EL ÚLTIMO ESCALÓN (1999)

Anuncio
MARTES 11
21’30 h.
Aula Magna de la Facultad de Ciencias
EL ÚLTIMO ESCALÓN
(1999)
EE.UU.
99 min.
Título Orig.- Stir of echoes. Director.- David Koepp. Argumento.- La novela homónima de Richard
Matheson. Guión.- David Koepp. Fotografía.- Fred Murphy (DeLuxe). Montaje.- Jill Savitt.
Música.- James Newton Howard. Productor.- Gavin Polone y Judy Hofflund . Producción.Hofflund/Polone Productions para Artisan Entertainment. Intérpretes.- Kevin Bacon (Tom Witzky),
Kathryn Erbe (Maggie Witzky), Illeana Douglas (Lisa), Liza Weill (Debbie Kozac), Kevin Dunn
(Frank McCarthy), Conor O’Farrell (Harry Damon), Jennifer Morrison (Samantha), Zachary David
Cope (Jake Witzky), Lisa Lewis (sra. Kozac). v.o.s.e.
Música de sala:
El sexto sentido (The sixth sense, 1999) de M. Night Shyamalan
Banda sonora original compuesta por James Newton Howard
EL ÚLTIMO ESCALÓN, película del guionista y realizador norteamericano David Koepp,
nos habla del horror. Pero no se trata de aquel horror numinoso, irracional y absolutamente salvaje al
que aludía Kurtz, el torvo personaje ideado por Joseph Conrad en la novela “El corazón de las
tinieblas”. Tampoco de ese espanto visceral a la muerte, a su sobrenatural fisicidad, expuesto por El
sexto sentido (The sixth sense, 1999), dirigida por M. Night Shyamalan. Al respecto, conviene
subrayar que la interesante película de Koepp no es una consecuencia directa del tremendo éxito
comercial de El sexto sentido, pues ambas se rodaron y estrenaron en EEUU casi a la vez. Además,
pese a compartir ligeras similitudes argumentales, ni EL ÚLTIMO ESCALÓN detenta el estilo
glacial y turbulento, a caballo entre Ingmar Bergman y Mario Bava, con que Shyamalan abordaba su
relato de aparecidos, ni El sexto sentido posee la atmósfera tétrica, a ratos sucia y malsana, que Koepp
imprime a su película de fantasmas. El horror pues, a primera vista, en EL ÚLTIMO ESCALÓN
emana de la clásica intrusión de lo fantástico en el ámbito de lo cotidiano.
Pero, siguiendo con escrupuloso respeto los más acrisolados cánones de la ghost story
anglosajona1, Koepp va más allá. Con estilo extremadamente naturalista, con ritmo sostenido pero
lúgubre, urga en los terrores nuestros de cada día. Aquellos que, inesperadamente, nos desvelan quién
es realmente nuestro vecino, simpático y servicial. Sin duda, dicha mirada ácida sobre la sordidez
existente en nuestro entorno diario nos remite a El efecto dominó (The Trigger Effect, 1996), la opera
prima como director de David Koepp. ¿Estamos, quizás, ante un nuevo autor en ciernes, frente a un
crudo retratista de lo siniestro? Quién sabe, pero conviene matizar mucho debido a las importantes
raíces literarias del film.
El escritor norteamericano Richard Matheson (1926), publicó su novela “A Stir of Echoes” en
1958, después de que vieran la luz dos de su mejores y más populares novelas, “Soy leyenda” (I am
Legend, 1954) y “El hombre menguante” (The Shrinking Man, 1956). Más célebre por su notable
1
El cuento de fantasmas, Ghost Story, tiene una enorme tradición en los países de habla inglesa. Desde la Edad Media, las
leyendas sobre espectros y almas en pena venidas del más allá son legión en el folklore de Gran Bretaña, impregnando las
obras de dramaturgos como Marlowe y Shakespeare, y facilitando las primeras tentativas novelísticas al respecto: “The
Christian's Defence Against the Fears of Death” de J. Drelincourt en 1706, o “La aparición de Mrs. Veal” de Daniel Dafoe
en 1725. Con el advenimiento de la literatura gótica en 1764 gracias a “El castillo de Otranto” de Horace Walpole,
prácticamente hasta la actualidad, el género no ha desfallecido jamás en las literaturas inglesa y estadounidense. En 1918,
Virginia Wolf escribió: “Extraño ser humano que anhela de sentir miedo, que tanto cuenta en nuestras amadas historias
de fantasmas”.
trabajo como guionista en cine y televisión, así como por la adaptación cinematográfica de alguna de
sus obras más emblemáticas2, la extraordinaria labor como escritor de Richard Matheson es poco
conocida por el lector español. No tanto por la escasa suerte editorial que Matheson ha tenido en
nuestro país, sino por su transgresor universo literario, poco solícito con la abotargada sensibilidad de
algunos supuestos amantes de lo macabro, adictos a Stephen King o Dean R. Koontz. “A Stir of
Echoes” es el relato típico de Matheson, donde lo fantástico penetra de manera violenta en el día a día
de los personajes, transformando su entorno, su propia conducta, hasta extremos que bordean el caos,
la (aparente) demencia, en un intento por comprender el por qué de lo que sucede, e incluso, luchar
contra ello.
Así pues, EL ÚLTIMO ESCALÓN se ajusta al esquema narrativo tan apreciado por el
novelista. Tom Witzky (Kevin Bacon), un empleado de la telefónica que habita en un barrio de clase
media, en la periferia de Chicago, y que sólo aspira a ser “un tipo común”, asume con resignación su
matrimonio con Maggie (Kathryn Erbe), la educación de su hijo Jake (Zachary David Cope), y el
nuevo embarazo de su esposa. Muy lejos quedan los sueños juveniles de Tom, fragantes fantasías de
rock y fama que le ayudaban a huir de la tortuosa mediocridad cotidiana. “Nunca quise ser famoso
aunque tampoco esperaba ser tan... ordinario”, comenta casi a modo de disculpa. Pero una noche,
bromeando con sus amigos y su cuñada Lisa (Illeana Douglas), Tom se deja hipnotizar. Y su mente,
encadenada a prosaicos problemas, a preocupaciones reales, tangibles, se abre a una nueva dimensión
donde moran espectros que claman venganza contra sus asesinos.
La base narrativa de EL ÚLTIMO ESCALÓN es simple, pero de una efectividad emocional
ampliamente contrastada. La clave para el entendimiento y disfrute de EL ÚLTIMO ESCALÓN,
considerada como expresión plástica de un texto literario y como obra fílmica autónoma, reside, una
vez más, en el análisis de la puesta en escena. En cuanto al primer punto, el film sintetiza con gran
precisión el espíritu de la novela de Richard Matheson, gracias a la notable entidad visual de unos
personajes creíbles, consistentes, enfrentados a lo sobrenatural. Tom es mostrado como un tipo
agradable y algo apocado, atento con su mujer, quien se considera un adulto “que no debería perder el
tiempo tocando en una mierda de grupo”, exclamando luego, sin gran entusiasmo, “soy un tipo feliz”.
La destacada interpretación de Kevin Bacon transmite ese agridulce conformismo cuando seca a su
hijo después del baño, al charlar con sus vecinos de manera retraída -acaba de llegar al barrio-, o
mientras habla con su cuñada por teléfono al tiempo que trabaja reparando unas conexiones.
De esta manera, apoyándose en la labor del actor, David Koepp logra dar un mayor dramatismo
a su posterior transformación. Al adquirir su poder de contactar con el espectro de Samantha (Jennifer
Morrison), Tom se transforma en un ser diferente: nervioso, irascible, deja de trabajar, casi no se
relaciona con su esposa y los vínculos afectivos con su hijo se estrechan al compartir ambos el “don”
de ver a los muertos. Incluso a nivel físico, Tom siente en sus carnes los estigmas malditos de la lenta
agonía de Samantha durante su violento asesinato, e incluso, necesita ingerir grandes cantidades de
líquido tras sus agotadoras visiones fantasmales. Su mujer, apegada a la realidad, no sabe cómo
ayudarle porque no entiende esa gran angustia interior. “Es lo más importante que he hecho en mi
estúpida vida y tú me lo quieres quitar... Pero no voy a parar, no voy a parar...”, grita Tom a Maggie
cuando ella le recrimina su febril actividad en el jardín, cavando sin descanso para encontrar... algo.
La acumulación de sugestivos detalles narrativos, de apuntes cinematográficos sugestivos,
provocadores, hacen que EL ÚLTIMO ESCALÓN posea una entidad como película nada
2
Aparte de adaptar a la pantalla varias de sus propias obras, como en el caso de El increíble hombre menguante (The Incredible
Shrinking Man, Jack Arnold, 1957), The Last Man on Earth (Sidney Salkow, 1964), El último hombre vivo (The Omega Man, Boris
Segal, 1971) y La leyenda de la mansión del infierno (The Legend of Hell House, John Houg, 1973), Richard Matheson se labró una
interesante carrera como guionista. El péndulo de la muerte (The Pit and The Pendulum, 1961), Historias de terror (Tales of Terror,
1962) y El cuervo (The Raven, 1963), las tres dirigidas por Roger Corman sobre relatos de Edgar Allan Poe; The Night of the Eagle
(1962), de Sidney Hayers, basada en una novela de Fritz Leiber; La comedia de los terrores (Comedy of Terrors, 1963), de Jacques
Tourneur; La novia del diablo (The Devil Rides Out, TerenceFisher, 1968)... entre otras, figuran en sus credenciales. Sin olvidar sus
contribuciones a series televisivas de reconocida calidad como “The Twilight Zone” -donde Richard Donner en la temporada 1963-1964
ilustró magistralmente el cuento de Matheson Pesadilla a 6.000 metros (Nightmare at 20.000 feet)-,o a telefilms como El diablo sobre
ruedas (Duel, 1971), de Steven Spielberg, The Night Stalker (1972), de John L. Moxey o su peculiar adaptación de Bram Stoker en el
Drácula (1973) de Dan Curtis.
despreciable para los tiempos que corren. Así, aunque la escena de la hipnosis está resuelta de una
manera un tanto vulgar (no es fácil plasmar eso en cine), la visualización del ensueño de Tom tiene
algo de inquietante: esa butaca que levita con él sentado encima, directa hacia la pantalla en blanco del
inconsciente; el progresivo cambio de color de las paredes y de las butacas de la sala de proyecciones
donde se ve el personaje en el trance de la hipnosis remiten a una ceremonia negra, a un ritual
ocultista. David Koepp exhibe un estilizado clasicismo a la hora de promover la inquietud, de construir
un ambiente enrarecido. Las primeras charlas de Jake con Samantha son captadas por un primer plano
del niño mirando a la cámara, a nosotros, los espectadores. Repentinamente, es capaz de sobresaltarnos
preguntando: “¿Duele estar muerto?” y, acto seguido, un plano general de la habitación donde Jake se
encuentra, tomado desde su espalda, revela que no hay nadie con él. La sombra de Tom, picando en el
suelo del sótano, se proyecta oscilante sobre una pared de aspecto algo decrépito, la única contra la que
no ha descargado sus golpes.
Dentro de está tónica, subrayar la cuidada planificación de determinadas escenas, a modo de
rompecabezas, conformando la totalidad del escalofriante enigma. Tom se inclina para coger el mando
a distancia de la televisión, mientras la cámara acompaña el suave movimiento del personaje y,
posteriormente, lo sigue otra vez cuando vuelve a reclinarse en el sofá: pero ya no está sólo. Sentado
en el suelo del salón, intentado identificar la obsesiva canción que resuena en su cabeza una y otra vez
– “Paint it Black” de los Rolling Stones: la misma música que, a todo volumen, los verdugos de
Samantha utilizaron para tapar sus gritos… -, Tom ve cómo se interna en otro plano dimensional: el
mismo salón, vacío, bañado por una gélida luz azul; y allí, erguida con su rostro ojeroso, sombrío,
caminando de manera aterradoramente anómala, Samantha está a punto de tocar su mano... Y cerca de
la conclusión por fin comprenderá qué ocurrió realmente: como si estuviera dentro de un túnel, verá el
rostro de los asesinos alejándose en la oscuridad, metido dentro del cuerpo de Samantha...
EL ÚLTIMO ESCALÓN pendula con afinada habilidad entre la febril imaginación de
Richard Matheson y el buen cine de terror decidido a promover la inquietud, y no el susto fácil o el
ridículo derroche de efectos especiales. Ahonda sin titubeos en la malsana descripción de espacios e
individuos, articulando así la densidad del relato, a modo de estratos superpuestos -ese feo viaducto
elevado por encima de las casas del barrio, sobre el cual se desliza, bajo un atroz rugido, un ferrocarril
metropolitano; esas grotescas fiestas vecinales al aire libre donde, por el motivo más nimio, puede
iniciarse una pelea... -. Y en medio de todo ello, algunas pequeñas y modestas acotaciones personales
gentileza del realizador David Koepp. Los picados sobre Maggie y Tom, en la intimidad de su cama,
revelan el paulatino distanciamiento de la pareja: ella duerme cuando él está despierto; ella está
despierta, sola, mientras él se halla en el sofá del salón esperando. Maggie busca el contacto sexual
con Tom, exacerbando sin saberlo su sensibilidad paranormal, sintiéndose éste agredido, a la vez que
la mujer copula sobre su compañero, ajena a su sufrimiento. No andan lejos el matrimonio poco
ejemplar encarnado por Elisabeth Shue y Kyle MacLachlan en El efecto dominó. ¿Será que el
universo cinematográfico de Koepp, aún imperfecto, difuso en su nihilismo existencialista, repta entre
los vahos de la vulgaridad diaria?
Texto (extractos):
Antonio José Navarro, “El terror nuestro de cada día: El último escalón”,
rev. Dirigido, julio-agosto 2000
José Mª Latorre, rev. Dirigido, mayo 2003.
Descargar