CONSULTORIO LABORAL MIGUEL ÁNGEL MORCILLO, Abogado y Consejero de Lex, Centro de Asesores Técnico-Jurídicos, S.A. PUNTUALIZACIONES SOBRE EL REINGRESO O LA INDEMNIZACIÓN EN LOS DESPIDOS IMPROCEDENTES U na empresa despidió a un trabajador y, tras la reclamación judicial de éste, fue condenada a readmitirle o indemnizarle, a elección de la empresa, con una importante cantidad, ya que el despido fue declarado improcedente. La empresa, que no dispone del dinero suficiente para pagar la indemnización, quiere saber si puede limitar el importe de la misma y, en caso contrario, de cuanto tiempo dispone para llevar a efecto la obligada readmisión. Asimismo, quiere saber si puede, de alguna forma, evitar el pago de los salarios de tramitación. La primera de las preguntas que la empresa propone, si puede rebajar el importe de la indemnización, ha de contestarse negativamente. La empresa está obligada a abonar la totalidad de la indemnización y a hacerlo, además, inmediatamente. Esto es, una vez que la sentencia que declaró la improcedencia del despido sea firme, lo que ocurre cuando han transcurrido los plazos legales para la interposición de recursos, el trabajador puede exigir el pago de la indemnización en su totalidad y de una sola vez. Y, si la empresa no paga, se iniciará un procedimiento de ejecución de la sentencia que llevará consigo el embargo de cuantos bienes puedan sufrirlo, hasta obtener el pago de la totalidad de lo adeudado. Por supuesto que la empresa puede proponer, antes o después de que la ejecución se ponga en marcha (siempre a petición del tra- Capital Humano 120 bajador), el pago aplazado de la indemnización. En este caso, es el trabajador el que decide si acepta o no la propuesta, ya que el Juzgado no puede imponerla. Normalmente, si se acepta el aplazamiento se exigirán a la empresa suficientes garantías (que incluyen el embargo de los bienes) para asegurar el cumplimiento del compromiso. La segunda cuestión que se formula es, de cuánto tiempo dispone la empresa para llevar a efecto la readmisión si se opta por esta alternativa. Según el Estatuto de los Trabajadores y la Ley de Procedimiento Laboral, la empresa, en los casos de despidos declarados improcedentes por una sentencia, dispone del plazo de cinco días para elegir entre readmitir al trabajador o abonarle la indemnización fijada en la sentencia. En el caso de que la empresa no efectúe la opción entre esas dos posibilidades dentro del plazo de cinco días, se entiende que ha optado por la readmisión. Pero, una vez efectuada la opción a favor de la readmisión, o transcurrido el plazo de cinco días sin hacerla, se plantea cuál es el plazo para que se lleve a efecto la readmisión. La ley es bastante clara a este respecto: el artículo 276 de la Ley de Procedimiento Laboral señala que la empresa ha de comunicar por escrito al trabajador la fecha en que deba reincorporarse al trabajo, dentro de los diez días siguientes a la fecha de notificación de la sentencia. Por otra parte, la fecha de la reincorporación tiene que ser posterior en, al menos, tres días, a la de recepción por el trabajador de la comunicación de la empresa. En suma, pues, la empresa que opte por readmitir al trabajador debe presentar en el Juzgado un escrito efectuando esa opción y enviar al trabajador una comunicación escrita, por medio seguro (bastará, normalmente, un burofax), en la que se fije la fecha de la reincorporación. Esta última fecha tiene que ser posterior en tres días a la de recepción por parte del trabajador de esta comunicación. Por ello, puede rebasar el plazo de los diez días y será suficiente con manifestar que el trabajador debe reincorporarse “transcurridos tres días desde la recepción” de la comunicación, para haber cumplido con exactitud las normas legales por las que se rige esta cuestión. IMPOSICIONES EMPRESARIALES EN MATERIA DE INDUMENTARIA U na empresa dedicada a la promoción de productos para otras pregunta si la apariencia externa de los trabajadores puede ser objeto de imposiciones por parte de la misma. La razón es que el trato con terceros es la principal actividad de sus trabajadores. La respuesta a esta consulta está en función del caso concreto. En la mayoría de los sectores, la necesidad de que los trabajadores cumplan determinadas exigencias en cuanto a su indumentaria o a su apariencia externa depende en absoluto del tipo de trabajo que lleve a cabo. En otras, la uniformidad es requisito imprescindible y es aceptado por los trabajadores a los cuales se les exige, ya desde el mismo momento de la contratación. Los casos en que se produce algún tipo de oposición por los trabajadores suelen estar ligados a la consideración de que con estas exigencias, se vulnera el derecho a la intimidad de Nº 184 • Enero • 2005 los trabajadores los cuales pueden, desde luego, en principio, elegir su apariencia externa y la indumentaria que les parezca más oportuna. Sin embargo, existen circunstancias que legitiman a la empresa para imponer determinadas normas, sin que por ello pueda entenderse que se vulnera derecho alguno de los trabajadores. Un caso curioso es el que estudió el Tribunal Supremo en su sentencia de 12 de febrero de 1986. Aunque es obvio que la doctrina del Tribunal Supremo en esta sentencia puede haber quedado superada en estos años, no dejan de ser muy interesantes algunas de sus consideraciones y ofrece luz sobre muchas de las dudas que esta cuestión puede plantear. En esta sentencia se confirmó el fallo de la del Juzgado que, a su vez, había declarado procedente el despido de un trabajador, sin derecho a indemnización alguna, por negarse a afeitarse la barba. Dice la sentencia que el trabajador empezó a dejarse la barba y la empresa le requirió para que se afeitase, al no hacerlo lo sancionó con una suspensión de empleo y sueldo; cuando regresó de cumplir la sanción, el trabajador continuó con la barba y fue nuevamente suspendido. Por este motivo el trabajador fue despedido y el Juzgado entendió que la empresa había actuado correctamente. El argumento que se esgrime en favor de la tesis de la empresa es que, como declaró probado la sentencia del Juzgado, “es uso y costumbre en el sector de hostelería, al menos en la provincia, y en los departamentos de restaurante y bares para aquellos empleados que tengan contacto directo con clientes, que deben permanecer afeitados (sin bigote, ni barba)” El trabajador, en su recurso contra la sentencia del Juzgado, alegó que se había producido la violación del artículo 18.1 de la Constitución española y de otros preceptos, así como del artículo 14 de la Constitución. Además, pretendía que se admitiera como probado “que la barba que tenía era pequeña, le ocupaba exclusivamente la barbilla y el bigote, pero no las mejillas”. Con un argumento muy curioso, el Tribunal rechaza esta Nº 184 • Enero • 2005 pretensión diciendo que no está claro que “los elementos pilosos aludidos se conservaran en idéntico estado entonces que cuando los hechos determinantes del despido se produjeron”. También rechaza el Tribunal Supremo el argumento de la supuesta violación del artículo 18.1 de la Constitución española y del artículo 4.2, e), del Estatuto de los Trabajadores, que garantizan el derecho al honor, a la intimidad personal y familiar y a la propia imagen así como el derecho al respeto de su intimidad y a la consideración debida a su dignidad. Reproduzco, a continuación, el párrafo que el Tribunal Supremo dedica al estudio de este motivo del recurso por su evidente interés: “Obvio es que el rostro de cualquier persona se ofrezca íntegra o parcialmente rasurado, o no, es visible a todo el mundo; de suerte que el derecho a presentarlo con o sin adiciones capilares, en modo alguno puede entenderse que corresponda al ámbito de la intimidad personal ni familiar como no sea distorsionando conceptos trascendentales al referir la intimidad a la decisión, porque si ello fuera admitido, se minimizaría, degradándolo, el alcance adecuado que ha de darse a preceptos enunciativos de tan alta significación como los que en el motivo se invocan. El tema cuestionado en el recurso tiene su adecuado encaje por otras vías, también abiertas por el recurrente como enseguida se verá al estudiar otros motivos. El que ahora nos ocupa, en consecuencia, es claramente improcedente.” La propia sentencia señala cuáles son los elementos que han de destacarse en este caso: “Uno, que el actor ingresó en la empresa el día 1 de diciembre de 1973, trabajando como camarero y barman; y que fue en octubre de 1984 cuando empezó a dejarse la barba; fue requerido por aquélla para que se afeitase, a lo que no accedió, y le fue impuesta sanción de suspensión de empleo y sueldo, cumplida la cual regresó al trabajo con la barba y fue nuevamente suspendido; y dos, que es uso y costumbre en el sector de hostelería, al menos en la provincia y en los departamentos de restaurantes y bares para aquellos empleados que tengan contacto directo con clientes, que deben permanecer afeitados, sin bigote, ni barba. El último de estos datos lleva a la conclusión de que la orden de acudir a su trabajo completamente rasurado que de la empresa recibió el actor no puede ser calificada de injusta, ni entender que supone extralimitación en las facultades empresariales, ni vulneración de los derechos del trabajador; pues no cabe olvidar que los usos y costumbres locales y profesionales son, a tenor del artículo 3.1, d), del Estatuto de los Trabajadores, fuentes jurídicas de la relación laboral, como ya lo eran según la Ley de Contrato de Trabajo de 1944 (artículo 9, 3.º), Y el primero revela que a tal uso y costumbre –que el actor había de conocer y al que ha de entenderse referida cláusula expresa de su contrato de trabajo en lo que acepta someterse a las normas de la empleadora sobre aseo, presentación, etc– se atuvo pacíficamente el mismo durante casi once años, para después plantear la reivindicación de su pretendido derecho, en términos difícilmente comprensibles si es que en verdad deseaba la subsistencia de la relación laboral, puesto que bien pudo, en su momento, cuestionar la legitimidad de la orden recibida, acatándola o no en principio, o impugnar cada una de las dos sanciones de suspensión de empleo y sueldo que por desobediencia le fueron impuestas. Lejos de ello, en claro enfrentamiento, no en vía judicial, con la empleadora, mantuvo su persistente postura; y así su desobediencia adquirió notorios caracteres de gravedad y culpabilidad, que hacen plenamente correcta la aplicación al caso del artículo 54, números 1 y 2, b), del Estatuto de los Trabajadores (la desobediencia a las órdenes de la empresa)”. Está claro que, en casos como el que ilustra la respuesta a esta interesante consulta, lo fundamental es que la empresa haya previsto la existencia misma de la obligación para el trabajador de acatar las órdenes de esta naturaleza mediante la inclusión de una cláusula en el contrato de trabajo.\ 121 Capital Humano