mitologías del gobierno representativo

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DEL LIBRO“EL JARDIN DE LAS DELICIAS DEMOCRATICAS”,
FONDO DE CULTURA ECONOMICA, 1ª EDIC., 1993
PHILLIPE BRAUD
MITOLOGÍAS DEL GOBIERNO REPRESENTATIVO
EL MITO es un cuento "explicativo" cuya virtud no reside en su veracidad sino en la
satisfacción de las expectativas emocionalmente marcadas por la angustia del vacío.
Hay que responder al deseo de saber; hay que dominar lo incomprensible o inaceptable
exorcizando las dudas. El mito es un delirio controlado de la razón que apunta a regular
otros delirios socialmente más inaceptables.
La doxa democrática, a diario reactivada por el discurso de los políticos o los medios de
comunicación masiva, produce permanentemente lo mitológico. Con esto queremos
decir que se mantiene un discurso discretamente mágico alrededor de las palabras claves
de la vida política. Su finalidad no es engañar sino edificar, tranquilizar y también
legitimar el modo de gobierno. En efecto, la doxa no apunta a elucidar las situaciones
sino a movilizar las creencias de gobernados y gobernantes.1 Nociones tan cruciales
como la "representación", el "debate democrático", la "decisión política", la satisfacción
de los ciudadanos, están rodeadas de un halo de irrealidad, es decir, tratadas de manera
desnivelada con respecto a un realismo objetivista riguroso.
REPRESENTAR
Al finalizar un escrutinio, los vencedores asumen un nuevo papel. ¿Sobre la base de qué
criterios sus electores los consideraron más representativos? ¿Qué implica el mandato
que se les ha confiado?
La imagen del candidato representativo
En una competencia electoral revisten mucha importancia la buena imagen personal y la
identificación partidaria. La unión de estos dos elementos constituye el perfil simbólico.
Entendemos por ello el sistema de representaciones que impone su existencia en la campaña electoral y que ocupa el lugar de identidad real del candidato, al menos a los ojos
de quienes no lo conocen directamente. Una buena imagen personal se construye a
partir de algunos elementos biográficos capaces de responder a las expectativas de la
mayor cantidad posible de electores. Ser "soltero" o "padre de familia numerosa" no
interesa de manera especial en la competencia electoral. Pero sí interesará si, en un
contexto sociocultural determinado, el celibato connota positivamente una gran
disponibilidad para el bien público, o, por el contrario, un egoísmo epicúreo poco
compatible con la exigencia de abnegación por el interés general.
La fama de "constructor" es valiosa en una coyuntura dominada por el sentimiento
subjetivo de una excesiva carencia de viviendas y equipamientos; pero se volverá contra
1
Ninguna sociedad, ni tampoco la nuestra, podría economizar los procesos de funcionamiento
mitológico. Con frecuencia, el modo de pensamiento occidental ha dado prueba de una superioridad
infundada con respecto a otras culturas, al oponer de manera explícita o no, el imperio de los mitos al de
la lógica racional (Lévy-Bruhl, por ejemplo).
su beneficiario si connota de forma principal mayor gravamen impositivo, incesantes
perjuicios contra el medio ambiente, beneficios inmobiliarios jugosos pero sospechosos.
Ante todo, la imagen personal se construye con elementos sencillos de identidad. El
grado de luz proyectado sobre la persona en el material de campaña está guiado por una
doble exigencia: mostrarse "cerca de la gente", en cierta medida, ser representativo por
identidad, y sugerir cualidades superiores que justifican la confianza. En este estadio, la
buena imagen personal de un candidato no difiere fundamentalmente según los partidos
políticos aun cuando se valoren más la abnegación militante, para la izquierda y el éxito
personal (en la empresa), para la derecha. Esta imagen, en cambio, es más importante
que la identidad real. Por supuesto, no puede contradecirla demasiado sino que debe
embellecerla: las familias siempre son "felices"; los apegos sociales "sólidos"; y aun "en
el exilio", el hijo del país no ha dejado de pensar en su "patria", etcétera.
Vademécum del candidato representativo
Identidad real
Edad
Puntos obligados a
subrayar.
Respeto al pasado.
Soltero, divorciado.
Connotaciones a
valorizar
Entusiasmo,
dinamismo.
Sabiduría,
experiencia.
Ninguna
Sin hijos
Ninguna
Casado con hijo(s)
Conocimiento de los
problemas familiares.
Interés por los
jóvenes.
Conocimiento de los
expedientes;
abnegación por el
interés general.
Discreto pesar por no
tener.
--
Más bien joven
Más bien de edad
Situación
familiar
Profesión
Jerarquía superior (sector
público)
Jerarquía superior (sector
privado)
Eficiencia,
competencia,
pragmatismo
Profesión liberal (médico,
abogado)
Independencia y
responsabilidad;
abnegación por la
gente.
Docente
Capacidad de
análisis; proximidad
con la juventud.
Medios populares
Identificación con las
preocupaciones de los
más desfavorecidos;
Buena disposición al
progreso.
Ninguno
Toma de distancia
con respecto a las
“rutinas
burocráticas”;
víctima (?) del
espíritu burocrático.
Preocupación por el
aspecto humano;
interés por el aspecto
social.
Necesidad de una
visión política, de un
compromiso más
amplio para que la
abnegación sea más
eficaz.
Gusto por las
realizaciones
concretas; rechazo de
los dogmatismos.
Aptitud para manejar
temas complejos;
adquisición de
Local
Origen
Geográfico
y
residencia
Exterior
Situación
económica
Alta
Baja
la proximidad con la
gente. Simplicidad:
Sentido común.
“Soy de los de
ustedes” (discreción)
Discreción
(ninguna) o una
recompensa a un
trabajo perseverante.
Simplicidad,
desinterés
competencias nuevas.
Sólidas relaciones
con el exterior.
Particular amor por la
patria que se eligió.
Modo de vida
sencillo.
Conocimiento de los
problemas “de la
gente”. Declararse
satisfecho.
La imagen personal se construye también con el balance de las “realizaciones” del
candidato. Este elemento es más discriminante en la elaboración del perfil simbólico. Al
respecto, existe un privilegio del saliente, sobre todo si ejerció responsabilidades
directas de gestión, a la cabeza de un ministerio o, mas modestamente, de una
municipalidad. Excepto el caso no común de fiascos evidentes o graves escándalos, es
difícil para los ciudadanos dar una opinión directa acerca de la gestión del saliente y
más delicado aún apreciar qué le corresponde efectivamente de los aspectos positivos
del balance. De esta manera, el privilegio del saliente no consiste tanto en haber podido
actuar sino en haber podido hacerlo saber.2 En este terreno, la desigualdad entre los
salientes y sus oscuros competidores al cargo, es evidente. Nada es más eficaz que, en
calidad de maestro de ceremonias en la vida colectiva, haya una presencia permanente y
pacífica en los medios de comunicación; en cambio, la presencia de los posibles
ganadores es intermitente y orientada a los episodios agresivos. Nada es mejor que una
comunicación política a través de los medios consagrados: televisión, diarios nacionales
o locales; ahora bien, la comunicación de los competidores se apoya en instrumentos
menos "autorizados": aunque estén impresos en papel brillante y policromo, el diario
del candidato, los afiches y panfletos carecerán de cierta respetabilidad. Consecuencia:
si bien los salientes sufren fracasos personales, no son frecuentes. El fenómeno más
notorio en el tiempo es la longevidad política, salvo desórdenes nacionales, que son
cada vez más espaciados... Una buena identificación partidaria constituye la otra
condición indispensable del candidato representativo. La necesidad de clarificar las
condiciones de la elección originó los rótulos de identificación, al mismo tiempo que la
voluntad de disciplinar la vida política. La tendencia moderna a desprovincializar,
acentuó la importancia de las grandes siglas de referencia. Los múltiples fracasos de los
disidentes certifican, en los países más rebeldes a esta disciplina, la fuerza de la
evolución.3
2
"Lo importante no siempre es hacer algo sino considerarse eficiente y activo. La acción no es decisiva
en sí misma para la representación del electo sino el sentido y la imagen que se puede dar de la acción."
Philipe Garraud, Profession: homme politique, París, L'Harmattan, 1989, p. 167.
3
Sería erróneo imputar esa evolución a la ley electoral que, como en Francia, sigue siendo más o menos
igual a la de los hermosos días del parlamentarismo indisciplinado. Y si bien el acontecimiento central de
la elección del presidente de la República es satélite de las elecciones legislativas, la evolución fue
La ambivalencia de una identificación partidaria es evidente en la lógica del sufragio
universal. Surge de la doble naturaleza de todo partido: colector de energías, pero
también divisor de la sociedad global. La investidura de un partido permite conocer a un
desconocido; le confiere un capital de confianza puesto que antes lo eligió la
organización. De entrada, ese partido permite una ubicación simbólica en el eje derechaizquierda, valiosa tabla de salvación para los ciudadanos electores que les evita
infinidad de dilemas insolubles. Cuanto más importante, arraigado, "responsable" es el
partido (es decir, creíble como partido de gobierno) naturalmente la candidatura tiene
más peso. Es el espaldarazo que le permite ingresar al candidato a una carrera política
normal. Pero a veces también es una traba. Los fracasos nacionales del partido, la mala
imagen de su líder recaen desfavorablemente sobre los candidatos que llevan los
mismos colores. Puede entonces surgir la tentación de liberarse de una etiqueta que
pone obstáculos. Sin embargo, los riesgos que se corren son grandes: centrar en el
traidor la responsabilidad de otras deserciones, distorsionar en el público el perfil
simbólico construido de a poco. Por lo tanto, los cambios de etiqueta no son habituales.4
La función de "tutor e intérprete"
Por una serie de equivalencias familiares a toda vida democrática, al día siguiente de
una elección, quien se dirige a sus conciudadanos dejó de ser un simple individuo para
pasar a ser el intendente y, a través de él, la ciudad; o también el ministro, autoridad del
Estado y palabra de Francia. Todo electo se esfuerza por imponer el juego de
metonimias sagradas. Todos los representantes (que se callan) hablan a través de él:
"Los habitantes de Lila saben bien que..."
"Francia decidió..."
De esta manera, aun cuando el electo fue votado por una franja de electores, no por ello
deja de suponerse que expresa la voluntad del conjunto de los habitantes de la
circunscripción.5 Esta retórica, aceptada y generalizada por los representantes de manera
unánime, merece que nos detengamos en su aspecto mágico, es decir, exterior a las
normas del pensamiento lógico riguroso. Evidentemente, es imposible que todos los
habitantes de Lila tengan exactamente el conocimiento que se les asigna sobre el objeto
de debate; es más problemático aún suponer que existe una voluntad única para una
masa de individuos tan grande y heterogénea como es el conjunto de ciudadanos de un
país. ¿Qué decir entonces de la referencia a una persona moral: la región, el Estado, el
país? Al respecto, Pierre Bourdieu observa agudamente: "Porque el representante existe
y representa (acción simbólica) el grupo representado, simbolizado, existe y a su vez
parecida en Gran Bretaña y Alemania Federal, en España e Italia, con sistemas institucionales diferentes.
Dejando de lado desfasajes cronológicos, a veces importantes...
4
Véase en Gran Bretaña, sin embargo, las condiciones para la formación de la "Alianza" en 1981, o en
Francia, las migraciones de los cuadros RPR hacia el Frente nacional, favorecidas por las perspectivas que
ofrece la introducción de la representación proporcional, en 1986.
5
"Es la impostura legítima", el esfuerzo simbólico que hace que el simple portavoz de una mayoría se
convierta en el pueblo mismo "en el sentido en que todo lo que él dice es la verdad y la vida del pueblo."
Pierre Bourdieu, "Délégation et fétichisme", en: choses dites, París, Minuit, 1987, pp. 192-194.
hace existir a su representante como representante de un grupo".6 Detrás de un concepto
como el de Estado, hay una realidad bien concreta pero inaccesible a una designación
directa: se trata de una red de interacciones codificadas entre individuos que se influyen
recíprocamente con recursos desiguales. Ésta es una definición muy alejada de las
connotaciones emocionales que sugiere la palabra Estado en el lenguaje de sus
representantes. Al hacer hablar a los silenciosos (o dicen otra cosa...), al proclamarse
intérprete autorizado y legítimo de personas que no necesariamente lo votaron, al
invocar una voluntad colectiva sin consistencia psicológica concreta, el representante
obedece a exigencias estratégicas precisas. La primera es fortalecer el vínculo de
representación, despertando el interés de los ciudadanos a través de alguien que los
valora (si es hábil): "Los electores sabrán desbaratar la grosera trampa. . .", crédito a la
inteligencia; "No quedarán indiferentes a las desigualdades que...", crédito a la
sensibilidad; "Ya no soportarán más que...", crédito a la voluntad, y hasta virilidad.
Privados de posibilidades de expresión pública (aunque sólo sea por causas técnicas) y
la mayor parte del tiempo como espectadores pasivos de la vida política, se enteran de
que saben aun cuando no sepan, que desean o exigen aun cuando no hayan pedido nada
a nadie. Esta generosidad en mostrar nuevas expectativas (siempre legítimas), creencias
(siempre con la marca de la grandeza moral), tiene como objetivo suscitar una forma
sutil de gratitud y apego que implica un favor a cambio.
La segunda exigencia estratégica consiste en montar un dispositivo simbólico de
protección frente a los competidores. La batalla por la representatividad es permanente
en la vida política democrática. En el nivel de su circunscripción, grande o pequeña, el
electo trata de asegurarse la tendencia al monopolio de la palabra legítima. Al dirigirse a
los electores, en esencia les dice: "Ustedes son yo mismo", queriendo significar a los
rivales que: "Cuestionarme es cuestionar al pueblo". Es por ello que sus puntos de vista
se presentarán como evidencias compartidas por los representados: criticarlos será
criticar al conjunto de los electores, atacar sus convicciones sociales y políticas. Este
proceso banal de desaparición pública del individuo detrás del personaje del mandatario
origina una presión psicológica particularmente intensa si se trata de cargos nacionales
de relieve.7 Se trata de la sobrecarga de función; es decir, el peso de las exigencias del
estatus simbólico sobre la espontaneidad individual, tanto intelectual como emocional.
Este fenómeno, por lo general olvidado, se considera de poca importancia o
simplemente anecdótico. En la realidad, tiene incidencias concretas en el estilo de
comportamiento de todos los actores de la vida política y, en consecuencia, en la manera
de llegar al imaginario de sus conciudadanos. El acceso a la carrera política profesional,
al día siguiente de una victoria electoral decisiva,8 significa una mutación de las
percepciones del entorno. Al placer de la victoria, se suma el sentimiento eufórico y
perturbador de una modificación de las referencias rutinarias. En medio de las
felicitaciones de los militantes, de los amigos personales o de los colegas de trabajo, se
insinúa una pizca de deferencia. Paralelamente a esta modificación de la actitud del
entorno, cuya incidencia sobre las actitudes del electo no debe desestimarse, el nuevo
estatus institucional y simbólico permite una entrada directa —es cierto que como
6
Ibid., p. 186.
El mandato puede existir también sin sufragio universal y ser resultado de circunstancias excepcionales.
Por ejemplo, la declaración de Charles De Gaulle: "El hecho de encarnar... la imagen de una Francia
indomable, en los momentos de prueba iba a guiar mi comportamiento e imponer a mi personaje una
actitud que nunca más podría cambiar. Para mí, fue continuamente una valiosa tutela interior, pero al
mismo tiempo un pesado lastre". Mémoires de guerre, París, Plon, 1954, tomo 1, p. 239.
8
Es decir, la obtención de un cargo de tiempo completo y con la remuneración correspondiente.
7
principiante— a los circuitos de influencia hasta ese momento fuera de su alcance. Todo
ocurre como si el personaje del representante debiera absorber por capilaridad
progresiva, la modesta humanidad del individuo. Esta mutación, aunque preparada
durante mucho tiempo, esperada o vagamente temida, no se realiza sin consecuencias.
Las ambigüedades de identidad, bien perceptibles en el nuevo intendente, el nuevo
diputado e inclusive el nuevo presidente, son contrarrestadas por un aumento escrupuloso en el "cumplimiento de todos los deberes del cargo", especialmente en el respeto de
las formas. También los electos de larga carrera política aceptan de buena gana los
rituales de iniciación, las ceremonias y usos de entronización y adoptan casi todas las
convenciones vigentes en materia de vestimenta y lenguaje. Cuando, en forma
excepcional, prevalece una actitud de rechazo (siempre parcial), con una especie de
violencia provocadora, no es más que la revelación de conflictos internos entre la
identidad "de antes" y "después". No sólo el nuevo electo sino también sus colaboradores más abnegados deben efectuar un aggiornamento, de momento cubierto por la
ebriedad de la victoria. Llegar a ser "responsable". Su traducción política es una
moderación relativa de los discursos y la adopción de nuevas aptitudes que apunten a
frenar las impaciencias de la base, militante o electoral. La elección democrática es
portadora de una doble presión: psicológica, sobre los individuos inmersos en un mundo
que tiene sus reglas y usos; institucional, sobre las agrupaciones políticas que, en el
Parlamento, se encuentran constantemente reguladas por disposiciones jurídicas.
El arraigo en la carrera de representante conduce a internalizar más la "función"
institucional en detrimento de la identidad profesional o militante. Si bien,
cuidadosamente, se trata de no confesarlo a los electores, las connivencias de oficio
existen y unen sólidamente entre sí a los políticos experimentados, más allá de las
divisiones partidarias. Esto tiene consecuencias políticas fundamentales, en especial en
la instalación de una autorregulación de los enfrentamientos públicos. Como regla
general, se asigna un claro privilegio simbólico a la calidad de representante del pueblo,
por encima de los demás papeles sociales asumidos por un mismo individuo. Un
banquero-diputado, que sigue siendo banquero a la vista de todos, pone en peligro su
reelección e inclusive su propia legitimidad; los fracasos en elecciones con sufragio
universal, de grandes empresarios de la prensa, a pesar del apoyo decisivo con el que
aparentemente podían predominar, demuestran la jerarquización de los estatus.9
Por las mismas razones, en un partido de masa, existe un conflicto potencial entre las
lógicas más puras y duras de los militantes y las más ecuménicas y pragmáticas de los
electos. Esta contradicción constituye el telón de fondo de una gran parte de la historia
parlamentaria de los partidos populistas y socialdemócratas. En los partidos comunistas,
dicha contradicción aclara muchas medidas drásticas adoptadas por el aparato:
procedimientos muy controlados de designación de los candidatos, perfiles obreros de
las candidaturas seleccionadas, renuncias en blanco y entrega al partido de una fracción
importante de su dieta. Frente a su experiencia como militante y a los demás militantes
que están cerca de él, el electo siente con claridad haber adquirido una visión más
amplia y explorado horizontes más vastos. Además, su estatus institucional le permite
acceder a informaciones más ricas, encontrar personalidades más importantes, afrontar
los aspectos insospechados de los asuntos a tratar. Consciente de la superioridad que le
da mejor visión de conjunto, puede, dentro de su partido, dudar entre dos actitudes:
9
Hay que señalar la excepción, en Francia, de un Marcel Dassault. El diputado de Oise se había ganado
un espacio por clientelismo, pero no ejercía realmente su mandato político, por estar totalmente ausente
de los recintos parlamentarios.
asumirla plenamente corriendo el riesgo de aumentar la distancia que lo separa de los
militantes (lo que a su vez puede provocar una agresividad envidiosa o el alejamiento
por desmovilización); callarla con pudor o minimizarla con modestia10 esperando
proteger la solidaridad con la base y escapar a la desconfianza inquisidora de los
elementos más radicalizados. En la realidad, los electos utilizan poco o mucho las dos
posibilidades, pero un líder totalmente consagrado se volcará cada vez más hacia la
primera actitud que origina deferencia y conductas palaciegas.11
La "expansión del Yo" que resulta del deslizamiento desde la identidad individual hacia
el estatus institucional y simbólico de "representante del pueblo", podría desembocar en
verdaderos delirios de identificación neurótica. . . con todo el grupo, su destino y su
historia. Por otro lado, el fenómeno es claro en ciertos sistemas dictatoriales donde el
guía supremo está en situación de perder una tras otra todas las referencias capaces de
recordarle la diferencia entre su pensamiento y voluntad con respecto a los de sus
súbditos o su partido. El control directo de los medios de información social existente
no deja lugar a la expresión de opiniones disidentes, es decir diferentes. El surgimiento
de dictadores locos no se explica primero por predisposiciones individuales
megalomaníacas sino por esta lógica institucional que los va desprendiendo de todas las
referencias independientes, de toda inserción en la realidad.12 En la democracia
pluralista, existen frenos para impedir la confusión de la equivalencia latente: voluntad
individual = voluntad colectiva. Los más importantes son las incesantes críticas de la
oposición, los fracasos electorales personales y los cambios de mayoría. Sin embargo,
pueden desarrollarse enclaves totalitarios de forma local. Un poderoso clientelismo
fortalecido por la acumulación de cargos, una decisiva influencia sobre los periodistas
de la prensa local (escrita y oral), complejas connivencias de intereses con los grupos
económicos de decisión o los líderes de opinión, todo ello puede crear un microcosmos
favorable al desenvolvimiento de inquietantes tendencias patológicas, aun cuando la
integración en el espacio político nacional ofrece algunas últimas protecciones.
DEBATIR
Se trata de una forma de competencia que pertenece al universo de las luchas
simbólicas, es decir —en una primera aproximación— a esa categoría de conflictos que,
en oposición a los enfrentamientos físicos, incluyendo la lucha armada o la competencia
económica, se nutren con el arma del lenguaje que tiene por principal objetivo la
imposición hegemónica de "representaciones de lo real", emocionalmente connotadas.
En el centro de la competencia democrática, aparece esa palabra mágica, de
extraordinaria popularidad en la clase política: el debate.
10
De allí la importancia, en algunos partidos, de signos como el tuteo, la afectación gestual como
demostración de calor humano o de camaradería militante. Podría verse aquí una forma particular de lo
que Goffman llama los "intercambios reparadores", en: La mise en scéne de la vie quotidienne, París,
Minuit, 1984, tomo n, p. 147.
11
"No se puede gobernar durante tanto tiempo (siete años) sin llegar a experimentar un indecible
complejo de superioridad, sin caer en las agradables voluptuosidades del narcisismo." Philippe
Alexandre, Paysages de campagne, París, Grasset, 1988, p. 167.
12
Figura ideal típica, el emperador Calígula era, antes de gobernar, un joven inteligente, según testimonio
de Suetonio.
El debate de ideas: lo que excluye
La importancia del debate consiste en que toma el lugar de la violencia física como
modo de enfrentamiento entre los rivales. En democracia, se conversa (con los amigos),
se negocia (con los socios), se polemiza (con los adversarios); pero no se usa la coerción
para triunfar. En los lugares donde la cultura democrática tiene largo arraigo, las
transgresiones de ese tabú son muy insignificantes. En la casi totalidad de los casos, no
involucran a los candidatos sino a los seguidores demasiado apasionados. Más aún, el
poder de coerción del Estado se encuentra algo limitado por disposiciones
constitucionales, legislativas y reglamentarias relativas a la inviolabilidad de los
representantes, o a las inmunidades que les corresponden. El Código electoral francés
protege a los candidatos durante la campaña y les asegura una cantidad de derechos
(artículo L 110). Sin embargo, aparece la inevitable contrapartida del tabú de la
violencia física: la violencia compensadora de los enfrentamientos verbales. Se trata de
destruir con palabras rimbombantes, asesinar con frases insidiosas; se tratan mutuamente de "facciosos" aun cuando no existen bandas armadas. Dirigidas contra el enemigo,
las heridas de lenguaje aquietan las frustraciones de los militantes. Es por ello que, a
pesar de las legislaciones relativas a la injuria o ultraje, la violencia verbal llega a su
verdadero límite en el umbral a partir del cual dicha violencia provocaría el paso a la
violencia física. Nada es más relativo que la noción de ultraje; la jurisprudencia de los
tribunales demostró flexibilidad al tomar en cuenta la evolución de las mentalidades.
Las tensiones de la época colonial, las cuestiones raciales, las fases agudas de los
conflictos sociales exigen una particular autolimitación de la palabra. Además, es
necesario que las agrupaciones extremistas queden condenadas a la impotencia para que
la democracia pluralista acepte sus excesos de lenguaje. Estos pueden jugar el papel de
"absceso de fijación" de una potencial violencia física o bien constituir el detonante de
una vasta explosión social.
En teoría, el debate de ideas está protegido no sólo de las presiones coercitivas del
Estado sino también de las lógicas mercantilistas del dinero. En la lucha por la
representatividad, los candidatos supuestamente se enfrentan en igualdad de condiciones
para esclarecer al pueblo soberano y facilitar su elección, llegado el momento. Los
simpatizantes no se compran como mercaderías, excepto si se desnaturalizan los
principios fundantes de la legitimidad democrática. La adhesión electoral y política no
podría conseguirse sino a través de la persuasión racional seguida de la convicción. Sin
embargo, merecen al menos examinarse brevemente el estatus del dinero y de las
lógicas mercantilistas en el debate democrático.
La promesa electoral. Es el género discursivo al que obedecen necesariamente los
candidatos porque lo exige la situación. Está permitido prometer "un futuro mejor" o
"una sociedad feliz". También se permite anunciar resultados en la lucha contra la
desocupación, comprometerse en disminuciones fiscales, proclamar ayudas públicas. En
cambio, están penadas "las promesas de donaciones, favores, empleos públicos o
privados u otros beneficios particulares con vistas a influir en el voto" (Código electoral
francés, art. 106). Es fluctuante la frontera entre las prácticas consideradas legítimas o
ilegítimas, entre el clientelismo tolerado y la corrupción condenada. Dicha frontera es
un motivo de debate político y encuentra soluciones contrastantes según los países, e
inclusive las regiones o ciudades de un mismo país.
El financiamiento de los partidos y sus actividades. En las democracias occidentales, a
pesar de que existen legislaciones con distintas exigencias, se ha generalizado la falta de
transparencia sobre el origen, naturaleza, importancia de los recursos financieros de los
partidos. ¿Por qué? La primera razón es la gran disparidad de los medios financieros.
Esto avasalla directamente un principio fundante de la democracia política, según el
cual la confrontación de ideas y la competencia de las familias ideológicas deben ser
igualitarias. Como es delicado establecer una competencia pura y perfecta, se prefiere
echar un discreto velo sobre este ataque a los principios; sobre todo, en los países con
una visión menos pragmática y más ideológica de la democracia. La segunda razón está
ligada al hecho de que los recursos financieros más importantes13están vinculados al
ejercicio del poder (en el plano nacional o municipal) o a la anticipación de un acceso al
poder. Estos recursos son, entonces, "inconfesables" debido a los principios que fundan
la supremacía del debate de ideas en la democracia sobre cualquier otra forma de
confrontación.
El debate de ideas: lo que construye
Si bien las políticas justas son, a veces, atacadas porque se perciben como
"enfrentamientos estériles", y periódicamente se critica la "degradación del debate", éste
sigue conservando en la vida social una notable preponderancia escénica sobre los
demás tipos de polémicas. Así lo demuestran los diarios de información, con la
presentación que hacen de él y los diarios televisados, con las formalidades que lo
rodean. En la escala de valores de los medios de información, las disputas filosóficas,
doctrinarias y literarias o las controversias deportivas se ven relegadas a un plano de
dignidad sutilmente inferior. De manera inversa, si se politizan, se asegura la máxima
repercusión.14
El debate de ideas en el escenario político debe entenderse en un sentido muy amplio.
En el nivel más alto, incluye la confrontación de proyectos de sociedad y de programas
de acción basados en análisis dotados de un mínimo de amplitud y coherencia. Éstos
toman la forma de alegatos justificativos o críticas a las políticas seguidas; implican una
definición de los objetivos a alcanzar, una formulación de las orientaciones a adoptar
con el fin de "controlar el futuro". El debate de ideas también puede tomar la forma más
modesta —y mediocre— de una polémica cotidiana: la "discusión" parlamentaria en el
caso de los debates legislativos, el cuestionamiento público de las diferentes posiciones
tomadas frente a hechos coyunturales, y, por supuesto, el intercambio de argumentos,
sofisticados o simplistas, que forma la trama de toda campaña electoral.
A través de la permanente confrontación de ideas centrales e ideas pobres, análisis
originales y estereotipos repetidos, se produce la invención de lo político, es decir, la
"producción de lo real" según las lógicas del campo político. Un conjunto de conceptos
y símbolos tomarán sentido, permitiendo a los actores posiciones fijas y referencias:15
siglas de los partidos, proyectos de sociedad y programas, palabras indicadoras de
13
Donaciones de grupos profesionales, comisiones "sugeridas" a las empresas que firman negocios
públicos, fondos secretos, actividades lucrativas, ayudas externas "blanqueadas" por intermediarios. En
los grandes partidos, no son las cuotas de los militantes.
14
En Bizancio, en Europa y hasta en las monarquías del Antiguo Régimen, las controversias teológicas,
filosóficas o literarias podían llegar a sacudir las bases mismas del poder político.
15
Dan Nimmo y J. Combs, Mediated Political Realities, Londres, Long-man, 1983, pp. 3 y ss.
filiación, las referencias a los grandes hombres, grandes acontecimientos o grandes
obras. El debate de ideas, alimentado permanentemente por las confrontaciones de
análisis, estructura un espacio ideológico que hace posibles y visibles las respectivas
posiciones de los candidatos al poder. Las incesantes reproducciones de
enfrentamientos, a través de los cuales se establece la demarcación de fronteras
relativamente estables (entre "ellos" y "nosotros", mayoría y oposición, aliados posibles
y enemigos irreductibles), contribuyen a la imposición hegemónica de una escala única
de clasificación, que tiende a reducir las dimensiones. En numerosos países europeos es
la escala derecha-izquierda. Pero la construcción del campo político por el debate de
ideas no se reduce, por supuesto, a una permanente confrontación. El discurso de los
actores está poblado por un conjunto de señales de identificación y reconocimiento,
exigido por el funcionamiento del sistema político. Pueden recapitularse en cinco
planos. El debate de ideas construye "la realidad" de la vida política no sólo a través de
las lógicas de enfrentamiento que lleva intrínsecamente en él, sino también a través de
las convergencias que implica la noción misma de debate. Entrar en el debate democrático como interlocutor total, significa adoptar un lenguaje común, si no sobre el fondo
de las cuestiones tratadas (los famosos "diálogos de sordos" de la vida parlamentaria), al
menos sobre las fronteras de lo político. El tema de debate permite individualizar la
esfera de lo político con respecto a las esferas de lo "económico", lo "social" o también
lo "privado". Se trata de una fluida profusión de situaciones, problemas, elecciones a
efectuar, cuyo rasgo común es solamente que pueden ser utilizadas por los actores
políticos. Nada es intrínsecamente político, todo puede llegar a serlo. La inflación, por
ejemplo, sigue siendo un problema puramente económico mientras que las fuerzas
políticas presentes no la integren en sus estrategias de enfrentamiento con sus adversarios, o mientras no instalen en el público la representación según la cual la misión de los
gobernantes es ocuparse de ella. De la misma manera, las cuestiones demográficas, la
religión, el medio ambiente, la protección de la salud, etcétera.
Nivel
considerado
Institucional
Ético
Político (stricto
sensus)
Jerárquico
Exigencias del sistema
político
Léxico (ejemplos…)
Crear conceptos-referencias
que permitan asignar a unos y
otros un lugar visible en las
instituciones.
Movilizar valores que hagan
posible la legitimación (de sí
mismo) y la estigmatización
(del adversario)
Mayoría/oposición.
Oposición parlamentaria/
oposición extraparlamentaria.
Democracia.
Demócratas /fascistas.
Progreso social.
Progresistas/reaccionarios.
Libre empresa.
Liberales/colectivistas
Nacionalizaciones/privatizaciones
Defensa atlántica/defensa europea
(*caso europeo)
Imponer las reglas de juego
con respecto a las cuales los
actores deberán tomar partido
para dar un contenido al
pluralismo.
Expresar la desigualdad de las Líder de un partido/dirigente de
capacidades movilizadoras de una corriente.
los actores.
Estratégico
Coalición/grupo.
Doctrina/programa/objetivos.
Comunicar
las
alianzas Frente…
(llevadas a cabo o deseadas) Unión …
con vistas a enfrentamientos Alianza…
electorales o parlamentarios.
La iniciativa aislada, llevada a cabo por actores marginales del escenario político, no es
suficiente para asegurar la traducción de un problema de la sociedad a un problema
político. Es necesario que haya un acuerdo de los grandes actores o bien una imposición
hegemónica.16 Las fuerzas suficientemente poderosas obligan a sus adversarios a tomar
partido. ¿Quién se preocupaba, en los años setenta, de los "deterioros del progreso" o de
las desigualdades sociales entre los sexos? En toda Europa occidental, fue un movimiento suficientemente afirmado el que obligó a las agrupaciones políticas a apropiarse
de esos temas para formular su posición renovando las condiciones de sus
enfrentamientos. El posterior debilitamiento de los movimientos sociales portadores de
esos temas hace que algunas de las estrategias puestas en juego tiendan a alejarse —
parcial y subrepticiamente— del campo político.
El debate de ideas: lo que esconde y regula
En la vida democrática, el debate de ideas no tiene, ni tuvo nunca, la gran importancia
que con frecuencia le asignan sus actores. Más exactamente, no la tiene por razones que,
aparentemente, lo justifican. En el sentido estricto de la palabra, el debate de ideas es
una confrontación de análisis que supuestamente informa a los ciudadanos sobre las
argumentaciones presentadas, es decir, sobre la validez técnica, política o moral de los
objetivos propuestos. Las encuestas efectuadas luego de grandes debates televisados
muestran que el objetivo declarado sólo alcanzó a una limitadísima cantidad de
individuos. Simpatizantes y militantes adhieren estrictamente a la causa de su campeón;
viven a través de él un combate cuyas armas son las palabras. Los otros, escépticos,
indiferentes o curiosos se ubican de entrada frente a un espectáculo, excepto una
audiencia mínima directamente involucrada (periodistas, mandatarios de grupos de
intereses, altos funcionarios, sindicalistas y, por supuesto, las categorías
socioprofesionales que, según el caso, sean materia de discusión). En la memoria de la
mayoría poco queda de los argumentos racionales expuestos; en cambio, sí quedan las
impresiones sobre el ritmo del debate (momentos animados o aburridos), el tono de los
protagonistas (agresivo o conciliatorio), los puntos "hechos" al adversario, etcétera.
Sin duda, la prensa escrita es el medio más adecuado para la exposición de ideas, la
presentación de argumentos racionales. Sin embargo, este espacio es muy reducido en la
16
De allí que un no profesional de la política, perdido momentáneamente, se rebele. "Los políticos
deberían escuchar y animarse a hablar. En lugar de hacerlo, todo el mundo evita delicadamente los
problemas de fondo. ¿Qué se entiende sobre el tema de la supranacionalidad, la moneda única, la
reubicación de Alemania, la situación de Europa, la realidad de un verdadero gobierno europeo, los
problemas de educación, el precio que tienen que pagar los franceses para acceder a Europa?... No puedo
contenerme ya que. desde hr.ce un mes. me siento un objeto decorativo." Reportaje a Jean-Louis Bórico,
segundo en la lista Veil para las elecciones europeas de junio de 1989 y abogado. Le Monde, 25 de mayo
de 1989.
prensa diaria regional o nacional de público popular. Podríamos interrogarnos acerca de
las funciones exactas de las presentaciones (y comentarios) de debates políticos en los
diarios más exigentes, acerca de la calidad de la información. Después de todo, una
teoría nunca es derribada totalmente por otra, ni un análisis destruido por los
argumentos contrarios, siempre que sean eficaces los mecanismos de defensa de las
creencias políticas sobre las que se basan. Puede ocurrir que una teoría desvanezca por
progresiva deserción de sus simpatizantes que han dejado de encontrar en ella un
instrumento de manejo de la realidad; o también que un análisis dominante decline
porque la relación de fuerza17 es más desfavorable en las grandes maquinarias de
producción y reproducción de los sistemas de opinión (escuela, prensa, agrupaciones
políticas, organizaciones sociales y profesionales, aparato del Estado, etc.). Al respecto,
es instructiva la historia de los últimos treinta años sobre las ideas que cayeron en
desuso: el análisis marxista de la revolución, la planificación indicativa, la controversia
sobre la supra-nacionalidad, etcétera.
Existe una dualidad fundamental presente en el género "debate político": la que opone
el estilo erudito y el estilo ético. En el primero, economicista y frecuentemente
pragmático, los representantes se inclinan por el uso de balances y perspectivas fundamentadas en cifras: financiamientos de equipos, construcción de viviendas,
rendimientos en el nivel de grandes equilibrios comerciales o monetarios, etc. Expertos
infatigables o bien serios consumidores de informes, tienen un concepto concreto de la
eficacia política. En los debates, prefieren dedicarse al trabajo pedagógico de
explicación, a la argumentación especializada.
Esta modalidad de discurso tiene como efecto simbólico esencial construir y asegurar,
para los ciudadanos profanos, la imagen de un sujeto que sabe y puede, frente a la
demagogia, incompetencia e irresponsabilidad de sus adversarios. No sólo hacen gala de
un "lenguaje racional" sino que también demuestran pasión, al barrer las charlatanerías
e imponer su seriedad, al vencer los hechos mediante otros hechos; en resumen, al
asegurar el triunfo de la (su) capacidad. A esta manera economicista y "racional" de
debatir, se opone otro tipo ideal: el estilo moralizador o ético. En este caso, el acento se
pone más sobre las creencias a movilizar que sobre los informes a defender. La
capacidad específica de esta categoría de políticos se sitúa en la aptitud de manejo de
simbologías eficaces, en contra de sus adversarios; consiste en anexar las grandes
palabras culturalmente atractivas (democracia, derechos humanos, justicia), revestir
otras grandes palabras con connotaciones valorizantes (revolución, socialismo, Europa,
empresa), imponer representaciones de la realidad que favorezcan su imagen y
desfavorezcan la de sus adversarios. . (una "desocupación insoportable" versus "una
erosión limitada del empleo"). Por encima de todo, en este tipo de debate, se despliega
un insistente llamado a los valores, es decir a las creencias con perceptible carga emocional, cuyo modus operandi es legitimar o estigmatizar actitudes, opiniones y
comportamientos. Los valores de libertad e igualdad, de patria o progreso, de justicia
social y fraternidad son demasiado fluidos desde el punto de vista estrictamente
cognoscitivo de sus contenidos intelectuales. Lo que constituye la dinámica propia de
esas grandes palabras es el impacto emocional que revisten e inclusive el choque que
despiertan en fracciones significativas de la población. En efecto, hay que dar seguridad
17
Cantidad y autoridad de los períodos.
y hacer soñar a los ciudadanos.18 El debate de ideas en el escenario democrático, en
definitiva, cumple tres funciones esenciales:
• Dar un marco de respeto al enfrentamiento político. La competencia política está
fundada en la codicia del poder, por lo tanto debe ser ennoblecida por idealizaciones (en
el sentido psicológico de la palabra). La cultura occidental sitúa en la cima de la actividad humana a las conductas de la razón, por lo tanto es natural que la política sea
"consagrada" por el debate de ideas; de manera recíproca es legitimada por una protesta
constante contra la "degradación" de dicho debate, como si hubiera existido una edad de
oro durante la cual esa competencia hubiera estado reservada a príncipes de la
inteligencia entregados a la búsqueda del Bien público.19
• Regular los riesgos de caída en el terreno pasional. Como los actores políticos, para
movilizar adhesiones, recurren prioritariamente a los efectos arcaicos de los individuos,
a sus angustias y deseos de ilusiones, existe un serio riesgo de exageración capaz de
exacerbar los antagonismos, desencadenar la violencia e inclusive arrastrar a todo el
sistema democrático. Las dificultades de la implantación del pluralismo en los países
autoritarios lo demuestran perfectamente: sin la automoderación de los competidores,
como el caso de Polonia de Walesa o Checoslovaquia de Havel, la empresa de la
democratización afronta serias dificultades (Corea del Sur, 1988) o sangrientos fracasos
(Chile, 1973). En una coyuntura normal, el debate de ideas induce a una sensible
moderación del uso de las pasiones. Limitado al terreno de las palabras, otorga amplio
espacio a las presentaciones racionales y las argumentaciones lógicas; es "organizado"
por líderes con el fin de evitar los temas que dividen demasiado las adhesiones
electorales; por último, pone mucho en práctica "la abstracción", es decir, que privilegia
los objetivos que son difíciles de identificar con claridad.20
• Facilitar la identificación de las relaciones de fuerza entre rivales. En el seno de un
partido, las rivalidades de personas y clanes en torno de las encrucijadas de poder son,
naturalmente, inevitables. Más todavía: aunque se niegue enérgicamente, ocupan el
primer plano de importancia.21 En efecto, una visibilidad excesiva en el escenario
partidario es un factor de debilidad que contradice la representación del partido como
una fuerza unida, preocupada exclusivamente por la búsqueda del Bien público. Por
mítica que sea esa representación, no deja de tener una valiosa capacidad de
movilización y, por lo tanto, conviene preservarla. El debate de ideas va a permitir,
pues, ocultar las rivalidades personales y las luchas por el poder detrás de la necesidad
de "conversar" las opciones, el programa o la doctrina del partido. Es una válvula de
18
Philippe Braud, L'influence de la compétition électorale sur la cons-truction du mythe présidentiel,
tercer congreso de la Association francaise de science politique, Burdeos, 1988, pp. 11 y ss.
19
Véase al respecto, la función desempeñada durante mucho tiempo por la historia (embellecida) de la
ciudad antigua, sobre todo a fines del siglo xix, en Alemania, Francia e Italia.
20
"Denunciar el colectivismo", "romper con el capitalismo", son proyectos marciales pero no susceptibles
de desencadenar desórdenes inmediatos; en cambio, el antisemitismo o el racismo explícito designan
grupos determinados a la vindicta pública. Por eso son infinitamente peligrosos.
21
Ejemplo de "saber cómo" en este terreno: la declaración del número dos de un gran partido, amenazado
de perder su lugar, cinco meses antes de la convención. "Grand oral", Liberation, 16 de octubre de 1989.
"Es una mediocridad plantear los problemas políticos en términos de personas..." (negación ritual y
generalizada en todo discurso político de competencia). "No tengo el perfil de santa Blandine lista al
sacrificio..." (utilización de un silogismo contraste. Es evidente que no soy santa Blandine; ahora bien, ese
personaje es la figura misma de la docilidad; por lo tanto no pueden reprocharme mi resistencia...). "No
siento tanta estima por mi persona para creer que toda la convención deba girar en torno mío..." (protesta
de modestia que permite proclamar su desinterés en el esfuerzo desesperado por conservar su puesto).
expresión para los militantes de base y una fuente de información para los máximos
dirigentes y demuestra, con todo brillo, la aceptación del "funcionamiento democrático"
por parte de todos. Pero lo esencial será lo que el debate revele acerca de la evolución
de las relaciones de fuerza: por un lado, la elección de los temas debatidos; por otro, el
estilo de las interpelaciones y testimonios y, por último, eventualmente, los resultados
respectivos de las mociones rivales en congreso.
DECIDIR
El objeto legítimo de las consultas electorales en el sistema pluralista consiste en dar la
palabra al pueblo para que éste decida entre los diversos candidatos y partidos políticos
que solicitan sus sufragios. No se trata de una simple elección de equipos o personas.
Todos subrayan cuidadosamente lo que los separa: tienen objetivos particulares,
programas diferentes y hasta proyectos de sociedad incompatibles. Por lo tanto, las
agrupaciones políticas anteponen generalmente un voluntarismo vigoroso. Gobernar es
decidir.22 Esta "evidencia" plantea dos preguntas fundamentales.
1. La lógica democrática postula que las consultas electorales influyen en las políticas
seguidas por los gobiernos. ¿Esto se verifica? Bruno Jobert y Pierre Muller escriben:
Para resolver esta cuestión, se ha intentado dos tipos de enfoques: un enfoque que
compara los resultados de diferentes Estados según estén dominados por tal o cual tipo
de agrupación política y enfoques nacionales que evalúan el impacto de la alternancia
gubernamental.23
Al analizar las conclusiones resultantes, los autores observan que ellas "sugieren una
escasa contribución de los partidos en la construcción de las políticas públicas".24 No
existen relaciones directas entre la composición partidaria del gobierno y los
indicadores de rendimiento económico: empleo, moneda, comercio exterior, ahorro e
inversión; por el contrario, se ponen en evidencia (en particular a través de los estudios
de R. Rose respecto de Gran Bretaña) las dependencias de los gobiernos con respecto a
las pesadas tendencias de la economía. Se verifica que las leyes importantes, en su
mayoría, no salen de los programas electorales, sino de los servicios administrativos en
los que predomina el peso de los expertos. Como lo señalan Bruno Jobert y Pierre
Muller, habría que tener en cuenta la influencia de los especialistas dentro de los
partidos con vocación de gobierno, ya que a medida que se delinean las perspectivas de
acceso al poder, crece su peso. Después de una victoria electoral, ese peso eclipsa de
manera más manifiesta el de los militantes25(a veces después de un tiempo de respuesta,
como en Francia, en 1981).
La escasa incidencia de la alternancia democrática en la puesta en marcha de las
políticas públicas efectivas puede atribuirse a otros factores. Los dirigentes de las
22
Existe toda una literatura de ensayistas orientada en este sentido. A manera de ejemplo, la reciente obra
de Louis-Michel Bonte y Pascal Ducha-deuil, Éloge de la volonté a l'usage d'une France incertaine,
París, Éditions universi taires, 1989.
23
Bruno Jobert y Pierre Muller, L'État en actiotu Politiques publiques et corporatismes, París, PUF, 1987,
pp. 149 y ss.
24
Ibid., p. 158.
25
Ibid., pp. 153-160. En sentido inverso sin embargo, L. J. Sharpe y K. Newton, Does politics matter?,
Oxford, Clarendon Press, 1981. Pero la instancia política no está incluida aquí de igual manera.
organizaciones que se suceden en el poder no surgen de capas sociales esencialmente
diferentes; y, de todas maneras, han adquirido una formación cultural e intelectual cada
vez más parecida. Sobre todo los gobernantes, frente a sus interlocutores sociales en la
negociación o la confrontación, se encuentran enfrentados a relaciones de fuerza que
sólo pueden ser modificadas en última instancia.26 En caso de alternancia democrática,
la nueva mayoría debe inscribir sus iniciativas en una red compleja de exigencias
técnicas, administrativas, financieras que pesan en las opciones encaradas. Se agregan a
esto las previsibles resistencias de los grupos de intereses y las oposiciones políticas que
pueden surgir... en el seno mismo de la agrupación gobernante. Una política amplia y
realmente nueva tiene como efecto provocar cada tanto importantes perturbaciones en el
orden social haciendo levantar olas visibles de descontento. Los beneficios de lo nuevo
generalmente aparecen con cierto retraso, mientras que el costo de la destrucción de lo
antiguo se manifiesta inmediatamente. En las democracias pluralistas, los plazos
electorales poco espaciados hacen particularmente delicadas para los gobernantes las
transiciones que acompañan los cambios reales. Se desprende de esto que las únicas
transformaciones fundamentales, realizables sin mayor riesgo político, son las que se
inscriben estrechamente en las exigencias del desarrollo social, que son retomadas o
confirmadas (después de un eventual "plazo de decencia") por los adversarios políticos.
La historia de los últimos treinta años en las democracias industriales mostró que las
políticas públicas innovadoras que pudieron ponerse en práctica fueron consensuadas de
facto.27 ¿No se sugiere con esto que el poder político está obligado a asumir "opciones"
que de cualquier manera se imponían? Confirmación en contrario: la experiencia
modificó rápidamente el rumbo de una política económica de ruptura seguido por la
izquierda francesa, en 1981 y 1982.
2. ¿Es pertinente la noción de decisión política? El lenguaje de la vida política resiste el
concepto erudito de decisión, tomada como proceso complejo de operaciones
intelectuales (concebir un proyecto), comunicativas (negociar su aceptación) y
materiales (ejecutarla en el terreno propicio). De igual modo, establece una separación
rigurosa entre la decisión política en sí y lo que la rodea: las tareas administrativas de
preparación o ejecución, las presiones externas de los grupos de intereses. Desprovista
de la cáscara, la actividad de quien toma decisiones surge acompañada de un aura
solemne y verdaderamente consagra al político. Lucien Sfez lo señaló: la disociación
operada entre la decisión ("acto creador") y la preparación y la ejecución, consideradas
más "serviles", proviene de un discurso a la vez elitista e idealista. Permite que el actor
actúe. "Si en todo momento de la acción, quienes toman decisiones recordaran el peso
de los determinismos y estructuras, se quebraría su impulso a la acción."28
26
Cuando pueden serlo... Véase Bruno Jobert, Le social en plan, París, Les Éditions ouvriéres, 1981,
donde el autor recuerda su "viaje al país de la no decisión". Sobre los límites del voluntarismo político,
véase también George Ross, S. Hoffman y S. Malzacher (comps.), L'expérience Mitterrand. Continuité et
changement dans la Trance contemporaine, París, PUF, 1988.
27
Para Gran Bretaña, véase el análisis pormenorizado y matizado de Richard Rose, Do Parties Make a
Difference?, Londres, Macmillan, 1984. Para Francia, Catherine Grémion, "Le milieu décisionnel
central", en: Francis de Baecque et Jean-Louis Quermonne, Administration et politique sous la Cinquiéme République, París, Presses de la Fondation national des sciences politiques, 1981; Jean Padioleau,
L'Etat au concret, París, PUF, 1982. Véase por último, la introducción de Jean-Claude Thoenig al análisis
de las políticas públicas, en: Madeleine Grawitz y Jean Lecca, Traité de science politique, París, PUF,
1985, tomo IV, pp. 46 y ss. Las leyes sociales en sí mismas, recordó Francois Ewald, no fueron
arrancadas después de ardiente lucha en un Parlamento reticente, sino que fueron adoptadas por amplia
mayoría e inclusive unanimidad, L'État-Providence, París, Grasset, 1986.
28
Lucien Sfez, La decisión, París, PUF, 1988, p. 5. También Critique de la decisión, París, Presses de la
Fondation nationale des sciences politiques, 1976, p. 14 (3a. edic. "Références", 1981).
Con esta concepción, se produce una drástica simplificación de la respuesta a la
pregunta: ¿Quién es causa de qué? Sin duda, en las pequeñas comunidades o en los
aparatos de Estado aún poco diferenciados, las decisiones aparecen fácilmente
atribuibles a individuos identificables. Pero en los estados occidentales modernos, la
norma es la sofisticación de los procesos de decisión (la diferenciación exagerada de las
tareas gubernamentales y la organización de los sistemas de exigencias sectoriales son
sus principales causas). Es por ello que toda política pública es el producto de un
proceso complejo, en el que la parte respectiva de cada una de las múltiples partes
presentes en la "decisión", se hunde en el confuso anonimato de interacciones
infinitamente numerosas.29
La búsqueda de la causalidad científica apunta a identificar, en el proceso de decisión, la
parte que corresponde a cada uno. Por lo común pone en evidencia la ruptura de
responsabilidades. Totalmente diferente, la causalidad política atribuye sistemáticamente el conjunto del proceso a un único autor colectivo (el Parlamento, el gobierno) o con
mayor frecuencia individual (el ministro, el jefe del gobierno). Se basa en la lógica
fundamental —y trivial— de la imputación.30 Sus aspectos míticos o "irracionales"
merecen alguna reflexión. El intendente, el ministro, el jefe de gobierno no asumen
solamente (por firma) las decisiones tomadas efectivamente por ellos sino también actos
que no conocieron ni previeron. De esta manera, el ministro debe asumir las "desprolijidades" de lejanos y oscuros subordinados. Sin embargo, la imputación a los dirigentes
políticos, tanto en la prensa como en su propio lenguaje, toma una dimensión más
amplia aún. El buen mantenimiento de los indicadores económicos, el agravamiento de
la desocupación, de la inflación, de la deuda externa, las tensiones sociales, la evolución
de la criminalidad, e inclusive las catástrofes naturales, todo —según la coyuntura
política y las representaciones socioculturales dominantes— puede atribuirse a la acción
o inacción de los dirigentes. Entre otros, podemos tomar el ejemplo de la presentación
de una política pública en un editorial de prensa. "Como lo recordaba hace unos días el
Financial Times, el 'monetarista' Francois Mitterrand tuvo más éxito que la
antiinflacionaria Thatcher. Contrariamente al presidente francés, ella no logró romper la
espiral precio-salario".31 Desde la perspectiva de la causalidad científica, es evidente
que ese tipo de formulación no puede tomarse al pie de la letra. Depende de un
29
Véase en este sentido los análisis relativos a la elaboración de las políticas industriales. Michel Bauer y
Elie Cohén, Qui gouverne les groupes industriéls?, París, Le Seuil, 1981. Elisabeth Brenac et al.,
"L'entreprise publique comme acteur politique: la DGT et la génése du plan cable", en: Sociologie du
travail, 1985, pp. 304 y ss. El estudio de Jean-Marie Quatrepoint, Histoire des dossiers noirs de la
gauche, París, Alain Moreau, 1986, señala a propósito de las carpetas Telecom y Audiovisuel, el carácter
extraordinariamente complejo de las intervenciones y presiones, así como las dificultades de coordinación
entre la presidencia de la República, el gabinete del primer ministro, los ministerios de Industria y de
Correo y Telecomunicaciones. Tratándose del nivel local, Philippe Garraud escribe: "las políticas y
prácticas municipales dependen, en definitiva, de un sistema de obligaciones y oportunidades frente al
cual la orientación política de las municipalidades o la pertenencia política de los intendentes sólo juega
un papel marginal". Profesión: Jiomme politique, París, L'Harmattan, 1989, p. 166.
30
Sobre la discusión teórica del concepto y su aplicación al gobierno local, véase Christian Le Bart,
L'imputation au maire du developpement économique local, tesis de ciencia política, Université Rennes I.
1989, copia, con bibliografía citada. También, John Jaspars y Miles Hewstone. "La théorie de
l’attribution", en: Serge Moscovici (comp.), Psychologie sociale, París, PUF, 1988, pp. 309 y ss.
31
Le Monde, 13-14 mayo de 1990. Por el contrario, Michel Rocard escribe que la decisión individual del
político, aunque muy visible, rara vez es importante. Le coeur á l'ouvrage, París, Odile Jacob, 1987, p.
184.
"tratamiento simbólico" en el sentido dado por Dan Sperber.32 Convergen tres lógicas
para asegurar la aceptación social de este modo de presentación, pero no su credibilidad.
La lógica de los gobernantes. Si desean consolidar su autoridad, los responsables
situados a la cabeza del Estado o de una colectividad local deben practicar
masivamente la autoimputación.33 Esta actitud es creíble puesto que su función
(presidente, ministro, intendente) les confiere una preeminencia escénica: gozan de la
máxima visibilidad en los medios de comunicación masiva. Sobre todo esta actitud es
posible en virtud de las relaciones de poder que gobiernan la vida política. Consejeros
municipales y adjuntos dependen del intendente; los altos funcionarios están sometidos
a la autoridad jerárquica del ministro (por otra parte, en general no les gusta asumir
públicamente la responsabilidad de decisiones que puedan ser políticamente
controvertidas y, por lo tanto, perjudicar su carrera, en la hipótesis de una alternancia);
por su parte, los ministros en el seno del gobierno, están sometidos a la obligación de
solidaridad y dependen políticamente del primer ministro o del jefe de Estado. Por
último, no es cierto que los miembros de los gabinetes se jacten de reivindicar la
paternidad de un texto o discurso, de una medida hábil o sugerencia argumental.
(Ocupan esos cargos por su aptitud para permanecer en el anonimato; cualquier extravío
sería inmediatamente sancionado con la destitución.)
En cuanto a los propios grupos de presión, si bien han logrado inspirar, e inclusive
imponer una reglamentación favorable, su interés más evidente es conservar la
discreción so pena de manchar la legítima autoridad de la ley: para ser aceptada
totalmente, debe parecer inspirada por el interés general. El procedimiento principal que
funda la "plausibilidad" de la imputación es la covariancia. Las declaraciones de los
gobernantes disecan las pesadas tendencias de la economía, de lo social, o de la
demografía; presentan balances de su acción estrechamente ligados a los aspectos más
favorables34 del estado de la sociedad. Esta covariancia de los indicadores de tendencias
y de las tomas de decisión crean la impresión de que efectivamente existe una poderosa
relación causa-efecto, un vínculo obra-autores. Proviene de ese pensamiento mágico que
Claude Lévi-Strauss ve actuar en los esquemas mentales contemporáneos.35
La lógica de los opositores. Reducida a una relativa impotencia en el marco
institucional, pero comprometida eternamente en lograr autoridad en la mayoría que
quiere captar, la oposición juega el juego de la imputación. No sólo las mínimas fallas
de una política pública, los azares y los fracasos son atribuidos siempre a la única
autoridad política. En la democracia pluralista, también lo son, de manera general, toda
disfunción social: violencias, crisis social, catástrofe natural... tiende a imputársele
32
Dan Sperber, "La pensée symbolique est-elle pré-rationelle?", en: Michel Izard, Pierre Smith, La
fonction symbolique, París, Gallimard, 1979, p. 38.
33
Christian Le Bart, "Le systéme des attributions causales dans le dis-cours des candidats a l'élection
présidentielle de 1988", en: Revue frangaise de science politique 40 (2), 1990, pp. 212 y ss.
34
El interés de los gobernantes por fortalecer el crédito los conduce a "asumir con coraje" medidas
impopulares o resultados inoportunos. Si bien existe la tentación de responsabilizar a ejecutores
subalternos o asesores mal inspirados de los errores de concepto o ejecución, esa tentación trae
consecuencias negativas: pone en evidencia una impotencia o falta de control.
35
Claude Lévi-Strauss, Anthropologie structurale (1958), Agora, 1974. También La pensée sauvage,
París, Plon, 1962, p. 21. Sobre los vínculos "mágicos" entre coocurrencia, covariancia y causalidad, véase
el modelo de Harold Kelley (1972) presentado en: Jacques Philippe Leyens, Psychologie sociale, París,
Madraga, 1979, pp. 112 y ss. Adde Rupert Riedl, "Les consé-quences de la pensée caúsale", en: P.
Watzlawick, L'invention de la réalité, París, Le Seuil, 1988, pp. 79 y ss.
alegremente. Antes del acontecimiento imposible de prever, siempre hubo impericia en
la decisión; y, luego del acontecimiento, reacciones insuficientes, inapropiadas o tardías.
La lógica de este discurso es comprensible: debilitar al adversario para hacer valer
mejor, por contraste, sus propias capacidades y proyectos. AI subrayar las negligencias
y faltas de los gobernantes, los opositores tratan de crear alguna esperanza en la gente
para el caso de que lleguen al poder. De allí que el leit motiv será: "¡Nada es fatal!...
¡Existe remedio a la crisis! Es posible otra política..." En su léxico abundan las
expresiones: "Sobresalto..., restablecimiento..., salvación nacional. . ." La gramática del
lenguaje de la oposición en regímenes pluralistas desemboca no sólo en una valoración
constante de las responsabilidades del poder político en la sociedad, sino, de manera
más amplia, en un permanente elogio de la voluntad y del voluntarismo, una exaltación
de la capacidad de decisión de los gobernantes.
La lógica de los medios de información masiva. También la comunicación impone
exigencias. A causa de la limitación del espacio (en la prensa escrita) y el tiempo (en
radio o televisión), el periodista debe condensar sentido, pero tratando de que sea
accesible al público. Asimismo, es necesario que capte la atención flotante presentando
los hechos y análisis de la manera más atractiva posible frente los códigos
socioculturales de sus destinatarios. Ambas exigencias combinadas se inclinan por una
presentación personalizada de los procesos sociales y políticos. Es preferible imputar
los hechos a los hombres y no a las situaciones. La "ley Savary", la "política de
Giscard", son expresiones cómodas e irremplazables para nombrar rápidamente —pero
también ocultar— complejas redes de interacciones, conjuntos de infinitas
microelecciones y no elecciones. Más todavía, la prensa popular atribuye el cambio de
una posición diplomática o la ruptura de una negociación salarial al impulso de un jefe
de gobierno; esto significa privilegiar espontáneamente en el inextricable conjunto de
las variables de la obra, la "explicación" que da mejor la impresión de ver y
comprender, respetando a la vez las apariencias de una ligera plausibilidad. La
personalización sistemática, transmitida por los discursos de imputación, constituye una
respuesta a expectativas sociales profundamente instaladas en la cultura occidental. El
individualismo ha podido desarrollarse desde hace cuatro siglos, gracias a la progresiva
disminución de múltiples formas de inseguridad (física, económica, jurídica) que
permitieron flexibilizar asfixiantes tipos de solidaridad colectiva o comunitaria: familia,
corporación, pueblo, etc. La resultante afirmación del yo hace triunfar, en los niveles
filosófico y sociocultural, representaciones voluntaristas del hombre como sujeto libre y
responsable, y una visión de la Historia orientada hacia otra meta, cambiada, e inclusive
dominada por la actividad consciente de actores. Estas representaciones, en ruptura con
el fatalismo presente en otras culturas no europeas, son radicalmente opuestas a las
problemáticas eruditas de los estructuralismos y sistemismos, opuestas a los conceptos
de procesos sin sujeto o campo social.36
La principal virtud de este "humanismo teórico" no es, por cierto, su realismo
explicativo, sino su capacidad consoladora para el narcisismo individual enfrentado a
las presiones masivas del entorno.37 Ahora bien, los lenguajes de la vida política
36
El campo social es un "espacio estructurado de posiciones... cuyas propiedades pueden analizarse
independientemente de las características de sus ocupantes". Pierre Bourdieu, Questions de sociologie,
París, Fayard, 1980, p. 113.
37
Jean Piaget mostró, con su concepto de egocentrismo causal, por qué el niño, que sigue presente en el
adulto, detesta profundamente imaginar procesos sin motivación ni intencionalidad dominada. Pone a
todo acontecimiento en relación con una voluntad humana, por analogía con sus esquemas de
democrática transmiten con fuerza el mito tranquilizador: hay hombres que hacen la
Historia en nombre de usted. Hombres perfectamente identificables: los representantes
que usted eligió libremente. Si bien, actualmente, puede observarse algún trastabilleo de
los mitos fundantes de la decisión política, el fenómeno no debe relacionarse con los
"errores" de los gobernantes, la pretendida "mediocridad" de la clase política o los
efectos perversos de la comunicación masiva. Tomada en el tiempo, la explicación es
mucho más profunda. La teoría democrática occidental hunde sus raíces en los
postulados filosóficos del humanismo clásico: libertad, voluntad, responsabilidad
personal. Ahora bien, éstos están jaqueados de dos maneras: en el nivel de los hechos,
por el surgimiento de megamáquinas de poder (administrativo, económico, informativo)
que ningún individuo podría controlar personalmente; en el nivel de las
representaciones, por los avances del discurso erudito de las ciencias sociales que
devela los modos reales de funcionamiento de las grandes instituciones, impidiendo
cada vez más atarse a las ilusiones idealistas de antaño.38 Se trata de los desencantos y
desafíos dirigidos a la democracia pluralista en el momento en que su superioridad
resplandece por encima de los demás sistemas de gobierno.
SATISFACER LAS ASPIRACIONES DE LOS CIUDADANOS
En la célebre fórmula de Lincoln, "gobernar. . . para el pueblo", supone la abnegación
de los representantes. Su legitimidad se funda en la voluntad de recibir las demandas de
la gente con el fin de dar la respuesta más positiva posible. Pero, ¿qué es una política
que apunta a satisfacer aspiraciones? Se responderá diciendo que se trata de reducir la
distancia subjetiva entre las percepciones negativas de una situación y la esperanza de
mejora considerada legítima. Así, como lo recuerda la etimología, la plena satisfacción
connota saciedad, es decir, un grado cero de expectativa social asociado a un grado cero
de descontento.39 Para seguir una política que tienda a satisfacer a los ciudadanos, se
conciben dos estrategias. La primera se propone actuar directamente en el nivel de las
situaciones prácticas, con la esperanza de provocar consecuentemente una regresión de
las percepciones negativas y una reducción de las exigencias. Por el contrario, la
segunda apunta a actuar directamente sobre las representaciones —o las creencias que
las fundan—40 de manera de achicar la insatisfacción. Es la dualidad: política concreta,
política simbólica.
El lenguaje corriente tiende a oponer enérgicamente las palabras (consideradas estériles)
y los actos (necesariamente fecundos). La hostilidad larvada a la clase política se nutre
comportamiento consciente. Véase por ejemplo, Le langage et la pensée chez l'enfant, Neuchátel,
Delachaux et Niestlé, 1989, pp. 170 y ss.
38
El movimiento intelectual contemporáneo en torno de los temas del "regreso del actor", de una
rehabilitación kantiana del hombre (universal) y del sujeto (racional), obtiene gran éxito en el escenario
de la comunicación social. Esta "contrarrevolución metodológica", que querría abolir varias décadas de
experiencia en ciencias sociales, está inspirada no por una exigencia de profundización intelectual, sino,
en mi opinión, por una vaga angustia que transita en las profundidades de la sociedad.
39
La resignación es un "malestar" separado de toda idea de exigencia o esperanza (a diferencia del
descontento).
40
Murray Edelman, Political Language. Words That Succed and Policies That Fail, Nueva York,
Academic Press, 1977, p. 123. "La influencia política fluye del uso de las fuentes que configuran las
creencias y comportamientos de los otros." También Pierre Bourdieu, Ce que parler veut diré, París,
Fayard, 1982, p. 149. "[La acción política] apunta a producir e imponer representaciones (mentales,
verbales, gráficas o teatrales) del mundo social capaces de actuar sobre este mundo actuando sobre la
representación que los agentes se hacen de él."
también de la reducción que se hace de la actividad política a una logomaquia hueca.
Este estereotipo simplista muestra un corte radical entre la superioridad de la acción
sobre la palabra. De hecho, la observación muestra, ante todo, la imposibilidad de
separar tan abruptamente los dos planos. Ciertos discursos (enunciados performativos)41
son actos, mientras que una acción concreta provoca representaciones y efectos de
imagen. Sobre todo, las presiones que limitan estrechamente la libertad de iniciativa
concreta de los gobernantes tienden a subrayar, por contraste, la gran importancia del
trabajo político como trabajo sobre las representaciones simbólicas. No se trata aquí de
evocar, aunque sea someramente, el peso de los compromisos jurídicos y
presupuestarios que traban la capacidad de acción de los nuevos dirigentes; ni la red
compleja de los factores técnicos, administrativos o económicos que pesan sobre ella; ni
tampoco las resistencias corporativistas o las reticencias culturales al cambio. Aun
cuando los gobernantes logran imponer una política voluntarista, ocurre que la suma de
las reacciones individuales da un resultado que nadie buscó. Ciertos efectos emergentes
de una política tendiente a aumentar el consumo de bienes para la mayoría (por ejemplo,
equipamientos de entretenimiento en la costa) son particularmente perversos puesto que
conducen a aumentar. . . la frustración de todos.42 Peor aún, la función de los
gobernantes, en caso de real éxito, se semeja a veces al mito de Sisifo y su piedra: por
ejemplo, cuando los beneficios obtenidos por una categoría social despiertan las
exigencias de otras categorías que se ven entonces desfavorecidas o, por lo menos,
injustamente olvidadas. El fenómeno de deseo mimético es bien conocido en la función
pública en donde todo favor concedido a un cuerpo a partir de la modificación de ciertos
índices, desata de tanto en tanto, una serie de nuevas reivindicaciones, lo que contribuye
a hacer más rígido el contenido de las posibles intervenciones. Una política global
dirigida a los más bajos ingresos provoca, inmediatamente o al cabo de un tiempo, una
exigencia general de reajuste de los ingresos más altos; el correcto equipamiento vial de
una región "crea" en la región vecina el sentimiento de aislamiento, etc. Así, en las
democracias pluralistas, donde los grupos de intereses pueden manifestar libremente sus
exigencias, la respuesta positiva de los gobernantes reactiva la "frustración relativa".
Los avances realizados aquí harán renacer allá el sentimiento de carencia.
Para ser verdaderamente eficaz, una política que apunte a la satisfacción de los
ciudadanos debe trabajar intensamente en el nivel de las representaciones. De esa
manera, se produce un cambio constante en relación con las jerarquías del sentido
común, puesto que la eficacia de una actividad concreta (económica, social, cultural) se
encuentra subordinada a la manera como es tratada en el nivel simbólico. Es
esencialmente allí donde se pone en juego la competencia específica del político: en la
comunicación y manipulación de los signos.43 En este sentido, pueden distinguirse dos
órdenes de intervención.
Actuar sobre las representaciones de la realidad
41
John Austin, Quand diré c'est faire, París, Le Seuil, 1970, p. 47.
Véase el análisis y los ejemplos propuestos por Raymond Boudon, La logique du social, París,
Hachette, 1979 (reimp. 1983), pp. 121 y ss.
43
Esto no sólo es cierto en el orden interno sino también en el orden internacional. Así. a propósito de la
diplomacia muy activa de Francia en el diálogo Norte-Sur, la siguiente opinión dada por observadores
atentos: "La construcción de un discurso era aquí tan importante —si no más— que la política realmente
seguida". Jacques Adda y Marie-Ciaude Smouts, La France dans le nouveau désordre NordSud, París,
Karthala, 1989, p. 3.
42
La experiencia inmediata de una situación vivida por un individuo no podría ser
inteligible sin esquemas de percepción y cuadros de análisis (aunque someros) que den
sentido y coherencia a la clara multiplicidad de las prácticas parciales, de los
micromensajes emitidos o recibidos. Sentirse "obrero mal pago" supone elementos de
referencia bien internalizados que permiten evaluar lo que distingue a un obrero de un
supervisor, un salario adecuado de un salario insuficiente. Más aún se interpone el
universo de las representaciones cuando el acontecimiento político no es objeto de una
experiencia directa. En general, pocas personas son testigos oculares y, de cualquier
manera, siempre lo son de manera parcial. La "crisis gubernamental" sólo toma sentido
a través de esta expresión lingüística que engloba una multiplicidad de incidentes,
gritos, maniobras de procedimientos que nadie presenció en su totalidad. Entonces,
puesto que todo lo que es acontecimiento se transmite a través del lenguaje, existe una
posibilidad teórica de intervención de los actores para imponer el léxico que crean
legítimo, y al hacerlo, influir sobre las percepciones de la realidad.
Todavía hay más. Como en todo espacio de comunicación, la vida política está poblada
de "entidades de lenguaje" que despliegan su existencia en lo imaginario. La necesidad
de condensar sentido en signos —para facilitar la comunicación— lleva a crear
conceptos que ganan autonomía con respecto a la realidad que se supone deben
transmitir. Es lo que ocurre con la palabra Estado.44 Ésta puede nombrar una compleja
maraña de relaciones de poderes entre individuos (gobernantes, funcionarios) que
disponen de recursos desiguales (en particular, competencias constitucionales). Ahora
bien, esta realidad difusa y confusa de relaciones interpersonales jurídicamente
organizadas, se encuentra artificialmente reducida a la unidad, a la coherencia y también
a la invariación histórica, por empleo del concepto. Más aún, la palabra soporta la
sobrecarga de múltiples connotaciones gracias a los aportes de la cultura dominante,
como también gracias a las resistencias de subculturas específicas (clase, región...).
Experiencias prácticas parciales van a ser el eco —o fracaso— de esas "representaciones": por ejemplo, las experiencias de un control fiscal meticuloso, de una
administración ineficiente de justicia, etc. El concepto de Estado llega entonces a
esconder la realidad de las relaciones diarias entre los poderes que él designa mientras
que, por otro lado, provoca entregas emocionales, positivas o negativas, fundadas en
proyecciones e ilusiones. A estas incursiones en lo imaginario, de naturaleza lingüística,
se agregan las consecuencias de las lógicas informativas: en especial el periodismo y el
estudio del mercado electoral. No es éste el lugar para desarrollar la influencia del
médium sobre el contenido de la comunicación. Nos limitaremos a recordar las
exigencias de tiempo (televisión, radio) o espacio (prensa escrita) que influyen en la
presentación del "relato de la realidad", es decir la cobertura de la actualidad,
independientemente de toda presión ideológica externa o de cualquier posición personal
del periodista. Los mecanismos de selección empleados, sometidos a complejos códigos
socioculturales, conducen necesariamente a aumentar la distancia entre "lo que ocurre"
y lo que es información política.45
44
También, las categorías como: parlamento, partido político, grupo de intereses, etc. Un análisis de otra
naturaleza llegaría a idénticas conclusiones a propósito del funcionamiento de categorías endógenas de la
vida política: opinión pública, electorado, derecha, izquierda, etcétera.
45
"Una de las especificidades más notables de lo que hoy llamamos 'acontecimiento político' reside en
esta imposibilidad de distinguir entre acontecimiento propiamente dicho y los informes del
acontecimiento, entre lo que verdaderamente ocurre y las imágenes más o menos contradictorias dadas
por los medios de comunicación masiva. Y si hoy, más que nunca, es muy difícil disociar los hechos del
informe de los hechos, se debe a que la mayor parte de las manifestaciones se conciben de aquí en más
para producir informes en la prensa y para lograr máximo efecto en los medios de comunicación masiva
El estudio del mercado electoral se funda explícitamente en la disociación entre el
producto a promocionar y la imagen promocionada. El fundamento es, en efecto, la
desaparición de los aspectos "parásitos" de la realidad que hay que presentar. Es así
como la imagen de un presidenciable debe hacer abstracción de los aspectos ingratos,
despojando toda sobrecarga de rasgos que confundirían la claridad y también la fuerza
del mensaje. Más que nunca se verifica la validez de la expresión "no se puede a la vez
seducir y ser". Los mecanismos de producción de la realidad (política) en la sociedad
contemporánea escapan ampliamente a la influencia de las agrupaciones y hombres de
la política. No se deduce, sin embargo, que estén totalmente desprovistos,46 sobre todo
cuando la convergencia de intereses conducen a gobernantes y oposición a usar un
lenguaje común. La capacidad que tiene un enunciado de estructurar las percepciones de
la realidad —como sabemos— está directamente relacionada con el estatus institucional
del locutor.47 Encontramos aquí el concepto clásico de autoridad. No obstante, los
dirigentes políticos y, más aún sus subordinados, experimentan al dirigir la palabra, lo
que Habermas llamó "violencia estructural" de las instituciones.48 Se trata de designar
así, a los bloqueos que actúan como excomunicaciones, impidiendo ciertas formas de
discurso con posibilidad de éxito. Así, las lógicas de funcionamiento de una
administración como la Justicia tergiversan los discursos del ministro destinados al
público (le imponen un lenguaje normalizado) . Es por ello que el ministro de Justicia
nunca se expresa con tanta autoridad como cuando se dirige con un discurso "conformista", es decir compatible con las múltiples expectativas conformadas por la
institución o con respecto a ella.49
A las exigencias de conformidad que pesan sobre el locutor corresponden condiciones
de aceptabilidad de los destinatarios. AI respecto, Murray Edelman distinguía dos
hipótesis: los individuos expuestos a la información están muy interesados en aceptarla
(sin lo cual, provoca un débil impacto aunque sea válida); la información contradictoria
es emitida por una fuente particularmente legítima (en este caso puede aceptarse, aun
cuando todavía no sea pertinente, pero lo será en la medida que su aceptación implique
mayores beneficios identificables).50 Para ilustrar estas situaciones, observemos, por
ejemplo, que habrá fuerte resistencia al enunciado constructor de percepciones, por
parte de las víctimas directas de una política de planificación económica presentada
como exitosa. También la habrá en los simpatizantes de un líder de primera línea que
cuestiona abiertamente dicha política, o, por último, entre los simpatizantes que tienen
un interés económico concreto en la reconsideración de las medidas adoptadas. En la
permanente lucha librada entre gobernantes y opositores para imponer percepciones
y, a través de ellos, sobre la población." Patrick Champagne, "La manifestation comme action
symbolique", en: Pierre Favre (comp.), La manifestation, París, Presses de la Fondation nationale des
scien-ces politiques, 1990, p. 341.
46
Pierre Bourdieu, "Décrire et prescrire. Notes sur les conditions de possibilité et les limites de l'efficacité
politique", en: Actes de la recherche en sciences sociales 38, 1981, pp. 69 y ss.
47
Pierre Bourdieu, Ce que parler veut diré, París, Fayard, 1982, pp. 103 y ss.
48
Jürgen Habermas, L'espace public, París, Payot, 1962, pp. 219 y ss.
También, Théorie de l'agir communicationnel, París, Fayard, 1987. Sobre este autor, véase Jean-Marc
Ferry, Habermas: l'éthique de la communication, París, PUF, 1987, pp. 370 y ss.
49
Véanse las observaciones paralelas de John K. Galbraith sobre los altos funcionarios. "Se considera que
el alto funcionario enuncia ideas convencionales; en cierta medida está obligado a hacerlo... Sus textos
son preparados, redactados y estudiados en función de su aceptabilidad. La aplicación de cualquier otro
criterio —por ejemplo, el valor como simple descripción de la realidad económica y política— sería una
de las más excéntricas." L'ére de l'opulence, París, Calmann-Lévy, 1961, p. 19.
50
Murray Edelman, Polines as Symbolic Action, Nueva York, Academic Press, 1971, p. 102.
favorables o desfavorables de la realidad, la comparación en tiempo y espacio juega un
papel decisivo. Primeramente, la comparación en el tiempo. El pasado sirve a los
gobernantes para valorar el presente y éste para extrapolar un futuro mejor. En las
sociedades occidentales donde los conceptos de crecimiento y desarrollo (no sólo
económico) siempre están rodeados de connotaciones favorables, los gobernantes deben
señalar lo dinámico: aumento del poder adquisitivo, mayor justicia fiscal o social,
elevación del nivel de la educación o la defensa, mayor protección de la salud, etc. Este
enfoque, en términos de progreso, es la principal vía para provocar representaciones en
el registro de la satisfacción. Se vive mejor; mejoró la situación.51
La comparación en el tiempo es más requerida si es posible adoptar como período de
contraste una época cercana en la que los adversarios tenían el poder. El trabajo político
consiste entonces en asociar, de manera sistemática, la acción de aquéllos con
indicadores de malos resultados: índice de inflación más alto, agitación social más
intensa. De forma tal que si, hoy, los gobernantes no pueden cumplir todas las promesas
(electorales), la causa es una "pesada herencia" que convendrá condenar: opciones
anteriores erróneas o desastrosas e inclusive bombas de tiempo legadas con disimulo.
La utilización del pasado con el objeto de construir las percepciones del presente puede
llegar muy lejos en países que tuvieron una revolución.52 Si los ciudadanos
experimentan masivamente un estancamiento o deterioro concreto de las condiciones de
vida, la comparación en el tiempo rápidamente llega al límite; y mucho más, cuando los
fenómenos negativos son subrayados por autoridades que, en su parecer, son legítimas,
en los sindicatos y partidos de oposición. Se conciben entonces dos respuestas. La primera depende de la estrategia de lo falso. El tecnicismo de las operaciones de tipo
comparativo (naturaleza de los indicadores, pertinencia de las cifras, complejidad de las
fuentes...) puede impedir que el público comprenda la deslealtad de ciertas
manipulaciones.53 La otra es el "llamado solemne" a la responsabilidad de todos los
pares sociales o políticos. En caso de crisis grave, éstos pueden estar tentados por
responder, al menos tácitamente, si es que no tienen el remedio milagroso. El tema
candente escapa entonces de la controversia y produce, con frecuencia, la salida de la
realidad (política).54
La comparación en el espacio también proporciona elementos para la construcción de
representaciones del presente. Pero hay que elegir cuidadosamente los elementos de
aproximación. Algunos no podrían considerarse legítimos porque los sistemas sociales
parecen totalmente disímiles. Si bien la opresión de los países socialistas de Europa del
51
Señalar que muchas sociedades vivieron (¿viven todavía?) sobre postulados socioculturales
exactamente inversos: la estabilidad, la autorregulación de los recursos y de la población, el temor por las
innovaciones culturales o técnicas. En Occidente, hoy es "impensable". Marión Harris, Cannibales et
monarques, París, Flammarion, 1979, pp. 193 y ss. Pierre Clastres, La société contre l'État, París, Minuit,
1974.
52
En Francia, país memorioso, el fenómeno sigue siendo particularmente interesante de observar en la
historia política. Una de las especificidades culturales más intensas, actualmente en los estados naciones
que componen Europa, es la relación muy diversificada con su historia política. Brillantes informaciones
fueron hechas por Elias Canetti, Masse et puissance, París, Gallimard, 1966 (reimp. 1986), pp. 181 v ss
53
Por ejemplo, los métodos de cálculo del índice de los precios, los modos de evaluación de las
diferencias de salarios, o también la definición de desocupado. En definitiva, la tendencia al
profesionalismo de los institutos de estadística, agregada a la necesidad de disponer de indicadores confiables de coyuntura, es lo que más ha contribuido a frenar ciertas manipulaciones desde hace treinta
años.
54
Como el problema de la desocupación, apenas recordada en Francia durante las controversias
electorales entre 1986 y 1988.
Este sirvió, durante mucho tiempo, de comparación por contraste, su fracaso priva a los
occidentales de una cómoda escala de referencia. Además, una jerarquía simbólica enérgica —aunque callada— impide cualquier comparación seria entre los sistemas políticos
de Europa o de América del Norte y los del resto del mundo. No sería pertinente y
podría considerarse fuera de lugar. El espectro de comparaciones legítimas queda
restringido a los países con sistema sociopolítico y desarrollo económico comparables.
Existen dos versiones. La primera, más triunfalista, afirma el lugar del país considerado
"en los primeros puestos de las naciones desarrolladas". La segunda, más modesta,
evoca "las dificultades análogas de nuestros vecinos" y subraya la incapacidad de éstos,
real o supuesta, para "aportar mejores soluciones que nosotros". Los indicadores
elegidos, siempre son discutibles en sí. Los gobernantes deben lograr imponer los que
parecen más ventajosos, como los de mayor significación: ingreso global o per capita,
productividad económica o calidad de vida, dinamismo de las empresas o protección
social de los más desfavorecidos. Pero la batalla de los dirigentes para imponer los
"mejores" criterios y comparaciones se inscribe, necesariamente, dentro de esquemas
culturales arraigados. En los sectores de opinión persuadidos por sorda arrogancia
nacional, es particularmente importante brindar la satisfacción de ser "el primero" o
estar "a la cabeza". Donde predomina una ideología global, a la vez "economicista" y
"humanista", no hay que descartar de entrada indicadores esencialmente técnicos (tasa
de crecimiento, de desocupación o de inflación, etc.) ni tampoco olvidar las
apreciaciones relativas al respeto de los "valores".
Actuar sobre la estructuración de las expectativas
Como lo expresa enérgicamente Edelman, las exigencias y esperanzas políticas no son
rígidas ni están definitivamente estabilizadas en la mayor parte de los ciudadanos. Muy
por el contrario, dejando de lado las fracciones politizadas o dogmáticas de la
población, aquéllas se manifiestan en forma esporádica, son variables en intensidad y
ambivalentes en contenido.55 Ante un problema como el de los derechos políticos de los
trabajadores inmigrantes, la mayoría de los ciudadanos van desde la indiferencia
cotidiana hasta el interés puntual; muchos, por ejemplo, pasan alternativamente de la
simple reticencia a la franca hostilidad, según la coyuntura política global o las
microinfluencias de su entorno. Las encuestas por sondeos, al encerrar al encuestado en
una pregunta determinada, reproducen —en el sentido fotográfico de la palabra— una
opinión; en el último de los casos, la "construyen". En realidad, hay inconstancia y hasta
inconsistencia de la opinión, al menos cada vez que los sujetos no están directamente
implicados. Este fenómeno es decisivo porque abre la posibilidad a los políticos (en
interacción con otros líderes de la opinión) de trabajar para una (re) estructuración
activa de las expectativas abandonando la actitud de "encargarse" de las mismas. Es
inclusive un aspecto esencial del trabajo de comunicación política. Si bien la
comunicación política es una preocupación fundamental de los dirigentes, sigue siendo
un proceso de muy difícil control.56 La comprensión que los destinatarios hacen del
mensaje es una operación psicológica compleja que pone en juego las propias
expectativas (o indiferencias), la disposición en el momento de la comunicación y, de
manera, más profunda todavía, las lógicas de su imaginario. En suma, "la comprensión
55
Murray Edelman, ob. cit., pp. 3 y ss.
Para una crítica de los estereotipos que corresponden al poder de que gozan los políticos en la
televisión, véase Jean-Louis Missika y Dominique Wolton, La folie du logis. La televisión dans les
sociétés occidentales, París, Gallimard, 1983, pp. 183 y ss. También, con otro análisis, Armand y
Monique Mattelart, Penser les medias, París, La Découverte, 1986.
56
nunca es la simple duplicación de la comunicación en otra conciencia".57 Según la teoría
de la pertinencia, sólo las informaciones que "no cuesta" demasiado admitir, pueden ser
verdaderamente inteligibles. De esto se desprende que los mensajes emitidos a través de
la comunicación política no podrían ser oídos de igual manera por todos los segmentos
de la sociedad ni tampoco comprendidos exactamente, como lo esperan quienes los pronuncian.58 Es un proceso sin control.
El lenguaje de los gobernantes u opositores, cada uno con su propia lógica, insiste
constantemente en dos sentidos: proponer proyectos y movilizar los valores. En los dos
casos, se trata de estructurar expectativas. Anunciar un proyecto o definir un programa
constituye una exigencia insoslayable de todo discurso político. Los políticos en el
poder enfrentan un dilema que les es propio. Conscientes de los límites concretos de su
capacidad de iniciativa, pueden adoptar un lenguaje prudente para no contradecirse con
el balance de los hechos; si aconsejan con insistencia no ponerse objetivos irreales y
señalan con energía las dificultades a superar, corren el riesgo de decepcionar, es decir,
desmovilizar a los partidarios o —peor aún— motivar a los "soñadores" para que
depositen sus esperanzas en otros. Si, en cambio, adoptan una" actitud ambiciosa
desmentida por las realizaciones, provocarán escepticismo y burla que la oposición
podrá utilizar en contra de los gobernantes. Para escapar al dilema, los gobernantes, con
frecuencia, parecen tentados por una actitud diferente. Gracias a los servicios de que
disponen, tienen un conocimiento más fino de las grandes y nuevas tendencias del país;
tienen una visión más abarcadora respecto de las probables soluciones a los informes
más complejos; en suma, están mejor armados, en materia de información, para ver
cómo se delinean las tendencias prospectivas. Les compete a ellos reformularlas en
términos de un proyecto político, a la vez coherente y voluntarista. Ello supone
explicaciones adaptadas, fuertes simplificaciones y, más aún, el brillo de una retórica
que dé alma y energía a lo que, sin dicha retórica, sería simple proyección tecnocrática.
En la época actual, el tema de la construcción europea, después de la democratización
de la enseñanza o la modernización económica, es el banco de prueba privilegiado de
dicha estrategia de comunicación.
Los opositores están sometidos a lógicas de situaciones diferentes. Quienes tienen
vocación de gobierno no pueden anticipar, poco o mucho, su retorno al poder, sobre
todo si los períodos de alternancia son relativamente cortos (sistemas bipolares de tipo
británico o alemán).59 Se dividen entonces entre una lógica que los conduce a señalar las
frustraciones, "marcando" enérgicamente injusticias, desigualdades, ineficiencias, y una
lógica preocupada por no decepcionar demasiado, una vez que estén en el poder. Los
opositores periféricos, es decir, los contestatarios que no podrán jugar un papel
institucional directo, no tienen esa inquietud. Es por ello que les es sencillo apropiarse
de las temáticas sin herencia (declarar la revolución, eliminar la utilización nuclear,
echar a los inmigrantes); mantener ilusiones en el terreno económico (prohibición del
57
Niklas Luhmann, Qu'est-ce que la communication? Informe presentado en el coloquio "La
communication politique. Fondement et nouvelles approches", École nórmale supérieure Ulm, enero de
1988, copia, p. 3.
58
Sobre el problema de las condiciones propiamente lingüísticas de la influencia en la comunicación,
véase Oswald Ducrot, Diré et ne pas diré, París, Hermann, 1972, y del mismo autor Les échelles
argumentatives, París, Minuit, 1980. E. Goffmann insiste, por el contrario, sobre los condicionamientos
creados por las situaciones de interlocución (Fagons de parler, París, Minuit, 1987).
59
Por el contrario, los gobiernos del centro favorecen la formación de mayorías constantes con geometría
variable (Francia antes de 1981, Italia). Una alternancia más excepcional permite a la oposición liberar
más su discurso, a medida que se aleja la memoria de sus propios balances gubernamentales.
despido, aumento general de los salarios...); desplegar libremente los estandartes del
idealismo más noble o los de la demagogia más vil. Sin embargo, también ellos
experimentan exigencias: las derivadas de las creencias hegemónicas que pueden
obstaculizar la inteligibilidad o simplemente la credibilidad de sus propuestas. Así, en
los países occidentales, el desarrollo de una información sobre los mecanismos
económicos elementales, que utilizan los canales difusos de los medios de
comunicación masiva, sin duda ha contribuido a marginar las soluciones milagrosas
como "la empresa para los trabajadores" o "derribar la gestapo fiscal" o también "que
paguen las bancas". En cambio, desde el punto de vista de una estrategia revolucionaria
era lógico formular, como lo hacían los partidos comunistas occidentales, exigencias
económicas y sociales populares que sabían imposibles de asimilar por el sistema
económico capitalista (o cualquier otro sistema económico); lo hacían con el fin de
debilitar la legitimidad del régimen.
El lenguaje político no gira solamente alrededor de las nociones claves de "proyecto" o
"programa"; moviliza valores 60 y recurre a creencias. Aún en la actualidad, en la era del
economicismo y el tecnicismo, los electos más hábiles, frente al electorado, evitan dejarse encerrar exclusivamente en la trampa de la gestión. También se sitúan en el terreno
de los grandes principios fundamentales, de las grandes causas morales y políticas.
Independientemente de las convicciones personales de los actores, quizás profundas,
esta actitud responde a exigencias del sistema.61 El discurso sobre los valores (por
ejemplo la igualdad, la justicia, la libertad, etc.) da prestigio a quien lo fundamenta en
una legitimidad superior: una autoridad moral que se ubica por encima de las
preocupaciones esencialmente políticas. Prestigia también a quienes se dirige puesto
que, según ese discurso, se supone que los ciudadanos efectúan su elección basados en
grandes móviles: la solidaridad, la justicia social o la defensa de las libertades. Además,
el interés de ubicar la competencia política en el terreno de los valores o de las grandes
causas (la independencia nacional, la construcción de Europa, la emancipación de los
trabajadores) depende de su habilidad. Al prestarse a múltiples proyecciones,
expectativas o sueños, permiten "una superación" de los antagonismos concretos de
intereses. Por medio de un lenguaje ético que apunte a la unión se podrá lograr el apoyo
de electores con intereses distintos, por más que dicho lenguaje esté fundado en
malentendidos esenciales (la idea de progreso, libertad o solidaridad no podría ser
entendida de la misma manera por las distintas clases sociales).62 Las familias y las
agrupaciones políticas luchan con tenacidad para imponer su identificación preferencial
a los valores culturalmente significativos. AJ respecto, son importantes los efectos de
inercia de las tradiciones ideológicas: la derecha es más creíble63 cuando evoca la
libertad (económica) o la responsabilidad; la izquierda, cuando privilegia la justicia o la
solidaridad. Así, las luchas ideológicas están marcadas por la preocupación de conservar
e inclusive aumentar el "diferencial de confianza" del que goza cada familia política
cuando se identifica con normas éticas reconocidas.
60
Los valores pueden definirse como creencias movilizadoras de afectos a fin de legitimar (o
estigmatizar) actitudes, opiniones o comportamientos.
61
Francis G. Bailey, "La dirección espiritual o moral en los grupos políticos es un asunto de
manipulación de símbolos", en: Les regles du jeu politique, París, PUF, 1971, p. 99.
62
Philippe Braud, La construction de l'institution présidentielle. Informe para el Congreso de la
Association francaise de science politique, Burdeos, octubre de 1988, p. 13.
63
Esto quiere decir que el mensaje parece más "pertinente", en el sentido arriba utilizado.
Divertir64
La atención que los ciudadanos prestan a sus condiciones de vida, al igual que las
expectativas respecto de los poderes públicos, sufren la fuerte influencia de la coyuntura
política que impone sus prioridades o distorsiones de interpretación. Podemos definir la
coyuntura política como el clima psicosocial creado por los encadenamientos de
acontecimientos dignos de consideración y los comentarios que inspiran. Por lo tanto, es
un proceso de continua creación (una actualidad excluye a la otra) que se autoabastece,
si bien los actores políticos también agregan su cuota de influencia. Al darse ciertas
condiciones, los dirigentes fabrican el acontecimiento que focaliza la atención y
modifica (al menos temporariamente) la jerarquía de los centros políticos de interés.
Conviene además distinguir, al menos en teoría, la dimensión tangible (el
acontecimiento reducido al hecho) y la dimensión escénica que amplifica su impacto. Si
bien puede ser grande el margen de iniciativa de los políticos en el nivel de la
producción del hecho, la orquestación que le confiere su verdadera significación supone
la movilización de importantes "recursos" en los medios de comunicación masiva.65
Cuanto más importante sea el actor político, más atraerá la atención, en detrimento de
otros acontecimientos dignos de información masiva, es decir que gozará del privilegio
de atención derivado de su importancia. Sin embargo, un acontecimiento inesperado
(catástrofe natural, crisis internacional) puede desbaratar lo que se había previsto
cuidadosamente.
A título de ejemplo, recordaremos tres modos de intervención sobre la coyuntura, que
pueden ser útiles para reorientar la atención de la opinión pública e inclusive brindarle
satisfacciones simbólicas inmediatamente eficaces.
Las declaraciones políticas no rutinarias. Hoy, ya no se trata solamente de un discurso
parlamentario o de una alocución oficial, sino también de presentaciones en el marco de
programas de televisión prestigiosos o populares. Las implicancias y el contenido de la
intervención no bastan para focalizar la atención de un amplio público ni tampoco para
marcar su impacto sobre la coyuntura. Se requiere un ceremonial que resalte el peso del
mensaje creando las condiciones de su (relativa) originalidad. Ceremonial jurídico con
todas las formalidades que rodean la decisión del jefe de gobierno de comprometer su
responsabilidad; ceremonial escénico de una aparición televisada o una conferencia de
prensa presidencial. En el mismo orden de ideas, convendría examinar atentamente los
ingredientes necesarios para que el anuncio de una política pública cause el mayor
efecto. Ante todo, hacer una evaluación financiera de la manera más detallada posible
puesto que es la medida tangible del esfuerzo realizado por los poderes públicos y
marca el grado de benevolencia. Globalizar, es decir, acumular en un único dispositivo
el máximo de medidas atribuibles al proyecto sin perjudicar su coherencia (los
destinatarios asignan más atención a "medidas de conjunto" que a intervenciones
sucesivas o puntuales). Elegir el lugar y momento del anuncio. Es interesante buscar
asociaciones simbólicas significativas: conmemoración de una obra importante;
64
"Me doy cuenta de que hacer feliz a un hombre es 'divertirlo' de la visión de sus miserias domésticas y
ocupar todos sus pensamientos con la idea de que es importante saber bailar bien." Pascal, Pensées, París,
Gallimard, 1954, p. 1144.
65
De allí la importancia de las unidades de comunicación en los ministerios, los partidos, etc., y la
necesidad de tender sutiles lazos de dependencia y servicios con los profesionales de los medios de
comunicación masiva.
aniversario de un gran precursor, o, simplemente una inauguración coram populo, con
el fin de recibir un tipo de legitimidad democrática directa.
El viaje oficial. La seducción informativa surge de las connotaciones siguientes:
dinamismo (algo ocurre); personalización (los hechos y gestos del actor, las emociones
de la multitud...); ruptura de monotonía (hay discontinuidad en la organización de los
ritmos normales de la vida política, puede producirse algo inesperado: episodio feliz o
desdichado). El viaje posibilita (re)descubrir lugares exóticos y gente desconocida:
pueblito olvidado, país lejano; además, es fuente de beneficios simbólicos particulares
para el político cuyas funciones se identifican totalmente con el Estado. En este sentido,
los viajes al exterior juegan un papel importante para consolidar una imagen en el orden
interno.
Las demostraciones masivas. Las manifestaciones callejeras en ocasión de grandes
ceremonias de las convenciones partidarias, tratan de imponer una imagen de
representatividad y fuerza. El éxito material66 depende, ante todo, del dominio
demostrado. Se trata de poner a prueba un control eficaz sobre la mayor cantidad
posible de ciudadanos y militantes que demuestran todo su entusiasmo.67 Los desbordes
de los manifestantes, después de ordenada la dispersión, desacreditan a los
organizadores; de allí que los adversarios traten de organizar provocaciones. Las
divisiones internas exhibidas y desordenadas perjudican gravemente la imagen exterior
del partido y la autoridad de sus dirigentes. Pero, no podría imponerse un control que
avasallara los valores políticos reconocidos. El orden de un desfile militar o la
ostensible unanimidad de una convención harán historia, pero los beneficios simbólicos
corren el riesgo de ser demasiado negativos en una democracia pluralista orgullosa de
sus valores. Por lo tanto, el control debe parecer fundado en un consentimiento no
fabricado. El éxito de una demostración de representatividad también depende de la
capacidad de provocar efectos miméticos de simpatía. Una manifestación en
democracia, no debe dar miedo sino provocar fervor o "bronca" contagiosa. Su
dinámica es la búsqueda del mimetismo emocional con espectadores callejeros,
miembros del mismo grupo social, fuerzas del orden invitadas a confraternizar. En
cuanto a la convención de un partido, prácticamente nunca es lo que los estatutos
establecen: órgano constituyente, grado cero de la institución. En cambio, es la
celebración litúrgica de una identidad colectiva, que borra momentáneamente
diferencias y divergencias para manifestar apoyo, preferentemente con entusiasmo, a los
dirigentes consagrados e inclusive al líder carismático. Las múltiples proyecciones de
deseos están favorecidas por el escenario de la convención y permiten, en caso de éxito,
aumentar el aura de quienes la hayan organizado y luego interpretado. Así se encuentran
movilizados, con particular intensidad, algunos ingredientes del trabajo político.
66
Problema relativamente autónomo con respecto al de su orquestación en los medios de comunicación
masiva. Véase sobre este tema la distinción entre "manifestación callejera" y "manifestación escrita"
hecha por Patrick Champagne, art. citado, p. 334.
67
Sobre el ambiente de los mítines, véase Daniel Schneidermann, Tout va tres bien, M. le Ministre, París,
Belfond, 1987, pp. 302 y ss.
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