EL COLAPSO DE LA ADMINISTRACIÓN DE JUSTICIA (Ramón Igual)

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EL COLAPSO DE LA ADMINISTRACIÓN DE JUSTICIA
Al contrario de lo que habitualmente se piensa, creo que la manida falta de
medios en la Administración de Justicia no es la causa de su colapso, sino la
consecuencia del mismo. Por poner un ejemplo gráfico, aunque peque de
pueril, es como decir que una anoréxica tiene un problema de falta de peso.
Obvio, pero esto es la consecuencia del problema no su razón; y no se arregla
sólo forzándole a comer sino atacando la raíz mental del problema. Algo
parecido, salvando las distancias, pasa con la Administración de Justicia.
En esta sociedad actual, la del individualismo como método y el ventajismo
como instrumento, cuando nace un conflicto entre personas puede ocurrir dos
cosas: la primera, que una de las partes tenga toda la razón, en cuyo caso no
fraguará tal conflicto. O la segunda, que todas las partes tengan algo de razón
y todas ellas crean tenerla entera: tenemos conflicto. Es entonces cuando el
problema se encenderá e irá avivando aritméticamente, llegando al punto de
ebullición donde dejará de importar el propio interés, y el objetivo será “darle
una lección” al contrario; aunque uno salga malparado, da igual. Ambos
contendientes ya estarán al borde de saltar el precipicio de la demanda o de la
querella, allí donde cualquier ligera corriente les hará precipitarse. Este
empujoncito se lo darán - a buen seguro - esa corte inmaterial de excelentes
“consejeros” que a todos nos rodean, con ánimos tales como “tu eres tonto”,
“esto no puede quedar así”, “ahora si que se ha pasado de la raya” y demás
lindezas de dudosa catadura moral. Consecuencia: al juzgado. Pensad que
aquí las partes ya han perdido la perspectiva, ninguna recuerda que todos
tenían algo de razón, ni recuerda lo que le importaba: ahora hay que acabar
con el enemigo. Con lo cual el problema será largo, arduo y de solución
probablemente insatisfactoria para todos. Multiplíquelo por miles y tendrá un
colapso de la Justicia.
Esta escenificación burda me la he permitido para explicar, de forma
sublimada, la idea que pretendo transmitir de que la sociedad actual está mal
regulada (a las leyes me refiero) y los ciudadanos estamos mal educados. En
una sociedad razonablemente sana, la Administración de Justicia debería servir
como último recurso para la solución de los conflictos; pero cuando la
convertimos en la empresa de recogida de residuos sociales, en el camión de
la basura social, es señal de que algo le pasa a nuestra convivencia. A
nosotros, en definitiva, porque la sociedad sólo es la suma de los miembros
que la componemos.
Tres son los factores, a mi juicio, que provocan que vayamos en esta dirección:
la ausencia de un sistema de valores, el mal ejemplo público de los partidos
políticos y, sobre todo, la profusión normativa.
En primer lugar, hablo de la ausencia de un sistema de valores porque
entiendo que desde el advenimiento de la Constitución hemos sido incapaces,
como colectivo, de aunar entre todos unos principios éticos que sirvan de guía
mínima para garantizar el respeto entre las personas, el orden social y la
libertad individual. Renegamos entonces, como sociedad, del sistema de
valores católico heredado y ahí nos quedamos, en la mera negación, sin
sustituirlo por el mismo u otro sistema de valores o principios laico, que
arrancando de los derechos humanos y de los ciudadanos, nos guíe en
nuestras relaciones humanas y aconseje el respeto y la tolerancia de unas
personas por las otras. Esto evitaría muchos conflictos, no lo duden.
En segundo lugar, hablo de los autodenominados “políticos” y de los partidos
políticos, porque con su ejemplo poco ayudan en esta cuestión. Verán que todo
lo arreglan a golpe de querella y desvían al juzgado cualquier problema que
pretenden evadir de la discusión política. Allí se va olvidando. ¿Por qué vamos
a hacer algo distinto los ciudadanos cuando los políticos aparcan así sus
problemas?
Pero por encima de todo ello, en tercer lugar pero el primero en orden de
importancia, entiendo que la verdadera causa de este problema está en la
profusión legislativa. Verán, desde la llegada de la Constitución las leyes que
promulgamos no consisten en una serie de principios básicos que permitan
interpretar los posibles problemas que surjan en relación a un tema. Sino que
consisten en un catálogo, a cual más extenso, de los posibles problemas que
puede plantear un determinado tema, con pretensión de regularlo todo hasta el
más mínimo detalle. ¿Qué ocurre? Que es imposible. Nadie es capaz de
prever, a priori, todos los posibles problemas generables, con lo que las leyes,
en lugar de regular, lo que hacen es todo lo contrario: dejar sin regulación todo
aquello que el redactor de la Ley no previó, que suele ser muchísimo. Y ahí
está el terreno abonado para los conflictos: si tu problema no está entre el
catálogo previsto por la norma, no tienes solución. Y esto es un problema para
los jueces, porque nos quejamos de que cada jez diga una cosa, pero no
pensamos que, a lo mejor, los jueces no disponen de principios generales a los
que recurrir y se ven obligados a decidir conforme a su opinión, que
lógicamente será distinta.
De modo que el problema es que las leyes no solucionan problemas sino que
los crean, y son los jueces los que suplen la falta de técnica legislativa. Por eso
todos acudimos a los jueces, y creamos el colapso. Claro, no hay medios
materiales ni recursos suficientes en la Administración de Justicia ¿cómo va a
haberlos, si al paso que vamos, necesitaremos un Juzgado por cada dos
españoles?
Ramón Igual
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