Claroscuros de una negociación http://www.portafolio.com.co/hist_imp/porta_secc/porta_ana/2006-0104/index.html?cache=189125 Tomás Uribe Mosquera / Consultor internacional Ninguna negociación es totalmente transparente, así se lo proponga el Gobierno de turno, y la del TLC no es la excepción. El Tratado, además, constituye una unidad de observación inadecuada. Son demasiado vastas las relaciones bilaterales entre Colombia y E.U. para que muchos intercambios no se den por fuera del marco convencional e inclusive temporal del TLC, por corresponder a una política de Estado antes que de Gobierno. Otros intercambios incumben a este último. En ambos casos, puede haber falta de transparencia, deliberada o no. Esta ha afectado la información pública, el sector agropecuario, el ordenamiento andino y la Agenda Interna. La estructura de poder imperante, el proceso negociador en sí y el conocimiento inadecuado del proceso decisorio estadounidense limitan la transparencia. Desde 1990, nuestro país viene ‘haciendo cola’, junto con Chile, para negociar un TLC con E.U., sin que medie debate público alguno. En esta ‘política de Estado’ han participado todas las últimas Administraciones salvo por una (Ernesto Samper), por su distanciamiento político de E.U. Los Decretos 2085/02 y 502/03, preparados bajo Andrés Pastrana y expedidos bajo Alvaro Uribe para asegurar la prórroga del Atpa, disponen cinco años de comercialización exclusiva para farmacéuticos y agroquímicos ‘innovadores’ (no genéricos). Otras manifestaciones ‘positivas’, económicas y políticas, precedieron al intento de la Administración Pastrana y del entonces Embajador Luis Alberto Moreno - que por muy poco resulta -- de conseguir dicha prórroga ‘a solas’, con el llamado ‘Plan Colombia Trade Act’. El sólido anclaje norteamericano del Plan Colombia ya lleva dos Administraciones y también ha traído intercambios dentro y fuera del TLC. La ‘sobreventa’ de un TLC a la opinión pública nacional es práctica ‘normal’ en cualquier país. Así aconteció en México y E.U., con Nafta, y en Centroamérica, con Cafta Aquí también ocurrió. El Gobierno Nacional habría podido limitarse a recordar la ‘complementariedad’ económica entre Colombia y E.U., la conveniencia e inevitabilidad a término de una mayor competitividad y apertura externa, y el imperativo de mantener acceso privilegiado al mercado estadounidense, después de vencido el Atpdea (1/1/07), para flores y confecciones, e importantes eslabones de las cadenas agroalimentaria, acuícola y pesquera, química y petroquímica (PVC), de cuero y calzado, etc. Esta reseña, junto con la franca admisión de que todo proceso de apertura trae ‘ganadores y perdedores’, y el compromiso de identificar a estos últimos para brindarles tanto protección social como oportunidad de reconversión productiva y tecnológica por medio de la Agenda Interna, habría sido convincente para muchos. Sin embargo, la admisión precitada se dio por primera vez en el Consejo Comunal del 12/11/05 sobre el TLC y aún permanece inconclusa. La Agenda Interna - hoy proceso muy serio de construcción concertada de programas y proyectos, con definiciones sectoriales y regionales, a cargo de Planeación Nacional - empezó siendo un ejercicio de lógica abstracta. Según el Gobierno, se trataba de definir una Agenda Interna no limitada al TLC con E.U. sino aplicable a toda la inserción de Colombia en el escenario económico internacional -- Mercado Común Andino, integración suramericana, futuro Acuerdo de Asociación CAN-UE… -- o sea la estrategia nacional de desarrollo en un contexto de globalización. Conceptualmente perfecta, esta respuesta sacaba de apuros a un gobierno al cual mal podía pedirse que definiera de partida el respectivo conjunto de prioridades, programas, proyectos y recursos. En este contexto, aún no se sabe qué medidas habrá a favor de las pyme y del agro, para que éste no se perjudique y aquéllas sí se beneficien, como en México. Para aceptar negociar un TLC, los E.U. buscaron y recibieron seguridades de que se eliminaría el Sistema Andino de Franjas de Precios (SAFP), cuya suavización de precios internacionales - y estadounidenses - es aborrecida por sus exportadores de cereales, oleaginosas, azúcares, lácteos y cárnicos por incidir negativamente en la competitividad o rentabilidad de sus ventas a Colombia, Ecuador y Venezuela. Ello no le impidió el Gobierno Nacional sostener reiteradamente que mantendría el SAFP o, en su defecto, un ‘Mecanismo Equivalente de Protección-MEP’, entendido generalmente como la Salvaguardia Especial Agropecuaria (SEA) permanente. De los estudios de impacto del TLC entonces disponibles, en efecto, hasta el más favorable (Botero y CIDE, 2004) señalan el empleo rural como doliente probable. La reconstrucción socioeconómica del campo es vista al tiempo como un prerrequisito para la paz. El Presidente Uribe, al lanzar la negociación en Cartagena-I (mayo/04), lo dijo a su manera: "… la fortaleza del sector agropecuario es la garantía de la destrucción definitiva de las drogas ilícitas… la equidad con el sector agropecuario es un instrumento para derrotar el terrorismo financiado por la droga". Con todo, en Tucsón (diciembre/04), Colombia, Ecuador y Perú renuncian al SAFP. En Cartagena-II (febrero/05), limitan la SEA permanente a una lista de productos sensibles por negociar. En Guayaquil-II (junio/05), Colombia pide una lista "sensible" de tres ítems (arroz, maíz y trozos de pollo) y, en Washington-IV (noviembre/05), el Negociador Hernando José Gómez anticipa "concesiones transversales" que incluyen la SEA permanente. Con la eliminación del SAFP, Colombia renuncia a la protección social del campo, el cual rara vez cuenta con herramientas formales de ‘seguridad de ingreso’, como el contrato de trabajo y seguros a desempleo, incapacidad y muerte, para compensar los shocks/"choques" en el ingreso laboral de los pobres. El SAFP sí provee, en forma automática y transparente, este tipo de protección contracíclica, especialmente crítica para el pequeño agricultor expuesto a grandes fluctuaciones de precio. La renuncia sigilosa al SAFP sin contraprestación a la vista - distinta a empezar a negociar -- configura a la vez un triunfo de la opacidad y el principal error estratégico de la negociación. Es tanto más controvertible cuanto los E.U. aceptaron mantener las bandas de precio chilenas en el respectivo TLC, hasta por 12 años, y el fallo de la OMC contra éstas en el 2003, a petición de Argentina, critica su protección (eminentemente reformable, en el caso del SAFP) y falta de transparencia, pero no su propósito más relevante: suavizar fluctuaciones. El manejo de la integración regional ha sido hasta ahora más equilibrado en el TLC que en Cafta, cuyo preámbulo le niega toda preeminencia al Sieca. La transparencia de este equilibrio normativo entra en entredicho con el anuncio del Ministro de Comercio de que buscará modificar la Decisión 486 sobre propiedad industrial para no cumplir el fallo del Tribunal de Justicia de la Comunidad Andina contra el D.2085/02. La participación de la sociedad civil es limitada por su cercanía al poder. Pueden más la Andi y la SAC que gremios "menores" y más efecto surte la insatisfacción registrada por el sector gremialempresarial del agro que las protestas indígenas, campesinas, sindicales y regionales. Todo ello es ‘normal’ en muchos países pero resalta más en Colombia por la misma postura abierta del Gobierno Nacional, más incluyente que sus homólogos. A todo ello se suma el costo de concertar con el sector privado durante las Rondas, contrariamente a E.U. - quienes realizan su concertación con antelación y se ciñen rígidamente a lo acordado - y a Ecuador y Perú, cuyos gobiernos consultan a un "Cuarto de Al Lado" exiguo. Sobre nuestros negociadores, en cambio, pesa en cada Ronda una triple carga: negociar con E.U., mantener la cohesión del equipo - y, en lo pertinente, del "frente andino" y convencer a la dirigencia sectorial e intersectorial. En cualquier proceso negociador, la información "día a día" tiende a ser perceptiva antes que fáctica, lo cual fácilmente origina imprecisión y confusión. En este contexto agotador, una y otra abundan. En una Ronda, el Cuarto de Al Lado queda con la impresión de que vamos a renunciar al Plan Vallejo o los E.U. han vuelto a insistir en ampliar el término de la patente por retrasos presuntos en la expedición de ésta y no sólo de la licencia sanitaria. En la Ronda siguiente, nuestros Negociadores corrigen esta "percepción equivocada". Cuatro patrones muy nuestros acentúan la confusión: negociar "entre Rondas" (telecomunicaciones, entre febrero y noviembre/05); no siempre asegurar un consenso "de cadena" (algodón-textil-confecciones, cereales, petroquímica…) antes de la respectiva negociación temática; desconocer el proceso decisorio "político" de la contraparte; y anteponer la teoría económica a la economía política -- con SAFP, Plan Vallejo, Agencia Comercial (figura ya "recuperada"), aceptación del Ciadi y (en biodiversidad y conocimiento tradicional) más énfasis en biopiratería que en compartir rentas globales. El Gobierno Nacional y la opinión pública tan sólo empiezan a entender que el Ustr no puede ofrecer concesiones políticas (consolidar el Atpdea sin contrapartida, dar acceso real, abrir el mercado para el azúcar…) y el nivel en donde éstas sí se gestionan requiere tiempo, paciencia y cabildeo ‘interinstitucional’ tan sistemático como discreto, antes que plazos terminantes y gestiones de alta visibilidad. En definitiva, éste es un proceso y, con la excepción notable del agro, nuestros Negociadores, hasta ahora, no lo han hecho mal. Constituye una experiencia valiosa para negociaciones futuras, con entendimiento efectivo de la contraparte, mejor preparación en el plano ‘industrial’ (no sólo comercial) y de la Agenda Interna, y mayor participación de la sociedad civil, pero también -requisito fundamental -- menor carga de tiempo, energía y trabajo para nuestros Negociadores durante las Rondas.