Foro de Empresarios Colombianos EL SECTOR PRIVADO Y LA POLÍTICA Ponencia Betancur 1.- de Belisario AUTORIDAD DE LO MODERNO Vivimos una época revolucionaria: tanto lo es, que los hombres de nuestra generación, cualquiera que sea su posición política aceptan como desuetas las conductas y actitudes que en casi todos los campos adoptaba la generación pasada. La crisis de generaciones es tan honda en oriente como en occidente. Los pueblos orientales se esfuerzan por construir una sociedad maquinizada sobre las ruinas todavía humeantes de colonialismo, feudalismo y absolutismo. Los pueblos de occidente, perdida la fe en una civilización que en un breve plazo histórico produjo dos guerras mundiales, buscan todavía a tientas nuevos valores y nuevas modalidades de existencia. En América Latina, un hombre nuevo, el hombre de la gran ciudad, apresuradamente aprende a deletrear el alfabeto -económico, psicológico, social-, de la modernidad: para ello, antes que apoyarse en el pasado debe comenzar por eludir una herencia que se ajustaba a las necesidades de la provincia semí-colonial pero disuena en el ámbito actual. Pocas épocas como la nuestra tienen su inmediato pasado por cosa muerta. Apenas llegado a la juventud, el hombre contemporáneo sonríe desdeñosamente de las cosas que preocupan a sus padres y considera sus juicios como prejuicios. Y los hombres de edad, intimidados por el revolucionarismo que nos rodea, se muestran prontos, también ellos, a considerar sus deseos como caprichos, sus ideas como tics mentales, sus criterios como terquedades seniles. Nos pocos sociólogos han estudiado este fenómeno generacional que en otras palabras consiste en que en la formación del joven moderno cuenta más el ejemplo de sus compañeros de la misma edad que el ejemplo del hogar. La autoridad de lo que es moderno, por el solo hecho de su modernidad se impone sobre la autoridad que funda sus títulos en la tradición. Tal es el signo de esta época. Un clima que conlleva toda clase de dificultades tanto para los jóvenes como para los hombres de edad. 2.- SENTIDO DE LO MODERNO La anterior digresión sólo parece relacionarse con el tema del sector privado ante la política, en el hecho de que el empresario de que vamos a tratar es el empresario moderno. Pero la relación es más profunda. Esta digresión puede considerarse de una doble manera: como una justificación de lo moderno, en cuanto representa un sistema de conductas y de respuestas a situaciones nuevas; y como una prevención contra las exageraciones modernistas que exaltan lo nuevo solo porque es nuevo, y reniegan de toda tradición solo porque hunde sus raíces en el pasado. Lo moderno en el plano de opiniones, ideas e instituciones políticas tiene justificación cuando responde a realidades nuevas en la vida de la sociedad. El modernismo ideológico que no interpreta los cambios ocurridos en la existencia social es un modernismo vicioso, artificioso: una moda sin solidez ni perspectivas. Así, cuando se habla del empresario moderno, estamos aludiendo implícitamente a un empresario nuevo, a un tipo de empresario que no puede ya inspirarse en las prácticas tradicionales de la industria y el comercio, que debe tener una formación distinta a la del empresario del pasado, un carácter y hasta un espíritu empresarial del todo diferentes de los que ayer identificaban al hombre de negocios. Aquí surgen varias preguntas: ¿hasta qué punto está justificado hablar de un empresario moderno? ¿Hasta qué punto este calificativo de moderno solo responde a un capricho esnobista, o hasta qué punto el hombre de empresa debe tratar hoy con realidades que exigen de él respuestas nuevas? Para responder a los anteriores interrogantes en relación con los líderes del sector privado ante la política, es preciso considerar una serie de realidades sociales complejas. No basta con decir que el empresario debe tener una actitud moderna en relación con la política: es preciso mostrar en que punto el empresario debe ser moderno, es decir diferente del empresario de ayer, y señalar los cambios ocurridos en la vida de la sociedad que hacen urgente la modernización. 3.- TERAPEUTICA DE LAS CRISIS Utilizando una fórmula un tanto exagerada, podría decirse que, para ser moderno el empresario de los tiempos actuales debe ser un estadista en potencia. Ello por dos razones que responden a las características específicas de la sociedad moderna: primero, porque la inversión de capital y la actividad empresarial son cada vez menos un asunto privado y cada vez más un asunto de interés general; y segundo, porque el estado es cada vez menos un poder neutral que se limita a arbitrar el libre juego de los intereses privados y cada vez más un poder comprometido que trata de moldear la realidad económica y social de acuerdo con los intereses generales. De este doble cambio de función dentro de la sociedad actual, del cambio de función del sector privado y del cambio de función del poder estatal, se desprende la necesidad de un cambio en la actitud del empresario, y concretamente, la necesidad de un cambio en las relaciones del sector privado con la política. Aquellos cambios tienen una motivación común: es el surgimiento de la política económica como práctica positiva. De la política económica, el viejo estado liberal sólo conoció el lado negativo: no intervenir, dejar hacer. Entre 1810 y 1929, el mundo atravesó por quince crisis económicas escalonadas en períodos de siete a diez años, que azotaron por igual a las economías más vigorosas como a las más débiles y sembraron por todas partes, como ninguna guerra, la destrucción masiva de bienes y personas. El carácter cíclico de este fenómeno durante más de un siglo tiene fuerza probatoria suficiente para refutar los dogmas del liberalismo económico. La crisis iniciada en Nueva York el 24 de octubre de 1929, que pronto se extendió al mundo entero, señaló el gran viraje: hasta los estados más respetuosos de la libre iniciativa asumieron el hecho de que la inversión, el empleo y el ingreso, abandonados a su propia dinámica espontánea, conducían inevitablemente a desajustes que explotaban y se resolvían en las crisis. En efecto, eran las crisis las que restablecían el equilibrio: las crisis destruyan los stocks de mercancías que se hablan expandido más allá de la capacidad del mercado; las crisis convertían en cenizas los capitales invertidos en ramas de la producción cuyo desarrollo había sido excesivo y desorganizado; las crisis eran la manera espontánea como el cuerpo de la sociedad se curaba de sus desarreglos. Cuando el estado moderno adoptó la política económica, es decir, cuando utilizó su poder para regular los movimientos económicos, estimular allí, desalentar allá, en cierta forma vino a desempeñar de manera racional el papel que las crisis cumplían de manera irracional, "listo a encontrar en el momento justo la cuerda que se debe tañer para que la armonía del cuerpo social se lance hacia un desarrollo sin término". Utilizando todos los instrumentos a la mano -política tributaria, política monetaria y crediticia y política de inversiones estatales-, el estado moderno (y en ello estriba fundamentalmente su modernidad), asumió como una función más la regulación de la vida económica a fin de prevenir los crecimientos desordenados y los estancamientos discordantes, no sólo en nombre del interés general sino también, en última instancia, en nombre de la libre iniciativa. Porque no era más libre la riqueza que se acumulaba laboriosamente a lo largo de un ciclo de 7 o 10 años para hundirse en un año, como los 4. 000 bancos que quebraron en los solos Estados Unidos en 1933. Por consiguiente la política económica puede ir desde el desaliento y el estímulo, pasando por la regulación y la intervención, hasta la planificación, para impulsar un orden dinámico que abra el abanico de las oportunidades a todos los asociados. Pero el hecho es que el estado moderno hace, en uno u otro grado, política económica. Fue así como se modificó la relación tradicional del estado con los hombres de empresa. Ya el estado no era el árbitro que se limitaba a proteger los derechos privados y a dejar que los particulares echasen por el camino que ofrecía las mejores perspectivas utilitarias. Las crisis eran una advertencia clara: si se dejaba que los particulares, desordenadamente, persiguiesen sus propios intereses inmediatos, se preparaba la ruina general. 4.- EL ESTADO DINAMICO EN COLOMBIA La realidad de Colombia ejemplariza sobre la necesidad de la política económica: a) El estado debe procurar el empleo racional de las divisas porque de otra manera éstas, ya harto escasas, se utilizarían con fines improductivos y se encarecerían todavía más con la especulación; b) El estado debe intervenir en la estructura agrícola porque las posibilidades más claras de acrecer y diversificar las exportaciones, aumentado así el ingreso de divisas, dependen fundamentalmente de la agricultura, pero buena parte de las tierras cultivables permanecen por fuera de la producción y buena parte de la fuerza de trabajo agrícola carece de tierra; c) El estado debe alentar -por medios tributarios y crediticios-, ciertos sectores económicos, porque las esferas de mayor importancia estratégica para el desarrollo de conjunto no son siempre las que más atractivos ofrecen al capital; d) El estado debe desalentar las formas de especulación y estimular las de producción porque existen fuerzas y hechos que inciden en sentido contrario -alentando la especulación y desalentando la inversión productiva-, como son la inflación y la estrechez del mercado; e) El estado debe tomar en sus propias manos el establecimiento de determinadas industrias cuando éstas son básicas para el desarrollo, no ofrecen de manera inmediata atractivos a la inversión privada y presentan riesgos de gran magnitud; f) Finalmente, ante la inelasticidad de la demanda de mano de obra en un mercado de trabajo exiguo, cuya estrechez es cada vez mayor por la llegada anual de 200.000 nuevos solicitantes de empleo, el estado no puede cruzarse de brazos y debe crear nuevos frentes de trabajo y estimular aquellas industrias que contribuyan a crearlos. Se trata de medidas que afectan de manera directa al sector privado, sobre las cuales el empresario a la antigua tiene opinión formada pero sobre las cuales el hombre de empresa moderno -y aquí el calificativo de moderno recibe todo su profundo sentido- debería tener una opinión y adoptar una conducta activa lo más independientes que sea posible de la forma en que inmediatamente lo afecten. Parafraseando un manido refrán, el empresario moderno ho debe mirar la política económica a través de sus callos, aunque le duelan. 5.- EL EMPRESARIO HACE POLÍTICA Pero no sólo se ha modificado la posición del estado moderno dentro de la sociedad y, en particular, dentro del orden económico: también la época contemporánea enfoca de manera diferente la posición del sector privado en el seno de la vida social. Ya el orden económico no será lo que resulte del juego, tan libre como desordenado, de los soberanos intereses particulares. La empresa privada, por los efectos que despliega sobre la vida de la sociedad, es tan social como privada, compromete el interés público tanto como el interés particular. En cierta forma, el empresario capitalista cuando invierte en un sector u otro, cuando reinvierte o cuando desplaza capitales hacia esferas distintas a aquellas en las que ha venido operando, hace política económica, es decir realiza un acto que contribuye a dar una cierta configuración al orden económico. Ahora bien: el empresario moderno no puede olvidar el aspecto social de la inversión, no puede consagrar el divorcio entre su interés particular y el interés general ciñéndose exclusivamente a las perspectivas inmediatas de la ganancia y desdeñando los efectos que su iniciativa particular pueda tener sobre el conjunto de los hombres de empresa. 6.- ESTRUCTURA DEL SUBDESARROLLO EN COLOMBIA En Colombia, esta necesidad es todavía más clara que en un país avanzado. Todas las dificultades colombianas al finalizar la década del 60, se derivan del hecho de que la espina dorsal de la economía -la producción de bienes manufacturados-, sólo puede mantenerse y expandirse si se asegura la adquisición en los mercados extranjeros de cierto volumen de bienes de capital, materias primas y bienes intermedios. Para asegurar esa adquisición cuenta con las divisas que ingresan al país por las exportaciones de productos primarios. Pero la industria ha crecido en las últimas décadas -y con ella, la necesidad de importar bienes de producción-, a un ritmo mayor que el ingreso de divisas. Tal es el origen de las devaluaciones y de la inflación. Y tal es, también la causa original de la estrechez del mercado, de la inversión improductiva y del subempleo. Son complejos los movimientos económicos que conducen desde la escasez de divisas hasta estos últimos fenómenos. Anotemos de paso el proceso siguiente: El mayor crecimiento de las necesidades de importar en comparación con el crecimiento de la capacidad de importar, encarece el dólar. El encarecimiento del dólar acrecienta los costos de producción en la industria, por el mayor costo de los bienes de producción importados. Los mayores costos de producción se reflejan en precios mas altos y ponen en marcha la inflación. Surgen entonces los fenómenos secundarios: El encarecimiento del dólar y de los productos industriales hace deficitarios los presupuestos gubernamentales, déficit que el gobierno debe corregir muchas veces con emisiones inflacionarias. El aumento de los precios empuja el alza de salarios, aumentos que encarecen una vez más los costos y se reflejan de nuevo en reajustes de precios. Impulsada así en espiral desde diversos ángulos, la inflación hace que el mercado resulte prontamente estrecho para una producción altamente evaluada en términos de precios. Las dificultades de importar bienes productivos y el poco aliento que para la producción representa la existencia de un mercado estrecho, hacen que los capitales se desplacen hacia esferas improductivas, hacia frentes que contribuyen poco a aliviar los problemas del desempleo. Tal es, en términos general, la estructura del sub-desarrollo en Colombia. Pues bien, es en el interior de esa estructura donde el empresario moderno realiza sus operaciones económicas y es en relación con los fenómenos descritos como el empresario colombiano debe medir la significación de sus actos económicos. ¿Quiere contribuir a agravar esos males o va a contribuir a remediarlos? No se trata de que el empresario moderno renuncie a sus propios intereses en nombre de un moralismo idealista. Se trata de que él comprenda la gravedad de los males que roen el orden económico y que se conscientice del hecho de que al optar por un interés particular desligado de toda consideración general procura la ruina del ¡sistema de libre empresa. Repitamos que la raíz de las dificultades de Colombia en esta hora, reside en que las necesidades de importar crecen a un ritmo mucho mayor que las disponibilidades de divisas. Si Colombia fuera capaz de corregir la disparidad de estas dos curvas, parte de los problemas económicos y sociales que aquejan a la sociedad colombiana entrarían en proceso de corrección. Es en este punto en donde debe centrarse la estrategia de la política económica comprendida en los términos más amplios: como función del estado y como práctica de hecho de los hombres de empresa. La disparidad de esas dos curvas -la que trazan las necesidades de importación y la que traza la disponibilidad de divisas-, puede solucionarse en tres formas alternas de fácil enunciado pero sin duda de práctica compleja: haciendo caer la primera, es decir, reduciendo las necesidades de importación; elevando la segunda, es decir, aumentando las disponibilidades de divisas; o combinando estas dos formas, es decir, reduciendo las necesidades de importación y elevando las disponibilidades de divisas. Es en el marco de estas alternativas donde la práctica del empresario colombiano recibe su verdadero sentido. Es en relación con estos problemas como el hombre de empresa moderno debe evaluar la significación de sus actividades económicas particulares. 7.- EL EMPRESARIO COLOMBIANO DF, CARA AL PAIS El hombre de empresa moderno debe preguntarse: la actividad que realizo contribuye a agravar o a resolver el problema de la escasez de divisas? No se trata de pregunta a la que pueda darse fácil respuesta. Generalmente una nueva industria substituye importaciones pero implica, de otra parte, la importación de ciertos bienes de producción. En Colombia- 1968 el establecimiento de una nueva industria es sano cuando el ahorro de divisas que permita realizar -substituyendo directamente importaciones o creando las condiciones propicias para el surgimiento de otras industrias sustitutivas-, es mayor que la nueva demanda de divisas creada por las necesidades de importación. Las industrias que trabajan para la exportación son eminentemente progresivas. Los establecimientos que trabajan para el mercado interno sin sustituir importaciones y que requieren importaciones de bienes de producción pueden representar beneficios a corto plazo para satisfacer la democracia del deseo creada por las formas ocultas de la propaganda, pero comprometen el futuro del país. Toda nueva industria debe autofinanciarse en términos de moneda extranjera, es decir debe aumentar las disponibilidades de divisas del país -a través de la exportación o de la sustitución directa o indirecta de importaciones-, por lo menos en igual medida que lo que sus necesidades de importación recortan el presupuesto de divisas del país. Claro que la anterior es una especie de visión instantánea, de fotógrafo callejero de fuelle y de cajón, del país actual; pero bien puede ocurrir que la industria demuestre una capacidad de expansión y de agresión complementaria en el mercado internacional, que a su vez genere divisas, las cuales pueden ser gastadas dentro de una estructura industrial parecida a la del retrato actual, con miras a absorber la oferta excedente de mano de obra. Industria que no responda a estos imperativos es posible que resulte rentable para un inversionista en particular pero terminará por revelarse ruinosamente para el conjunto de la clase empresarial, para la sociedad colombiana, en definitiva para el ser humano como totalidad. La modernidad del sector privado consiste, así, en el paso de un enfoque micro-económico a un enfoque macro-económico. El empresario moderno no puede limitarse a conocer los detalles técnicos de la producción o de la distribución, las condiciones inmediatas de un mercado local, los problemas de financiamiento y de abastecimiento. El empresario moderno tiene que esforzarse por clarificar la posición de su establecimiento en el conjunto del orden económico. Es éste el punto sobre el cual debe centrarse la atención de las organizaciones empresariales. Si el hombre de empresa moderno tiene que superar los puntos de vista particulares, su modernización depende en buena parte de su capacidad de asociación y agremiación. Sólo en la intimidad de sus organizaciones gremiales el hombre de empresa aprende a pensar en términos de economía política y macro-economía. En otras palabras, aprende a pensar en términos políticos. Porque la reflexión económica es una vía de acceso adecuada para alcanzar una posición política sana. En el campo de la reflexión económica termina toda sospecha y toda mezquindad política: allí los viejos dogmas partidistas deben ceder su lugar a las necesidades realistas y a la 1ógica. Por tanto, el hombre de empresa debe ser moderno, diferente del hombre de empresa de ayer, porque la historia ha modificado las relaciones del estado y la sociedad, las relaciones del estado y el sector privado, y las relaciones del empresario con el orden económico general. Deben así cambiar también las relaciones del hombre de empresa con el estado, es decir, su posición política. No se trata de un cambio en la adhesión partidista del hombre de empresa. Se trata del de que en las sociedades modernas que reconocen los hechos económicos como hechos políticos de primer orden, el hombre de empresa debe dejar de ser un político que se desconoce a sí mismo y asumir activamente las grandes implicaciones políticas de su actividad empresarial. Existe una ética del trabajo que exige el máximo rendimiento del hombre en su actividad; pero existe igualmente una moral de inversiones que obliga a no atesorar sino a invertir y reinvertir en nuevas empresas que creen nuevos empleos. No se trata de embriagarse en el piélago de una producción que ahogue las vivencias del hombre en el confort materialista, sino de continuar y ampliar la obra de la creación: un pensador de este tiempo, Teilhard de Chardin, enjuicia a cuantos ven en el trabajo castigo y estorbo, cuando toda superación en la tarea de cada día, toda mayor productividad acrecienta la ocupación del universo por el Creador. Y existe asimismo una ética de la política, que la, coloca en el centro de las grandes decisiones en busca del bien común. En ese lugar desembocan, como en una ensenada, las tensiones que bullen en el seno de la sociedad en busca de un camino. De esas tensiones no podría escapar el sector privado aunque lo quisiera, precisamente porque son la convergencia del acontecer nacional. Vivimos una época que cada día se estremece con nuevas y profundas transformaciones: los tiempos del individualismo y la autarquía han sido sepultados por el alud de necesidades nuevas que imponen una solidaridad cada vez más grande entre los hombres y entre las naciones. Ningún hombre es ahora solamente él, ninguna sociedad se basta sola, ninguna nación es solamente esa nación sino que somos, dondequiera que estemos, el enjambre de la humanidad entera, cuyo motor primordial es lo político: al fin de cuentas, ¿quién está detrás del poderío tecnológico, industrial y financiero de los Estados Unidos, y detrás de sus cohetes quién está sino el político Lincoln? ¿Y detrás de las naves soviéticas que surcan el cosmos, quién está sino el político Nicolas Lenin? Esa es la gran tarea del sector privado en la época contemporánea: avanzar más allá de sus intereses particulares, por el camino progresista de la historia, hacia el confín del alma nacional, para ser así “plantadores de destino en la vida colombiana”.