El Monoteísmo y Otros Atributos Divinos

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El Monoteísmo y Otros Atributos Divinos
Por el padre José Antonio Caballero (Fr. Tony)
Antes de pasar a las diferencias entre las tres religiones monoteístas, conviene cerrar el tema de los
atributos divinos.
Además de Dios como Señor y soberano, aparecen en el Antiguo Testamento otros determinativos o
atributos que tratan de describir el ser mismo de Dios. A saber, la misericordia, la santidad, la sabiduría
y la fidelidad.
La misericordia de Dios en el Antiguo Testamento es sinónimo de su bondad; de una manera particular
se habla de “entrañas de misericordia”, ya que el pueblo de Israel la veía como plasmada en el seno
materno y en su expresión de “solicitud maternal”. El libro del Deuteronomio reconoce la misericordia
divina (Dt 4,31). Es un tema frecuente en los profetas como Is 54,10: Jr 4,2 y en los Salmos (Sl 103,8:
111,4; 119,64). El culmen de la revelación de la misericordia divina quedará plasmada en la parábola
de Lucas sobre el hijo pródigo (Lc 15,11-32).
La santidad implica “separación”, y Dios es el santo por antonomasia, en sentido propio (Is 6,3; Sl
22,4). Para el pueblo de la Biblia la santidad de Dios se concebía como una invitación del hombre a
“apartarse” (no contaminarse) con determinadas cosas, como alimentos (la famosa ley del “kósher”),
enfermedades principalmente cutáneas, líquidos desprendidos del cuerpo, etc., y pueblos paganos. Al
final del libro del Éxodo se nos dice que Dios toma posesión de la tienda del encuentro con su “gloria”,
simbolizada en una nube de día y de noche por una columna de fuego (Ex 40,32-36). Había, pues, el
riesgo de que Dios abandonara la tienda del encuentro si el pueblo se contaminaba; de ahí la
importancia de la santidad, sólo que ésta se concebía de modo puramente exterior. Cristo proclamará
una ley nueva con las bienaventuranzas (Mt 5,3-12) y declarará puros todos los alimentos y dirá que lo
malo sale del corazón del hombre (Mc 7,14-16). Hará de la samaritana el primer heraldo del Evangelio
(Jn 4) en medio de esa etnia, y dará a los discípulos la orden de “ir y enseñar a toda la creación” (Mt
28,20).
La sabiduría es un don de Dios, un sano temor que invita al conocimiento y observancia de la ley. Es
un don concedido especialmente a Salomón (1Re 3,3-15), pero del que nadie está excluido. No está
claro que se concibiera como una persona diversa de Dios; más bien, se trataba de aspectos
metafóricos, un atributo divino. Aparece en los libros sapienciales como acompañando a Dios en la
creación, invitando a los hombres a comer y a beber (Pr 9,1-6). Hay poemas dedicados a la sabiduría
como al final del libro del Eclesiástico (cap. 51). Las obras sapienciales del Antiguo Testamento
abundan en aforismos, enigmas y sentencias; probablemente sean eco del saber de otros pueblos
limítrofes, como Egipto y Babilonia. La novedad en el Nuevo Testamento es que Cristo no es llamado
“sabiduría del Padre”, sino su Logos, su palabra en persona, por la que todo fue hecho (Jn 1,3).
También hay discursos enigmáticos y sapienciales (“mashal”) como el capítulo 10 de san Juan. La
carta de Santiago está llena de aforismos, sentencias al estilo sapiencial. Si la verdadera sabiduría en
el Antiguo Testamento era el temor del Señor, en el Nuevo es conocer a Jesús crucificado, dirá San
Pablo (1Cor 1,23).
El tema de la fidelidad es una síntesis perfecta de lo que es Dios, por un lado, pero también de cómo
ha de ser el hombre. Dios se presenta como “fiel a su alianza” (Dt 7,9). El pueblo con su idolatría se
mostrará continuamente infiel (cf. Os 2,9-25). Ante las infidelidades idolátricas del pueblo, Dios se
presentará como el esposo que invita a su amada a volver a él (Is 44,21-22). Cristo en el Nuevo
Testamento será el “amén”, “el testigo fiel” (Ap 1,5), que llama a la Iglesia a volver al primer amor” (Ap
2,4). San Pablo comparará la alianza matrimonial con el amor solícito de Dios a su Iglesia y lo designa
“un gran misterio” (Ef 5,32).
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