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La Europa moderna
L
A CAÍDA de Constantinopla en poder de los
turcos otomanos ha sido una de las fechas tradicionalmente manejadas para poner fin a la Edad
Media. Sin embargo, también se ha considerado la
importancia del papel jugado por la expansión de
Europa fuera de sus fronteras como una mayoría
de edad que realmente señala el comienzo de los
tiempos modernos. En este sentido, la ocupación
completa del espacio físico europeo y la extraversión a otros continentes sería la verdadera fecha que
serviría de bisagra. La transición se operaría así durante la época de los descubrimientos y frente a
1453 sería más oportuno adoptar la fecha de 1492,
que señala el protagonismo de Europa en un hecho trascendental de la historia de la humanidad:
la apertura de la comunicación entre los cinco continentes, el surgimiento de un solo mundo, la aparición de una verdadera historia universal.
El más conocido y más influyente de todos los viajeros medievales fue sin duda el veneciano Marco Polo. Incorporado a la segunda expedición comercial emprendida por su padre Niccolò y por su
tío Maffeo (mercaderes venecianos instalados en
Constantinopla que entre 1260 y 1269 habían seguido la ruta de caravanas de Asia central llegando a Pekín), Marco Polo no solo anduvo durante
veinte años por las rutas del mundo dominado por
los mongoles (entre 1271 y 1291), sino que permaneció durante mucho de este tiempo en la propia
Representación de un banquete de Kubilai Jan,
el emperador que acogió a Marco Polo.
Livre des merveilles.
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aumentan sus efectivos a la par que multiplican y diversifican sus funciones como dispensadoras de servicios económicos, políticos, administrativos o culturales. El crecimiento de la economía empieza en el
campo, donde se produce un proceso de recuperación de la superficie cultivada, un proceso de reconquista del suelo para una agricultura que garantiza la
subsistencia de la población. La abundancia de las
cosechas potencia el sector industrial, especialmente
la manufactura textil, pero también toda otra serie
de artesanías tradicionales, desde el vidrio al cuero,
desde el papel a la cerámica hasta llegar a la metalurgia del hierro y del cobre o también del oro y la plata. Los intercambios conocen un progreso extraordinario, que estimulan las innovaciones en el terreno
de los transportes y de los instrumentos mercantiles
(seguros, compañías, contabilidad, corresponsalías)
y financieros (letras de cambio, instituciones bancarias), así como potencian nuevas rutas, como la que
intercambia lana contra tejidos en el Atlántico o lana contra productos orientales en el Mediterráneo
o la que atraviesa el Sund para verter trigo en los mercados de la Europa occidental. Finalmente, este auge del tráfico mercantil exige para evitar su estrangulamiento la multiplicación de los medios de pagos,
fomentando la minería de la plata, con la puesta en
explotación de nuevos yacimientos en el Tirol, en Bohemia, en Sajonia. Yacimientos que no bastan, haciendo preciso el drenaje del oro africano, así como
la búsqueda de nuevas fuentes de metal precioso. De
este modo, la expansión interior crea las necesidades
que exigen la expansión exterior.
corte de Kubilai Khan en Cambalic (la actual Pekín, donde se había trasladado la capitalidad desde Karakórum), antes de emprender el regreso y
alcanzar Venecia en 1296. Su experiencia no solo
fue importante por sí misma, sino sobre todo porque la dejó reflejada por escrito, dictando el relato de sus aventuras a su compañero de celda en las
cárceles genovesas, Rustichello de Pisa, y permitiendo así que el texto en francés, el Livre des merveilles du monde (también conocido como Il milione), fuera rápidamente difundido por toda
Europa y contribuyera a divulgar la imagen del fabuloso y lejano país de Catay (la China del norte
para los mongoles) entre sus coetáneos y entre muchas generaciones posteriores, convirtiéndose en
un incentivo para futuros exploradores de otros
mundos.
La primera expansión europea fuera de sus fronteras
fue en buena medida el fruto de una expansión interna anterior en el tiempo. En efecto, a partir de los
años centrales del siglo XV todos los indicadores coinciden en señalar, especialmente para la Europa
occidental, el comienzo de un proceso de crecimiento que se mantendrá constante a lo largo de más de
una centuria, el primer esbozo de una coyuntura
favorable. El impulso provendría, en primer lugar,
del aumento de la población que, olvidadas las terribles consecuencias de la peste negra y cerrado un periodo de guerras interminables, como la de los Cien
Años entre Francia e Inglaterra (1337-1453), volvería a ocupar los territorios abandonados en lo más
profundo de la crisis y a protagonizar un vigoroso salto adelante que reconstruiría el tejido constituido por
la sucesión de los numerosos núcleos rurales y jalonado por la presencia de unas ciudades que también
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Efectivamente, las primeras motivaciones de los descubrimientos son de índole económica. Por un lado,
el «hambre del oro» empuja a los europeos hacia las
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secularización de la actividad del hombre sobre la tierra ha empujado también a la acción, a la ruptura de
las barreras, a la superación de los límites, a la abolición de las trabas mentales heredadas del pasado. De
ese modo, la empresa de los descubrimientos fue también una aventura del espíritu europeo.
fuentes del metal dorado subsahariano, lo que exige
bordear la costa occidental africana. Por otro lado, las
necesidades alimenticias han aumentado tanto por
el crecimiento de la población como por la difusión
de nuevos hábitos de consumo más refinados que
han hecho su aparición por el Mediterráneo de la mano de los mercaderes venecianos especializados en la
distribución de los productos arribados con las caravanas procedentes de las regiones extremo-orientales: es el caso del azúcar y de las especias, convertidas
en un elemento imprescindible de la gastronomía europea y amenazadas de carestía y rarefacción tras la
instalación de los turcos otomanos en Constantinopla (ahora Estambul) y pronto (1517) en El Cairo. Otras motivaciones son de índole política, o más
bien geopolíticas: la nobleza lusitana y la nobleza castellana tratan de cruzar el estrecho de Gibraltar para proseguir la Reconquista. Y existen también motivaciones religiosas, singularmente el proselitismo
cristiano, el ansia de evangelización.
Necesidad económica, exigencia geopolítica, vocación evangelizadora, afán de aventura: una combinación explosiva. Ahora bien, estas incitaciones
se hicieron apremiantes precisamente en el momento en que fueron viables. La empresa de los descubrimientos fue posible gracias a la capacidad financiera de los mercaderes, gracias a la voluntad
política de los Estados y gracias a las invenciones
técnicas puestas al servicio de los expertos en la navegación. Si el armamento de las expediciones destinadas a la exploración del Atlántico exigió la inversión y la capacidad de organización de las
compañías comerciales, no fue menos importante
el apoyo brindado por las monarquías ibéricas a las
grandes empresas que llevaron los barcos de Vasco de Gama o de Cristóbal Colón hasta las Indias
orientales y occidentales. Sin embargo, tales hechos
no fueron el producto de decisiones puntuales,
sino el fruto de la aplicación a estos objetivos de
una serie de recursos técnicos que procedían de un
patrimonio experimental que había aumentado sin
cesar en los tiempos bajomedievales: es el caso de
la brújula, del astrolabio, de la cartografía y, finalmente, de la puesta a punto de un barco que superase las carencias de los utilizados en las exploraciones de los siglos anteriores (la galera o el barco
redondo), cosa que ocurrió cuando los portugueses, a través de sucesivos tanteos, fueron perfilando en torno a 1440 lo que habría de ser la carabela:
Asimismo, se han aducido razones de tipo mental para explicar el impulso que llevó al descubrimiento de
los nuevos mundos. Por una parte, los científicos y
los humanistas del Cuatrocientos no solo han contribuido a desterrar los prejuicios heredados sobre
el «mar tenebroso», sino que han puesto a disposición de los navegantes una serie de textos clásicos y
una serie de observaciones astronómicas que han fundamentado las expectativas de éxito en la exploración
de nuevos espacios. Por otra parte, el deseo de conocimiento del uomo universale del Renacimiento ha
inducido a la verificación de las hipótesis y al desvelamiento de las realidades protegidas por la superstición medieval. Finalmente, el sentimiento prometeico de unas sociedades empeñadas en un proceso de
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una nave larga (con una proporción de tres a uno
entre la eslora y la manga), dotada de velas cuadradas motrices diseñadas para aprovechar el viento
de popa y de velas latinas triangulares capaces de
barloventear (es decir, de navegar a la bolina, de
servirse también en su avance del viento en contra), de porte reducido (entre unas 40 y un máximo de 100 toneladas) pero capaz de ofrecer espacio al rancho, a la tripulación y a un contingente
de soldados. La carabela se convertiría en el instrumento imprescindible de las primeras navegaciones oceánicas, en el fundamento material de los decisivos descubrimientos geográficos del siglo XV.
los reyes de Castilla amparaban la conquista de las
Islas Canarias (concluida en 1496). La colonización
de los archipiélagos permitió así satisfacer el objetivo inicial de encontrar nuevas tierras de clima apropiado para el cultivo del azúcar, un producto que se
había hecho indispensable para la dieta europea: Madeira, Azores y Canarias fueron, pues, en primer lugar las islas del azúcar. Los viajes a lo largo de la costa occidental de África culminan cuando Bartolomeu
Dias dobla el cabo de las Tormentas (llamado después cabo de Buena Esperanza), llegando hasta las
costas de Natal ya en la vertiente oriental del continente y abriendo así el camino de la India (1487).
Los primeros grandes éxitos de la exploración fuera de Europa fueron debidos a Portugal. Si la toma
de la plaza de Ceuta fue la primera expresión de su
vocación africana (1415), el diseño sistemático de la
exploración y ocupación del litoral de aquel continente se debió en su mayor parte a la iniciativa del
infante Don Enrique, llamado el Navegante, gobernador del puerto de Lagos y gran maestre de la Orden de Cristo, que fundó en el promontorio de Sagres, en la región del Algarve, un centro de
investigación y de fomento de la navegación oceánica atendido por un selecto grupo de físicos o astrónomos, cosmógrafos, cartógrafos y pilotos experimentados que mandó reclutar por toda Europa. La
llamada por analogía «Escuela de Sagres» fue en cualquier caso un punto de referencia obligado para la
primera fase de la política de expansión portuguesa.
Diez años más tarde, la expedición a la India fue
mandada por Vasco de Gama, la figura que va a encarnar la culminación de todo un siglo de exploraciones portuguesas. Tras salir de Lisboa (1497) y doblar el cabo de Buena Esperanza, la flota alcanzó
con facilidad las ciudades de las costas orientales
africanas, entrando así en contacto con el mundo
del Índico. Desde aquí, gracias a la ayuda de un piloto experimentado y aprovechando el monzón, Vasco de Gama alcanza la costa de Malabar en la India, concretamente el puerto de Calicut, donde firma
una alianza comercial con el soberano local, el rajá
Samudri (el Samorim de los portugueses y el Zamorín de los españoles), antes de regresar a Portugal. La ocupación de la India se inició en el transcurso del segundo viaje de Vasco de Gama, que parte
en 1502, atraviesa de nuevo el Índico y llega a Calicut, ciudad que somete a un intenso bombardeo
en represalia por la muerte en su ausencia de los comerciantes portugueses que habían permanecido en
la plaza tras su primera expedición. Antes de partir firma un tratado de comercio con el rajá de Co-
Esta primera etapa del ciclo lusitano tuvo como objetivo la ocupación de los archipiélagos de las Madeira (1425), Azores (1427) y Cabo Verde (1462) y
de las islas de São Tomé y Príncipe (1471), mientras
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leyendas clásicas del Mediterráneo para cantar la
gesta oceánica de los navegantes de Portugal.
chín y funda en aquella ciudad la primera factoría
portuguesa en el continente asiático. Los portugueses iniciaban así su duradera instalación en el Índico y en la costa occidental de la India (con capital en Goa), de donde habrían de pasar, siempre en
busca de las codiciadas especias (pimienta, clavo,
nuez moscada, canela) a las costas de Malasia (Malaca, 1511), al archipiélago de las Molucas (15111512) y a la isla de Ceilán (Colombo, 1518), hasta
alcanzar finalmente Japón (Tanegáshima, 1543 y
luego Hirado y Nagasaki) y China (Macao, 1557).
El proyecto que permitiría el descubrimiento de América y la efectiva soberanía de España sobre este continente fue concebido por un navegante genovés,
Cristoforo Colombo (nombre castellanizado habitualmente como Cristóbal Colón), quien tuvo la idea
original (aunque estuviera basada en cálculos equivocados) de alcanzar las Indias navegando en dirección a Occidente, una propuesta que encontró buena acogida en la corte de los Reyes Católicos por
cuanto (a pesar de sus debilidades científicas) ofrecía
una solución a las ansias castellanas de expansión
atlántica sin violar las cláusulas del tratado de Alcáçovas, que no había previsto esta ruta alternativa a la
que llevaría a los portugueses a las costas asiáticas. La
llegada de Colón, después de algo más de dos meses de navegación (12 octubre 1492) a la isla de Guanahaní (bautizada San Salvador, en las Bahamas,
seguramente la actual Watling), significó el descubrimiento de un Nuevo Mundo, hecho que desató
inmediatamente un conflicto diplomático con Portugal, que se solventó con la emisión por parte del
papa Alejandro VI de las famosas bulas Inter caetera
(3 y 4 mayo 1493) y, finalmente, con la firma del tratado de Tordesillas (7 junio 1494), que establecía el
definitivo reparto del ámbito de las exploraciones entre España y Portugal, fijando la divisoria en una línea imaginaria situada de norte a sur a 370 leguas
al oeste de las islas de Cabo Verde.
Luis Vaz de Camões es el poeta de los descubrimientos lusitanos. Tras tener conocimiento directo de la India portuguesa por su estancia en Goa,
una escala obligada en Mozambique completa su
experiencia antes de regresar a Lisboa, donde publica el gran poema épico Os Lusíadas, es decir, los
lusitanos, los portugueses (1572). La obra presenta a los navegantes lusos en el océano Índico, donde recuerdan todo su periplo desde su salida del estuario del Tajo. Tras diversos avatares alcanzan
Mozambique, Mombasa y, por fin, Calicut, en la
India, donde han de eludir nuevas emboscadas. A
su regreso la diosa Venus les conduce a una isla paradisíaca, desde donde llegan a Lisboa para dar
cuenta de su descubrimiento. El poema (que tiene
siempre presente el recuerdo de Homero y de Virgilio) combina sabiamente los hechos históricos
con la mitología clásica, manifiesta en la aparición
de nereidas, de una ninfa profética, de Venus y,
finalmente, de Júpiter, que saluda a los lusitanos
como descubridores de nuevos mundos, aunque la
insistencia en una empresa colectiva impide que
Vasco de Gama alcance la estatura de Ulises o de
Eneas. De este modo, el Renacimiento rescata las
El primer viaje de Colón permitió el reconocimiento
de otra serie de islas del mismo archipiélago de las Bahamas, antes de avistar Cuba (bautizada en principio
como Juana) y Santo Domingo (llamada La Españo-
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los pueblos mesoamericanos) y con un gran caudal informativo (que incluye el estudio de la lengua, los mitos y los ritos, la gastronomía y la organización social y política, facilitado por el dominio
del náhuatl por parte de su autor), no conocería la
imprenta hasta el siglo XIX (1867-1880).
la, nombre que conservaría durante mucho tiempo), donde se perdería la nao Santa María, con cuyos
materiales el almirante construiría el primer asentamiento en el Nuevo Mundo, el Fuerte Navidad. El
éxito de la expedición permitió a Colón organizar una
segunda flota, que partiría para las Antillas el mismo
año de 1493 y que descubriría Puerto Rico (1493) y
Jamaica (1494). En el transcurso de un tercer viaje tocaría por fin en Tierra Firme al alcanzar las bocas del
Orinoco después del descubrimiento de Trinidad
(1498). Y en la cuarta y última expedición, el almirante exploraría las costas de Honduras, Nicaragua,
Costa Rica y Panamá (1502). El almirante moriría en
Valladolid en 1506. Su hijo Hernando escribiría su
biografía, que no aparecería hasta 1571 en Venecia.
La primera vuelta al mundo fue el resultado de un
proyecto para alcanzar por Occidente las tierras de
Asia (siguiendo el viejo sueño colombino), a fin de
reclamar para España frente a Portugal la posesión
de las islas Molucas, cuya confusa ubicación geográfica originaba dudas sobre la adscripción a una u otra
potencia de acuerdo con los pactos contenidos en el
tratado de Tordesillas. Firmadas las capitulaciones
entre Carlos V y el navegante portugués Fernão de
Magalhães (castellanizado como Fernando de Magallanes) en 1518, las cinco naves aparejadas al efecto zarparon de Sevilla al año siguiente (1519). Tras
efectuar la invernada en las costas de Patagonia, el
descubrimiento del que sería llamado estrecho de
Magallanes permitió alcanzar el océano Pacífico en
noviembre de 1520. La flota arribó primero a las islas Marianas y más tarde a las islas Filipinas, con la
adversa circunstancia de la muerte en el empeño tanto del propio Magallanes como de los restantes responsables de la escuadra y de parte de la oficialidad.
Asumido el mando por el español Juan Sebastián Elcano, la expedición llegó a las Molucas, atracando
en Tidore, donde se procedió a la carga de las codiciadas especias de la región. Inmediatamente después, la nave Victoria, que finalmente sería la única
que completaría la travesía, inició el retorno, doblando el cabo de Buena Esperanza y entrando en el puerto de Sevilla, con solo 18 supervivientes, en 1522.
Así se realizó la primera circunnavegación del pla-
La exploración de las Antillas y de la Tierra Firme
permitió el inmediato acceso al océano Pacífico
(Vasco Núñez de Balboa, 1513) y la rápida conquista y colonización del continente americano,
especialmente los grandes imperios de México
(Hernán Cortés, 1519-1521) y Perú (Francisco Pizarro, 1532-1533). Las autoridades metropolitanas necesitaron pronto de una serie de informaciones que les permitieran adoptar las medidas más
oportunas para el gobierno del imperio ultramarino. Del mismo modo, algunos de los colonizadores trataron de revelar América al público europeo escribiendo obras que a veces ofrecieron, junto
a los textos, imágenes de los nuevos mundos. Es
el caso de Diego Durán y su profusamente ilustrada Historia de las Indias de la Nueva España e Islas de Tierra Firme (redactada en la segunda mitad
de siglo, entre 1570 y 1581) que, pese al gran interés de una obra concebida con un objetivo antropológico (el conocimiento de las costumbres de
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que todavía bajo la forma mixta de las monarquías
compuestas. Ahora bien, si nos atenemos al solo terreno de la creación intelectual, la Edad Moderna
inaugura un largo periodo creativo plurisecular que
engloba fenómenos como el Renacimiento, el Barroco y la Revolución científica y la Ilustración, es
decir que, según la fórmula de Delio Cantimori, se
extiende «desde Petrarca a Rousseau».
neta: el italiano Antonio de Pigafetta sería el cronista de este hito de la historia universal aunque su relación del viaje, entregada al emperador Carlos V,
no aparecería impresa por primera vez hasta 1800.
***
Al margen de la aventura de los descubrimientos y
de la expansión a otros mundos, la Edad Moderna
se abre con una serie de importantes novedades en
todos los terrenos. En el campo de la economía, los
tiempos modernos dejan atrás el sistema esclavista
del mundo antiguo (aunque no la esclavitud, que
persiste durante toda la época y aun más allá) y el
sistema feudal del mundo medieval (aunque no muchas de sus formas, incluyendo la servidumbre, que
se mantiene en pleno auge en la Europa oriental) para poner las bases del capitalismo mercantil que amplía la circulación de bienes en Europa y teje una red
mundial de intercambios. En la vida social, el mantenimiento de los viejos estamentos (nobleza, clero
y estado llano) coexiste con una realidad mucho más
rica, con la proliferación de nuevas clases sociales y
con el ascenso de la burguesía (mercantil, financiera, profesional), hasta el punto de que la Edad Moderna ha podido entenderse como el largo periodo
durante el cual se fractura el sistema estamental y se
afirma progresivamente la hegemonía de la burguesía. En la organización política, si bien persiste el sistema señorial como heredero del periodo del feudalismo, es el momento del afianzamiento de nuevas
formaciones políticas, que pronto superan el marco
de la ciudad-estado (típicas de Italia, de Flandes,
de Alemania) para dejar paso a la monarquía absoluta, la gran creación de la época, la que va a permitir la aparición de los Estados protonacionales, aun-
Dentro de la unidad de la Edad Moderna, el Renacimiento supuso una ruptura con la Edad Media,
una «revolución cultural», según las palabras de Eugenio Garin. Esta ruptura fue ya evidente para los
contemporáneos, que la vieron reflejada en todos los
ámbitos de la cultura, como supo expresar el francés Louis Le Roy en 1567: «Desde hace cien años,
no solo las cosas cubiertas antes por las tinieblas de
la ignorancia se han hecho evidentes, sino que también se han conocido muchas otras cosas que habían sido ignoradas por los antiguos: nuevos mares, leyes, costumbres, nuevas hierbas, árboles, minerales,
nuevos inventos como el de la imprenta, la artillería
y el uso de la aguja imantada para la navegación, y
se han restituido antiguas lenguas…».
En el campo de las artes y las letras, la ruptura quedó definida por el descubrimiento de la Antigüedad, o aún mejor, por la restauración de la cultura
antigua. Cultura antigua que se expande a través de
la imprenta, a través de los intercambios en el seno de la «primera república de las letras» de los tiempos modernos, a través de la «revolución educativa»
que puso al alcance de las elites todos los tesoros rescatados del clasicismo. En el terreno del pensamiento, el Renacimiento trajo consigo una nueva filosofía (falta de homogeneidad, pero con predominio
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la fe y en la escritura que negaba la autoridad del Papa, reducía a dos los sacramentos, rechazaba la teología tradicional sobre la eucaristía, abolía el celibato eclesiástico y la vida monástica y confería una
nueva función al clero. Tras negarse a aceptar la conminación del emperador y protegido por los príncipes alemanes, tradujo al alemán la Biblia y redactó
una serie de fundamentales escritos programáticos,
algunos de los cuales le valió incluso la ruptura con
los humanistas, al negar la libertad del hombre y proponer la predestinación para la salvación o la condena eternas. Como colofón, hay que añadir que
la doctrina de Lutero dio origen a nuevas propuestas, la más radical e influyente de las cuales fue la del
francés Juan Calvino, el calvinismo, que acentuaba
la teoría de la predestinación y suprimía la organización eclesiástica en el seno de comunidades urbanas ordenadas como verdaderas teocracias locales.
de elementos neoplatónicos), una nueva ética (basada en el concepto de la dignitas hominis) y, sobre
todo, una nueva actitud mental, que privilegiaba la
razón, rechazaba la autoridad dogmática e independizaba de la teología a los diversos territorios del saber. En el campo de la ciencia las novedades se dan
sobre todo en los conocimientos de física necesarios
para las innovaciones técnicas de los «ingenieros del
Renacimiento», en la revalorización de las matemáticas (en la órbita de la tradición pitagórica), en la
renovación de los estudios astronómicos, en los avances de la anatomía y, con fuerza mucho menor, en
la investigación química de personalidades como
Teofrast Bombast von Hohenheim, llamado Paracelso. Finalmente, en el campo de la religión (y si
dejamos aparte el pensamiento puramente racionalista de científicos como Pietro Pomponazzi), el Renacimiento está unido a la reforma de la Iglesia, a
la que se proponen tres proyectos divergentes que
ocasionarán la ruptura de la Cristiandad occidental: el fracaso de la tercera vía de los humanistas dejó el campo libre para las Reformas protestante y
católica en un marco de inevitable confrontación.
Por su parte, la Iglesia de Roma escuchó finalmente las repetidas intimaciones de Carlos V y convocó un concilio en la ciudad de Trento, que no sirvió para acercar las posiciones discrepantes, sino
para certificar el carácter irreconciliable de las diferentes posturas y proseguir con una política de confrontación, que habría de ensangrentar la geografía
de Europa en el curso de inacabables guerras de religión, con episodios especialmente atroces como la
Noche de San Bartolomé (24 de agosto de 1572,
durante la cual fueron asesinados más de tres mil
protestantes franceses) y con conflictos especialmente prolongados y destructivos como la guerra de los
Treinta Años (1618-1648). En este sentido, si se ha
subrayado el papel positivo desempeñado por la Reforma a la hora de suprimir el monopolio romano
sobre el cristianismo occidental, las nuevas iglesias
En efecto, mientras el Renacimiento despliega sus
innovaciones, el siglo XVI se despierta con una nueva crisis en el seno de la Iglesia. La Reforma protestante, iniciada por el alemán Martín Lutero significó una segunda ruptura (tras el cisma de la Iglesia
Ortodoxa) en el seno de la Cristiandad y fue el detonante para la aparición de numerosas nuevas confesiones cristianas a lo largo de toda Europa. El escándalo de la venta de indulgencias para la
construcción de la basílica de San Pedro en Roma
desencadenó la crítica radical de Lutero, que puso
en pie una nueva doctrina basada exclusivamente en
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de soberanos (y así el libro está dedicado a Carlos
V), su obra más divulgada, su singular Encomion
Moriæ o Laus Stultitiæ, su Elogio de la locura de 1511,
es el compendio del humanismo erasmista.
ejercieron la misma represión contra las conductas
discrepantes, trataron de imponer el mismo y asfixiante control social sobre las poblaciones y, sobre
todo, mantuvieron el mismo recelo que la católica
ante el pensamiento racional que volvía a ser uno
de los principales factores de progreso de Europa.
La ciencia del Renacimiento, si bien todavía no alcanza la madurez de la siguiente centuria, presenta,
sin embargo, algunas conquistas definitivas. Así, Leonardo da Vinci ya supo percibir que «el universo
ocultaba bajo sus apariencias una especie de matemática real», al tiempo que desarrollaba funciones
de ingeniero civil y militar y era capaz de inventar
una serie de fantásticas máquinas (incluyendo artefactos voladores y sumergibles) con las cuales daba
la máxima medida de la imaginación de la época.
También destacó como genial artista, especialmente como pintor dueño del sfumato y experimentador
impenitente de nuevas formas, técnicas y materiales
(incluso tratando, con poco acierto esta vez, de sustituir por otros procedimientos la contrastada pintura al fresco en la Santa Cena del refectorio de Santa Maria delle Grazie de Milán): es el autor de varias
obras imperecederas de carácter religioso (como el
lienzo de la Virgen de las Rocas) y de inmortales retratos femeninos (Ginebra de Benci, La dama del armiño, La belle ferronière y, en fin, La Gioconda o Monna Lisa). Esta curiosidad infatigable y esta aplicación
a los distintos campos de la actividad intelectual le
convierten en uno de los espíritus que más se acercaron al concepto del hombre universal.
El Renacimiento es inseparable del Humanismo. El
Humanismo es la conciencia de la grandeza del genio humano, capaz de excelsas creaciones en el terreno del pensamiento, la literatura y el arte, pero
también la conciencia de la dignidad del hombre como centro del universo, como medida de todas las
cosas, como microcosmos que refleja en sí el macrocosmos, como ser prometeico capaz de superar sus
limitaciones, como uomo universale capaz de todas
las aventuras materiales e intelectuales y como depositario de valores morales capaz de aspirar a la perfección. El Humanismo se difunde en los círculos
culturales europeos a través de los constantes desplazamientos de los libros y de las personas, a través de
una correspondencia constante que fluye en todas
direcciones, a través de la constitución de una auténtica república de las letras. El holandés Erasmo
de Rotterdam ilustra, quizás mejor que ningún otro
intelectual de la época, las ambiciones del Humanismo, tanto en el plano pedagógico (ediciones comentadas de textos, traducciones latinas del griego, preparación de ejercicios latinos para escolares), como
en el plano religioso (el Enchiridion Militis Christiani de 1503, la traducción al latín del Nuevo Testamento de 1516 o el opúsculo De Libero Arbitrio de
1524, en defensa de la libertad del hombre frente a
la teoría luterana, y luego calvinista, de la predestinación). Si su Institutio Principis Christiani de 1516
responde al género de los manuales para instrucción
Sin embargo, la mayor aportación a la ciencia renacentista fue la obra del polaco Nicolás Copérnico, que en su obra capital De Revolutionibus Orbium Cælestium (publicada cuando se encontraba
en su lecho de muerte gracias a los buenos oficios
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Pero aún lo es más en el terreno del arte, donde el
descubrimiento de los monumentos griegos y romanos, el nacimiento de la arqueología, el conocimiento de la plástica antigua (a través de la escultura, de la cerámica, de los mosaicos, de las pinturas),
el auge del coleccionismo y de los museos y las galerías, la recuperación de la obra de los tratadistas y
los literatos, el estudio de la mitología pagana, el
sentimiento de la belleza esencial que encierran las
artes plásticas (la arquitectura «traduce la armonía
de las divinas proporciones», la escultura revela la
belleza desnuda del cuerpo humano, la pintura permite la recreación de la naturaleza y su elevación a
la categoría de ideal) fueron los factores que produjeron una eclosión cataclísmica del arte.
de otro sabio, su amigo Joachim von Lauchen, llamado Rheticus, 1543) formulaba la teoría heliocéntrica, es decir, demostraba el fenómeno del movimiento de los planetas en torno al Sol,
destronando a la Tierra de su lugar de privilegio y
desafiando así tanto las teorías de la ciencia antigua como las creencias de la mitología bíblica asumida por las iglesias, lo que motivó el ostracismo
de sus tesis, que hubieron de esperar tiempos mejores para manifestarse abiertamente.
Otra de las grandes conquistas científicas de la época fue el definitivo avance de la anatomía, gracias a
la obra del flamenco Andrés Vesalio, autor del gran
tratado en la materia, De Humani Corporis Fabrica
(1543), obra singular no solo por su irreprochable
texto, sino por sus espléndidas láminas (realizadas
por el holandés Jan Stevenszoon van Kalmar, un discípulo de Tiziano), que hicieron del libro una perfecta «confluencia de arte, humanismo y ciencia».
Tanto ello es así que resulta imposible un inventario de los artistas y de las obras plásticas del Renacimiento, a partir de su aparición en tierras de Italia de la mano del arquitecto Filippo Brunelleschi,
del escultor Donatello y del pintor Masaccio en las
primeras décadas del siglo XV. Nos limitaremos por
ello a glosar dos ejemplos de la máxima excelencia. En Italia, Miguel Ángel (Michelangelo Buonarroti) fue sin duda uno de los artistas más completos del siglo XVI, tanto en su faceta original de
escultor (que obtuvo del mármol las memorables
figuras de David, Moisés, las tumbas mediceas de
San Lorenzo de Florencia o las distintas interpretaciones de la Piedad), como en sus empresas arquitectónicas (Sacristía Nueva de San Lorenzo y Biblioteca Laurenciana de Florencia y urbanización de
la Plaza del Capitolio y cúpula de la Basílica de San
Pedro en Roma), o finalmente en sus dos grandes
ciclos pictóricos de frescos para la Capilla Sixtina
(1508-1512 y 1536-1541), donde muestra sus su-
El Renacimiento puede ser igualmente definido como el descubrimiento del valor ejemplar de la cultura clásica, o dicho con las palabras de Giorgio Vasari, como «la resurrección de las letras y las artes
gracias al encuentro de la Antigüedad». Esto es verdad en el terreno de la literatura, que produce obras
de genio en todos los géneros y en todos los países.
Portugal tiene a Luis de Camões, España se ilustra
con la poesía de Garcilaso de la Vega, Francia nos
ofrece la lírica de La Pléiade (Pierre Ronsard y
Joachim du Bellay), las novelas carnavalescas de
François Rabelais y los estimulantes ensayos de Michel de Montaigne, Italia imagina las espléndidas
novelas de aventuras de Ludovico Ariosto y Torquato Tasso, y así sucesivamente.
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rivadas de la ofensiva desatada por el sultán otomano Solimán II, llamado el Magnífico, contra la Europa cristiana (ataques victoriosos contra Belgrado,
Rodas y el reino de Hungría y feliz alianza con las repúblicas corsarias del Norte de África, triunfos compensados con los fracasos en el asedio a Viena, la pérdida de Túnez y el sitio infructuoso de la isla de Malta
y, más adelante, en el reinado de su sucesor, Selim II,
con la derrota de Lepanto), el enfrentamiento permanente con los príncipes protestantes alemanes (que,
unidos en la Liga de Esmalcalda, pese a su derrota en
Mühlberg, imponen sus condiciones en la paz de
Augsburgo de 1555, confirmando la libertad religiosa en el Imperio para los príncipes católicos y protestantes) y el afianzamiento de los Estados protonacionales (alguno de los cuales, como fue el caso de
Francia, le manifestó una hostilidad permanente a lo
largo de sus cuarenta años de gobierno), la idea imperial de Carlos V reveló su definitivo anacronismo
en una Europa en profunda transformación.
premas cualidades (la grandiosidad, la terribilità,
el sentido volumétrico, la concepción de la belleza
ideal), que hacen de su obra (a la que se pueden añadir sus prodigiosos dibujos y hasta sus conseguidos
poemas) una de las cumbres del arte universal.
Si Miguel Ángel puede representar el Renacimiento artístico meridional, Alberto Durero (Albrecht
Dürer) puede encarnar perfectamente su vertiente
septentrional. Formado en el gótico internacional,
y asumiendo las lecciones de Italia (tras dos viajes,
en 1494 y 1505-1507) y de los Países Bajos (en un
tercer viaje tras la coronación de Carlos V en Aquisgrán) desarrolló, en contacto con los círculos humanistas de Nürenberg, sus grandes dotes como
pintor, dibujante y grabador, facetas en las que dejó por igual la huella de su genio. Su colección xilográfica del Apocalipsis (1498), sus grabados alegóricos (El caballero, la muerte y el diablo, La
melancolía, 1513) o naturalistas (Rinoceronte, 1515)
y sus pinturas (especialmente los Autorretratos de
1498 y 1500), hacen de su obra otra de las cimas
del arte de todos los tiempos.
***
El siglo XVII aparece caracterizado en el campo de la
política por la hegemonía francesa (encarnada en el
reinado de Luis XIV, el Rey Sol, 1643-1715) y en
el campo de la economía por la aparición de una crisis que la mayoría de los países sufren sin encontrar
soluciones (recesión y refeudalización), mientras que
los menos aprovechan para renovar sus bases mediante la protoindustrialización y mediante el mejor aprovechamiento de sus bazas en sus dominios coloniales, donde en algunos casos establecerán una economía
de plantación. Si hablamos de cultura, el siglo XVII
aparece dominado por dos fenómenos bien delimitados: el Barroco y la Revolución científica.
El fin del Renacimiento no marca la abolición de los
sistemas políticos del siglo XVI, que, sin embargo, ha
asistido en sus décadas centrales al fin de un ideal
alumbrado por Roma y una y otra vez resucitado a
lo largo de la Edad Media: la idea de un Imperio que,
desde Teodosio, debía ser un Imperio cristiano. En
efecto, Carlos V representó por última vez el ideal de
una Europa unida bajo la figura del emperador, el soberano de una monarquía universal que, en estrecha
colaboración con el papa de Roma, debía imponer
la paz entre los reinos cristianos y dirigir la guerra
contra los infieles. Sin embargo, las dificultades de-
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ba superadas muchas de las concepciones anteriores,
tanto las de Aristóteles como las de Hipócrates, Galeno o Tolomeo), batalla contra el dogma religioso
y contra las condenas de las iglesias, ya que, siguiendo las palabras de Jean Quéniart, significaba «una
marginación metodológica y provisional de lo religioso», batalla contra la mentalidad mágica y la contaminación de las ciencias (la astronomía por la astrología, la química por la alquimia, la terapéutica
por la curación mágica o milagrosa), batalla contra
el orden establecido, ya que la nueva concepción de
la naturaleza se veía venir aparejada no solo con un
abandono definitivo de las ilusorias explicaciones
teológicas, sino también con una nueva concepción
de las relaciones sociales y de los sistemas políticos.
El concepto de Barroco hace referencia, en sentido
lato, al conjunto de las manifestaciones de la cultura seiscentista. Ahora bien, la geografía del Barroco incluye plenamente a un mundo signado por la
presencia de la monarquía, la Iglesia y la crisis, mientras sus límites se diluyen en contacto con los mundos prósperos, protestantes y parlamentarios o republicanos (Inglaterra y los Países Bajos), que prefieren
las formas clasicistas. El concepto de Barroco arranca del mundo del arte para invadir después otros ámbitos: la literatura, la música, la religiosidad, el pensamiento económico, la teoría política. La cultura
del Barroco asume una definición más plural y más
contradictoria que la del Renacimiento: sus campos
de aplicación son más difusos, su geografía tiene fronteras menos delimitadas (y en conflicto con las del
clasicismo) y su cronología es menos uniforme, con
desconcertantes prolongaciones en algún ámbito como el de la música, donde se hablará de barroco hasta los años finales del siglo XVIII.
Exiliado voluntariamente para defender su libertad
y su independencia en Holanda (aunque en esta misma Holanda los rabinos de su sinagoga condenaron
la obra de otro genio de la filosofía barroca, Baruc
Spinoza), René Descartes investigó las reglas para
asentar una ciencia racional. Su Discours de la méthode (1637) estableció el requisito de la duda metódica como punto de partida, el principio del cogito ergo sum como primera certeza, el primado de la
razón y la experiencia y la utilización del análisis científico (lógica, orden, síntesis, cuantificación, como
base de todo razonamiento) para dominar el caos
aparente del mundo: la naturaleza se revela como
una enorme máquina sometida a leyes que pueden
ser expresadas en términos matemáticos y la realidad como un compuesto de espíritu y materia. Las
conclusiones de semejante indagación permiten la
independencia del saber científico respecto de la divinidad y la necesaria postergación de los espacios
de la vida política y de la vida religiosa a la hora de
La Revolución científica es la consecuencia madura del avance del pensamiento racional y del avance del proceso de secularización que se había producido en el siglo anterior. Así, en la explicación de la
realidad se va a producir un decisivo cambio de perspectiva: frente a la percepción inmediata de los fenómenos se impone la matematización de la naturaleza, frente a la física descriptiva se abre paso una
física cuantitativa y frente al mundo cerrado de matriz tolemaica se concibe ahora un universo infinito
a partir de la genial construcción de Copérnico del
siglo anterior. La Revolución científica hubo de dar
diversas batallas para ganarse su derecho de ciudadanía: batalla contra la autoridad de los antiguos (ya
que, al constituir un cambio de paradigma, declara-
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siglo XVII, dibujaron una mecánica celeste que, perfeccionada por los trabajos de Pierre-Simon Laplace a finales del siglo XVIII (Exposition du système du
monde, 1796), ya no habría de modificarse sustancialmente hasta el enunciado de la teoría de la relatividad a comienzos del siglo XX.
establecer la verdad científica. De este modo, el filósofo francés pone los fundamentos de una verdadera revolución intelectual.
Galileo Galilei es uno de los máximos protagonistas de la Revolución científica. La construcción del
telescopio le permitió observar las fases de la luna,
comprender la naturaleza de la Vía Láctea y analizar los movimientos de los satélites de Júpiter, fenómenos que dio a conocer en Sidereus Nuncius
(1610). Posteriormente, la observación de las fases de Venus le hizo adherirse a la teoría heliocéntrica copernicana y rechazar la teoría geocéntrica
tolemaica en su obra Dialogo sopra i due massimi
sistemi del mondo (1632), lo que le valió la condena de la Iglesia católica, que ya le había perseguido a través de la Inquisición romana movilizada
por el cardenal Roberto Belarmino, el mismo que
había llevado a la hoguera al filósofo y científico
Giordano Bruno en 1600. Sin embargo, de nuevo en este caso la verdad científica terminaría ganando la batalla sobre la teología.
Enmarcado dentro del llamado Siglo de Oro de la
cultura española, la pintura de Diego Velázquez aparece como una de las cumbres del Barroco europeo.
Tras producir sus primeras obras maestras en plena
juventud (Vieja friendo huevos, El aguador de Sevilla) y tras un primer viaje a Italia (donde aprende
la lección de Michelangelo Merisi, llamado Caravaggio), el pintor retrata en Madrid a los representantes de la familia real y, en contraste, a los bufones
que deben alegrar la vida de palacio, junto al gran
lienzo de exaltación de los éxitos de la monarquía
que es La rendición de Breda, también conocido como Las lanzas, cuadros todos ellos donde ya utiliza
las pinceladas fluidas y las gradaciones cromáticas
que le darán justa fama. Tras un segundo viaje a Italia (donde pinta al papa Inocencio X y seguramente las vistas de los jardines de la Villa Medicis), regresa a la Corte para producir sus últimas obras
maestras, inspiradas en la mitología pagana (La Venus del espejo, Las hilanderas) y por el mundo cortesano que constituyó su principal escenario vital y
que supo elevar a categoría universal (Las meninas).
Isaac Newton es ante todo el científico que demostró matemáticamente la ley de la gravitación universal y enunció las tres leyes de la dinámica (inercia, interacción y fuerza, acción-reacción). Sin
embargo, a partir de su obra magna Philosophiæ
Naturalis Principia Mathematica (1687) sus aportaciones fueron mucho más numerosas: calculó la
masa del Sol y de la Tierra, explicó los equinoccios,
dedujo el achatamiento del globo, interpretó las
irregularidades del movimiento de la Luna, expuso la teoría de las mareas, demostró el movimiento de los cometas. Sus descubrimientos, que cierran brillantemente la Revolución científica del
Dentro de la paralela Edad de Oro de su cultura,
Holanda produce una pintura excepcional por su
temática, por su originalidad y por la calidad de sus
cultivadores (entre los que destaca Jan Vermeer y su
Joven de la perla) y que tiene su correspondencia en
otros artistas del Flandes católico (entre los que
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la en la versión final de Garci Rodríguez de Montalvo de 1508), su contenido va mucho más allá constituyendo una lúcida síntesis de las tribulaciones y
las esperanzas de toda una época. De esta manera,
Cervantes aparece hoy como el padre de la novela
moderna y como uno de los grandes nombres de
la literatura universal de todos los tiempos.
destaca Petrus Paulus Rubens con sus grandilocuentes creaciones). Sin embargo, la figura más relevante es la del pintor y grabador Rembrandt Van Rijn,
dominador del claroscuro y creador de suntuosas
escenas tomadas de la mitología bíblica o de la mitología clásica, de espléndidos retratos individuales
o de grupo (entre ellos sus magníficos autorretratos
a diversas edades), de episodios de la rica vida civil
de las urbes neerlandesas (sus dos Lecciones de Anatomía o su Ronda de noche, quizás su obra maestra),
y ello hasta sus últimos años, donde todavía nos lega emotivos cuadros como el de La novia judía, de
1665, para mejor establecer su imperecedera gloria.
Por su propia esencia, el siglo del Barroco es la época dorada del teatro europeo. Así, esta centuria genera las mayores cimas del teatro clásico español,
de Félix Lope de Vega (Fuenteovejuna, 1610) a Pedro Calderón de la Barca (La vida es sueño, 1635),
al igual que lo hace en Francia, con Pierre Corneille
(Le Cid, 1636), Jean Racine (Phèdre, 1677) y JeanBaptiste Poquelin llamado Molière (L’avare, 1668).
Sin embargo, la cumbre del arte dramático universal la alcanza el inglés William Shakespeare, cuya
obra, que nace en pleno esplendor de la corte de
Isabel I de Inglaterra, uno de los grandes momentos de la cultura europea (con Edmund Spencer y
su inconclusa obra maestra The Faerie Queen, el
dramaturgo Christopher Marlowe y su magistral
creación del Doctor Faustus o el músico John
Dowland y sus melancólicas canciones acompañadas al laúd), se desarrolla en los años finales del reinado y aún más allá, después de acabado el siglo
y después de desaparecida la soberana. Sus geniales dramas incluyen comedias llenas de fantasía (A
Midsummer Night’s Dream, The Twelfth Night), atormentados episodios de la historia nacional (Richard
III) y tragedias de gran aliento humano y poético
(Romeo and Juliet, Othello, Hamlet, King Lear,
Macbeth), hasta acabar con una portentosa pieza
crepuscular (The Tempest, 1611), que cierra su indagación espiritual sobre el hombre y su destino.
Miguel de Cervantes es, junto con Shakespeare, el
máximo representante de la literatura escrita entre
los siglos XVI y XVII. Hombre de dilatada experiencia, viajero por Italia, soldado en la batalla de Lepanto, cautivo en los baños de Argel (1575-1580), su
retorno a España le permite, en medio todavía de algunos sobresaltos judiciales, dedicarse preferentemente a labores literarias. Aunque su obra abarca todos los géneros, sobre su poesía o sobre sus creaciones
teatrales (dramas como El cerco de Numancia o entremeses como El retablo de las maravillas) destaca
su narrativa: la novela pastoril La Galatea (1585), las
llamadas Novelas ejemplares (donde experimenta todas las especialidades, singularmente la picaresca en
su Rinconete y Cortadillo, 1613), la novela bizantina
Los trabajos de Persiles y Segismunda (publicada póstumamente en 1617) y, sobre todo, su obra maestra, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
(publicado en dos partes, en 1605 y 1615). Concebida en principio como una parodia y una sátira
de los libros de caballería (género que no obstante
contaba con obras maestras como el Amadís de Gau-
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Portada de la primera edición ilustrada del Quijote,
impresa en Holanda en 1657.
Episodio de los molinos de viento.
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paría finalmente el trono) y cuyo estandarte sería
Pro Libertate et pro Religione Protestante como indicativo de su posición contra el absolutismo y
contra el catolicismo. Coincidiendo con estos hechos, John Locke, que más tarde expondría su teoría del conocimiento basada en el empirismo analítico, es decir, en el valor de la experiencia y el
rechazo de las ideas innatas (Essay Concerning Human Understanding, 1690), publicó su principal
obra de carácter político, sus Two Treatises of Government (1689), siendo el primero una completa refutación del presunto derecho divino de los
reyes y el segundo (el más importante, el Essay Concerning Civil Government) una fundamentación
del nuevo régimen implantado en Inglaterra pero cuyos principios pretendían justificadamente
alcanzar una dimensión universal: si la soberanía
emana del pueblo, la vida, la propiedad, la libertad y la aspiración a la felicidad son derechos naturales anteriores a la constitución de la sociedad
que, por lo tanto, deben ser respetados y garantizados por el gobierno, representado conjuntamente por el rey y el parlamento. Tales enunciados habrían de pasar pronto al continente y ejercerían
una enorme influencia sobre la formación del pensamiento político del siglo XVIII.
Si toda la primera parte del siglo XVII aparece como una continuación de los graves enfrentamientos entre los distintos países europeos, donde se entremezclan las rivalidades religiosas (católicos contra
protestantes y, entre estos últimos, luteranos contra calvinistas y, entre estos últimos, moderados
contra radicales) y las rivalidades políticas entre los
diversos Estados, la guerra de los Treinta Años pareció la culminación de este estado de hostilidad
permanente entre los países cristianos, de modo
que todas las partes implicadas demostraron su cansancio y su incapacidad para seguir manteniendo
el esfuerzo bélico iniciando unas conversaciones de
paz que culminaron en los tratados llamados de
Westfalia (1648). Al margen de los cambios territoriales y el reconocimiento de la soberanía de los
Países Bajos, la consecuencia más importante fue
la abolición de los enfrentamientos por motivaciones estrictamente religiosas. El nuevo orden internacional salido de Westfalia prescindía de las diferencias confesionales como causa de los conflictos
(para lo cual se ampliaban los presupuestos de la
antigua paz de Augsburgo de 1555) y establecía
unas relaciones sobre bases exclusivamente políticas entre unos Estados secularizados y plenamente soberanos que no reconocían a ninguna instancia superior, ni imperial ni pontificia.
***
El mundo político posterior a la paz de Westfalia
mantuvo fundamentalmente la división entre las
monarquías absolutas y los regímenes realmente
moderados por la acción de las asambleas o parlamentos. El retroceso del control parlamentario en
Inglaterra motivó una «Gloriosa Revolución», a
cuyo frente se puso Guillermo de Orange para hacer valer los derechos de su esposa María (que ocu-
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El siglo XVIII presenta también sus propias características: la hegemonía de Inglaterra sucede
a la de Francia, el absolutismo se viste de un aparato ideológico renovado por las nuevas ideas de
la época, la economía progresa en todos los sectores desde la agricultura al comercio internacional y la movilidad social favorece el ascenso de
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la burguesía, que a fines de la centuria quiere transferir sus éxitos en el terreno socioeconómico al
plano del poder político.
da, la ley natural primaba sobre la positiva y, en
general, lo natural se establecía por encima de lo
sobrenatural.
El siglo XVIII es, finalmente, el Siglo de las Luces o
de la Ilustración. El término hace referencia a la difusión de una serie de ideas nuevas que debían iluminar los espíritus y de este modo alumbrar un camino que conducía a un estadio superior de la
historia de la humanidad. La principal de estas ideas llenas de virtualidad era la razón, arma fundamental para ejercer una labor crítica que ahora supera los límites cartesianos y no deja al margen ni
al sistema político ni a la creencia religiosa. De
este modo, la Ilustración reavivaba la llama sagrada del humanismo y del proceso de secularización,
que había constituido la línea mayor del progreso
espiritual europeo a lo largo de los tiempos modernos. Un progreso que los ilustrados, llevados por
su proverbial optimismo histórico, concebían a la
vez como moral, intelectual, material, social y político, siempre con carácter indefinido.
La razón y la naturaleza conducían a la noción
de libertad. Las doctrinas del derecho natural y del
pacto social mostraban la libertad como una cualidad intrínseca del hombre, que no había hecho
dejación de ese atributo sino que había establecido un contrato solo para alcanzar un estadio superior en la organización de la convivencia. La
libertad se ejercía en el terreno de la conciencia,
de la actividad intelectual, de la producción cultural (que debía rechazar todo tipo de censura), de
la disposición de los bienes espirituales y materiales. La proclamación de la libertad llevaba aparejada la identificación de su principal enemigo, el
«feudalismo», que adoptaba la figura del dogmatismo religioso, el mercantilismo económico y el
despotismo político.
Las anteriores nociones implicaban el triunfo de
la secularización y la laicización en el pensamiento europeo. A partir de ahora los intelectuales
ponen en circulación una serie de valores que enfatizan los fines inmanentes frente a los trascendentes, los alimentos terrestres frente a los celestiales. El mundo pierde su aspecto de valle de
lágrimas al mismo ritmo que el hombre empieza
a preocuparse más por el bienestar terrenal que
por la gloria eterna. Los gobiernos ilustrados se
ven obligados a buscar una nueva cobertura ideológica para sus acciones: sus leyes ya no se promulgan atendiendo a la defensa de la religión o
la salvación de las almas, sino a la «felicidad de
todos los súbditos».
Ahora bien, la razón se inspira a su vez en la naturaleza, de tal modo que lo razonable es por antonomasia lo natural. También aquí las Luces recogen otra tradición del siglo anterior, la que había
propugnado que la religión o el derecho debían
ajustarse a las leyes de la naturaleza, que había impreso en los hombres los caminos de su conducta individual y social. La naturaleza permitía el
adelantamiento de la economía según propugnaba la fisiocracia, constituía la base de la sociabilidad y, por tanto, de la organización política y
fundamentaba la moral y la religión. En ese sentido, la religión natural primaba sobre la revela-
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En materia religiosa, su pensamiento se orientó hacia una religión natural sin dogmas ni ceremonias.
El terremoto que asoló Lisboa en 1755 cobrándose varios miles de vidas humanas, lo que a su juicio ponía en entredicho bien la omnipotencia, bien
la benevolencia divina, agudizó su escepticismo sobre la existencia de un Dios providente y le inspiró la novela Candide ou l’Optimisme, una de sus
obras maestras (1759). Ahora bien, cuando lanzó
su famoso grito de guerra Écrasez l’infâme se refería no solo a los males resultantes de la intolerancia y la superstición religiosas, sino también al abuso de poder en cualquiera de sus formas. En este
sentido, fueron múltiples los escritos intencionadamente subversivos (comedias, cuentos filosóficos e innumerables libelos) en los que se propuso
como objetivo fundamental «aplastar al infame»,
es decir, el fanatismo, que solía desembocar en la
crueldad y la locura. Autor poco especulativo y sí
apegado a las realidades concretas, su pensamiento ofrece numerosos ejemplos de su fe en el progreso y de su sincero amor a la humanidad, que
se expresan con frecuencia a través de su protesta
contra el despotismo, la guerra, el oscurantismo y
el dogmatismo. Tales contenidos, servidos por una
pluma acerada, una ironía demoledora y una gran
virulencia expresiva, le convirtieron en el referente de la burguesía ilustrada y en el símbolo del librepensamiento y de la actitud crítica frente a la
sociedad de la época.
La Ilustración se define así como un movimiento
internacional de espíritu cosmopolita, que traspasa
las fronteras políticas y culturales para la elaboración de un patrimonio común al que contribuyen
todos los países. «Italianos, ingleses, alemanes, españoles, polacos, rusos, suecos, portugueses, todos
sois mis hermanos, todos mis amigos, todos igualmente valientes y virtuosos», proclamaba el marqués Louis-Antoine de Caraccioli, diplomático napolitano en París. La Ilustración es, en definitiva,
un movimiento intelectual europeo que difunde su
confianza en la razón, en la naturaleza y en el progreso indefinido de la sociedad y asienta como nuevos valores la libertad, la paz, el cosmopolitismo y
la felicidad en este mundo para promover una nueva era de la historia de la humanidad.
Pese a que la obra de François-Marie Arouet, llamado Voltaire, no sea la más profunda de la filosofía ilustrada, no hay duda de que la huella y el alcance de su crítica social carecen de parangón en la
cultura de su tiempo. Así, dirigió su afilada pluma
y su diáfana escritura contra cuantas instituciones
y costumbres le parecieron injustas, mientras abogaba por la tolerancia, el fomento de la ciencia y la
humanización de las instituciones. La anglofilia de
sus Lettres philosophiques (1734), una acerba crítica del régimen francés con pretexto de un brillante reportaje sobre Inglaterra, hunde sus raíces en la
conciencia de la dignidad reconocida a los hombres de ciencia y los intelectuales y en la apertura
de miras propiciada por las renovadas tradiciones
liberales del régimen parlamentario, en la convivencia entre la gentry y la burguesía y en la libertad
de prensa y la tolerancia religiosa ya afianzadas en
el ambiente cultural británico.
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El Setecientos si por algo se caracteriza es por ser
un siglo divulgador del saber. Y en ese sentido, la
Enciclopedia es su paradigma como prolongación
de las conquistas anteriores, síntesis de los conocimientos de la época y vehículo de difusión de las
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dica en haber sido un instrumento de lucha ideológica y la expresión de la actitud intelectual más
progresista de la época, aquella que creía en el impulso revolucionario del pensamiento racional.
ideas nuevas, pudiéndose definir, con las palabras
de Robert Mandrou, como una «prudente apología del progreso humano, separada de todo dogma
y de toda autoridad». La Encyclopédie ou Dictionnaire raisonné des sciences, des arts et des métiers, cuyo primer volumen apareció en 1751, fue esencialmente la empresa de Jean d’Alembert, que fue la
figura clave en la coordinación de los artículos científicos y cuyo «Discurso preliminar», un himno al
progreso técnico, explicitó el planteamiento general y la doble finalidad de la obra (informativa,
a través de la difusión del saber de forma sistematizada, y generadora de polémica ideológica con su
rechazo de la autoridad y de la tradición en nombre del progreso), y de Denis Diderot, quien por
su parte se encargó de la dirección de la publicación, ordenando las aportaciones de unos ciento
treinta colaboradores.
Al lado de las síntesis enciclopédicas, otra de las manifestaciones más genuinas del afán de conocimiento de la Ilustración fueron las expediciones científicas. Además, la apertura del mundo occidental a
Ultramar adquirió una dimensión universal y la alta valoración científica de la ciencia experimental,
como conocimiento y como medio de dominio de
la naturaleza, fue fundamentando una solidaridad
internacional, que en el último cuarto del siglo trascendió incluso los enfrentamientos bélicos. En primer lugar, el debate sobre la forma exacta del globo terrestre quedó zanjado con las expediciones
científicas francesas a Laponia (dirigida por Pierre
Louis Moreau de Maupertuis) y a la Audiencia de
Quito (dirigida por Charles Marie de La Condamine, que contó con la colaboración de los españoles
Jorge Juan y Santacilia y Antonio de Ulloa). Las expediciones marítimas fueron asimismo financiadas
por diversas potencias europeas. Así Rusia comisionó al danés Vitus Behring (que certificó que Asia
no estaba unida a América, 1728), Francia envió a
Louis Antoine conde de Bougainville (que descubrió diferentes archipiélagos de Polinesia, 17661769) y a Jean-François de Galaup, conde de La Pérouse (que visitó la isla de Pascua y exploró el Pacífico
hasta su muerte en las Nuevas Hébridas, 17851788), mientras Inglaterra patrocinaba los tres viajes del famoso capitán James Cook: búsqueda infructuosa de la Terra Australis y demostración de la
insularidad de Nueva Zelanda y Nueva Guinea
(1768-1771), exploración del Pacífico central y
El éxito de la Enciclopedia fue considerable, y no solo en Francia, ya que se publicó traducida y adaptada en varios países. Entre las ciencias incluidas en
la obra se encontraban tanto las clásicas (física, química, astronomía, matemáticas) como las que ahora estaban pasando a ocupar el centro del interés de
los investigadores: las ciencias de la naturaleza. Del
mismo modo, se abordaban las letras nuevas: la ciencia política, la ciencia económica, la pedagogía o el
derecho penal moderno (cuya renovación venía protagonizada en esta hora por la obra Dei delitti e
delle pene, 1764, de Cesare Beccaria). Finalmente,
entre las artes no solo figuraban las artes plásticas
tradicionales, sino también las artes aplicadas, los
oficios artesanales y las nuevas técnicas que se estaban introduciendo en el mundo de la producción.
En cualquier caso, su influencia en la historia ra-
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el siglo XVI). Eje central de su argumentación era el
concepto de división del trabajo, que permitía el pleno desarrollo de las artes y las ciencias y constituía
también la base técnica del aumento de la productividad y, por tanto, de la creación de riqueza. Como punto esencial de su sistema, Adam Smith preconizó también la libre concurrencia y el abandono
de todo intervencionismo estatal, tras hacer una
severa crítica al sistema de monopolios y privilegios.
Colocando al hombre en el centro del proceso económico, adelantó el concepto del homo œconomicus,
un ser impelido exclusivamente por motivaciones de
beneficio propio e individual. Aplicando esta doctrina individualista de la economía, toda la sociedad
obtendría ventajas: los consumidores podrían conseguir bienes baratos (exentos de los gravámenes
de un estado parasitario) y los obreros gozarían de
libertad de movimientos para desplazarse en busca
de un trabajo mejor remunerado. La implantación
con todas sus consecuencias de las tesis expresadas
por Adam Smith requería la transformación radical de los presupuestos económicos, sociales y políticos que regían las sociedades de la época: exigía,
por tanto, la destrucción de las bases que sustentaban el Antiguo Régimen. Por otra parte, su elaboración teórica proporcionó el arsenal conceptual sobre el que se elaboró la economía política liberal
posterior, comenzando el concepto de interés a ocupar un lugar central en el seno de la especulación política y económica, un lugar que no ha perdido aún
más de dos siglos después.
meridional y doble expedición al Antártico (17721775) y visita a diversos archipiélagos y descubrimiento de las islas Hawai, donde halló la muerte
(1776-1779). Las expediciones españolas más características fueron las botánicas, de acuerdo con el
estatuto privilegiado que esta rama científica había adquirido gracias a los trabajos de Carl von Linné (Systema Naturæ, 1731) y Georges Leclerc, conde de Buffon (Histoire naturelle, 1749-1789): la
de los reinos de Perú y Chile (Hipólito Ruiz y José
Antonio Pavón, 1777-1786), la del Nuevo Reino
de Granada (José Celestino Mutis, 1782-1808) y la
de Nueva España (Martín Sessé y José Mariano Mociño, 1787-1803). Sin embargo, la más importante
fue la emprendida por vía marítima bajo la dirección
de Alessandro Malaspina y José de Bustamante, que
visitó Patagonia en el litoral atlántico americano y el
litoral pacífico hasta Alaska, así como Filipinas, China, Nueva Zelanda, Australia y Polinesia (17891794). Ahora bien, el espíritu de las Luces queda
simbolizado paradigmáticamente por la llamada Expedición Filantrópica de la Vacuna (1803-1806),
que bajo la dirección de Francisco Javier Balmis y su
colaborador José Salvany difundió la práctica de la
inoculación antivariólica (descubierta por Edward
Jenner en 1796) entre las poblaciones de América,
Filipinas y China, tanto en Macao como en Cantón.
La piedra fundacional de la economía política como
ciencia es la obra de Adam Smith: The Wealth of Nations (La riqueza de las naciones, 1776). En este libro
clave el ilustrado escocés aborda de forma directa
el fenómeno de la organización de la economía tras
liberarse del lastre de las consideraciones extraeconómicas que habían presidido los planteamientos de
los utopistas (como los del inglés Thomas More en
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Si John Locke a finales del siglo XVII había podido declarar que los hombres poseían derechos naturales imprescriptibles como la libertad civil y la
propiedad, fue siguiendo sus pasos como Charles
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Experimentos sobre la gravedad por Malaspina y
Bustamante. En: Viaje político científico alrededor del mundo
por las corbetas Descubierta y Atrevida … desde 1789 a 1794.
Biblioteca Nacional de España.
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Sin embargo, la propuesta política más radical fue
enunciada por Jean-Jacques Rousseau, escritor ya famoso por otras obras anteriores como Discours sur
les sciences et les arts de 1750, Discours sur l’origine et
les fondements de l’inégalité parmi les hommes de 1755,
La nouvelle Héloïse de 1761 y Émile ou De l’éducation de 1762, en su obra fundamental Du contrat social (El contrato social, 1762). La novedad más destacable de su doctrina consistía en una serie de
rotundas afirmaciones: el pueblo era el único depositario de la soberanía, y la voluntad general de la comunidad debía establecer un pacto o contrato para
la formación de una sociedad que garantizase la libertad y la propiedad de los individuos. El contrato
social permitía a los individuos seguir siendo libres,
al partir de la voluntad general de la comunidad entendida como asociación natural y espontánea de los
hombres. Esa voluntad general era siempre recta y
tendía en todo momento a la utilidad pública, por
lo que el poder soberano era inalienable, indivisible e infalible. Tales planteamientos, que el propio
Rousseau trató de llevar a la práctica en su proyecto
de constitución para Córcega o en sus Considérations
sur le gouvernement de Pologne de 1771, brindaban
a la ciudadanía europea un texto revolucionario, una
verdadera carta magna de la democracia.
de Secondat, barón de la Brède y de Montesquieu,
que iniciaba de este modo en Francia la crítica de
los fundamentos del absolutismo, pudo escribir entre 1734 y 1748 dos de sus textos capitales. En efecto, el pensador ilustrado, que ya había destacado
por su original obra de crítica social Lettres persanes (Cartas persas) escrita en 1721, se planteó en sus
Considérations sur les causes de la grandeur des Romains et de leur décadence (1734) la cuestión de las
causas generales que rigen el curso de la historia: la
marcha de la humanidad no está regida ni por la
fortuna, ni por los individuos ni por las causas particulares o accidentales, sino por una serie de factores generales, entre los que enumera el clima y el
medio geográfico, que a su vez determinan las costumbres y las instituciones jurídicas y políticas de
los Estados. Y a renglón seguido, en su principal
tratado político, De l’esprit des lois (El espíritu de las
leyes, 1748), trató de diseñar un sistema de gobierno capaz de conjugar el orden con la libertad, que
preservase la soberanía nacional evitando al mismo
tiempo la concentración de la autoridad mediante
un reparto de atribuciones entre diversas instancias
(el rey, la nobleza y el pueblo), y que dividiese sus
funciones entre los respectivos poderes: ejecutivo,
legislativo y judicial. En suma, Montesquieu proponía una fórmula moderada que pudo ser aceptada tanto por los reformistas que actuaban en el
seno de los estados absolutistas como por los filósofos ilustrados, que secundaron sus ataques contra la tortura, la esclavitud, el fanatismo y la tiranía. Estas reflexiones, de gran influencia en el siglo,
convierten al pensador francés en uno de los grandes teóricos de la historia, uno de los fundadores
de las ciencias sociales y uno de los primeros tratadistas de ciencia política de los tiempos modernos.
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La filosofía de la Ilustración se nutre de brillantes
pensadores que dentro del espíritu del siglo optan
por diferentes propuestas. Así el empirismo preside la obra del escocés David Hume, mientras el
sensismo es la teoría desarrollada por el francés
Étienne Bonnot de Condillac (teoría que cobra un
carácter radical y materialista en la obra tanto de
Claude Adrien Helvétius como de Paul Henri Dietrich barón d’Holbach) y en Alemania se difunde
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Königsberg partía de las corrientes empiristas y racionalistas justamente para superarlas, sentando de
este modo las bases de una nueva filosofía idealista.
el racionalismo dogmático de Christian von Wolff
o el racionalismo popular de Moses Mendelssohn.
Sin embargo, justamente en la Alemania de la segunda mitad de la centuria se produce una reacción frente al racionalismo dogmático y empieza a
difundirse una nueva corriente, encarnada por la
figura de Immanuel Kant cuyo idealismo trascendental niega la posibilidad de alcanzar una realidad
independiente del sujeto, una aseveración que rompe con los postulados de la filosofía clásica.
El siglo XVIII fue un siglo aficionado a la música. Por
un lado, asistió a la consolidación de la ópera que, nacida en la Italia del Seiscientos, se hizo ahora más ligera e ingeniosa en autores tan representativos como
Giambattista Pergolesi, Giovanni Paisiello y Domenico Cimarosa, mientras que la música sinfónica alcanzaba igualmente algunas de sus más altas cumbres
gracias al genio de algunos de sus numerosos cultivadores (Johann Sebastian Bach, Antonio Vivaldi, Jean-Philippe Rameau, Georg Friedrich Haendel, Franz
Joseph Haydn), pero quizás el nombre más representativo de la Ilustración musical fue el de Wolfgang
Amadeus Mozart, que pone el broche de oro al Setecientos con una obra inmortal, fruto de una inagotable inspiración, llena de gracia y espontaneidad, poseída de una «divina ligereza» que hace de su música
uno de los milagros artísticos de la historia, tal como se demuestra en sus obras vocales, en sus conciertos para todo tipo de instrumentos, en sus numerosas sinfonías y en sus óperas, singularmente Don
Giovanni (recreación musical del mito español de Don
Juan, 1787) y Die Zauberflöte (La flauta mágica, 1791),
donde la inspiración masónica del rito de iniciación
mistérica de los protagonistas y la exaltación de la conducta conforme a la naturaleza de la pareja cómica se
diluyen en el esplendor de la fantasía y el anhelo de
felicidad propio del Siglo de las Luces.
En efecto, la rectificación del empirismo realizada
por Kant consistió en establecer que, aunque los datos proceden de la experiencia de los sentidos, es la
percepción la que determina los objetos, dando así
un giro copernicano a la teoría del conocimiento.
Así, el conocimiento se origina a partir de una serie de formas a priori de carácter inmanente que el
sujeto cognoscente emplea para organizar la realidad, como son las de espacio, tiempo y causa: «los
objetos en sí nos son completamente desconocidos
y lo que llamamos cosas exteriores no son más que
representaciones de nuestra sensibilidad». Por ello,
en su Kritik der reinen Vernunft (Crítica de la razón
pura, 1781) Kant limitaba la razón al uso científico o experimental y censuraba toda metafísica especulativa. Del mismo modo, su Kritik der praktischen
Vernunft (Crítica de la razón práctica, 1788) fundaba la ley moral en un nuevo principio a priori, por
tanto igualmente inmanente, al que denominó como «imperativo categórico». Así, el pensador de
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