TODA EXPERIENCIA DE FE ES UNA EXPERIENCIA DE BÚSQUEDA Dijo San Agustín alguna vez que toda experiencia de fe es una experiencia de búsqueda. Hablaré a título personal, pero considero que de una u otra manera, las 21 personas que tuvimos la fortuna de vivir por 3 días los ejercicios espirituales de San Ignacio, decidimos optar por ellos en búsqueda de respuestas. Respuestas guiadas por la ruta de la introspección y el silencio. No sé si logramos respuestas a los interrogantes personales que flotaban en nuestra conciencia, pero creo que eso ya no importa, pues en la búsqueda de razones quizás superfluas, características de la inmediatez humana, encontramos una respuesta más grande, una razón que lo abarca todo. El amor de Jesús. La revelación fue tan contundente, que inicié la escritura del presente texto, con la clara intención de agradecer por dicha razón máxima. Sin embargo, por un segundo me detuve a pensar. ¿Cómo agradecer por algo que lo abarca todo y que al mismo tiempo está desleído en el éter de la nada? Pensé entonces en agradecer por los momentos en que me he sentido amado. Algo más concreto. Quise agradecer por los ojos oceánicos de mi madre que me han mostrado la luz del fin del mundo. Agradecer por su abrazo inmerecido, luego de un arrebato de adolescencia hueca en el que me parecí a un anciano lleno de recelos absurdos y solemnidades vanas. Quise agradecer también por la voz grave de mi padre que tantas veces me envolvió para rescatarme de las tristezas de los dolores repentinos y de las derrotas contundentes. Quise agradecer por los besos proféticos de las mágicas mujeres que me han amado, aquellas que no aprendí a querer y que dejé solas en los espasmos tétricos del desamor. Y por último, pensé en agradecer por el mágico amor que tengo ahora y que soporta mis pequeñas manías diarias. Entonces reflexioné y pensé. Que tonto eres. Si el amor no es tan solo ese cálido sentimiento que nos hace volver a las estrellas calamitosas de nuestro Big Bang propio. Pensé que el amor también es la ausencia que da fuerza y el vacío que estremece nuestra frágil voluntad. Entonces quise dar gracias por los amigos que se han ido, los que ya no están. Decirles que nos volveremos a encontrar al filo del eclipse, en donde al sol se lo traga el mar, decirles que los quiero y que su ausencia, aunque me estremece al amanecer, me da fuerzas en tiempo de tormenta, cuando he estado al borde del naufragio. Pensé en agradecer también por las sabias mujeres que me han dejado, que se han ido dejándome con un nudo en la garganta y con unas inmensas ganas de llorar. Agradecerles más que su partida, su aroma a canela y su piel solar, que sin duda, me han enseñado a amar. Pensé que iba por buen camino pues el amor también es penumbra, locura y esperanza. Reflexioné…nuevamente me sentí fuera de lugar. El amor es mucho más que eso. El amor lo es todo y está en todas partes. En la lluvia que nos purifica, en los átomos inquietos que en su danza desquiciada forman desde los pétalos de las amapolas, hasta las atmósferas estelares que nos alumbran desde el cielo y que guían a los marineros en altamar. El amor nos despierta en las mañanas en forma de rocío y nos ve acostarnos en la forma de una luna delirante que a más de uno nos vuelve lunáticos por simple azar. El amor es un beso, un abrazo, una caricia, pero también es una lágrima, un viento súbito, una estrella perdida. El amor se hace y al hacerlo rediseña cada una de nuestras conexiones neuronales, cada una de nuestras células de piel y cada una de nuestros pequeños dramas. Pero el amor es también un adiós que deja ir, no ata y se siente a la distancia y…me quedo corto otra vez, pues el amor es eso y mucho, pero mucho más. El amor fue, ha sido y será. Pero aún más importante, el amor es ahora y está entre nosotros. Por eso quiero tomarme la libertad de utilizar este espacio, para agradecer este amor presente, que está representado en cada uno de mis compañeros de retiro, representado en sus anhelos, en sus sueños. Qué está también cubierto de sus decepciones y de sus preguntas sin respuesta. Quiero agradecer profundamente a Carlos Alberto, a Ricardo y a Yuliana, por ser guías y mediadores dedicados y virtuosos en la búsqueda del amor diario que tradicionalmente se nos pierde entre el bullicio de la rutina. En mi búsqueda de respuestas, encontré el amor, el amor más grande que ha existido, el motor inmóvil, la causa incausada. El amor que dio la vida por nosotros. El amor de Jesús. No se puede explicar el amor o aún siquiera, agradecer por él. Simplemente al cerrar los ojos y decir Jesús, ya se ha dicho todo y lo demás sobra. Esa fue la enseñanza última de los ejercicios espirituales. San Agustín tenía razón. Toda experiencia de fe es una experiencia de búsqueda, lo que sucede es que gracias a Dios, uno a veces encuentra lo que no está buscando. Por Mauricio Quimbaya Doctor asociado al Departamento de Ciencias Naturales y Matemáticas-Programa de Biología. Cali, 9 de mayo de 2014