DEL LIBRO“EL JARDIN DE LAS DELICIAS DEMOCRATICAS”, FONDO DE CULTURA ECONOMICA, 1ª EDIC., 1993 PHILLIPE BRAUD MITOLOGÍAS DEL GOBIERNO REPRESENTATIVO EL MITO es un cuento "explicativo" cuya virtud no reside en su veracidad sino en la satisfacción de las expectativas emocionalmente marcadas por la angustia del vacío. Hay que responder al deseo de saber; hay que dominar lo incomprensible o inaceptable exorcizando las dudas. El mito es un delirio controlado de la razón que apunta a regular otros delirios socialmente más inaceptables. La doxa democrática, a diario reactivada por el discurso de los políticos o los medios de comunicación masiva, produce permanentemente lo mitológico. Con esto queremos decir que se mantiene un discurso discretamente mágico alrededor de las palabras claves de la vida política. Su finalidad no es engañar sino edificar, tranquilizar y también legitimar el modo de gobierno. En efecto, la doxa no apunta a elucidar las situaciones sino a movilizar las creencias de gobernados y gobernantes.1 Nociones tan cruciales como la "representación", el "debate democrático", la "decisión política", la satisfacción de los ciudadanos, están rodeadas de un halo de irrealidad, es decir, tratadas de manera desnivelada con respecto a un realismo objetivista riguroso. REPRESENTAR Al finalizar un escrutinio, los vencedores asumen un nuevo papel. ¿Sobre la base de qué criterios sus electores los consideraron más representativos? ¿Qué implica el mandato que se les ha confiado? La imagen del candidato representativo En una competencia electoral revisten mucha importancia la buena imagen personal y la identificación partidaria. La unión de estos dos elementos constituye el perfil simbólico. Entendemos por ello el sistema de representaciones que impone su existencia en la campaña electoral y que ocupa el lugar de identidad real del candidato, al menos a los ojos de quienes no lo conocen directamente. Una buena imagen personal se construye a partir de algunos elementos biográficos capaces de responder a las expectativas de la mayor cantidad posible de electores. Ser "soltero" o "padre de familia numerosa" no interesa de manera especial en la competencia electoral. Pero sí interesará si, en un contexto sociocultural determinado, el celibato connota positivamente una gran disponibilidad para el bien público, o, por el contrario, un egoísmo epicúreo poco compatible con la exigencia de abnegación por el interés general. La fama de "constructor" es valiosa en una coyuntura dominada por el sentimiento subjetivo de una excesiva carencia de viviendas y equipamientos; pero se volverá contra 1 Ninguna sociedad, ni tampoco la nuestra, podría economizar los procesos de funcionamiento mitológico. Con frecuencia, el modo de pensamiento occidental ha dado prueba de una superioridad infundada con respecto a otras culturas, al oponer de manera explícita o no, el imperio de los mitos al de la lógica racional (Lévy-Bruhl, por ejemplo). su beneficiario si connota de forma principal mayor gravamen impositivo, incesantes perjuicios contra el medio ambiente, beneficios inmobiliarios jugosos pero sospechosos. Ante todo, la imagen personal se construye con elementos sencillos de identidad. El grado de luz proyectado sobre la persona en el material de campaña está guiado por una doble exigencia: mostrarse "cerca de la gente", en cierta medida, ser representativo por identidad, y sugerir cualidades superiores que justifican la confianza. En este estadio, la buena imagen personal de un candidato no difiere fundamentalmente según los partidos políticos aun cuando se valoren más la abnegación militante, para la izquierda y el éxito personal (en la empresa), para la derecha. Esta imagen, en cambio, es más importante que la identidad real. Por supuesto, no puede contradecirla demasiado sino que debe embellecerla: las familias siempre son "felices"; los apegos sociales "sólidos"; y aun "en el exilio", el hijo del país no ha dejado de pensar en su "patria", etcétera. Vademécum del candidato representativo Identidad real Edad Puntos obligados a subrayar. Respeto al pasado. Soltero, divorciado. Connotaciones a valorizar Entusiasmo, dinamismo. Sabiduría, experiencia. Ninguna Sin hijos Ninguna Casado con hijo(s) Conocimiento de los problemas familiares. Interés por los jóvenes. Conocimiento de los expedientes; abnegación por el interés general. Discreto pesar por no tener. -- Más bien joven Más bien de edad Situación familiar Profesión Jerarquía superior (sector público) Jerarquía superior (sector privado) Eficiencia, competencia, pragmatismo Profesión liberal (médico, abogado) Independencia y responsabilidad; abnegación por la gente. Docente Capacidad de análisis; proximidad con la juventud. Medios populares Identificación con las preocupaciones de los más desfavorecidos; Buena disposición al progreso. Ninguno Toma de distancia con respecto a las “rutinas burocráticas”; víctima (?) del espíritu burocrático. Preocupación por el aspecto humano; interés por el aspecto social. Necesidad de una visión política, de un compromiso más amplio para que la abnegación sea más eficaz. Gusto por las realizaciones concretas; rechazo de los dogmatismos. Aptitud para manejar temas complejos; adquisición de Local Origen Geográfico y residencia Exterior Situación económica Alta Baja la proximidad con la gente. Simplicidad: Sentido común. “Soy de los de ustedes” (discreción) Discreción (ninguna) o una recompensa a un trabajo perseverante. Simplicidad, desinterés competencias nuevas. Sólidas relaciones con el exterior. Particular amor por la patria que se eligió. Modo de vida sencillo. Conocimiento de los problemas “de la gente”. Declararse satisfecho. La imagen personal se construye también con el balance de las “realizaciones” del candidato. Este elemento es más discriminante en la elaboración del perfil simbólico. Al respecto, existe un privilegio del saliente, sobre todo si ejerció responsabilidades directas de gestión, a la cabeza de un ministerio o, mas modestamente, de una municipalidad. Excepto el caso no común de fiascos evidentes o graves escándalos, es difícil para los ciudadanos dar una opinión directa acerca de la gestión del saliente y más delicado aún apreciar qué le corresponde efectivamente de los aspectos positivos del balance. De esta manera, el privilegio del saliente no consiste tanto en haber podido actuar sino en haber podido hacerlo saber.2 En este terreno, la desigualdad entre los salientes y sus oscuros competidores al cargo, es evidente. Nada es más eficaz que, en calidad de maestro de ceremonias en la vida colectiva, haya una presencia permanente y pacífica en los medios de comunicación; en cambio, la presencia de los posibles ganadores es intermitente y orientada a los episodios agresivos. Nada es mejor que una comunicación política a través de los medios consagrados: televisión, diarios nacionales o locales; ahora bien, la comunicación de los competidores se apoya en instrumentos menos "autorizados": aunque estén impresos en papel brillante y policromo, el diario del candidato, los afiches y panfletos carecerán de cierta respetabilidad. Consecuencia: si bien los salientes sufren fracasos personales, no son frecuentes. El fenómeno más notorio en el tiempo es la longevidad política, salvo desórdenes nacionales, que son cada vez más espaciados... Una buena identificación partidaria constituye la otra condición indispensable del candidato representativo. La necesidad de clarificar las condiciones de la elección originó los rótulos de identificación, al mismo tiempo que la voluntad de disciplinar la vida política. La tendencia moderna a desprovincializar, acentuó la importancia de las grandes siglas de referencia. Los múltiples fracasos de los disidentes certifican, en los países más rebeldes a esta disciplina, la fuerza de la evolución.3 2 "Lo importante no siempre es hacer algo sino considerarse eficiente y activo. La acción no es decisiva en sí misma para la representación del electo sino el sentido y la imagen que se puede dar de la acción." Philipe Garraud, Profession: homme politique, París, L'Harmattan, 1989, p. 167. 3 Sería erróneo imputar esa evolución a la ley electoral que, como en Francia, sigue siendo más o menos igual a la de los hermosos días del parlamentarismo indisciplinado. Y si bien el acontecimiento central de la elección del presidente de la República es satélite de las elecciones legislativas, la evolución fue La ambivalencia de una identificación partidaria es evidente en la lógica del sufragio universal. Surge de la doble naturaleza de todo partido: colector de energías, pero también divisor de la sociedad global. La investidura de un partido permite conocer a un desconocido; le confiere un capital de confianza puesto que antes lo eligió la organización. De entrada, ese partido permite una ubicación simbólica en el eje derechaizquierda, valiosa tabla de salvación para los ciudadanos electores que les evita infinidad de dilemas insolubles. Cuanto más importante, arraigado, "responsable" es el partido (es decir, creíble como partido de gobierno) naturalmente la candidatura tiene más peso. Es el espaldarazo que le permite ingresar al candidato a una carrera política normal. Pero a veces también es una traba. Los fracasos nacionales del partido, la mala imagen de su líder recaen desfavorablemente sobre los candidatos que llevan los mismos colores. Puede entonces surgir la tentación de liberarse de una etiqueta que pone obstáculos. Sin embargo, los riesgos que se corren son grandes: centrar en el traidor la responsabilidad de otras deserciones, distorsionar en el público el perfil simbólico construido de a poco. Por lo tanto, los cambios de etiqueta no son habituales.4 La función de "tutor e intérprete" Por una serie de equivalencias familiares a toda vida democrática, al día siguiente de una elección, quien se dirige a sus conciudadanos dejó de ser un simple individuo para pasar a ser el intendente y, a través de él, la ciudad; o también el ministro, autoridad del Estado y palabra de Francia. Todo electo se esfuerza por imponer el juego de metonimias sagradas. Todos los representantes (que se callan) hablan a través de él: "Los habitantes de Lila saben bien que..." "Francia decidió..." De esta manera, aun cuando el electo fue votado por una franja de electores, no por ello deja de suponerse que expresa la voluntad del conjunto de los habitantes de la circunscripción.5 Esta retórica, aceptada y generalizada por los representantes de manera unánime, merece que nos detengamos en su aspecto mágico, es decir, exterior a las normas del pensamiento lógico riguroso. Evidentemente, es imposible que todos los habitantes de Lila tengan exactamente el conocimiento que se les asigna sobre el objeto de debate; es más problemático aún suponer que existe una voluntad única para una masa de individuos tan grande y heterogénea como es el conjunto de ciudadanos de un país. ¿Qué decir entonces de la referencia a una persona moral: la región, el Estado, el país? Al respecto, Pierre Bourdieu observa agudamente: "Porque el representante existe y representa (acción simbólica) el grupo representado, simbolizado, existe y a su vez parecida en Gran Bretaña y Alemania Federal, en España e Italia, con sistemas institucionales diferentes. Dejando de lado desfasajes cronológicos, a veces importantes... 4 Véase en Gran Bretaña, sin embargo, las condiciones para la formación de la "Alianza" en 1981, o en Francia, las migraciones de los cuadros RPR hacia el Frente nacional, favorecidas por las perspectivas que ofrece la introducción de la representación proporcional, en 1986. 5 "Es la impostura legítima", el esfuerzo simbólico que hace que el simple portavoz de una mayoría se convierta en el pueblo mismo "en el sentido en que todo lo que él dice es la verdad y la vida del pueblo." Pierre Bourdieu, "Délégation et fétichisme", en: choses dites, París, Minuit, 1987, pp. 192-194. hace existir a su representante como representante de un grupo".6 Detrás de un concepto como el de Estado, hay una realidad bien concreta pero inaccesible a una designación directa: se trata de una red de interacciones codificadas entre individuos que se influyen recíprocamente con recursos desiguales. Ésta es una definición muy alejada de las connotaciones emocionales que sugiere la palabra Estado en el lenguaje de sus representantes. Al hacer hablar a los silenciosos (o dicen otra cosa...), al proclamarse intérprete autorizado y legítimo de personas que no necesariamente lo votaron, al invocar una voluntad colectiva sin consistencia psicológica concreta, el representante obedece a exigencias estratégicas precisas. La primera es fortalecer el vínculo de representación, despertando el interés de los ciudadanos a través de alguien que los valora (si es hábil): "Los electores sabrán desbaratar la grosera trampa. . .", crédito a la inteligencia; "No quedarán indiferentes a las desigualdades que...", crédito a la sensibilidad; "Ya no soportarán más que...", crédito a la voluntad, y hasta virilidad. Privados de posibilidades de expresión pública (aunque sólo sea por causas técnicas) y la mayor parte del tiempo como espectadores pasivos de la vida política, se enteran de que saben aun cuando no sepan, que desean o exigen aun cuando no hayan pedido nada a nadie. Esta generosidad en mostrar nuevas expectativas (siempre legítimas), creencias (siempre con la marca de la grandeza moral), tiene como objetivo suscitar una forma sutil de gratitud y apego que implica un favor a cambio. La segunda exigencia estratégica consiste en montar un dispositivo simbólico de protección frente a los competidores. La batalla por la representatividad es permanente en la vida política democrática. En el nivel de su circunscripción, grande o pequeña, el electo trata de asegurarse la tendencia al monopolio de la palabra legítima. Al dirigirse a los electores, en esencia les dice: "Ustedes son yo mismo", queriendo significar a los rivales que: "Cuestionarme es cuestionar al pueblo". Es por ello que sus puntos de vista se presentarán como evidencias compartidas por los representados: criticarlos será criticar al conjunto de los electores, atacar sus convicciones sociales y políticas. Este proceso banal de desaparición pública del individuo detrás del personaje del mandatario origina una presión psicológica particularmente intensa si se trata de cargos nacionales de relieve.7 Se trata de la sobrecarga de función; es decir, el peso de las exigencias del estatus simbólico sobre la espontaneidad individual, tanto intelectual como emocional. Este fenómeno, por lo general olvidado, se considera de poca importancia o simplemente anecdótico. En la realidad, tiene incidencias concretas en el estilo de comportamiento de todos los actores de la vida política y, en consecuencia, en la manera de llegar al imaginario de sus conciudadanos. El acceso a la carrera política profesional, al día siguiente de una victoria electoral decisiva,8 significa una mutación de las percepciones del entorno. Al placer de la victoria, se suma el sentimiento eufórico y perturbador de una modificación de las referencias rutinarias. En medio de las felicitaciones de los militantes, de los amigos personales o de los colegas de trabajo, se insinúa una pizca de deferencia. Paralelamente a esta modificación de la actitud del entorno, cuya incidencia sobre las actitudes del electo no debe desestimarse, el nuevo estatus institucional y simbólico permite una entrada directa —es cierto que como 6 Ibid., p. 186. El mandato puede existir también sin sufragio universal y ser resultado de circunstancias excepcionales. Por ejemplo, la declaración de Charles De Gaulle: "El hecho de encarnar... la imagen de una Francia indomable, en los momentos de prueba iba a guiar mi comportamiento e imponer a mi personaje una actitud que nunca más podría cambiar. Para mí, fue continuamente una valiosa tutela interior, pero al mismo tiempo un pesado lastre". Mémoires de guerre, París, Plon, 1954, tomo 1, p. 239. 8 Es decir, la obtención de un cargo de tiempo completo y con la remuneración correspondiente. 7 principiante— a los circuitos de influencia hasta ese momento fuera de su alcance. Todo ocurre como si el personaje del representante debiera absorber por capilaridad progresiva, la modesta humanidad del individuo. Esta mutación, aunque preparada durante mucho tiempo, esperada o vagamente temida, no se realiza sin consecuencias. Las ambigüedades de identidad, bien perceptibles en el nuevo intendente, el nuevo diputado e inclusive el nuevo presidente, son contrarrestadas por un aumento escrupuloso en el "cumplimiento de todos los deberes del cargo", especialmente en el respeto de las formas. También los electos de larga carrera política aceptan de buena gana los rituales de iniciación, las ceremonias y usos de entronización y adoptan casi todas las convenciones vigentes en materia de vestimenta y lenguaje. Cuando, en forma excepcional, prevalece una actitud de rechazo (siempre parcial), con una especie de violencia provocadora, no es más que la revelación de conflictos internos entre la identidad "de antes" y "después". No sólo el nuevo electo sino también sus colaboradores más abnegados deben efectuar un aggiornamento, de momento cubierto por la ebriedad de la victoria. Llegar a ser "responsable". Su traducción política es una moderación relativa de los discursos y la adopción de nuevas aptitudes que apunten a frenar las impaciencias de la base, militante o electoral. La elección democrática es portadora de una doble presión: psicológica, sobre los individuos inmersos en un mundo que tiene sus reglas y usos; institucional, sobre las agrupaciones políticas que, en el Parlamento, se encuentran constantemente reguladas por disposiciones jurídicas. El arraigo en la carrera de representante conduce a internalizar más la "función" institucional en detrimento de la identidad profesional o militante. Si bien, cuidadosamente, se trata de no confesarlo a los electores, las connivencias de oficio existen y unen sólidamente entre sí a los políticos experimentados, más allá de las divisiones partidarias. Esto tiene consecuencias políticas fundamentales, en especial en la instalación de una autorregulación de los enfrentamientos públicos. Como regla general, se asigna un claro privilegio simbólico a la calidad de representante del pueblo, por encima de los demás papeles sociales asumidos por un mismo individuo. Un banquero-diputado, que sigue siendo banquero a la vista de todos, pone en peligro su reelección e inclusive su propia legitimidad; los fracasos en elecciones con sufragio universal, de grandes empresarios de la prensa, a pesar del apoyo decisivo con el que aparentemente podían predominar, demuestran la jerarquización de los estatus.9 Por las mismas razones, en un partido de masa, existe un conflicto potencial entre las lógicas más puras y duras de los militantes y las más ecuménicas y pragmáticas de los electos. Esta contradicción constituye el telón de fondo de una gran parte de la historia parlamentaria de los partidos populistas y socialdemócratas. En los partidos comunistas, dicha contradicción aclara muchas medidas drásticas adoptadas por el aparato: procedimientos muy controlados de designación de los candidatos, perfiles obreros de las candidaturas seleccionadas, renuncias en blanco y entrega al partido de una fracción importante de su dieta. Frente a su experiencia como militante y a los demás militantes que están cerca de él, el electo siente con claridad haber adquirido una visión más amplia y explorado horizontes más vastos. Además, su estatus institucional le permite acceder a informaciones más ricas, encontrar personalidades más importantes, afrontar los aspectos insospechados de los asuntos a tratar. Consciente de la superioridad que le da mejor visión de conjunto, puede, dentro de su partido, dudar entre dos actitudes: 9 Hay que señalar la excepción, en Francia, de un Marcel Dassault. El diputado de Oise se había ganado un espacio por clientelismo, pero no ejercía realmente su mandato político, por estar totalmente ausente de los recintos parlamentarios. asumirla plenamente corriendo el riesgo de aumentar la distancia que lo separa de los militantes (lo que a su vez puede provocar una agresividad envidiosa o el alejamiento por desmovilización); callarla con pudor o minimizarla con modestia10 esperando proteger la solidaridad con la base y escapar a la desconfianza inquisidora de los elementos más radicalizados. En la realidad, los electos utilizan poco o mucho las dos posibilidades, pero un líder totalmente consagrado se volcará cada vez más hacia la primera actitud que origina deferencia y conductas palaciegas.11 La "expansión del Yo" que resulta del deslizamiento desde la identidad individual hacia el estatus institucional y simbólico de "representante del pueblo", podría desembocar en verdaderos delirios de identificación neurótica. . . con todo el grupo, su destino y su historia. Por otro lado, el fenómeno es claro en ciertos sistemas dictatoriales donde el guía supremo está en situación de perder una tras otra todas las referencias capaces de recordarle la diferencia entre su pensamiento y voluntad con respecto a los de sus súbditos o su partido. El control directo de los medios de información social existente no deja lugar a la expresión de opiniones disidentes, es decir diferentes. El surgimiento de dictadores locos no se explica primero por predisposiciones individuales megalomaníacas sino por esta lógica institucional que los va desprendiendo de todas las referencias independientes, de toda inserción en la realidad.12 En la democracia pluralista, existen frenos para impedir la confusión de la equivalencia latente: voluntad individual = voluntad colectiva. Los más importantes son las incesantes críticas de la oposición, los fracasos electorales personales y los cambios de mayoría. Sin embargo, pueden desarrollarse enclaves totalitarios de forma local. Un poderoso clientelismo fortalecido por la acumulación de cargos, una decisiva influencia sobre los periodistas de la prensa local (escrita y oral), complejas connivencias de intereses con los grupos económicos de decisión o los líderes de opinión, todo ello puede crear un microcosmos favorable al desenvolvimiento de inquietantes tendencias patológicas, aun cuando la integración en el espacio político nacional ofrece algunas últimas protecciones. DEBATIR Se trata de una forma de competencia que pertenece al universo de las luchas simbólicas, es decir —en una primera aproximación— a esa categoría de conflictos que, en oposición a los enfrentamientos físicos, incluyendo la lucha armada o la competencia económica, se nutren con el arma del lenguaje que tiene por principal objetivo la imposición hegemónica de "representaciones de lo real", emocionalmente connotadas. En el centro de la competencia democrática, aparece esa palabra mágica, de extraordinaria popularidad en la clase política: el debate. 10 De allí la importancia, en algunos partidos, de signos como el tuteo, la afectación gestual como demostración de calor humano o de camaradería militante. Podría verse aquí una forma particular de lo que Goffman llama los "intercambios reparadores", en: La mise en scéne de la vie quotidienne, París, Minuit, 1984, tomo n, p. 147. 11 "No se puede gobernar durante tanto tiempo (siete años) sin llegar a experimentar un indecible complejo de superioridad, sin caer en las agradables voluptuosidades del narcisismo." Philippe Alexandre, Paysages de campagne, París, Grasset, 1988, p. 167. 12 Figura ideal típica, el emperador Calígula era, antes de gobernar, un joven inteligente, según testimonio de Suetonio. El debate de ideas: lo que excluye La importancia del debate consiste en que toma el lugar de la violencia física como modo de enfrentamiento entre los rivales. En democracia, se conversa (con los amigos), se negocia (con los socios), se polemiza (con los adversarios); pero no se usa la coerción para triunfar. En los lugares donde la cultura democrática tiene largo arraigo, las transgresiones de ese tabú son muy insignificantes. En la casi totalidad de los casos, no involucran a los candidatos sino a los seguidores demasiado apasionados. Más aún, el poder de coerción del Estado se encuentra algo limitado por disposiciones constitucionales, legislativas y reglamentarias relativas a la inviolabilidad de los representantes, o a las inmunidades que les corresponden. El Código electoral francés protege a los candidatos durante la campaña y les asegura una cantidad de derechos (artículo L 110). Sin embargo, aparece la inevitable contrapartida del tabú de la violencia física: la violencia compensadora de los enfrentamientos verbales. Se trata de destruir con palabras rimbombantes, asesinar con frases insidiosas; se tratan mutuamente de "facciosos" aun cuando no existen bandas armadas. Dirigidas contra el enemigo, las heridas de lenguaje aquietan las frustraciones de los militantes. Es por ello que, a pesar de las legislaciones relativas a la injuria o ultraje, la violencia verbal llega a su verdadero límite en el umbral a partir del cual dicha violencia provocaría el paso a la violencia física. Nada es más relativo que la noción de ultraje; la jurisprudencia de los tribunales demostró flexibilidad al tomar en cuenta la evolución de las mentalidades. Las tensiones de la época colonial, las cuestiones raciales, las fases agudas de los conflictos sociales exigen una particular autolimitación de la palabra. Además, es necesario que las agrupaciones extremistas queden condenadas a la impotencia para que la democracia pluralista acepte sus excesos de lenguaje. Estos pueden jugar el papel de "absceso de fijación" de una potencial violencia física o bien constituir el detonante de una vasta explosión social. En teoría, el debate de ideas está protegido no sólo de las presiones coercitivas del Estado sino también de las lógicas mercantilistas del dinero. En la lucha por la representatividad, los candidatos supuestamente se enfrentan en igualdad de condiciones para esclarecer al pueblo soberano y facilitar su elección, llegado el momento. Los simpatizantes no se compran como mercaderías, excepto si se desnaturalizan los principios fundantes de la legitimidad democrática. La adhesión electoral y política no podría conseguirse sino a través de la persuasión racional seguida de la convicción. Sin embargo, merecen al menos examinarse brevemente el estatus del dinero y de las lógicas mercantilistas en el debate democrático. La promesa electoral. Es el género discursivo al que obedecen necesariamente los candidatos porque lo exige la situación. Está permitido prometer "un futuro mejor" o "una sociedad feliz". También se permite anunciar resultados en la lucha contra la desocupación, comprometerse en disminuciones fiscales, proclamar ayudas públicas. En cambio, están penadas "las promesas de donaciones, favores, empleos públicos o privados u otros beneficios particulares con vistas a influir en el voto" (Código electoral francés, art. 106). Es fluctuante la frontera entre las prácticas consideradas legítimas o ilegítimas, entre el clientelismo tolerado y la corrupción condenada. Dicha frontera es un motivo de debate político y encuentra soluciones contrastantes según los países, e inclusive las regiones o ciudades de un mismo país. El financiamiento de los partidos y sus actividades. En las democracias occidentales, a pesar de que existen legislaciones con distintas exigencias, se ha generalizado la falta de transparencia sobre el origen, naturaleza, importancia de los recursos financieros de los partidos. ¿Por qué? La primera razón es la gran disparidad de los medios financieros. Esto avasalla directamente un principio fundante de la democracia política, según el cual la confrontación de ideas y la competencia de las familias ideológicas deben ser igualitarias. Como es delicado establecer una competencia pura y perfecta, se prefiere echar un discreto velo sobre este ataque a los principios; sobre todo, en los países con una visión menos pragmática y más ideológica de la democracia. La segunda razón está ligada al hecho de que los recursos financieros más importantes13están vinculados al ejercicio del poder (en el plano nacional o municipal) o a la anticipación de un acceso al poder. Estos recursos son, entonces, "inconfesables" debido a los principios que fundan la supremacía del debate de ideas en la democracia sobre cualquier otra forma de confrontación. El debate de ideas: lo que construye Si bien las políticas justas son, a veces, atacadas porque se perciben como "enfrentamientos estériles", y periódicamente se critica la "degradación del debate", éste sigue conservando en la vida social una notable preponderancia escénica sobre los demás tipos de polémicas. Así lo demuestran los diarios de información, con la presentación que hacen de él y los diarios televisados, con las formalidades que lo rodean. En la escala de valores de los medios de información, las disputas filosóficas, doctrinarias y literarias o las controversias deportivas se ven relegadas a un plano de dignidad sutilmente inferior. De manera inversa, si se politizan, se asegura la máxima repercusión.14 El debate de ideas en el escenario político debe entenderse en un sentido muy amplio. En el nivel más alto, incluye la confrontación de proyectos de sociedad y de programas de acción basados en análisis dotados de un mínimo de amplitud y coherencia. Éstos toman la forma de alegatos justificativos o críticas a las políticas seguidas; implican una definición de los objetivos a alcanzar, una formulación de las orientaciones a adoptar con el fin de "controlar el futuro". El debate de ideas también puede tomar la forma más modesta —y mediocre— de una polémica cotidiana: la "discusión" parlamentaria en el caso de los debates legislativos, el cuestionamiento público de las diferentes posiciones tomadas frente a hechos coyunturales, y, por supuesto, el intercambio de argumentos, sofisticados o simplistas, que forma la trama de toda campaña electoral. A través de la permanente confrontación de ideas centrales e ideas pobres, análisis originales y estereotipos repetidos, se produce la invención de lo político, es decir, la "producción de lo real" según las lógicas del campo político. Un conjunto de conceptos y símbolos tomarán sentido, permitiendo a los actores posiciones fijas y referencias:15 siglas de los partidos, proyectos de sociedad y programas, palabras indicadoras de 13 Donaciones de grupos profesionales, comisiones "sugeridas" a las empresas que firman negocios públicos, fondos secretos, actividades lucrativas, ayudas externas "blanqueadas" por intermediarios. En los grandes partidos, no son las cuotas de los militantes. 14 En Bizancio, en Europa y hasta en las monarquías del Antiguo Régimen, las controversias teológicas, filosóficas o literarias podían llegar a sacudir las bases mismas del poder político. 15 Dan Nimmo y J. Combs, Mediated Political Realities, Londres, Long-man, 1983, pp. 3 y ss. filiación, las referencias a los grandes hombres, grandes acontecimientos o grandes obras. El debate de ideas, alimentado permanentemente por las confrontaciones de análisis, estructura un espacio ideológico que hace posibles y visibles las respectivas posiciones de los candidatos al poder. Las incesantes reproducciones de enfrentamientos, a través de los cuales se establece la demarcación de fronteras relativamente estables (entre "ellos" y "nosotros", mayoría y oposición, aliados posibles y enemigos irreductibles), contribuyen a la imposición hegemónica de una escala única de clasificación, que tiende a reducir las dimensiones. En numerosos países europeos es la escala derecha-izquierda. Pero la construcción del campo político por el debate de ideas no se reduce, por supuesto, a una permanente confrontación. El discurso de los actores está poblado por un conjunto de señales de identificación y reconocimiento, exigido por el funcionamiento del sistema político. Pueden recapitularse en cinco planos. El debate de ideas construye "la realidad" de la vida política no sólo a través de las lógicas de enfrentamiento que lleva intrínsecamente en él, sino también a través de las convergencias que implica la noción misma de debate. Entrar en el debate democrático como interlocutor total, significa adoptar un lenguaje común, si no sobre el fondo de las cuestiones tratadas (los famosos "diálogos de sordos" de la vida parlamentaria), al menos sobre las fronteras de lo político. El tema de debate permite individualizar la esfera de lo político con respecto a las esferas de lo "económico", lo "social" o también lo "privado". Se trata de una fluida profusión de situaciones, problemas, elecciones a efectuar, cuyo rasgo común es solamente que pueden ser utilizadas por los actores políticos. Nada es intrínsecamente político, todo puede llegar a serlo. La inflación, por ejemplo, sigue siendo un problema puramente económico mientras que las fuerzas políticas presentes no la integren en sus estrategias de enfrentamiento con sus adversarios, o mientras no instalen en el público la representación según la cual la misión de los gobernantes es ocuparse de ella. De la misma manera, las cuestiones demográficas, la religión, el medio ambiente, la protección de la salud, etcétera. Nivel considerado Institucional Ético Político (stricto sensus) Jerárquico Exigencias del sistema político Léxico (ejemplos…) Crear conceptos-referencias que permitan asignar a unos y otros un lugar visible en las instituciones. Movilizar valores que hagan posible la legitimación (de sí mismo) y la estigmatización (del adversario) Mayoría/oposición. Oposición parlamentaria/ oposición extraparlamentaria. Democracia. Demócratas /fascistas. Progreso social. Progresistas/reaccionarios. Libre empresa. Liberales/colectivistas Nacionalizaciones/privatizaciones Defensa atlántica/defensa europea (*caso europeo) Imponer las reglas de juego con respecto a las cuales los actores deberán tomar partido para dar un contenido al pluralismo. Expresar la desigualdad de las Líder de un partido/dirigente de capacidades movilizadoras de una corriente. los actores. Estratégico Coalición/grupo. Doctrina/programa/objetivos. Comunicar las alianzas Frente… (llevadas a cabo o deseadas) Unión … con vistas a enfrentamientos Alianza… electorales o parlamentarios. La iniciativa aislada, llevada a cabo por actores marginales del escenario político, no es suficiente para asegurar la traducción de un problema de la sociedad a un problema político. Es necesario que haya un acuerdo de los grandes actores o bien una imposición hegemónica.16 Las fuerzas suficientemente poderosas obligan a sus adversarios a tomar partido. ¿Quién se preocupaba, en los años setenta, de los "deterioros del progreso" o de las desigualdades sociales entre los sexos? En toda Europa occidental, fue un movimiento suficientemente afirmado el que obligó a las agrupaciones políticas a apropiarse de esos temas para formular su posición renovando las condiciones de sus enfrentamientos. El posterior debilitamiento de los movimientos sociales portadores de esos temas hace que algunas de las estrategias puestas en juego tiendan a alejarse — parcial y subrepticiamente— del campo político. El debate de ideas: lo que esconde y regula En la vida democrática, el debate de ideas no tiene, ni tuvo nunca, la gran importancia que con frecuencia le asignan sus actores. Más exactamente, no la tiene por razones que, aparentemente, lo justifican. En el sentido estricto de la palabra, el debate de ideas es una confrontación de análisis que supuestamente informa a los ciudadanos sobre las argumentaciones presentadas, es decir, sobre la validez técnica, política o moral de los objetivos propuestos. Las encuestas efectuadas luego de grandes debates televisados muestran que el objetivo declarado sólo alcanzó a una limitadísima cantidad de individuos. Simpatizantes y militantes adhieren estrictamente a la causa de su campeón; viven a través de él un combate cuyas armas son las palabras. Los otros, escépticos, indiferentes o curiosos se ubican de entrada frente a un espectáculo, excepto una audiencia mínima directamente involucrada (periodistas, mandatarios de grupos de intereses, altos funcionarios, sindicalistas y, por supuesto, las categorías socioprofesionales que, según el caso, sean materia de discusión). En la memoria de la mayoría poco queda de los argumentos racionales expuestos; en cambio, sí quedan las impresiones sobre el ritmo del debate (momentos animados o aburridos), el tono de los protagonistas (agresivo o conciliatorio), los puntos "hechos" al adversario, etcétera. Sin duda, la prensa escrita es el medio más adecuado para la exposición de ideas, la presentación de argumentos racionales. Sin embargo, este espacio es muy reducido en la 16 De allí que un no profesional de la política, perdido momentáneamente, se rebele. "Los políticos deberían escuchar y animarse a hablar. En lugar de hacerlo, todo el mundo evita delicadamente los problemas de fondo. ¿Qué se entiende sobre el tema de la supranacionalidad, la moneda única, la reubicación de Alemania, la situación de Europa, la realidad de un verdadero gobierno europeo, los problemas de educación, el precio que tienen que pagar los franceses para acceder a Europa?... No puedo contenerme ya que. desde hr.ce un mes. me siento un objeto decorativo." Reportaje a Jean-Louis Bórico, segundo en la lista Veil para las elecciones europeas de junio de 1989 y abogado. Le Monde, 25 de mayo de 1989. prensa diaria regional o nacional de público popular. Podríamos interrogarnos acerca de las funciones exactas de las presentaciones (y comentarios) de debates políticos en los diarios más exigentes, acerca de la calidad de la información. Después de todo, una teoría nunca es derribada totalmente por otra, ni un análisis destruido por los argumentos contrarios, siempre que sean eficaces los mecanismos de defensa de las creencias políticas sobre las que se basan. Puede ocurrir que una teoría desvanezca por progresiva deserción de sus simpatizantes que han dejado de encontrar en ella un instrumento de manejo de la realidad; o también que un análisis dominante decline porque la relación de fuerza17 es más desfavorable en las grandes maquinarias de producción y reproducción de los sistemas de opinión (escuela, prensa, agrupaciones políticas, organizaciones sociales y profesionales, aparato del Estado, etc.). Al respecto, es instructiva la historia de los últimos treinta años sobre las ideas que cayeron en desuso: el análisis marxista de la revolución, la planificación indicativa, la controversia sobre la supra-nacionalidad, etcétera. Existe una dualidad fundamental presente en el género "debate político": la que opone el estilo erudito y el estilo ético. En el primero, economicista y frecuentemente pragmático, los representantes se inclinan por el uso de balances y perspectivas fundamentadas en cifras: financiamientos de equipos, construcción de viviendas, rendimientos en el nivel de grandes equilibrios comerciales o monetarios, etc. Expertos infatigables o bien serios consumidores de informes, tienen un concepto concreto de la eficacia política. En los debates, prefieren dedicarse al trabajo pedagógico de explicación, a la argumentación especializada. Esta modalidad de discurso tiene como efecto simbólico esencial construir y asegurar, para los ciudadanos profanos, la imagen de un sujeto que sabe y puede, frente a la demagogia, incompetencia e irresponsabilidad de sus adversarios. No sólo hacen gala de un "lenguaje racional" sino que también demuestran pasión, al barrer las charlatanerías e imponer su seriedad, al vencer los hechos mediante otros hechos; en resumen, al asegurar el triunfo de la (su) capacidad. A esta manera economicista y "racional" de debatir, se opone otro tipo ideal: el estilo moralizador o ético. En este caso, el acento se pone más sobre las creencias a movilizar que sobre los informes a defender. La capacidad específica de esta categoría de políticos se sitúa en la aptitud de manejo de simbologías eficaces, en contra de sus adversarios; consiste en anexar las grandes palabras culturalmente atractivas (democracia, derechos humanos, justicia), revestir otras grandes palabras con connotaciones valorizantes (revolución, socialismo, Europa, empresa), imponer representaciones de la realidad que favorezcan su imagen y desfavorezcan la de sus adversarios. . (una "desocupación insoportable" versus "una erosión limitada del empleo"). Por encima de todo, en este tipo de debate, se despliega un insistente llamado a los valores, es decir a las creencias con perceptible carga emocional, cuyo modus operandi es legitimar o estigmatizar actitudes, opiniones y comportamientos. Los valores de libertad e igualdad, de patria o progreso, de justicia social y fraternidad son demasiado fluidos desde el punto de vista estrictamente cognoscitivo de sus contenidos intelectuales. Lo que constituye la dinámica propia de esas grandes palabras es el impacto emocional que revisten e inclusive el choque que despiertan en fracciones significativas de la población. En efecto, hay que dar seguridad 17 Cantidad y autoridad de los períodos. y hacer soñar a los ciudadanos.18 El debate de ideas en el escenario democrático, en definitiva, cumple tres funciones esenciales: • Dar un marco de respeto al enfrentamiento político. La competencia política está fundada en la codicia del poder, por lo tanto debe ser ennoblecida por idealizaciones (en el sentido psicológico de la palabra). La cultura occidental sitúa en la cima de la actividad humana a las conductas de la razón, por lo tanto es natural que la política sea "consagrada" por el debate de ideas; de manera recíproca es legitimada por una protesta constante contra la "degradación" de dicho debate, como si hubiera existido una edad de oro durante la cual esa competencia hubiera estado reservada a príncipes de la inteligencia entregados a la búsqueda del Bien público.19 • Regular los riesgos de caída en el terreno pasional. Como los actores políticos, para movilizar adhesiones, recurren prioritariamente a los efectos arcaicos de los individuos, a sus angustias y deseos de ilusiones, existe un serio riesgo de exageración capaz de exacerbar los antagonismos, desencadenar la violencia e inclusive arrastrar a todo el sistema democrático. Las dificultades de la implantación del pluralismo en los países autoritarios lo demuestran perfectamente: sin la automoderación de los competidores, como el caso de Polonia de Walesa o Checoslovaquia de Havel, la empresa de la democratización afronta serias dificultades (Corea del Sur, 1988) o sangrientos fracasos (Chile, 1973). En una coyuntura normal, el debate de ideas induce a una sensible moderación del uso de las pasiones. Limitado al terreno de las palabras, otorga amplio espacio a las presentaciones racionales y las argumentaciones lógicas; es "organizado" por líderes con el fin de evitar los temas que dividen demasiado las adhesiones electorales; por último, pone mucho en práctica "la abstracción", es decir, que privilegia los objetivos que son difíciles de identificar con claridad.20 • Facilitar la identificación de las relaciones de fuerza entre rivales. En el seno de un partido, las rivalidades de personas y clanes en torno de las encrucijadas de poder son, naturalmente, inevitables. Más todavía: aunque se niegue enérgicamente, ocupan el primer plano de importancia.21 En efecto, una visibilidad excesiva en el escenario partidario es un factor de debilidad que contradice la representación del partido como una fuerza unida, preocupada exclusivamente por la búsqueda del Bien público. Por mítica que sea esa representación, no deja de tener una valiosa capacidad de movilización y, por lo tanto, conviene preservarla. El debate de ideas va a permitir, pues, ocultar las rivalidades personales y las luchas por el poder detrás de la necesidad de "conversar" las opciones, el programa o la doctrina del partido. Es una válvula de 18 Philippe Braud, L'influence de la compétition électorale sur la cons-truction du mythe présidentiel, tercer congreso de la Association francaise de science politique, Burdeos, 1988, pp. 11 y ss. 19 Véase al respecto, la función desempeñada durante mucho tiempo por la historia (embellecida) de la ciudad antigua, sobre todo a fines del siglo xix, en Alemania, Francia e Italia. 20 "Denunciar el colectivismo", "romper con el capitalismo", son proyectos marciales pero no susceptibles de desencadenar desórdenes inmediatos; en cambio, el antisemitismo o el racismo explícito designan grupos determinados a la vindicta pública. Por eso son infinitamente peligrosos. 21 Ejemplo de "saber cómo" en este terreno: la declaración del número dos de un gran partido, amenazado de perder su lugar, cinco meses antes de la convención. "Grand oral", Liberation, 16 de octubre de 1989. "Es una mediocridad plantear los problemas políticos en términos de personas..." (negación ritual y generalizada en todo discurso político de competencia). "No tengo el perfil de santa Blandine lista al sacrificio..." (utilización de un silogismo contraste. Es evidente que no soy santa Blandine; ahora bien, ese personaje es la figura misma de la docilidad; por lo tanto no pueden reprocharme mi resistencia...). "No siento tanta estima por mi persona para creer que toda la convención deba girar en torno mío..." (protesta de modestia que permite proclamar su desinterés en el esfuerzo desesperado por conservar su puesto). expresión para los militantes de base y una fuente de información para los máximos dirigentes y demuestra, con todo brillo, la aceptación del "funcionamiento democrático" por parte de todos. Pero lo esencial será lo que el debate revele acerca de la evolución de las relaciones de fuerza: por un lado, la elección de los temas debatidos; por otro, el estilo de las interpelaciones y testimonios y, por último, eventualmente, los resultados respectivos de las mociones rivales en congreso. DECIDIR El objeto legítimo de las consultas electorales en el sistema pluralista consiste en dar la palabra al pueblo para que éste decida entre los diversos candidatos y partidos políticos que solicitan sus sufragios. No se trata de una simple elección de equipos o personas. Todos subrayan cuidadosamente lo que los separa: tienen objetivos particulares, programas diferentes y hasta proyectos de sociedad incompatibles. Por lo tanto, las agrupaciones políticas anteponen generalmente un voluntarismo vigoroso. Gobernar es decidir.22 Esta "evidencia" plantea dos preguntas fundamentales. 1. La lógica democrática postula que las consultas electorales influyen en las políticas seguidas por los gobiernos. ¿Esto se verifica? Bruno Jobert y Pierre Muller escriben: Para resolver esta cuestión, se ha intentado dos tipos de enfoques: un enfoque que compara los resultados de diferentes Estados según estén dominados por tal o cual tipo de agrupación política y enfoques nacionales que evalúan el impacto de la alternancia gubernamental.23 Al analizar las conclusiones resultantes, los autores observan que ellas "sugieren una escasa contribución de los partidos en la construcción de las políticas públicas".24 No existen relaciones directas entre la composición partidaria del gobierno y los indicadores de rendimiento económico: empleo, moneda, comercio exterior, ahorro e inversión; por el contrario, se ponen en evidencia (en particular a través de los estudios de R. Rose respecto de Gran Bretaña) las dependencias de los gobiernos con respecto a las pesadas tendencias de la economía. Se verifica que las leyes importantes, en su mayoría, no salen de los programas electorales, sino de los servicios administrativos en los que predomina el peso de los expertos. Como lo señalan Bruno Jobert y Pierre Muller, habría que tener en cuenta la influencia de los especialistas dentro de los partidos con vocación de gobierno, ya que a medida que se delinean las perspectivas de acceso al poder, crece su peso. Después de una victoria electoral, ese peso eclipsa de manera más manifiesta el de los militantes25(a veces después de un tiempo de respuesta, como en Francia, en 1981). La escasa incidencia de la alternancia democrática en la puesta en marcha de las políticas públicas efectivas puede atribuirse a otros factores. Los dirigentes de las 22 Existe toda una literatura de ensayistas orientada en este sentido. A manera de ejemplo, la reciente obra de Louis-Michel Bonte y Pascal Ducha-deuil, Éloge de la volonté a l'usage d'une France incertaine, París, Éditions universi taires, 1989. 23 Bruno Jobert y Pierre Muller, L'État en actiotu Politiques publiques et corporatismes, París, PUF, 1987, pp. 149 y ss. 24 Ibid., p. 158. 25 Ibid., pp. 153-160. En sentido inverso sin embargo, L. J. Sharpe y K. Newton, Does politics matter?, Oxford, Clarendon Press, 1981. Pero la instancia política no está incluida aquí de igual manera. organizaciones que se suceden en el poder no surgen de capas sociales esencialmente diferentes; y, de todas maneras, han adquirido una formación cultural e intelectual cada vez más parecida. Sobre todo los gobernantes, frente a sus interlocutores sociales en la negociación o la confrontación, se encuentran enfrentados a relaciones de fuerza que sólo pueden ser modificadas en última instancia.26 En caso de alternancia democrática, la nueva mayoría debe inscribir sus iniciativas en una red compleja de exigencias técnicas, administrativas, financieras que pesan en las opciones encaradas. Se agregan a esto las previsibles resistencias de los grupos de intereses y las oposiciones políticas que pueden surgir... en el seno mismo de la agrupación gobernante. Una política amplia y realmente nueva tiene como efecto provocar cada tanto importantes perturbaciones en el orden social haciendo levantar olas visibles de descontento. Los beneficios de lo nuevo generalmente aparecen con cierto retraso, mientras que el costo de la destrucción de lo antiguo se manifiesta inmediatamente. En las democracias pluralistas, los plazos electorales poco espaciados hacen particularmente delicadas para los gobernantes las transiciones que acompañan los cambios reales. Se desprende de esto que las únicas transformaciones fundamentales, realizables sin mayor riesgo político, son las que se inscriben estrechamente en las exigencias del desarrollo social, que son retomadas o confirmadas (después de un eventual "plazo de decencia") por los adversarios políticos. La historia de los últimos treinta años en las democracias industriales mostró que las políticas públicas innovadoras que pudieron ponerse en práctica fueron consensuadas de facto.27 ¿No se sugiere con esto que el poder político está obligado a asumir "opciones" que de cualquier manera se imponían? Confirmación en contrario: la experiencia modificó rápidamente el rumbo de una política económica de ruptura seguido por la izquierda francesa, en 1981 y 1982. 2. ¿Es pertinente la noción de decisión política? El lenguaje de la vida política resiste el concepto erudito de decisión, tomada como proceso complejo de operaciones intelectuales (concebir un proyecto), comunicativas (negociar su aceptación) y materiales (ejecutarla en el terreno propicio). De igual modo, establece una separación rigurosa entre la decisión política en sí y lo que la rodea: las tareas administrativas de preparación o ejecución, las presiones externas de los grupos de intereses. Desprovista de la cáscara, la actividad de quien toma decisiones surge acompañada de un aura solemne y verdaderamente consagra al político. Lucien Sfez lo señaló: la disociación operada entre la decisión ("acto creador") y la preparación y la ejecución, consideradas más "serviles", proviene de un discurso a la vez elitista e idealista. Permite que el actor actúe. "Si en todo momento de la acción, quienes toman decisiones recordaran el peso de los determinismos y estructuras, se quebraría su impulso a la acción."28 26 Cuando pueden serlo... Véase Bruno Jobert, Le social en plan, París, Les Éditions ouvriéres, 1981, donde el autor recuerda su "viaje al país de la no decisión". Sobre los límites del voluntarismo político, véase también George Ross, S. Hoffman y S. Malzacher (comps.), L'expérience Mitterrand. Continuité et changement dans la Trance contemporaine, París, PUF, 1988. 27 Para Gran Bretaña, véase el análisis pormenorizado y matizado de Richard Rose, Do Parties Make a Difference?, Londres, Macmillan, 1984. Para Francia, Catherine Grémion, "Le milieu décisionnel central", en: Francis de Baecque et Jean-Louis Quermonne, Administration et politique sous la Cinquiéme République, París, Presses de la Fondation national des sciences politiques, 1981; Jean Padioleau, L'Etat au concret, París, PUF, 1982. Véase por último, la introducción de Jean-Claude Thoenig al análisis de las políticas públicas, en: Madeleine Grawitz y Jean Lecca, Traité de science politique, París, PUF, 1985, tomo IV, pp. 46 y ss. Las leyes sociales en sí mismas, recordó Francois Ewald, no fueron arrancadas después de ardiente lucha en un Parlamento reticente, sino que fueron adoptadas por amplia mayoría e inclusive unanimidad, L'État-Providence, París, Grasset, 1986. 28 Lucien Sfez, La decisión, París, PUF, 1988, p. 5. También Critique de la decisión, París, Presses de la Fondation nationale des sciences politiques, 1976, p. 14 (3a. edic. "Références", 1981). Con esta concepción, se produce una drástica simplificación de la respuesta a la pregunta: ¿Quién es causa de qué? Sin duda, en las pequeñas comunidades o en los aparatos de Estado aún poco diferenciados, las decisiones aparecen fácilmente atribuibles a individuos identificables. Pero en los estados occidentales modernos, la norma es la sofisticación de los procesos de decisión (la diferenciación exagerada de las tareas gubernamentales y la organización de los sistemas de exigencias sectoriales son sus principales causas). Es por ello que toda política pública es el producto de un proceso complejo, en el que la parte respectiva de cada una de las múltiples partes presentes en la "decisión", se hunde en el confuso anonimato de interacciones infinitamente numerosas.29 La búsqueda de la causalidad científica apunta a identificar, en el proceso de decisión, la parte que corresponde a cada uno. Por lo común pone en evidencia la ruptura de responsabilidades. Totalmente diferente, la causalidad política atribuye sistemáticamente el conjunto del proceso a un único autor colectivo (el Parlamento, el gobierno) o con mayor frecuencia individual (el ministro, el jefe del gobierno). Se basa en la lógica fundamental —y trivial— de la imputación.30 Sus aspectos míticos o "irracionales" merecen alguna reflexión. El intendente, el ministro, el jefe de gobierno no asumen solamente (por firma) las decisiones tomadas efectivamente por ellos sino también actos que no conocieron ni previeron. De esta manera, el ministro debe asumir las "desprolijidades" de lejanos y oscuros subordinados. Sin embargo, la imputación a los dirigentes políticos, tanto en la prensa como en su propio lenguaje, toma una dimensión más amplia aún. El buen mantenimiento de los indicadores económicos, el agravamiento de la desocupación, de la inflación, de la deuda externa, las tensiones sociales, la evolución de la criminalidad, e inclusive las catástrofes naturales, todo —según la coyuntura política y las representaciones socioculturales dominantes— puede atribuirse a la acción o inacción de los dirigentes. Entre otros, podemos tomar el ejemplo de la presentación de una política pública en un editorial de prensa. "Como lo recordaba hace unos días el Financial Times, el 'monetarista' Francois Mitterrand tuvo más éxito que la antiinflacionaria Thatcher. Contrariamente al presidente francés, ella no logró romper la espiral precio-salario".31 Desde la perspectiva de la causalidad científica, es evidente que ese tipo de formulación no puede tomarse al pie de la letra. Depende de un 29 Véase en este sentido los análisis relativos a la elaboración de las políticas industriales. Michel Bauer y Elie Cohén, Qui gouverne les groupes industriéls?, París, Le Seuil, 1981. Elisabeth Brenac et al., "L'entreprise publique comme acteur politique: la DGT et la génése du plan cable", en: Sociologie du travail, 1985, pp. 304 y ss. El estudio de Jean-Marie Quatrepoint, Histoire des dossiers noirs de la gauche, París, Alain Moreau, 1986, señala a propósito de las carpetas Telecom y Audiovisuel, el carácter extraordinariamente complejo de las intervenciones y presiones, así como las dificultades de coordinación entre la presidencia de la República, el gabinete del primer ministro, los ministerios de Industria y de Correo y Telecomunicaciones. Tratándose del nivel local, Philippe Garraud escribe: "las políticas y prácticas municipales dependen, en definitiva, de un sistema de obligaciones y oportunidades frente al cual la orientación política de las municipalidades o la pertenencia política de los intendentes sólo juega un papel marginal". Profesión: Jiomme politique, París, L'Harmattan, 1989, p. 166. 30 Sobre la discusión teórica del concepto y su aplicación al gobierno local, véase Christian Le Bart, L'imputation au maire du developpement économique local, tesis de ciencia política, Université Rennes I. 1989, copia, con bibliografía citada. También, John Jaspars y Miles Hewstone. "La théorie de l’attribution", en: Serge Moscovici (comp.), Psychologie sociale, París, PUF, 1988, pp. 309 y ss. 31 Le Monde, 13-14 mayo de 1990. Por el contrario, Michel Rocard escribe que la decisión individual del político, aunque muy visible, rara vez es importante. Le coeur á l'ouvrage, París, Odile Jacob, 1987, p. 184. "tratamiento simbólico" en el sentido dado por Dan Sperber.32 Convergen tres lógicas para asegurar la aceptación social de este modo de presentación, pero no su credibilidad. La lógica de los gobernantes. Si desean consolidar su autoridad, los responsables situados a la cabeza del Estado o de una colectividad local deben practicar masivamente la autoimputación.33 Esta actitud es creíble puesto que su función (presidente, ministro, intendente) les confiere una preeminencia escénica: gozan de la máxima visibilidad en los medios de comunicación masiva. Sobre todo esta actitud es posible en virtud de las relaciones de poder que gobiernan la vida política. Consejeros municipales y adjuntos dependen del intendente; los altos funcionarios están sometidos a la autoridad jerárquica del ministro (por otra parte, en general no les gusta asumir públicamente la responsabilidad de decisiones que puedan ser políticamente controvertidas y, por lo tanto, perjudicar su carrera, en la hipótesis de una alternancia); por su parte, los ministros en el seno del gobierno, están sometidos a la obligación de solidaridad y dependen políticamente del primer ministro o del jefe de Estado. Por último, no es cierto que los miembros de los gabinetes se jacten de reivindicar la paternidad de un texto o discurso, de una medida hábil o sugerencia argumental. (Ocupan esos cargos por su aptitud para permanecer en el anonimato; cualquier extravío sería inmediatamente sancionado con la destitución.) En cuanto a los propios grupos de presión, si bien han logrado inspirar, e inclusive imponer una reglamentación favorable, su interés más evidente es conservar la discreción so pena de manchar la legítima autoridad de la ley: para ser aceptada totalmente, debe parecer inspirada por el interés general. El procedimiento principal que funda la "plausibilidad" de la imputación es la covariancia. Las declaraciones de los gobernantes disecan las pesadas tendencias de la economía, de lo social, o de la demografía; presentan balances de su acción estrechamente ligados a los aspectos más favorables34 del estado de la sociedad. Esta covariancia de los indicadores de tendencias y de las tomas de decisión crean la impresión de que efectivamente existe una poderosa relación causa-efecto, un vínculo obra-autores. Proviene de ese pensamiento mágico que Claude Lévi-Strauss ve actuar en los esquemas mentales contemporáneos.35 La lógica de los opositores. Reducida a una relativa impotencia en el marco institucional, pero comprometida eternamente en lograr autoridad en la mayoría que quiere captar, la oposición juega el juego de la imputación. No sólo las mínimas fallas de una política pública, los azares y los fracasos son atribuidos siempre a la única autoridad política. En la democracia pluralista, también lo son, de manera general, toda disfunción social: violencias, crisis social, catástrofe natural... tiende a imputársele 32 Dan Sperber, "La pensée symbolique est-elle pré-rationelle?", en: Michel Izard, Pierre Smith, La fonction symbolique, París, Gallimard, 1979, p. 38. 33 Christian Le Bart, "Le systéme des attributions causales dans le dis-cours des candidats a l'élection présidentielle de 1988", en: Revue frangaise de science politique 40 (2), 1990, pp. 212 y ss. 34 El interés de los gobernantes por fortalecer el crédito los conduce a "asumir con coraje" medidas impopulares o resultados inoportunos. Si bien existe la tentación de responsabilizar a ejecutores subalternos o asesores mal inspirados de los errores de concepto o ejecución, esa tentación trae consecuencias negativas: pone en evidencia una impotencia o falta de control. 35 Claude Lévi-Strauss, Anthropologie structurale (1958), Agora, 1974. También La pensée sauvage, París, Plon, 1962, p. 21. Sobre los vínculos "mágicos" entre coocurrencia, covariancia y causalidad, véase el modelo de Harold Kelley (1972) presentado en: Jacques Philippe Leyens, Psychologie sociale, París, Madraga, 1979, pp. 112 y ss. Adde Rupert Riedl, "Les consé-quences de la pensée caúsale", en: P. Watzlawick, L'invention de la réalité, París, Le Seuil, 1988, pp. 79 y ss. alegremente. Antes del acontecimiento imposible de prever, siempre hubo impericia en la decisión; y, luego del acontecimiento, reacciones insuficientes, inapropiadas o tardías. La lógica de este discurso es comprensible: debilitar al adversario para hacer valer mejor, por contraste, sus propias capacidades y proyectos. AI subrayar las negligencias y faltas de los gobernantes, los opositores tratan de crear alguna esperanza en la gente para el caso de que lleguen al poder. De allí que el leit motiv será: "¡Nada es fatal!... ¡Existe remedio a la crisis! Es posible otra política..." En su léxico abundan las expresiones: "Sobresalto..., restablecimiento..., salvación nacional. . ." La gramática del lenguaje de la oposición en regímenes pluralistas desemboca no sólo en una valoración constante de las responsabilidades del poder político en la sociedad, sino, de manera más amplia, en un permanente elogio de la voluntad y del voluntarismo, una exaltación de la capacidad de decisión de los gobernantes. La lógica de los medios de información masiva. También la comunicación impone exigencias. A causa de la limitación del espacio (en la prensa escrita) y el tiempo (en radio o televisión), el periodista debe condensar sentido, pero tratando de que sea accesible al público. Asimismo, es necesario que capte la atención flotante presentando los hechos y análisis de la manera más atractiva posible frente los códigos socioculturales de sus destinatarios. Ambas exigencias combinadas se inclinan por una presentación personalizada de los procesos sociales y políticos. Es preferible imputar los hechos a los hombres y no a las situaciones. La "ley Savary", la "política de Giscard", son expresiones cómodas e irremplazables para nombrar rápidamente —pero también ocultar— complejas redes de interacciones, conjuntos de infinitas microelecciones y no elecciones. Más todavía, la prensa popular atribuye el cambio de una posición diplomática o la ruptura de una negociación salarial al impulso de un jefe de gobierno; esto significa privilegiar espontáneamente en el inextricable conjunto de las variables de la obra, la "explicación" que da mejor la impresión de ver y comprender, respetando a la vez las apariencias de una ligera plausibilidad. La personalización sistemática, transmitida por los discursos de imputación, constituye una respuesta a expectativas sociales profundamente instaladas en la cultura occidental. El individualismo ha podido desarrollarse desde hace cuatro siglos, gracias a la progresiva disminución de múltiples formas de inseguridad (física, económica, jurídica) que permitieron flexibilizar asfixiantes tipos de solidaridad colectiva o comunitaria: familia, corporación, pueblo, etc. La resultante afirmación del yo hace triunfar, en los niveles filosófico y sociocultural, representaciones voluntaristas del hombre como sujeto libre y responsable, y una visión de la Historia orientada hacia otra meta, cambiada, e inclusive dominada por la actividad consciente de actores. Estas representaciones, en ruptura con el fatalismo presente en otras culturas no europeas, son radicalmente opuestas a las problemáticas eruditas de los estructuralismos y sistemismos, opuestas a los conceptos de procesos sin sujeto o campo social.36 La principal virtud de este "humanismo teórico" no es, por cierto, su realismo explicativo, sino su capacidad consoladora para el narcisismo individual enfrentado a las presiones masivas del entorno.37 Ahora bien, los lenguajes de la vida política 36 El campo social es un "espacio estructurado de posiciones... cuyas propiedades pueden analizarse independientemente de las características de sus ocupantes". Pierre Bourdieu, Questions de sociologie, París, Fayard, 1980, p. 113. 37 Jean Piaget mostró, con su concepto de egocentrismo causal, por qué el niño, que sigue presente en el adulto, detesta profundamente imaginar procesos sin motivación ni intencionalidad dominada. Pone a todo acontecimiento en relación con una voluntad humana, por analogía con sus esquemas de democrática transmiten con fuerza el mito tranquilizador: hay hombres que hacen la Historia en nombre de usted. Hombres perfectamente identificables: los representantes que usted eligió libremente. Si bien, actualmente, puede observarse algún trastabilleo de los mitos fundantes de la decisión política, el fenómeno no debe relacionarse con los "errores" de los gobernantes, la pretendida "mediocridad" de la clase política o los efectos perversos de la comunicación masiva. Tomada en el tiempo, la explicación es mucho más profunda. La teoría democrática occidental hunde sus raíces en los postulados filosóficos del humanismo clásico: libertad, voluntad, responsabilidad personal. Ahora bien, éstos están jaqueados de dos maneras: en el nivel de los hechos, por el surgimiento de megamáquinas de poder (administrativo, económico, informativo) que ningún individuo podría controlar personalmente; en el nivel de las representaciones, por los avances del discurso erudito de las ciencias sociales que devela los modos reales de funcionamiento de las grandes instituciones, impidiendo cada vez más atarse a las ilusiones idealistas de antaño.38 Se trata de los desencantos y desafíos dirigidos a la democracia pluralista en el momento en que su superioridad resplandece por encima de los demás sistemas de gobierno. SATISFACER LAS ASPIRACIONES DE LOS CIUDADANOS En la célebre fórmula de Lincoln, "gobernar. . . para el pueblo", supone la abnegación de los representantes. Su legitimidad se funda en la voluntad de recibir las demandas de la gente con el fin de dar la respuesta más positiva posible. Pero, ¿qué es una política que apunta a satisfacer aspiraciones? Se responderá diciendo que se trata de reducir la distancia subjetiva entre las percepciones negativas de una situación y la esperanza de mejora considerada legítima. Así, como lo recuerda la etimología, la plena satisfacción connota saciedad, es decir, un grado cero de expectativa social asociado a un grado cero de descontento.39 Para seguir una política que tienda a satisfacer a los ciudadanos, se conciben dos estrategias. La primera se propone actuar directamente en el nivel de las situaciones prácticas, con la esperanza de provocar consecuentemente una regresión de las percepciones negativas y una reducción de las exigencias. Por el contrario, la segunda apunta a actuar directamente sobre las representaciones —o las creencias que las fundan—40 de manera de achicar la insatisfacción. Es la dualidad: política concreta, política simbólica. El lenguaje corriente tiende a oponer enérgicamente las palabras (consideradas estériles) y los actos (necesariamente fecundos). La hostilidad larvada a la clase política se nutre comportamiento consciente. Véase por ejemplo, Le langage et la pensée chez l'enfant, Neuchátel, Delachaux et Niestlé, 1989, pp. 170 y ss. 38 El movimiento intelectual contemporáneo en torno de los temas del "regreso del actor", de una rehabilitación kantiana del hombre (universal) y del sujeto (racional), obtiene gran éxito en el escenario de la comunicación social. Esta "contrarrevolución metodológica", que querría abolir varias décadas de experiencia en ciencias sociales, está inspirada no por una exigencia de profundización intelectual, sino, en mi opinión, por una vaga angustia que transita en las profundidades de la sociedad. 39 La resignación es un "malestar" separado de toda idea de exigencia o esperanza (a diferencia del descontento). 40 Murray Edelman, Political Language. Words That Succed and Policies That Fail, Nueva York, Academic Press, 1977, p. 123. "La influencia política fluye del uso de las fuentes que configuran las creencias y comportamientos de los otros." También Pierre Bourdieu, Ce que parler veut diré, París, Fayard, 1982, p. 149. "[La acción política] apunta a producir e imponer representaciones (mentales, verbales, gráficas o teatrales) del mundo social capaces de actuar sobre este mundo actuando sobre la representación que los agentes se hacen de él." también de la reducción que se hace de la actividad política a una logomaquia hueca. Este estereotipo simplista muestra un corte radical entre la superioridad de la acción sobre la palabra. De hecho, la observación muestra, ante todo, la imposibilidad de separar tan abruptamente los dos planos. Ciertos discursos (enunciados performativos)41 son actos, mientras que una acción concreta provoca representaciones y efectos de imagen. Sobre todo, las presiones que limitan estrechamente la libertad de iniciativa concreta de los gobernantes tienden a subrayar, por contraste, la gran importancia del trabajo político como trabajo sobre las representaciones simbólicas. No se trata aquí de evocar, aunque sea someramente, el peso de los compromisos jurídicos y presupuestarios que traban la capacidad de acción de los nuevos dirigentes; ni la red compleja de los factores técnicos, administrativos o económicos que pesan sobre ella; ni tampoco las resistencias corporativistas o las reticencias culturales al cambio. Aun cuando los gobernantes logran imponer una política voluntarista, ocurre que la suma de las reacciones individuales da un resultado que nadie buscó. Ciertos efectos emergentes de una política tendiente a aumentar el consumo de bienes para la mayoría (por ejemplo, equipamientos de entretenimiento en la costa) son particularmente perversos puesto que conducen a aumentar. . . la frustración de todos.42 Peor aún, la función de los gobernantes, en caso de real éxito, se semeja a veces al mito de Sisifo y su piedra: por ejemplo, cuando los beneficios obtenidos por una categoría social despiertan las exigencias de otras categorías que se ven entonces desfavorecidas o, por lo menos, injustamente olvidadas. El fenómeno de deseo mimético es bien conocido en la función pública en donde todo favor concedido a un cuerpo a partir de la modificación de ciertos índices, desata de tanto en tanto, una serie de nuevas reivindicaciones, lo que contribuye a hacer más rígido el contenido de las posibles intervenciones. Una política global dirigida a los más bajos ingresos provoca, inmediatamente o al cabo de un tiempo, una exigencia general de reajuste de los ingresos más altos; el correcto equipamiento vial de una región "crea" en la región vecina el sentimiento de aislamiento, etc. Así, en las democracias pluralistas, donde los grupos de intereses pueden manifestar libremente sus exigencias, la respuesta positiva de los gobernantes reactiva la "frustración relativa". Los avances realizados aquí harán renacer allá el sentimiento de carencia. Para ser verdaderamente eficaz, una política que apunte a la satisfacción de los ciudadanos debe trabajar intensamente en el nivel de las representaciones. De esa manera, se produce un cambio constante en relación con las jerarquías del sentido común, puesto que la eficacia de una actividad concreta (económica, social, cultural) se encuentra subordinada a la manera como es tratada en el nivel simbólico. Es esencialmente allí donde se pone en juego la competencia específica del político: en la comunicación y manipulación de los signos.43 En este sentido, pueden distinguirse dos órdenes de intervención. Actuar sobre las representaciones de la realidad 41 John Austin, Quand diré c'est faire, París, Le Seuil, 1970, p. 47. Véase el análisis y los ejemplos propuestos por Raymond Boudon, La logique du social, París, Hachette, 1979 (reimp. 1983), pp. 121 y ss. 43 Esto no sólo es cierto en el orden interno sino también en el orden internacional. Así. a propósito de la diplomacia muy activa de Francia en el diálogo Norte-Sur, la siguiente opinión dada por observadores atentos: "La construcción de un discurso era aquí tan importante —si no más— que la política realmente seguida". Jacques Adda y Marie-Ciaude Smouts, La France dans le nouveau désordre NordSud, París, Karthala, 1989, p. 3. 42 La experiencia inmediata de una situación vivida por un individuo no podría ser inteligible sin esquemas de percepción y cuadros de análisis (aunque someros) que den sentido y coherencia a la clara multiplicidad de las prácticas parciales, de los micromensajes emitidos o recibidos. Sentirse "obrero mal pago" supone elementos de referencia bien internalizados que permiten evaluar lo que distingue a un obrero de un supervisor, un salario adecuado de un salario insuficiente. Más aún se interpone el universo de las representaciones cuando el acontecimiento político no es objeto de una experiencia directa. En general, pocas personas son testigos oculares y, de cualquier manera, siempre lo son de manera parcial. La "crisis gubernamental" sólo toma sentido a través de esta expresión lingüística que engloba una multiplicidad de incidentes, gritos, maniobras de procedimientos que nadie presenció en su totalidad. Entonces, puesto que todo lo que es acontecimiento se transmite a través del lenguaje, existe una posibilidad teórica de intervención de los actores para imponer el léxico que crean legítimo, y al hacerlo, influir sobre las percepciones de la realidad. Todavía hay más. Como en todo espacio de comunicación, la vida política está poblada de "entidades de lenguaje" que despliegan su existencia en lo imaginario. La necesidad de condensar sentido en signos —para facilitar la comunicación— lleva a crear conceptos que ganan autonomía con respecto a la realidad que se supone deben transmitir. Es lo que ocurre con la palabra Estado.44 Ésta puede nombrar una compleja maraña de relaciones de poderes entre individuos (gobernantes, funcionarios) que disponen de recursos desiguales (en particular, competencias constitucionales). Ahora bien, esta realidad difusa y confusa de relaciones interpersonales jurídicamente organizadas, se encuentra artificialmente reducida a la unidad, a la coherencia y también a la invariación histórica, por empleo del concepto. Más aún, la palabra soporta la sobrecarga de múltiples connotaciones gracias a los aportes de la cultura dominante, como también gracias a las resistencias de subculturas específicas (clase, región...). Experiencias prácticas parciales van a ser el eco —o fracaso— de esas "representaciones": por ejemplo, las experiencias de un control fiscal meticuloso, de una administración ineficiente de justicia, etc. El concepto de Estado llega entonces a esconder la realidad de las relaciones diarias entre los poderes que él designa mientras que, por otro lado, provoca entregas emocionales, positivas o negativas, fundadas en proyecciones e ilusiones. A estas incursiones en lo imaginario, de naturaleza lingüística, se agregan las consecuencias de las lógicas informativas: en especial el periodismo y el estudio del mercado electoral. No es éste el lugar para desarrollar la influencia del médium sobre el contenido de la comunicación. Nos limitaremos a recordar las exigencias de tiempo (televisión, radio) o espacio (prensa escrita) que influyen en la presentación del "relato de la realidad", es decir la cobertura de la actualidad, independientemente de toda presión ideológica externa o de cualquier posición personal del periodista. Los mecanismos de selección empleados, sometidos a complejos códigos socioculturales, conducen necesariamente a aumentar la distancia entre "lo que ocurre" y lo que es información política.45 44 También, las categorías como: parlamento, partido político, grupo de intereses, etc. Un análisis de otra naturaleza llegaría a idénticas conclusiones a propósito del funcionamiento de categorías endógenas de la vida política: opinión pública, electorado, derecha, izquierda, etcétera. 45 "Una de las especificidades más notables de lo que hoy llamamos 'acontecimiento político' reside en esta imposibilidad de distinguir entre acontecimiento propiamente dicho y los informes del acontecimiento, entre lo que verdaderamente ocurre y las imágenes más o menos contradictorias dadas por los medios de comunicación masiva. Y si hoy, más que nunca, es muy difícil disociar los hechos del informe de los hechos, se debe a que la mayor parte de las manifestaciones se conciben de aquí en más para producir informes en la prensa y para lograr máximo efecto en los medios de comunicación masiva El estudio del mercado electoral se funda explícitamente en la disociación entre el producto a promocionar y la imagen promocionada. El fundamento es, en efecto, la desaparición de los aspectos "parásitos" de la realidad que hay que presentar. Es así como la imagen de un presidenciable debe hacer abstracción de los aspectos ingratos, despojando toda sobrecarga de rasgos que confundirían la claridad y también la fuerza del mensaje. Más que nunca se verifica la validez de la expresión "no se puede a la vez seducir y ser". Los mecanismos de producción de la realidad (política) en la sociedad contemporánea escapan ampliamente a la influencia de las agrupaciones y hombres de la política. No se deduce, sin embargo, que estén totalmente desprovistos,46 sobre todo cuando la convergencia de intereses conducen a gobernantes y oposición a usar un lenguaje común. La capacidad que tiene un enunciado de estructurar las percepciones de la realidad —como sabemos— está directamente relacionada con el estatus institucional del locutor.47 Encontramos aquí el concepto clásico de autoridad. No obstante, los dirigentes políticos y, más aún sus subordinados, experimentan al dirigir la palabra, lo que Habermas llamó "violencia estructural" de las instituciones.48 Se trata de designar así, a los bloqueos que actúan como excomunicaciones, impidiendo ciertas formas de discurso con posibilidad de éxito. Así, las lógicas de funcionamiento de una administración como la Justicia tergiversan los discursos del ministro destinados al público (le imponen un lenguaje normalizado) . Es por ello que el ministro de Justicia nunca se expresa con tanta autoridad como cuando se dirige con un discurso "conformista", es decir compatible con las múltiples expectativas conformadas por la institución o con respecto a ella.49 A las exigencias de conformidad que pesan sobre el locutor corresponden condiciones de aceptabilidad de los destinatarios. AI respecto, Murray Edelman distinguía dos hipótesis: los individuos expuestos a la información están muy interesados en aceptarla (sin lo cual, provoca un débil impacto aunque sea válida); la información contradictoria es emitida por una fuente particularmente legítima (en este caso puede aceptarse, aun cuando todavía no sea pertinente, pero lo será en la medida que su aceptación implique mayores beneficios identificables).50 Para ilustrar estas situaciones, observemos, por ejemplo, que habrá fuerte resistencia al enunciado constructor de percepciones, por parte de las víctimas directas de una política de planificación económica presentada como exitosa. También la habrá en los simpatizantes de un líder de primera línea que cuestiona abiertamente dicha política, o, por último, entre los simpatizantes que tienen un interés económico concreto en la reconsideración de las medidas adoptadas. En la permanente lucha librada entre gobernantes y opositores para imponer percepciones y, a través de ellos, sobre la población." Patrick Champagne, "La manifestation comme action symbolique", en: Pierre Favre (comp.), La manifestation, París, Presses de la Fondation nationale des scien-ces politiques, 1990, p. 341. 46 Pierre Bourdieu, "Décrire et prescrire. Notes sur les conditions de possibilité et les limites de l'efficacité politique", en: Actes de la recherche en sciences sociales 38, 1981, pp. 69 y ss. 47 Pierre Bourdieu, Ce que parler veut diré, París, Fayard, 1982, pp. 103 y ss. 48 Jürgen Habermas, L'espace public, París, Payot, 1962, pp. 219 y ss. También, Théorie de l'agir communicationnel, París, Fayard, 1987. Sobre este autor, véase Jean-Marc Ferry, Habermas: l'éthique de la communication, París, PUF, 1987, pp. 370 y ss. 49 Véanse las observaciones paralelas de John K. Galbraith sobre los altos funcionarios. "Se considera que el alto funcionario enuncia ideas convencionales; en cierta medida está obligado a hacerlo... Sus textos son preparados, redactados y estudiados en función de su aceptabilidad. La aplicación de cualquier otro criterio —por ejemplo, el valor como simple descripción de la realidad económica y política— sería una de las más excéntricas." L'ére de l'opulence, París, Calmann-Lévy, 1961, p. 19. 50 Murray Edelman, Polines as Symbolic Action, Nueva York, Academic Press, 1971, p. 102. favorables o desfavorables de la realidad, la comparación en tiempo y espacio juega un papel decisivo. Primeramente, la comparación en el tiempo. El pasado sirve a los gobernantes para valorar el presente y éste para extrapolar un futuro mejor. En las sociedades occidentales donde los conceptos de crecimiento y desarrollo (no sólo económico) siempre están rodeados de connotaciones favorables, los gobernantes deben señalar lo dinámico: aumento del poder adquisitivo, mayor justicia fiscal o social, elevación del nivel de la educación o la defensa, mayor protección de la salud, etc. Este enfoque, en términos de progreso, es la principal vía para provocar representaciones en el registro de la satisfacción. Se vive mejor; mejoró la situación.51 La comparación en el tiempo es más requerida si es posible adoptar como período de contraste una época cercana en la que los adversarios tenían el poder. El trabajo político consiste entonces en asociar, de manera sistemática, la acción de aquéllos con indicadores de malos resultados: índice de inflación más alto, agitación social más intensa. De forma tal que si, hoy, los gobernantes no pueden cumplir todas las promesas (electorales), la causa es una "pesada herencia" que convendrá condenar: opciones anteriores erróneas o desastrosas e inclusive bombas de tiempo legadas con disimulo. La utilización del pasado con el objeto de construir las percepciones del presente puede llegar muy lejos en países que tuvieron una revolución.52 Si los ciudadanos experimentan masivamente un estancamiento o deterioro concreto de las condiciones de vida, la comparación en el tiempo rápidamente llega al límite; y mucho más, cuando los fenómenos negativos son subrayados por autoridades que, en su parecer, son legítimas, en los sindicatos y partidos de oposición. Se conciben entonces dos respuestas. La primera depende de la estrategia de lo falso. El tecnicismo de las operaciones de tipo comparativo (naturaleza de los indicadores, pertinencia de las cifras, complejidad de las fuentes...) puede impedir que el público comprenda la deslealtad de ciertas manipulaciones.53 La otra es el "llamado solemne" a la responsabilidad de todos los pares sociales o políticos. En caso de crisis grave, éstos pueden estar tentados por responder, al menos tácitamente, si es que no tienen el remedio milagroso. El tema candente escapa entonces de la controversia y produce, con frecuencia, la salida de la realidad (política).54 La comparación en el espacio también proporciona elementos para la construcción de representaciones del presente. Pero hay que elegir cuidadosamente los elementos de aproximación. Algunos no podrían considerarse legítimos porque los sistemas sociales parecen totalmente disímiles. Si bien la opresión de los países socialistas de Europa del 51 Señalar que muchas sociedades vivieron (¿viven todavía?) sobre postulados socioculturales exactamente inversos: la estabilidad, la autorregulación de los recursos y de la población, el temor por las innovaciones culturales o técnicas. En Occidente, hoy es "impensable". Marión Harris, Cannibales et monarques, París, Flammarion, 1979, pp. 193 y ss. Pierre Clastres, La société contre l'État, París, Minuit, 1974. 52 En Francia, país memorioso, el fenómeno sigue siendo particularmente interesante de observar en la historia política. Una de las especificidades culturales más intensas, actualmente en los estados naciones que componen Europa, es la relación muy diversificada con su historia política. Brillantes informaciones fueron hechas por Elias Canetti, Masse et puissance, París, Gallimard, 1966 (reimp. 1986), pp. 181 v ss 53 Por ejemplo, los métodos de cálculo del índice de los precios, los modos de evaluación de las diferencias de salarios, o también la definición de desocupado. En definitiva, la tendencia al profesionalismo de los institutos de estadística, agregada a la necesidad de disponer de indicadores confiables de coyuntura, es lo que más ha contribuido a frenar ciertas manipulaciones desde hace treinta años. 54 Como el problema de la desocupación, apenas recordada en Francia durante las controversias electorales entre 1986 y 1988. Este sirvió, durante mucho tiempo, de comparación por contraste, su fracaso priva a los occidentales de una cómoda escala de referencia. Además, una jerarquía simbólica enérgica —aunque callada— impide cualquier comparación seria entre los sistemas políticos de Europa o de América del Norte y los del resto del mundo. No sería pertinente y podría considerarse fuera de lugar. El espectro de comparaciones legítimas queda restringido a los países con sistema sociopolítico y desarrollo económico comparables. Existen dos versiones. La primera, más triunfalista, afirma el lugar del país considerado "en los primeros puestos de las naciones desarrolladas". La segunda, más modesta, evoca "las dificultades análogas de nuestros vecinos" y subraya la incapacidad de éstos, real o supuesta, para "aportar mejores soluciones que nosotros". Los indicadores elegidos, siempre son discutibles en sí. Los gobernantes deben lograr imponer los que parecen más ventajosos, como los de mayor significación: ingreso global o per capita, productividad económica o calidad de vida, dinamismo de las empresas o protección social de los más desfavorecidos. Pero la batalla de los dirigentes para imponer los "mejores" criterios y comparaciones se inscribe, necesariamente, dentro de esquemas culturales arraigados. En los sectores de opinión persuadidos por sorda arrogancia nacional, es particularmente importante brindar la satisfacción de ser "el primero" o estar "a la cabeza". Donde predomina una ideología global, a la vez "economicista" y "humanista", no hay que descartar de entrada indicadores esencialmente técnicos (tasa de crecimiento, de desocupación o de inflación, etc.) ni tampoco olvidar las apreciaciones relativas al respeto de los "valores". Actuar sobre la estructuración de las expectativas Como lo expresa enérgicamente Edelman, las exigencias y esperanzas políticas no son rígidas ni están definitivamente estabilizadas en la mayor parte de los ciudadanos. Muy por el contrario, dejando de lado las fracciones politizadas o dogmáticas de la población, aquéllas se manifiestan en forma esporádica, son variables en intensidad y ambivalentes en contenido.55 Ante un problema como el de los derechos políticos de los trabajadores inmigrantes, la mayoría de los ciudadanos van desde la indiferencia cotidiana hasta el interés puntual; muchos, por ejemplo, pasan alternativamente de la simple reticencia a la franca hostilidad, según la coyuntura política global o las microinfluencias de su entorno. Las encuestas por sondeos, al encerrar al encuestado en una pregunta determinada, reproducen —en el sentido fotográfico de la palabra— una opinión; en el último de los casos, la "construyen". En realidad, hay inconstancia y hasta inconsistencia de la opinión, al menos cada vez que los sujetos no están directamente implicados. Este fenómeno es decisivo porque abre la posibilidad a los políticos (en interacción con otros líderes de la opinión) de trabajar para una (re) estructuración activa de las expectativas abandonando la actitud de "encargarse" de las mismas. Es inclusive un aspecto esencial del trabajo de comunicación política. Si bien la comunicación política es una preocupación fundamental de los dirigentes, sigue siendo un proceso de muy difícil control.56 La comprensión que los destinatarios hacen del mensaje es una operación psicológica compleja que pone en juego las propias expectativas (o indiferencias), la disposición en el momento de la comunicación y, de manera, más profunda todavía, las lógicas de su imaginario. En suma, "la comprensión 55 Murray Edelman, ob. cit., pp. 3 y ss. Para una crítica de los estereotipos que corresponden al poder de que gozan los políticos en la televisión, véase Jean-Louis Missika y Dominique Wolton, La folie du logis. La televisión dans les sociétés occidentales, París, Gallimard, 1983, pp. 183 y ss. También, con otro análisis, Armand y Monique Mattelart, Penser les medias, París, La Découverte, 1986. 56 nunca es la simple duplicación de la comunicación en otra conciencia".57 Según la teoría de la pertinencia, sólo las informaciones que "no cuesta" demasiado admitir, pueden ser verdaderamente inteligibles. De esto se desprende que los mensajes emitidos a través de la comunicación política no podrían ser oídos de igual manera por todos los segmentos de la sociedad ni tampoco comprendidos exactamente, como lo esperan quienes los pronuncian.58 Es un proceso sin control. El lenguaje de los gobernantes u opositores, cada uno con su propia lógica, insiste constantemente en dos sentidos: proponer proyectos y movilizar los valores. En los dos casos, se trata de estructurar expectativas. Anunciar un proyecto o definir un programa constituye una exigencia insoslayable de todo discurso político. Los políticos en el poder enfrentan un dilema que les es propio. Conscientes de los límites concretos de su capacidad de iniciativa, pueden adoptar un lenguaje prudente para no contradecirse con el balance de los hechos; si aconsejan con insistencia no ponerse objetivos irreales y señalan con energía las dificultades a superar, corren el riesgo de decepcionar, es decir, desmovilizar a los partidarios o —peor aún— motivar a los "soñadores" para que depositen sus esperanzas en otros. Si, en cambio, adoptan una" actitud ambiciosa desmentida por las realizaciones, provocarán escepticismo y burla que la oposición podrá utilizar en contra de los gobernantes. Para escapar al dilema, los gobernantes, con frecuencia, parecen tentados por una actitud diferente. Gracias a los servicios de que disponen, tienen un conocimiento más fino de las grandes y nuevas tendencias del país; tienen una visión más abarcadora respecto de las probables soluciones a los informes más complejos; en suma, están mejor armados, en materia de información, para ver cómo se delinean las tendencias prospectivas. Les compete a ellos reformularlas en términos de un proyecto político, a la vez coherente y voluntarista. Ello supone explicaciones adaptadas, fuertes simplificaciones y, más aún, el brillo de una retórica que dé alma y energía a lo que, sin dicha retórica, sería simple proyección tecnocrática. En la época actual, el tema de la construcción europea, después de la democratización de la enseñanza o la modernización económica, es el banco de prueba privilegiado de dicha estrategia de comunicación. Los opositores están sometidos a lógicas de situaciones diferentes. Quienes tienen vocación de gobierno no pueden anticipar, poco o mucho, su retorno al poder, sobre todo si los períodos de alternancia son relativamente cortos (sistemas bipolares de tipo británico o alemán).59 Se dividen entonces entre una lógica que los conduce a señalar las frustraciones, "marcando" enérgicamente injusticias, desigualdades, ineficiencias, y una lógica preocupada por no decepcionar demasiado, una vez que estén en el poder. Los opositores periféricos, es decir, los contestatarios que no podrán jugar un papel institucional directo, no tienen esa inquietud. Es por ello que les es sencillo apropiarse de las temáticas sin herencia (declarar la revolución, eliminar la utilización nuclear, echar a los inmigrantes); mantener ilusiones en el terreno económico (prohibición del 57 Niklas Luhmann, Qu'est-ce que la communication? Informe presentado en el coloquio "La communication politique. Fondement et nouvelles approches", École nórmale supérieure Ulm, enero de 1988, copia, p. 3. 58 Sobre el problema de las condiciones propiamente lingüísticas de la influencia en la comunicación, véase Oswald Ducrot, Diré et ne pas diré, París, Hermann, 1972, y del mismo autor Les échelles argumentatives, París, Minuit, 1980. E. Goffmann insiste, por el contrario, sobre los condicionamientos creados por las situaciones de interlocución (Fagons de parler, París, Minuit, 1987). 59 Por el contrario, los gobiernos del centro favorecen la formación de mayorías constantes con geometría variable (Francia antes de 1981, Italia). Una alternancia más excepcional permite a la oposición liberar más su discurso, a medida que se aleja la memoria de sus propios balances gubernamentales. despido, aumento general de los salarios...); desplegar libremente los estandartes del idealismo más noble o los de la demagogia más vil. Sin embargo, también ellos experimentan exigencias: las derivadas de las creencias hegemónicas que pueden obstaculizar la inteligibilidad o simplemente la credibilidad de sus propuestas. Así, en los países occidentales, el desarrollo de una información sobre los mecanismos económicos elementales, que utilizan los canales difusos de los medios de comunicación masiva, sin duda ha contribuido a marginar las soluciones milagrosas como "la empresa para los trabajadores" o "derribar la gestapo fiscal" o también "que paguen las bancas". En cambio, desde el punto de vista de una estrategia revolucionaria era lógico formular, como lo hacían los partidos comunistas occidentales, exigencias económicas y sociales populares que sabían imposibles de asimilar por el sistema económico capitalista (o cualquier otro sistema económico); lo hacían con el fin de debilitar la legitimidad del régimen. El lenguaje político no gira solamente alrededor de las nociones claves de "proyecto" o "programa"; moviliza valores 60 y recurre a creencias. Aún en la actualidad, en la era del economicismo y el tecnicismo, los electos más hábiles, frente al electorado, evitan dejarse encerrar exclusivamente en la trampa de la gestión. También se sitúan en el terreno de los grandes principios fundamentales, de las grandes causas morales y políticas. Independientemente de las convicciones personales de los actores, quizás profundas, esta actitud responde a exigencias del sistema.61 El discurso sobre los valores (por ejemplo la igualdad, la justicia, la libertad, etc.) da prestigio a quien lo fundamenta en una legitimidad superior: una autoridad moral que se ubica por encima de las preocupaciones esencialmente políticas. Prestigia también a quienes se dirige puesto que, según ese discurso, se supone que los ciudadanos efectúan su elección basados en grandes móviles: la solidaridad, la justicia social o la defensa de las libertades. Además, el interés de ubicar la competencia política en el terreno de los valores o de las grandes causas (la independencia nacional, la construcción de Europa, la emancipación de los trabajadores) depende de su habilidad. Al prestarse a múltiples proyecciones, expectativas o sueños, permiten "una superación" de los antagonismos concretos de intereses. Por medio de un lenguaje ético que apunte a la unión se podrá lograr el apoyo de electores con intereses distintos, por más que dicho lenguaje esté fundado en malentendidos esenciales (la idea de progreso, libertad o solidaridad no podría ser entendida de la misma manera por las distintas clases sociales).62 Las familias y las agrupaciones políticas luchan con tenacidad para imponer su identificación preferencial a los valores culturalmente significativos. AJ respecto, son importantes los efectos de inercia de las tradiciones ideológicas: la derecha es más creíble63 cuando evoca la libertad (económica) o la responsabilidad; la izquierda, cuando privilegia la justicia o la solidaridad. Así, las luchas ideológicas están marcadas por la preocupación de conservar e inclusive aumentar el "diferencial de confianza" del que goza cada familia política cuando se identifica con normas éticas reconocidas. 60 Los valores pueden definirse como creencias movilizadoras de afectos a fin de legitimar (o estigmatizar) actitudes, opiniones o comportamientos. 61 Francis G. Bailey, "La dirección espiritual o moral en los grupos políticos es un asunto de manipulación de símbolos", en: Les regles du jeu politique, París, PUF, 1971, p. 99. 62 Philippe Braud, La construction de l'institution présidentielle. Informe para el Congreso de la Association francaise de science politique, Burdeos, octubre de 1988, p. 13. 63 Esto quiere decir que el mensaje parece más "pertinente", en el sentido arriba utilizado. Divertir64 La atención que los ciudadanos prestan a sus condiciones de vida, al igual que las expectativas respecto de los poderes públicos, sufren la fuerte influencia de la coyuntura política que impone sus prioridades o distorsiones de interpretación. Podemos definir la coyuntura política como el clima psicosocial creado por los encadenamientos de acontecimientos dignos de consideración y los comentarios que inspiran. Por lo tanto, es un proceso de continua creación (una actualidad excluye a la otra) que se autoabastece, si bien los actores políticos también agregan su cuota de influencia. Al darse ciertas condiciones, los dirigentes fabrican el acontecimiento que focaliza la atención y modifica (al menos temporariamente) la jerarquía de los centros políticos de interés. Conviene además distinguir, al menos en teoría, la dimensión tangible (el acontecimiento reducido al hecho) y la dimensión escénica que amplifica su impacto. Si bien puede ser grande el margen de iniciativa de los políticos en el nivel de la producción del hecho, la orquestación que le confiere su verdadera significación supone la movilización de importantes "recursos" en los medios de comunicación masiva.65 Cuanto más importante sea el actor político, más atraerá la atención, en detrimento de otros acontecimientos dignos de información masiva, es decir que gozará del privilegio de atención derivado de su importancia. Sin embargo, un acontecimiento inesperado (catástrofe natural, crisis internacional) puede desbaratar lo que se había previsto cuidadosamente. A título de ejemplo, recordaremos tres modos de intervención sobre la coyuntura, que pueden ser útiles para reorientar la atención de la opinión pública e inclusive brindarle satisfacciones simbólicas inmediatamente eficaces. Las declaraciones políticas no rutinarias. Hoy, ya no se trata solamente de un discurso parlamentario o de una alocución oficial, sino también de presentaciones en el marco de programas de televisión prestigiosos o populares. Las implicancias y el contenido de la intervención no bastan para focalizar la atención de un amplio público ni tampoco para marcar su impacto sobre la coyuntura. Se requiere un ceremonial que resalte el peso del mensaje creando las condiciones de su (relativa) originalidad. Ceremonial jurídico con todas las formalidades que rodean la decisión del jefe de gobierno de comprometer su responsabilidad; ceremonial escénico de una aparición televisada o una conferencia de prensa presidencial. En el mismo orden de ideas, convendría examinar atentamente los ingredientes necesarios para que el anuncio de una política pública cause el mayor efecto. Ante todo, hacer una evaluación financiera de la manera más detallada posible puesto que es la medida tangible del esfuerzo realizado por los poderes públicos y marca el grado de benevolencia. Globalizar, es decir, acumular en un único dispositivo el máximo de medidas atribuibles al proyecto sin perjudicar su coherencia (los destinatarios asignan más atención a "medidas de conjunto" que a intervenciones sucesivas o puntuales). Elegir el lugar y momento del anuncio. Es interesante buscar asociaciones simbólicas significativas: conmemoración de una obra importante; 64 "Me doy cuenta de que hacer feliz a un hombre es 'divertirlo' de la visión de sus miserias domésticas y ocupar todos sus pensamientos con la idea de que es importante saber bailar bien." Pascal, Pensées, París, Gallimard, 1954, p. 1144. 65 De allí la importancia de las unidades de comunicación en los ministerios, los partidos, etc., y la necesidad de tender sutiles lazos de dependencia y servicios con los profesionales de los medios de comunicación masiva. aniversario de un gran precursor, o, simplemente una inauguración coram populo, con el fin de recibir un tipo de legitimidad democrática directa. El viaje oficial. La seducción informativa surge de las connotaciones siguientes: dinamismo (algo ocurre); personalización (los hechos y gestos del actor, las emociones de la multitud...); ruptura de monotonía (hay discontinuidad en la organización de los ritmos normales de la vida política, puede producirse algo inesperado: episodio feliz o desdichado). El viaje posibilita (re)descubrir lugares exóticos y gente desconocida: pueblito olvidado, país lejano; además, es fuente de beneficios simbólicos particulares para el político cuyas funciones se identifican totalmente con el Estado. En este sentido, los viajes al exterior juegan un papel importante para consolidar una imagen en el orden interno. Las demostraciones masivas. Las manifestaciones callejeras en ocasión de grandes ceremonias de las convenciones partidarias, tratan de imponer una imagen de representatividad y fuerza. El éxito material66 depende, ante todo, del dominio demostrado. Se trata de poner a prueba un control eficaz sobre la mayor cantidad posible de ciudadanos y militantes que demuestran todo su entusiasmo.67 Los desbordes de los manifestantes, después de ordenada la dispersión, desacreditan a los organizadores; de allí que los adversarios traten de organizar provocaciones. Las divisiones internas exhibidas y desordenadas perjudican gravemente la imagen exterior del partido y la autoridad de sus dirigentes. Pero, no podría imponerse un control que avasallara los valores políticos reconocidos. El orden de un desfile militar o la ostensible unanimidad de una convención harán historia, pero los beneficios simbólicos corren el riesgo de ser demasiado negativos en una democracia pluralista orgullosa de sus valores. Por lo tanto, el control debe parecer fundado en un consentimiento no fabricado. El éxito de una demostración de representatividad también depende de la capacidad de provocar efectos miméticos de simpatía. Una manifestación en democracia, no debe dar miedo sino provocar fervor o "bronca" contagiosa. Su dinámica es la búsqueda del mimetismo emocional con espectadores callejeros, miembros del mismo grupo social, fuerzas del orden invitadas a confraternizar. En cuanto a la convención de un partido, prácticamente nunca es lo que los estatutos establecen: órgano constituyente, grado cero de la institución. En cambio, es la celebración litúrgica de una identidad colectiva, que borra momentáneamente diferencias y divergencias para manifestar apoyo, preferentemente con entusiasmo, a los dirigentes consagrados e inclusive al líder carismático. Las múltiples proyecciones de deseos están favorecidas por el escenario de la convención y permiten, en caso de éxito, aumentar el aura de quienes la hayan organizado y luego interpretado. Así se encuentran movilizados, con particular intensidad, algunos ingredientes del trabajo político. 66 Problema relativamente autónomo con respecto al de su orquestación en los medios de comunicación masiva. Véase sobre este tema la distinción entre "manifestación callejera" y "manifestación escrita" hecha por Patrick Champagne, art. citado, p. 334. 67 Sobre el ambiente de los mítines, véase Daniel Schneidermann, Tout va tres bien, M. le Ministre, París, Belfond, 1987, pp. 302 y ss.