Experiencias sobre las relaciones humanas doctor-estudiante en el posgrado Juan Antonio Reyes Agüero* A buena parte de los que estudiamos la licenciatura en los años ochenta —al menos los que vivimos en la provincia—, nos tocó vivir la transición académica de considerar que la pasantía era suficiente, a la necesidad imperiosa de realizar estudios de posgrado. La mayor parte de nosotros provenimos de abuelos que fueron gente de campo, de padres que, a lo más, tuvieron educación técnica. Así, el obtener el título profesional era más que un logro plausible por parte de nuestra ascendencia. Los profesores de la universidad tenían nivel de licenciatura, aunque también abundaban los que sólo eran pasantes e, incluso, siempre hubo algún profesor del que se sospechara que habría reprobado alguna materia del sexto semestre. Cuando llegaban profesores * Alumno del posgrado en ciencias biológicas de la Universidad Nacional Autónoma de México y profesor-investigador del Instituto de Investigaciones de Zonas Desérticas de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí. 73 de otros lugares, con estudios de posgrado, el grado sólo servía para desatar la grilla, al causar la envidia de sus colegas, no por el mayor grado de conocimientos de los recién llegados, si no porque se categorizaban en los niveles docentes más altos y con mejor remuneración y se colocaban como candidatos naturales a los puestos de la alta burocracia universitaria. A los ojos de los estudiantes, el nivel socioeconómico de los profesores se encontraba entre la medianía y muy bien, y la conclusión natural era que, para estos efectos, no se requería ser posgraduado para aspirar a un buen nivel de vida. En este ambiente, palabras clave como “posgrado”, “promedio aceptable”, “becas”, “maestría” o “doctorado”, eran ajenas a la cotidianidad. El común de los estudiantes provincianos carecimos de una cultura en la que el uso del método científico fuera parte relevante de nuestro quehacer y, mucho menos, que pusiera como aspiración el desarrollo profesional hacia la ciencia. Lo anterior se manifestaba cuando el estudiante-pasante carecía de la menor idea de cómo realizar su tesis profesional —asunto que no trataré en detalle por no ser motivo de esta ponencia—. Sólo mencionaré que cuando el alumno presentaba una tesis concluida, desataba la discusión con los maestros por decidir si realmente era una tesis profesional. Decían los profesores que en el mejor de los casos sólo habían escrito una tesina: “No, si en el trabajo no se usa explícita y ortodoxamente el método científico, no es tesis”; otro decía: “Con su trabajo no se soluciona ningún problema científico, no es tesis”; “Su trabajo carece de hipótesis explícita, no es tesis”, decía un tercero; “Eso ya lo estudió un amigo mío hace 15 años, no es tesis”, remataba el último. 74 Incluso, hubo alguno que por haber estado tres semanas en España en un cursillo sobre filosofía de las ciencias, pontificó: “No pierda el tiempo compañero, en México, y mucho menos en Morelia, nadie sabe hacer tesis”, situación que parecía ser cierta. Como sea, el estudiante presentaba una tesis que en ocasiones era degradada a trabajo recepcional y obtenía el esperado título. Ya en el México de las crisis económicas recurrentes, se hizo evidente que la licenciatura sólo alcanzaba para entrar a trabajar en la baja burocracia gubernamental; las exigencias aumentaron. A esas exigencias los neoliberales le llamaron competitividad, es decir, los tiempos apremiaron para que fuéramos capaces de competir. Así, se tuvo la certeza de que el sólo ser titulado era insuficiente para aspirar a un nivel de vida, al menos, igual al de nuestros profesores, y menos suficiente aún, para llegar a ser considerado científico, por lo cual era necesario realizar los míticos estudios de posgrado. Claro que esta historia es ajena a aquellos estudiantes que por vocación, independientemente de presiones sociales y económicas, decidieron desde un inicio estudiar para ser científicos. En aquel tiempo era normal que cuando el egresado con título externaba su deseo de realizar alguna maestría, la sapiencia de los profesores recomendaba: “No, mira, primero trabaja, toma experiencia, haz colmillo y ya luego lo piensas bien”. Una vez cumplida o no la recomendación, unos cuantos ex-estudiantes de licenciatura se decidían por iniciar el incierto camino del posgrado. La decisión se incentivaba por vocación, por presiones laborales, o como una evasión al desempleo. Luego, se armaba el plan “A”: posgrado en el país; y el plan “B”: posgrado en el extranjero. Las crisis económicas del país allanaron el camino para decidirse por el plan “A”; pues dicen, y sólo dicen, “que Conacyt ya no otorga becas para la maestría en el extranjero”. Ya puestos en el plan “A”, suponiendo que ya se sabía con seguridad la orientación disciplinaria del posgrado a cursar, la pregunta era: ¿A dónde? En el pasado reciente, la mayor parte de la oferta de posgrados estaba en el D.F., o en estados cercanos. Ya en el posgrado, ahora sí, palabras como “posgrado”, “créditos”, “promedio”, “becas”, “congresos”, “simposio”, “¡doctor, buenos días!”, son de uso común. Sorprende la posibilidad de conocer y ser alumno de profesores prestigiosos, la cantidad de información disponible en bibliotecas y hemerotecas, de revistas cuyos nombres se descubrieron como leyenda en algún oscuro capítulo de libro, o se escucharon de algún profesor, aquí, en el posgrado, son de uso cotidiano, ¡Y están al día! Todavía recuerdo mi emoción cuando pude tener acceso a la colección completa de Eco nomic Botany. En el posgrado llegamos a conocer laboratorios de verdad, activos, pues se usan los aparatos y reactivos y no sólo se almacenan. Los que realizamos trabajos en campo, hasta vehículo podiamos tener. En lo que respecta a los estudiantes, pronto se manifiestan las razones por las que se iniciaron los estudios de posgrado. Los vocacionales son entregados y apasionados y no miden su actividad en tiempo empleado, si no en objetivos cumplidos; siempre intentan obtener el diez y graduarse con mención honorífica, a tiempo o, más comúnmente, rebasando el tiempo; son los alumnos que terminan exitosamente los estudios y tienen planes para continuar con el posdoctorado. Los presionados laborales quieren termi- nar cuanto antes los cursos para regresar a sus lugares de trabajo, y que no les ganen la silla; por lo general, es el tipo de estudiante vivaracho y oportunista que, si te dejas, terminas haciéndole los trabajos; sus informes o tareas las hacen calculando el obtener, al menos, la mínima aprobatoria, pero esos sí, con el mínimo esfuerzo. Este grupo de estudiantes supone que el tener empleo ya los coloca en una posición elevada, son los que en los pasillos presumen de que dan mejor esa clase a sus alumnos del CBTA, allá en Teocaltiche, Zacatecas. Al menos mi experiencia me indica que son los estudiantes en donde residen los más bajos porcentajes de graduación, pues se van y rara vez regresan a concluir y, cuando regresan, cinco años después, la pregunta clásica es: “¿En qué nos quedamos?” Los alumnos que llegaron a los estudios de posgrado por evadir al desempleo, llegan sin motivación, sin convicción. Tienen dos opciones, la primera es descubrir, en el transcurso del posgrado, que su vocación es la ciencia y pasan, entonces, a comportarse como alumnos de la primera categoría aquí descrita; la ruta dos es continuar pasando el tiempo, aprobando con el mínimo esfuerzo, siempre en la línea mortal de la reprobación; total, si los reprueban, ni querían ser posgraduados. Siempre en espera de una oportunidad del buen empleo soñado, como pocos en la vida —dicen ellos— y, en “el inter”, juegan para lograr los mayores tiempos de ampliación de beca. Características comunes a la mayor parte de los estudiantes es que el posgrado se realiza en una etapa de la vida en la cual recientemente se han unido a una pareja, la mayor parte de las estudiantas o las esposas de los estudiantes sienten el llamado de la reproducción; así, varios tienen a los hijos recién 75 nacidos o pequeños de jardín de niños. A veces toda la familia sagrada comparte la aventura geográfica y otras se quedan en la lejanía del lugar de origen. Todo esto incide necesariamente en el desempeño del estudiante. Mención honorífica requieren las estudiantas que deciden embarazarse durante el transcurso del posgrado, aun contra la política de Conacyt que, al menos en el tiempo en que fui estudiante de maestría, les interrumpía la beca por el semestre que suspendían los estudios y, además, sobrellevaban la crítica y el desaire de compañeros y profesores que presumían de puristas, y de profesoras misóginas, o al menos anti-embarazo, que sí las hay. La relación de los estudiantes con directores y asesores de tesis merece un capítulo aparte. Por lo que he vivido, estoy seguro que ya se olvidó o se desprecia la esencia original de nuestro sistema de aprendizaje de la ciencia. Dicho sistema se remonta —a mi entender—, a la Edad Media, cuando un padre reconocía las virtudes manuales de su hijo y lo encaminaba al taller de un maestro; ya en el taller, el hijo se convertía en aprendiz y residía ahí por varios años, con el fin de aprender los detalles del oficio. Por su parte, el objetivo del maestro era formar alumnos que lo superaran, que fueran mejores que él. Así fue como se formó, por ejemplo, Leonardo Da Vinci. En mi experiencia, no registro a ningún doctor que tenga el propósito de formar científicos mejores que él, que lo superen y que signifique un progreso en la formación de recursos humanos científicos. De todos los tipos de relación doctor-alumno, la que más se acerca a aquel propósito de origen medieval es la del estudiante y el director de tesis, que denominaremos el “doctor”, en la que son amigos. Su frase predilecta hacia 76 el estudiantes es: “¡Quihúbole!, ¿cómo va esa tesis?, ¿ya mero?, si me necesitas aquí voy a estar”. Las demás se van alejando del ideal, como aquella en que existe indiferencia por parte de uno de los dos, más comúnmente del doctor. Aquí la frase al estudiante, después de dos años de relación es: “¿Sobre qué me dijiste que estabas haciendo de tesis?” La tercera es la cercana a la esclavitud, en la que el doctor del tipo busca-financiamientos, le urge tener mano de obra calificada. Su frase más común hacia el estudiante es: “Mira, luego revisamos lo de tus objetivos, pero urge que termines estos análisis.” En esta categoría también se inscribe el doctor aficionado al Jet Set académico, pero en él la frase es: “Disculpa que no te pueda atender hoy, pero tengo una congreso en Tumbuctú. ¡Ah! y el próximo mes saldré para Wichiwita. Pero tú, adelanta por favor, vas bien”. Otra categoría es la del doctor traumado, quien busca estudiantes automáticos, pues debido a su medianía intelectual o a que tuvo profesores muy exigentes, le fue difícil obtener su posgrado. En su relación con los estudiantes dice: “Mira, hazle como puedas ¡piénsale! Aprende a mí, nadie me ayudó en mi doctorado, yo hice mi tesis solito y en el extranjero”. Semejante al anterior, es el doctor que sólo selecciona alumnos excelentes, con el fin de aumentar su colección de joyas para su corona; este doctor se identifica con la frase al estudiante: “¿Qué pasó? ¿Ya inscribiste tu tesis en el certamen de la Sociedad Internacional para la Ciencia Interplanetaria?” La peor relación estudiante-doctor es aquella en la cual el estudiante, con los resultados de su trabajo de investigación, refuta las hipótesis que son consideradas como las más her- mosas y preciadas por su doctor. Aquí, el mejor fin de la novela es recomendar al alumno que cambie de tema, o de grupo de trabajo, pero ha habido casos en los cuales el estudiante es desprestigiado e, incluso, condenado al destierro. Uno de los aspectos más patológicos en la relación estudiante-doctores, es cuando se usa al estudiante como arena coliseo. Es decir, se aprovecha la vulnerabilidad del estudiante durante la presentación de seminarios, en el desarrollo de cursos o durante la revisión de la memoria de tesis, para asestarle reveses al estudiante, pero que en realidad tienen como fin incomodar al doctor al que está suscrito dicho estudiante. Ahí sí, lo único que el estudiante aprende son perversiones y se llega a la conclusión de que ese es el ambiente normal de las relaciones humanas entre científicos. Éste es un conflicto que los coordinadores de posgrado deben revisar y resolver, pues casi siempre están al tanto de los dimes y diretes entre su planta de profesores, deben hacer valer su papel de coordinadores y obligar a la actuación honesta, modesta y valiente de los profesores. En el proceso de la revisión de la tesis aparecen, en mayor o menor medida, las virtudes y deficiencias del posgrado. Lo óptimo es que el alumno haya escrito y estructuado su memoria de tesis junto con su doctor, en primer lugar; y con el resto de su comité, en segundo término. Pero rara vez sucede tal cosa. Por un lado, siempre hay una especie de aversión y temor por parte del estudiante para acercarse con su doctor; el estudiante pretende avanzar bajo el supuesto de que lo que está haciendo está bien, y en el caso de que no lo esté, pues entonces ya pone al director de tesis ante hechos consumados, por lo general irreversibles. Por otro lado, es raro que el doctor esté al pen- diente de cada uno de sus cinco o siete alumnos, por decir los menos, así, de pronto, llega el estudiante con la memoria terminada; ya puesta la tesis en el escritorio del doctor, los tiempos entre ese momento y cuando se la regresa al estudiante empiezan a correr, pueden ser tan cortos como unos días o tan largos como nunca. ¡Sí, nunca! Existen doctores que dejan todo el trabajo de la revisión de la memoria de tesis al doctor joven, recién llegado, que trae ganas de acabarse el mundo, por lo cual está dispuesto a hacerle el trabajo a los demás; si para mala suerte no hay un doctor recién graduado, el doctor deja al resto del comité de asesores hacer el trabajo de revisión y sólo se enterará de la situación cuando le toque firmar. Estoy seguro de que en ese momento han pospuesto mucho sueños de graduación. Otra situación donde se revelan las pugnas es cuando, antes de acabar la memoria de tesis, es necesario presentar, enviar o tener como recibido o aceptado un artículo científico. Ahí el estudiante llega a ser una auténtica pelotita de ping-pong en el torneo de dimes y diretes de los participantes. Exigiéndole al estudiante posiciones para sí mismo y, por supuesto, exclusiones para otros profesores. Claro, esto sólo a través del estudiante, nunca se lo dicen de frente. El estudiante tiene que hacer acopio de la mayor diplomacia posible para concluir en buenos términos con todos y le permitan lo principal: culminar su posgrado. Cosa que pocas veces logra. Para terminar, el examen de grado, la última angustia. Lo que más desespera es el torneo de lucimiento entre algunos de los integrantes del jurado, si para eso tienen que usar y pisotear al alumno, pues no dudarán en hacerlo. Estará también el profesor enterado: sabe que su participación es importante y así actúa y, 77 claro, no faltará el doctor que fue a enterarse, en ese instante, de qué se trata la tesis. Este profesor es fácil de identificar, pues su pregunta clásica es, palabras más, palabras menos: “¿Y qué propone usted como segunda parte de su trabajo de tesis?” Repito, lo común en todas las situaciones que se reseñaron es la ausencia de la esencia original de nuestro sistema de aprendizaje de la ciencia: la relación aprendiz-maestro, traducida en nuestro tiempo a la de estudiante-doctor. En resumen, lo que he pretendido exponer es que en el diseño y desarrollo de los programas de posgrado se deben considerar aspectos fundamentales. Si bien estamos en un país de ciudadanos libres y cualquiera puede aspirar a realizar un posgrado, se debe valorar en forma sistemática la vocación de los alumnos por los estudios, en relación con la disciplina a la que pretenden dedicarse. Si no se logra, seguiremos viendo estudiantes de biología con tesis de etología, con maestría en ecología de pastizales y doctorados en biología submolecular, sólo por cuestiones de moda. Por lo tanto, se requiere: • Revisar, con el mayor cuidado, la relación de los directores de tesis en particular y comités en general, con los estudiantes. En todos los ámbitos en los que interactúan. • Propiciar el acercamiento cotidiano alumno-director. • Evitar que los directores de tesis piensen en los estudiantes como mano de obra calificada o como posibles joyas para sus coronas. • Evitar que los directores o coordinadores consideren sus puestos como una preben- 78 da, de la cual uno de sus productos es la mayor posibilidad de tomar alumnos. Aspectos importantes: • Reglas claras y precisas que pongan un alto a la anarquía de los tiempos y modos de revisión de tesis. • Elaborar reglamentos claros y entendibles para la mejor distribución de la participación de los autores en los artículos. Los retos para nosotros los estudiantes son varios y de muy diversa índole pero, en relación con los estudios de posgrado, podríamos quedar satisfechos si cuando nos corresponda ser los profesores, al menos nos esforzamos por cumplir y hacer cumplir lo mejor de lo que académica y socialmente aprendimos de nuestros doctores. Más importante es hacer una revisión crítica de lo que vivimos como estudiantes, con el propósito de evitar o, mejor, erradicar los errores y los comportamientos perversos que nos tocó experimentar cuando fuimos estudiantes. Sí, seguro que cometeremos nuevos errores, pero el avance sería, al menos, superar lo que a nosotros nos tocó vivir. Y si nuestros maestros-doctores olvidaron que la idea era formar estudiantes-aprendices que los superaran, propongámonos como generación retomar la esencia de dicha relación y estemos dispuestos a formar alumnos que nos superen, que sean mejores que nosotros, pues los investigadores que entrenemos en los próximos diez, quince o veinte años, serán, a su vez, los doctores-maestros que formarán a los aprendices-alumnos de la segunda mitad del siglo XXI.