Pluralismo cultural-religioso. Perspectiva histórica y debate ideológico

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PLURALISMO CULTURAL-RELIGIOSO. PERSPECTIVA HISTÓRICA Y DEBATE
IDEOLÓGICO1
Gerardo Daniel Ramos
El decisivo proceso globalizador acontecido en estos últimos años ha puesto en escena, de
modo notoriamente irreversible, un desafío socio-cultural-religioso hasta ahora inédito: consiste en
tener que asumir, casi obligadamente, una radical convivencia con lo diferente.
Acontece que en nuestros días, mundos culturales y tradiciones religiosas que por siglos y
milenios surcaron caminos propios, diferenciados y generalmente paralelos, se entrecruzan de un
modo incisivo y profundo. Esto hace que ambientes y episodios, en los que muchas veces subsisten
arraigados modos socio-culturales de vida y convivencia, colisionen entre sí de un modo trágico;
incluso a pesar del deseo en contrario de sus mismos protagonistas 2. O también, que surja la
radicalmente opuesta tentación postmoderna de homogeneizarlo todo, relativizando convicciones e
identidades, y pasándolas por el tamiz de lo que dio en llamarse “pensamiento débil” (G. Vattimo) para
que no sean estigmatizadas con el peyorativo mote de fundamentalistas o intolerantes.
Habida cuenta de esto, en el presente ensayo, que abordo en el marco de un fecundo diálogo
interdisciplinar con otros profesores de la UCA, intentaré una breve reflexión teológico-pastoral sobre
la cuestión del pluralismo cultural y religioso. Lo hago en consideración del actual y complejo
movimiento socio-cultural, y buscando llegar a consideraciones propositivas, también para nuestra
vida de argentinos, que tengan en cuenta los fundamentos teórico-prácticos del reciente Compendio
[=C] de Doctrina Social de la Iglesia3.
El planteo de la cuestión
Lo primero que emerge de un rápido abordaje fenomenológico al tema, es la constatación de
que no pocos malestares y expresiones de protestas surgen en un mundo que, en su actual
configuración, parecería tender casi irremediablemente a la conflictividad. Porque a una casi
impersonal fuerza estandarizadora de personas y sociedades, culturas y religiones, costumbres y
programas estratégicos, parecería querer oponérsele una nueva gama de fundamentalismos,
nacionalismos a ultranza, y modos corporativos de presión o manipulación social (cf SRS 16, 36-37).
El Compendio hace notar que, en nuestros días, “los problemas sociales adquieren, cada vez más, una
dimensión planetaria”, y que por eso mismo, “ningún Estado puede por sí solo afrontarlos y
resolverlos” (C 373; cf 188, 374 y 446).
Evidentemente, en los albores del tercer milenio asistimos a la maduración de un nuevo
modus vivendi aún no claramente estabilizado, y que por novedoso, resulta para la mayoría de las
1
2
3
En este artículo retomo y profundizo lo expuesto en “Hacia una pastoral en diálogo con el actual pluralismo
cultural y religioso”, Vida Pastoral 255 (2005) 32-37; como así también algunas consideraciones vertidas en
mi libro Claves para caminar hacia una nueva Argentina, Buenos Aires, Guadalupe, 2005, págs.106-110.
La temática ha sido abordada recientemente en nuestro medio desde diferentes perspectivas epistemológicas.
A manera de ejemplo, puede verse: A. AMEIGEIRAS, “Transformaciones socio-culturales y perspectivas de
análisis a comienzo del s.XXI”, CIAS 519 (2002) 595-609; F. CALLE – K. DERGHOUKASSIAN, “El guardián del
mundo unipolar y sus críticos. La estrategia de Seguridad Nacional de Estados Unidos y la construcción del
espacio alternativo”, COLECCIÓN 14 (2003) 65-97; A. FINK (2004): “La cultura como punto de partida para la
comprensión de los problemas políticos de América Latina”, COLECCIÓN 15, págs. 97-124; J. SEIBOLD (2005):
“La Pedagogía social: Escuela ciudadana y Ciudad educadora”, CIAS 548-549, págs.467-478. Pero también
desde una perspectiva económica, en el marco internacional y analizando sobre todo el último lustro del siglo
XX, cf J. STIGLITZ (2002): El malestar en la globalización, Buenos Aires, Taurus.
PONTIFICIO CONSEJO JUSTICIA Y PAZ (2005): Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, Buenos Aires, CEA.
1
personas bastante controvertido y cuestionado; ya que en general y por naturaleza, los seres humanos
tienden a desconfiar de lo nuevo y prefieren anclarse a lo ya habido. Incluso porque siempre es válido
el adagio de que “más vale viejo conocido que bueno por conocer”. Esto se aplica, por ejemplo y en
primer lugar, a las nuevas realidades laborales, que “impulsadas por el afán de conseguir una mayor
eficiencia y mayores beneficios” fragmenta físicamente el ciclo productivo (C 311) y exige “mayor
flexibilidad en el mercado de trabajo y en la organización y gestión de los procesos productivos” (C
312).
Otra particular mención merecen los medios de comunicación social, que son vehículos
privilegiados en el desarrollo de estos debates y tensiones, ya sea incentivándolos, propiciándolos o
potenciándolos, como así también poniéndolos de manifiesto o tomando partido -llegado el caso- por
algún modelo ideológico en boga (generalmente el preponderante). En efecto, el Compendio señala
que “las dificultades intrínsecas de la comunicación frecuentemente se agigantan a causa de la
ideología, del deseo de ganancia y de control político, de las rivalidades y conflictos entre grupos, y
otros males sociales” (C 416).
Algunos dinamismos del actual pluralismo cultural-religioso
A las cuestiones inherentes a lo específicamente tecnológico, laboral, económico y comercial,
se añaden también otro tipo de dinamismos socio-político-religiosos que manifiestan tensiones
claramente irresueltas. Señalo algunos a modo de ejemplo.
a) En los primeros años del nuevo milenio entró nuevamente en escena la histórica y
controvertida tensión entre el mundo occidental cristiano y el cercano oriente islámico. Conflicto que
apuntalado principalmente por motivos económicos y políticos, tuvo su expresión manifiesta a partir
de esa especie de “cruzada” anunciada y conducida por el presidente de los Estados Unidos, G. W.
Bush, a raíz de los atentados del 11 S.
En sus palabras, una alianza o coalición de la luz contra las tinieblas, del “bien contra el eje
del mal”; que en un primer momento procuró denominarse operación “justicia infinita”, y que
encontró una réplica ideológica análoga y opuesta por parte del por entonces líder iraquí Saddan
Hussein y su socio y partner afgano, y que hoy se prolonga de modo interminable con la agresiva
ofensiva terrorista de los denominados “grupos insurgentes”.
La tensión repercutió, evidentemente, en la relación con otros países del mundo árabe, que
encuentra sobrados motivos en esta ocupación para nutrir las filas voluntarias de Al-Qaeda. O también
en la actitud asumida por el Premier iraní, quien parecería haber tomado hoy la iniciativa,
incentivando nuevos conflictos con sus reiteradas amenazas a Israel. En contrapartida, el ataque e
invasión de este último país a las fuerzas de Hezbollah presentes en el Líbano, y la poco afortunada
cita de Benedicto XVI en Ratisbona acerca de la violencia en el Islam, parecerían haber complicado
aún más las cosas.
Esta tensión ideológico-religiosa fue repercutiendo en Europa, donde desde el comienzo
algunos grupos preferentemente de derecha tomaron partido en favor de una participación en la
“coalisión” angloamericana, como por ejemplo, el Partido Popular en España; y otros, generalmente
de izquierda, hicieron lo propio denunciando la intervención militar como “invasión”, actitud
ideológica reflejada por el Partido Socialista de ese mismo país; retirando en su actual gobierno las
tropas españolas de Irak, no sin un evidentísimo influjo por lo acontecido el 15 M en la terminal de
Atocha, y alentando la presencia y reconocimiento de igualdad de derechos para los inmigrantes
musulmanes. Pero la tensión fue visible también en otras naciones del mundo, en cuyas sociedades
civiles se fue generando una opinión pública generalmente contraria a la ocupación occidental.
2
b) Por otra parte, si intentáramos un viraje geopolítico hacia el extremo oriente, pienso que a
causa del mordiente prevalentemente económico que de momento manifiesta el fenómeno, no se ha
hecho sentir todavía en occidente el influjo cultural-religioso del “Gigante asiático”. Me refiero a los
más de 1300 millones de chinos que encarnan y viven tradiciones milenarias; sólo parcialmente
contenidas, modificadas o modernizadas por el paulatinamente desdibujado modelo comunista,
notoriamente transformado en estos últimos quince años a causa de las cuantiosas inversiones por
parte de empresas y bancos norteamericanos, y que arremeten comercialmente en occidente.
Una parte porcentualmente baja, pero numéricamente muy importante, de esa población ha ido
entretejiendo vínculos e iniciativas comerciales; convirtiéndose, incluso inconscientemente, en
exportadora de una cosmovisión aún poco conocida y comprendida en nuestros países; en los que,
prevaleciendo su raigambre greco-latina e inspiración cristiana (hoy relativizada), se sigue observando
la presencia de estos orientales como la de extraños grupos culturalmente herméticos, ávidos por
colocar comercialmente sus productos y expandirse en el rubro de los supermercados. Sin embargo, a
futuro este fenómeno podrá ir creando progresivos desafíos para la convivencia ciudadana: sobre todo
si no se logra un mejor diálogo e integración socio-cultural, lo que hoy por hoy no parece factible.
A no ser por la New Age4, modalidad sui generis pseudorreligiosa, que pretende integrar en su
emergente panteísmo expresiones religiosas “antiguas y nuevas”, a partir de un crisol con claras
connotaciones y simbolismos orientales, nutrido con hilachas de hinduismo, budismo, shintoismo y
taoísmo; a no ser por la New Age -decía-, la idiosincrasia y horizontes culturales del extremo oriente
nos seguiría resultando todavía un poco extraño, en una cultura occidental por un lado
prevalentemente racional, sobre todo en las naciones nórdicas, y por otro emotivo-corporal, sobre todo
en los países del sur.
c) A esto habría que añadir el resurgimiento de variadas modalidades culturales y religiosas
ancestrales. La invectiva de estas figuras tradicionales no es, hoy por hoy, una originalidad que le
competa en exclusiva a los variadísimos, y entre sí conflictivos, grupos étnicos del continente africano,
o a los grupos aborígenes del centro de Australia; ya que fenómenos análogos van cobrando forma y
ocupando espacio público en continentes como el nuestro, donde por ejemplo, las antiguas culturas
andinas van proponiendo e incluso exigiendo de un modo cada vez más notorio, una reivindicación
histórica de su ethos y religiones originarias.
A esto se añade la progresiva conciencia socio-cultural de núcleos suburbanos, periféricos a
grandes ciudades como Buenos Aires, que -más allá de lo político- plantean estilos de organización
social y expresiones culturales muchas veces no plenamente convergentes con los modelos
hegemónicos, y donde el pentecostalismo religioso se entremezcla con aspectos de la religiosidad
popular católica.
Pero también en Europa, de la mano de una imperiosa búsqueda de esperanza y nuevas formas
de religiosidad5, en una cultura llamada “post cristiana”, y animadas en gran parte por el vacío
espiritual que parece no encontrar cauce de efectiva solución, emergen con fuerza y extrañeza, el culto
a los antiguos dioses paganos. Tal vez por un poco de folklore y, por qué no, hasta por una cierta dosis
de despecho, enraizado en gran parte en el modo en que se desarrollaron algunos métodos de la
llamada primera evangelización de Europa, mediante sustitución compulsiva de espacios y tiempos
“paganos” por santuarios y calendarios cristianos. De todos modos, tampoco conviene exagerar en esta
última afirmación como generalmente se lo tiende a hacer, dado que una insistente aseveración de este
estilo no dejaría de convertirse en un juicio históricamente incorrecto por anacrónico.
4
5
Cf F. TORROALBA (2001): “¿Qué es la nebulosa de la ‘New Age’?, Sal Terrae 89, págs. 267-280.
Cf JUAN PABLO II, Exhortación apostólica post-sinodal “Ecclesia in Europa”,n° 7.
3
d) Pero además, en el Viejo Mundo, junto a las variadas modalidades religiosas étnicotradicionales provenientes del continente africano con el incesante y generalmente clandestino flujo
migratorio, no puede pasar desapercibido lo acontecido hace ya algunos meses en lo atinente a esas
contundentes formas de protesta que, reclamando una mejor inserción y reconocimiento socio-cultural
por parte, generalmente, de grupos islámicos, han dejado formulada -junto a un tendal de vehículos
incinerados en varios países de la Comunidad Europea- la hasta ahora inédita pregunta acerca de la
actual identidad del continente: sobre todo en Francia, en palabras del mismo Chirac.
A esto se añaden las tensiones políticas que hoy genera la crisis del ya insustentable modelo de
Estado de bienestar, y que se expresa en la masiva oposición a una nueva ley de flexibilidad laboral en
relación al primer empleo. Por otra parte, no ha venido ofreciendo mejores soluciones al conflicto el
modelo más duro, adoptado y defendido actualmente en los Estados Unidos por el presidente G. W.
Bush, con su inflexible política interna, reticente a blanquear latinos indocumentados o alentar
esperanzas de mejores condiciones laborales y legales de residencia para los trabajadores extranjeros.
En ambos casos parecen volver a emerger problemáticas de mediados de los años 60’ que ya parecían
definitivamente sepultadas en el pasado.
¿Pluralismo cultural-religioso en contextos cristianos?
a) Las tensiones ideológicas emergen también hoy con fuerza en el seno de las mismas
tradiciones religiosas. La más clara tal vez sea la que tiene lugar entre los grupos sunnitas y chiítas en
el Islam. Pero también esta tensión es perceptible en el seno de nuestro occidente cristiano, donde
muchos pronunciamientos magisteriales son puestos en tela de juicio por multitudes de cristianos que
se auto consideran católicos. Esto da origen a lo que podríamos denominar un “cristianismo
postmoderno”, donde el criterio último de juicio queda inevitablemente capturado por los anhelos y
expectativas de la propia subjetividad de los creyentes.
b) La diversidad religiosa en el seno del cristianismo se ha venido configurando tanto por
motivos históricos como geográficos. No es el momento de entrar en detalles, pero es cierto que hoy
conocemos mucho mejor los factores que, de un modo convergente, desencadenaron el Cisma con las
Iglesias de Oriente (en 1054), o la escisión en tiempos de la Reforma (en el siglo XVI), cuando
reclamos auténticos pero extrapolados (tanto en el campo disciplinar como dogmático) provocaron la
fragmentación de Iglesias en el Viejo Mundo6.
Más recientemente, están todavía candentes las fracturas que tuvieron lugar, por motivos hasta
contrarios, a causa de un exceso de apertura hacia algunos reclamos socio-culturales del mundo
contemporáneo, como por ejemplo, en diálogo con corrientes marxistas en América Latina en torno a
la pobreza, o con una interpretación tergiversada de los derechos humanos en Europa en torno a la
moral matrimonial, como así también por una actitud radicalmente contraria de negación y rechazo a
todo modo de diálogo con la modernidad y sus actuales desafíos, lo que dio lugar, por ejemplo, al
fenómeno Léfévre, y que hoy el Papa busca revertir.
c) Concentrándonos más en lo que acontece en nuestro país, a nadie escapa la estrecha
vinculación cultural-religiosa que tiende a establecerse entre el talante kerygmático y apocalíptico de
los grupos evangelistas pentecostales y la precariedad socio-cultural que caracteriza a la franja más
baja en la pirámide social. O también, entre un estilo de cristianismo liberal y la independencia de
criterio-decisión que existe en la clase media alta, por ejemplo, a causa de su habitual formación
6
Desarrollo estas cuestiones en los capítulos V y VI de mi libro Claves para profundizar el estudio de la
teología, Buenos Aires, Guadalupe, 2005. Puede profundizarse y especificarse la cuestión, desde una
perspectiva ecuménica, en los artículos publicados por J. SCAMPINI (2006), en Vida Pastoral, a partir del n°
259.
4
universitaria y capacidad adquisitiva; o entre los movimientos neoconservadores y el efecto
existencialmente devastador que tiende a propiciar la cultura light, la cual termina generando un
reclamo de certezas inconmovibles (¡incluso más allá y más seguras que las que muy “ingenuamente”
parecería aportar el mismo evangelio!). También podemos encontrar significativos paralelismos entre
tercera edad y “tranquila” participación parroquial, pastoral popular y clientelismo político, etc.
d) A todo esto habría que añadir la contrastante percepción y vivencia religiosa que toma lugar
a partir de la profunda irrupción de la cuestión de género en el cristianismo occidental (cf C 224), y de
lo que se va haciendo eco la vida eclesial también en nuestro país 7. Creo que dentro de un tiempo no
lejano ésta constituirá una de las principales expresiones de tensión socio-cultural en nuestro país, y se
convertirá en uno de los prioritarios desafíos a resolver en lo atinente al pluralismo, también en el
marco de la vida eclesial.
Un poco de historia acerca de las actuales adquisiciones
Adentrándonos en la variable histórica, podemos afirmar que hoy tenemos mayor conciencia
de estar llamados a vivir en un mundo de diferentes. El ideal de la tolerancia forjado por pensadores
como E. Kant y J. Rousseau, con una “religión dentro de los límites de la razón”, subordinada al
“contrato social” y, entre nosotros, con los adalides morenistas de la Revolución de Mayo, la gran
mayoría de los Constituyentes del 53’ y la Generación del 80’, hizo escuela y posibilitó una
convivencia cívica más o menos pacífica en torno a modelos más o menos convergentes de naciones
con fuertes símbolos públicos y andamiajes jurídicos claros y consensuados, al menos por quienes
estaban enterados de su existencia.
Esto permitió superar la intolerancia que en el pasado habían generado las guerras de religión,
como por ejemplo, entre católicos y hugonotes en Francia, sólo neutralizadas a partir del Tratado de
Westfalia. Sin embargo, el modelo liberal que se impuso tendió, no sólo a reducir lo religioso a la
esfera de lo privado, algo ya entonces inconcebible para la Iglesia, sino que además ejerció por
momentos una insidiosa violencia simbólica (y hasta física) sobre los creyentes. Ciudadanos de países
como Francia, Uruguay, México y, por qué no, por momentos la Argentina del 800’, sintieron
conculcada su libertad de expresión, iniciativa y asociación en el campo de lo religioso. La expulsión
de Órdenes y Congregaciones, como así también la confiscación de bienes, bajo la bandera del
progreso y contra la barbarie oscurantista, dan sobrada cuenta de los abusos que dominaron algunas
iniciativas de modernización por parte de los nuevos Estados8.
Hoy se han pulido muchas de estas aristas. Sin embargo, “las antiguas antinomias” (NMA 47)
parecen querer resurgir con nuevas expresiones y lenguajes. A veces de la mano de ideologías
hipercríticas con respecto al testimonio de algunos hijos de la Iglesia, o de la misma institución como
tal. Éstas parecen hoy querer instalarse en el debate público y -en nuestro país- en la visión
preponderante de muchos intelectuales9 que acaban apuntalando un cierto modelo oficialista en boga.
Creo, además, que detrás de muchas novelas best-sellers o, más caseramente, en el trasfondo de lo
acontecido hace ya algún tiempo con Monseñor Baseotto, podría leerse alguno de estos antiguos
7
8
9
Puede verse, a manera de ejemplo, el Dossier publicado con el título “En la encrucijada de género”, en
Criterio 2308 (2005) 486-525 y 2309 (2005) 572-596.
Es cierto que no dejaba de plantear dificultades para la configuración de un Estado moderno la vastísima
posesión inmobiliaria de la Iglesia para esos tiempos, lo cual constituía una herencia de épocas anteriores. En
Francia, para el momento en que empezaron las confiscaciones, se calcula que el 20% de la tierra era de
propiedad eclesiástica.
No deja de ser elocuente un cierto revisionismo histórico ofrecido por R. DI STÉFANO – L. ZANATTA (2000):
Historia de la Iglesia Argentina. Desde la Conquista hasta fines del siglo XX, Buenos Aires, Mondadori,;
sobre todo si la comparamos con la clásica (y muy documentada) obra en doce volúmenes de C. BRUNO.
5
conflictos todavía irresueltos.
Sin embargo, y sin dejar de ponernos los católicos “el saco que nos quepa”, me pregunto si
estas opciones institucionales e ideológicas no terminan por convertirse en “chicanas” o “huidas por la
tangente” de preocupaciones socio-políticas y culturales objetivamente prioritarias y más relevantes, o
si incluso no terminan respondiendo a los mezquinos intereses del poder y mercado internacional que,
en el largo plazo, acaban beneficiándose y lucrando más con personas y pueblos sin historia y sin
memoria, que con naciones bien constituidas, históricamente consolidadas, con ciudadanos lúcidos y
perspectivas socio-políticas más o menos definidas10.
Por otra parte, en estos últimos decenios, una amplia gama de tratados internacionales ha
venido defendiendo el derecho a la libertad religiosa (cf DH 1) y a la diversidad cultural11. El
Compendio se hace eco de estas convicciones cuando recuerda, por una parte, “el derecho de la
persona y de las comunidades a la libertad social y civil en materia religiosa”, y cuando afirma que “la
dignidad de la persona y la naturaleza misma de la búsqueda de Dios, exigen para todos los hombres la
inmunidad frente a cualquier coacción en el campo religioso (cf DH 2; C 421).
Pero también, cuando asume diferentes afirmaciones de Juan Pablo II al respecto, y dice que
“la Nación tiene ‘un derecho fundamental a la existencia’; a la ‘propia lengua y cultura, mediante las
cuales un pueblo expresa y promueve su ‘soberanía espiritual’; a ‘modelar su vida según las propias
tradiciones, excluyendo, naturalmente, toda violación de los derechos humanos fundamentales y, en
particular, la opresión a las minorías’; a ‘construir el propio futuro proporcionando a las generaciones
más jóvenes una educación adecuada’ ” (C 157).
Afirmaciones y reconocimientos como estos han tenido un influjo muy positivo en la vida de
personas y pueblos; si bien -en contrapartida- pudieron haber conducido a posturas relativistas o
agnósticas en campos tan significativos como la vida, quehacer y manifestación de los seres humanos.
Es más, en ocasiones una pretendida salvaguarda de los derechos de las minorías12, pudo haber
atentado, en realidad, contra el bien común y los derechos propios de otra mayoría. ¿Cómo explicar, si
no, algunas opciones de gobierno en diversos países; como por ejemplo aquellas atinentes al derecho
de una educación religiosa (en el caso de así reclamarlo los padres y, en todo caso, quererlo los
alumnos), donde las políticas oficiales difirieron muchas veces de las convicciones y praxis profundas
de la mayoría de los ciudadanos?
Aprender a convivir creativamente en un mundo plural
Algunas de las numerosas paradojas que intenté describir y de cuyas tensiones intenté dar
cuenta, revelan a las claras que vivimos en un mundo plural y complejo. Estoy convencido que ante el
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Me hizo pensar bastante, al respecto, el artículo de F. MALLIMACI, “Catolicismo y Política: un vínculo
perdurable”, en torno al cual dialogamos con el autor en el Grupo de Política y Religión de la UCA.
Sobre todo: Declaración Americana de Derechos y Deberes del Hombre (1948), art. 3°; Declaración
Universal de Derechos Humanos (1948), art. 2°, 16°, 18° y 26°; Convención Internacional sobre la
Eliminación de todas las Formas de Discriminación Racial (ONU, 1968), art. 1° y 5°; Pacto Internacional
de Derechos Civiles y Políticos (ONU 1986), art. 2°, 4°, 18°, 20°, 24°, 26° y 27°; Pacto Internacional de
Derechos Económicos, Sociales y Culturales (ONU 1966), art. 2° y 13°; Convención americana sobre
Derechos Humanos (Pacto de San José de Costa Rica, 1969), art. 1°, 12°, 13°, 26° y 27°; Declaración sobre
la Eliminación de Todas las Formas de Intolerancia y Discriminación Fundadas en la Religión o en las
convicciones (ONU 1981), art. 1° al 8°; todos ellos suscriptos por la Nación Argentina. Cf., SECRETARÍA DE
CULTO, Digesto de Derecho Eclesiástico Argentino, Buenos Aires 2001, 69-82 y 124-128.
Sin desconocer lo dicho en C 387 y en varios de los tratados internacionales anteriormente citados (a los que
podríamos añadir la Declaración sobre los Derechos de las Personas Pertenecientes a Minorías nacionales o
Étnicas, Religiosas y Lingüísticas (ONU, 1990), art. 1° al 9°).
6
nuevo paradigma de la complejidad, donde los modelos socio-culturales y religiosos ya no son tan
simples y sencillos de comprender y perfilar como en un pasado no tan remoto, es necesario acordar
convicciones mínimas y comunes que permitan una respetuosa convivencia entre diferentes; que
salvaguarden “el reconocimiento y el respeto” de la dignidad de la persona humana “mediante la tutela
y la promoción de los derechos fundamentales e inalienables del hombre” (C 388), y que posibiliten la
promoción del bien común, actuando “a favor de la creación de un ambiente humano en el que se
ofrezca a los ciudadanos la posibilidad del ejercicio real de los derechos humanos y del cumplimiento
pleno de los respectivos deberes” (C 389)13.
En esta búsqueda, muchos aspectos y estrategias pueden ser negociados, tal como conviene a
las sociedades modernas y democráticas. Es más, nunca se insistiría lo suficiente en el hecho de que
muchas de estas cuestiones son opinables y perfectibles (y por supuesto que también en los términos
en que yo mismo las he ido manifestando). Pero existen otros valores y convicciones fundamentales,
como los referentes a la vida (cf C 230 ss.)14, la libertad (cf C 199-200)15, la verdad (cf C 198)16, y la
justicia (cf C 201-203)17, que por su carácter naturalmente evidente y universal, es decir, por constituir
percepciones racionalmente indeclinables, no pueden ser soslayados ni puestos en tela de juicio, bajo
el riesgo de ensombrecer el valor mismo de la vida en sociedad. Esto queda más claramente de relieve,
cuando muchas expresiones concretas de estos valores han venido siendo reconocidos en diferentes
instancias jurídicas, tanto nacionales como supranacionales18.
Porque cuando se desconoce la importancia y trascendencia de estos valores básicos en la
convivencia ciudadana, la sociedad, más que terminar promoviendo el bien común de todos y cada
uno (cf C 77; 92; 151), acaba destruyendo y avasallando la dignidad de sus miembros. En este mismo
sentido, ninguna autoridad ni ley sería éticamente aceptable y acatable cuando viniese a tergiversar la
verdad más profunda de las personas, en las que se manifiesta la “imagen de Dios”, y que sólo una
verdad de orden trascendente es capaz de salvaguardar y promover íntegra y adecuadamente (cf CA
44; C 399-401).
Sin embargo, creo que tendríamos una percepción pobre del bien común si lo pensáramos y
abordáramos sólo por vía negativa. En realidad, la diversidad cultural y religiosa está llamada a
convertirse en posibilidad de mutuo enriquecimiento e intercambio (cf C 384-387; 390-392; 407). El
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Un significativo ejemplo reciente lo constituye la MESA DEL DIÁLOGO ARGENTINO , Bases para las Reformas.
Principales consensos (jul 2002).
Por ejemplo, en lo atinente al aborto y la eutanasia.
Concretamente, en el campo de la conciencia y de la esfera religiosa.
“Nuestro tiempo requiere una intensa actividad educativa y un compromiso correspondiente por parte de
todos, para que la búsqueda de la verdad, que no se puede reducir al conjunto de opiniones o a alguna de
ellas, sea promovida en todos los ámbitos y prevalezca por encima de cualquier intento de relativizar sus
exigencias o de ofenderla. Es una cuestión que afecta particularmente al mundo de la comunicación pública y
al de la economía. En ellos, el uso sin escrúpulos del dinero plantea interrogantes cada vez más urgentes, que
remiten necesariamente a una exigencia de transparencia y de honestidad en la actuación personal y social”.
Por ejemplo, y entre nosotros, en el plano de la equidad: cf DEPARTAMENTO DE INVESTIGACIÓN INSTITUCIONAL UCA
(2004): Barómetro de la Deuda Social Argentina, 1, “Las grandes desigualdades”; y 2 (2005): “Las
desigualdades persistentes”.
En el ámbito nacional, no sólo en el art. 14 y 14bis de nuestra Carta Magna, sino también en las diferentes
constituciones provinciales (cf., A. BUSSO, La Iglesia y la comunidad política, Facultad de Derecho Canónico,
Buenos Aires 2000, 265-278). En el plano internacional, a los tratados ya referidos en notas anteriores,
podemos añadir las relativamente recientes declaraciones sobre los Principios Fundamentales Relativos a la
Contribución de los Medios de Comunicación de Masas al Fortalecimiento de la Paz y la comprensión
Internacional a la Promoción de los Derechos Humanos y a la Lucha contra el Racismo, el Apartheid y la
Incitación a la Guerra (UNESCO 1978), art. 3°; y los Derechos Humanos de los Individuos que no son
Nacionales del País en que Viven (ONU 1985), art. 5°; y los Derechos de las Personas Pertenecientes a
Minorías nacionales o Étnicas, Religiosas y Lingüísticas (ONU, 1990), art. 1° al 9°.
7
esfuerzo por abrirse y aceptar lo diferente resulta una ocasión privilegiada e irrenunciable, por gratuita,
de crecer con el don del otro y comunicar, a su vez, la riqueza y aportaciones originales y específicas
del propio ser a la comunidad19. Dado que “la sociabilidad humana no es uniforme, sino que reviste
múltiples expresiones”, el bien común dependerá de “un sano pluralismo social” (C 151).
Nuestro original aporte como creyentes
En el nosotros de una comunión plural, labrada en el desafío de cultivar una autotrascendencia
cotidiana en el amor, los cristianos podemos contribuir a que nuestra sociedad pueda ir siendo, cada
vez más elocuentemente, “casa y escuela de comunión” (cf NMA 83) a imagen de la Trinidad (cf NMA
65; C 534; 569)20. Sobre todo, si tenemos en cuenta la larga historia de antinomias y recíprocas
estigmatizaciones y exclusiones de todos los colores, que hemos propiciado y padecido -casi sin
excepciones- la gran mayoría de los argentinos. Detrás de los comportamientos intolerantes y
agresivos, suelen existir fragilidades y temores inconfesables; y en el reverso de un rígido
atrincheramiento ideológico en el bunker de los propios prejuicios, suele habitar una endeble y
precaria autoestima de base.
Por eso, para cultivar positivas y creativas actitudes de comprensión, apertura, perdón,
equidad, diálogo y reciprocidad (cf C 43), que nos permitan ir más allá de la fragmentación que
caracteriza bajo tantos aspectos a nuestro mundo y a nuestra Patria, es necesario purificar la memoria
colectiva, pero sobre todo, el corazón. Porque “de la abundancia del corazón habla la boca” (cf Mt
15,12-20), y al “árbol se lo conoce por sus frutos” (cf Mt 7,16). De este modo, la verdadera
purificación de la memoria va de la mano de la esperanza; la cual está más cerca del optimismo
propositivo, que asume responsablemente el presente, que de la justicia vindicativa dolorosamente
atascada en el pasado.
En este plano actitudinal es donde tiene un papel indispensable la formación humanoespiritual, nutrida de las aportaciones religiosas de cada tradición creyente radicada en nuestro suelo y
humus cultural (cf C 425; 574). La apertura al Misterio tiene que posibilitar la apertura y
ensanchamiento de la propia interioridad, de modo que también nuestras relaciones interpersonales
puedan gozar de mayor espacio y perspectiva. Para el campo de las aplicaciones concretas, el aludido
Compendio y el aterrizaje que de sus núcleos criteriológicos y valorativos hizo la misma Conferencia
Episcopal Argentina21 -no sin las inevitables tergiversaciones mediáticas y políticas que
oportunamente sufrió la interpretación del texto- resultan de inestimable valor.
Enriquecidos todos con estas aportaciones, podremos contribuir a que el debate ideológico
vaya cediendo algunos decibeles de la discusión en favor de un progresivo y lúdico “intercambio de
dones” (LG 13), que no obstante será siempre un pálido reflejo litúrgico, en la cotidianeidad de la
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Cf. C. M. GALLI: “Reconstruir la Nación, construir la Región”, en C. GALLI – V. FERNÁNDEZ (Eds.), La Nación
que queremos, San Pablo, Buenos Aires 2004, págs.28-82; A. LLORENTE (2005): “Algunos aspectos del
pensamiento sobre el don como camino necesario de la economía”, Teología 87, págs. 363-416.
Cf., por ejemplo, SOCIEDAD ARGENTINA DE TEOLOGÍA (2003): Religión, justicia y paz. La Argentina y el mundo,
Buenos Aires, San Benito; C. GALLI – V. FERNÁNDEZ (Eds.), o.c. Constituye, además, la tónica predominante
del (relativamente) reciente documento pastoral Navega mar adentro (2003) de la Conferencia Episcopal
Argentina. Inspirado en el mismo, desarrollo algunas convicciones propositivas, en las que nuestro aporte
como cristianos puede ser evidente, en mi citado libro Claves para caminar hacia una nueva Argentina,
capítulos VIII y IX, y de un modo estrictamente pastoral en “Perspectivas pastorales de la Iglesia en
Argentina a partir de los criterios pastorales comunes de ‘Navega mar adentro’ (Capítulo IV)”, Teología 86
(2005) 175-194.
Cf CEA, Una luz para reconstruir la Nación (11/11/05).
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historia, de aquella perijoresis (=circularidad de vida) de las personas divinas en Dios (cf NMA 65). En
este marco, que por cierto no debería excluir el necesario y fecundo pluralismo de perspectivas y
opciones, la catolicidad de la Iglesia podría seguir expandiendo al máximo su capacidad de expresión
y “conducción” pastoral; contribuyendo al afianzamiento de comunidades socio-culturalmente
situadas y encarnadas (cf NMA 83), en las que la diversidad de expresiones pueda irse convirtiendo,
cada vez más, en parábolas sacramentales del misterioso, personalizado y personalizante espacio
divino.
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