Material clínico para niños y adolescentes. Congreso de Fepal 2.012. A un siglo de Juanito: Alejandro Páez, Sodely DESCRIPTORES: Complejo de Edipo-Fobia-Inhibición-Castración. Alejandro camina despacito, con la cabeza gacha, como si intentara pasar inadvertido, aunque atento a todo. Nada en su apariencia le hace justicia al imponente nombre que porta. Mi primera impresión al conocerlo es de impacto. Luego de nuestra presentación, acepta impasible mi invitación a pasar al consultorio al tiempo que la madre, sin motivo aparente para mí, lo alienta y anima diciéndole “pasa, pasa, no tengas miedo que yo te espero aquí”, mientras, Alejandro ya ha traspasado la puerta ¿De quién es el miedo? ¿Qué lo temido? Se sienta en una de las sillas un pedacito de criatura menudita, a la que le cuelgan unas piernas que no deja de balancear. Su baja estatura es tan llamativa, que no puedo dejar de preguntarme acerca del porqué de su omisión en la entrevista con los padres. Con una sonrisita pegada al rostro y con una mirada tímida y huidiza, comenzó un proceso analítico de dos sesiones semanales y que fue interrumpido al año, después de las vacaciones. Al preguntarle si sabía por qué lo habían traído conmigo, me responde con una vocecita aguda- imposible prescindir de los diminutivos- casi inaudible y como en falsete: “no tengo amigos”, coincidiendo así con el motivo de consulta enunciado por los padres. “P: ¿Tú me vas a ayudar a tener amigos? A: ¿Por qué no tienes amigos? P: No sé…No me hablan. A: ¿Y eso por qué? P: No me quieren. Yo les hablo y me dicen ¡VETE! A: ¿Cómo te hace sentir eso? P: Bueno, si no quieren ser mis amigos yo tampoco! No me importa. A: Pero esperas que te ayude, algo te importará….ya veremos juntos”. En este breve fragmento del diálogo entablado en la primera entrevista, podemos observar el despliegue de algunos aspectos de la conflictiva del paciente en sus distintos niveles de organización: una trama de miedos desplazados, un sufrimiento no asumido, necesidades afectivas insatisfechas, no reconocidas y negadas, control importante de la ansiedad, bajo nivel de energía, entre otros. La instalación de la transferencia positiva fue prácticamente instantánea, lo cual facilitó el acceso a un profundo material inconsciente una vez superadas sus inhibiciones para el juego libre y espontaneo. Inseguro, tímido, quietecito, se sentaba derechito a la espera de alguna directriz que en virtud de su ausencia no tardaba él en solicitar: “¿qué hago?”. No se arriesgaba a tomar ninguna iniciativa y exponer sus fantasías e inquietudes. En la primera hora de juego diagnóstica, dada su dificultad, le pedí dibujar una familia. Conociendo por los padres la relación de dependencia, de excesivo apego a la madre, me sorprende en primer lugar su inexistencia en el dibujo. ¿Expresión condensada de un deseo de separación así como de la endeble presencia psíquica de la imago materna? Tiene una hermanita de cinco años a quien describe como” peleona, llorona, es la preferida de mi papá, me quita todo lo mío”. Del padre se queja porque “trabaja mucho, hasta los Domingos….no me quiere, bueno! No mucho…” De la madre dice que “es la única que lo quiere y defiende”. Esta, asegura que los celos con la hermana se habían venido incrementando mucho y que durante el último año sus temores a la hora de dormir, le hacían reclamar su presencia hasta conciliar el sueño sin dejarle tiempo para poder despedir y acompañar un rato a la hermana. No obstante, son sus inhibiciones sociales lo que preocupa a los padres. En el colegio tiene un rendimiento excepcional, pero no realiza ninguna actividad extra curricular, se retrae en los recreos, no tiene amigos, nadie lo invita a fiestas y está evitando ir a clases. “Se le ve triste, va sin ganas al colegio, los fines de semana son un alivio para él…es como muy buenito. A lo mejor no encaja ¿Tú me lo vas a poner un poco malito? “, me pide la madre. En un primer período, el análisis transcurría entre no saber qué hacer y no saber darle nombre a sus producciones. Pasaba de la curiosidad por los juegos al desinterés; de comenzar alguno a su abandono. Reproducía de esta forma en las sesiones, el mismo estilo esquivo de aproximación con sus objetos internos y externos. La emergencia en sus contactos de un temor paralizante era innegable. Usaba los materiales arbitrariamente, sin intencionalidad ni preferencias. Derramaba témperas, las mezclaba, agregaba plastilina, goma o bien, amasaba y aplastaba arcilla entre sus manos por un lapso indeterminado. A mi pregunta de qué hacía, qué pintaba, solía responder con un irreductible “no sé”. La sonrisita en su rostro no dejaba de dibujarse. Le acercaba interpretaciones sobre su miedo a saber cosas de él, a mostrarse, a ser rechazado al hacerlo, a no encontrar cosas buenas y valiosas dentro de sí y que pudieran ser reconocidas por los demás. Le interpretaba, en fin, su miedo a saber y le señalaba que seguramente era mas lo que sabía y escondía que lo que no. Con este tipo de intervenciones se favoreció la posibilidad de un cierto conocimiento y organización que promovió un tipo de dibujo que, aunque básico y con poco aporte creativo aún, daba cuenta de una mayor estructuración. El cortar y pegar cosas indiscriminadamente, seguían siendo necesarios. Comenzó a expresar verbalmente sus temores y dudas acerca de sus fortalezas y capacidades masculinas, lamentando no cumplir con lo que suponía eran las expectativas de los demás respecto a este punto: ser mas alto, enérgico, fuerte, deportista, tener otro timbre de voz, etc. Paralelamente, comenzó a jugar con inusitado entusiasmo al boxeo, las espadas, fútbol y juegos de mesa conmigo. Diseñaba el guión, designaba los roles a interpretar por cada uno y reía con auténtico placer mientras lo hacía, pero evitaba el cuerpo a cuerpo y la rudeza en las peleas que él mismo proponía y que no me dejaba perder bajo ninguna circunstancia. Se las ingeniaba de cualquier forma para convertirme en vencedora. Le hice ver su capacidad de disfrute en la interacción con los otros, sus sentimientos de minusvalía, la frustración y el dolor que estos sentimientos le generaban y la inhibición de su fuerza por sentirla amenazante y destructiva. Pude saber que en su hogar cualquier manifestación de malestar o queja estaba absolutamente prohibida. “Todo está perfecto”, afirmaba la madre quien esperaba de Alejandro una actitud y una conducta también perfectas que no se corresponden con la rabia y la protesta según esos ideales. De modo que su pedido de volvérselo “malito” no parecía del todo creíble. En una sesión, atreviéndose a jugar, jubiloso, con mas fuerza, a las espadas, la suya se rompió. Su reacción fue intensamente angustiosa. Luego de intentar con afán pero infructuosamente repararla, la desechó pidiéndome mil veces perdón con la vocecita débil y la sonrisita que habían desparecido pero que a partir de aquí retornaban junto con otros agregados. Se produjo una regresión importante que se expresaba mediante la vuelta a chuparse el dedo y orinarse en la cama. En los juegos, era un bebé que recibía todo tipo de atención, cuidados y mimos maternos. En ocasiones escenificaba la muerte de alguno de los miembros de la díada que era revivido inmediatamente por el que había quedado desconsolado por la pérdida. Al interpretarle sus necesidades orales insatisfechas, su tendencia a refugiarse en mamá y comportarse como bebé cuando perdía la confianza en sí mismo y se quedaba “con su espada rota” ya que no encontraba en el padre una completa para sí, me respondía “no quiero crecer…..quiero ser un bebé siempre”. Poco a poco, el padre fue apareciendo en sus juegos, primero como una figura indiscriminada de la madre que lo amamantaba con su pene y de quien se embarazaba con “pupús-bebés” que paría luego de quedarse dormido después de tomar su leche. Comienza aquí a rebelarse su interés por la diferencia anatómica de los sexos, la teoría sexual infantil y el gracioso desprecio hacia los genitales de la mujer, en especial de la “totonita de la hermana, no tanto de la mamá”. Supe entonces, que solían bañarse juntos y que la madre le permitía tocarle los senos porque a él le “encantaba…era algo muy cómico e inocente y al padre no le importaba”. Las escenas de coito indistintas con uno y otro padre sucedieron a las de lactancia, se masturbaba y frotaba con los muebles y se introducía objetos en los pantalones para lucir mas abultado, ya que se quejaba de que “su pipí era muy pequeño”. La interpretación de su posición femenina, su Edipo negativo, su angustia por no encontrar en el padre a aquél con quien descubrir qué es ser un hombre y que lo separe de mamá, le dio a su juego un giro interesante. Al principio, enrollaba papeles que por varias sesiones consideramos un telescopio a través del cual nos mirábamos uno a otro. Mas tarde, con una actitud que se hacía cada vez mas masculina, lo que era un telescopio pasó a ser “ Un pipi!!”, como le dije cuando se lo colocó a la altura de sus genitales: “Un pipí grande. El mas grande de todos!!”, agregó él exultante. Cada vez su “pipí” crecía mas: “cuando gano y cuando estoy contento también”. Hablaba de cuando “fuera grande”, de trabajar con su papá, encargarse “del negocio y ser el dueño”. Hermoso momento Edípico que también tenía sus repercusiones en el cese de sus síntomas y, aún cuando todavía lucía un poco tímido en el colegio, ya había ganado unos cuantos amigos y se había incorporado al equipo de futbol. En la casa se habían logrado poner ciertos límites, pero la familia “perfecta” de la madre se desmantela y me anuncia la separación del padre, quien sólo había aceptado venir a la primera entrevista y de cuya ausencia también se quejó la madre alguna vez. El análisis siguió su curso favorablemente, pero la intempestiva reconciliación de los padres durante las vacaciones fue motivo suficiente para restituir el status quo perdido e interrumpir el tratamiento: “ya él está bien y decidí que probara un tiempo solo”, me comunicó tajante la madre por teléfono. Antes de las vacaciones, Alejandro me había pedido permiso para llevarse el “pipí” mas grande que había hecho, dejándome a mí el mas pequeño y deteriorado luego de tirar el resto: “así está bien porque tú eres mujer y no tienes pipi”. A modo de reflexión A un siglo de Juanito, encontramos en Alejandro los mismos mecanismos presentes y descritos por Freud en al análisis de las fobias, los niños son para éste el objeto fobígeno que para el primero son los caballos. La angustia de castración, suficientemente articulada por Freud como nódulo central de la organización fóbica, orienta la cura de ambos niños. Los mecanismos utilizados para la tramitación de la angustia y su transformación en miedo a un objeto elegido como fobígeno creo que quedan revelados. Tanto en Juanito entonces, como en Alejandro hoy, observamos dificultades de índole erotizada y atrapante en la relación con el objeto materno a las que se suma una relación con un padre castrado que flaquea y desfallece tanto en el ejercicio de su función de corte y prohibición del incesto como en la de portador de una nueva propuesta identificatoria. A mi juicio, el síntoma fóbico delata, como lo vemos en Alejandro, angustias tempranas provenientes de una relación con un objeto materno que amenaza con fagocitar al yo y que son resignificadas durante el pasaje edípico y el encuentro con la castración. Según Klein (1932), las fobias se originan a raíz de la presencia de un superyó temprano que amenaza con devorar el yo, el cual se ve invadido por ansiedades de tipo oral y anal sádicas (ansiedades psicóticas). El despliegue, contención y elaboración de este tipo de ansiedades en el análisis, creo que ayudó a Alejandro a la salida del atrapamiento y al encuentro edípico temido y postergado. Su pregunta por el pene y el lugar del hombre en la procreación, hicieron su aparición. En las sesiones fue encontrando nombre para las cosas que hacía y para lo que sentía reafirmando su existencia separado de la madre, quien en una pirueta tramposa y narcisística luchó hasta el fin por retenerlo. Con su “espada rota”, su pequeñez, sus temores nocturnos y hacia los otros niños, su baja autoestima, Alejandro denuncia y encarna, simultáneamente, las falencias del padre. Sin embargo, se fue con su pene intacto y “mas grande que todos”. ¿Cómo y por cuánto tiempo logrará conservarlo, si de la castración no hay escapatoria? Lic. Sodely Páez de Kadic. Miembro Titular de la Sociedad Psicoanalítica de Caracas. Miembro Titular invitada de la Sociedad Argentina de Psicoanálisis. Bibliografía Freud, S. (1909).”Análisis de la fobia de un niño de cinco años”, Vol. X. Obras Completas. Amorrortu. Ed. Buenos Aires (1985). Klein, M. (1932). “El psicoanálisis del niño”. Obras Completas, Vol.1.Editorial Paidós. Buenos Aires (1974).