Este artículo es una publicación de la Corporación Viva la Ciudadanía Opiniones sobre este artículo escribanos a: [email protected] www.viva.org.co HHU UH HU U ¡Sí es posible levantar cabeza! Jorge Mejía Martínez Economista Las horas que siguieron al 27 de septiembre fueron calamitosas. La sensación de fracaso se apoderó de todos los rincones del Partido Liberal y del Polo Alternativo. Los calificativos para los resultados obtenidos fueron comunes: salto al vacío de la oposición, Triunfo del Gobierno y su coalición, nada hay que hacer en las presidenciales de 2010. Se minimizó el ejercicio democrático y participativo de liberales y polistas y se magnificó la expectativa de los gobiernistas. Con lupa en la mano los opinadores se limitaron a esculcar la dimensión de las cifras para justificar las centellas y los rayos. Las dinámicas y los procesos en juego en el campo político colombiano poco significaron. Ocho días después con la aparición de las encuestas de los medios de comunicación, los muertos que ya se habían enterrado aparecieron gozando de cabal salud, de pronto no la más óptima pero tampoco la más calamitosa. Petro y Pardo huelen a lo que sea menos a formol. La mirada optimista o pesimista del escenario próximo dependerá del desenlace de la encrucijada en el alma que carcome al Presidente Uribe. Con el nombre de Uribe en el tarjetón las posibilidades de victoria son nulas. Al hombre todo le resbala, nada le hace mella. Al contrario, cualquier denuncia en contra lo reafirma. Las evidencias de corrupción y politiquería por parte de su gobierno son recibidas con escepticismo por amplios sectores de la sociedad. En la misma encuesta de los medios, la mayoría de la gente no cree que las denuncias de irregularidades en el trámite del proyecto de ley para viabilizar el referendo, sean ciertas o graves. La conciencia moral de este país se ancló en las nubes, para que abajo, en esta tierra, los colombianos puedan cerrar los ojos para aplaudir las indecencias de los gobernantes y sus amigos, mientras los cimientos de la institucionalidad se estremecen y desmoronan. Con Uribe o sin Uribe en el partidor la oposición se tiene que estrujar. El Polo va a crujir con más intensidad por la confrontación entre los derrotados del domingo 27 de septiembre, amigos de encarnar el ideal de la izquierda anquilosada -con su discurso agrarista, antiimperialista, dubitativo frente a las formas de lucha y su combinación, y frente a las posturas camorreras y antidemocráticas de Chávez - y los sectores renovadores esforzados por catalizar el reconocimiento general a la inteligencia y audacia de Gustavo Petro. El Polo sin Carlos Gaviria deberá ser otro, más flexible y con más capacidad de riesgo. El Partido Liberal tendrá otro reto para coronar en contra del tiempo y la inercia: anclarse en el centro del espectro político. Cuestión de subsistencia. Comparto la tesis de quienes consideran que fue un error histórico del Partido Liberal, ante el auge del uribismo que carcomió sus entrañas para alimentar el surgimiento de nuevas fuerzas como los partidos de la U, Cambio Radical y otros, desplazarse hacia la izquierda donde ya estaba arrinconado el Polo Democrático, para dejar despejado el gran centro a merced de la voracidad de los políticos de viejo cuño con nuevos ropajes. Para los que todo lo ven como blanco o negro, bueno o malo, amigo o enemigo, hablar del centro político es un adefesio. El radicalismo concibe la clase media como un sector desideologizado proclive de arrastrar hacia la izquierda o la derecha a punta de consignas contundentes no exentas de siglas que pocos logran descifrar, ausentes de las expectativas cotidianas o inmediatas de los ciudadanos. La socialdemocracia es la respuesta liberal a los anhelos de la población de mejoramiento de calidad de vida, con equidad e inclusión social. El problema es que el liberalismo se limitó a afiliarse a la Internacional socialdemócrata sin evolucionar el discurso. El tema crucial de la seguridad de la población fue menospreciado. Polistas y liberales, más los primeros, consideraron que ese era simplemente un problema de la fuerza pública consecuencia de las llamadas condiciones objetivas como la pobreza y el desempleo. Mientras tanto, el homicidio, el secuestro, las minas, la desaparición, hacían su agosto en las carreteras, los poblados rurales y urbanos. En los puentes festivos los centros comerciales de las ciudades se atestaban de personas temerosas de salir por el miedo a encontrarse con la guerrilla o los paramilitares a la vera de los caminos. La respuesta pública para atender esta tragedia nacional se abandonó exclusivamente en las manos de Uribe Vélez. Tremendo y costoso error. Magnificado por la carencia de liderazgo presidencial desde el gobierno de Andrés Pastrana Arango, congelado en la mortífera foto de la silla vacía en el Caguán. Los liberales tardaron en reaccionar, desconcertados por la arremetida de una derecha sintonizada con las mayorías nacionales, en buena parte liberales. Hoy el discurso se debe aterrizar. La recurrencia al trapo rojo o a la tradición ancestral liberal, para despertar las simpatías perdidas ya es historia del pasado. Los pobladores mayoritariamente urbanos esperan respuestas concretas a los problemas de seguridad, movilidad, pobreza, miseria, desempleo, espacio público, corrupción. Un discurso modernizante y citadino, menos doctrinario. La nueva agenda nacional debe atender también asuntos cruciales como la solución política del conflicto, la liberación de secuestrados, el desplazamiento, drogas y narcotráfico, fortalecimiento de la justicia y la institucionalidad pública. Las prácticas y las costumbres también hay que revisarlas. La lucha contra la politiquería y el clientelismo no hay que dejarla a los iluminados cubiertos con el manto de la independencia. La oposición debe abanderar la lucha contra la compra venta de votos y contra la interferencia de grupos armados ilegales y el narcotráfico. Pero un discurso distinto, con practicas distintas, no tiene sentido en boca de los mismos actores de siempre. Paso a la renovación de caras y rostros. Las listas a Congreso de la República deberán encarnar un sincero propósito de enmienda y contrición de corazón. Sin Uribe como candidato, las cargas se equiparan bastante. Todo depende de que una Confluencia Democrática pueda cristalizar en la defensa de la Constitución del 91 y en una consulta interpartidista antes de la primera vuelta presidencial. El candidato liberal, Rafael Pardo, deberá vencer la obnubilación de los ex alcaldes de Opción verde y de Medellín, y la reticencia de Cambio Radical para aceptar la presencia del candidato del Polo Democrático. La ubicación actual de Rafael Pardo es estratégica, consecuencia de que el liberalismo no está desaparecido. No tiene sentido que una propuesta de confluencia para defender la democracia y la institucionalidad, deje al margen a Gustavo Petro quien con esas banderas y en franca lid derrotó al aislacionismo empotrado en la dirigencia de su partido. Los encuestados lo han premiado con un empate técnico en las elecciones próximas para disputar la presidencia si no juega Uribe. Pardo está cerca. No hay que cantar victoria, pero tampoco enterrar los que no se han muerto. En medio de un ambiente tan turbio como el escenario político actual, hay que aprender a respirar. Porque sobrevivir es posible.