada a tareas agrícolas, en principio p^diera parecer que la posibilidad de acceder a la tierra de forma ajena al mercado, pudo incidir en un mantenimiento de mano de obra en el campo. Esta idea se podría ver reforzada por la percepción que se tenía en determinados municipios de la provincia a la hora de solicitar roturaciones, aduciendo que las mismas podían paliar las necesidades de determinados sectores de emigrar, bien temporal, bien definitivamente. Sin embargo, si tenemos en cuenta los estudios demográficos realizados para esas fechas en Navarra 205, y en especial las cifras de emigración, resulta evidente que los repartos de suertes entre los vecinos no fueron un elemento que contribuyera de forma especial a la retención de mano de obra. ^cómo se explica esta aparente contradicción? Podría ser que, si bien en el corto plazo el reparto de parcelas era determinante para que algunas personas permanecieran en los pueblos, en el medio y largo plazo- teniendo en cuenta la desigual distribución en la que desembocaban los repartos y la inviabilidad económica de las suertes adjudicadas por sí solas- la mejora económica que las mismas ofrecían a los sectores más desfavorecidos era escasa, de tal forma que no podía suponer un freno a la emigración, sino quizás, una postergación en el tiempo de la misma. En este sentido, la relación entre repartos y emigración pudo ser justamente la inversa. Es decir, aquellos periodos en los que las crisis económicas hacían disminuir las posibilidades de emigrar, coincidentes además con una menor oferta de trabajo en el sector agrícola local, eran los mismos en los que se reforzaban las peticiones de tierra ^omo mecanismo para sobrevivir. Sin embargo, cuando con el tiempo la posibilidad de recurrir a la emi^ Pérez Moreda 1985 y Mikelarena Peña, 1992. 437 gración se restablecía, las parcelas no resultaban un elemento suficiente para retener a la población sin propiedad, o con una propiedad mínima. En este sentido, incluso pudo darse algún caso en el que la venta de los derechos de usufructo contribuyera a sufragar los gastos necesarios para poder emigrar. En lo que respecta a la influencia que los repartos de comunales pudieron tener sobre la renta de la tierra, es posible que en determinados momentos y lugares el acceso a la tierra a través del pago de un canon pudiera contribuir a que las rentas exigidas por los propietarios fueran menores, a fin de incentivar los arrendamientos. Sin embargo, no se han encontrado evidencias explícitas al respecto. Por otra parte, conviene no olvidar que la influencia entre renta y repartos pudo ser inversa, es decir, que la cuantía del canon pagado por las suertes pudo verse mediatizada por la renta que se cobrara en los pueblos por el arrendamiento de tierras particulares. En este sentido, conviene recordar que el establecimiento del canon no se regía exclusivamente por las leyes de mercado, sino que estaba mediatizado por la decisión de las corporaciones locales -y, por tanto, por los grupos que compusieran éstas-, así como por las necesidades de los presupuestos. De hecho, en algunos casos se intentó repercutir sobre los roturadores de comunales los gastos extraordinarios de los ayuntamientos. Si a esto añadimos el hecho de que las tierras repartidas podían ser ellas mismas objeto de arriendo, se entiende que el aumento en la oferta de tierra que suponían los repartos no necesariamente debió ir acompañado de disminuciones en el precio de los arrendamientos. ^Y el precio de los jornales? Una vez más es posible que el acceso a las parcelas comunales pudiera hacer escasear la mano de obra necesitada de trabajo a jornal y que ello repercutiera en un aumento de los salarios agrícolas. Sin embargo, tampoco en este aspecto la relación tuvo por que ser siempre mecánica. Es muy posible que la escasa viabilidad de las parcelas sorteadas no librara a los sectores sin propiedad, o con propiedades ínfimas, de tener que recurrir a la venta de su fuerza de trabajo como forma de complementar su subsistencia. Además, el incremento de los gastos que la puesta en cultivo de las parcelas suponía para los grupos desfavorecidos, pudo desembocar en formas complejas de endeudamiento, que para ser afrontadas pudieron, a su vez, requerir del uso más abun- 438 dante de su fuerza de trabajo, único factor utilizable de forma gratuita por los jornaleros. Así pues, la relación entre repartos y salarios agrícolas pudo ser compleja y los últimos no siempre tuvieron por qué tender al alza por el hecho de que existieran tierras usufructuadas. Es posible, por otra parte, que alrededor de los comunales roturados se establecieran algunas relaciones laborales no basadas en el salario, sino en otras fórmulas tales como la cooperación, la reciprocidad o la cesión de trabajo a cambio de la utilización de medios de producción para poner en cultivo las suertes. El grado de importancia que pudieron adquirir este tipo de mecanismos es imposible de concretar, por sostenerse sobre acuerdos orales entre los implicados. Sin embargo, resulta difícil pensar que ese tipo de relaciones pudieran evitar sistemáticamente la sobreexplotación del trabajo de los más desfavorecidos, por parte de los sectores más acomodados. Quedaría, por último, hacer alguna referencia a los efectos de las roturaciones de comunales sobre la mecanización del sector agrícola, ya que se podría pensar que la escasa definición de los derechos de propiedad pudo incidir negativamente en el cambio técnico, al desincentivar a los usufructuarios para realizar inversiones sobre unas tierras de las que sólo iban a disponer temporalmente. Este hecho parece desmentirse sin tenemos en cuenta el grado de modernización iíe la agricultura Navarra sobre todo durante el primer tercio del siglo XX 206. Y también para esta aparente contradicción se pueden encontrar posibles hipótesis explicativas. hay que tener en cuenta que el proceso de modernización debió llevarse a cabo principalmente por aquellos sectores que, aparte de las tierras comunales, poseían una propiedad particular adecuada para afrontar el riesgo que suponía la inversión en nueva maquinaria. En este sentido, y para los propietarios con intenciones y posibilidades reales de aplicar innovaciones, la disponibilidad de mayores superficies conseguidas sin necesidad de realizar un desembolso inicial para su compra, pudo resultar incluso un incentivo. A ello habría que sumar, además, la posibilidad de alquilar maquinaria a aquellas personas que, poseyendo una suerte en usufructo, no disponían de los medios de producción necesa^ Gallego Martínez, 1986 439 rios pára su cultivo. Así pues, para los sectores que usaban los comunales como un complemento de sus explotaciones privadas, el no poseer un dominio pleno sobre las parcelas no debió de ser decisivo para frenar la innovación. Ello enlaza, además, con el hecho de que fuera habitual que los usufructuarios reclamaran un mayor plazo en el aprovechamiento de las parcelas comunales, con especial intensidad en los casos en que las mismas eran dedicadas a cultivos productivos que requerían una inversión inicial superior (viñas, frutales, cultivos en régimen de regadío). La flexibilidad forzada por las circunstancias- de la administración provincial, así como la influencia de los grupos de interés locales, hicieron que los periodos de usufructo se fueran alargando, de tal forma que las mejoras en los cultivos pudieron realizarse también sobre algunas de las superficies comunales cuyas características fueran apropiadas para ello. En definitiva, las peculiaridades introducidas en el capitalismo agrario por los repartos de comunales pudieron seguir caminos variados y complejos, pero en cualquier caso no parece que fueran determinantes para que las cosas se desarrollaran en Navarra de forma radicalmente distinta. Pese a ello, desde finales del siglo XIX y con especial intensidad a partir de la elaboración del RAMN, se magnificó en la provincia el papel de los comunales como factor compensador de los desequilibrios económicos y sociales, en un intento de amortiguar la conflictividad social generada por el desigual reparto de la riqueza. Un intento que sólo en parte produjo los efectos deseados. De hecho, una buena parte de las tensiones sociales que se manifestaron en el campo durante el periodo considerado, giraron alrededor de las posibilidades de los diferentes sectores de acceder y aprovechar las tierras públicas cultivadas para satisfacer sus intereses de acumulación o de supervivencia. Ello creó fuertes conflictos tanto entre los grupos vecinales y los compradores de corralizas, como entre los propios vecinos con diferentes niveles de renta. Los comunales roturados se pueden considerar, por tanto, como un catalizador de las tensiones sociales, que fue aprovechado, a través de la idealización del sistema de repartos, para evitar otro tipo de reivindicaciones de carácter más radical. 440