JEAN LECLERCQ ¿MONJES SACERDOTES? Le Sacerdoce des moines, Irénikon, 36 (1963), 5-40. 1 En las controversias y estudios de los últimos años sobre el sacerdocio de los monjes se ha procedido más de una vez a partir de una toma de posición previa que imposibilita una ulterior solución serena y definitiva. A veces se simplifica o parcializa el estudio de los datos históricos o teológicos prescindiendo de su contexto, de sus causas, de los datos en sentido contrario o de la evolución a través de los siglos. O bien se intenta resolver el asunto a partir de la situación presente considerada como algo ya definitivo que debe ser justificado a toda costa. Al no tener en cuenta los altibajos del proceso histórico que ha moldeado la forma actual, se puede llegar a conclusiones tajantes como la siguiente: los monjes de hoy son sacerdotes, luego es necesario que tengan ministerios activos. ¿No se podría haber argumentado en sentido opuesto: los monjes son contemplativos, luego deben renunciar al sacerdocio? Un planteamiento que se basara en consideraciones personales más o menos sentimentales llevaría también a soluciones frágiles. Se alega, por ejemplo, el cambio operado por el P. de Foucauld, quien primero rehusaba el sacerdocio, hasta que un día descubrió mayores posibilidades de imitar a Cristo celebrando la santa misa. Ambas actitudes son admirables, pero ni una ni otra servirán de norma para otra persona que no tenga las mismas gracias concretas del P. de Foucauld. Para evitar escollos hay que abarcar el problema en toda su amplitud. Tener en cuenta todos los datos. No basta saber si de hecho los monjes han sido sacerdotes o no. Hay que averiguar si su sacerdocio ha revestido un carácter especifico y cuál. Hay que descubrir las constantes históricas de la .teología del monacato y del sacerdocio. . Tarea delicada que implica la constatación del origen, antigüedad, extensión y actividades del sacerdocio monástico por un lado, y por otro, un análisis de las razones y circunstancias que lo han introducido o favorecido hasta llegar a su forma actual. Así veremos hasta qué punto pueden servir para determinar el sentido de la evolución futura. Programa amplio y difícil para una investigación de la que los l imites de un artículo sólo permiten ofrecer las grandes líneas. LOS DATOS TRADICIONALES En los orígenes Al principio el monaquismo era enteramente laical. Los primeros monjes consideran el sacerdocio como un estado muy honorable pero, por lo mismo, opuesto al suyo, caracterizado por la soledad y la penitencia. Huyen tanto de las mujeres como de los obispos que podrán imponerles las manos para ordenarles. Por regla general rechazan el sacerdocio. Si no pueden evitarlo, procuran no ejercerlo. San Jerónimo es uno de tantos casos de monje sacerdote que no celebró jamás la eucaristía. Esta actitud obedece probablemente al gran principio monástico según el cual las prácticas espirituales deben hallar su expresión y su garantía en el orden corpóreo: la JEAN LECLERCQ humildad interior -que en otras personas podría compaginarse con honores exterioresen el monje debe sensibilizarse en un estado de vida humilde; la vigilancia y pureza de corazón, en las velas nocturnas y los ayunos, etc. Añádase la incompatibilidad práctica que veían aquellos monjes entre el carácter ministerial del sacerdocio y el apartamiento de la sociedad, propio del monje. No faltan, sin embargo, quienes acepten e incluso ambicionen la ordenación. San Basilio -que después de muchos años de monje fue elevado al sacerdocio y episcopadoreprende por peligro de perjurio a los monjes que hacen juramento de no recibir ninguna orden sagrada. Él mismo creía hacer una obra agradable a Dios confiriendo a veces el sacerdocio a algún santo monje. San Benito y San Gregorio El autor de la regla de san Benito habla de "sacerdotes del monasterio" y caracteriza su estado con dos rasgos: rareza y estima. Son pocos, pero tienen su función dentro de la vida del monasterio: bendecir a la comunidad, celebrar la eucaristía. Los que el abad designe para el sacerdocio deben ser "dignos" y calificados por el "mérito de su vida". Para evitar los peligros a que les expone su dignidad, se les encarece solemnemente que ellos están más obligados que los demás a la observancia común. San Gregorio, siguiendo también en la línea de la antigua tradición, regula ciertos casos particulares. Afirma una distinción muy neta entre clericato y profesión monástica. Para él hay choque práctico entre ambos estados. Admite la existencia de monjes sacerdotes en el monasterio con tal que -salvo caso de urgencia- no tengan ministerios en el exterior. Si no hay sacerdotes, los monjes pedirán un capellán al obispo. Si el abad acepta que el obispo confíe a algún monje un cargo eclesiástico en la diócesis, éste pierde todo derecho en el monasterio, incluso el de habitación. Edad Media En los primeros siglos de la Edad Media se operan varios cambios importantes en Occidente. Hacia fines del siglo VIII los monjes, letrados y llenos de privilegios, se encuentran más cercanos a los clérigos que al laicado, por lo general inculto y desamparado. La balanza ha cambiado de signo. A la misma época corresponde lo que se ha dado en llamar "misiones monásticas". Unos pocos monjes habían llegado a obispos, cesando así de ser mo njes de acuerdo con la tradición. Fundaron monasterios y pidieron la oración y ayuda de los ya existentes. Pero un san Bonifacio, por ejemplo, evita toda confusión entre la ayuda que espera de un monje o de un clérigo. Se trata en todo caso de un trabajo pastoral que no compromete un número excepcional de monjes. Además para predicar aún no se requería el sacerdocio. Según estadísticas, cuyo valor es difícil de controlar, la proporción de sacerdotes va en aumento. Se nos dice que a fines del siglo VIII los sacerdotes o diáconos serían el 20 %; en el siglo IX, el 60 (25 % diáconos); en el siglo x, el 75 % (40 o 50 % sacerdotes). El JEAN LECLERCQ fuerte contingente de simples diáconos mueve a pensar que se trata de ordenaciones para proveer a la solemnidad del culto. Hasta la primera mitad del siglo XII son abundantes los testimonios de la diferenciación monje-sacerdote. En dicho siglo se nos asegura que la celebración cotidiana de la misa no era muy frecuente en los monasterios. Las vidas de santos monjes de la época nos representan muchas veces el sacerdocio como algo excepcional, conferido sólo después de un forcejeo con la humildad del escogido para tan alto cargo. Es revelador el hecho de que en la Cartuja a fines del siglo XII todos los religiosos de coro sean sacerdotes, y sin embargo sólo celebren misa algunas veces, por considerar tal solemnidad contraria a la perfecta soledad; incluso la misa conventual se celebraba sólo una vez por semana. San Bernardo sólo habla del sacerdocio después de haber fijado claramente que una cosa es la vocación del monje y otra la del clérigo, una las funciones del abad y otra las del obispo. "No soy clérigo ni laico" afirma. Considera como algo "legítimo" el que *en bastantes ocasiones" se difiera la celebración solemne de la misa para acudir al trabajo del campo. Se sabe, por ejemplo, que en la abadía cisterciense de Barbau a fines del siglo XII no se celebraba misa en tiempo de cosecha. La primacía del sacerdocio Desde la segunda mitad del siglo XII aumentan las presiones de los monjes al abad para llegar al sacerdocio. No faltan amonestaciones, aclaraciones conceptuales y otros indicios que salvan el sentido fundamental del monacato en este proceso. En 1311 un decreto del concilio de Vienne prescribe que, para promover el desarrollo del culto divino, "cualquier monje, si su abad se lo manda, debe ser promovido a todas las órdenes sagradas, a menos que se oponga algún motivo razonable". A partir de entonces sacerdote y monje caminan cada vez más a la par. Poco a poco se pierde de vista la incompatibilidad proclamada por san Gregorio y los fundadores del monacato entre vida monástica y vida de apostolado. Monje se hace casi sinónimo de religioso. El principio de la sensibilización del desprendimiento interior por medio de una separación física y espacial del mundo, cede ante la idea de una vida de pobreza, obediencia y castidad acomodables a una vida de apostolado. Si los obispos se oponen al ministerio de los monjes, ya es por otros motivos: porque no respetan los derechos o rentas del obispado o, a lo más, porque el monje párroco no lleva vida común. La dedicación masiva a trabajos pastorales, aunque reciente y debida a circunstancias extrínsecas como son la reforma en Inglaterra, el Josefismo en Austria, la expulsión de los jesuitas en Suiza o la expansión colonial belga, ha contribuido no poco a un acercamiento progresivo entre monje y religioso con ministerio pastoral. Los mismos estudios prescritos a todo sacerdote -sea o no monje- se hacen eco de ello. Y las especulaciones teológicas de la pasada generación buscaban una justificación a la situación que ya existía de hecho. Pero tampoco conviene generalizar el hecho, ni menos creer que se había llegado a una total confusión conceptual. Se insiste en la diferencia entre los diversos estados. Mabillon, por ejemplo, insiste en que el hecho de que la condición de sacerdote secular JEAN LECLERCQ dispense del trabajo manual, no supone ni mucho menos un derecho análogo en el monje sacerdote. Hoy día la necesidad de autenticidad que honra a nuestro tiempo y también los horizontes abiertos por un contacto más asiduo con Oriente, donde la primera tradición se ha conservado mejor, ha llevado a la actual generación a un replanteamiento de la cuestión. Todos -aun los espíritus menos lanzados- reconocen que hay un problema real y una solución vigente que debe ser repensada. Clases de sacerdocio monástico Si, para resumir, clasificamos las diversas realizaciones del sacerdocio monástico esbozadas en el anterior recorrido histórico, nos encontramos con cuatro categorías principales: 1. Sacerdotes que no ejercitan su ministerio sacerdotal ni siquiera en las funciones litúrgicas. En su forma más absoluta se ha dado rara vez, sólo en la antigüedad. Pero se ha dado, y la reflexión teológica debe tenerlo en cuenta. 2. Sacerdocio ministerial. Su ministerio puede ofrecer dos aspectos: o bien se refiere a la celebración litúrgica dentro de la comunidad monástica, práctica casi tan antigua como el cenobitismo, excepto para la confesión; o bien se refiere al ministerio pastoral ejercido, sea en la comunidad con motivo de la confesión de monjes y huéspedes, sea en forma de ministerio parroquial o misional. El sacerdocio ministerial de los monjes, entendido bajo este segundo aspecto, se introduce tardíamente y debido a circunstanc ias extrañas al monaquismo. Constituye una tradición particular útil a la Iglesia, pero marginal y que, por tanto, no puede tomarse como norma. 3. Sacerdocio que podría titularse ascético. El monje que sobresale por su virtud y observancia es ordenado, aun contra su voluntad. El abad y la comunidad quieren reconocer y recompensar así su generosidad. El monje celebra privadamente la eucaristía que se considera sobre todo como oblación e inmolación: los textos insisten en la unión de las dos oblaciones e inmo laciones, la de Cristo en el altar y la del monje en toda su vida de oración y penitencia. La concesión del sacerdocio a los ermitaños se explica probablemente por una concepción similar. Casos personales, más o menos frecuentes, pero siempre excepcionales. 4. Sacerdocio monástico en su forma actual. Prescindiendo del sacerdocio pastoral ejercido fuera de las comunidades y cuya calificación de monástico parece reducirse a una mera herencia del pasado o a una designación puramente jurídica, nos hallamos ante el hecho de un sacerdocio institucional, necesario y universal. No se trata ya del sacerdocio ascético que se concedía sólo en casos aislados. Tampoco es un sacerdocio pastoral, y sin embargo, viene condicionado por una serie de estudios de orientación pastoral prescritos a todos sin distinción. Al analizar sus ingredientes, no queda más remedio que concluir que nos hallamos ante un producto híbrido nacido de la convergencia de circunstancias históricas y contingentes, ajenas a lo que constituye la vida monástica y el sacerdocio. JEAN LECLERCQ LA INTERPRETACIÓN DE LOS DATOS Como acabamos de ver, la historia sólo nos habla de formas de sacerdocio ligadas a la vida monástica por circunstancias particulares y contingentes. Y sin embargo hay que reconocer simultáneamente que en el trascurso de los años viene repitiéndose el hecho del sacerdocio monástico. ¿Cómo puede interpretarse este fenómeno sin mutilar ninguno de los dos hechos? Valor de lo relativo Los elementos contingentes que han determinado estas evoluciones entran también dentro de la vida de la Iglesia. En cada época han correspondido a otras tantas manifestaciones del "espíritu de la Iglesia" y del monaquismo. Son elementos pasajeros que van variando, pero siempre hay alguno que debe tenerse en cuenta. No se puede dar una solución absoluta y predeterminada en forma definitiva, sólo a la luz de principios especulativos que -por descontado- tampoco deben descuidarse. Lo relativo tiene su importancia en la vida de la Iglesia. Es una verdad que trasciende muchos órdenes de la existencia. Así, por ejemplo, el deseo de imitar a Cristo pobre ha suscitado, según las épocas. versiones muy distintas de la pobreza evangélica: S. Jerónimo se despoja de toda propiedad individual o colectiva; los monjes medievales apelan a la colectividad de bienes de los primeros discípulos; los mendicantes insisten en la vida errante de Cristo; el P. de Foucauld habla de Jesús obrero... Y en el dominio de los sacramentos, pensemos en las vicisitudes de la confesión a través de los siglos. Las condiciones concretas de un sitio, época o persona explican cierto relativismo bien entendido. Sin apartarnos de nuestro tema, veamos otro ejemplo ilustrativo. Pío XII declara que la mente de la Iglesia es que los sacerdotes celebren la misa en vez de limitarse. a asistir. Y sin embargo el mismo pontífice prohíbe las misas privadas del jueves santo, o permite a los ordinarios que autoricen la misa comunitaria en caso de afluencia de sacerdotes. ¿ Y ¡lo hubiera sido contraproducente que todos los sacerdotes de los campos de concentración hubieran insistido en seguir al pie de la letra la mente de la Iglesia? Otro elemento que hace matizar principios demasiado rígidos es la dificultad de formular en términos inequívocos una realidad demasiado rica en su contenido. Siguiendo con la misa, ¿no es muy ambigüa la fórmula "cada misa tiene un valor infinito"? Ciertamente cada misa tiene una capacidad infinita en cuanto forma una misma cosa con el Calvario y pone al alcance de los hombres la posibilidad de participar en el valor infinito del mismo. Pero sería falso deducir de ahí que, si la Iglesia deja de celebrar una misa, sufre una pérdida irremediable. Basta la constatación de tantos elementos de relatividad históricos, prácticos y teóricos para comprender que el asunto del sacerdocio de los monjes no puede resolverse con una simple especulación teórica. En cada caso concreto sólo una prudencia sobrenatural será capaz de valorar en su punto las diversas circunstancias y dar la última palabra. JEAN LECLERCQ ¿Hay un sacerdocio específicamente contemplativo ? En medio de las variantes de los tiempos y las justificaciones dadas al sacerdocio monástico, merece una atención particular el sacerdocio que antes hemos titulado ascético, que da al monje el medio de asociar más estrechamente el sacrificio de su mortificación personal al sacrificio del Señor en el altar. Dom Alcuino Real, de María Laacli, nos lo explica últimamente (1961) en forma muy seductora: la ofrenda del misterio eucarístico sería para el monje un coronamiento de la oblación personal de su propia vida, meta hacia la que tendía toda su existencia. La oración y ascesis del monje recibiría así un nuevo valor santificador y una nueva eficacia eclesial. ¿No hay en el fondo de estas interpretaciones una confusión entre sacerdocio bautismal, propio de todo cristiano, y sacerdocio jerárquico ministerial? Los recientes estudios sobre teología sacramental deslindan claramente los dos campos. La configuración del alma con Cristo sacerdote, ¿es peculiar de los que han recibido el sacramento del orden? ¿No es más bien. resultado del carácter bautismal? ¿No es la obligación de todo cristiano? La Santísima Virgen, que ni recibió el bautismo ni el orden, ¿deja por ello de configurarse mejor que nadie con Cristo sacerdote? Ciertamente el orden sagrado aumenta la gracia bautismal; pero no es éste su principal efecto: ante todo habilita para actuar en nombre de Cristo en determinados casos, como la presidencia del sacrificio de la Iglesia y otras funciones y ministerios asignados en cada época por la Iglesia. La espiritualidad que fluye obviamente de este sacerdocio es pastoral y no contemplativa. En cambio el sacerdocio bautismal se realiza en todo cristiano, incluidos el contemplativo y la contemplativa. Es ante todo un sacerdocio de santidad, mientras que el sacramento del orden no se da primordialmente con esta finalidad. El sacerdocio bautismal se manifiesta en el sacrificio de alabanza, lo cual no exige celebrar personalmente el sacrificio eucarístico. Por eso el sacerdocio monástico -que es ascético y contemplativo- lo ejercita tan perfectamente el monje como el converso o la virgen consagrada a Dios, dotados todos ellos del sacerdocio bautismal. Si el monje ha recibido además el sacramento del orden, se da el caso singular de que aplica a sí mismo el sacerdocio jerárquico sobreañadido. Su sacerdocio ministerial no se ejerce entonces sobre los demás sino sobre sí mismo. Situación legítima desde el momento que la Iglesia la aprueba. Pero no se impone como lo mejor. Expresa simple y llanamente que el sacerdocio puede coincidir con el estado monacal; no que deba coincidir a todo trance. Otras objeciones actuales Dejando ya a un lado la perspectiva histórica y teológica tratada hasta aquí, hay otros terrenos desde los que también se pone en tela de juicio la conveniencia de una vinculación entre sacerdocio y monacato tan estrecha como la que rige en nuestros días. En el campo litúrgico, tanto la evolución de las ideas como los cambios llevados ya a cabo por la Santa Sede subrayan cada vez más el carácter comunitario de las funciones sagradas. Por eso no faltan quienes se preguntan qué sentido eclesial puede tener un ministerio sacerdotal reducido a la celebración de la misa, y esto en privado, sin ninguna referencia a una comunidad visible de oración. JEAN LECLERCQ Si nos colocamos en la perspectiva pastoral, la existencia de comunidades repletas de sacerdotes que -fieles a su vocación contemplativa- permanecen el domingo en su monasterio, mientras las parroquias cercanas carecen quizás de misa, ¿no producirá escándalo en el ánimo de muchos clérigos y laicos? Aunque los monjes tengan razones en sí mismas válidas para justificar su evasión, difícilmente serán comprendidas por todos. Una reducción en el número de monjes sacerdotales eliminaría automáticamente la objeción. Finalmente y de modo particular interesa tener ante los ojos un doble problema práctico con que tropieza la misma vida contemplativa por culpa de su estructura actual. Van en aumento los cristianos que sienten la vocación de monjes y no la de sacerdotes ni tampoco la de hermanos conversos. Su generosidad y calidad espiritual patentiza suficientemente la acción interna del Espíritu Santo. Y sin embargo la estructura actual no deja ningún resquicio práctico para realizar su vocación. Habitualmente o deben ser monjes sacerdotes o deben renunciar a ser monjes de pleno derecho. Por otra parte, esta misma estructura cierra el paso a sujetos aptos para ser monjes de coro y sin aptitudes para el sacerdocio por culpa de los estudios grecolatinos y clericales que se prescriben a todo sacerdote sin distinción, aunque no tengan que ejercer después actividades relacionadas con esos estudios. Al que no quiera -o no pueda- llegar al sacerdocio, no se le permite prácticamente ser monje de pleno derecho. Se considera este caso como una excepción concedida sólo a título personal, y así se corre el riesgo de crear en el sujeto dispensado una situación sicológica poco favorable para su plena asimilación al resto de la comunidad. Conclusión El hecho de que espíritus buenos, dentro de la Iglesia, surgidos en sitios distintos y con persistencia, piensen seriamente que hay aquí un problema, es suficiente para no enjuiciar estas aspiraciones como síntomas de desviación, de un embotamiento del sentido sobrenatural o una minimización del sacerdocio o el monacato. Hay que fiarse del Espíritu Santo que no vivifica sólo a la Iglesia del pasado, sino también a la del presente. En Occidente hubo siglos en que se ordenaba a los más contemplativos. Hoy son tal vez éstos los que se sienten más inclinados a rehusar el sacerdocio, cuando piensan en el tipo de estudios y actividades pastorales a que les expone. Pero también debe evitarse una supresión pura y simple del sacerdocio de los monjes, puesto que tampoco hay incompatibilidad absoluta. El camino más indicado parece ser una reducción progresiva de acuerdo a las necesidades de cada comunidad y a ciertas vocaciones particulares, hasta llegar poco a poco a tomar como excepción no al monje no-sacerdote, sino al monje sacerdote. Es el estado más en consonancia con la tradición, el más cercano a los orígenes, el más conforme a las profundas exigencias del monacato y del sacerdocio. Bibliografía: F. Wulf, Priestertum und Rätestand en «Geist und Leben» 23 (1960) 109-118, 247-261. G. Lafont, Sacerdote claustral en Commentationes in Regulam S. Benedicti, Roma, 1957, 47-72. JEAN LECLERCQ A. Henry, Le sens du sacerdote monastique en Le message des moines á notre temps. Mélanges A. Presse, París, 1958, 173-195. D. J. Leclercq, On monastic Priesthood according to the Ancient Medieval Traditions en Studia monastica, 3 (1961), 137-155. D. A. 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