TEXTOS CLÁSICOS COMPLETOS

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TEXTOS CLÁSICOS REQUERIDOS
(EXTRAÍDOS DE PÁGINAS DE
DOMINIO PÚBLICO)
HUMA 3112
INTRODUCCIÓN A LA CULTURA DE
OCCIDENTE, SEGUNDA PARTE
Indice
PÁGINAS CONTENIDO
2
Oración acerca de la dignidad del hombre, de Pico de la Mirandola.
11
El Príncipe, de Nicolás de Maquiavelo.
105
El Discurso del Método, de René Descartes.
151
Respuesta a la pregunta: ¿Qué es la Ilustración? de Manuel Kant
140
Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano.
155
Fausto, de Goethe
592
El Manifiesto comunista, de Karl Marx
2
EL DISCURSO SOBRE LA DIGNIDAD
HUMANA
Por Pico de la Mirandola
3
EL DISCURSO SOBRE LA DIGNIDAD HUMANA
Por Pico de la Mirandola
Tomado de:
http://www.temakel.com/texmitpicodelamirandola.htm
NOTA: ESTE TEXTO SÓLO CONTIENE LA PRIMERA PARTE
He leído en los antiguos escritos de los árabes, padres venerados, que Abdala el
sarraceno, interrogado acerca de cuál era a sus ojos el espectáculo más maravilloso en
esta escena del mundo, había respondido que nada veía más espléndido que el hombre.
Con esta afirmación coincide aquella famosa de Herrnes: "Gran milagro, oh Asclepio, es
el hombre".
Sin embargo, al meditar sobre el significado de estas afirmaciones, no me parecieron del
todo persuasivas las múltiples razones que son aducidas a propósito de la grandeza
humana: que el hombre, familiar de las criaturas superiores y soberano de las inferiores,
es el vínculo entre ellas; que por la agudeza de los sentidos, por el poder indagador de la
razón y por la luz del intelecto, es intérprete de la naturaleza; que, intermediario entre el
tiempo y la eternidad es (como dicen los persas) cópula, y también connubio de todos los
seres del mundo y, según testimonio de David, poco inferior a los ángeles. Cosas grandes,
sin duda, pero no tanto como para que el hombre reivindique el privilegio de una
admiración ilimitada. Porque en efecto, ¿no deberemos admirar más a los propios ángeles
y a los beatísimos coros del cielo?
Pero, finalmente, me parece haber comprendido por qué es el hombre el más afortunado
de todos los seres animados y digno, por lo tanto, de toda admiración. Y comprendí en
qué consiste la suerte que le ha tocado en el orden universal, no sólo envidiable para las
bestias, sino para los astros Y los espíritus ultramundanos. ¡Cosa increíble y estupenda!
¿Y por qué no, desde el momento que precisamente en razón de ella el hombre es
llamado y considerado justamente un gran milagro y un ser animado maravilloso?
Pero escuchad, oh padres, cual sea tal condición de grandeza y prestad, en vuestra
cortesía, oído benigno a este discurso mío.
Ya el sumo Padre, Dios arquitecto, había construido con leyes de arcana sabiduría esta
mansión mundana que vemos, augustísimo templo de la divinidad.
Había embellecido la región supraceleste con inteligencia, avivado los etéreos globos con
almas eternas, poblado con una turba de animales de toda especie las partes viles y
fermentantes del mundo inferior. Pero, consumada la obra, deseaba el artífice que hubiese
alguien que comprendiera la razón de una obra tan grande, amara su belleza y admirara la
vastedad inmensa. Por ello, cumplido ya todo (como Moisés y Timeo lo testimonian)
pensó por último en producir al hombre.
Entre los arquetipos, sin embargo, no quedaba ninguno sobre el cual modelar la nueva
criatura, ni ninguno de los tesoros para conceder en herencia al nuevo hijo, ni sitio alguno
en todo el mundo donde residiese este contemplador del universo. Todo estaba
distribuido y lleno en los sumos, en los medios y en los ínfimos grados. Pero no hubiera
sido digno de la potestad paterna el decaer ni aun casi exhausta, en su última creación, ni
de su sabiduría el permanecer indecisa en una obra necesaria por falta de proyecto, ni de
su benéfico amar que aquél que estaba destinado a elogiar la munificencia divina; en los
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otros estuviese constreñido a lamentarla en sí mismo.
Estableció por lo tanto el óptimo artífice que aquél a quien no podía dotar de nada propio
le fuese común todo cuanto le había sido dado separadamente a los otros. Tomó por
consiguiente al hombre que así fue construido, obra de naturaleza indefinida y,
habiéndolo puesto en el centro del mundo, le habló de esta manera:
"Oh Adán, no te he dado ni un lugar determinado, ni un aspecto propio, ni una
prerrogativa peculiar con el fin de que poseas el lugar, el aspecto y la prerrogativa que
conscientemente elijas y que de acuerdo con tu intención obtengas y conserves. La
naturaleza definida de los otros seres está constreñida por las precisas leyes por mi
prescriptas. Tú, en cambio, no constreñido por estrechez alguna, te la determinarás según
el arbitrio a cuyo poder te he consignado. Te he puesto en el centro del mundo para que
más cómodamente observes cuanto en él existe.
No te he hecho ni celeste ni terreno, ni mortal ni inmortal, con el fin de que tú, como
árbitro y soberano artífice de tí mismo, te informases y plasmases en la obra que
prefirieses. Podrás degenerar en los seres inferiores que son las bestias, podrás
regenerarte, según tu ánimo en las realidades superiores que Son divinas".
¡Oh suma libertad de Dios padre, oh suma y admirable suerte del hombre al cual le ha
sido concedido el obtener lo que desee, ser lo que quiera!
Las bestias en el momento mismo en que nacen, sacan consigo del vientre materno, como
dice Lucilio, todo lo que tendrán después. Los espíritus superiores, desde un principio o
poco después, fueron lo que serán eternamente. Al hombre, desde su nacimiento, el padre
le confirió gérmenes de toda especie y gérmenes de toda vida. Y según como cada
hombre los haya cultivado, madurarán en él y le darán sus frutos. Y si fueran vegetales,
será planta; si sensibles, será bestia; si racionales, se elevará a animal celeste; si
intelectuales, será ángel o hijo de Dios, y, si no contento con la suerte de ninguna
criatura, se repliega en el centro de su unidad, transformando en un espíritu a solas con
Dios en la solitaria oscuridad del Padre, él, que fue colocado sobre todas las cosas, las
sobrepujará a todas.
¿Quién no admirará a este camaleón nuestro? O, mas bien, ¿quién admirara mas
cualquier otra cosa? No se equivoca Asclepio el ateniense, en razón del aspecto
cambiante y en razón de una naturaleza que se transforma hasta a sí misma, cuando dice
que en los misterios el hombre era simbolizado por Proteo. De aquí las metamorfosis
celebrada por los hebreos y por los pitagóricos. También la más secreta teología hebraica,
en efecto, transforma a Henoch ya en aquel ángel de la divinidad, llamado "malakhha shekhinah", ya, según otros en otros espíritus divinos. Y los pitagóricos transforman a los
malvados en bestias y, de dar fe a Empédocles, hasta en plantas. A imitación de lo cual
solía repetir Mahoma y con razón: "quien se aleja de la ley divina acaba por volverse una
bestia". No es, en efecto, la corteza lo que hace la planta, sino su naturaleza sorda e
insensible; no es el cuero lo que hace la bestia de labor, sino el alma bruta y sensual; ni la
forma circular del cielo, sino la recta razón, ni la separación del cuerpo hace el ángel,
sino la inteligencia espiritual.
Por ello, si veis a alguno entregado al vientre arrastrarse por el suelo como una serpiente
no es hombre ése que veis, sino planta. Si hay alguien esclavo de los sentidos, cegado
como por Calipso por vanos espejismos de la fantasía y cebado por sensuales halagos, no
es un hombre lo que veis, sino una bestia. Si hay un filósofo que con recta razón discierne
todas las cosas, venéralo: es animal celeste, no terreno. Si hay un puro con templador
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ignorante del cuerpo, adentrado por completo en las honduras de la mente, éste no es un
animal terreno ni tampoco celeste: es un espíritu más augusto, revestido de carne
humana.
¿Quién, pues, no admirará al hombre? A ese hombre que no erradamente en los sagrados
textos mosaicos y cristianos es designado ya con el nombre de todo ser de carne, ya con
el de toda criatura, precisamente porque se forja, modela y transforma a sí mismo según
el aspecto de todo ser y su ingenio según la naturaleza de toda criatura.
Por esta razón el persa Euanthes, allí donde expone la teología caldea escribe: "el hombre
no tiene una propia imagen nativa, sino muchas extrañas y adventicias". De aquí el dicho
caldeo: "Enosh hushinnujim vekammah tebhaoth baal haj", esto es, el hombre es animal
de naturaleza varia, multiforme y cambiante.
Pero ¿a qué destacar todo esto? Para que comprendamos, desde el momento que hemos
nacido en la condición de ser lo que queramos, que nuestro deber es cuidar de todo esto:
que no se diga de nosotros que, siendo en grado tan alto, no nos hemos dado cuenta de
habernos vuelto semejantes a los brutos ya las estúpidas bestias de labor.
Mejor que se repita acerca de nosotros el dicho del profeta Asaf: "Sois dioses, hijos todos
del Altísimo".
De modo que, abusando de la indulgentísima liberalidad del Padre, no volvamos nociva
en vez de salubre esa libre elección que El nos ha concedido. Invada nuestro ánimo una
sacra ambición de no saciarnos con las cosas mediocres, sino de anhelar las más altas, de
esforzamos por alcanzarlas con todas nuestras energías, dado que, con quererlo,
podremos.
Desdeñemos las cosas terrenas, despreciemos las astrales y, abandonando todo lo
mundano, volemos a la sede ultra mundana, cerca del pináculo de Dios. Allí, como
enseñan los sacros misterios, los Serafines, los Querubines y los Tronos ocupan los
primeros puestos. También de estos emolumentos la dignidad y la gloria, incapaces ahora
desistir e intolerantes de los segundos puestos. Con quererlo, no seremos inferiores a
ellos. Pero ¿de qué modo? ¿Cómo procederemos? Observemos cómo obran y cómo viven
su vida.
Si nosotros también la vivimos (y podemos hacerlo), habremos igualado ya su suerte.
Arde el Serafín con el fuego del amor; fulge el Querubín con el esplendor de la
inteligencia; está el trono en la solidez del discernimiento. Por lo tanto, si, aunque
entregados a la vida activa, asumimos el cuidado de las cosas inferiores con recto
discernimiento, nos afirmaremos con la solidez estable de los Tronos. Si, libres de la
acción, nos absorbemos en el ocio de la contemplación, meditando en la obra al Hacedor
y en el Hacedor la obra, resplandeceremos rodeados de querubínica luz. Si ardemos sólo
por el amor del Hacedor de ese fuego que todo lo consume, de inmediato nos
inflamaremos en aspecto seráfico.
Sobre el Trono, vale decir, sobre el justo juez, está Dios, juez de los siglos. Por encima
del Querubín, esto es, por encima del contemplante, vuela Dios que, como incubándolo,
lo calienta. El espíritu del Señor en efecto, "se mueve sobre las aguas". Esas aguas, digo,
que están sobre los cielos y que, como está escrito en Job, alaban a Dios con himnos
antelucanos. El seráfico, esto es, amante, está en Dios y Dios está en él: Dios y él son uno
solo.
Grande es la potestad de los Tronos y la alcanzaremos con el juicio; suma es la
sublimidad de los Serafines y la alcanzaremos con el amor.
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Pero ¿cómo se puede juzgar o amar lo que no se conoce? Moisés amo al Dios que vio y
promulgo al pueblo, como juez, lo que primero había visto en el monte. He aquí por qué,
en el medio, está el Querubín con "su luz quien nos prepara para la llama seráfica ya la
vez, nos ilumina el juicio de los Tronos.
Este es el nudo de las primeras mentes, el orden paládico que preside la filosofía
contemplativa: esto es lo que primero debemos emular buscar y comprender para que así
podamos ser arrebatados a los fastigios del amor y luego descender prudentes y
preparados a los deberes de la acción. Pero si nuestra vida ha de ser modelada sobre la
vida querubínica, el precio de tal operar es éste: tener claramente ante los ojos en que
consiste tal vida, cuáles son sus acciones, cuáles sus obras. Siéndonos esto inalcanzable,
somos carne y nos apetecen las cosas terrenas, apoyémonos en los antiguos Padres, los
cuales pueden ofrecemos un seguro y copioso testimonio de tales cosas, para ellos
familiares y allegadas.
Preguntemos al apóstol Pablo, vaso de elección, qué fue lo que hicieron los ejércitos de
los querubines cuando él fue arrebatado al tercer cielo. Nos responderá como interpreta
Dionisio, que se purificaban, eran iluminados y se volvían finalmente perfectos.
También nosotros, pues, emulando en la tierra de la vida querubínica, refrenando con la
ciencia moral el ímpetu de las pasiones, disipando la oscuridad mental con la dialéctica,
purifiquemos el alma, limpiándola de las manchas de la ignorancia y del vicio, para que
los afectos no se desencadenen ni la razón deleite.
En el alma entonces, así compuesta y purificada, difundamos la luz de la filosofía natural,
llevándola finalmente a perfección con el conocimiento de las cosas divinas.
Y para no restringimos a nuestros Padres, consultemos al patriarca Job, cuya imagen
refulge esculpida en la sede de la gloria.
El patriarca sapientísimo nos enseñará que mientras dormía en el mundo terreno, velaba
en el reino de los cielos. Nos enseñará mediante un símbolo (todo se presentaba así a los
patriarcas) que hay escala que del fondo de la tierra llegan al sumo cielo, distinguidas en
una serie de muchos escalones: en la cúspide: se sienta el Señor, mientras los ángeles
contempladores alternativamente suben y bajan. Y si nuestro deber es hacer lo mismo
imitando la vida de los ángeles, ¿quién osará, pregunto, tocar las escalas del Señor o con
los pies impuros o con las manos mal limpias? Al impuro según los misterios, le está
vedado tocar lo que es puro.
Pero, ¿qué son estos pies y estas manos? Sin duda el pie del alma es esa parte vilísima
con que se apoya en la materia como en el suelo: y yo la entiendo como el instinto que
alimenta y ceba, pábulo de líbido y maestro de sensual blandura. ¿Y por qué llamaremos
manos del alma a lo más irascible que, soldado de los apetitos por ellos combate y rapaz,
bajo el polvo y el sol, pilla lo que el alma habrá de gozar adormilándose en la sombra?
Para no ser expulsados de la escala como profanos e inmundos, estos pies y estas manos,
esto es, toda la parte sensible en que tienen sede los halagos corporales que, como suele
decirse, aferran el alma por el cuello, lavemos con la filosofía moral, como en agua
corriente.
Pero tampoco bastará esto para volverse compañero de los ángeles que deambulan por la
escala de Jacob si primero no hemos sido bien instruidos y habilitados para movemos con
orden, de escalón en escalón, sin salir nunca de la rampa de la escala, sin estorbar su
tránsito. Cuando hayamos conseguido esto con el arte discursivo y raciocinante y ya
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animados por el espíritu querúbico, filosofando según los escalones de la escala, esto es,
de la naturaleza, y escrutando todo desde el centro y enderezando todo al centro, ora
descenderemos, desmembrando con fuerza titánica lo uno en lo múltiple, como Osiris,
ora nos elevaremos reuniendo con fuerza apolínea lo múltiple en lo uno como los
miembros de Osiris hasta que, posando por fin en el seno del Padre, que está en la
cúspide de la escala, nos consumaremos en la felicidad teológica.
Y preguntemos al justo Job, que antes de ser traído a la vida hizo un pacto con el Dios de
la vida que es lo que el sumo Dios prefiere sobre todo en esos millones de ángeles que
están junto a él. "La Paz", responderá seguramente, según lo que se lee en su propio libro:
"(Dios es) Aquél que hace la paz en lo alto de los cielos". Y puesto que el orden medio
interpreta los preceptos del orden superior para los inferiores, las palabras del teólogo Job
nos sean interpretadas por el filosofo Empédocles. Este, como lo testimonian sus
carmenes, simboliza con el odio y con el amor, esto es, con la guerra y con la paz, las dos
naturalezas de nuestra alma por las cuales somos levantados al cielo o precipitados a los
infiernos. Y él, arrebatado en esa lucha y discordia, a semejanza de un loco, se duele de
ser arrastrado al abismo, lejos de los dioses.
Sin duda, oh Padres, múltiple es la discordia en nosotros; tenemos graves luchas internas
peores que las guerras civiles. Si queremos huir de ellas, si queremos obtener esa paz que
nos lleva a lo alto entre los elegidos del Señor, solo la filosofía moral podrá
tranquilizarlas y componerlas. Si, sobre todo, nuestro hombre establece tregua con sus
enemigos y frena los descompuestos tumultos de la bestia multiforme y el ímpetu, el
furor y el asalto del león. Entonces, si más solícitos de nuestro bien, deseamos la
seguridad de una paz perpetua, ésta vendrá y colmará abundantemente nuestros votos:
muertas la una y la otra bestia, como víctimas inmoladas, quedará sancionado entre la
carne y el espíritu un pacto inviolable de paz santísima. La dialéctica calmará los
desórdenes de la razón tumultuosamente mortificada entre las pugnas de las palabras y
los silogismos capciosos. La filosofía natural tranquilizará los conflictos de la opinión y
las disensiones que trabajan, dividen y laceran de diversos modos el alma inquieta.
Pero los tranquilizara de modo de hacemos recordar que la naturaleza, como ha dicho
Heráclito, es engendrada por la guerra y por eso llamada por Homero "contienda".
Por eso no puede damos verdadera quietud y paz estable, don y privilegio, en cambio, de
su señora, la santísima teología. Esta nos mostrará la vía hacia la paz y nos servirá de
guía, y la paz viendo de lejos que" nos aproximamos, "Venid a mi", gritará, "vosotros que
estáis cansados, venid y os restauraré venid a mí y os daré la paz que el mundo y la
naturaleza no puede daros".
Tan suavemente llamados, tan benignamente invitados, con alados pies como terrenos
Mercurios, volando hacia el abrazo de la beatísima madre, la ansiada paz gozaremos; paz
santísima, indisoluble unión, amistad unánime por la cual todos los seres animados no
sólo coinciden en esa Mente única que está por encima de toda mente, sino que de un
modo inefable se funden en uno sólo. Esta es la amistad que los pitagóricos llaman el fin
de toda la filosofía, ésta la paz que Dios actúa en sus cielos y que los ángeles que
descendieron a la tierra anunciaron a los hombres de buena voluntad para que también los
hombres, ascendiendo al cielo por ella se volviesen ángeles.
Esta paz auguremos a los amigos, auguremos a nuestro siglo, auspiciemos en toda casa en
que entremos, invoquémosla para nuestra alma para que vuelva así morada de Dios, para
que, expulsada la impureza con moral y con la dialéctica se adorne con toda la filosofía
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como con áulico ornamento, corone el frontón de las puertas con la diadema de la
teología, de modo que así descienda sobre ella el Rey de la gloria y, viniendo con el
Padre, ponga mansión con ella. Y si el alma se ha hecho digna de tal huésped, ya que la
bondad de El es inmensa, revestida de oro como de veste nupcial y de la múltiple
variedad de las ciencias, acogerá el magnífico huésped no ya como huésped, sino como
esposo, con tal de no ser de El separada, deseará apartarse de su gente y, olvidada de la
Casa de su padre y hasta de sí misma, ansiará morir para vivir en el esposo a cuya vista es
preciosa la muerte de los santos. Muerte he dicho, si muerte puede llamarse esa plenitud
de vida cuya meditación de los sabios dijeron que era el estudio de la filosofía.
Y también invocamos a Moisés, en poco inferior a esa rebosante plenitud de sacrosanta e
inefable inteligencia con cuyo néctar los ángeles se embriagan. Oiremos al juez
venerando dictamos así leyes, a nosotros que habitamos en la desierta soledad del cuerpo:
"Aquéllos que, aún impuros, necesiten de la moral, habiten con el vulgo fuera del
tabernáculo, bajo el cielo descubierto como los sacerdotes tesalios, hasta que estén
purificados. Aquéllos, en cambio, que ya compusieron sus costumbres, acogidos en el
santuario, no toquen todavía las cosas sagradas, sino, a través de un noviciado dialéctico,
como celosos levitas presten servicio en los sagrados oficios de la filosofía. Admitidos al
fin también ellos, contemplen, en el sacerdocio de la filosofía, ya el multicolor, es decir,
sidéreo ornamento del palacio de Dios, ya el celeste candelabro de siete llamas, ya los
pelíceos elementos, para que, acogidos finalmente en las profundidades del templo por
méritos de la sublimidad teológica, apartado todo velo de imágenes, de la gloria de la
divinidad". Esto ciertamente nos ordena Moisés y, ordenando así, nos aconseja, nos incita
y nos exhorta a preparamos por medio de la filosofía, mientras podamos, el camino de la
futura gloria celeste.
Pero no sólo los misterios mosaicos y los misterios cristianos, sino asimismo la teología
de los antiguos nos muestra el valor y la dignidad de estas artes liberales de las cuales he
venido a discutir. ¿Qué otra cosa quieren significar, en efecto, en los misterios de los
griegos los grados habituales de los iniciados, admitidos a través de una purificación
obtenida con la moral y la dialéctica, artes qué nosotros consideramos ya artes
purificatorias? ¿Y esa iniciación, qué otra cosa puede ser sino la interpretación de la más
oculta naturaleza mediante la filosofía?
Y finalmente, cuando estaban así preparados, sobrevenía la famosa Epopteia, vale decir,
la inspección de las cosas divinas mediante la teología.
¿Quién no desearía ser iniciados en tales misterios? ¿Quién, desechando toda cosa terrena
y desprecian do los bienes de la fortuna, olvidado del cuerpo, no deseará, todavía
peregrino en la tierra, llegar a comensal de los dioses y, rociado del néctar de la
eternidad, recibir, criatura mortal, el don de la inmortalidad? ¿Quién no deseará estar así
inspirado por aquella divina locura socrática, exaltada por platón -en el Fedro, ser
arrebatado con rápido vuelo a la Jerusalem celeste, huyendo con el batir de las alas y de
los pies de este mundo, reino maligno?
¡Oh sí, que nos arrebaten, oh padres, que nos arrebaten los socráticos furores sacándonos
fuera de la mente hasta el punto de ponemos a nosotros y a nuestra mente en Dios!
Y ciertamente que por ellos seremos arrebatados si antes hemos cumplido todo cuanto
esta en nosotros; si con la moral, en efecto, han sido refrenados hasta sus justos límites
los ímpetus de las pasiones, de modo que éstas se armonicen recíprocamente con estable
acuerdo: si la razón procede ordenadamente mediante la dialéctica, nos embriagaremos,
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como excitados por las Musas, con la armonía celeste. Entonces Baco, señor de las
Musas, manifestándose a nosotros, vueltos filósofos, en sus misterios, esto es, en los
signos visibles de la naturaleza 36, los invisibles secretos de Dios, nos embriagará con la
abundancia de la mansión divina en la cual, si somos del todo fieles como Moisés, la
sobreviniente santísima teología nos animará con dúplice furor.
Sublimados, en efecto, en su excelsa atalaya, refiriendo a la medida de lo eterno las cosas
que son, que fueron y que serán, y observando en ellas la original belleza, cual febeos
vates, sus amadores alados, hasta que, puestos fuera de nosotros en un indecible amor,
poseídos por un estro y llenos de Dios como Serafines ardientes, ya no seremos más
nosotros mismos, sino Aquél que nos hizo.
Los sacros nombres de Apolo, si alguien escruta a fondo sus significados y los misterios
encubiertos, demuestran suficientemente que este dios era filosofo no meno que poeta.
Pero habiendo ya copiosamente ilustrado esto Ammonio, no hay razón para que yo lo
trate de otra manera. Recordemos, no obstante, oh padres, los tres preceptos délficos
indispensables a aquéllos que están por entrar en el sacrosanto y augustísimo templo, no
del falso sino del verdadero Apolo que ilumina toda alma que viene a este mundo: veréis
que no reclaman otra cosa que no sea abrazar con todas nuestras fuerzas aquella triple
filosofía sobre la que ahora discutimos.
En efecto, aquel medén agan, este es, "nada con exceso" prescribe rectamente la norma y
la regla de toda virtud según el criterio del justo medio, del cual trata la moral. Y el
famoso gnothi seautón, esto es, "conócete a tí mismo" incita y exhorta al conocimiento de
toda la naturaleza, de la cual el hombre y como connubio. Quien, en efecto, se conoce a sí
mismo, todo en sí mismo conoce, como ha escrito primero Zoroastro y después Platón en
Alcibíades. Finalmente, iluminados en tal conocimiento por la filosofía natural, próximos
ahora a Dios y pronunciando el saludo teológico El, esto es, "Tú eres", llamaremos al
verdadero Apolo familiar y alegremente.
Interrogaremos también al sapientísimo Pitágoras, sabio sobre todo por no haberse nunca
considerado digno de tal nombre. Nos prescribirá en primer lugar, "no sentamos sobre el
celemín", esto es, no dejar inactiva aquella parte racional con la cual el alma mide todo,
juzga y examina, sino dirigirla y mantenerla pronta con el ejercicio y la regla de la
dialéctica. Nos indicará luego dos cosas que hay que primero evitar: "orinar frente al Sol"
y "cortamos las uñas durante el sacrificio". Sólo cuando con la moral hayamos expulsado
de nosotros los apetitos superfluos de la voluntad y hayamos despuntado las garras
ganchudas de la ira y los aguijones del ánimo, sólo entonces empezaremos a intervenir en
los sagrados misterios de Baco, de los cuales hemos hablado, y a dedicarnos a la
contemplación de la cual el Sol es merecidamente reputado padre y señor.
Nos aconsejará, en fin, "alimentar el gallo", de saciar con el alimento y la celeste
ambrosía de las cosas divinas la parte divina de nuestra alma. Es éste el gallo cuyo
aspecto teme y respeta el león, esto es toda potestad terrena. Es éste el gallo al cual según
Job fue dada la inteligencia. Al canto de este gallo se orienta el hombre extraviado. Este
es el gallo que canta cada día al alba, cuando los astros matutinos alaban al Señor. Este es
el gallo que Sócrates moribundo, en el momento en que "esperaba reunir lo divino de su
alma con la divinidad del Todo y ya lejos del peligro de enfermedad corpórea dijo ser
deudor a Esculapio, o sea, el médico de las almas.
Examinemos también los, documentos de los caldeos y, si les damos fe, encontraremos
que en virtud de las mismas artes se abre a los mortales la vía de la felicidad. Escriben los
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intérpretes caldeos que fue sentencia de Zoroastro que el alma era alada y que, al
caérseles las alas, se precipita al cuerpo y vuelve a volar al cielo cuando de nuevo le
crecen. Habiéndole preguntado los discípulos de que modo podrían volver al alma apta
para el vuelo, con las alas bien emplumadas, respondió: "rociar las alas con las aguas de
la vida". Y habiéndole preguntado a su vez dónde podrían alcanzar estas aguas, les
respondió, según su costumbre, con una parábola: "El paraíso de Dios está bañado e
irrigado por cuatro ríos: alcanzad allí las aguas salvadoras. El nombre del río que corre en
el Septentrión se dice Pischon, que significa justicia; el del ocaso tiene por nombre
Dichon, vale decir, expiación; el de oriente se llama Chiddekel y quiere decir luz, y el
que corre, en fin, a mediodía se llama Perath y se puede interpretar fe. Fijaos, oh padres,
y considerad con atención el significado de estos dogmas de Zoroastro. No significan,
ciertamente, sino que purifiquemos la legañosidad de los ojos con la ciencia moral, como
con ondas occidentales; que con la dialéctica, como un nivel boreal, fijemos atentamente
la mirada; que luego debemos habituamos a soportar en la contemplación de la naturaleza
de la luz todavía débil de la verdad, como primer indicio del sol naciente; hasta que, por
último, mediante la piedad teológica y el santísimo culto de Dios, podamos resistir
vigorosamente, como águilas del cielo, el fulgurante esplendor del sol a mediodía.
Estos son, acaso, los conocimientos matutinos, meridianos y vespertinos cantados
primero por David y después explicados más ampliamente por Agustín. Esta es la luz
esplendente que inflama directa a los Serafines y que al par ilumina a los Querubines.
Esta es la razón a que siempre tendía el padre Abraham. Este es el lugar donde, según la
enseñanza de los cabalistas y los moros, no hay sitio para los espíritus inmundos. (*)
(*) Fuente: "Discurso sobre la dignidad del hombre", Pico della Mirandola, Traducción
de Adolfo Ruiz Diaz, 1978, ed. Goncourt (antes editado en página
www.elhilodeariadna.com ).
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EL PRÍNCIPE
MAQUIAVELO
TOMADO DE
http://www.gratislibros.com.ar/libros9.htm
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EL PRÍNCIPE
MAQUIAVELO
TOMADO DE
http://www.gratislibros.com.ar/libros9.htm
NICOLÁS MAQUIAVELO AL MAGNIFICO
LORENZO DE MÉDECIS
Los que desean congraciarse con un príncipe suelen presentd sele con aquello que
reputan por más precioso entre lo que poseen, o con lo que juzgan más ha de agradarle;
de ahí que se vea que muchas veces le son regalados caballos, armas, telas de oro,
pledras preciosas y parecidos adornos dignos de su grandeza. Deseando, pues,
presentarme ante Vuestra Magnificencia con alglún testimonio de mi sometimiento, no
he encontrado entre lo poco que poseo nada que me sea más caro o que tanto estime
como el conocimiento de las acciones de los hombres, adquirido gracias a una larga
experiencia de las cosas modernas y a un incesante estudio de las antiguas.¹ Acciones
que luego de examinar y meditar durante mucho tiempo y con gran seriedad, he
encerrado en un corto volumen, que os dirijo.
Y aunque juzgo esta obra indigna de Vuestra Magnificencia, no por eso confío
menos en que sabréis aceptarla, considerando que no puedo haceros mejor regalo que
poneros en condición de poder entender, en brevísimo tiempo, todo cuanto he aprendido
en muchos años y a costa de tantos sinsabores y peligros. No he adornado ni hinchado
esta obra con cláusulas interminables, ni con palabras ampulosas y magníficas, ni con
cualesquier atractivos o adornos extrinsecos, cual muchos suelen hacer con sus cosas; ²
porque he querido, o que nada la honre, o que só1o la variedad de la materia y la
gravedad
del tema la hagan grata. No quicro que se mire como presuncióne el que un
hombre de humilde cuna se atreva a examinar y criticar el gobierno de los príncipes.
Porque asi como aquellos que dibujan un paisaje se colocan en el llano para apreciar
mejor los moties y los lugares altos, y para apreciar mejor el llano escalan los montes,³
así para conocer bien la naturaleza de los pueblos hay que ser príncipe, y para conocer
la de los príncipes hay que pertenecer al pueblo.
Acoja, pues, Vuestra Magnificencia este modesto obsequio con el mismo ánimo con
que yo lo hago; si lo lee y medita con atención, descubrirá en él un vivísimo deseo mío:
el de que Vuestra Magnificencia llegue a la grandeza que el destino y sus virtudes le
auguran. Y si Vuestra Magnificencia, desde la cúspide de su altura, vuelve alguna vez la
vista hacia este llano, comprenderá cuán inmerecidamente soporto una grande y
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constante malignidad de la suerte.
1 Las dos escuelas de los grandes hornbres. (Cristina de Suecia.)
2 Como Tácito y Gibbon (G).
3 Con esto empecé y con ello conviene empezar. Se conoce mucho mejor el fondo de los
valles cuando se
está en la cumbre de la montaña (RC).
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EL PRÍNCIPE
Capitulo I
DE LAS DISTINTAS CLASES DE PRINCIPADOS Y DE LA FORMA
EN QUE SE ADQUIEREN
Todos los Estados, todas las dominaciones que han ejercido y ejereen soberanía
sobre los hombres, han sido y son repúblicas o principados. Los principados son, o
hereditarios, cuando una misma farmilia ha reinado en ellos largo tiempo, o nuevos. Los
nuevos, o lo son del todo, como lo fue Milán bajo Francisco Sforza, o son como
rniembros agregados al Estado hereditario del príncipe que los adquiere, como es el
reino de Nápoles para cl rey de España. Los dominios así adquiridos están
acostumbrados a vivir bajo un príncipe o a ser libres; y se adquieren por las armas
propias o por las ajenas, por la suerte o por la virtud.
Capitulo II
DE LOS PRINCIPADOS
HEREDETARIOS
Dejaré a un lado el discutir sobre las repúblicas porque ya en otra ocasión lo he hecho
extensamente. Me dedicaré solo a los principados, para ir tejiendo la urdimbre de mis
opiniones y establecer cómo pueden gobernarse y conservarse tales principados.
En primer lugar, me parece que es más fácil conserver un Estado hereditario,
acostumbrado a una dinastía, que uno nuevo, ya que basta con no alterar el orden
establecido por los príncipes anteriores, y contemporizar después con los cambios que
puedan producirse. De tal modo que, si el príncipe es de mediana inteligencia, se
mantendrá siempre en su Estado, a menos que una fuerza arrolladora lo arroje de él; y
aunque asi sucediese, sólo, tendría que esperar; para reconquistarlo, a que el usurpador
stifriera. el primer tropiezo.
Tenemos en Italia, por ejemplo, al duque de Ferrara, que no resistió los asaltos de los
venecianos en el 84 (1484) ni los del papa Julio en el 10 (1510), por motivos distintos de
la antigüedad de su soberanía en el dominio. Porque el príncipe natural tiene menos
razones y menor necesidad de ofender: de donde es lógico que sea más amado; y a
menos que vicios excesivos le atraigan el odio, es razonable que le quieran con
naturalidad los suyos. Y en la antigüedad y continuidad de la dinastía se borran los
recuerdos y los motivos que la trajeron, pues un camibio deja siempre la piedra angular
para la edificación de otro.
Capitulo III
DE LOS PRINCIPADOS MIXTOS
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Pero las dificultades existen en los principados nuevas. Y si no es nuevo del todo,
sino como miembro agregado a un conjunto anterior, que puede llamarse así mixto, sus
incertidumbres nacen en primer lugar de una natural dificultad que se eneuentra en todos
los principados nuevos. Dificultad que estriba en que los hombres cambian con gusto de
Señor, creyendo mejorar; y esta creencia los impulsa a tornar las armas contra él; en lo
cual se engañan, pues luego la experiencia les enseña que han empeorado. Esto resulta
de otra necesidad natural y común que hace que el príncipe se vea obligado a ofender a
sus nuevos súbditos, con tropas o con mil vejaciones que el acto de la conquista lleva
consigo. De modo que tienes por enemigos a todos los que has ofendido al ocupar el
principado, y no puedes. conserver como amigos a los que te han ayudado a conquisEste documento ha sido descargado de
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tarlo, porque no puedes satisfacerlos como ellos esperaban, y puesto que les estás
obligado, tampoco puedes emplear medicines fuertes contra ellos; porque siempre,
aunque se descanse en ejércitos poderosísimos, se tiene necesidad de la colaberación de
los “provincianos” para entrar en una provincia. Por estas razones, Luis XII, rey de
Francia, ocupó rápidamente a Milán, y rapidamente lo perdió; y bastaron la primera vez
para arrebatárselo las mismas fuerzas de Ludovico Sforza; porque los pueblos que le
habían abierto las puertas, al verce defraudados en las esperanzas que sobre el bien
futuro habian abrigado, no podían soportar con resignación las imposiciones del nuevo
príncipe.
Bien es cierto que los territorios rebelados se pierden con más dificultad cuando se
conquistan por segunda vez, porque el señor, aprovechándose de la rebelión, vacila menos en asegurar su poder castigando a los delincuentes, vigilando a los sospechosos y
reforzando las partes más débiles. De modo que, si para hacer perder Milán a Francia
bastó la primera vez un duque Ludovico que hiciese un poco de ruido en las fronteras,
para hacércelo perder la segunda se necesitó que todo el mundo se concertase en su
contra, y que sus ejérecitos fuesen aniquilados y arrojados de Italia, to cual se explica
por las razones antedichas.
Desde luego, Francia perdió a Milán tanto la primera conmo la segunda vez. Las
razones generales de la primera ya han sido diseurridas; quedan ahora las de la segunda,
y queda el ver los medios de que disponia o de que hubiese podido disponer alguien que
se encontrara en cl lugar de Luis XII para conservar la conquista mejor que él.
Estos Estados, que al adquirirse se agregan a uno más antiguo, o son de la misma
provincia y de la misma lengua, o no to son. Cuando to son, es muy fácil conservarlos,
sobre todo cuando no están acostumbrados a vivir libres, y para afianzarse en cl poder,
basta con haber borrado la linea del príncipe que los gobernaba, porque, por lo demás, y
siempre que se respeten sus costumbres y las ventaias de que gozaban, los hombres
permanceen sosegados, como se ha visto en cl caso de Borgoñla, Bretaña, Gascuña y
Normandía, que están sujetas a Francia desde hace tanto tiempo; y aun cuando hay
alguna diferencia de idioma, sus costumbres son parecidas y pueden convivir en buena
armonía. Y quien los adquiera, si desea conservarlos, debe tener dos cuidados: primero,
que la descendencia del anterior príncipe desaparezca; después, que ni sus leyes ni sus
tributos sean alterados. Y se verá que en brevisimo tiempo el principal adquirido pasa a
constituir un solo y mismo cuerpo con el principado conquistador.
Pero cuando se adquieren Estados en una provincia con idioma, costumbres y
organización diferentes, surgen entonces las dificultades y se hace precisa mucha suerte
y mucha habilidad para conservarlos; y uno de los Señores y más eficaces remedios sería
que la persona que los adquiera fuese a vivir en ellos.
Esto haría más segura y más duradera la posesión. Como ha heeho cl Turco con
Grecia; ya que, a despecho de todas las disposiciones tomadas para conserver aquel
Estado, no habría conseguido retenerlo si no hubiese ido a establecerse allí. Porque, de
17
esta manera, se ven nacer los desórdenes y se los puede reprimir con prontitud; pero,
residiendo en otra parte, se entera uno cuando ya son grandes y no tienen remedio.
Además, los representantes del príncipe no pueden saquear la provincia, y los súbditos
están mis satisfechos porque pueden recurrir a él fácilmente y tienen más oportunidades
para amarlo, si quieren ser buenos, y para temerlo, si quieren proceder de otra manera.
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Los extranjeros que desearan apoderarse del Estado tendrían mis respeto; de modo que,
habitando en él, solo con muchísima dificultad podrá perderlo.
Otro buen remedio es mandar colonias a uno o dos lugares que sean come llaves de
aquel Estado; porque es precise hacer esto o mantener numerosas tropas. En las colonias
no se gasta mucho, y con esos pocos gastos se las gobierna y conserva, y sólo se
perjudica a aquellos a quienes se arrebatan los campos y las casas para darlos a los
nuevos habitantes, que forman una mínima parte de aquel Estado. Y come los
damnificados son pobres y andan dispersos, jamás pueden significar peligro; y en cuanto
a los demás, como por una parte no tienen motivos para considerarse perjudicados, y por
la otra temen incurrir en falta y exponerse a que les suceda lo que a los despojados, se
quedan tranquilos. Concluyo que las colonias no cuestan, que son mis fieles y entrañan
menos peligro; y que los damnificados no pueden causar molestias, porque son pobres y
están aislados, come ya he dicho.
Ha de notarse, pues, que a los hombres hay que conquistarlos o elirninarlos, porque
si se vengan de las ofensas leves, de las graves no pueden; así que la ofensa que se haga
al hombre debe ser tal, que le resulte imposible vengarse.
Si en vez de las colonias se emplea la ocupaci6n militar, el gasto es mucho mayor,
porque el mantenimiento de la guardia absorbe las rentas del Estado y la adquisición se
convierte en pérdida, y, además, se perjudica e incomoda a todos con el frecuente
cambio del alojamiento de las tropas. Incomodidad y perjuicio que todos sufren, y por
los cuales todos se vuelven enemigos; y son enemigos que deben temerse, aun cuando
permanezcan encerrados en sus casas. La ocupación militar es, pues, desde cualquier
punto de vista, tan inúitil como útiles son las colonias.
El príncipe que anexe una provincia de costumbres, lengua y organización distintas a
las de la suya, debe también convertirse en paladín y defensor de los vecinos menos
poderosos,
ingeniarse para debilitar a los de mayor poderío y cuidarse de que, bajo ningún
pretexto, entre en su Estado un extranjero tan poderoso como él. Porque siempre sucede
que el recién llegado se pone de parte de aquellos que, por ambición o por miedo,
están descontentos de su gobierno, como ya se vio cuando los etolios llamaron a los
romanos a Grecia: los invasores entraron en las demás provincias llamados por sus
propios habitantes. Lo que ocurre comúnmente es que, no bien un extranjero poderoso
entra en una provincia, se le adhiren todos los que sienten envidia del que es más fuerte
entre ellos, de modo que el extranjero no necesita gran fatiga para ganarlos a su causa,
ya que en seguida y de buena gana forman un bloque con el Estado invasor. Sólo tiene
que preocuparse de que después sus aliados no adquieran demasiada fuerza y autoridad,
cosa que puede hacer fácilmente con sus tropas, que abatirán a los poderosos y lo
dejarán árbitro único de la provincia. El que, en lo que a esta parte so refiere, no
gobierne bien perderá muy pronto lo que hubiere conquistado, y aun cuando lo conserve,
tropezará con infinitas dificultades y obstáculos.
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Los romanos, en las provinces do las cuales se hicieron dueños, observaron
perfectamente estas reglas. Establecieron colonias, respetaron a los menos poderosos sin
aumentar su poder, avasallaron a los poderosos y no permitieron adquirir influencia on el
país a los extranjeros poderosos. Y quiero que me baste lo sucedido en la provincia do
Grecia como ejemplo. Fueron respetados acayos y etolios, fue sometido el reino de los
macedonios, fue expulsado Antíoco, y nunea los méritos que hicieron acayos o etolios
los llevaron a permitirles expansión alguna, ni las palabras do Filipo los indujeron a
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tenerlo como amigo sin someterlo, ni el poder do Antíoco pudo hacer que consintiesen
en darle ningún Estado en la provincia. Los romanos hicieron en estos casos lo que todo
príncipe prudente debe hacer, lo cual no consiste simplemente en preocuparse de los
desórdenes presentes, sino también de los futuros, y de evitar los primeros a cualquier
precio. Porque previnidndolos a tiempo so pueden remediar con facilidad; pero si se
espera que progresen, la medicina llega a doshora, pues la enfermedad se ha vuelto
incurable. Sucede lo que los médicos dicen del tisico: que al principio su mal es dificil
do conocer, pero fácil de curar, mientras que, con el transcurso del tiempo, al no haber
sido conocido ni atajado, se vuelve ficil de conocer, pero dificil do curar. Asi pasa en las
cosas del Estado: los males que nacen on él, cuando se los descubre a tiempo, lo que sólo
es dado al hombre sagaz, se los cura pronto; pero ya no tienen remedio cuando, por no
haberlos advertido, se los deja crecer hasta el punto de que todo el mundo los ve.
Pero como los romanos vieron con tiempo los inconvenientes, los remediaron
siempre, y jamás les dejaron seguir su curso por evitar una guerra, porque sabian que una
guerra no se evita, sino que se difiere para provecho ajeno. La declaración, pues, a Filipo
y a Antioco en Grecia, para no verse obligados a sostenerla en Italia; y aunque entonces
podían evitaria tanto en una como en otra parte, no lo quisieron. Nunca fueron
partidarios de ese consejo, que está en boca de todos los sabics de nuestra epoca: hay que
esperarlo todo del tiempo”; prefirieron confiar en su prudencia y en su valor, no
ignorando que el tiempo puede traer cualquier cosa consigo, y que puede engendrar tanto
el bien como el mal, y tanto el mal como el bien.
Pero volvamos a Francia y examinemos si se ha hecho algo de lo dicho. Hablaré, no
de Carlos, sino de Luis, es decir, de aquel que, por haber dominado más tiempo en Italia,
nos ha permitido apreciar major su conducta. Y se verá cómo ha hecho to contrario
de lo que debe hacerse para conserver un Estado de distinta nacionalidad.
El rey Luis fue llevado a Italia por la ambición de los venecianos, que querían,
gracias a su intervención, conquistar la mitad de Lombardía. Yo no pretendo censurar la
decisión tomada por el rey, porque si tenia cl propósito de empezar a introducirse en
Italia, y carecía de amigos, y todas las puertas se le cerraban a causa de los desmanes del
rey Carlos, no podía menos que aceptar las amistades que se le ofrecían. Y habría
triunfado en su designio si no hubiese cometido error alguno en sus medidas posteriores.
Conquistada, pues, la Lombardía, el rey pronto recobró para Francia la reputación que
Carlos le babía hecho perder. Génova cedió; los florentinos le brindaron su amistad; el
marqués de Mantua, cl duque de Ferrara, los Bentivoglio, la señora de Furli, los señores
de Faenza de Pésaro, de Rímini, de Camerino y de Piombino, los luqueses, los paisanos
y los sieneses, todos trataron de convertirse en sus amigos. Y entonces pudieron
comprender los venecianes la temeridad de su ocurrencia: para apoderarse de dos
ciudades de Lombardía, hicieron al rey dueño de las dos terceras partes de Italia.
Considérese ahora con qué facilidad el rey podia conserver su influencia en Italia,
con tal de haber observado las reglas enunciadas y defendido a sus amigos, que, por ser
numerosos y débiles, y temer unos a los venecianos y otros a la Iglesia, estaban siempre
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necesitados de su apoyo; y por medio de ellos contener sin dificultad a los pocos
enemigos grandes que quedaban. Pero pronto obró al revés en Milán, al ayudar al papa
Alejandro para que ocupase la Romaña. No advirtió de que con esta medida perdía a sus
amigos y a los que se habían puesto bajo su protección, y al par que debilitaba sus
propias fuerzas, engrandecía a la Iglesia, añadiendo tanto poder temporal al espiritual,
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que ya bastante autoridad le daba. Y cometido un primer error, hubo que seguir por el
mismo camino; y para pener fin a la ambición de Alejandro e impedir que se convirtiese
en señor de Toscana, se vio obligado a volver a Italia. No le bastó haber
engrandecido a la Iglesia y perdido a sus amigos, sino que, para gozar tranquilo del reino
de Nápoles, lo compartió con cl rey de España; y donde éi era antes árbitro único, puso
un compañero para que los ambiciosos y descontentos de la provincia tuviesen a quien
recurrir; y donde podía haber dejado a un rey tributario, llamó a alguien que podia
echarlo a él.
El ansia de conquista es, sin duda, un sentimiento muy natural y común, y siempre
que lo hagan los que pueden, antes serán alabados que censurados; pero cuando intentan
hacerlo a toda costa los que no pueden, la censura es lícita. Si Francia podía, pues, con
sus fuerzas apoderarse de Nápoles, debía hacerlo., y si no podía, no debía dividirlo. Si el
reparto que hizo de Lombardía con los venecianos era excusable porque le permitió
entrar en Italia, lo otro, que no estaba justificado por ninguna necesidad, es reprobable.
Luis cometió, pues, cinco faltas: aniquiló a los débiles, aumentó el poder de un
poderoso de Italia, introdujo en ella a un extranjero más poderoso aún, no se estableció
en et territorio conquistado y no fundó colonias. Y, sin embargo, estas faltas, por lo
menos en vida de él podían no haber traído consecuencias desastrosas si no hubiese
cornetido
la sexta, la de despojar de su Estado a los venecianos. Porque, en vez de hacer
fuerte a la lgiesia y de poner a España en Italia, era muy razonable y hasta necesario que
las sometiese; pero cometido el error, nunca debió consentir en la ruina de los
venecianos, pues poderosos como eran, habrían mantenido a los otros siempre distantes
de toda acción contra Lombardía, ya porque no lo hubiesen permitido sino para ser ellos
mismos los dueños, ya porque los otros no hubiesen querido arrebatársela a Francia para
dársela a los venecianos, y para atacar a ambos a la vez les hubiera faltado audacia. Y si
alguien dijese que el rey Luis cedió la Romaña a Alejandro Nápoles a España para evitar
la guerra, contestaría con las razones arriba enunciadas: que para evitar una guerra nunca
se debe dejar que un desorden siga su curso, porque no se la evita, sino se la posterga en
perjuicio propio. Y si otros alegasen que el rey habia prometido al papa ejecutar la
empresa en su favor para obtener la disolución de su matrimonio y el capelo de Ruán,
respondería con lo que más adelante se dirá acerca de la fe de los príncipes y del modo
de observarla.
El rey Luis ha perdido, pues, la Lombardía por no haber seguido ninguna de las
normas que siguieron los que conquistaron provincias y quisieron conservarlas. No se
trata de milagro alguno, sino do un hecho muy natural y lógico. Así se lo dije en Nantes
cl cardenal de Ruán mientras que “el Valentino” como era llamado por el pueblo César
Borgia, hijo del papa Alejandro, ocupaba la Romaña. Como me dijera el cardenal de
Ruán que los italianos no entendían nada do las cosas de la guerra, yo tuve que
contestarle que los franceses entendían menos de las que se refieren al Estado, porque de
lo contrario no hubiesen dejado que la lgiesia adquiriese tanta influencia. Y ya se ha
visto cómo, después de haber contribuido a crear la grandeza de la Iglesia y de España
23
en Italia, Francia fue arruinada por ellas. De lo cual se infiere una regla general que rara
vez o nunca falla: que el que ayuda a otro a hacerse poderoso causa su propia ruina.
Porque es natural que el que se ha vuelto poderoso recele de la misma astucia o de la
misma fuerza gracias a las cuales se lo ha ayudado.
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Capitulo IV
POR QUÉ EL REINO DE DARÍO, OCUPADO POR ALEJANDRO, NO SE
SUBLEVÓ CONTRA LOS SUCESORES DE ÉSTE
DESPUES DE SU MUERTE
Consideradas las dificultades que encierra el conserver un Estado recientemente
adquirido, alguien podría preguntarse con asombro a qué se debe que, hecho Alejandro
Magno dueño do Asia en pocos años, y muerto apenas ocupada, sus sucesores, en
circunstancias en que hubiese sido muy natural que el Estado se rebelase, lo retuvieron
on sus manos, sin otros obstáculos que los que por ambición surgieron entre ellos.
Contesto que todos los principados de que se guarda memoria han sido gobernados de
dos modes distintos: o por un príncipe que elige de entre sus siervos, que lo son todos,
los ministros que lo ayudarán a gobernar, o per un principe asistido por nobles que, no a
la gracia del señrr, sino a la antigüedad de su linaje, deben la posición que ocupan. Estos
nobles tienen Estados y súbditos propios, que los reconocen per señores y les tienen
natural afección. Mientras que, en los Estados gobernados por un príncipe asistido por
siervos, el príncipe goza de mayor autoridad: porque en toda la provincia no se reconoce
soberano sine a él, y si se obedece a otro, a quien además no se tienen particular amor,
sólo se lo hace per tratarse de un ministro y magistrado del principe.
Los ejemplos de estas dos clases de gobierno se hallan hoy en el Gran Turco y en el
rey de Francia. Toda Turquía esta gobernada per un solo señor, del cual los demás
habitantes son siervos; un señor que divide su reino en sanjacados, nombra sus
administradores y los cambia y reemplaza a su antojo. En cambio, el rey de Francia está
rodeado por una multitud de antiguos nobles que tienen sus prerrogativas, que son
reconocidos
y amados por sus súbditos y que son dueñlos de un Estado que el rey no puede
arrebatarles sin exponerse. Así, si se examina uno y otro gobierno, se verá que hay, en
efecto, dificultad para conquistar el Estado del Turco, pero que, una vez conquistado, es
muy fácil conservarlo. Las razones de la dificultad para apoderarse del reino del Turco
residen en que no se puede esperar ser llamado por los principes del Estado, ni confiar en
que su rebelión facilitará la empresa. Porque, siendo esclavos y deudores del principe, no
es nada ficil sobornarlos., y aunque se lo consiguiese, de poca utilidad sería, ya que, por
las razones enumeradas, los traidores no podrían arrastrar consigo al pueblo. De donde
quien piense en atacar al Turco reflexione antes en que hallará el Estado unido, y confíe
mas en sus propias fuerzas que en las intrigas ajenas. Pero una vez vencido y derrotado
en campo abierto de manera que no pueda rehacer sus ejércitos, ya no hay que tomer
sino a la familia del príncipe; y extinguida ésta, no queda nadie que signifique peligro,
pues nadie goza de crédito on el pueblo; y como antes de la victoria el vencedor no podía
esperar nada do los ministros del príncipe, nada debe temer después do ella.
Lo contrario sucede on los reinos organizados como el de Francia, donde, si to atraes
a algunos de los nobles, que siempre existen descontentos y amigos do las mudanzas,
fácil te será entrar. Estos, por las razones ya dichas, pueden abrirte cl camino y facilitarte
25
la conquista; pero si quires mantenerla, tropezarás después con infinitas dificultades y
tendrás que luchar contra los que te han ayudado y contra los que has oprimido. No
bastará que extermines la raza del príncipe: quedarán los nobles, que se harán cabecillas
do los nuevos movimientos, y como no podrás conformarlos ni matarlos a todos,
perderás el Estado en la primera oportunidad que se les presente
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Ahora, si se medita sobre la naturaleza del gobierno do Darío s advertirá que se
parecía mucho al del Turco. Por eso fue preciso que Alejandro fuera a su encuentro y le
derribara en campada. Después de la victoria, y muerto Darío, Alejandro quedó dueño
tranquilo del Estado, por las razones discurridas. Y si los sucesores hubiesen
permanecido
unidos, habrían podido gozar en paz de la conquista, porque no hubo on el reino
otros tumultos que los que ellos mismos suscitaron. Pero es impossible gozar con tanta
seguridad do un Estado organizado como el de Francia. Por ejernplo, los numerosos
principados que había on España, Italia y Grecia explican las frecuentes revueltas contra
los romanos; y mientras perduró el recuerdo de su existencia, los romanos nunca
estuvieron seguros de su conquista; pero una vez el recuerdo borrado, se convirtieron,
gracias a la duración y al poder de su Imperio, en sus seguros dominadores. Y así
después pudieron, peleándose entre sí, sacar la parte que les fue posible en aquellas
provincias, de acuerdo con la autoridad que tenían en ellas; porque, habiéndose
extinguido la familia de sus antiguos señores, no se reconocían otros dueños que los
romanos.
Considerando, pues, estas cosas, no se asombrará nadie de la facilidad con que
Alejandro conservó el Imperio de Asia, y de la dificultad con que los otros conservaron
lo adquirido, como Pirro y muchos otros. Lo que no depende de la poca o mucha virtud
del conquistador, sino de la naturaleza de lo conquistado.
Capitulo V
DE QUÉ MODO HAY QUE GOBERNAR LAS CIUDADES O
PRINCIPADOS QUE, ANTES DE SER OCUPADOS, SE REGÍAN
POR SUS PROPIAS LEYES
Hay tres modos de conservar un Estado que, antes de ser adquirido, estaba
acostumbrado a regirse por sus propias leyes y a vivir en libertad: primero, destruirlo.,
después, radicarse en él; por último, dejarlo regir por sus leyes, obligarlo a pagar un
tributo y establecer un gobierno compuesto por un corto número de personas, para que se
encargue de velar por la conquista. Como ese gobierno sabe que nada puede sin la
amistad y poder del principe, no ha de reparar en medios para conservarle el Estado.
Porque nada hay mejor para conserver -si se la quiere conservar- una ciudad
acostumbrada
a vivir libre que hacerla gobernar por sus mismos ciudadanos.
Ahí están los espartanos y romanos corno ejemplo de ello. Los espartanos ocuparon
a Atenas y Tebas, dejaron en ambas ciudades un gobierno oligárquico, y, sin embargo,
las perdicron. Los romanos, para conserver a Capua, Cartago y Numancia, las arrasaron,
y no las perdieron. Quisieron conserver a Grecia como lo habian hecho los espartanos,
dejandole sus leyes y su libertad, y no tuvicron éxito: de modo que se vieron obligados a
destruir muchas ciudades de aquelia provincia para no perderla. Porque, en verdad, el
único medio seguro de dominar una ciudad acostumbrada a vivir libre es destruirla.
Quien se haga dueño de una ciudad así y no la aplaste, espere a ser aplastado por ella.
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Sus rebeliones siempre tendrán por baluarte el nombre de libertad y sus antiguos
estatutos, cuyo hábito nunca podrá hacerle perder el tiempo ni los beneficios. Por mucho
que se haga y se prevea, si los habitantes no se separan ni se dispersan, nadie se
olvida de aquel nombre ni de aquellos estatutos, y a ellos inmediatamente recurren en
cualquier contingencias, como hizo Pisa luego de estar un siglo bajo cl yugo florentino.
Pero cuando las ciudades o provincias están acostumbradas a vivir bajo un principe, y
por la extinción de éste y su linaje queda vacante el gobierno, como por un lado los
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habitantes estfán habituados a obedecer y por otro no tienen a quién, y no se ponen de
acuerdo para elegir a uno de entre ellos, ni saben vivir en libertad, y por último tampoco
se deciden a tomar las armas contra el invasor, un principe puede fácilmente
conquistarlas y retenerlas. En las repúblicas, en cambio, hay más vida, más odio, más
ansias de venganza. El recuerdo de su antigua libertad no les concede, no puede
concederles un solo momento de reposo. Hasta tal punto que el mejor camino es
destruirlas o radicarse en ellas.
Capitulo VI
DE LOS PRINCIPADOS NUEVOS QUE SE ADQUIEREN CON
LAS ARMAS PROPIAS Y EL TALENTO PERSONAL
Nadie se asombre de que, al hablar de los principados de nueva creación y de
aquellos en los que sólo es nuevo el príncipe, traiga yo a colación ejemplos ilustres. Los
hombres siguen casi siempre cl carnino abierto por otros y se empeñan en imitar las
acciones de los demas. Y aunque no es posible seguir exactamente el mismo camino ni
alcanzar la perfección del modelo, todo hombre prudente debe entrar en el camino
seguido por los grandes e imitar a los que han sido excelsos, para que, si no los iguala en
virtud, por lo menos se les acerque; y hacer como los arqueros experimentados, que,
cuando tienen que dar en blanco muy lejano, y dado que conocen el alcance de su arma,
apuntan por sobre él, no para llegar a tanta altura, sino para acertar donde se lo
proponian con la ayuda de mira tan elevada.
Los principados de nueva creación, donde hay un príncipe nuevo, son más o
menos dificiles de conservar según que sea más o menos hábil el príncipe que los
adquiere. Y dado que el hecho de que un hombre se convierta de la nada en príncipe
presupone necesariamente talento o suerte, es de creer que una u otra de estas dos cosas
allana, en parte, muchas dificultades. Sin embargo, el que menos ha confiado en el azar
es siempre el que más tiempo se ha conservado en su conquista. También facilita
enormemente las cosas el que un príncipe, al no poseer otros Estados, se vea obligado a
establecerse en el que ha adquirido. Pero quiero referirme a aquellos que no se
convirtieron
en principes por cl azar, sino por sus virtudes. Y digo entonces que, entre ellos,
loa más ilustres han sido Moisés, Ciro, Rómulo, Teseo y otros no menos grandes. Y
aunque Moisés sólo fue un simple agente de la voluntad de Dios, merece, sin embargo,
nuestra admiración, siquiera sea por la gracia que lo hacia digno de hablar con Dios.
Pero también son admirables Ciro y todos los demás que han adquirido o fundado
reinos; y si iuzgamos sus hechos y su gobierno, hallaremos que no deslucen ante los de
Moisés, que tuvo tan gran preceptor. Y si nos detenemos a estudiar su vida y sus obras,
descubriremos que no deben a la fortuna sino el haberles proporcionado la ocasión
propicia, que fue el material al que ellos dieron la forma conveniente. Verdad es que, sin
esa ocasión, sus méritos de nada hubicran valido; pero también es cierto que, sin sus
méritos, era inútil que la ocasión se presentara. Fue, pues,. necesario que Moisés hallara
al pueblo de Israel esclavo y oprimido por los egipcios para que ese pueblo, ansioso de
29
salir de su sojuzgamiento, se dispusiera a seguirlo. Se hizo menester que Rómulo no
pudiese vivir en Alba y estuviera expuesto desde su nacimiento, para que llegase a ser
rey de Roma y fundador de su patria. Ciro tuvo que ver a los persas des- contentos de la
dominación de los medas, y a los medas flojos e indolentes como consecuencia de una
larga paz. No habría podido Teseo poner de manifesto sus virtudes si no hubiese sido
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testigo de la dispersión de los atenienses. Por lo tanto, estas ocasiones permiticron que
estos hombres realizaran felizmente sus designios, y, por otro lado, sus méritos
permiticron que las ocasiones rindieran provecho, con lo cual llenaron de gloria y de
dicha a sus patrias.
Los que, por caminos semejantes a los de aquéllos, se convierten en príncipes
adquieren el principado con dificultades, pero lo conservan sin sobresaltos. Las
dificultades nacen en parte de las nuevas leyes y costumbres que se ven obligados a
implantar
para fundar el Estado y proveer a su seguridad. Pues debe considerarse que no
hay nada más dificil de emprender, ni mis dudoso de hacer. triunfar, ni más peligroso de
manejar, que el introducir nuevas leyes. Se explica: el innovator se transforma en
enemigo de todos los que se beneficiaban con las leyes antiguas, y no se granjea sino la
amistad tibia de los que se beneficiarán con las nuevas. Tibieza en éstos, cuyo origen es,
por un lado, el temor a los que tienen de su parte a la legislación antigua, y por otro, la
incredulidad de los hombres, que nunca fían en las cosas nuevas hasta que ven sus
frutos. De donde resulta que, cada vez que los que son enemigos tienen oportunidad para
atacar, lo hacen enérgicamente, y aquellos otros asumen la defensa con tibieza, de modo
que se expone uno a caer con ellos. Por consiguiente, si se quiere analizar bien esta parte,
es preciso ver si esos innovadores lo son por si mismos, o si dependen de otros; es
decir, si necesitan recurrir a ta súplica para realizar su obra, o si pueden imponerla por la
fuerza. En cl primer caso, fracasan siempre, y nada queda de sus intenciones, pero
cuando sólo dependen de sí mismos y pueden actuar con la ayuda de la fuerza, entonces
rara vez dejan de conseguir sus propósitos. De donde se explica que todos los profetas
armados hayan triunfado, y fracasado todos los que no tenían armas. Hay que agregar,
además, que los pueblos son tornadizos; y que, si es fácil convencerlos de algo, es difícil
mantenerlos fieles a esa convicción, por lo cual conviene estar preparados de tal manera,
que, cuando ya no crean, se les pueda hacer creer por la fuerza. Moisés, Ciro, Teseo y
Rómulo no habrían podido hacer respetar sus estatutos durante mucho tiempo si
hubiesen estado desarmnados. Como sucedió en nuestros a Fray Jerónimo Savonarola,
que fracasó en sus innovaciones en cuanto la gente empezó a no creer en ellas, pues
se encontró con que carecía de medios tanto para mantener fieles en su creencia a los
que habian creído como para hacer creer a los incrédulos. Hay que reconocer que estos
revolucionarios tropiezan con serias dificultades, que todos los peligros surgen en su
camino y que sólo con gran valor pueden superarlos; pero vencidos los obstáculos, y una
vez que han hecho desaparecer a los que tenían envidia de sus virtudes, viven poderosos,
seguros, honrados y felices.
A tan excelsos ejemplos hay que agregar otro de menor jerarquía, pero que guarda
cierta proporción con aquéllos y que servirá para todos los de igual clase. Es el de
Hierón de Siracusa, que de simple ciudadano llegó a ser príncipe sin tener otra deuda
con el azar que la ocación; pues los siracusanos, oprimidos, lo nombraron su capitán, y
fue entonces cuando hizo méritos suficientes para que lo eligieran príncipe. Y a pesar de
no ser noble, dio pruebas de tantas virtudes, que quien ha escrito de él ha dicho: “quod
nihil illi deerat ad regnandum praeter regnum”. Licenció el antiguo ejército y creó uno
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nuevo; dejó las amistades viejas y se hizo de otras; y asi, rodeado por soldados y amigos
adictos, pudo construir sobre tales cimientos cuanto edificio quiso; y lo que tanto le
habia costado adquirir, poco le cósto conservar.
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Capitulo VII
DE LOS PRINCIPADOS NUEVOS
QUE SE ADQUIEREN CON
ARMAS Y FORTUNA DE OTROS
Los que sólo por la suerte se convierten en príncipes poco esfuerzo necesitan
para llegar a serlo, pero no se mantienen sino con muchisimo. Las dificultades no surgen
en su camino, porque tales hombres vuelan, pero se presentan una vez instalados. Me
refiero a los que compran un Estado o a los que lo obtienen como regalo, tal cual sucedió
a muchos en Grecia, en las ciudades de Jonia y del Helesponto, donde fueron hechos
príncipes por Dario a fin de que le conservasen dichas ciudades para su seguridad y
gloria; y como sucedió a muchos emperadores que llegaban al trono corrompiendo los
soldados. Estos príncipes no se sostienen sino por la voluntad y la fortuna --cosas ambas
mudables e inseguras-- de quienes los elevaron; y no saben ni pueden conserver aquella
dignidad. No saben porque, si no son hombres de talento y virtudes superiores, no es
presumible que conozean cl arte del mando, ya que han vivido siempre como simples
ciudadanos; no pueden porque carecen de fuerzas que puedan serles adictas y fieles. Por
otra parte, los Estados que nacen de pronto, como todas las cosas de la naturaleza que
brotan y crecen precozmente, no pueden tener raices ni sostenes que los defiendan del
tiempo adverso; salvo que quienes se han convertido en forma tan súibita en principes se
pongan a la altura de lo que la fortuna ha depositado en sus manos, y sepan prepararse
inmediatamente para conservarlo, y echen los cimientos que cualquier otro echa antes de
llegar al principado.
Acerca de estos dos modos de llegar a ser principe --por méritos o por suerte--,
quiero citar dos ejemplos que perduran en nuestra memoria: el de Francisco Sforza y cl
de César Borgia. Francisco, con los inedios que correspondían y con un gran talento, de
la nada se convirtió en duque de Milán, y conservó con poca fatiga lo que con mil afanes
había conquistado. En cl campo opuesto, César Borgia, llamado duque Valentino por el
vulgo, adquirió el Estado con la fortuna de su padre, y con la de éste lo perdió, a pesar de
haber empleado todos los medios imaginables y de haber hecho todo lo que un hombre
prudente y hábil debe hacer para arraigar en un Estado que se ha obtenido con armas y
apoyo ajenos. Porque, como ya he dicho, el que no coloca los cimientos con anticipación
podría colocarlos luego si tiene talento, aun con riesgo de disgustar al arquitecto y de
hacer peligrar el edificio. Si se examinan los progresos del duque, se verá que ya había
echado las bases para su futura grandeza; y creo que no es superfluo hablar de ello,
porque no sabría qué mejores consejos dar a un príncipe nuevo que el ejemplo de las
medidas tomadas por él. Que si no le dieron el resultado apetecido, no fue culpa suya,
sino producto de un extraordinario y extremado rigor de la suerte.
Para hacer poderoso al duque, su hijo, tenía Alejandro VI que luchar contra grandes
dificultades presences y futuras. En primer lugar, no veía manera de hacerlo señor de
algún Estado que no fuese de la Iglesia; y sabía, por otra parte, que ni el duque de Milán
ni los venecianos le consentirían que desmembrase los territories de la Iglesia, porque ya
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Faenza y Rímini estaban bajo la protección de los venecianos. Y después veía que los
ejércitos de Italia, y especialmente aquellos de los que hubiera podido servirse, estaban
en manos de quienes debían temer el engrandecimiento del papa; y mal podía fiarse de
tropas mandadas por los Orsini, los Colonna y sus aliados. Era, pues, necesario remover
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aquel estado de cosas y desorganizar aquellos territorios para apoderarse sin riesgos de
una parte de ellos. Lo que le fue fácil, porque los venecianos, movidos por otras razones,
habian invitado a los franceses a volver a Italia; lo cual no sólo no impidió, sino facilitó
con la disolución del primer matrimonio del rey Luis. De suerte que cl rey entró en Italia
con la ayuda de los venecianos y el consentimiento de Alejandro. Y no habia llegado aún
a Milán cuando el papa obtuvo tropas de aquél para la empresa de la Romaña, a la que
nadie se opuso gracias a la autoridad del rey. Adquirida, pues, la Romaña por el duque, y
derrotados los Colonna, se presentaban dos obstáculos que impedían conservarla y
seguir adelante. uno, sus tropas, que no le parecian adictas; el otro, la voluntad de
Francia. Temía que las tropas de los Orsini, de las cuales se había valido, le faltasen en
el momento preciso, y no sólo le impidiesen conquistar más, sino que le arrebatasen lo
conquistado; y otro tanto temía del rey. Tuvo una prueba de lo que sospechaba de los
Orsini cuando, después de la toma de Faenza, asaltó a Bolonia, en cuyas eircunstancias
los vio batirse con friaidad. En lo que respecta al rey, descubrió sus intenciones cuando,
ya dueño del ducado de Urbino, so vió obligado a renunciar a la conquista de Toscana
por su intervención. Y entonces decidió no depender más de la fortuna y las armas
ajenas. Lo primero que hizo fue debilitar a los Orsini y a los Colonna on Roma,
ganándose a su causa a cuantos nobles les eran adictos, a los cuales señaló crecidos
sueldos y honró de acuerdo con sus méritos con mandos y administraciones, de modo
que en pocos meses el afecto que tenían por aquéllos se volvió por entero hacia el duque.
Después de lo cual, y dispersado que, hubo a los Colonna, esperó la ocasión de terminar
con los Orsini. Oportunidad que se presentó bien y que él aprovechó mejor. Los Orsini,
que muy tarde habían comprendido que la grandeza del duque y de la Iglesia generaba su
ruina, celebraron una reunión en Magione, en el territorio de Perusa, de la que nacieron
la rebelión de Urbino, los tumultos de Romaña y los infinitos peligros por los cuales
atravesó el duque; pero éste supo conjurar todo con la ayuda de los franceses. Y
restaurada su autoridad, el duque, que no podía fiarse do los franceses ni de los demás
fuerzas extranjeras, y que no se atrevía a desafiarlas, recurrió a la astucia; y supo
disimular tan bien sus propósitos, que los Orsini, por intermedio del señor Paulo -a quien
el duque colmó de favores para conquistarlo, sin escatimarle dinero, trajes ni caballos-,
se reconciliaron inmediatamente, hasta tal punto, que su candidez los llevó a caer en sus
manos en Sinigaglia. Exterminados, pues, estos jefes y convertidos los partidarios de
ellos en amigos suyos, el duque tenia construidos sólidos cimientos para su poder futuro,
mixime cuando poseía toda la Romaña y el ducado de Urbino y cuando se había ganado
la buena voluntad de esos pueblos, a los cuales empezaba a gustar el bienestar de su
gobierno.
Y porque esta parte es digna de mención y de ser imitada por otros, conviene no
pasarla por alto. Cuando el duque se encontró con que la Romaña conquistada estaba
bajo el mando de señores ineptos que antes despojaban a sus súbditos que los
gobernaban, y que más les daban motivos de desunión que de unión, por lo cual se
sucedían continuamente los robos, las riñas y toda clase de desórdenes, juzgó necesario,
si se queria pacificarla y volverla dócil a la voluntad del príncipe, dotarla de un gobierno
severo. Eligió para esta misión a Ramiro de Orco, hombre cruel y expeditivo, a quien dio
plenos poderes. En poco tiempo impuso éste su autoridad, restableciendo la paz y la
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unión. Juzgó entonces el duque innecesaria tan excesiva autoridad, que podia hacerse
odiosa, y creó en el centro de la provincia, bajo la presidencia de un hombre
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virtuosísimo, un tribunal civil en el cual cada ciudadano tenia su abogado. Y como sabía
que los rigores pasados habían engendrado algún odio contra su persona, quiso
demostrar, para aplacar la animosidad de sus súbditos y atraérselos, que, si algún acto de
crueldad se habia cometido, no es debía a él, sino a la salvaje naturaleza del ministro. Y
llegada la ocasión, una mañana lo hizo exponer en la plaza de Cesena, dividido en dos
pedazos clayados en un palo y con un cuchillo cubierto de sangre al lado. La ferocidad
de semejante especticulo dejó al pueblo a la vez satisfecho y estupefacto. Pero volvamos
al punto de partida. Encontrábase el duque bastante poderoso y a cubierto en parte de
todo peligro presente, luego de haberse armado en la necesaria medida y de haber
aniquilado los ejércitos que encerraban peligro inmediato, pero le faltaba, si quería
continuar sus conquistas, obtener el respeto del rey de Francia, pues sabía que el rey,
aunque advertido tarde de su error, trataría de subsanarlo. Empezó por ello a buscarse
amistades nuevas, y a mostrarse indeciso con los franceses cuando estos se dirigieron al
reino de Nápoles para luchar contra los españoles que sitiaban a Gaeta. Y si Alejandro
hubiese vivido aún, su propósito de verse libre de ellos no habría tardado en cumplirse.
Este fue su comportamiento en lo que se refiere a los hechos presentes. En cuanto a los
futuros, tenía sobre todo que evitar que el nuevo sucesor en el Papado fuese enemigo
suyo y le quitase lo que Alejandro le habia dado. Y pensó hacerlo por cuatro medios
distintos: primero, exterminando a todos los descendientes de los señores a quienes había
despojado, para que el papa no tuviera oportunidad de restablecerlos. Segundo,
atrayéndose a todos los nobles de Roma, para oponerse, con su ayuda, a los designios del
papa. Tercero, reduciendo el Colegio a su voluntad, hasta donde pudiese. Cuarto,
adquiriendo tanto poder, antes que el papa muriese, que pudiera por sí mismo resistir un
primer ataque. De estas cuatro cosas, ya había realizado tres a la muerte de Alejandro, la
cuarta estaba concluida. Porque señores despojados mató a cuantos pudo alcanzar, y
muy pocos se salvaron; y contaba con nobles romanos ganados a su causa; y en el
Colegio gozaba de gran influencia. Y por lo que toca a las nuevas conquistas, tramaba
apoderarse de Toscana, de la cual ya poseía a Perusa y Piombino, aparte de Pisa, que se
habia puesto bajo su protección. Y en cuanto no tuviese que guardar mis miramientos
con los franceses (que de hecho no tenia por qué guardárselos, puesto que ya los
franceses habían sido despojados del Reino por los españoles, y que unos y otros
necesitaban comprar su amistad), se echaría sobre Pisa. Después de lo cual Luca y Siena
no tardarían en ceder, primero por odio contra los florentinos, y después por miedo al
duque; y los florentinos nada podrían hacer. Si hubiese logrado esto (aunque fuera el
mismo año de la muerte de Alejandro), habría adquirido tanto poder y tanta autoridad,
que se hubiera sostenido por sí solo, y no habría dependido más de la fortuna ni de las
fuerzas ajenas, sino de su poder y de sus méritos.
Pero Alejandro murió cinco años después de que el hijo empezara a desenvainar la
espada. Lo dejaban con tan sólo un Estado afianzado: el de Romaña, y con todos los
demás en el aire, entre dos poderesos ejércitos enemigos, y enfermo de muerte. Pero
habia en el duque tanto vigor de alma y de cuerpo, tan bien sabía cómo se gana y se
pierde a los hombres, y los cimientos que echara en tan poco tiempo eran tan sólidos,
que, a no haber tenido dos ejércitos que lo rodeaban, o simplemente a haber estado sano,
se hubiese sostenido contra todas las dificultades. Y si los cimientos de su poder eran
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seguros o no, se vio en seguida, pues la Romaña lo esperó más de un mes: y, aunque
estaba medio muerto, nada se intentó contra él, a pesar de que los Baglioni, los Vitelli y
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los Orsini habian ido alli con ese propósito; y si no hizo papa a quien quería, obtuvo por
lo menos que no lo fuera quien él no queria que lo fuese. Pero todo le hubiese sido fácil
a no haber estado enfermo a la muerte de Alejandro. El mismo me dijo, el dia en que
elegido Julio II, que habia previsto todo lo que podía suceder a la muerte de su padre, y
para todo preparado remedio; pero que nunca había pensado que en semejante
circunstancia él mismo podía hallarse moribundo.
No puedo, pues, censurar ninguno de los actos del duque; per el contrario, me parece
que deben imitarlos todos aquellos que llegan al trono mediante la fortuna y las armas
ajenas. Porque no es posible conducirse de otro modo cuando se tienen tanto valor y
tanta ambición. Y si sus propósitos no se realizaron, tan sólo fue por su enfermedad y
por la brevedad de la vida de Alejandro. El príncipe nuevo que crea necesario defenderse
de enemigos, conquistar amigos, vencer por la fuerza o por el fraude, hacerse amar o
temer de los habitantes, respetar y obedecer por los soldades, matar a los que puedan
perjudicarlo, reemplazar con nuevas las leyes antiguas, ser severo y amable, magnánimo
y liberal, disolver las milicias infieles, crear nuevas, conserver la amistad de reyes y
príncipes de modo que lo favorezcan de buen grado o lo ataquen con recelos; el que
juzgue indispensable hacer todo esto, digo, no puede hallar ejemplos más recientes que
los actos del duque. Sólo se lo puede criticar en lo que respecta a la elección del nuevo
pontifice, porque, si bien no podía hacer nombrar a un papa adicto, podía impedir que lo
fuese este o aquel de los cardenales, y nunea debió consentir en que fuera elevado al
Pontificado alguno de los cardenales a quienes había ofendido o de aquellos que, una vez
papas, tuviesen que temerle. Pues los hombres ofenden por miedo o por odio. Aquellos a
quienes había ofendido eran, entre otros, el cardenal de San Pedro, Advíncula, Colonna,
San Jorge y Ascanio; todos los demás, si llegados al solio, debían temerle, salvo el
cardenal de Ambaise dado su poder, que nacía del de Francia, y los españoles ligados a
él por alianza y obligaciones reciprocas. Por consiguiente, el duque debía tratar ante todo
de ungir papa a un español, y, a no serle posible, aceptar al cardenal de Arnboise antes
que el de San Pedro Advíncula. Pues se engaña quien cree que entre personas eminentes
los beneficios nuevos hacen olvidar las ofensas antiguas. Se equivocó el. duque en esta
elección, causa última de su definitive ruina.
Capitulo VIII
DE LOS QUE LLEGARON AL
PRINCIPADO MEDIANTE
CRIMENES
Pero puesto que hay otros dos modos de llegar a principe que no se pueden atribuir
enteramente a la fortuna o a la virtud, corresponde no pasarlos por alto, aunque sobre
ellos se discurra con más detenimiento donde se trata de las repúblicas. Me refiero,
primero, al caso en que se asciende al principado por un camino de perversidades y
delitos; y después, al caso en que se llega a ser príncipe por el favor de los
conciudadanos. Con dos ejemplos, uno antiguo y otro contemporeánno, ilustraró el
primero de estos modos, sin entrar a profundizar demasiado en la cuestión, porque creo
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que bastan para los que se hallan en la necesidad de imitarlos.
El siciliano Agátocles, hombre no só1o de condición oscura, sino baja y abyecta, se
convirtió en rey de Siracusa. Hijo de un alfarero, llevó una conducta reprochable en
todos los períodos de su vida; sin embargo, acompafió siempre sus maldades con tanto
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ánimo y tanto vigor fisico que entrado en la milicia llegó a ser, ascendiendo grado por
grado, pretor de Siracusa. Una vez elevado a esta dignidad, quiso ser principe y obtener
por la violencia, sin debérselo a nadie, lo que de buen grado le hubiera sido concedido.
Se puso de acuerdo con cl cartaginés Amílcar, que se hallaba con sus ejércitos en Sicilia,
y una mañana reunió al pueblo y al Senado, como si tuviese que deliberar sobre cosas
relacionadas con la república, y a una señal convenida sus soldados mataron a todos los
senadores y a los ciudadanos mis ricos de Siracusa. Ocupó entonces y supo conservar
como principe aquella ciudad, sin que se encendiera ninguna guerra civil por su causa.
Y aunque los cart.tgineses lo sitiaron dos veces y lo derrotaron por último, no sólo pudo
defender la ciudad, sino que, dejando parte de sus tropas para que contuvieran a los
sitidores, con cl resto invadió el Africa; y en poco tiempo levantó el sitio de Siracusa y
puso a los cartagineses en tales aprietos, que se vieron obligados a pactar con él, a
conformarse con sus posesiones del Africa y a dejarle la Sicilia. Quien estudie, pues, las
acciones de Agátocles y juzgue sus méritos muy poco o nada encontrará que pueda
atribuir a la suerte; no adquirió la soberania por el favor de nadie, como he dicho más
arriba, sino merced a sus grados militares, que se había ganado a costa de mil sacrificios
y peligros; y se mantuvo en mérito a sus enérgicas y temerarias medidas. Verdad que no
se puede llamar virtud el matar a los conciudadanos, el traicionar a los amigos y el
carecer de fe, de piedad y de religion, con cuyos medios se puede adquirir poder, pero no
gloria. Pero si se examinan el valor de Agátocles al arrastrar y salir triunfante de los
peligros y su grandeza de alma para soportar y vencer los acontecimientos adversos, no
se explica uno por qué tiene que ser considerado inferior a los capitanes más famosos.
Sin embargo, su falta de humanidad, sus crueldades y maldades sin número, no
consienten que se lo coloque entre los hombres ilustres. No se puede, pues, atribuir a la
fortuna o a la virtud lo que consiguió sin la ayuda de una ni de la otra.
En nuestros tiempos, bajo el papa Alejandro VI, Oliverotto da Fermo, huérfano
desde corta edad, fue educado por uno de sus tios maternos, llamado Juan Fogliani, y
confiado después, en su primera juventud, a Pablo Vitelli, a fin de que llegase, gracias a
sus ensceñanzas, a ocupar un grado elevado en las armas. Muerto Pablo, pasó a militar
bajo Vitellozzo, su hermano., y en poco tiempo, como era inteligente y de espíritu y
cuerpo gallardos, se convirtió en el primer hombre de su ejéreito. Pero como le pareció
indigno servir a los demás, pensó apoderarse de Fermo con el consentimiento de
Vitellozzo y la ayuda de algunos habitantes de la ciudad a quienes era más cara la
esclavitud que la libertad de su patria. Escribió a Juan Fogliani diciéndole que, luego de
tantos años de ausencia, deseaba ver de nuevo a su patria y a él, y, en parte, también
conocer el estado de su patrimonio; y que, como no se había fatigado sino por conquistar
gloria, quería, para demostrar a sus compatriotas que no habia perdido el tiempo, entrar
con todos los honores y acompañado por cien caballeros, amigos y servidores suyos.
Rogábale, pues, que tratase de que los ciudadanos de Fermo lo acogiesen de un modo
honroso, que con ello no sólo lo hoitraba a él, sino que se honraba a sí mismo, ya que
habia sido su maestro. No olvidó Juan ninguno de los honores debidos a su sobrino, y lo
hizo recibir dignamente por los ciudadanos de Fermo, en cuyas casas se alojó con su
comitiva. Transcurridos algunos dias, y preparado todo cuanto era necesario para su
premeditado crimen, Oliverotto dio un banquete solemne al que invitó a Juan Fogliani y
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a los principales hombres de Ferno. Después de consumir los manjares y de concluir con
los entretenimientos que son de use en tales ocasiones, Oliverotto, deliberadamente, hizo
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recaer la conversación, dando ciertos peligrosos argumentos, sobre la grandeza y los
actos del papa Alejandro y de César, su hijo; y come a esos argumentos contestaron Juan
y los otros, se levantó de pronto diciendo que convenéa hablar de semejantes temas en
lugar más seguro, y se retiró a una habitación a la cual lo siguieron Juan y los demás
ciudadanos. Y aún éstos no habian tomado asiento cuando de algunos escondrijos
salieron soldados que dieron muerte a Juan y a todos los demás. Consumado el crimen,
montó Oliverotto a caballo, atravesó la ciudad y sitió en su palacio al magistrado
supremo. Los ciudadanos no tuvieron entonces más remedio que someterse y constituir
un gobierno del cual Oliverotto se hizo nombrar jefe. Muertos todos los que hubieran
podido significar un peligro para él, se preocupó por reforzar su poder con nuevas leyes
civiles y militares, de manera que, durante el año que gobernó, no sólo estuvo seguro en
Fermo, sino que se hizo temer por todos los vecinos. Y habría sido tan dificil de derrocar
como Agátocles si no se hubiese dejado engañar por César Borgia y prender, junto con
los Orsini y los Vitelli, en Sinigaglia, donde, un año después de su parricidio, fue
estrangulado en compañia de Vitellozzo, su maestro en hazañas y crimenes.
Podría alguien preguntarse a qué se debe que, mientras Agátocles y otros de su
calaña, a pesar de sus traiciones y rigores sin número, pudieron vivir durante mucho
tiempo y a cubierto de su patria, sin temer conspiraciones, y pudieron a la vez defenderse
de los enemigos de afuera, otros, en cambio, no sólo mediante medidas tan extremas no
lograron conserver su Estado en épocas dudosas de guerra, sino tampoco en tiempos de
paz. Creo que depende del bueno o mal uso que se hace de la crueldad. Llamaría bien
empleadas a las crueldades (si a lo malo se lo puede llamar bueno) cuando se aplican de
una sola vez por absoluta necesidad de asegurarse, y cuando no se insiste en ellas, sino,
por el contrario, se trata de que las primeras se vuelvan todo lo beneficiosas posible para
los súbditos. Mal empleadas son las que, aunque poco graves al principio, con el tiempo
antes crecen que se extinguen. Los que observan el primero de estos procedimientos
pueden, como Agátocles, con ]a ayuda de Dios y de los hombres, poner, algún remedio a
su situación, los otros es imposible que se conserven en sus Estados. De donde se
concluye que, al apoderarse de un Estado, todo usurpador debe reflexionar sobre los
crimenes que le es preciso cometer, y ejecutarlos todos a la vez, para que no tenga que
renovarlos dia a dia y, al no verse en esa necesidad, pueda conquistar a los hombres a
fuerza de beneficios. Quien procede de otra mancra, por timidez o por haber sido mal
aconsejado, se ve siempre obligado a estar con el cuchillo en la mano, y mal puede
contar con súbditos a quienes sus ofensas continuas y todavia recientes llenan de
descoufianza. Porque las ofensas deben inferirse de una sola vez para que, durando
menos, hieran menos; mientras que los beneficios deben proporcionarse poco a poco, a
fin de que se saboreen mejor. Y, sobre todas las cosas, un príncipe vivirá con sus
súbditos de manera tal, que ningún acontecimiento, favorable o adverso, lo haga variar;
pues la necesidad que se presenta en los tiempos difíciles y que no se ha previsto, tú no
puedes remediarla; y el bien que tú hagas ahora de nada sirve ni nadie te lo agradece,
porque se considera hecho a la fuerza.
Capitulo IX
DEL PRINCIPADO CIVIL
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Trataremos ahora del segundo caso: aquel en que un ciudadano. no por crimenes ni
violencia. sino gracias al favor de sus compatriotas, se convierte en príncipe. El Estado
así constituido puede llamarse principado civil. El llegar a él no depende por completo
de los méritos o de la suerte; depende, más bien, de una cierta habilidad propiciada por
la fortuna, y que necesita, o bien del apoyo del pueblo, o bien del de los nobles. Porque
en toda ciudad se encuentran estas dos fuerzas contrarias, una de las cuales lucha por
mandar y oprimir a la otra, que no quiere ser mandada ni oprimida. Y del choque de las
dos corrientes surge uno de estos tres efectos. o principado, o libertad, o licencia.
El principado pueden implantarlo tanto el pueblo como los nobles, según que la
ocasión se presente a uno o a otros. Los nobles, cuando comprueban que no pueden
resistir al pueblo, concentran toda la autoridad en uno de ellos y lo hacen príncipe, para
poder, a su sombra, dar rienda sucita a sus apetitos. El pueblo, cuando a su vez
comprueba que no puede hacer frente a los grandes, cede su autoridad a uno y lo hace
príncipe para que lo defienda. Pero el que llega al principado con la ayuda de los nobles
se mantiene con más dificultad que el que ha llegado mediante el apoyo del pueblo,
porque los que lo rodean se consideran sus iguales, y en tal caso se le hace difícil
mandarlos y manejarlos como quisiera. Mientras que el que llega por el favor popular es
única autoridad, y no tiene en derredor a nadie o casi nadie que no esté dispuesto a
obedecer. Por otra parte, no puede honradamente satisfacer a los grandes sin lesionar a
los demás; pero, en cambio, puede satisfacer al pueblo, porque la la finalidad del pueblo
es más honesta que la de los grandes, queriendo éstos oprimir, y aquél no ser oprimido.
Agréguese a esto que un príncipe jamás podrá dominar a un pueblo cuando lo tenga
por enemigo, porque son muchos los que lo forman; a los nobles, como se trata de pocos,
le será fácil. Lo peor que un principe puede esperar de un pueblo que no lo ame es el ser
abandonado por él; de los nobles, si los tiene por enemigos, no sólo debe temer que lo
abandonen, sino que se rebelen contra él; pues, más astutos y clarividentes, siempre
están a tiempo para ponerse en salvo, a la vez que no dejan nunca de congratularse con
el que esperan resultará vencedor. Por último, es una necesidad para el principe vivir
siempre con el mismo pueblo, pero no con los mismos nobles, supuesto que puede crear
nuevos o deshacerse de los que tenía, y quitarles o concederles autoridad a capricho.
Para aclarar mejor esta parte en lo que se refiere a los grandes, digo que se deben
considerar en dos aspectos principales: o proceden de tal rnanera que se unen por
completo a su suerte, o no. A aquellos que se unen y no son rapaces, se les debe honrar y
amar; a aquellos que no se unen, se les tiene que considerar de dos maneras: si hacen
esto por pusilanimidad y defecto natural del ánimo, entonces tú debes servirte en
especial de aquellos que son de buen criterio, porque en la prosperidad te honrarán y en
la adversidad no son de temer, pero cuando no se unen sino por cálculo y por ambición,
es señal de que piensan más en sí mismos que en ti, y de ellos se debe cuidar cl príncipe
y temerles como si se tratase de enemigos declarados, porque esperarán la
adversidad para contribuir a su ruina.
El que llegue a príncipe mediante el favor del pueblo debe esforzarse en conservar su
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afecto, cosa fácil, pues el pueblo sólo pide no ser oprimido. Pero el que se convierta en
príncipe por el favor do los nobles y contra el puebio procederá bien si so empeña ante
todo en conquistarlo, lo que sólo le será fácil si lo toma bajo su protección. Y dado que
los hombres se sienten más agradecidos cuando reciben bien de quien sólo esperaban
mal, se somete el pueblo más a su bienhcehor que si lo hubiese conducido al principado
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por su voluntad. El príncipe puede ganarse a su pueblo do muchas maneras, que no
mencionaré porque es impossible dar reglas fijas sobre algo que varía tanto según las
circunstancias. Insistiré tan sólo on que un príncipe necesita contar con la amistad del
pueblo, pues de lo contrario no tiene remedio en la adversidad.
Nabis, príncipe de los espartanos, resistió el ataque de toda Grecia y de un ejército
romano invicto, y le bastó, surgido el peligro, asegurarse de muy pocos para defender
contra aquéllos su patria y su Estado, que si hubiese tenido por enemigo al pueblo, no le
bastara. Y que no so pretenda desmentir mi opinión con el gastado proverbio de que
quien confia en el pueblo edifica sobre arena; porque el proverbio sólo es verdadero
cuando se trata do un simple ciudadano que confía en cl pueblo como si el pueblo
tuviese el deber de liberarlo cuando los enemigos o las autoridades lo oprimen. Quien así
lo interpretara se engañaría a menudo, como los Gracos en Roma y Jorge Scali en
Florencia. Pero si es un príncipe quien confía on é1, y un príncipe valiente que sabe
mandar, que no se acobarda en la adversidad y mantiene con su ánimo y sus medidas el
ánimo de todo su pueblo, no só1o no se verá nunca defraudado, sino que se felicitará de
haber depositado on é1 su confianza.
Estos principados peligran, por lo general, cuando quieren pasar de principado civil a
principado absoluto; pues estos príncipes gobiernan por sí mismos o por intermedio de
magistrados. En cl último caso, su permanencia es más insegura y peligrosa, porque
depende de la voluntad de los ciudadanos que ocupan el cargo de magistrados, los
cuales, y sobre todo en, épocas adversas, pueden arrebatarle muy fácilmente el poder,
ya dejando de obedecerle, ya sublevando al puebio contra ellos. Y el príncipe, rodeado
de peligros, no tiene tiempo para asumir la autoridad absoluta, ya que los ciudadanos y
los súbditos, acostumbrados a recibir órdenes nada más que de los magistrados, no están
en semejantes trances dispuestos a obedecer las suyas. Y no encontrará nunca, en los
tiempos dudosos, gentes en quien poder confiar, puesto que tales príncipes no pueden
tomar como ejemplo lo que sucede en tiempos normales, cuando los ciudadanos tienen
necesidad del Estado, y corren y prometen y quieren morir por él, porque la muerte está
lejana; pero en los tiempos adversos, cuando el Estado tiene necesidad de losciudadanos,
hay pocos que quieran acudir en su ayuda. Y esta experiencia es tanto más peligrosa
cuanto que no puede intentarse sino una vez. Por ello, un príncipe hábil debe hallar una
manera por la cual sus ciudadanos siempre y en toda ocasión tengan necesidad del
Estado y de él. Y asi le serán siempre fieles.
Capitulo X
COMO DEBEN MEDIRSE LAS
FUERZAS DE TODOS
LOS PRINCIPADOS
Conviene, al examinar la naturaleza de estos principados, hacer una consideración
más, a saber; si un príncipe posee un Estado tal que pueda, en caso necesario, sostenerse
por sí misma, o sí tiene, en tal caso, que recurrir a la ayuda de otros. Y para aclarar mejor
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este punto, digo que considero capaces de poder sostenerse por sí mismos a los que, o
por abundancia de hombres o de dinero, pueden levantar un ejército respetable y
presentar batalla a quien quiera que se atreva a atacarlos; y considero que tienen siempre
necesidad de otros a los que no pueden presentar batalla al enemigo en campo abierto,
sino que se ven obligados a refugiarse dentro de sus muros para defenderlos. Del primer
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caso ya se ha hablado, y se agregará más adelante lo que sea oportuno. Del segundo caso
no se puede decir nada, salvo aconsejar a los príncipes que fortifiquen y abastezcan la
ciudad en que residen y que se despreocupen de la campaña. Quien tenga bien fortificada
su ciudad, y con respecto a sus súbditos se haya conducido de acuerdo con lo ya
expuesto y con lo que expondré más adelante, dificilmente será asaltado; porque los
hombres son enemigos de las empresas demasiado arriesgadas, y no puede reputarse por
fácil el asalto a alguien que tiene su ciudad bien fortificada y no es odiado por el pueblo.
Las ciudades de Alemania son libérrimas; tienen poca campaña, y obedecen al emperador
cuando les place, pues no le temen, asi como no temen a ninguno de los poderosos
que las rodean. La razón es simple: están tan bien fortificadas que no puede menos de
pensarse que el asedio sería arduo y prolongado. Tienen muros y fosos adecuados, tanta
artilleria como necesitan, y guardan en sus almacenes lo necesario para beber, comer y
encender fuego durante un año; aparte de lo cual, y para poder mantener a los obreros sin
que ello sea una carga para el erario público, disponen siempre de trabaio para un año en
esas obras que son el nervio y la vida de la ciudad. Por último, tienen en alta estima los
ejercicios militares, que reglamentan con infinidad de ordenanzas.
Un príncipe, pues, que gobierne una plaza fuerte, y a quien el pueblo no odie, no
puede ser atacado; pero si lo fuese, el atacante se vería obligado a retirarse sin gloria,
porque son tan variables las cosas de este mundo que es impossible que alguien
permanezca con sus ejércitos un año sitiando ociosamente una ciudad. Y al que me
pregunte si el pueblo tendrí paciencia, y el largo asedio y su propio interés no le harán
olvidar al príncipe, contesto que un príncipe poderoso y valiente superará siempre estas
dificultades, ya dando esperanzas a sus súbditos de que el mal no durará mucho, ya
infundiéndoles terror con la amenaza de las vejaciones del enemigo, o ya asegurándose
diestramente de los que le parezcan demasiado osados. Añadiremos a esto que es muy
probable que el enemigo devaste y saquee la comarca a su llegada, que es cuando los
ánimos están mis caldeados y más dispuestos a la defensa; momento propicio para
imponerse, porque, pasados algunos dias, cuando los ánimos se hayan enfriado, los
daños estarán hechos, las desgracias se habrán sufrido y no quedará ya remedio alguno.
Los súbditos so unen por ello más estrechamente a su príncipe, como si el haber sido
incendiadas sus casas y devastadas sus posesiones en defensa del señor obligará a éste a
protegerlos. Está en la naturaleza de los hombres el quedar reconocidos lo mismo por los
beneficios que hacen que por los que reciben. De donde, si se considera bien todo, no
sorá difícil a un príncipe sabio mantener firme el ánimo de sus ciudadanos durante el
asedio, siempre y cuando no carezean de víveres ni de medios de la defensa.
Capitulo XI
DE LOS PRINCIPADOS
ECLESIASTICOS
Sólo nos resta discurrir sobre los principados eclesiásticos, respecto a los cuales
todas las dificultades existen antes de poseerlos, pues se adquieren o por valor o por
suerte, y se conservan sin el uno ni la otra, dado que se apoyan en antiguas instituciones
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religiosas que son tan potentes y de tal calidad, que mantienen a sus príncipes en el
poder sea cual fuere el modo en que éstos procedan y vivan.
Estos son los únicos que tienen Estados y no los defienden; súbditos, y no los
gobiernan. Y los Estados, a pesar de hallarse indefensos, no les son arrebatados, y los
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súbditos, a pasar de carecer de gobierno, no se preocupan, ni piensan, ni podrían
sustraerse a su soberania. Son, por consiguiente, los (únicos principados seguros y
felices. Pero como están regidos por leyes superiores, inasequibles a la mente humana, y
como han sido inspirados por cl Señor, sería oficio de hombre presuntuoso y temerario el
pretender hablar de ellos. Sin embargo, si alguien me preguntase a qué se debe que la
Iglesia haya llegado a adquirir tanto poder temporal, ya que antes de Alejandro, no só1o
las potencias italianas, sino hasta los nobles y señores de menor importancia respetaban
muy poco su fuerza temporal, mientras que ahora ha hecho temblar a un rey de Francia y
aun pudo arrojarlo de Italia, y ha arruinado a los venecianos, no consideraría inútil
recordar las circunstancias, aunque sean bastante conocidas.
Antes que Carlos, rey de Francia, entrase en Italia, esta provincia estaba bajo la
dominación del papa, de los venecianos, del rey de Nápoles, del duque de Milán y de los
florentinos. Estas potencias debían tener dos cuidados principales: evitar que un ejército
extranjero invadiese a Italia y procurar que ninguna de ellas preponderara. Los que
despertaban más recelos eran los venecianos y el papa. Para contener a aquéllos era
necesaria una coalición de todas las demás potencias, como se hizo para la defensa de
Ferrara. Para contener al papa, bastaban los nobles romanos, que, divididos en dos
facciones, los Orsini y los Colonna, disputaban continuamente y acudían a las armas a la
vista misma del pontifice, con lo cual la Santa Sede estaba siempre débil y vacilante. Y
aunque alguna vez surgiese un papa enérgico, como lo fue Sixto, ni la suerte ni la
experiencia pudieron servirle jamás de manera decisiva, a causa de la brevedad de su
vida, pues los diez años que, como término medio, vive un papa bastaban apenas para
debilitar una de las facciones. Y si, por ejemplo, un papa había casi conseguido
exterminar a los Colonna, resurgian éstos bajo otro enemigo de los Orsini, a quienes
tampoco había tiempo para hacer desaparecer por completo; por todo lo cual las fuerzas
temporales del papa eran poco temidas en Italia. Vino por fin Alejandro VI y probó,
como nunca lo había probado ningún pontifice, de cuánto era capaz un papa con fuerzas
y dinero; pues tomando al duque Valentino por instrurnento, y la llegada de los franceses
como motivo, hizo todas esas cosas que he contado al hablar sobre las actividades del
duque. Y aunque su propósito no fue engrandecer a la Iglesia, sino al duque, no es
menos cierto que lo que realizó redundó en beneficio de la Iglesia, la cual, después de su
muerte y de la del duque, fue heredera de sus fatigas. Lo sucedió el papa Julio, quien,
con una Iglesia engrandecida y dueña de toda la Romaña, con los nobles romanos
dispersos por las persecuciones de Alejandro, y abierto el camino para procurarse dinero,
cosa que nunca había ocurrido antes de Alejandro, no sólo mantuvo las conquistas de su
predecesor, sino que las acrecentó; y después de proponerse la adquisición de Bolonia, la
ruina de los venecianos y la expulsion de los franceses de Italia. lo llevó a cabo con tanta
más gloria cuando que lo hizo para engrandecer la Iglesia y no a ningún hombre. Dejó
las facciones Orsini y Colonna en el mismo estado en que las encontró., y aunque ambas
tuvieron jefes capaces de rebelarse, se quedaron quietas por dos razones: primero, por la
grandeza de la Iglesia, que los atemorizaba, y después, por carecer de cardenales que
perteneciesen a sus partidos, origen siempre de discordia entre ellos. Que de nuevo se
repetirán toda vez que tengan cardenales que los representen, pues éstos fomentan dentro
y fuera de Roma la creación de partidos que los nobles de una y otra familia se ven
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obligados a apoyar. Por lo cual cabe decir que las disensiones y disputas entre los nobles
son originadas por la ambición de los prelados. Ha hallado, pues, Su Santidad el papa
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León una Iglesia potentísima; y se puede esperar que asi como aquéllos la hicieron
grande por las armas, éste la hará aún más poderosa y venerable por su bondad y sus mil
otras virtudes.
Capitulo XII
DE LAS DISTINTAS CLASES DE
MILICIAS Y DE LOS SOLDADOS
MERCENARIOS
Después de haber discurrido detalladamente sobre la naturaleza de los principados de
los cuales me habia propuesto tratar, y de haber señalado en parte las causas de su
prosperidad o ruina y los medios con que muchos quisieron adquirirlos y conservarlos,
réstame ahora hablar de las formas de ataque y defensa que pueden ser necesarias en
cada uno de los Estados a que me he referido.
Ya he explicado antes cómo es preciso que un príncipe eche los cimientos de su
poder, porque, de lo contrario, fracasaría inevitablemente. Y los cimientos
indispensables a todos los Estados, nuevos, antiguos o mixtos, son las buenas leyes y las
buenas tropas; y come aquéllas nada pueden donde faltan éstas, y come allí donde hay
buenas tropas por fuerza ha de haber buenas leyes, pasaré por alto las leyes y hablaré de
las tropas.
Digo, pues, que las tropas con que un príncipe defiende sus Estados son propias,
mercenarias, auxiliares o mixtas. Las mercenarias y auxiliares son inútiles y peligrosas;
y el príncipe cuyo gobierno descanse en soldados mercenarios no estará nunca seguro ni
tranquilo, porque están desunidos, porque son ambiciosos, desleales, valientes entre los
amigos, pero cobardes cuando se encuentran frente a los enemigos; porque no tienen
disciplina, como tienen temor de Dies ni buena fe con los hombres; de modo que no se
difiere la ruina sino mientras se difiere la ruptura; y ya durante la paz despojan a su
príncipe tanto como los enemigos durante la guerra, pues no tienen otro amor ni otro
motivo que los lleve a la batalla que la paga del príncipe, la cual, por otra parte, no es
suficiente para que deseen morir per él. Quieren ser sus soldados mientras el príncipe no
hace la guerra; pero en cuanto la guerra sobreviene, o huyen o piden la baja. Poco me
costaría probar esto, pues la ruina actual de Italia no ha sido causada sino por la
confianza depositada durante muchos años en las tropas mercenarias, que hicieron al
principio, y gracias a ciertos jefes, algunos progresos que les dieron fama de bravas; pero
que demostraron lo que valían en cuanto aparecieron a la vista ejércitos extranjeros. De
tal suerte que Carlos, rey de Francia, se apoderó de Italia con un trozo de tiza. Y los que
afirman que la culpa la tenian nuestros pecados, decían la verdad, aunque no se trataba
de los pecados que imaginaban, sino de los que he expuesto. Y como estos pecados los
cometieron los príncipes, sobre ellos recayó el castigo.
Quiero dejar mejor demostrada la ineficacia de estos ejércitos. Los capitanes
merecnarios o son hombres de mérito o no lo son; no se puede confiar en ellos si lo son
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porque aspirarán siempre a forjar su propia grandeza, ya tratando de someter al príncipe
su señor, ya tratando de oprimir a otros al margen de los designios del príncipe; y mucho
menos si no lo son, pues con toda seguridad llevarán al príncipe a la ruina Y a quien
objetara que esto podría hacerlo cualquiera, mercenario o no, replicaría con lo siguiente:
que un principado o una república deben tener sus milicias propias; que, en un
principado. el píincipe debe dirigir las milicias en persona y hacer el oficio de capitán; y
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en las repúblicas, un ciudadano; y si el ciudadano nombrado no es apto, se lo debe
cambiar; y si es capaz para el puesto, sujetarlo por medio de leyes. La experiencia
enseña que sólo los príncipes y repúblicas armadas pueden hacer grandes progresos, y
que las armas mercenarias sólo acarrean daños. Y es mas dificil que un ciudadano
someta a una república que está armada con armas propias que una armada con armas
extranjeras.
Roma y Esparta se conservaron libres durante muchos siglos porque estaban
armadas. Los suizos son muy libres porque disponen de armas propias. De las armas
mercenaries de la antigüedad son un ejemplo los cartagineses, los cuales estuvieron a
punto de ser sometidos por sus tropas mercenarias, después de la primera guerra con los
romanos, a pesar de que los cartagineses tenían por jefes a sus mismos conciudadanos.
Filipo de Macedonia, nombrado capitán de los tebanos a la muerte de Epaminondas, les
quitó la libertad después de la victoria. Los milaneses, muerto el duque Felipe, tomaron a
sueldo a Francisco Sforza para combatir a los venecianos; y Sforza venció al enemigo en
Caravaggio y se alió después con él para sojuzgar a los milaneses, sus amos. El padre de
Francisco Sforza, estando at servicio de la reina Juana de Nápoles, la abandonó
inesperadamente;
y ella, al quedar sin tropas que la defendiesen, se vio obligada, para no perder
el reino, a entregarse en manos del rey de Aragón. Y si los florentinos y venecianos
extendieron sus dominios gracias a esas milicias, y si sus capitanes los defendieron en
vez de someterlos, se debe exclusivamente a la suerte; porque de aquellos capitales a los
que podían temer, unos no vencieron nunca, otros encontraron oposición y los (útimos
orientaron sus ambiciones hacia otra parte. En el número de los primeros se contó Juan
Aucut, cuya fidelidad mal podia conocerse cuando nunca obtuvo una victoria., pero
nadie dejará de reconocer que, si hubiese triunfado, quedaban los florentinos librados a
su discreción. Francisco Sforza tuvo siempre por adversario a los Bracceschi, y se
vigilaron mutuamente; al fin, Francisco volvió sus miras hacia la Lombardía, y Braccio
hacia la Iglesia y el reino de Nápoles.
Pero atendamos a lo que ha sucedido hace poco tiempo. Los florentinos nombraron
capitán de sus milicias a Pablo Vitelli, varón muy prudente que, de condición modesta,
había llegado a adquirir gran fama. A haber tomado a Pisa, los florentinos se hubiesen
visto obligados a sostenerlo, porque estaban perdidos si se pasaba a los enemigos, y si
hubieran querido que se quedara, habrían debido obedecerle. Si se consideran los
procedimientos de los venecianos, se verá que obraron con seguridad y gloria mientras
hicieron la guerra con sus propios soldados, lo que sucedió antes que tentaran la suerte
en tierra firme, cuando contaban con nobles y plebeyos que defendían lo suyo; pero
bastó que empezaran a combatir en tierra firme para que dejaran aquella virtud y
adoptaran las costumbres del resto de Italia. AI principio de sus empresas por tierra
firme, nada tenían que temer de sus capitanes, asi por lo reducido del Estado como por la
gran reputación de que gozaban; pero cuando bajo Carmagnola el territorio se fue
ensanchando, notaron el error en que habian caído. Porque viendo que aquel hombre,
cuya capacidad conocian después de haber derrotado al duque de Milán, hacia la guerra
con tanta tibieza, comprendieron que ya nada podía esperarse de él, puesto que no lo
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quería; y dado que no podian licenciarlo, pues perdían lo que habian conquistado, no les
quedaba otro recurso, para vivir seguros, que matarlo. Tuvieron luego por capitanes a
Bartolomé de Bérgamo, a Roberto de San Severino, al conde de Pitigliano y a otros de
quienes no tenian que temer las victorias, sino las derrotas, como les sucedió luego en
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Vaili, donde en un dia perdieron lo que con tanto esfuerzo habían conquistado en
ochocientos años. Porque estas milicias, o traen lentas, tardías y mezquinas
adquisiciones, o súbitas y fabulosas pérdidas.
Y ya que estos ejemplos me han conducido a referirme a Italia, estudiemos la historia
de las tropas mercenarias que durante tantos años la gobernaron, y remontámonos a los
tiempos más antiguos, para que, vistos su origen y sus progresos, puedan corregirse
mejor los errores.
Es de saber que, en épocas no recientes, cuando el emperador empezo a ser arrojado
de Italia y el poder temporal del papa acrecentarse, Italia se dividió en gran número de
Estados; porque muchas de las grandes ciudades tomaron las armas contra sus señores,
que, favorecidos antes por el emperador, las tenían avasalladas; y el papa, para
beneficiarse, ayudó en cuanto pudo a esas rebeliones. De donde Italia pasó casi por
entero a las manos de la Iglesia y de varias repúblicas -pues algunas de las ciudades
habían
nombrado príncipes a sus ciudadanos--; y como estos sacerdotes y estos ciudadanos
no conocían el arte de la guerra, empezaron a tomar extranjeros a sueldo. El primero que
dio reputación a estas milicias fue Alberico de Conio, de la Romaña, a cuya escuela
pertenceen, entre otros, Braccio y Sforza, que en sus tiempos fueron árbitros de Italia.
Tras ellos vinieron todos los que hasta nuestros tiempos han dirigido esas tropas. Y el
resultado de su virtud lo hallamos en esto: que Italia fue recorrida libremente por Carlos,
saqueada por Luis, violada por Fernando e insultada por los suizos. El. método que estos
capitanes siguieron para adquirir reputación fue primero el de quitarle importancia a la
infantería. Y lo hicieron porque, no poseyendo tierras y teniendo que vivir de su
industria, con pocos infantes no pedían imponerse y les era impossible alimentar a
muchos, mientras que, con un número reducido de jinetes, se veían honrados sin que
fuese un problema el proveer a su sustentación. Las cosas habian llegado a tal extremo,
que en un ejército de veinte mil hombres no había dos mil infantes. Por otra parte, se
habían ingeniado para ahorrarse y ahorar a sus soldados la fatiga y el miedo con la
consigna de no matar en las refriegas, sino tomar prisioneros, sin degollarlos. No
asaltaban de noche las ciudades, ni los carnpesinos atacaban las tiendas; no levantaban
empalizadas ni abrían fosos alrededor del campamento, ni vivían en él durante el
invierno. Todas estas cosas, permitidas por sus códigos militares, las inventaron ellos,
como he dicho, para evitarse fatigas y peligros. Y con ellas condujeron a Italia a la
esclavitud y a la deshonra.
Capitulo XIII
DE LOS SOLDADOS AUXILIARES, MIXTOS Y PROPIOS
Las tropas auxiliares, otras de las tropas inútiles de que he hablado, son aquellas que
se piden a un principe poderoso para que nos socorra y defienda, tal como hizo en estos
últimos tiempos el papa Julio, cuando, a raiz del pobre papel que le tocó representar con
sus tropas mercenarias en la empresa de Ferrara, tuvo que acudir a las auxiliares y
convenir con Fernando, rey de España, que éste iría en su ayuda con sus ejércitos. Estas
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tropas pueden ser útiles y buenas para sus amos, pero para quien las ]lama son casi
siempre
funestas; pues si pierden, queda derrotado, y si gana, se convierte en su prisionero. Y
aunque las historias antiguas están llenas de estos ejemplos, quiero, sin embargo,
detenerme
en el caso reciente de Julio II, que no pudo haber cometido imprudencia mayor
para conquistar a Ferrera que el entregarse por completo en manos de un extranjero. Pero
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su buena estrella hizo surgir una tereera causa, que, de lo contrario, hubiera pagado las
consecuencias de su mala elección. Porque derrotados sus auxiliares en Ravena,
aparecieron los suizos, que, contra la opinión de todo el mundo, incluso la suya, pusieron
en fuga a los vencedores, de modo que no quedó prisionero de los enemigos, que habían
huido, ni de los auxiliares, ya que habia triunfado con otras tropas. Los florentinos, que
carecían de ejércitos propios, traieron diez mil franceses para conquistar a Pisa; y esta
resolución les hizo correr más peligros de los que corrieran nunca en ninguna época. El
emperador de Constantinopla, para ayudar a sus vecinos, puso en Grecia diez mil turcos,
los cuales, una vez concluida la guerra, se negaron a volver a su patria; de donde empezó
la servidumbre de Grecia bajo el yugo de los infieles.
Se concluye de esto que todo el que no quiera vencer no tiene más que servirse de
esas tropas, muchísimo más peligrosas que las mercenarias, porque están perfectamente
unidas y obedecen elegamente a sus jefes, con lo cual la ruina es inmediata; mientras que
las mercenarias, para someter al príncipe, una vez que han triunfado, necesitan esperar
tiempo y ocasión, pues no constituyen un cuerpo unido y, por añadidura, están a sueldo
del príncipe. En ellas, un tercero a quien el principe haya hecho jefe no puede cobrar en
seguida tanta autoridad como para perjudicario. En suma, en las tropas mercenarias hay
que temer sobre todo las derrotas; en las auxiliares, los triunfos.
Por ello, todo príncipe prudente ha desechado estas tropas y se ha refugiado en las
propias, y ha preferido perder con las suyas a vencer con las otras, considerando que no
es victoria verdadera la que se obtiene con armas ajenas. No me cansaré nunca de elogiar
a César Borgia y su conducta. Empezó el duque por invadir la Romaña con tropas
auxiliares, todos soldados franceses, y con ellas tomó a Imola y Forli. Pero no
pareciéndoles seguras, se volvió a las mercenarias, según él menos peligrosas; y tomó a
sueldo a los Orsini y los Vitelli. Por último, al notar que también éstas eran inseguras,
infieles y peligrosas, las disolvió y recurrió a las propias. Y de la diferencia que hay
entre esas distintas milicias se puede formar una idea considerando la autoridad que tenía
el duque cuando sólo contaba con los franceses y cuando se apoyaba en los Orsini y
Vitelli, y la que tuvo cuando se quedó con sus soldados y descansó en sí mismo: que era,
sin duda alguna, mucho mayor, porque nunca fue tan respetado como cuando se vio que
era cl único amo de sus tropas.
Me habia propuesto no salir de los ejemplos italianos y recientes; pero no quiero
olvidarme de Hierón de Siracusa, ya que en otra parte lo he citado. Convertido, como
expliqué, en jefe de los ejércitos de Siracusa, advirtió en seguida de la inutilidad de las
milicias mercenarias, cuyos jefes tenían los mismos defectos que nuestros italianos; y
como no creía conveniente conservarlas ni licenciarlas, eliminó a sus jefes. E hizo la
guerra con sus tropas y no con las ajenas. Quiero también recordar un episodio del Viejo
Testamento que viene muy al caso. Ofreciéndose David a Saúl para combatir a Goliat,
provocador filisteo, Saúl, para darle valor, lo armó con sus armas; pero una vez que se
vio cargado con éstas, David las rechazó, diciendo que con ellas no podría sacar partido
de sí mismo y que prefería ir al encuentro del enemigo con su honda y su cuchillo.
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En fin, sucede siempre que las armas ajenas o se caen de los hombros del príncipe, o
le pesan, o le oprimen. Carlos VII, padre del rey Luis XI, una vez que con su fortuna y
valor liberó a Francia de los ingleses, conoció esta necesidad de armarse con sus propias
armas y ordenó en su reino la creación de milicias de caballería e infantería. Después, el
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rey Luis, su hijo, disolvió las de infantería y empezó a tomar a sueldo a suizos, error que,
renovado por otros, es, como ahora se ve, el motivo de los males de aquel reino. Porque
al acreditar a los suizos, desacreditó todas sus armas, ya que hizo desaparecer la
infantería y depender la caballería de las tropas ajenas. Acostumbrada ésta a ir a la
guerra en compañía de los suizos, no cree poder vencer sin ellos. Lo cual explica que los
franceses no puedan contra los suizos, y que sin los suizos no se atrevan a enfrentar a
otros. Los ejércitos de Francia son, pues, mixtos, dado que se componen de tropas
mercenarias y propias; y, en su conjunto, son mucho mejores que las milicias
exclusivamente mercenarias o exclusivamente auxiliares, pero muy inferiores a las
propias. Bastará el ejemplo citado para hacer comprender que el reino de Francia sería
hoy invencible si se hubiese respetado la disposición de Carlos; pero la escasa
perspicacia de los hombres hace que comiencen algo que parece bueno por el hecho de
que no manifiesta el veneno que esconde debajo, como he dicho que sucede con la tisis.
Por lo tanto, aquel que en un principado no descubre los males sino una vez nacidos,
no es verdaderamente sabio; pero ésta es virtud que tienen pocos. Si se examinan las
causas de la decadencia del Imperio Romano, se advierte que la principal estribó en
empezar a tomar a sueldo a los godos, pues desde entonces las fuerzas del imperio
fueron debilitádose, y toda la virtud que ellas perdían la adquirian los otros.
Concluyo, pues, que sin milicias propias no hay principado seguro; más aún: está por
cornpleto en manos del azar, al carecer de medios de defensa contra la adversidad. Que
fue siempre opinión y creencia de los hombres prudentes “quod nihil sit tam infirmum
aut instabile, quam: fama potentiae non sua vi nixa” Y milicias propias son las
compuestas, o por súbditos, o por ciudadanos, o por servidores del príncipe. Y no será
difícil rodearse de ellas si se siguen los ejemplos de los cuatro a quienes he citado, y se
examina la forma en que Filipo, padre de Alejandro Magno, y muchas repúblicas y
príncipes organizaron sus tropas. Conducta a la cual me remito por entero.
Capitulo XIV
DE LOS DEBERES DE UN PRINCIPE PARA CON LA MILICIA
Un príncipe no debe tener otro objeto ni pensamiento ni preocuparse de cosa alguna
fuera del arte de la guerra y lo que a su orden y disciplina corresponde, pues es lo único
que compete a quien manda. Y su virtud es tanta, que no sólo conserva en su puesto a los
que han nacido príncipes, sino que muchas veces eleva a esta dignidad a hombres de
concidión modesta; mientras que, por el contrario ha, hecho perder el Estado a príncipes
que han pensado más en las diversiones que en las armas. Pues la razón principal de la
pérdida de un Estado se halla siempre en el olvido de este arte, en tanto que la condición
primera para adquiririo es la de ser experto en él.
Francisco Sforza, por medio de las armas, llegó a ser duque de Milán, de simple
ciudadano que era; y sus hijos, por escapar a las incomodidades de las armas, de duques
pasaron a ser simples ciudadanos. Aparte de otros males que trae, el estar desarmado
hace despreciable, verguenza que debe evitarse por lo que luego explicaré. Porque entre
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uno armado y otro desarmado no hay comparación posible, y no es razonable que quien
esté armado obedezca de buen grado a quien no lo está, y que el principe desarmado se
sienta seguro entre servidores armados, porque, desdeñoso uno y desconfiado el otro, no
es posible que marchen de acuerdo. Por todo ello, un príncipe que, aparte de otras
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desgracias, no entienda de cosas militares, no puede ser estimado por sus soldados ni
puede confiar en ellos.
En consecuencia, un príncipe jamás debe dejar de ocuparse del arte militar, y durante
los tiempos de paz debe ejercitarse más que en los de guerra; lo cual puede hacer de dos
modos: con la acción y con el estudio. En lo que atañe a la acción, debe, además de
ejercitar y tener bien organizadas sus tropas, dedicarse constantemente a la caza con el
doble objeto de acostumbrar el cuerpo a las fatigas y de conocer la naturaleza de los
terrenos, la altitud de las montañas, la entrada de les valles, la situación de las llanuras,
cl curso de los rios y la extensión de los pantanos. En esto último pondrá muchísima
seriedad, pues tal estudio presta dos utilidades: primero, se aprende a conocer la región
donde se vive y a defenderla mejor; después, en virtud del conocimiento práctico de una
comarca, se hace más fácil el conocimiento de otra donde sea necesario actuar, porque
las colinas, los valles, las llanuras, los ríos y los pantanos que hay, por ejemplo, en
Toscana, tienen cierta similitud con los de las otras provincias, de manera que el
conocimiento de los terrenos de una provincia sirve para el de las otras. El príncipe que
carezca de esta pericia carece de la primera cualidad que distingue a un capitán, pues tal
condición es la que enseña a dar con el enemigo, a tomar los alojamientos, a conducir los
ejércitos, a preparar un plan de batalla y a atacar con ventaja.
Filopémenes, príncipe de los aqueos, tenía, entre otros méritos que los historiadores
le concedieron, el de que en los tiempos de paz no pensaba sino en las cosas que
incumben a la guerra; y cuando iba de paseo por la campaña, a menudo se detenía y
discurría así con los amigo “Si el enemigo estuviese en aquella colina y nosotros nos
encontráemos aqui con nuestro ejército, ¿de quién sería la ventaja? ¿Cómo podríamos ir
a su encuentro, conservando el orden? Si quisiéramos retirarnos, ¿cómo deberíamos
proceder? ¿Y cómo los perseguiríamos, si los que se retirasen fueran ellos?” Y les
proponía, mientras caminaba, todos los casos que pueden presentársele a un ejército;
escuchaba sus opiniones, emitía la suya y la justificaba. Y gracias a este continuo
razonar, nunca, mientras guió sus ejércitos, pudo surgir accidente alguno para el que no
tuviese remedio previsto.
En cuanto al ejercicio de la mente, el príncipe debe estudiar la Historia, examinar las
acciones de los hombres ilustres, ver cómo se han conducido en la guerra, analizar el por
qué de sus victorias y derrotas para evitar éstas y tratar de lograr aquéllas; y sobre todo
hacer lo que han hecho en el pasado algunos hombres egregios que, tomando a los otros
por modelos, tenían siempre presentes sus hechos más celebrados. Corno se dice que
Alejandro Magno hacia con Aquiles, César con Alejandro, Escipión con Ciro. Quien lea
la vida do Ciro, escrita por Jenofonte, reconocerá en la vida de Escipión la gloria que le
reportó el imitarlo, y cómo, en lo que se refiere a castidad, afabilidad, clemencia y
liberalidad, Escipión se ciñó por completo a lo que Jenofonte escribió de Ciro. Esta es la
conducta que debe observar un príncipe prudente: no permanecer inactivo nunca en los
tiempos de paz, sino, por cl contrario, hacer acopio de enseñanzas para valerse de ellas
en la adversidad, a fin de que, si la fortuna cambia, lo halle preparado para reisitirle.
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Capitulo XV
DE AQUELLAS COSAS POR LAS
CUALES LOS HOMBRES Y
ESPECIALMENTE LOS PRINCIPES,
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SON ALABADOS O CENSURADOS
Queda ahora por analizar cómo debe comportarse un príncipe en el trato con súbditos
y amigos. Y porque sé que muchos han escrito sobre el tema, me pregunto, al escribir
ahora yo, si no seré tachado de presuntuoso, sobre todo al comprobar que en esta materia
me aparto de sus opiniones. Pero siendo mi propósito escribir cosa útil para quien la
entiende, me ha parecido más conveniente ir tras la verdad efectiva de la cosa que tras su
apariencia. Porque muchos se han imaginado como existentes de veras a repúblicas y
principados que nunca han sido vistos ni conocidos; porque hay tanta diferencia entre
cómo se vive y cómo se debería vivir, que aquel que deja lo que se hace por lo que
debería hacerse marcha a su ruina en vez de beneficiarse., pues un hombre que en todas
partes quiera hacer profesión de bueno es inevitable que se pierda entre tantos que no lo
son. Por lo cual es necesario que todo príncipe que quiera mantenerse aprenda a no ser
bueno, y a practicarlo o no de acuerdo con la necesidad.
Dejando, pues, a un lado las fantasías, y preocupándonos sólo de las cosas reales,
digo que todos los hombres, cuando se habla de ellos, y en particular los príncipes, por
ocupar posiciones más elevadas, son iuzgados por algunas de estas cualidades que les
valen o censura o elogio. Uno es llamado pródigo, otro tacaño (y empleo un término
toscano, porque “avaro”, en nuestra lengua, es tarnbién el que tiende a enriquecerse por
medio de la rapiña, mientras que llamamos “tacaño” al que se abstiene demasiado de
gastar lo suyo); uno es considerado dadivoso, otro rapaz; uno cruel, otro clemente; uno
traidor, otro leal; uno afeminado y pusilánime, otro decidido y animoso; uno humano,
otro soberbio; uno lascivo, otro casto; uno sincero, otro astuto; uno duro, otro débil; uno
grave, otro. frívolo; uno religioso, otro incrédulo, y así sucesivamente. Sé que no habría
nadie que no opinase que sería cosa muy loable que, de entre todas las cualidades
nombradas, un príncipe poseyese las que son consideradas buenas; pero como no es
posible poseerlas todas, ni observarlas siempre, porque la naturaleza humana no lo
consiente, le es preciso ser tan cuerdo que sepa evitar la vergüenza de aquellas que le
significarían la pérdida del Estado, y, sí puede, aun de las que no se lo harían perder;
pero si no puede no debe preocuparse gran cosa, y mucho menos de incurrir en la
infamia de vicios sin los cuales difícilmente podría salvar el Estado, porque si
consideramos
esto con frialdad, hallaremos que, a veces, lo que parece virtud es causa de ruina,
y lo que parece vicio sólo acaba por traer el bienestar y la seguridad.
Capitulo XVI
DE LA PRODIGALIDAD Y
DE LA AVARICIA
Empezando por las primeras de las cualidades nombradas, digo que estaría bien ser
tenido por pródigo. Sin embargo, la prodigalidad, practicada de manera que se sepa que
uno es pródigo, perjudica; y por otra parte, si se la practica virtuosamente y tal como se
la debe practicar, la prodigalidad no será conocida y se creerá que existe el vicio
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contrario. Pero como el que quiere conseguir fama de pródigo entre los hombres no
puede pasar por alto ninguna clase de lujos, sucederá siempre que un príncipe así
acostumbrado a proceder consumirá en tales obras todas sus riquezas y se verá obligado,
a la postre, si desea conservar su reputación, a imponer excesivos tributos, a ser riguroso
en el cobro y a hacer todas las cosas que hay que hacer para procurarse dinero. Lo cual
empezará a tornarle odioso a los ojos de sus súbditos, y nadie lo estimará, ya que se
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habrá vuelto pobre. Y como con su prodigalidad ha perjudicado a muchos y beneficiado
a pocos, se resentirá al printer inconveniente y peligrará al menor riesgo. Y si entonces
advierte su falla y quiere cambiar de conducta, sera tachado de tacaño.
Ya que un príncipe no puede practicar públicamente esta virtud sin que se
perjudique, convendrá, si es sensato, que no se preocupe si es tildado de tacaño; porque,
con el tiempo, al ver que con su avaricia le bastan las entradas para defenderse de quien
le hace la guerra, y puede acometer nuevas empresas sin gravar al pueblo, será tenido
siempre por más pródigo, pues practica la generosidad con todos aquellos a quienes no
quita, que son innumerables, y la avaricia con todos aquellos a quienes no da, que son
pocos.
En nuestros tiempos sólo hemos visto hacer grandes cosas a los hom bres
considerados tacaños; los demás siempre han fracasado. El papa Julio II, después de
servirse del nombre do pródigo para llegar at Pontificado, no se cuidó a fin de poder
hacer la guerra, de conserver semejante fama. El actual rey de Francia ha sostenido
tantas guerras sin imponer tributos extraordinarios a sus súbditos porque, con su
extremada economía, proveyó a los superfluos. El actual rey España, si hubiera sido
espléndido, no habría realizado ni vencido en tantas empresas.
En consecuencia, un príncipe debe reparar poco --con tal de que ello le permita
defenderse, no robar a los súbditos, no volverse pobre y despreciable, no mostrarse
expoliador--en incurrir en el vicio de tacaño; porque éste es uno de los vicios que hacen
posible reinar. Y si alguien dijese: “Gracias a su prodigalidad, César llegó al imperio, y
muchos otros, por haber sido y haberse ganado fama de pródigos, escalaron altisimas
posiciones”, contestaria: “O ya eres príncipe, o estas en camino de serlo; en el primer
caso, la liberalidad es perniciosa; en el segundo, necesaria. Y César era uno do los que
querían llegar at principado de Roma; pero si después de lograrlo hubiese sobrevivido y
no so hubiera moderado en los gastos, habría llevado el imperio a la ruina”. Y si alguien
replicase: “Ha habido muchos príncipes, reputados por liberalísimos, que hicieron
grandes cosas con las armas” diría yo: “O el píincipe gasta lo suyo y lo de los subditos, o
gasta lo ajeno; en el primer caso debe ser medido, en el otro, no debe cuidarse del
despilfarro. Porque el príncipe que va con sus ejércitos y que vive del botín, de los
saqueos y de las contribuciones, necesita eo esa esplendidez a costa de los enemigos, ya
que de otra manera los soldados no lo seguirían. Con aquello que no es del príncipe ni de
sus súbditos se puede ser extremadamente generoso, como lo fueron Ciro, César y
Alejandro; porque el derrochar lo ajeno, antes concede que quita reputación; sólo el
gastar lo de uno perjudica. No hay cosa que se consuma tanto a sí misma como la
prodigalidad, pues cuanto más se la practica más se pierde la facultad de practicarla; y se
vuelve el príncipe pobre y despreciable, o, si quiere escapar de la pobreza, expoliador y
odioso. Y si hay algo que deba evitarse, es el ser despreciado y odioso, y a ambas cosa
conduce la prodigalidad. Por lo tánto, es más prudente contentarse con el tilde de tacaño
que implica una verguenza sin odio, que, por ganar fama de pródigo, incurrir en el de
expoliador, que implica una vergilenza con odio.
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Capitulo XVII
DE LA CRUELDAD Y LA CLEMENCIA; Y SI ES MEJOR SER
AMADO QUE TEMIDO, O SER TEMIDO QUE AMADO
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Paso a las otras cualidades ya cimentadas y declaro que todos los príncipes deben
desear ser tenidos por clementes y no por crueles. Y, sin embargo, deben cuidarse de
emplear mal esta clemencia, César Borgia era considerado cruel, pese a lo cual fue su
crueldad la que impuso el orden en la Romaña, la que logró su unión y la que la volvió a
la paz y a la fe. Que, si se examina bien, se verá que Borgia fue mucho más clemente
que el pueblo florentino, que para evitar ser tachado de cruel, dejó destruir a Pistoya. Por
lo tanto, un príncipe no debe preocuparse porque lo acusen de cruel, siempre y cuando su
crueldad tenga por objeto el mantener unidos y fieles a los súbditos; porque con pocos
castigos ejemplares será más clemente que aquellos que, por excesiva clemencia, dejan
multiplicar los desórdenes, causas de matanzas y saqueos que perjudican a toda una
población, mientras que las medidas extremas adoptadas por cl príncipe sólo van en
contra de uno. Y es sobre todo un príncipe nuevo el que no debe evitar los actos de
crueldad, pues toda nueva dominación trae consigo infinidad de peligros. Asi se explica
que Virgilio ponga en boca de Dido:
Res dura et regni novitas me talia (cogunt
Moliri, et late fines custode tueri.
Sin embargo, debe ser cauto en el creer y el obrar, no tener miedo de sí mismo y
proceder con moderación, prudencia y humanidad, de modo que una excesiva confianza
no lo vuelva imprudente, y una desconfianza exagerada, intolerable.
Surge de esto una cuestión: si vale más ser amado que temido, o temido que amado.
Nada mejor que ser ambas cosas a la vez; pero puesto que es difícil reunirlas y que
siempre ha de faltar una, declaro que es más seguro ser temido que amado. Porque de la
generalidad de los hombres se puede decir esto: que son ingratos, volubles, simuladores,
cobardes ante el peligro y ávidos de lucro. Mientras les haces bien, son completamente
tuyos: te ofrecen su sangre, sus bienes, su vida y sus hijos, pues --- como antes expliqué
---ninguna necesidad tienes de ello; pero cuando la necesidad se presenta se rebelan. Y el
príncipe que ha descansado por entero en su palabra va a la ruina al no haber tomado
otras providencias; porque las amistades que se adquieren con el dinero y no con !a
altura y nobleza de alma son amistades merecidas, pero de las cuales no se dispone, y
llegada la oportunidad no se las puede utilizar. Y los hombres tienen menos cuidado en
ofender a uno que se haga amar que a uno que se haga temer; porque el amor es un
vínculo de gratitud que los hombres, perversos por naturaleza, rompen cada vez que
pueden beneficiarse; pero el temor es miedo al castigo que no se pierde nunca. No
obstante lo cual, el príncipe debe hacerse temer de modo que, si no se granjea el amor,
evite el odio, pues no es impossible ser a la vez temido y no odiado; y para ello bastará
que se abstenga de apoderarse de los bienes y de las mujeres de sus ciudadanos y
súbditos, y que no proceda contra la vida de alguien sino cuando hay justificación
conveniente y motivo manifiesto; pero sobre todo abstenerse de los bienes ajenos,
porque los hombres olvidan antes la muerte del padre que la pérdida del patrimonio.
Luego, nunca faltan excusas para despojar a los demás de sus bienes, y el que empieza a
vivir de la rapiña siempre encuentra pretextos para apoderarse de lo ajeno, y, por el
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contrario, para quitar la vida, son más raros y desaparescan con más rapidez.
Pero cuando cl principe está al frente de sus ejércitos y tiene que gobernar a miles de
soldados, es absolutamente necesario que no se preocupe si merece fama de cruel,
porque sin esta fama jamás podrá tenerse ejército alguno unido y dispuesto a la lucha.
Entre las infinitas cosas admirables de Aníbal se cita la de que, aunque contaba con un
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ejército grandísimo, formado por hombres de todas las razas a los que llevó a combatir
en tierras extranjeras, jamás surgió discordia alguna entre ellos ni contra el príncipe, asi
en la mala como en la buena fortuna. Y esto no podía deberse sino a su crueldad
inhumana, que, unida a sus muchas otras virtudes, lo hacía venerable y terrible en el
concepto de los soldados; que, sin aquélla, todas las demás no le habrían bastado para
ganarse este respeto. Los historiadores poco reflexivos admiran, por una parte, semejante
orden, y, por la otra, censuran su razón principal. Que si es verdad o no que las demás
virtudes no le habrían bastado puede verse en Escipión ---hombre de condiciones poco
comunes, no sólo dentro de su boca, sino dentro de toda la historia de la humanidad---,
cuyos ejércitos se rebelaron en España. Lo cual se produjo por culpa de su excesiva
clemencia, que había dado a sus soldados más licencia de la que a la disciplina militar
convenía. Falta que Fabio Máxirno le reprochó en el Senado, llamándolo corruptor de la
milicia romana. Los locrios, habiendo sido ultrajados por un enviado de Escipión, no
fueron desagraviados por éste ni la insolencia del primero fue castigada naciendo todo de
aquel su blando carácter. Y a tal extrerno, que alguien que lo quiso justificar ante el
Senado dijo que pertenecía a la clase de hombres que saben mejor no equivocarse que
enmendar las equivocaciones ajenas. Este carácter, con el tiempo habría acabado por
empañar su fama y su honor, a haber llegado Escipión al mando absoluto; pero como
estaba bajo las órdenes del Senado, no sólo quedó escondida esta mala cualidad suya,
sino que se convirtió en su gloria.
Volviendo a la cuestión de ser amado o temido, concluyo que, como cl amar depende
de la voluntad de los hombres y el temer de la voluntad del príncipe, un príncipe
prudente debe apoyarse en lo suyo y no en lo ajeno, pero, como he dicho, tratando
siempre de evitar el odio.
Capitulo XVIII
DE QUE MODO LOS PRINCIPES
DEBEN CUMPLIR SUS PROMESAS
Nadie deja de comprender cuán digno de alabanza es cl principe que cumple la
palabra dada, que obra con rectitud y no con doblez; pero la experiencia nos demuestra,
por lo que sucede en nuestros tiempos, que son precisamente los príncipes que han hecho
menos caso de la fe jurada, envuelto a los demás con su astucia y reido de los que han
confiado en su lealtad, los únicos que han realizado grandes empresas.
Digamos primero que hay dos maneras de combatir: una, con las leyes; otra, con la
fuerza. La primera es distintiva del hombre; la segunda, de la bestia. Pero como a
menudo la primera no basta, es forzoso recurrir a la segunda. Un príncipe debe saber
entonces comportarse como bestia y como hombre. Esto es lo que los antiguos escritores
enseñaron a los príncipes de un modo velado cuando dijeron que Aquiles y muchos otros
de los príncipes antiguos fueron confiados al centauro Quirón para que los criara y
educase. Lo cual significa que, como el preceptor es mitad bestia y mitad hombre, un
príncipe debe saber emplear las cualidades de ambas naturalezas, y que una no puede
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durar mucho tiempo sin la otra.
De manera que, ya que se ve obligado a comportarse como bestia, conviene que el
príncipe se transforma en zorro y en león, porque el 1eón no sabe protegerse de las
trampas ni el zorro protegerse de los lobos. Hay, pues, que ser zorro para conocer las
trampas y 1eón para espantar a los lobos. Los que sólo se sirven de las cualidades del
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1eón demuestran poca experiencia. Por lo tanto, un príncipe prudente no debe observar
la fe jurada cuando semejante observancia vaya en contra de sus intereses y cuando
hayan desaparecido las razones que le hicieron prometer. Si los hombres fuesen todos
buenos, este precepto no sería bueno; pero como son perversos, y no la observarían
contigo, tampoco tú debes observarla con ellos. Nunca faltaron a un príncipe razones
legitimas para disfrazar la inobservancia. Se podrían citar innumerables ejemplos
modernos de tratados de paz y promesas vueltos inútiles por la infidelidad de los
príncipes. Que el que mejor ha sabido ser zorro, ése ha triunfado. Pero hay que saber
disfrazarse bien y ser hábil en fingir y en disimular. Los hombres son tan simples y de tal
manera obedecen a las necesidades del momento, que aquel que engaña encontrará
siempre quien se deje engañar.
No quiero callar uno de los ejemplos contemporáneos. Alejandro VI nunca hizo ni
pensó en otra cosa que en engañar a los hombres, y siempre halló oportunidad para
hacerlo. Jamás hubo hombre que prometiese con mis desparpajo ni que hiciera tantos
juramentos sin cumplir ninguno; y, sin embargo, los engaños siempre le salieron a pedir
de boca, porque conocía bien esta parte del mundo.
No es preciso que un príncipe posea todas las virtudes citadas, pero es indispensable
que aparente poseerlas. Y hasta me atreveré a decir esto: que el tenerlas y practicarlas
siempre es perjudicial, y el aparentar tenerlas, útil. Está bien mostrarse piadoso, fiel,
humano, recto y religioso, y asimismo serlo efectivamente; pero se debe estar dispuesto
a irse al otro extremo si ello fuera necesario. Y ha de tenerse presente que un príncipe, y
sobre todo un príncipe nuevo, no puede observar todas las cosas gracias a las cuales los
hombres son considerados buenos, porque, a menudo, para conservarse en el poder, se
ve arrastrado a obrar contra la fe, la caridad, la humanidad y la religión. Es preciso, pues,
que tenga una inteligencia capaz de adaptarse a todas las circunstancias, y que, como he
dicho antes, no se aparte del bien mientras pueda, pero que, en caso de necesidad, no
titubee en entrar en el mal.
Por todo esto un príncipe debe tener muchísimo cuidado de que no le brote nunca de
los labios algo que no esté empapado de las cinco virtudes citadas, y de que, al verlo y
oirlo, parezea la clemencia, la fe, la rectitud y la religión mismas, sobre todo esta útima.
Pues los hombres, en general, juzgan más con los ojos que con las manos, porque todos
pueden ver, pero pocos tocar. Todos ven lo que pareces ser, mas pocos saben lo que eres;
y estos pocos no se atreven a oponerse a la opinión de la mayoría, que se escuda detrás
de la majestad del Estado. Y en las acciones de los hombres, y particularmente de los
príncipes, donde no hay apelación posible, se atiende a los resultados. Trate, pues, un
príncipe de vencer y conserver el Estado, que los medios siempre serán honorables y
loados por todos; porque cl vulgo se deja engañar por las apariencias y por el éxito; y en
el mundo sólo hay vulgo, ya que las minorías no cuentan sino cuando las mayorias no
tienen donde apoyarse. Un príncipe de estos tiempos, a quien no es oportuno nombrar,
jamás predica otra cosa que concordia y buena fe; y es enernigo acérrimo de ambas, ya
que, si las hubiese observado, habría perdido más de una vez la fama y las tierras.
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Capitulo XIX
DE QUE MODO DEBE EVITARSE
SER DESPRECIADO Y ODIADO
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Como de entre las cualidades mencionadas ya hablé de las mis importantes, quiero
ahora, bajo este titulo general, referirme brevemente a las otras. Trate el príncipe de huir
de las cosas que lo hagan odioso o despreciable, y una vez logrado, habrá cumplido con
su deber y no tendrá nada que temer de los otros vicios. Hace odioso, sobre todo, como
ya he dicho antes, el ser expoliador y el apoderarse de los bienes y de las mujeres de los
súbditos, de todo lo cual convendrá abstenerse. Porque la mayoría de los hornbres,
mientras no se ven privados de sus bienes y de su honor, viven contentos; y el príncipe
queda libre para combatir la ambición de los menos que puede cortar fácilmente y de mil
maneras distintas. Hace despreciable el ser considerado voluble, frívolo, afeminado,
pusilánime e irresoluto, defectos de los cuales debe alejarse como una nave de un
escollo, e ingeniarse para que en sus actos se reconozca grandeza, valentía, seriedad y
fuerza. Y con respecto a los asuntos privados de los súbditos, debe procurar que sus
fallos sean irrevocables y empeñarse en adquirir tal autoridad que nadie piense en
engañarlo ni envolverlo con intrigas.
El príncipe que conquista semejante autoridad es siempre respetado, pues
difícilmente se conspira contra quien, por ser respetado, tiene necesariamente ser bueno
y querido por los suyos. Y un príncipe debe temer dos cosas: en el interior, que se le
subleven los súbditos; en el exterior, que le ataquen. Las potencias extranjeras. De éstas
se, defenderá con buenas armas y buenas alianzas, y siempre tendrá buenas alianzas el
que tenga buenas armas, así como siempre en el interior estarán seguras las cosas cuando
lo estén on el exterior, a menos que no hubiesen sido previamente perturbadas por una
conspiración. Y aun cuando los enemigos de afuera amenazasen, si ha vivido como he
aconscejado y no pierda la presencia de espíritu resistirá todos los ataques, como he
aconsejado que hizo el espartano Nabis. En lo que se refiere a los súbditos, y a pesar de
que no exista amenaza extranjera alguna, ha de cuidar que no conspiren secretamente;
pero de este peligro puede asegurarse evitando que lo odien o lo desprecien y, como ya
antes he repetido, empeñandose por todos los medios en tener satisfecho al pueblo.
Porque el no ser odiado por el pueblo es uno de los remedios más eficaces de que
dispone un príncipe contra las conjuraciones. El conspirador siempre cree que el pueblo
quedará contento con la muerte del príncipe, y jamás, si sospecha que se producirá el
efecto contrario, se decide a tomar semejante partido, pues son infinitos los peligros que
corre el que conspira. La experiencia nos demuestra que hubo muchísimas
conspiraciones y que muy pocas tuvieron éxito. Porque el que conspira no puede obrar
solo ni buscar la complicidad de los que no cree descontentos; y no hay descontento que
no se regocije en cuanto le hayas confesado tus propósitos, porque de la revelación de tu
secreto puede esperar toda clase de beneficios; es preciso que, sea muy amigo tuyo o
enconado enemigo del príncipe para que, al hallar en una parte ganancias seguras y en la
otra dudosas y llenas de peligro, te sea, leal. Y para reducir el problema a, sus últimos
términos, declaro que de parte del conspirador sólo hay recelos, sospechas y temor al
castigo, mientras que el príncipe cuenta con la majestad del príncipado, con las leyes y
con la ayuda de los amigos, de tal manera que, si se ha granjeado la simpatía popular, es
imposible que haya alguien que sea tan temerario como para conspirar. Pues si un
conspirador está por lo común rodeado de peligros antes de consumar el hecho, lo estará
aún más después de ejecutarlo, porque no encontrará amparo en ninguna parte.
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Sobre este particular podrían citarse innumerables ejemplos; pero me daré por
satisfecho con mencionar uno que pertenece a la época de nuestros padres. Micer Aníbal
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Bentivoglio, abuelo del actual micer Aníbal, que era príncipe de Bolonia, fue asesinado
por los Canneschi, que se había conjurado contra él, no quedando de los suyos más que
micer Juan, que era una criatura. Inmediatamente después de somejante crimen so
sublevó el pueblo y exterminó a todos los Canneschi. Esto nace de la simpatia, popular
que la casa de los Bentivoglio tenía en aquellos tiempos, y que fue tan grande que, no
quedando de ella nadie en Bolonia que pudiese, muerto Aníbal, regir el Estado, y
habiendo inicios de que en Florencia existía un descendiente de los Bentivoglio, que se
consideraba hasta entonces hijo de cerrajero, vinieron los boloñeses en su busca a
Florencia y le entregaron el gobierno de aquella ciudad la que fue gobernada por él hasta
que micer Juan hubo llegado a una edad adecuada par asumir el mando.
Llego, pues, a la conclusión de que un príncipe, cuando es apreciado por el pueblo,
debe cuidarse muy poco de las conspiraciones; pero que debe temer todo y a todos
cuando lo tienen por enemigo y es aborrecido por él. Los Estados bien organizados y los
príncipes sabios siempre han procurado no exasperar a los nobles y, a la vez, tener
satisfecho y contento al pueblo. Es éste uno de los puntos a que más debe atender un
príncipe.
En la actualidad, entre los reinos bien organizados, cabe nombrar el de Francia, que
cuenta con muchas instituciones buenas que están al servicio de la libertad y de la
seguridad del rey, de las cuales la primera es el Parlamento. Como el que organizó este
reino conocía, por una parte, la ambición y la violencia de los poderosos y la necesidad
de tenerlos como de una brida para corregirlos y, por la otra, el odio a los nobles que el
temor hacía nacer en el pueblo ---temor que había que hacer desaparecer---, dispuso que
no fuese cuidado exclusivo del rey esa tarea, para evitarle los inconvenientes que tendría
con los nobles si favorecía al pueblo y los que tendría con el pueblo si favorecía a los
nobles. Creó entonces un tercer poder que, sin responsabilidades para el rey, castigase a
los nobles y beneficiase al pueblo. No podía tomarse medida mejor ni más juiciosa, ni
que tanto proveyese a la seguridad del rey y del reino. De donde puede extraerse esta
consecuencia digna de mención: que los príncipes deben encomendar a los demás las
tareas gravosas y reservarse las agradables. Y vuelvo a repetir que un príncipe debe
estimar a los nobles, pero sin hacerse odiar por el pueblo.
Acaso podrá parecer a muchos que el ejemplo de la vida y muerte de ciertos
emperadores romanos contradice mis opiniones, porque hubo quienes, a pesar de haberse
conducido siempre virtuosamente y de poseer grandes cualidades, perdieron el imperio
o, peor aún, fueron asesinados por sus mismos súbditos, conjurados en su contra. Para
contestar a estas objeciones examinaré el comportamiento de algunos emperadores y
demostraré que las causas de su ruina no difieren de las que he expuesto, y mientras
tanto, recordaré los hechos más salientes de la Historia de aquellos tiempos. Me limitaré
a tomar a los emperadores que se sucedieron desde Marco el Filósofo hasta Maximino:
Marco, su hijo Cómodo, Pertinax, Juliano, Severo, su hijo Antonio Caracalla, Macrino,
Heliogábalo, Alejandro y Maximino. Pero antes conviene hacr notar que, mientras los
príncipes de hoy sólo tienen que luchar contra la ambición de los nobles y la violencia de
los pueblos, los emperadores romanos tenían que hacer frente a una tercera dificultad: la
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codicia y la crueldad de sus soldados, motivo de la ruina de muchos. Porque era dificil
dejar a la vez satisfechos a los soldados y al pueblo, pues en tanto que el pueblo amaba
la paz y a los principes sosegados, las tropas preferían a los príncipes belicosos,
violentos, crueles y rapaces, y mucho más si lo eran contra el pueblo, ya que así
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duplicaban la ganancia y tenían ocasión de deshogar su codicia y su perversidad. Esto
explica por qué los emperadores que carecían de autoridad suficiente para contener a
unos y a los otros siempre fracasaban; y explica también por qué la mayoría, y sobre
todo los que subían al trono por herencia, una vez conocida la imposibilidad de dejar
satisfechas a ambas partes, se decidían por los soldados, sin importarles pisotear al
pueblo. Era el partido lógico: cuando cl príncipe no puede evitar ser odiado por una de
las dos partes, debe inclinarse hacia el grupo más numeroso, y cuando esto no es posible,
inclinarse hacia el más fuerte. De ahí que los emperadores -que al serlo por razones
ajenas al derecho tenían necesidad de apoyos extraordinarios- buscasen contentar a los
soldados antes que al pueblo; lo cual, sin embargo, podía resultarles ventajoso o no
según que supiesen o no ganarse y conserver su respeto. Por tales motivos, Marco,
Pertinax y Alejandro, a pesar de su vida moderada, a pesar de ser amantes de la justicia,
enemigos de, la crueldad, humanitarios y benévolos, tuvieron todos, salvo Marco, triste
fin. Y Marco vivió y murió amado gracias a que llegó al trono por derecho de herencia,
sin debérselo al pueblo ni a los soldados., y a que, como estaba adornado de muchas
virtudes que lo hacían venerable, tuvo siempre, mientras vivió, sometidos a unos y a
otros a su voluntad, y nunca fue odiado ni despreciado. Pero Pertinax fue hecho
emperador contra el parecer de los soldados, que, acostumbrados a vivir en la mayor
licencia bajo Cómodo, no podian tolerar la vida virtuosa que aquél pretendia imponerles;
y por esto fue odiado. Y como al odio se agregó al desprecio que inspiraba su vejez,
pereció en los comienzos mismos de su reinado.
Y aqui se debe señalar que el odio se gana tanto con las buenas acciones como con
las perversas, por cuyo motivo, como dije antes, un principe que quiere conserver el
poder es a menudo forzado a no ser bueno, porque cuando aquel grupo, ya sea pueblo,
soldados o nobles, del que tú juzgas tener necesidad para mantenerte, está corrompido, te
conviene seguir su caprichopara satisfacerlo, pues entonces las buenas acciones serían
tus enemigas.
Detengámonos ahora en Alejandro, hombre de tanta bondad que, entre los elogios
que se le tributaron, figura el de que en catorce años que reinó no hizo matar a nadie sin
juicio previo; pero su fama de persona débil y que se dejaba gobernar por su madre le
acarreó el desprecio de los soldados, que se sublevaron y lo mataron.
Por el contrario, Cómodo, Severo, Antonio Caracalla y Maximino fueron ejemplos
de crueldad y despotisino llevados al extremo. Para congraciarse con los soldados, no
ahorraron ultrajes al pueblo. Y todos, a excepción de Severo, acabaron mal. Severo,
aunque oprimió al pueblo, pudo reinar felizmente en mérito al apoyo de los soldados y a
sus grandes cualidades, que lo hacían tan admirable a los ojos del pueblo y del ejército
que éste quedaba reverente y satisfecho, y aquél, atemorizado y estupefacto. Y como sus
acciones fueron notables para un príncipe nuevo, quiero explicar brevemente lo bien que
supo proceder como zorro y como león, cuyas cualidades, como ya he dicho, deben ser
imitadas por todos los príncipes.
Enterado de que el emperador Juliano era un cobarde, Severo convencía al ejército
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que estaba bajo su mando en Esclavonia de que era necesario ir a Roma para vengar la
muerte de Pertinax, a quien los pretorianos habían asesinado. Y con este pretexto, sin dar
a conocer sus aspiraciones al imperio, condujo al ejército contra Roma y estuvo en Italia
antes que se hubiese tenido noticia de su partida. Una vez en Roma, dío muerte a
Juliano; y el Senado, lleno de espanto, lo eligió emperador. Pero para adueñarse del
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Estado quedaban aún a Severo dos dificultades. la primera en Oriente, donde Níger, jefe
de los ejércitos asiáticos, se habla hecho proclamar emperador; la segunda en Occidente,
donde se hallaba Albino, quien también tenía pretensiones al imperio. Y como juzgaba
peligroso declararse a la vez enemigo de los dos, resolvió atacar a Níger y engañar a
Albino, para lo cual escribió a éste que, elegido emperador por el Senado, quería
compartir el trono con él; le mandó el título de césar y, por acuerdo del Senado, lo
convirtió en su colega, distinción que Albino aceptó sin vacilar. Pero una vez que hubo
vencido y muerto a Níger, y pacificadas las cosas en Oriente, volvió a Roma y se quejó
al Senado de que Albino, olvidándose de los beneficios que le debía, había tratado
vilmente de matarlo, por lo cual era preciso que castigara su ingratitud. Fue entonces a
buscarlo a las Galias y le quitó la vida y el Estado.
Quien examine, pues, detenidamente las acciones de Severo, verá que fue un feroz
león y un zorro muy astuto, y advertirá que todos le temieron y respetaron y que el
ejército no lo odió; y no se asombrará de que él, príncipe nuevo, haya podido ser amo de
un imperio tan vasto, porque su ilimitada autoridad lo protegió siempre del odio que sus
depredaciones podían haber hecho nacer en el pueblo.
Pero Antonino, su hijo, también fue hombre, de cualidades que lo hacían admirable
en el concepto del pueblo y grato en el de los soidados. Varón de genio guerrero,
durísimo a la fatiga, enemigo de la molicie y de los placeres de la mesa, no podía menos
de ser querido por todos los soldados. Sin embargo, su ferocidad era tan grande e
inaudita que, después de innumerables asesinatos aislados, exterminó a gran parte del
pueblo de Roma y a todo el de Alejandría. Por este motivo se hizo odioso a todo el
mundo, empezó a ser temido por los mismos que lo rodeaban y a la postre fue muerto
por un centurión en presencia de todo el ejército. Conviene notar al respecto no está en
manos de ningún príncipe evitar esta clase de atentados, producto de la firme decisión de
un hombre de carácter, porque al que no le importa morir no le asusta quitar la vida a
otro., pero no los tema el príncipe, pues son rarísimos, y preocúpese, en cambio, por no
inferir ofensas graves a nadie que esté junto a él para el servicio del Estado. Es lo que no
hizo Antonino, ya que, a pesar de haber asesinado en forma ignominiosa a un hermano
del centurión, y de amenazar a éste diariamente con lo mismo, lo conservaba en su
guardia particular: tranquilidad temeraria que tenía que traerle la muerte, y se la trajo.
Pasemos a Cómodo, a quien, por ser hijo de Marco y haber recibido el imperio en
herencia, fácil le hubiera sido conservarlo, dado que con sólo seguir las huellas de su
padre hubiese tenido satisfecho a puebto y ejército. Pero fue un hombre cruel y brutal
que, para desahogar su ansia de rapiña contra el pueblo, trató de captarse la benevolencia
de las tropas permitiéndoles toda clase de licencias; por otra parte, olvidado de la
dignidad que investía, bajo muchas veces a la arena para combatir con los gladiadores y
cometió vilezas incompatibles con la majestad imperial, con lo cual se acarreó el
desprecio de los soldados. De modo que, odiado por un grupo y aborrecido por el otro,
fue asesinado a consecuencia de una conspiración.
Nos quedan por examinar las cualidades de Maximino. Fastidiadas las tropas por la
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inactividad de Alejandro, de quien ya he hablado, elevaron al imperio, una vez muerto
éste, a Maximano, hombre de espiritu extraordinariamente belicoso, que no se conservó
en el poder mucho tiempo porque hubo dos cosas que lo hicieron odioso y despreciable:
la primera, su baja condición, pues nadie ignoraba que había sido pastor en Tracia, y esto
producía universal disgusto; la otra, su fama de sanguinario; había diferido su marcha a
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Roma para tomar posesión del mando, y en el intervalo, había cometido, en Roma y en
todas partes del imperio, por intermedio de sus prefectos, un sinfin de depredaciones.
Menospreciado por la bajeza de su origen y odiado por el temor a su ferocidad, era
natural que todo el mundo se sintiese inquieto y, en consecuencia, que el Africa se
rebelase y que el Senado y luego el pueblo de Roma y toda Italia conspirasen contra él.
Su propio ejército, mientras sitiaba a Aquilea sin poder tomarla, cansado de sus
crueldades y temiéndolo menos al verlo rodeado de tantos enemigos, se plegó al
movimiento
y lo mató.
No quiero referirme a Heliogábalo, Macrino y Juliano. que, por ser harto
despreciables, tuvieron pronto fin, y atenderé a las conclusiones de este discurso. Los
príncipes actuales no se eneuentran ante la dificultad de tener que satisfacer en forma
desmedida a los soldados; pues aunque haya que tratarlos con consideración, el caso es
menos grave dado que estos príncipes no tienen ejércitos propios, vinculados
estrechamente con los gobiernos y las administraciones provinciales, como estaban los
ejércitos del Imperio Romano. Y si entonces había que inclinarse a satisfacer a los
soldados antes que al pueblo, se explica, porque los soldados eran más poderosos que el
pueblo; mientras que ahora todos los príncipes, salvo el Turco y el Sultán. tienen que
satisfacer antes al pueblo que a los soldados, porque aquél puede más que éstos. Excepto
al Turco, que, por estar siempre rodeado por doce mil infantes y quince mil jinetes, de
los cuales dependen la seguridad y la fuerza del reino, necesita posponer toda otra
preocupación a la de conserver la amistad de las tropas. Del mismo modo, conviene que
el Sultán, cuyo reino está por completo en manos del ejército, conserve las simpatías de
éste sin tener consideraciones para con el pueblo. Y adviértase que este Estado del
Sultán es muy distinto de todos los principados y sólo parecido al pontificado cristiano,
al que no puede llamársele principado hereditario ni principado nuevo, porque no son los
hijos del príncipe viejo los herederos y futuros príncipes, sino el elegido para ese puesto
por los que tienen autoridad.. Y como se trata de una institución antigua, no le
corresponde el nombre de principado nuevo, aparte de que no se encuentran en él los
obstáculos que existen en los nuevos, pues si bien el principe es nuevo, la constitución
del Estado es antigua y el gobernante recibido como quien lo es por derecho hereditario.
Pero volvamos a nuestro asunto. Cualquiera que meditase este discurso hallaría que
la causa de la ruina de los emperadores citados ha sido el odio o el desprecio, y
descubriría a qué se debe que, mientras parte de ellos procedieron de un modo y parte de
otro, en ambos modos hubo dichosos y desgraciados. Pertinax y Alejandro
fracasaron.porque, siendo príncipes nuevos, quisieron imitar a Marco, que había llegado
al imperio por derecho de sucesión; y lo misnno le sucedió a Caracalla, Cómodo y
Maximino al intentar seguir ]as huellas de Severo cuando carecían de sus cualidades. Se
concluye de esto que un príncipe nuevo en un principado nueyo no puede imitar la
conducta de Marco ni tampoco seguir los pasos de Severo, sino quc debe tomar de éste
las cualidades necesarias para fundar un Estado, y, una vez establecido y firrne, las
cualidades de aquél que mejor tiendan a conservarlo.
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Capitulo XX
SI LAS FORTALEZAS, Y MUCHAS OTRAS COSAS QUE LOS
PRINCIPES HACEN CON FRECUENCIA SON UTILES O NO
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Hubo príncipes que, para conservar sin inquietudes el Estado, desarmaron a sus
súbditos; príncipes que dividieron los territories conquistados; príncipes que
favorecieron a sus mismos enemigos; príncipes que se esforzaron por atraerse a aquellos
que les inspiraban recelos al comienzo de su gobierno; príncipes, en fin, que
construyeron fortalezas, y principes que las arrasaron. Y aunque sobre todas estas cosas
no se pueda dictar sentencia sin conocer las caracteristicas del Estado donde habría de
tomarse semejante resolución, hablaré, sin embargo, del modo más amplio que la
materia permita.
Nunca sucedió que un príncipe nuevo desarmase a sus súbditos; por el contrario, los
armó cada vez que los encontró desarmados. De este modo, las armas del pueblo se
convirtieron en las del príncipe, los que recelaban se hicieron fieles, los fieles
continuaron siéndolo y los súbditos se hicieron partidarios. Pero como no es posible
armar a todos los súbditos, resultan favorecidos aquellos a quienes el principe arma, y se
puede vivir más tranquilo con respecto a los demás; por esta distinción, de que se
reconocen deudores al principe, los primeros se consideran más obligados a él, y los
otros lo disculpan comprendiendo que es preciso que gocen de más beneficios los que
tienen más deberes y se exponen a más peligros. Pero cuando se los desarma, se empieza
por ofenderlos, puesto que se les demuestra que, por cobardía o desconfianza, se tiene
poca fe en su lealtad; y cualquiera de estas dos opiniones engendra odio contra el
príncipe. Y como el príncipe no puede quedar desarmado, es forzoso que recurra a las
milicias mercenarias, de cuyos defectos ya he hablado; pero aun cuando sólo tuviesen
virtudes, no pueden ser tantas como para defenderlo de los enemigos poderosos y de los
súbditos descontentos. Por eso, como he dicho, un príncipe nuevo en un principado
nuevo no ha dejado nunca de organizer su ejército según lo prueban los ejemplos de que
está llena la Historia. Ahora bien: cuando un príncipe adquiera un Estado nuevo que
añade al que ya poseía, entonces sí que conviene que desarme a sus nuevos súbditos,
excepción hecha de aquellos que se declararon partidarios suyos durante la conquista; y
aun a éstos, con el transcurso del tiempo y aprovechando las ocasiones que se le brinden,
es preciso debilitarlos y reducirlos a la inactividad y arreglarse de mode que el ejército
del Estado se componga de los soidados que rodeaban al príncipe en el Estado antiguo.
Nuestros antepasados, y particularmente los que tenían fama de sabios, solian decir
que para conservar a Pistoya bastaban las disensiones, y para conserver a Pisa, las
fortalezas; por tal motivo, y para gobernarlas más fácilmente, fomentaban la discordia en
las tierras sornetidas, medida muy lógica en una época en que las fuerzas de Italia
estaban equilibradas., pero no me parece que pueda darse hoy por precepto, porque no
creo que las divisiones traigan beneficio alguno; al contrario, juzgo inevitable que las
ciudades enemigas se pierdan en cuanto el enemigo se aproxime, pues siempre el partido
más débil se unirá a las fuerzas externas, y el otro no podrá resistir.
Movidos per estas razones, según creo, lea venecianes fomentaban en las ciudades
conquistadas la creación de guelfos y gibelinos., y aunque no los dejaban llegar al
derramamiento de sangre, alimentaban, sin embargo, estas discordias entre ellos, a fin de
que, ocupados en sus diferencias, no se uniesen contra el enemigo común. Pero, como
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hemos visto, este proceder se volvió en su contra. pues, derrotados en Vailá, uno de los
partidos cobró valor y les arrebató todo el Estado. Semejantes recursos inducen a
sospechar la existencia de alguna debilidad en el principe, porque un príncipe fuerte
jamás tolerará tales divisiones, que podrán serle útiles en tiempos de paz, cuando,
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gracias a ellas, manejará más fácilmente a sus súbditos, pero que mostrarán su ineficacia
en cuando sobrevenga ta guerra.
Indudablemente, los príncipes son grandes cuando superan las dificultades y la
oposición que se les hace. Por esta razón, y sobre todo cuando quiere hacer grande a un
príncipe nuevo, a quien le es más necesario adquirir fama que a uno hereditario, la
fortuna le suscita enemigos y guerras en su contra para darle oportunidad de que las
supere y pueda, sirviéndose de la escala que los enemigos le han traído, elevarse a mayor
altura. Y hasta hay quienes afirman que un príncipe hábil debe fomentar con astucia
ciertas resistencia para que, al aplastarlas, se acreciente su gloria.
Los príncipes, sobre todo los nuevos, han hallado más consecuencia y más utilidad
en aquellos que al principio de su gobierno les eran sospechosos que en aquellos en
quienes confiaban. Pandolfo Petrucci, príncipe de Siena, gobernaba su Estado más con
los que le habían sido sospechosos que con los otros. Pero de este punto no se pueden
extraer conclusiones generales porque varían según el caso. Sólo diré esto: que los
hombres que al principio de un reinado han sido enemigos, si su carácter es tal que para
continuar la lucha necesitan apoyo ajeno, el príncipe podrá siempre y muy fácilmente
conquistarlos a su causa; y lo servirán con tanta más fidelidad cuanto que saben que les
es preciso borrar con buenas obras la mala opinión en que se los tenía; y así el príncipe
saca de ellos más provecho que de los que, por scrle demasiado fieles, descuidan sus
obligaciones.
Y puesto que el tema lo exige, no dejaré de recordar al príncipe que adquiera un
Estado nuevo mediante la ayuda de los ciudadanos que examine bien el motivo que
impulsó a éstos a favorecerlo, porque si no so trata de afecto natural, sino de descontento
con la situación anterior del Estado, dificil y fatigosamente podrá conservar su amistad,
pues tampoco él podrá contentarlos. Con los ejemplos que los hechos antiguos y
modernos proporcionan, medítese serenamente en la razón de todo esto, y se verá que es
más fácil conquistar la amistad de los enemigos, que lo son porque estaban satisfechos
con el gobierno anterior, que 1a de los que, por estar descontentos, se hicieron amigos
del nuevo príncipe y lo ayudaron a conquistar el Estado.
Los príncipes, para conservarse más seguramente en el poder, acostumbraron
construir fortalezas que fuesen rienda y freno para quienes se atreviesen a obrar en su
contra, y refugio seguro para ellos en caso de un ataque imprevisto. Alabo esta
costumbre de los antiguos. Pero repárese en que en estos tiempos se ha visto a Nicolás
Vitelli arrasar dos fortalezas on Cittá di Castello para conserver la plaza. Guido Ubaldo,
duque de Urbino, al volver a sus Estados de donde lo arrojó César Borgia, destruyó hasta
los cimientos todas las fortalezas de aquelia provincia, convencido de que sin ellas sería
más dificil arrebatarle el Estado. Lo mismo hicieron los Bentivoglio al volver a Bolonia.
Por consiguiente, las fortalezas pueden ser útiles o no según los casos, pues si en unas
ocasiones favorecen, en otras perjudican. Podría resolverse la cuestión de esta manera: el
príncipe que teme más at puebio que a los extranjeros debe construir fortalezas; pero el
que teme más a los extranjeros que al pueblo debe pasarse sin ellas. El castillo levantado
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por Francisco Sforza en Milán ha traído y trerá más sinsabores a la casa Sforza que todas
las revueltas que se produzcan en el Estado. Pero, en definitiva, no hay mejor fortaleza
que el no ser odiado por el pueblo, porque si el pueblo aborrece al príncipe, no lo
salvarán todas las fortalezas que posea, pues nunca faltan al pueblo, una vez que ha
empuñado las armas, extranjeros que lo socorran.
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En nuestros tiempos no se ha visto que hayan favorecido a ningún príncipe, salvo a
la condesa de Forli, después de la muerte del conde Jerónimo, su marido; porque gracias
a ellas pudo escapar al furor popular, esperar el socorro de Milán y recuperar el Estado.
Pero entonces las circunstancias eran tales que los extranjeros no podían auxiliar al
pueblo. Y después su fortaleza de nada le sirvió, cuando César Borgia la asaltó y el
pueblo se plegó a él por odio a la condesa. Por lo tanto, mucho mis seguro le hublera
sido, entonces y siempre, no ser odiada por cl pucblo.que tener fortalezas.
Consideradas, pues, estas cosas, elogiaré tanto a quien construya fortalezas como a
quien no las construya, pero censuraré a todo el que, confiando en las fortalezas, tenga
en poco el ser odiado por el pueblo.
Capitulo XXI
COMO DEBE COMPORTARSE UN PRINCIPE
\PARA SER ESTIMADO
Nada hace tan estimable a un príncipe como las grandes empresas y el ejemplo de
raras virtudes. Prueba de ello es Fernando de Aragón, actual rey de España, a quien casi
puede llamarse príncipe nuevo, pues de rey sin importancia se ha convertido en el primer
monarca de la cristiandad. Sus obras, como puede comprobarlo quien las examine, han
sido todas grandes, y algunas extraordinarias. En los comienzos de su reinado tomó por
asalto a Granada, punto de partida de sus conquistas. Hizo la guerra cuando estaba en
paz con los vecinos, y, sabiendo que nadie se opondría, distrajo con ella la atención de
los nobles de Castilla, que, pensando en esa guerra, no pensaban en cambios políticos, y
por este medio adquirió autoridad y reputación sobre ellos y sin que ellos se diesen
cuenta. Con dinero del pueblo y de la Iglesia pudo mantener sus ejércitos, a los que
templó en aquella larga guerra y que tanto lo honraron después. Más tarde, para poder
iniciar empresas de mayor envergadura, se entregó, sirviéndose siempre de la iglesia, a
una piadosa persecución y despojó y expulsó de su reino a los “marranos”. No puede
haber ejemplo más admirable y maravilloso. Con el mismo pretexto invadió el Africa,
llevó a cabo la campaña de Italia y últimamente atacó a Francia, porque siempre meditó
y realizó hazañas extraordinarias que provocaron el constante estupor de los súbditos y
mantuvieron su pensamiento ocupado por entero en el exito de sus aventuras. Y estas
acciones suyas nacieron de tal modo una tras otra que no dio tiempo a los hombres para
poder preparar con tranquilidad algo en su perjuicio.
También concurre en beneficio del príncipe el hallar medidas sorprendentes en lo
que se refiere a la administración, como se cuenta que las hallaba Bernabó de Milán. Y
cuando cualquier súbdito hace algo notable, bueno o malo, en la vida civil, hay que
descubrir un modo de recompensario o castigarlo que dé amplio tema de conversación a
la gente. Y, por encima de todo, el príncipe debe ingeniarse por parecer grande e ilustre
en cada uno de sus actos.
Asimismo se estima al príncipe capaz de ser amigo o enemigo franco, es decir, al
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que, sin temores de ninguna índole, sabe declararse abiertamente en favor de uno y en
contra de otro. El abrazar un partido es siempre más conveniente que el permanecer
neutral. Porque si dos vecinos poderosos se declaran la guerra, el príncipe puede
encontrarse en uno de esos casos: que, por ser adversarios fuertes, tenga que temer a
cualquier cosa de los dos que gane la guerra, o que no; en uno o en otro caso siempre le
será más útil decidirse por una de las partes y hacer la guerra. Pues, en el primer caso, si
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no se define, será presa del vencedor, con placer y satisfaccion del vencido; y no hallará
compasión en aquél ni asilo en éste, porque el que vence no quire amigos sospechosos y
que no le ayuden en la adversidad, y el que pierde no puede ofrecer ayuda a quien no
quiso empuñar las armas y arriesgarse en su favor.
Antíoco, llamado a Grecia por los etoilos para arrojar de allí a los romanos, mandó
embajadores a los acayos, que eran amigos de los romanos, para convencerlos de que
permaneciesen neutrales. Los romanos por el contrario, les pedían que tomaran armas a
su favor. Se debatió el asunto en el consejo de los acayos, y cuando el enviado de
Antíoco solicitó neutralidad, el representante romano replicó “Quod autem isti dicunt
non interponendi vos bello, nihil magis alienum rebus vestris est, sine gratia, sine
dignitate, praemium victoris eritis”.
Y siempre verás que aquel que no es tu amigo te exigirá la neutralidad, y aquel que
es amigo tuyo te exigirá que demuestres tus sentimientos con las armas. Los príncipes
irresolutos, para evitar los peligros presentes, siguen la más de las veces el camino de la
neutralidad, y las más de las veces fracasan. Pero cuando el príncipe se declara
valientemente por una de las partes, si triunfa aquella a la que se une, aunque sea
poderosa y él quede a su discreción, estarán unidos por un vinculo de reconocimiento y
de afecto; y los hombres nunca son tan malvados que dando prueba de tamaña ingratitud,
lo sojuzguen. Al margen de esto, las victorias nunca son tan decisivas como para que el
vencedor no tenga que guardar algún miramiento, sobre todo con respecto a la justicia. Y
si el aliado pierde, el príncipe sera amparado, ayudado por él en ]a medida de lo posible
y se hará compañero de una fortuna que puede resurgir. En el segundo caso, cuando los
que combaten entre sí no pueden inspirar ningún temor, mayor es, la necesidad de
definirse, pues no hacerlo significa la ruina de uno de ellos, al que el príncipe, si fuese
prudente, debería salvar, porque si vence queda a su discreción, y es imposible que con
su ayuda no venza.
Conviene advertir que un príncipe nunca debe aliarse con otro más poderoso para
atacar a terceros, sino, de acuerdo con lo dicho, cuando las circunstancias lo obligan,
porque si veciera queda en su poder, y los príncipes deben hacer lo possible por no
quedar a disposición de otros. Los venecianos, que, pudiendo abstenerse de intervenir, se
aliaron con los franceses contra el duque de Milán, labraron su propia ruina. Pero cuando
no se puede evitar, como sucedió a los florentinos en oportunidad del ataque de los
ejercitos del papa y de España contra la Lombardía, entonces, y por las mismas razones
expuestas, el príncipe debe someterse a los acontecimientos. Y que no se crea que los
Estados pueden inclinarse siempre por partidos seguros; por el contrario, piénsese que
todos son dudosos; porque acontece en el orden de las cosas que, cuando se quiere evitar
un inconveniente, se incurre en otro. Pero la prudencia estriba en saber conocer la
naturaleza de los inconvenientes y aceptar el menos malo por bueno.
El príncipe también se mostrará amante de la virtud y honrará a los que se distingan
en las artes. Asimismo, dará seguridades a los ciudadanos para que puedan dedicarse
tranquilamente a sus profesiones, al comercio, a la agricultura y a cualquier otra
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actividad; y que unos no se abstengan de embellecer sus posesiones por temor a que se
las quiten, y otros de abrir una tienda por miedo a los impuestos. Lejos de esto, instituirá
premios para recompensar a quienes lo hagan y a quienes traten, por cualquier medio, de
engrandecer la ciudad o el Estado. Todas las ciudades están divididas en gremios o
corporaciones a las cuales conviene que el principe conceda su atención. Reúinase de vez
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en vez con ellos y dé pruebas de sencillez y generosidad, sin olvidarse, no obstante, de la
dignidad que inviste, que no debe faltarle en, ninguna ocasión.
Capitulo XXII
DE LOS SECRETARIOS DEL PRINCIPE
No es punto carente de importancia la elección de los ministros, que será buena o
mala según la cordura del príncipe. La primera opinión que se tiene del juicio de un
príncipe se funda en los hombres que lo rodean: si son capaces y fieles, podrá reputárselo
por sabio, pues supo hallarlos capaces y mantenerlos fieles; pero cuando no lo son, no
podrá considerarse prudente a un príncipe que el primer error que comete lo comete en
esta elección.
No había nadie que, al saber que Antonio da Venafro era ministro de Pandolfo
Petrucci, príncipe de Siena, no juzgase hombre muy inteligente a Pandolfo por tener por
ministro a quien tenía. Pues hay tres clases de cerebros: el primero discierne por sí; el
segundo entiende lo que los otros disciernen, y el terecro no discierne ni entiende lo que
los otros disciernen. El primero es excelente, el segundo bueno y el tercero inútil. Era,
pues, absolutamente indispensable que, si Pandolfo no se hallaba en el primer caso, se
hallase en el segundo. Porque con tal que un príncipe tenga el suficiente discernimiento
para darse cuenta de lo bueno o malo que hace y dice, reconocerá, aunque de por sí no las
descubra, cuáles son las obras buenas y cuáles las malas de un ministro, y podrá corregir
éstas y elogiar las otras; y el ministro, que no podrá confiar en engañarlo, se conservará
honesto y fiel.
Para conocer a un ministro hay un modo que no falla nunca. Cuando se ve que un
ministro piensa más en él que en uno y que en todo no busca sino su provecho, estamos
en presencia de un ministro que nunca será bueno y en quien el príncipe nunca podrá
confiar. Porque el que tiene en sus manos el Estado de otro jamás debe pensar en sí
mismo, sino en el príncipe, y no recordarle sino las cosas que pertenezean a él. Por su
parte, el príncipe, para mantenerlo constante en su fidelidad, debe pensar en el ministro.
Debe honrarlo, enriquecerlo y colmarlo de cargos, de manera que comprenda que no
puede estar sin él, y que los muchos honores no le hagan desear más honores, las muchas
riquezas no le hagan ansiar más riquezas y los muchos cargos le hagan temer los cambios
politicos. Cuando los ministros, y los príncipes con respecto a los ministros, proceden así,
pueden confiar unos en otros; pero cuando proceden de otro modo, las consecuencias son
perjudiciales tanto para unos como para otros.
Capitulo XXIII
COMO HUIR DE LOS ADULADORES
No quiero pasar por alto un asunto importante, y es la falta en que con facilidad caen
los príncipes si no son muy prudentes o no saben elegir bien. Me refiero a los aduladores,
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que abundan en todas las cortes. Porque los hombres se complacen tanto en sus propias
obras, de tal modo se engañan, que no atinan a defenderse de aquella calamidad; y
cuando quieren defenderse, se exponen al peligro de hacerse despreciables. Pues no hay
otra manera de evitar la adulación que el hacer comprender a los hombres que no ofenden
al decir la verdad; y resulta que, cuando todos pueden decir la verdad, faltan al respeto.
Por lo tanto, un príncipe prudente debe preferir un tercer modo: rodearse de los hombres
de buen juicio de su Estado, únicos a los que dará libertad para decirle la verdad, aunque
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en las cosas sobre las cuales scan interrogados y sólo en ellas. Pero debe interrogarlos
sobre todos los tópicos, escuchar sus opiniones con paciencia y después resolver por si y
a su albedrío. Y con estos consejeros comportarse de tal manera que nadie ignore que
será tanto más estimado cuanto más libremente hable. Fuera de ellos, no escuchar a
ningún otro, poner en seguida en práctica lo resuelto y ser obstinado en su cumplimiento.
Quien no pro- cede así se pierde por culpa de los aduladores o, si cambia a menudo de
parecer, es tenido en menos.
Quiero a este propósito citar un ejemplo moderno, Fray Lucas [Rinaldi], embajador
ante el actual emperador Maximiliano, decía, hablando de Su Majestad, que no pedía
consejos a nadie y que, sin embargo, nunca hacía lo que quería. Y esto precisamente por
proceder en forma contraria a la aconsejada. Porque cl emperador es un hombre
reservado que no comunica a nadie sus pensamientos ni pide pareceres; pero como, al
querer ponerlos en práctica, empiezan a conocerse y descubrise, y los que los rodean
opinan en contra, ficilmente desiste de ellos. De donde resulta que lo que hace hoy lo
deshace mañana, que no se entiende nunca lo que desea o intenta hacer y que no se
puede confiar en sus determinaciones.
Por este motivo, un príncipe debe pedir consejo siempre, pero cuando él lo considere
conveniente y no cuando lo consideren convenience los demás, por lo cual debe evitar
que nadie emita pareceres mientras no sea interrogado. Debe preguntar a menudo,
escuchar con paciencia la verdad acerca de las cosas sobre las cuales ha interrogado y
ofenderse cuando entera de que alguien no se la ha dicho por temor. Se engañan los que
creen que un príncipe es juzgado sensato gracias a los buenos consejeros que tiene en
derredor y no gracias a sus propias cualidades. Porque ésta es una regla general que no
falla nunca un príncipe que no es sabio no puede ser bien aconsejado y, por ende, no
puede gobernar, a menos que se ponga bajo la tutela de un hombre muy prudente que lo
guíe en todo. Y aun en este caso, duraría poco en el poder, pues cl ministro no tardaría
en despojarlo del Estado. Y si pide consejo a más de uno, los consejos serán siempre
distintos, y un príncipe que no sea sabio no podrá conciliarlos. Cada uno de los
consejeros
pensará en lo suyo, y él no podrá saberlo ni corregirlo. Y es impossible hallar otra
clase de consejeros, porque los hombres se comportarán siempre mal mientras la
necesidad no los obligue a lo contrario. De esto se concluye que es conveniente que los
buenos consejos, vengan de quien vinieren, nazcan de la prudencia del príncipe y no la
prudencia del principe de los buenos consejos.
Capitulo XXIV
POR QUE LOS PRINCIPES DE
ITALIA PERDIERON SUS ESTADOS
Las reglas que acabo de exponer, llevadas a la práctica con prudencia, hacen parecer
antiguo a un príncipe nuevo y lo consolidan y afianzan en seguida en el Estado como si
fuese un príncipe hereditario. Por la razón de que se observa mucho más celosamente la
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conducta de un principe nuevo que la de uno hereditario, si los hombres la encuentran
virtuosa, se sienten más agradecidos y se apegan mis a é1 que a uno de linaje antiguo.
Porque los hombres se ganan mucho mejor con las cosas presentes que con las pasadas,
y cuando en las presentes hallan provecho, las gozan sin inquirir nada; y mientras cl
príncipe no se desmerezca en las otras cosas, estarán siempre dispuestos a defenderlo.
Asi, el príncipe tendrá la doble gloria de haber creado un principado nuevo y de haberlo
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mejorado y fortificado con buenas leyes, buenas armas, buenos amigos y buenos
ejemplos. Del mismo modo que será doble la deshonra del que, habiendo nacido
príncipe, pierde cl trono por su falta de prudencia.
Si se examina el comportamiente de los príncipes de Italia que en nuestros tiempos
perdieron sus Estados, como cl rey de Nápoles, el duque de Milán y algunos otros, se
advertirá, en primer lugar, en lo que se refiere a las armas, una falta común a todos: la de
haberse apartado de las reglas antes expuestas. Después se verá que unos tuvieron al
pueblo por enemigo, y que el que lo tuvo por amigo no supo asegurarse de los nobles.
Porque sin estas faltas no se pierden los Estados que tienen recursos suficientes para
permitir levantar un ejército de campaña.
Filipo de Macedonia, no el padre de Alejandro, sino cl que fue vencido por Tito
Quincio, disponía de un ejército reducido en comparación con el de los griegos y los
romanos, que lo atacaron juntos; sin embargo, como era guerrero y habia sabido
congraciarse con cl pueblo y contener a los nobles, pudo resistir una lucha de muchos
años; y si al fin perdió algunas ciudades, conservó, en cambio el reino.
Por consiguiente, estos príncipes nuestros que ocupaban el poder desde hacía
muchos años no acusen a la fortuna por haberlo perdido, sino a su ineptitud. Como en
épocas de paz nunca pensaron que podrían cambiar las cosas (es defecto común de los
hombres no preocuparse por la tempestad durante la bonanza), cuando se presentaron
tlempos adversos, atinaron a huir y no a defenderse, y esperaron que cl pueblo, cansado
de los ultrajes de los vencedores, volviese a llamarlos. Partido que es bueno cuando no
hay otros; pero está muy mal dejar los otros por ése, pues no debernos dejarnos caer por
el simple hecho de creer que habrá alguien que nos recoja. Porque no lo hay; y si lo hay
y acude, no es para salvación nuestra, dado que la defensa ha sido indigna y no ha
dependido de nosotros. Y las únicas defensas buenas, seguras y durables son las que
dependen
de uno mismo y de sus virtudes.
Capitulo XXV
DEL PODER DE LA FORTUNA
DE LAS COSAS HUMANAS Y
DE LOS MEDIOS PARA OPONERSELE
No ignoro que muchos creen y han creído que las cosas del mundo están regidas por
la fortuna y por Dios, de tal modo que los hombres más prudentes no pueden
modificarlas;
y, más aún, que no tienen remedio alguno contra ellas. De lo cual podrían deducir
que no vale la pena fatigarse mucho en las cosas, y que es mejor dejarse gobernar por la
suerte. Esta opini6n ha gozado de mayor crédito en nuestros tiempos por los cambios
extraordinarios, fuera de toda conjetura humana, que se han visto y se ven todos los días.
Y yo, pensando alguna vez en ello, me he sentido algo inclinado a compartir l mismo
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parecer. Sin embargo, y a fin de que no se desvanezca nuestro libre albedrío, acepto por
cierto que la fortuna sea juez de la mitad de nuestras acciones, pero que nos deja
gobernar la otra mitad, o poco menos. Y la comparo con uno de esos rios antiguos que
cuando se embravecen, inundan las llanuras, derriban los árboles y las casas y arrastran
la tierra de un sitio para llevarla a otro; todo cl mundo huye delante de ellos, todo el
mundo cede a su furor. Y aunque esto sea inevitable, no obsta para que los hombres, en
las épocas en que no hay nada que temer, tomen sus precauciones con diques y reparos,
de rnancra que si río crece otra vez, o tenga que deslizarse por un canal o su fuerza no
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sea tan desenfrenada ni tan perjudicial. Asi sucede con la fortuna, que se manifiesta con
todo su poder allí donde no hay virtud preparada para resistirle y dirige sus ímpetus allí
donde sabe que no se han hecho diques ni reparos para contenerla. Y si ahora
contemplamos a Italia, teatro de estos cambios y punto que los ha engendrado, veremos
que es una llanura sin diques ni reparos de ninguna clase; y que si bubiese estado
defendida por la virtud necesaria, como lo están Alemania, España y Francia, o esta
inundación no habria provocado ]as grandes transformaciones que ha provocado, o no se
habría producido. Y que lo dicho sea suficiente sobre la necesidad general de oponerse a
la fortuna.
Pero ciñendome más a los detalles me pregunto por qué un príncipe que hoy vive en
la prosperidad, mañana se encuentra en la desgracia, sin que se haya operado ningún
cambio en su carácter ni en su conducta. A mi juicio, esto se debe, en primer lugar, a las
razones que expuse con detenimiento en otra parte, es decir, a que el príncipe que confía
ciegamente en la fortuna perece en cuanto en cuanto ella cambia. Creo también que es
feliz el que concilia su manera de obrar con la índole de las circunstancias, y que del
mismo modo es desdichado el que no logra armonizar una cosa con la otra. Pues se ve
que los hombres, para llegar al fin que se proponen, esto es, a la gloria y las riquezas,
proceden en forma distinta: uno con cautela, el otro con impetu; uno por la violencia, el
otro por ]a astucia; uno con paciencia, el otro con su contrario; y todos pueden triunfar
por medios tan dispares. Se observa también que, de dos hombres cautos, el uno
consigue su propósito y el otro no, y que tienen igual fortuna dos que han seguido
caminos encontrados, procediendo el uno con cautela y el otro con ímpetu: lo cual no se
debe sino a la índole de las circunstancias, que concilia o no con la forma de
cornportarse. De aquí resulta lo que he dicho: que dos que actúan de distinta manera
obtienen el mismo resultado; y que de dos que actúan de igual manera, uno alcanza su
objeto y cl otro no. De esto depende asimismo el éxito, pues si las circunstancias y los
acontecimientos se presentan de tal modo que el príncipe que es cauto y paciente se ve
favorecido, su gobierno será bueno y él será feliz; mas si cambian, está perdido, porque
no cambia al mismo tiempo su proceder. Pero no existe hombre lo suficientemente dúctil
como para adaptarse a todas las circunstancias, ya porque no puede desviarse de aquello
a lo que la naturaleza lo inclina, ya porque no puede resignarse a abandonar un camino
que sieinpre le ha sido próspero. El hombre cauto fracasa cada vez que es preciso ser
impetuoso. Que si cambiase de conducta junto con las circunstancias, no cambiaría su
fortuna.
El papa Julio II se condujo impetuosamente en todas sus acciones, y las
circunstancias se presentaron tan de acuerdo con su modo de obrar que siempre tuvo
éxito. Considérese su primera empresa contra Bolonia, cuando aun vivía Juan
Bentivoglio. Los venecianos lo veian con desagrado, y el rey de España deliberaba con
el de Francia sabre las medidas por tomar; pero Julio II, llevado por su ardor y su
ímpetu, inició la expedición ponióndose él mismo al frente de las tropas. Semejante paso
dejó suspensos a España y a los venecianos; y éstos por mie- do, y aquélla con la
esperanza de recobrar todo el reino de Nápoles, no se movieron; por otra parte, el rey de
Francia se puso de su lado, pues al ver que Julio II había iniciado la campañia, y como
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quería ganarse su amistad para humillar a los venecianos, juzgó no poder negarile sus
tropas sin ofenderlo en forma manifiesta. Así, pues, Julio II, con su impetuoso ataque,
hizo lo que ningún pontífice hubiera logrado con toda la prudencia humana; porque si él
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hubiera esperado para partir de Roma a tener todas las precauciones tomadas y ultimados
todos los detalles, como cualquier otro pontífice hubiese hecho, jamás habría triunfado,
porque cl rey de Francia hubiera tenido mil pretextos y los otros amenazado con mil
represalias. Prefiero pasar por alto sus demás acciones, todas iguales a aquélla y todas
premiadas por el éxito, pues la brevedad de su vida no le permitió conocer lo contrario.
Que, a sobrevenir circunstancias en las que fuera preciso conducirse con prudencia,
corriera a su ruina, pues nunca se hubiese apartado de aquel modo de obrar al cual lo
inclinaba su naturaleza.
Se concluye entonces que, como la fortuna varía y los hombres se obstinan en
proceder de un mismo modo, serán felices mientras vayan de acuerdo con la suerte e
infelices cuando estén en desacuerdo con ella. Sin embargo, considero que es preferible
ser impetuoso y no cauto, porque la fortuna es mujer y se hace preciso, si se la quiere
tener sumisa, golpearla y zaherirla. Y se ve que se deja dominar por éstos antes que por
los que actúan con tibieza. Y, como mujer, es amiga de los jóvenes, porque son menos
prudentes y más fogosos y se imponen con más audacia.
Capitulo XXVI
EXHORTACION A LIBERAR A
ITALIA DE LOS BARBAROS
Después de meditar en todo lo expuesto,me preguntaba si en Italia, en la actualidad,
las circunstancias son propicias para que un nuevo principe pueda adquirir gloría, esto es
necesario a un hmbre prudente y virtuoso para instaurar una nueva forrna de gobierno,
por la cual, honr honr honrándose a sí mismo, hiciera la felicidad de los italianos. Y no
puede menos que responderme que eran tantas las circunstancias que concurrían en favor
de un príncipe nuevo, que dificilmente podría hallarse momento más adecuado. Y si,
como he dicho, fue preciso para que Moisés pusiera de manifiesto sus virtudes que el
pueblo de Israel estuviese esclavizado en Egipto, y para conocer la grandeza de Ciro que
los persas fuesen oprimidos por los medas, y la excelencia de Teseo que los atenienses
se dispersaran, del mismo modo, para conocer la virtud de un espíritu italiano, era
necesario que Italia se viese llevada al extremo en que yace hoy, y que estuviese más
esclavizada que los hebreos, más oprimida que los persas y más desorganizada que los
atenienses; que careciera de jefe y de leyes, que se viera castigada, despojada,
escarnecida
e invadida, y que soportara toda clase de vejaciones. Y aunque hasta ahora se haya
notado en este o en aquel hombre algún destello de genio como para creer que había sido
enviado por Dios para remidir estas tierras, no tardó en advertirse que la fortuna lo
abandonaba en lo más alto de su carrera. De modo que, casi sin un soplo de vida, espera
Italia al que debe urarla de sus heridas, poner fin a los saqueos de Lombardia y a las
contribuciones del Reame y de Toscana y cauterizar sus llagas desde tanto tiempo
gangrenadas.
Vedla cómo ruega a Dios que le envíe a alguien que la redima de esa crueldad e
insolencia de los bárbaros. Vedla pronta y dispuesta a seguir una bandera mientras
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haya quien la empuña. Y no se ve en la actualidad en quien uno pueda confiar más que
en vuestra ilustre casa, para que con su fortuna y virtud, preferida de Dios y de la Iglesia,
de la cual es ahora príncipe, pueda bacerse jefe de esta redención. Y esto no os parecerá
difícil si tenéis presentes la vida y acciones de los príncipes mencionados. Y aunque
aquéllos fueron hombres raros y maravillosos, no dejaron de ser hormbres; y no tuvo
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ninguno ocasión tan favorable como la presente; porque sus empresas no fueron más
justas ni más fáciles que ésta, ni Dios les fue más benigno de lo que lo es con vos. Que
es justicia grande: iustum enim est bellum quibus necessarium, et pia arma ubi nulla nisi
in armis spes est. Aqui hay disposición favorable; y donde hay disposición favorable no
puede haber grandes dificultades, y sólo falta que vuestra casa se inspire en los ejemplos
de los hombres que he propuesto por modelos. Además, se ven aquí acontecimientos
extraordinarios, sin precedentes, ejecutados por voluntad divina: las aguas del mar se
han separado, una nube os ha mostrado el camino, ha brotado agua de la piedra y ha
llovido maná; todo concurre a vuestro engrandecimiento. A vos os toca lo demás. Dios
no quiere hacerlo todo para no quitarnos cl libre albedrío ni la parte de gloria que nos
corresponde.
No es asombroso que ninguno de los italianos a quien he citado haya podido hacer lo
que es de esperar que haga vuestra ilustre casa, ni es extraño que después de tantas
revoluciones
y revueltas guerreras parezca extinguido el valor militar de nuestros
compatriotas. Pero se debe a que la antigua organización militar no era buena y a que
nadie ha sabido modificarla. Nada honra tanto a un hombre que se acaba de elevar al
poder como las nuevas leyes y ]as nuevas instituciones ideadas por é1, que si están bien
cimentadas y llevan algo grande en sí mismas,, lo hacen digno de respeto y admiración.
E italia no carece de arcilla modelable. Que si falta valor en los jefes, sóbrales a los
soldados. Fijaos en los duelos y en las riñas, y advertid cuán superiores son los italianos
en fuerza, destreza y astucia. Pero en las batallas, y por culpa exclusive de la debilidad
de los jefes, su papel no es nada brillante; porque los capaces no son obedecidos; y todos
se creen capaces, pero hasta ahora no hubo nadie que supiese imponerse por su valor y
su fortuna, y que hiciese ceder a les demás. A esto hay que atribuir el que, en tantas
guerras habidas durante los últimos veinte años, los ejércitos italianos siempre hayan
fracasado, como lo demuestran Taro, Alejandria, Capua, Génova, Vailá, Bolonia y
Mestri.
Si vuestra ilustre casa quiere emular a aquellos eminentes.varones que libertaron a
sus países, es preciso, ante todo, y como preparativo indispensable a toda empresa, que
se rodee de armas propias; porque no puede haber soldados más fieles, sinceros y
mejores que los de uno. Y si cada uno de ellos es bueno, todos juntos, cuando vean que
quien los dirige, los honra y los trata paternalmente es un príncipe en persona, serán
mejores. Es, pues, necesario organizar estas tropas para defenderse, con el valor italiano,
de los extranjeros. Y aunque las infanterías suiza y española tienen fama de temibles,
ambas adolecen de defectos, de manera que un tercer orden podría no sólo contenerlas,
sino vencerlas. Porque los españoles no resisten a la caballería, y los suizos tienen miedo
de la infantería rue se muestra tan porfiada como ellos en la batalla. De aquí que se haya
visto y volverá a verse que los españoles no pueden hacer frente a la caballería francesa,
y que los suizos se desmoronan ante la infantería española. Y por más que de esto último
no tengamos una prueba definitiva, podemos darnos una idea por lo sucedido en la
batalla de Ravena, donde la infantería española dio la cara a los batallones alemanes, que
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siguen la misma táctica que los suizos; pues los españoles, ágiles de cuerpo, con la ayuda
de sus broqueles habían penetrado por entre las picas de los alemanes y los acuchillaban
sin riesgo y sin que éstos tuviesen defensa, y a no haber embestido la caballería, no
hubiese quedado alerman con vida. Por lo tanto, conociendo los defectos de una y otra
infanteria, es posible crear una tercera que resista a la caballería y a la que no asusten los
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soldados de a pie, lo cual puede conseguirse con nuevas armas y nueva disposici6n de
los combatientes. Y no ha de olvidarse que son estas cosas las que dan autoridad y gloria
a un principe nuevo.
No se debe, pues, dejar pasar esta ocasión para que Italia, despues de tanto tiempo,
vea por fin a su redentor. No puedo expresar con cuánto amor, con cuánta sed de
venganza, con cuinta obstinada fe, con cuinta ternura, con cuántas lágrimas, scría
recibido en todas las provincias que han sufrido el aluvi6n de los extranjeros. ¿Qué
puertas se le cerrarían? ¿Qué pueblos negaríanle obediencia? ¿Qué envidias se le
opondrían? ¿Qué italiano le rehusaría su homenaje? A todos repugna esta dominación de
los bárbaros. Abrace, pues, vuestra ilustre familia esta causa con el ardor y la esperanza
con que se abrazan las causas justas, a, fin de que bajo su enseña la patria se ennoblezca
y bajo sus auspicios se realice la aspiracion de Petrarca:
Virtú contro a furore
Prenderó 1'arme; e fia ‘l conbatter
(corto,
Chè l’antico valore
Negl’itailici cuor non è ancor morto.*
* La virtud tomará las armas contra el atropello; el combate sera breve, pues el antiguo
valor en los corazones italianos aún no ha muerto.
Fin
Príncipe, de Nicolás Maquiavelo
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Discurso del Método
Versión de García Morente
http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/09141639899836184198968/p00
00001.htm#I_10_
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Discurso del Método
Versión de García Morente
http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/09141639899836184198968/p00
00001.htm#I_10_
Para bien dirigir la razón y buscar la verdad en las ciencias
Si este discurso parece demasiado largo para leído de una vez, puede dividirse en
seis partes: en la primera se hallarán diferentes consideraciones acerca de las ciencias; en
la segunda, las reglas principales del método que el autor ha buscado; en la tercera,
algunas otras de moral que ha podido sacar de aquel método; en la cuarta, las razones con
que prueba la existencia de Dios y del alma humana, que son los fundamentos de su
metafísica; en la quinta, el orden de las cuestiones de física, que ha investigado y, en
particular, la explicación del movimiento del corazón y de algunas otras dificultades que
atañen a la medicina, y también la diferencia que hay entre nuestra alma y la de los
animales; y en la última, las cosas que cree necesarias para llegar, en la investigación de
la naturaleza, más allá de donde él ha llegado, y las razones que le han impulsado a
escribir. 5
Primera parte
El buen sentido es lo que mejor repartido está entre todo el mundo, pues cada cual
piensa que posee tan buena provisión de él, que aun los más descontentadizos respecto a
cualquier otra cosa, no suelen apetecer más del que ya tienen. En lo cual no es verosímil
que todos se engañen, sino que más bien esto demuestra que la facultad de juzgar y
distinguir lo verdadero de lo falso, que es propiamente lo que llamamos buen sentido o
razón, es naturalmente igual en todos los hombres; y, por lo tanto, que la diversidad de
nuestras opiniones no proviene de que unos sean más razonables que otros, sino tan sólo
de que dirigimos nuestros pensamientos por derroteros diferentes y no consideramos las
mismas cosas. No basta, en efecto, tener el ingenio bueno; lo principal es aplicarlo bien.
Las almas más grandes son capaces de los mayores vicios, como de las mayores virtudes;
y los que andan muy despacio pueden llegar mucho más lejos, si van siempre por el
camino recto, que los que corren, pero se apartan de él.
107
Por mi parte, nunca he presumido de poseer un ingenio más perfecto que los
ingenios comunes; hasta he deseado muchas veces tener el pensamiento tan rápido, o la
imaginación tan clara y distinta, o la memoria tan amplia y presente como algunos otros.
Y no sé de otras cualidades sino ésas, que contribuyan a la perfección del ingenio; pues
en lo que toca a la razón o al sentido, siendo, como es, la única cosa que nos hace
hombres y nos distingue de los animales, quiero creer que está entera en cada uno de
nosotros y seguir en esto la común opinión de los filósofos, que dicen que el más o el
menos es sólo de los accidentes, mas no de las formas o naturalezas de los individuos de
una misma especie.
Pero, sin temor, puedo decir, que creo que fue una gran ventura para mí el haberme
metido desde joven por ciertos caminos, que me han llevado a ciertas consideraciones y
máximas, con las que he formado un método, en el cual paréceme que tengo un medio
para aumentar gradualmente mi conocimiento y elevarlo poco a poco hasta el punto más
alto a que la mediocridad de mi ingenio y la brevedad de mi vida puedan permitirle
llegar. Pues tales frutos he recogido ya de ese método, que, aun cuando, en el juicio que
sobre mí mismo hago, procuro siempre inclinarme del lado de la desconfianza mejor que
del de la presunción, y aunque, al mirar con ánimo filosófico las distintas acciones y
empresas de los hombres, no hallo casi ninguna que no me parezca vana e inútil, sin
embargo no deja de producir en mí una extremada satisfacción el progreso que pienso
haber realizado ya en la investigación de la verdad, y concibo tales esperanzas para el
porvenir 6, que si entre las ocupaciones que embargan a los hombres, puramente hombres,
hay alguna que sea sólidamente buena e importante, me atrevo a creer que es la que yo he
elegido por mía.
Puede ser, no obstante, que me engañe; y acaso lo que me parece oro puro y
diamante fino, no sea sino un poco de cobre y de vidrio. Sé cuán expuestos estamos a
equivocar nos, cuando de nosotros mismos se trata, y cuán sospechosos deben sernos
también los juicios de los amigos, que se pronuncian en nuestro favor. Pero me gustaría
dar a conocer, en el presente discurso, el camino que he seguido y representar en él mi
vida, como en un cuadro, para que cada cual pueda formar su juicio, y así, tomando luego
conocimiento, por el rumor público, de las opiniones emitidas, sea este un nuevo medio
de instruirme, que añadiré a los que acostumbro emplear.
Mi propósito, pues, no es el de enseñar aquí el método que cada cual ha de seguir
para dirigir bien su razón, sino sólo exponer el modo como yo he procurado conducir la
mía 7. Los que se meten a dar preceptos deben de estimarse más hábiles que aquellos a
quienes los dan, y son muy censurables, si faltan en la cosa más mínima. Pero como yo
no propongo este escrito, sino a modo de historia o, si preferís, de fábula, en la que, entre
ejemplos que podrán imitarse, irán acaso otros también que con razón no serán seguidos,
espero que tendrá utilidad para algunos, sin ser nocivo para nadie, y que todo el mundo
agradecerá mi franqueza.
Desde la niñez, fui criado en el estudio de las letras y, como me aseguraban que por
medio de ellas se podía adquirir un conocimiento claro y seguro de todo cuanto es útil
para la vida, sentía yo un vivísimo deseo de aprenderlas. Pero tan pronto como hube
108
terminado el curso de los estudios, cuyo remate suele dar ingreso en el número de los
hombres doctos, cambié por completo de opinión, Pues me embargaban tantas dudas y
errores, que me parecía que, procurando instruirme, no había conseguido más provecho
que el de descubrir cada vez mejor mi ignorancia. Y, sin embargo, estaba en una de las
más famosas escuelas de Europa 8, en donde pensaba yo que debía haber hombres sabios,
si los hay en algún lugar de la tierra. Allí había aprendido todo lo que los demás
aprendían; y no contento aún con las ciencias que nos enseñaban, recorrí cuantos libros
pudieron caer en mis manos, referentes a las ciencias que se consideran como las más
curiosas y raras. Conocía, además, los juicios que se hacían de mi persona, y no veía que
se me estimase en menos que a mis condiscípulos, entre los cuales algunos había ya
destinados a ocupar los puestos que dejaran vacantes nuestros maestros. Por último,
parecíame nuestro siglo tan floreciente y fértil en buenos ingenios, como haya sido
cualquiera dé los precedentes. Por todo lo cual, me tomaba la libertad de juzgar a los
demás por mí mismo y de pensar que no había en el mundo doctrina alguna como la que
se me había prometido anteriormente.
No dejaba por eso de estimar en mucho los ejercicios que se hacen en las escuelas.
Sabía que las lenguas que en ellas se aprenden son necesarias para la inteligencia de los
libros antiguos; que la gentileza de las fábulas despierta el ingenio; que las acciones
memorables, que cuentan las historias, lo elevan y que, leídas con discreción, ayudan a
formar el juicio; que la lectura de todos los buenos libros es como una conversación con
los mejores ingenios de los pasados siglos, que los han compuesto, y hasta una
conversación estudiada, en la que no nos descubren sino lo más selecto de sus
pensamientos; que la elocuencia posee fuerzas y bellezas incomparables; que la poesía
tiene delicadezas y suavidades que arrebatan; que en las matemáticas hay sutilísimas
invenciones que pueden ser de mucho servicio, tanto para satisfacer a los curiosos, como
para facilitar las artes todas y disminuir el trabajo de los hombres; que los escritos, que
tratan de las costumbres, encierran varias enseñanzas y exhortaciones a la virtud, todas
muy útiles; que la teología enseña a ganar el cielo; que la filosofía proporciona medios
para hablar con verosimilitud de todas las cosas y recomendarse a la admiración de los
menos sabios 9; que la jurisprudencia, la medicina y demás ciencias honran y enriquecen
a quienes las cultivan; y, por último, que es bien haberlas recorrido todas, aun las más
supersticiosas y las más falsas, para conocer su justo valor y no dejarse engañar por ellas.
Pero creía también que ya había dedicado bastante tiempo a las lenguas e incluso a
la lectura de los libros antiguos y a sus historias y a sus fábulas. Pues es casi lo mismo
conversar con gentes de otros siglos, que viajar por extrañas tierras. Bueno es saber algo
de las costumbres de otros pueblos, para juzgar las del propio con mejor acierto, y no
creer que todo lo que sea contrario a nuestras modas es ridículo y opuesto a la razón,
como suelen hacer los que no han visto nada. Pero el que emplea demasiado tiempo en
viajar, acaba por tornarse extranjero en su propio país; y al que estudia con demasiada
curiosidad lo que se hacía en los siglos pretéritos, ocúrrele de ordinario que permanece
ignorante de lo que se practica en el presente. Además, las fábulas son causa de que
imaginemos como posibles acontecimientos que no lo son; y aun las más fieles historias,
supuesto que no cambien ni aumenten el valor de las cosas, para hacerlas más dignas de
ser leídas, omiten por lo menos, casi siempre, las circunstancias más bajas y menos
109
ilustres, por lo cual sucede que lo restante no aparece tal como es y que los que ajustan
sus costumbres a los ejemplos que sacan de las historias, se exponen a caer en las
extravagancias de los paladines de nuestras novelas y a concebir designios, a que no
alcanzan sus fuerzas.
Estimaba en mucho la elocuencia y era un enamorado de la poesía; pero pensaba
que una y otra son dotes del ingenio más que frutos del estudio. Los que tienen más
robusto razonar y digieren mejor sus pensamientos, para hacerlos claros e inteligibles,
son los más capaces de llevar a los ánimos la persuasión, sobre lo que proponen, aunque
hablen una pésima lengua y no hayan aprendido nunca retórica; y los que imaginan las
más agradables invenciones, sabiéndolas expresar con mayor ornato y suavidad, serán
siempre los mejores poetas, aun cuando desconozcan el arte poética.
Gustaba sobre todo de las matemáticas, por la certeza y evidencia que poseen sus
razones; pero aun no advertía cuál era su verdadero uso y, pensando que sólo para las
artes mecánicas servían, extrañábame que, siendo sus cimientos tan firmes y sólidos, no
se hubiese construido sobre ellos nada más levantado 10. Y en cambio los escritos de los
antiguos paganos, referentes a las costumbres, comparábalos con palacios muy soberbios
y magníficos, pero construidos sobre arena y barro: levantan muy en alto las virtudes y
las presentan como las cosas más estimables que hay en el mundo; pero no nos enseñan
bastante a conocerlas y, muchas veces, dan ese hermoso nombre a lo que no es sino
insensibilidad, orgullo, desesperación o parricidio 11.
Profesaba una gran reverencia por nuestra teología y, como cualquier otro,
pretendía yo ganar el cielo. Pero habiendo aprendido, como cosa muy cierta, que el
camino de la salvación está tan abierto para los ignorantes como para los doctos y que las
verdades reveladas, que allá conducen, están muy por encima de nuestra inteligencia,
nunca me hubiera atrevido a someterlas a la flaqueza de mis razonamientos, pensando
que, para acometer la empresa de examinarlas y salir con bien de ella, era preciso alguna
extraordinaria ayuda del cielo, y ser, por tanto, algo más que hombre.
Nada diré de la filosofía sino que, al ver que ha sido cultivada por los más
excelentes ingenios que han vivido desde hace siglos, y, sin embargo, nada hay en ella
que no sea objeto de disputa y, por consiguiente, dudoso, no tenía yo la presunción de
esperar acertar mejor que los demás; y considerando cuán diversas pueden ser las
opiniones tocante a una misma materia, sostenidas todas por gentes doctas, aun cuando
no puede ser verdadera más que una sola, reputaba casi por falso todo lo que no fuera
más que verosímil.
Y en cuanto a las demás ciencias, ya que toman sus principios de la filosofía,
pensaba yo que sobre tan endebles cimientos no podía haberse edificado nada sólido; y ni
el honor ni el provecho, que prometen, eran bastantes para invitarme a aprenderlas; pues
no me veía, gracias a Dios, en tal condición que hubiese de hacer de la ciencia un oficio
con que mejorar mi fortuna; y aunque no profesaba el desprecio de la gloria a lo cínico,
sin embargo, no estimaba en mucho aquella fama, cuya adquisición sólo merced a falsos
títulos puede lograrse. Y, por último, en lo que toca a las malas doctrinas, pensaba que ya
110
conocía bastante bien su valor, para no dejarme burlar ni por las promesas de un
alquimista, ni por las predicciones de un astrólogo, ni por los engaños de un mago, ni por
los artificios o la presunción de los que profesan saber más de lo que saben.
Así, pues, tan pronto como estuve en edad de salir de la sujeción en que me tenían
mis preceptores, abandoné del todo el estudio de las letras; y, resuelto a no buscar otra
ciencia que la que pudiera hallar en mí mismo o en el gran libro del mundo, empleé el
resto de mi juventud en viajar, en ver cortes y ejércitos 12, en cultivar la sociedad de
gentes de condiciones y humores diversos, en recoger varias experiencias, en ponerme a
mí mismo a prueba en los casos que la fortuna me deparaba y en hacer siempre tales
reflexiones sobre las cosas que se me presentaban, que pudiera sacar algún provecho de
ellas. Pues parecíame que podía hallar mucha más verdad en los razonamientos que cada
uno hace acerca de los asuntos que le atañen, expuesto a que el suceso venga luego a
castigarle, si ha juzgado mal, que en los que discurre un hombre de letras, encerrado en
su despacho, acerca de especulaciones que no producen efecto alguno y que no tienen
para él otras consecuencias, sino que acaso sean tanto mayor motivo para envanecerle
cuanto más se aparten del sentido común, puesto que habrá tenido que gastar más ingenio
y artificio en procurar hacerlas verosímiles. Y siempre sentía un deseo extremado de
aprender a distinguir lo verdadero de lo falso, para ver claro en mis actos y andar seguro
por esta vida.
Es cierto que, mientras me limitaba a considerar las costumbres de los otros
hombres, apenas hallaba cosa segura y firme, y advertía casi tanta diversidad como antes
en las opiniones de los filósofos. De suerte que el mayor provecho que obtenía, era que,
viendo varias cosas que, a pesar de parecernos muy extravagantes y ridículas, no dejan de
ser admitidas comúnmente y aprobadas por otros grandes pueblos, aprendía a no creer
con demasiada firmeza en lo que sólo el ejemplo y la costumbre me habían persuadido; y
así me libraba poco a poco de muchos errores, que pueden oscurecer nuestra luz natural y
tornarnos menos aptos para escuchar la voz de la razón. Mas cuando hube pasado varios
años estudiando en el libro del mundo y tratando de adquirir alguna experiencia,
resolvíme un día a estudiar también en mí mismo y a emplear todas las fuerzas de mi
ingenio en la elección de la senda que debía seguir; lo cual me salió mucho mejor, según
creo, que si no me hubiese nunca alejado de mi tierra y de mis libros.
111
Segunda parte
Hallábame, por entonces, en Alemania, adonde me llamara la ocasión de unas
guerras 13 que aun no han terminado; y volviendo de la coronación del Emperador 14hacia
el ejército, cogióme el comienzo del invierno en un lugar en donde, no encontrando
conversación alguna que me divirtiera y no teniendo tampoco, por fortuna, cuidados ni
pasiones que perturbaran mi ánimo, permanecía el día entero solo y encerrado, junto a
una estufa, con toda la tranquilidad necesaria para entregarme a mis pensamientos 15.
Entre los cuales, fue uno de los primeros el ocurrírseme considerar que muchas veces
sucede que no hay tanta perfección en las obras compuestas de varios trozos y hechas por
las manos de muchos maestros, como en aquellas en que uno solo ha trabajado. Así
vemos que los edificios, que un solo arquitecto ha comenzado y rematado, suelen ser más
hermosos y mejor ordenados que aquellos otros, que varios han tratado de componer y
arreglar, utilizando antiguos muros, construidos para otros fines. Esas viejas ciudades,
que no fueron al principio sino aldeas, y que, con el transcurso del tiempo han llegado a
ser grandes urbes, están, por lo común, muy mal trazadas y acompasadas, si las
comparamos con esas otras plazas regulares que un ingeniero diseña, según su fantasía,
en una llanura; y, aunque considerando sus edificios uno por uno encontremos a menudo
en ellos tanto o más arte que en los de estas últimas ciudades nuevas, sin embargo, viendo
cómo están arreglados, aquí uno grande, allá otro pequeño, y cómo hacen las calles
curvas y desiguales, diríase que más bien es la fortuna que la voluntad de unos hombres
provistos de razón, la que los ha dispuesto de esa suerte. Y si se considera que, sin
embargo, siempre ha habido unos oficiales encargados de cuidar de que los edificios de
los particulares sirvan al ornato público, bien se reconocerá cuán difícil es hacer
cumplidamente las cosas cuando se trabaja sobre lo hecho por otros. Así también,
imaginaba yo que esos pueblos que fueron antaño medio salvajes y han ido civilizándose
poco a poco, haciendo sus leyes conforme les iba obligando la incomodidad de los
crímenes y peleas, no pueden estar tan bien constituidos como los que, desde que se
juntaron, han venido observando las constituciones de algún prudente legislador 16. Como
también es muy cierto, que el estado de la verdadera religión, cuyas ordenanzas Dios solo
ha instituido, debe estar incomparablemente mejor arreglado que todos los demás. Y para
hablar de las cosas humanas, creo que si Esparta ha sido antaño muy floreciente, no fue
por causa de la bondad de cada una de sus leyes en particular, que algunas eran muy
extrañas y hasta contrarias a las buenas costumbres, sino porque, habiendo sido
inventadas por uno solo, todas tendían al mismo fin. Y así pensé yo que las ciencias de
los libros, por lo menos aquellas cuyas razones son solo probables y carecen de
demostraciones, habiéndose compuesto y aumentado poco a poco con las opiniones de
varias personas diferentes, no son tan próximas a la verdad como los simples
razonamientos que un hombre de buen sentido puede hacer, naturalmente, acerca de las
cosas que se presentan. Y también pensaba yo que, como hemos sido todos nosotros
niños antes de ser hombres y hemos tenido que dejarnos regir durante mucho tiempo por
nuestros apetitos y nuestros preceptores, que muchas veces eran contrarios unos a otros, y
ni unos ni otros nos aconsejaban acaso siempre lo mejor, es casi imposible que sean
nuestros juicios tan puros y tan sólidos como lo fueran si, desde el momento de nacer,
tuviéramos el uso pleno de nuestra razón y no hubiéramos sido nunca dirigidos más que
por ésta.
112
Verdad es que no vemos que se derriben todas las casas de una ciudad con el único
propósito de reconstruirlas en otra manera y de hacer más hermosas las calles; pero
vemos que muchos particulares mandan echar abajo sus viviendas para reedificarlas y,
muchas veces, son forzados a ello, cuando los edificios están en peligro de caerse, por no
ser ya muy firmes los cimientos. Ante cuyo ejemplo, llegué a persuadirme de que no sería
en verdad sensato que un particular se propusiera reformar un Estado cambiándolo todo,
desde los cimientos, y derribándolo para enderezarlo; ni aun siquiera reformar el cuerpo
de las ciencias o el orden establecido en las escuelas para su enseñanza; pero que, por lo
que toca a las opiniones, a que hasta entonces había dado mi crédito, no podía yo hacer
nada mejor que emprender de una vez la labor de suprimirlas, para sustituirlas luego por
otras mejores o por las mismas, cuando las hubiere ajustado al nivel de la razón. Y tuve
firmemente por cierto que, por este medio, conseguiría dirigir mi vida mucho mejor que
si me contentase con edificar sobre cimientos viejos y me apoyase solamente en los
principios que había aprendido siendo joven, sin haber examinado nunca si eran o no
verdaderos. Pues si bien en esta empresa veía varias dificultades, no eran, empero, de las
que no tienen remedio; ni pueden compararse con las que hay en la reforma de las
menores cosas que atañen a lo público. Estos grandes cuerpos políticos, es muy difícil
levantarlos, una vez que han sido derribados, o aun sostenerlos en pie cuando se
tambalean, y sus caídas son necesariamente muy duras. Además, en lo tocante a sus
imperfecciones, si las tienen -y sólo la diversidad que existe entre ellos basta para
asegurar que varios las tienen-, el uso las ha suavizado mucho sin duda, y hasta ha
evitado o corregido insensiblemente no pocas de entre ellas, que con la prudencia no
hubieran podido remediarse tan eficazmente; y por último, son casi siempre más
soportables que lo sería el cambiarlas, como los caminos reales, que serpentean por las
montañas, se hacen poco a poco tan llanos y cómodos, por, el mucho tránsito, que es muy
preferible seguirlos, que no meterse en acortar, saltando por encima de las rocas y
bajando hasta el fondo de las simas.
Por todo esto, no puedo en modo alguno aplaudir a esos hombres de carácter
inquieto y atropellado que, sin ser llamados ni por su alcurnia ni por su fortuna al manejo
de los negocios públicos, no dejan de hacer siempre, en idea, alguna reforma nueva; y si
creyera que hay en este escrito la menor cosa que pudiera hacerme sospechoso de
semejante insensatez, no hubiera consentido en su publicación 17. Mis designios no han
sido nunca otros que tratar de reformar mis propios pensamientos y edificar sobre un
terreno que me pertenece a mí solo. Si, habiéndome gustado bastante mi obra, os enseño
aquí el modelo, no significa esto que quiera yo aconsejar a nadie que me imite. Los que
hayan recibido de Dios mejores y más abundantes mercedes, tendrán, sin duda, más
levantados propósitos; pero mucho me temo que éste mío no sea ya demasiado audaz
para algunas personas. Ya la mera resolución de deshacerse de todas las opiniones
recibidas anteriormente no es un ejemplo que todos deban seguir. Y el mundo se
compone casi sólo de dos especies de ingenios, a quienes este ejemplo no conviene, en
modo alguno, y son, a saber: de los que, creyéndose más hábiles de lo que son, no pueden
contener la precipitación de sus juicios ni conservar la bastante paciencia para conducir
ordenadamente todos sus pensamientos; por donde sucede que, si una vez se hubiesen
tomado la libertad de dudar de los principios que han recibido y de apartarse del camino
común, nunca podrán mantenerse en la senda que hay que seguir para ir más en
113
derechura, y permanecerán extraviados toda su vida; y de otros que, poseyendo bastante
razón o modestia para juzgar que son menos capaces de distinguir lo verdadero de lo
falso que otras personas, de quienes pueden recibir instrucción, deben más bien
contentarse con seguir las opiniones de esas personas, que buscar por sí mismos otras
mejores.
Y yo hubiera sido, sin duda, de esta última especie de ingenios, si no hubiese
tenido en mi vida más que un solo maestro o no hubiese sabido cuán diferentes han sido,
en todo tiempo, las opiniones de los más doctos. Mas, habiendo aprendido en el colegio
que no se puede imaginar nada, por extraño e increíble que sea, que no haya sido dicho
por alguno de los filósofos, y habiendo visto luego, en mis viajes, que no todos los que
piensan de modo contrario al nuestro son por ello bárbaros y salvajes, sino que muchos
hacen tanto o más uso que nosotros de la razón; y habiendo considerado que un mismo
hombre, con su mismo ingenio, si se ha criado desde niño entre franceses o alemanes,
llega a ser muy diferente de lo que sería si hubiese vivido siempre entre chinos o
caníbales; y que hasta en las modas de nuestros trajes, lo que nos ha gustado hace diez
años, y acaso vuelva a gustarnos dentro de otros diez, nos parece hoy extravagante y
ridículo, de suerte que más son la costumbre y el ejemplo los que nos persuaden, que un
conocimiento cierto; y que, sin embargo, la multitud de votos no es una prueba que valga
para las verdades algo difíciles de descubrir, porque más verosímil es que un hombre solo
dé con ellas que no todo un pueblo, no podía yo elegir a una persona, cuyas opiniones me
parecieran preferibles a las de las demás, y me vi como obligado a emprender por mí
mismo la tarea de conducirme.
Pero como hombre que tiene que andar solo y en la oscuridad, resolví ir tan
despacio y emplear tanta circunspección en todo, que, a trueque de adelantar poco, me
guardaría al menos muy bien de tropezar y caer. E incluso no quise empezar a
deshacerme por completo de ninguna de las opiniones que pudieron antaño deslizarse en
mi creencia, sin haber sido introducidas por la razón, hasta después de pasar buen tiempo
dedicado al proyecto de la obra que iba a emprender, buscando el verdadero método para
llegar al conocimiento de todas las cosas de que mi espíritu fuera capaz.
Había estudiado un poco, cuando era más joven, de las partes de la filosofía, la
lógica, y de las matemáticas, el análisis de los geómetras y el álgebra, tres artes o ciencias
que debían, al parecer, contribuir algo a mi propósito. Pero cuando las examiné, hube de
notar que, en lo tocante a la lógica, sus silogismos y la mayor parte de las demás
instrucciones que da, más sirven para explicar a otros las cosas ya sabidas o incluso,
como el arte de Lulio 18, para hablar sin juicio de las ignoradas, que para aprenderlas. Y si
bien contiene, en verdad, muchos, muy buenos y verdaderos preceptos, hay, sin embargo,
mezclados con ellos, tantos otros nocivos o superfluos, que separarlos es casi tan difícil
como sacar una Diana o una Minerva de un bloque de mármol sin desbastar. Luego, en lo
tocante al análisis 19 de los antiguos y al álgebra de los modernos, aparte de que no se
refieren sino a muy abstractas materias, que no parecen ser de ningún uso, el primero está
siempre tan constreñido a considerar las figuras, que no puede ejercitar el entendimiento
sin cansar grandemente la imaginación; y en la segunda, tanto se han sujetado sus
cultivadores a ciertas reglas y a ciertas cifras, que han hecho de ella un arte confuso y
114
oscuro, bueno para enredar el ingenio, en lugar de una ciencia que lo cultive. Por todo lo
cual, pensé que había que buscar algún otro método que juntase las ventajas de esos tres,
excluyendo sus defectos.
Y como la multitud de leyes sirve muy a menudo de disculpa a los vicios, siendo
un Estado mucho mejor regido cuando hay pocas, pero muy estrictamente observadas, así
también, en lugar del gran número de preceptos que encierra la lógica, creí que me
bastarían los cuatro siguientes, supuesto que tomase una firme y constante resolución de
no dejar de observarlos una vez siquiera:
Fue el primero, no admitir como verdadera cosa alguna, como no supiese con
evidencia que lo es; es decir, evitar cuidadosamente la precipitación y la prevención, y no
comprender en mis juicios nada más que lo que se presentase tan clara y distintamente a
mí espíritu, que no hubiese ninguna ocasión de ponerlo en duda.
El segundo, dividir cada una de las dificultades, que examinare, en cuantas partes
fuere posible y en cuantas requiriese su mejor solución.
El tercero, conducir ordenadamente mis pensamientos, empezando por los objetos
más simples y más fáciles de conocer, para ir ascendiendo poco a poco, gradualmente,
hasta el conocimiento de los más compuestos, e incluso suponiendo un orden entre los
que no se preceden naturalmente.
Y el último, hacer en todo unos recuentos tan integrales y unas revisiones tan
generales, que llegase a estar seguro de no omitir nada.
Esas largas series de trabadas razones muy simples y fáciles, que los geómetras
acostumbran emplear, para llegar a sus más difíciles demostraciones, habíanme dado
ocasión de imaginar que todas las cosas, de que el hombre puede adquirir conocimiento,
se siguen unas a otras en igual manera, y que, con sólo abstenerse de admitir como
verdadera una que no lo sea y guardar siempre el orden necesario para deducirlas unas de
otras, no puede haber ninguna, por lejos que se halle situada o por oculta que esté, que no
se llegue a alcanzar y descubrir. Y no me cansé mucho en buscar por cuáles era preciso
comenzar, pues ya sabía que por las más simples y fáciles de conocer; y considerando
que, entre todos los que hasta ahora han investigado la verdad en las ciencias, sólo los
matemáticos han podido encontrar algunas demostraciones, esto es, algunas razones
ciertas y evidentes, no dudaba de que había que empezar por las mismas que ellos han
examinado, aun cuando no esperaba sacar de aquí ninguna otra utilidad, sino acostumbrar
mi espíritu a saciarse de verdades y a no contentarse con falsas razones. Mas no por eso
concebí el propósito de procurar aprender todas las ciencias particulares denominadas
comúnmente matemáticas, y viendo que, aunque sus objetos son diferentes, todas, sin
embargo, coinciden en que no consideran sino las varias relaciones o proporciones que se
encuentran en los tales objetos, pensé que más valía limitarse a examinar esas
proporciones en general, suponiéndolas solo en aquellos asuntos que sirviesen para
hacerme más fácil su conocimiento y hasta no sujetándolas a ellos de ninguna manera,
para poder después aplicarlas tanto más libremente a todos los demás a que pudieran
115
convenir 20. Luego advertí que, para conocerlas, tendría a veces necesidad de considerar
cada una de ellas en particular, y otras veces, tan solo retener o comprender varias juntas,
y pensé que, para considerarlas mejor en particular, debía suponerlas en líneas, porque no
encontraba nada más simple y que más distintamente pudiera yo representar a mi
imaginación y mis sentidos; pero que, para retener o comprender varias juntas, era
necesario que las explicase en algunas cifras, las más cortas que fuera posible; y que, por
este medio, tomaba lo mejor que hay en el análisis geométrico y en el álgebra, y corregía
así todos los defectos de una por el otro 21.
Y, efectivamente, me atrevo a decir que la exacta observación de los pocos
preceptos por mí elegidos, me dio tanta facilidad para desenmarañar todas las cuestiones
de que tratan esas dos ciencias, que en dos o tres meses que empleé en examinarlas,
habiendo comenzado por las más simples y generales, y siendo cada verdad que
encontraba una regla que me servía luego para encontrar otras, no sólo conseguí resolver
varias cuestiones, que antes había considerado como muy difíciles, sino que hasta me
pareció también, hacia el final, que, incluso en las que ignoraba, podría determinar por
qué medios y hasta dónde era posible resolverlas. En lo cual, acaso no me acusaréis de
excesiva vanidad si consideráis que, supuesto que no hay sino una verdad en cada cosa, el
que la encuentra sabe todo lo que se puede saber de ella; y que, por ejemplo, un niño que
sabe aritmética y hace una suma conforme a las reglas, puede estar seguro de haber
hallado, acerca de la suma que examinaba, todo cuanto el humano ingenio pueda hallar;
porque al fin y al cabo el método que ensena a seguir el orden verdadero y a recontar
exactamente las circunstancias todas de lo que se busca, contiene todo lo que confiere
certidumbre a las reglas de la aritmética.
Pero lo que más contento me daba en este método era que, con él, tenía la
seguridad de emplear mi razón en todo, si no perfectamente, por lo menos lo mejor que
fuera en mi poder. Sin contar con que, aplicándolo, sentía que mi espíritu se iba
acostumbrando poco a poco a concebir los objetos con mayor claridad y distinción y que,
no habiéndolo sujetado a ninguna materia particular, prometíame aplicarlo con igual fruto
a las dificultades de las otras ciencias, como lo había hecho a las del álgebra. No por eso
me atreví a empezar luego a examinar todas las que se presentaban, pues eso mismo fuera
contrario al orden que el método prescribe; pero habiendo advertido que los principios de
las ciencias tenían que estar todos tomados de la filosofía, en la que aun no hallaba
ninguno que fuera cierto, pensé que ante todo era preciso procurar establecer algunos de
esta clase y, siendo esto la cosa más importante del mundo y en la que son más de temer
la precipitación y la prevención, creí que no debía acometer la empresa antes de haber
llegado a más madura edad que la de veintitrés años, que entonces tenía, y de haber
dedicado buen espacio de tiempo a prepararme, desarraigando de mi espíritu todas las
malas opiniones a que había dado entrada antes de aquel tiempo, haciendo también
acopio de experiencias varias, que fueran después la materia de mis razonamientos y, por
último, ejercitándome sin cesar en el método que me había prescrito, para afianzarlo
mejor en mi espíritu.
116
Tercera parte
Por último, como para empezar a reconstruir el alojamiento en donde uno habita,
no basta haberlo derribado y haber hecho acopio de materiales y de arquitectos, o haberse
ejercitado uno mismo en la arquitectura y haber trazado además cuidadosamente el
diseño del nuevo edificio, sino que también hay que proveerse de alguna otra habitación,
en donde pasar cómodamente el tiempo que dure el trabajo, así, pues, con el fin de no
permanecer irresoluto en mis acciones, mientras la razón me obligaba a serlo en mis
juicios, y no dejar de vivir, desde luego, con la mejor ventura que pudiese, hube de
arreglarme una moral provisional 22, que no consistía sino en tres o cuatro máximas, que
con mucho gusto voy a comunicaros.
La primera fue seguir las leyes y las costumbres de mi país, conservando
constantemente la religión en que la gracia de Dios hizo que me instruyeran desde niño,
rigiéndome en todo lo demás por las opiniones más moderadas y más apartadas de todo
exceso, que fuesen comúnmente admitidas en la práctica por los más sensatos de aquellos
con quienes tendría que vivir. Porque habiendo comenzado ya a no contar para nada con
las mías propias, puesto que pensaba someterlas todas a un nuevo examen, estaba seguro
de que no podía hacer nada mejor que seguir las de los más sensatos. Y aun cuando entre
los persas y los chinos hay quizá hombres tan sensatos como entre nosotros, parecíame
que lo más útil era acomodarme a aquellos con quienes tendría que vivir; y que para saber
cuáles eran sus verdaderas opiniones, debía fijarme más bien en lo que hacían que en lo
que decían, no sólo porque, dada la corrupción de nuestras costumbres, hay pocas
personas que consientan en decir lo que creen, sino también porque muchas lo ignoran,
pues el acto del pensamiento, por el cual uno cree una cosa, es diferente de aquel otro por
el cual uno conoce que la cree, y por lo tanto muchas veces se encuentra aquél sin éste. Y
entre varias opiniones, igualmente admitidas, elegía las más moderadas, no sólo porque
son siempre las más cómodas para la práctica, y verosímilmente las mejores, ya que todo
exceso suele ser malo, sino también para alejarme menos del verdadero camino, en caso
de error, si, habiendo elegido uno de los extremos, fuese el otro el que debiera seguirse. Y
en particular consideraba yo como un exceso toda promesa por la cual se enajena una
parte de la propia libertad; no que yo desaprobase las leyes que, para poner remedio a la
inconstancia de los espíritus débiles, permiten cuando se tiene algún designio bueno, o
incluso para la seguridad del comercio, en designios indiferentes, hacer votos o contratos
obligándose a perseverancia; pero como no veía en el mundo cosa alguna que
permaneciera siempre en idéntico estado y como, en lo que a mí mismo se refiere,
esperaba perfeccionar más y más mis juicios, no empeorarlos, hubiera yo creído cometer
una grave falta contra el buen sentido, si, por sólo el hecho de aprobar por entonces
alguna cosa, me obligara a tenerla también por buena más tarde, habiendo ella acaso
dejado de serlo, o habiendo yo dejado de estimarla como tal.
Mi segunda máxima fue la de ser en mis acciones lo más firme y resuelto que
pudiera y seguir tan constante en las más dudosas opiniones, una vez determinado a ellas,
como si fuesen segurísimas, imitando en esto a los caminantes que, extraviados por algún
117
bosque, no deben andar errantes dando vueltas por una y otra parte, ni menos detenerse
en un lugar, sino caminar siempre lo más derecho que puedan hacia un sitio fijo, sin
cambiar de dirección por leves razones, aun cuando en un principio haya sido sólo el azar
el que les haya determinado a elegir ese rumbo; pues de este modo, si no llegan
precisamente adonde quieren ir, por lo menos acabarán por llegar a alguna parte, en
donde es de pensar que estarán mejor que no en medio del bosque. Y así, puesto que
muchas veces las acciones de la vida no admiten demora, es verdad muy cierta que si no
está en nuestro poder el discernir las mejores opiniones, debemos seguir las más
probables; y aunque no encontremos más probabilidad en unas que en otras, debemos, no
obstante, decidirnos por algunas y considerarlas después, no ya como dudosas, en cuanto
que se refieren a la práctica, sino como muy verdaderas y muy ciertas, porque la razón
que nos ha determinado lo es. Y esto fue bastante para librarme desde entonces de todos
los arrepentimientos y remordimientos que suelen agitar las consciencias de esos espíritus
endebles y vacilantes, que se dejan ir inconstantes a practicar como buenas las cosas que
luego juzgan malas 23.
Mi tercera máxima fue procurar siempre vencerme a mí mismo antes que a la
fortuna, y alterar mis deseos antes que el orden del mundo, y generalmente
acostumbrarme a creer que nada hay que esté enteramente en nuestro poder sino nuestros
propios pensamientos 24, de suerte que después de haber obrado lo mejor que hemos
podido, en lo tocante a las cosas exteriores, todo lo que falla en el éxito es para nosotros
absolutamente imposible. Y esto sólo me parecía bastante para apartarme en lo porvenir
de desear algo sin conseguirlo y tenerme así contento; pues como nuestra voluntad no se
determina naturalmente a desear sino las cosas que nuestro entendimiento le representa
en cierto modo como posibles, es claro que si todos los bienes que están fuera de nosotros
los consideramos como igualmente inasequibles a nuestro poder, no sentiremos pena
alguna por carecer de los que parecen debidos a nuestro nacimiento, cuando nos veamos
privados de ellos sin culpa nuestra, como no la sentimos por no ser dueños de los reinos
de la China o de Méjico; y haciendo, como suele decirse, de necesidad virtud, no
sentiremos mayores deseos de estar sanos, estando enfermos, o de estar libres, estando
encarcelados, que ahora sentimos de poseer cuerpos compuestos de materia tan poco
corruptible como el diamante o alas para volar como los pájaros. Pero confieso que son
precisos largos ejercicios y reiteradas meditaciones para acostumbrarse a mirar todas las
cosas por ese ángulo; y creo que en esto consistía principalmente el secreto de aquellos
filósofos, que pudieron antaño sustraerse al imperio de la fortuna, y a pesar de los
sufrimientos y la pobreza, entrar en competencia de ventura con los propios dioses 25.
Pues, ocupados sin descanso en considerar los límites prescritos por la naturaleza,
persuadíanse tan perfectamente de que nada tenían en su poder sino sus propios
pensamientos, que esto sólo era bastante a impedirles sentir afecto hacia otras cosas; y
disponían de esos pensamientos tan absolutamente, que tenían en esto cierta razón de
estimarse más ricos y poderosos y más libres y bienaventurados que ningunos otros
hombres, los cuales, no teniendo esta filosofía, no pueden, por mucho que les hayan
favorecido la naturaleza y la fortuna, disponer nunca, como aquellos filósofos, de todo
cuanto quieren.
118
En fin, como conclusión de esta moral, ocurrióseme considerar, una por una, las
diferentes ocupaciones a que los hombres dedican su vida, para procurar elegir la mejor;
y sin querer decir nada de las de los demás, pensé que no podía hacer nada mejor que
seguir en la misma que tenía; es decir, aplicar mi vida entera al cultivo de mi razón y
adelantar cuanto pudiera en el conocimiento de la verdad, según el método que me había
prescrito. Tan extremado contento había sentido ya desde que empecé a servirme de ese
método, que no creía que pudiera recibirse otro más suave e inocente en esta vida; y
descubriendo cada día, con su ayuda, algunas verdades que me parecían bastante
importantes y generalmente ignoradas de los otros hombres, la satisfacción que
experimentaba llenaba tan cumplidamente mi espíritu, que todo lo restante me era
indiferente. Además, las tres máximas anteriores fundábanse sólo en el propósito, que yo
abrigaba, de continuar instruyéndome; pues habiendo dado Dios a cada hombre alguna
luz con que discernir lo verdadero de lo falso, no hubiera yo creído un solo momento que
debía contentarme con las opiniones ajenas, de no haberme propuesto usar de mi propio
juicio para examinarlas cuando fuera tiempo; y no hubiera podido librarme de escrúpulos,
al seguirlas, si no hubiese esperado aprovechar todas las ocasiones para encontrar otras
mejores, dado caso que las hubiese; y, por último, no habría sabido limitar mis deseos y
estar contento, si no hubiese seguido un camino por donde, al mismo tiempo que
asegurarme la adquisición de todos los conocimientos que yo pudiera, pensaba también
por el mismo modo llegar a conocer todos los verdaderos bienes que estuviesen en mi
poder; pues no determinándose nuestra voluntad a seguir o a evitar cosa alguna, sino
porque nuestro entendimiento se la representa como buena o mala, basta juzgar bien, para
obrar bien 26, y juzgar lo mejor que se pueda, para obrar también lo mejor que se pueda;
es decir, para adquirir todas las virtudes y con ellas cuantos bienes puedan lograrse; y
cuando uno tiene la certidumbre de que ello es así, no puede por menos de estar contento.
Habiéndome, pues, afirmado en estas máximas, las cuales puse aparte juntamente
con las verdades de la fe, que siempre han sido las primeras en mi creencia, pensé que de
todas mis otras opiniones podía libremente empezar a deshacerme; y como esperaba
conseguirlo mejor conversando con los hombres que permaneciendo por más tiempo
encerrado en el cuarto en donde había meditado todos esos pensamientos, proseguí mi
viaje antes de que el invierno estuviera del todo terminado. Y en los nueve años
siguientes, no hice otra cosa sino andar de acá para allá, por el mundo, procurando ser
más bien espectador que actor en las comedias que en él se representan, e instituyendo
particulares reflexiones en toda materia sobre aquello que pudiera hacerla sospechosa y
dar ocasión a equivocarnos, llegué a arrancar de mi espíritu, en todo ese tiempo, cuantos
errores pudieron deslizarse anteriormente. Y no es que imitara a los escépticos 27, que
dudan por sólo dudar y se las dan siempre de irresolutos; por el contrario, mi propósito no
era otro que afianzarme en la verdad, apartando la tierra movediza y la arena, para dar
con la roca viva o la arcilla. Lo cual, a mi parecer, conseguía bastante bien, tanto que,
tratando de descubrir la falsedad o la incertidumbre de las proposiciones que examinaba,
no mediante endebles conjeturas, sino por razonamientos claros y seguros, no encontraba
ninguna tan dudosa, que no pudiera sacar de ella alguna conclusión bastante cierta,
aunque sólo fuese la de que no contenía nada cierto. Y así como al derribar una casa vieja
suelen guardarse los materiales, que sirven para reconstruir la nueva, así también al
destruir todas aquellas mis opiniones que juzgaba infundadas, hacía yo varias
119
observaciones y adquiría experiencias que me han servido después para establecer otras
más ciertas. Y además seguía ejercitándome en el método que me había prescrito; pues
sin contar con que cuidaba muy bien de conducir generalmente mis pensamientos, según
las citadas reglas, dedicaba de cuando en cuando algunas horas a practicarlas
particularmente en dificultades de matemáticas, o también en algunas otras que podía
hacer casi semejantes a las de las matemáticas, desligándolas de los principios de las
otras ciencias, que no me parecían bastante firmes; todo esto puede verse en varias
cuestiones que van explicadas en este mismo volumen 28. Y así, viviendo en apariencia
como los que no tienen otra ocupación que la de pasar una vida suave e inocente y se
ingenian en separar los placeres de los vicios y, para gozar de su ocio sin hastío, hacen
uso de cuantas diversiones honestas están a su alcance, no dejaba yo de perseverar en mi
propósito y de sacar provecho para el conocimiento de la verdad, más acaso que si me
contentara con leer libros o frecuentar las tertulias literarias.
Sin embargo, transcurrieron esos nueve años sin que tomara yo decisión alguna
tocante a las dificultades de que suelen disputar los doctos, y sin haber comenzado a
buscar los cimientos de una filosofía más cierta que la vulgar. Y el ejemplo de varios
excelentes ingenios que han intentado hacerlo, sin, a mi parecer, conseguirlo, me llevaba
a imaginar en ello tanta dificultad, que no me hubiera atrevido quizá a emprenderlo tan
presto, si no hubiera visto que algunos propalaban el rumor de que lo había llevado a
cabo. No me es posible decir qué fundamentos tendrían para emitir tal opinión, y si en
algo he contribuido a ella, por mis dichos, debe de haber sido por haber confesado mi
ignorancia, con más candor que suelen hacerlo los que han estudiado un poco, y acaso
también por haber dado a conocer las razones que tenía para dudar de muchas cosas, que
los demás consideran ciertas, mas no porque me haya preciado de poseer doctrina alguna.
Pero como tengo el corazón bastante bien puesto para no querer que me tomen por otro
distinto del que soy, pensé que era preciso procurar por todos los medios hacerme digno
de la reputación que me daban; y hace ocho años precisamente, ese deseo me decidió a
alejarme de todos los lugares en donde podía tener algunos conocimientos y retirarme
aquí 29, en un país en donde la larga duración de la guerra ha sido causa de que se
establezcan tales órdenes, que los ejércitos que se mantienen parecen no servir sino para
que los hombres gocen de los frutos de la paz con tanta mayor seguridad, y en donde, en
medio de la multitud de un gran pueblo muy activo, más atento a sus propios negocios
que curioso de los ajenos, he podido, sin carecer de ninguna de las comodidades que hay
en otras más frecuentadas ciudades, vivir tan solitario y retirado como en el más lejano
desierto.
Cuarta parte
No sé si debo hablaros de las primeras meditaciones que hice allí, pues son tan
metafísicas y tan fuera de lo común, que quizá no gusten a todo el mundo 30. Sin
120
embargo, para que se pueda apreciar si los fundamentos que he tomado son bastante
firmes, me veo en cierta manera obligado a decir algo de esas reflexiones. Tiempo ha que
había advertido que, en lo tocante a las costumbres, es a veces necesario seguir opiniones
que sabemos muy inciertas, como si fueran indudables, y esto se ha dicho ya en la parte
anterior; pero, deseando yo en esta ocasión ocuparme tan sólo de indagar la verdad, pensé
que debía hacer lo contrario y rechazar como absolutamente falso todo aquello en que
pudiera imaginar la menor duda, con el fin de ver si, después de hecho esto, no quedaría
en mi creencia algo que fuera enteramente indudable. Así, puesto que los sentidos nos
engañan, a las veces, quise suponer que no hay cosa alguna que sea tal y como ellos nos
la presentan en la imaginación; y puesto que hay hombres que yerran al razonar, aun
acerca de los más simples asuntos de geometría, y cometen paralogismos, juzgué que yo
estaba tan expuesto al error como otro cualquiera, y rechacé como falsas todas las
razones que anteriormente había tenido por demostrativas; y, en fin, considerando que
todos los pensamientos que nos vienen estando despiertos pueden también ocurrírsenos
durante el sueño, sin que ninguno entonces sea verdadero, resolví fingir que todas las
cosas, que hasta entonces habían entrado en mi espíritu, no eran más verdaderas que las
ilusiones de mis sueños. Pero advertí luego que, queriendo yo pensar, de esa suerte, que
todo es falso, era necesario que yo, que lo pensaba, fuese alguna cosa; y observando que
esta verdad: «yo pienso, luego soy», era tan firme y segura que las más extravagantes
suposiciones de los escépticos no son capaces de conmoverla, juzgué que podía recibirla
sin escrúpulo, como el primer principio de la filosofía que andaba buscando. 1
Examiné después atentamente lo que yo era, y viendo que podía fingir que no tenía
cuerpo alguno y que no había mundo ni lugar alguno en el que yo me encontrase, pero
que no podía fingir por ello que yo no fuese, sino al contrario, por lo mismo que pensaba
en dudar de la verdad de las otras cosas, se seguía muy cierta y evidentemente que yo era,
mientras que, con sólo dejar de pensar, aunque todo lo demás que había imaginado fuese
verdad, no tenía ya razón alguna para creer que yo era, conocí por ello que yo era una
sustancia cuya esencia y naturaleza toda es pensar, y que no necesita, para ser, de lugar
alguno, ni depende de cosa alguna material; de suerte que este yo, es decir, el alma, por la
cual yo soy lo que soy, es enteramente distinta del cuerpo y hasta más fácil de conocer
que éste y, aunque el cuerpo no fuese, el alma no dejaría de ser cuanto es.
Después de esto, consideré, en general, lo que se requiere en una proposición para
que sea verdadera y cierta; pues ya que acababa de hallar una que sabía que lo era, pensé
que debía saber también en qué consiste esa certeza. Y habiendo notado que en la
proposición: «yo pienso, luego soy», no hay nada que me asegure que digo verdad, sino
que veo muy claramente que para pensar es preciso ser, juzgué que podía admitir esta
regla general: que las cosas que concebimos muy clara y distintamente son todas
verdaderas; pero que sólo hay alguna dificultad en notar cuáles son las que concebimos
distintamente.
Después de lo cual, hube de reflexionar que, puesto que yo dudaba, no era mi ser
enteramente perfecto, pues veía claramente que hay más perfección en conocer que en
1
[Anotación mía. Aunque no habla de dios engañador, luego menciona al final de esta parte a Dios como
posible fuente de duda, aunque lo rechaza]
121
dudar; y se me ocurrió entonces indagar por dónde había yo aprendido a pensar en algo
más perfecto que yo; y conocí evidentemente que debía de ser por alguna naturaleza que
fuese efectivamente más perfecta. En lo que se refiere a los pensamientos, que en mí
estaban, de varias cosas exteriores a mí, como son el cielo, la tierra, la luz, el calor y otros
muchos, no me preocupaba mucho el saber de dónde procedían, porque, no viendo en
esas cosas nada que me pareciese hacerlas superiores a mí, podía creer que, si eran
verdaderas, eran unas dependencias de mi naturaleza, en cuanto que ésta posee alguna
perfección, y si no lo eran, procedían de la nada, es decir, estaban en mí, porque hay en
mí algún defecto. Pero no podía suceder otro tanto con la idea de un ser más perfecto que
mi ser; pues era cosa manifiestamente imposible que la tal idea procediese de la nada; y
como no hay menor repugnancia en pensar que lo más perfecto sea consecuencia y
dependencia de lo menos perfecto, que en pensar que de nada provenga algo, no podía
tampoco proceder de mí mismo; de suerte que sólo quedaba que hubiese sido puesta en
mí por una naturaleza verdaderamente más perfecta que yo soy, y poseedora inclusive de
todas las perfecciones de que yo pudiera tener idea; esto es, para explicarlo en una
palabra, por Dios. A esto añadí que, supuesto que yo conocía algunas perfecciones que
me faltaban, no era yo el único ser que existiese (aquí, si lo permitís, haré uso libremente
de los términos de la escuela), sino que era absolutamente necesario que hubiese algún
otro ser más perfecto de quien yo dependiese y de quien hubiese adquirido todo cuanto
yo poseía; pues si yo fuera solo e independiente de cualquier otro ser, de tal suerte que de
mí mismo procediese lo poco en que participaba del ser perfecto, hubiera podido tener
por mí mismo también, por idéntica razón, todo lo demás que yo sabía faltarme, y ser, por
lo tanto, yo infinito, eterno, inmutable, omnisciente, omnipotente, y, en fin, poseer todas
las perfecciones que podía advertir en Dios. Pues, en virtud de los razonamientos que
acabo de hacer, para conocer la naturaleza de Dios hasta donde la mía es capaz de
conocerla, bastábame considerar todas las cosas de que hallara en mí mismo alguna idea
y ver si era o no perfección el poseerlas; y estaba seguro de que ninguna de las que
indicaban alguna imperfección está en Dios, pero todas las demás sí están en él; así veía
que la duda, la inconstancia, la tristeza y otras cosas semejantes no pueden estar en Dios,
puesto que mucho me holgara yo de verme libre de ellas. Además, tenía yo ideas de
varias cosas sensibles y corporales; pues aun suponiendo que soñaba y que todo cuanto
veía e imaginaba era falso, no podía negar, sin embargo, que esas ideas estuvieran
verdaderamente en mi pensamiento. Mas habiendo ya conocido en mí muy claramente
que la naturaleza inteligente es distinta de la corporal, y considerando que toda
composición denota dependencia, y que la dependencia es manifiestamente un defecto,
juzgaba por ello que no podía ser una perfección en Dios el componerse de esas dos
naturalezas, y que, por consiguiente, Dios no era compuesto; en cambio, si en el mundo
había cuerpos, o bien algunas inteligencias u otras naturalezas que no fuesen del todo
perfectas, su ser debía depender del poder divino, hasta el punto de no poder subsistir sin
él un solo instante.
Quise indagar luego otras verdades; y habiéndome propuesto el objeto de los
geómetras, que concebía yo como un cuerpo continuo o un espacio infinitamente extenso
en longitud, anchura y altura o profundidad, divisible en varias partes que pueden tener
varias figuras y magnitudes y ser movidas o trasladadas en todos los sentidos, pues los
geómetras suponen todo eso en su objeto, repasé algunas de sus más simples
122
demostraciones, y habiendo advertido que esa gran certeza que todo el mundo atribuye a
estas demostraciones, se funda tan sólo en que se conciben con evidencia, según la regla
antes dicha, advertí también que no había nada en ellas que me asegurase de la existencia
de su objeto; pues, por ejemplo, yo veía bien que, si suponemos un triángulo, es necesario
que los tres ángulos sean iguales a dos rectos; pero nada veía que me asegurase que en el
mundo hay triángulo alguno; en cambio, si volvía a examinar la idea que yo tenía de un
ser perfecto, encontraba que la existencia está comprendida en ella del mismo modo que
en la idea de un triángulo está comprendido el que sus tres ángulos sean iguales a dos
rectos o, en la de una esfera, el que todas sus partes sean igualmente distantes del centro,
y hasta con más evidencia aún; y que, por consiguiente, tan cierto es por lo menos, que
Dios, que es ese ser perfecto, es o existe, como lo pueda ser una demostración de
geometría.
Pero si hay algunos que están persuadidos de que es difícil conocer lo que sea Dios,
y aun lo que sea el alma, es porque no levantan nunca su espíritu por encima de las cosas
sensibles y están tan acostumbrados a considerarlo todo con la imaginación -que es un
modo de pensar particular para las cosas materiales-, que lo que no es imaginable les
parece ininteligible. Lo cual está bastante manifiesto en la máxima que los mismos
filósofos admiten como verdadera en las escuelas, y que dice que nada hay en el
entendimiento que no haya estado antes en el sentido 31, en donde, sin embargo, es cierto
que nunca han estado las ideas de Dios y del alma; y me parece que los que quieren hacer
uso de su imaginación para comprender esas ideas, son como los que para oír los sonidos
u oler los olores quisieran emplear los ojos; y aun hay esta diferencia entre aquéllos y
éstos: que el sentido de la vista no nos asegura menos de la verdad de sus objetos que el
olfato y el oído de los suyos, mientras que ni la imaginación ni los sentidos pueden
asegurarnos nunca cosa alguna, como no intervenga el entendimiento.
En fin, si aun hay hombres a quienes las razones que he presentado no han
convencido bastante de la existencia de Dios y del alma, quiero que sepan que todas las
demás cosas que acaso crean más seguras, como son que tienen un cuerpo, que hay
astros, y una tierra, y otras semejantes, son, sin embargo, menos ciertas; pues, si bien
tenemos una seguridad moral de esas cosas, tan grande que parece que, a menos de ser un
extravagante, no puede nadie ponerlas en duda, sin embargo, cuando se trata de una
certidumbre metafísica, no se puede negar, a no ser perdiendo la razón, que no sea
bastante motivo, para no estar totalmente seguro, el haber notado que podemos de la
misma manera imaginar en sueños que tenemos otro cuerpo y que vemos otros astros y
otra tierra, sin que ello sea así. Pues ¿cómo sabremos que los pensamientos que se nos
ocurren durante el sueño son falsos, y que no lo son los que tenemos despiertos, si
muchas veces sucede que aquéllos no son menos vivos y expresos que éstos? Y por
mucho que estudien los mejores ingenios, no creo que puedan dar ninguna razón bastante
a levantar esa duda, como no presupongan la existencia de Dios. Pues, en primer lugar,
esa misma regla que antes he tomado, a saber: que las cosas que concebimos muy clara y
distintamente son todas verdaderas; esa misma regla recibe su certeza sólo de que Dios es
o existe, y de que es un ser perfecto, y de que todo lo que está en nosotros proviene de él;
de donde se sigue que, siendo nuestras ideas o nociones, cuando son claras y distintas,
cosas reales y procedentes de Dios, no pueden por menos de ser también, en ese respecto,
123
verdaderas. De suerte que si tenemos con bastante frecuencia ideas que encierran
falsedad, es porque hay en ellas algo confuso y oscuro, y en este respecto participan de la
nada; es decir, que si están así confusas en nosotros, es porque no somos totalmente
perfectos. Y es evidente que no hay menos repugnancia en admitir que la falsedad o
imperfección proceda como tal de Dios mismo, que en admitir que la verdad o la
perfección procede de la nada. Mas si no supiéramos que todo cuanto en nosotros es real
y verdadero proviene de un ser perfecto e infinito, entonces, por claras y distintas que
nuestras ideas fuesen, no habría razón alguna que nos asegurase que tienen la perfección
de ser verdaderas.
Así, pues, habiéndonos el conocimiento de Dios y del alma testimoniado la certeza
de esa regla, resulta bien fácil conocer que los ensueños, que imaginamos dormidos, no
deben, en manera alguna, hacernos dudar de la verdad de los pensamientos que tenemos
despiertos. Pues si ocurriese que en sueño tuviera una persona una idea muy clara y
distinta, como por ejemplo, que inventase un geómetra una demostración nueva, no sería
ello motivo para impedirle ser verdadera; y en cuanto al error más corriente en muchos
sueños, que consiste en representarnos varios objetos del mismo modo como nos los
representan los sentidos exteriores, no debe importarnos que nos dé ocasión de desconfiar
de la verdad de esas tales ideas, porque también pueden los sentidos engañarnos con
frecuencia durante la vigilia, como los que tienen ictericia lo ven todo amarillo, o como
los astros y otros cuerpos muy lejanos nos parecen mucho más pequeños de lo que son.
Pues, en último término, despiertos o dormidos, no debemos dejarnos persuadir nunca
sino por la evidencia de la razón. Y nótese bien que digo de la razón, no de la
imaginación ni de los sentidos; como asimismo, porque veamos el sol muy claramente,
no debemos por ello juzgar que sea del tamaño que le vemos; y muy bien podemos
imaginar distintamente una cabeza de león pegada al cuerpo de una cabra, sin que por eso
haya que concluir que en el mundo existe la quimera, pues la razón no nos dice que lo
que así vemos o imaginamos sea verdadero; pero nos dice que todas nuestras ideas o
nociones deben tener algún fundamento de verdad; pues no fuera posible que Dios, que
es todo perfecto y verdadero, las pusiera sin eso en nosotros; y puesto que nuestros
razonamientos nunca son tan evidentes y tan enteros cuando soñamos que cuando
estamos despiertos, si bien a veces nuestras imaginaciones son tan vivas y expresivas y
hasta más en el sueño que en la vigilia, por eso nos dice la razón, que, no pudiendo ser
verdaderos todos nuestros pensamientos, porque no somos totalmente perfectos, deberá
infaliblemente hallarse la verdad más bien en los que pensemos estando despiertos, que
en los que tengamos estando dormidos.
Quinta parte
Mucho me agradaría proseguir y exponer aquí el encadenamiento de las otras
verdades que deduje de esas primeras; pero, como para ello sería necesario que hablase
ahora de varias cuestiones que controvierten los doctos 32, con quienes no deseo
indisponerme, creo que mejor será que me abstenga y me limite a decir en general cuáles
son, para dejar que otros más sabios juzguen si sería útil o no que el público recibiese
más amplia y detenida información. Siempre he permanecido firme en la resolución que
tomé de no suponer ningún otro principio que el que me ha servido para demostrar la
124
existencia de Dios y del alma, y de no recibir cosa alguna por verdadera, que no me
pareciese más clara y más cierta que las demostraciones de los geómetras; y, sin
embargo, me atrevo a decir que no sólo he encontrado la manera de satisfacerme en poco
tiempo, en punto a las principales dificultades que suelen tratarse en la filosofía, sino que
también he notado ciertas leyes que Dios ha establecido en la naturaleza y cuyas nociones
ha impreso en nuestras almas de tal suerte, que si reflexionamos sobre ellas con bastante
detenimiento, no podremos dudar de que se cumplen exactamente en todo cuanto hay o
se hace en el mundo. Considerando luego la serie de esas leyes, me parece que he
descubierto varias verdades más útiles y más importantes que todo lo que anteriormente
había aprendido o incluso esperado aprender.
Mas habiendo procurado explicar las principales de entre ellas en un tratado que,
por algunas consideraciones, no puedo publicar, lo mejor será, para darlas a conocer, que
diga aquí sumariamente lo que ese tratado contiene. Propúseme poner en él todo cuando
yo creía saber, antes de escribirlo, acerca de la naturaleza de las cosas materiales. Pero así
como los pintores, no pudiendo representar igualmente bien, en un cuadro liso, todas las
diferentes caras de un objeto sólido, eligen una de las principales, que vuelven hacia la
luz, y representan las demás en la sombra, es decir, tales como pueden verse cuando se
mira a la principal, así también, temiendo yo no poder poner en mi discurso todo lo que
había en mi pensamiento, hube de limitarme a explicar muy ampliamente mi concepción
de la luz; luego, con esta ocasión, añadí algo acerca del sol y de las estrellas fijas, porque
casi toda la luz viene de esos cuerpos; de los cielos, que la transmiten; de los planetas, de
los cometas y de la tierra, que la reflejan; y en particular, de todos los cuerpos que hay
sobre la tierra, que son o coloreados, o transparentes o luminosos; y, por último, del
hombre, que es el espectador. Y para dar un poco de sombra a todas esas cosas y poder
declarar con más libertad mis juicios, sin la obligación de seguir o de refutar las
opiniones recibidas entre los doctos, resolví abandonar este mundo nuestro a sus disputas
y hablar sólo de lo que ocurriría en otro mundo nuevo, si Dios crease ahora en los
espacios imaginarios bastante materia para componerlo y, agitando diversamente y sin
orden las varias partes de esa materia, fórmase un caos tan confuso como puedan fingirlo
los poetas, sin hacer luego otra cosa que prestar su ordinario concurso a la naturaleza,
dejándola obrar, según las leyes por él establecidas. Así, primeramente describí esa
materia y traté de representarla, de tal suerte que no hay, a mi parecer, nada más claro e
inteligible 33, excepto lo que antes hemos dicho de Dios y del alma; pues hasta supuse
expresamente que no hay en ella ninguna de esas formas o cualidades de que disputan las
escuelas 34, ni en general ninguna otra cosa cuyo conocimiento no sea tan natural a
nuestras almas, que no se pueda ni siquiera fingir que se ignora. Hice ver, además, cuales
eran las leyes de la naturaleza; y sin fundar mis razones en ningún otro principio que las
infinitas perfecciones de Dios, traté de demostrar todas aquéllas sobre las que pudiera
haber alguna duda, y procuré probar que son tales que, aun cuando Dios hubiese creado
varios mundos, no podría haber uno en donde no se observaran cumplidamente. Después
de esto, mostré cómo la mayor parte de la materia de ese caos debía, a consecuencia de
esas leyes, disponerse y arreglarse de cierta manera que la hacía semejante a nuestros
cielos; cómo, entretanto, algunas de sus partes habían de componer una tierra, y algunas
otras, planetas y cometas, y algunas otras, un sol y estrellas fijas. Y aquí, extendiéndome
sobre el tema de la luz, expliqué por lo menudo cuál era la que debía haber en el sol y en
125
las estrellas y cómo desde allí atravesaba en un instante los espacios inmensos de los
cielos y cómo se reflejaba desde los planetas y los cometas hacia la tierra. Añadí también
algunas cosas acerca de la sustancia, la situación, los movimientos y todas las varias
cualidades de esos cielos y esos astros, de suerte que pensaba haber dicho lo bastante para
que se conociera que nada se observa, en los de este mundo, que no deba o, al menos, no
pueda parecer en un todo semejante a los de ese otro mundo que yo describía. De ahí pasé
a hablar particularmente de la tierra; expliqué cómo, aun habiendo supuesto
expresamente que el Creador no dio ningún peso a la materia, de que está compuesta, no
por eso dejaban todas sus partes de dirigirse exactamente hacia su centro; cómo, habiendo
agua y aire en su superficie, la disposición de los cielos y de los astros, principalmente de
la luna, debía causar un flujo y reflujo semejante en todas sus circunstancias al que se
observa en nuestros mares, y además una cierta corriente, tanto del agua como del aire,
que va de Levante a Poniente, como la que se observa también entre los trópicos; cómo
las montañas, los mares, las fuentes y los ríos podían formarse naturalmente, y los
metales producirse en las minas, y las plantas crecer en los campos, y, en general,
engendrarse todos esos cuerpos llamados mezclas o compuestos. Y entre otras cosas, no
conociendo yo, después de los astros, nada en el mundo que produzca luz, sino el fuego,
me esforcé por dar claramente a entender cuanto a la naturaleza de éste pertenece, cómo
se produce, cómo se alimenta, cómo a veces da calor sin luz y otras luz sin calor; cómo
puede prestar varios colores a varios cuerpos y varias otras cualidades; cómo funde unos
y endurece otros; cómo puede consumirlos casi todos o convertirlos en cenizas y humo;
y, por último, cómo de esas cenizas, por sólo la violencia de su acción, forma vidrio; pues
esta transmutación de las cenizas en vidrio, pareciéndome tan admirable como ninguna
otra de las que ocurren en la naturaleza, tuve especial agrado en describirla.
Sin embargo, de todas esas cosas no quería yo inferir que este mundo nuestro haya
sido creado de la manera que yo explicaba, porque es mucho más verosímil que, desde el
comienzo, Dios lo puso tal y como debía ser. Pero es cierto -y esta opinión es
comúnmente admitida entre los teólogos- que la acción por la cual Dios lo conserva es la
misma que la acción por la cual lo ha creado 35; de suerte que, aun cuando no le hubiese
dado en un principio otra forma que la del caos, con haber establecido las leyes de la
naturaleza y haberle prestado su concurso para obrar como ella acostumbra, puede
creerse, sin menoscabo del milagro de la creación, que todas las cosas, que son
puramente materiales, habrían podido, con el tiempo, llegar a ser como ahora las vemos;
y su naturaleza es mucho más fácil de concebir cuando se ven nacer poco a poco de esa
manera, que cuando se consideran ya hechas del todo.
De la descripción de los cuerpos inanimados y de las plantas, pasé a la de los
animales y particularmente a la de los hombres. Mas no teniendo aún bastante
conocimiento para hablar de ellos con el mismo estilo que de los demás seres, es decir,
demostrando los efectos por las causas y haciendo ver de qué semillas y en qué manera
debe producirlos la naturaleza, me limité a suponer que Dios formó el cuerpo de un
hombre enteramente igual a uno de los nuestros, tanto en la figura exterior de sus
miembros como en la interior conformación de sus órganos, sin componerlo de otra
materia que la que yo había descrito anteriormente y sin darle al principio alma alguna
razonable, ni otra cosa que sirviera de alma vegetativa o sensitiva, sino excitando en su
126
corazón uno de esos fuegos sin luz, ya explicados por mí y que yo concebía de igual
naturaleza que el que calienta el heno encerrado antes de estar seco o el que hace que los
vinos nuevos hiervan cuando se dejan fermentar con su hollejo; pues examinando las
funciones que, a consecuencia de ello, podía haber en ese cuerpo, hallaba que eran
exactamente las mismas que pueden realizarse en nosotros, sin que pensemos en ellas y,
por consiguiente, sin que contribuya en nada nuestra alma, es decir, esa parte distinta del
cuerpo, de la que se ha dicho anteriormente que su naturaleza es sólo pensar 36; y siendo
esas funciones las mismas todas, puede decirse que los animales desprovistos de razón
son semejantes a nosotros; pero en cambio no se puede encontrar en ese cuerpo ninguna
de las que dependen del pensamiento que son, por tanto, las únicas que nos pertenecen en
cuanto hombres; pero ésas las encontraba yo luego, suponiendo que Dios creó un alma
razonable y la añadió al cuerpo, de cierta manera que yo describía.
Pero para que pueda verse el modo como estaba tratada esta materia, voy a poner
aquí la explicación del movimiento del corazón y de las arterias que, siendo el primero y
más general que se observa en los animales, servirá para que se juzgue luego fácilmente
lo que deba pensarse de todos los demás. Y para que sea más fácil de comprender lo que
voy a decir, desearía que los que no están versados en anatomía, se tomen el trabajo,
antes de leer esto, de mandar cortar en su presencia el corazón de algún animal grande,
que tenga pulmones, pues en un todo se parece bastante al del hombre, y que vean las dos
cámaras o concavidades que hay en él; primero, la que está en el lado derecho, a la que
van a parar dos tubos muy anchos, a saber: la vena cava, que es el principal receptáculo
de la sangre y como el tronco del árbol, cuyas ramas son las demás venas del cuerpo, y la
vena arteriosa, cuyo nombre está mal puesto, porque es, en realidad, una arteria que sale
del corazón y se divide luego en varias ramas que van a repartirse por los pulmones en
todos los sentidos; segundo, la que está en el lado izquierdo, a la que van a parar del
mismo modo dos tubos tan anchos o más que los anteriores, a saber: la arteria venosa,
cuyo nombre está también mal puesto, porque no es sino una vena que viene de los
pulmones, en donde está dividida en varias ramas entremezcladas con las de la vena
arteriosa y con las del conducto llamado caño del pulmón, por donde entra el aire de la
respiración; y la gran arteria, que sale del corazón y distribuye sus ramas por todo el
cuerpo. También quisiera yo que vieran con mucho cuidado los once pellejillos que,
como otras tantas puertecitas, abren y cierran los cuatro orificios que hay en esas dos
concavidades, a saber: tres a la entrada de la vena cava, en donde están tan bien
dispuestos que no pueden en manera alguna impedir que la sangre entre en la concavidad
derecha del corazón y, sin embargo, impiden muy exactamente que pueda salir; tres a la
entrada de la vena arteriosa, los cuales están dispuestos en modo contrario y permiten que
la sangre que hay en esta concavidad pase a los pulmones, pero no que la que está en los
pulmones vuelva a entrar en esa concavidad; dos a la entrada de la arteria venosa, los
cuales dejan correr la sangre desde los pulmones hasta la concavidad izquierda del
corazón, pero se oponen a que vaya en sentido contrario; y tres a la entrada de la gran
arteria, que permiten que la sangre salga del corazón, pero le impiden que vuelva a entrar.
Y del número de estos pellejos no hay que buscar otra razón sino que el orificio de la
arteria venosa, siendo ovalado, a causa del sitio en donde se halla, puede cerrarse
cómodamente con dos, mientras que los otros, siendo circulares, pueden cerrarse mejor
con tres. Quisiera yo, además, que considerasen que la gran arteria y la vena arteriosa
127
están hechas de una composición mucho más dura y más firme que la arteria venosa y la
vena cava, y que estas dos últimas se ensanchan antes de entrar en el corazón, formando
como dos bolsas, llamadas orejas del corazón, compuestas de una carne semejante a la de
éste; y que siempre hay más calor en el corazón que en ningún otro sitio del cuerpo; y,
por último, que este calor es capaz de hacer que si entran algunas gotas de sangre en sus
concavidades, se inflen muy luego y se dilaten, como ocurre generalmente a todos los
líquidos, cuando caen gota a gota en algún vaso muy caldeado.
Dicho esto, basta añadir, para explicar el movimiento del corazón, que cuando las
concavidades no están llenas de sangre, entra necesariamente sangre de la vena cava en la
de la derecha, y de la arteria venosa en la de la izquierda, tanto más cuanto que estos dos
vasos están siempre llenos, y sus orificios, que miran hacia el corazón, no pueden por
entonces estar tapados; pero tan pronto como de ese modo han entrado dos gotas de
sangre, una en cada concavidad, estas gotas, que por fuerza son muy gruesas, porque los
orificios por donde entran son muy anchos y los vasos de donde vienen están muy llenos
de sangre, se expanden y dilatan a causa del calor en que caen; por donde sucede que
hinchan todo el corazón y empujan y cierran las cinco puertecillas que están a la entrada
de los dos vasos de donde vienen, impidiendo que baje más sangre al corazón; y
continúan dilatándose cada vez más, con lo que empujan y abren las otras seis
puertecillas, que están a la entrada de los otros dos vasos, por los cuales salen entonces,
produciendo así una hinchazón en todas las ramas de la vena arteriosa y de la gran arteria,
casi al mismo tiempo que en el corazón; éste se desinfla muy luego, como asimismo sus
arterias, porque la sangre que ha entrado en ellas se enfría; y las seis puertecillas vuelven
a cerrarse, y las cinco de la vena cava y de la arteria venosa vuelven a abrirse, dando paso
a otras dos gotas de sangre, que, a su vez, hinchan el corazón y las arterias como
anteriormente. Y porque la sangre, antes de entrar en el corazón, pasa por esas dos bolsas,
llamadas orejas, de ahí viene que el movimiento de éstas sea contrario al de aquél, y que
éstas se desinflen cuando aquél se infla. Por lo demás, para que los que no conocen la
fuerza de las demostraciones matemáticas y no tienen costumbre de distinguir las razones
verdaderas de las verosímiles, no se aventuren a negar esto que digo, sin examinarlo, he
de advertirles que el movimiento que acabo de explicar se sigue necesariamente de la sola
disposición de los órganos que están a la vista en el corazón y del calor que, con los
dedos, puede sentirse en esta víscera y de la naturaleza de la sangre que, por experiencia,
puede conocerse, como el movimiento de un reloj se sigue de la fuerza, de la situación y
de la figura de sus contrapesos y de sus ruedas.
Pero si se pregunta cómo la sangre de las venas no se acaba, al entrar así
continuamente en el corazón, y cómo las arterias no se llenan demasiadamente, puesto
que toda la que pasa por el corazón viene a ellas, no necesito contestar otra cosa que lo
que ya ha escrito un médico de Inglaterra 37, a quien hay que reconocer el mérito de haber
abierto brecha en este punto y de ser el primero que ha enseñado que hay en las
extremidades de las arterias varios pequeños corredores, por donde la sangre que llega del
corazón pasa a las ramillas extremas de las venas y de aquí vuelve luego al corazón; de
suerte que el curso de la sangre es una circulación perpetua. Y esto lo prueba muy bien
por medio de la experiencia ordinaria de los cirujanos, quienes, habiendo atado el brazo
con mediana fuerza por encima del sitio en donde abren la vena, hacen que la sangre
128
salga más abundante que si no hubiesen atado el brazo; y ocurriría todo lo contrario si lo
ataran más abajo, entre la mano y la herida, o si lo ataran con mucha fuerza por encima.
Porque es claro que la atadura hecha con mediana fuerza puede impedir que la sangre que
hay en el brazo vuelva al corazón por las venas, pero no que acuda nueva sangre por las
arterias, porque éstas van por debajo de las venas, y siendo sus pellejos más duros, son
menos fáciles de oprimir; y también porque la sangre que viene del corazón tiende con
más fuerza a pasar por las arterias hacia la mano, que no a volver de la mano hacia el
corazón por las venas; y puesto que la sangre sale del brazo, por el corte que se ha hecho
en una de las venas, es necesario que haya algunos pasos por la parte debajo de la
atadura, es decir, hacia las extremidades del brazo, por donde la sangre pueda venir de las
arterias. También prueba muy satisfactoriamente lo que dice del curso de la sangre, por la
existencia de ciertos pellejos que están de tal modo dispuestos en diferentes lugares, a lo
largo de las venas, que no permiten que la sangre vaya desde el centro del cuerpo a las
extremidades y sí sólo que vuelva de las extremidades al centro; y además, la experiencia
demuestra que toda la sangre que hay en el cuerpo puede salir en poco tiempo por una
sola arteria que se haya cortado, aun cuando, habiéndose atado la arteria muy cerca del
corazón, se haya hecho el corte entre éste y la atadura, de tal suerte que no haya ocasión
de imaginar que la sangre vertida pueda venir de otra parte.
Pero hay otras muchas cosas que dan fe de que la verdadera causa de ese
movimiento de la sangre es la que he dicho, como son primeramente la diferencia que se
nota entre la que sale de las venas y la que sale de las arterias, diferencia que no puede
venir sino de que, habiéndose rarificado y como destilado la sangre, al pasar por el
corazón, es más sutil y más viva y más caliente en saliendo de este, es decir, estando en
las arterias, que no poco antes de entrar, o sea estando en las venas. Y si bien se mira, se
verá que esa diferencia no aparece del todo sino cerca del corazón y no tanto en los
lugares más lejanos; además, la dureza del pellejo de que están hechas la vena arteriosa y
la gran arteria, es buena prueba de que la sangre las golpea con más fuerza que a las
venas. Y ¿cómo explicar que la concavidad izquierda del corazón y la gran arteria sean
más amplias y anchas que la concavidad derecha y la vena arteriosa, sino porque la
sangre de la arteria venosa, que antes de pasar por el corazón no ha estado más que en los
pulmones, es más sutil y se expande mejor y más fácilmente que la que viene
inmediatamente de la vena cava? ¿Y qué es lo que los médicos pueden averiguar, al
tomar el pulso, si no es que, según que la sangre cambie de naturaleza, puede el calor del
corazón distenderla con más o menos fuerza y más o menos velocidad? Y si inquirimos
cómo este calor se comunica a los demás miembros, habremos de convenir en que es por
medio de la sangre, que, al pasar por el corazón, se calienta y se reparte luego por todo el
cuerpo, de donde sucede que, si quitamos sangre de una parte, quitámosle asimismo el
calor; y aun cuando el corazón estuviese ardiendo, como un hierro candente, no bastaría a
calentar los pies y las manos, como lo hace, si no les enviase de continuo sangre nueva.
También por esto se conoce que el uso verdadero de la respiración es introducir en el
pulmón aire fresco bastante a conseguir que la sangre, que viene de la concavidad
derecha del corazón, en donde ha sido dilatada y como cambiada en vapores, se espese y
se convierta de nuevo en sangre, antes de volver a la concavidad izquierda, sin lo cual no
pudiera ser apta a servir de alimento al fuego que hay en la dicha concavidad; y una
confirmación de esto es que vemos que los animales que no tienen pulmones, poseen una
129
sola concavidad en el corazón, y que los niños que estando en el seno materno no pueden
usar de los pulmones, tienen un orificio por donde pasa sangre de la vena cava a la
concavidad izquierda del corazón, y un conducto por donde va de la vena arteriosa a la
gran arteria, sin pasar por el pulmón. Además, ¿cómo podría hacerse la cocción de los
alimentos en el estómago, si el corazón no enviase calor a esta víscera por medio de las
arterias, añadiéndole algunas de las más suaves partes de la sangre, que ayudan a disolver
las viandas? Y la acción que convierte en sangre el jugo de esas viandas, ¿no es fácil de
conocer, si se considera que, al pasar una y otra vez por el corazón, se destila quizá más
de cien o doscientas veces cada día? Y para explicar la nutrición y la producción de los
varios humores que hay en el cuerpo, ¿qué necesidad hay de otra cosa, sino decir que la
fuerza con que la sangre, al dilatarse, pasa del corazón a las extremidades de las arterias,
es causa de que algunas de sus partes se detienen entre las partes de los miembros en
donde se hallan, tomando el lugar de otras que expulsan, y que, según la situación o la
figura o la pequeñez de los poros que encuentran, van unas a alojarse en ciertos lugares y
otras en ciertos otros, del mismo modo como hacen las cribas que, por estar agujereadas
de diferente modo, sirven para separar unos de otros los granos de varios tamaños. Y, por
último, lo que hay de más notable en todo esto, es la generación de los espíritus animales,
que son como un sutilísimo viento, o más bien como una purísima y vivísima llama, la
cual asciende de continuo muy abundante desde el corazón al cerebro y se corre luego
por los nervios a los músculos y pone en movimiento todos los miembros; y para explicar
cómo las partes de la sangre más agitadas y penetrantes van hacia el cerebro, más bien
que a otro lugar cualquiera, no es necesario imaginar otra causa sino que las arterias que
las conducen son las que salen del corazón en línea más recta, y, según las reglas
mecánicas, que son las mismas que las de la naturaleza, cuando varias cosas tienden
juntas a moverse hacia un mismo lado, sin que haya espacio bastante para recibirlas
todas, como ocurre a las partes de la sangre que salen de la concavidad izquierda del
corazón y tienden todas hacia el cerebro, las más fuertes deben dar de lado a las más
endebles y menos agitadas y, por lo tanto, ser las únicas que lleguen 38.
Había yo explicado, con bastante detenimiento, todas estas cosas en el tratado que
tuve el propósito de publicar. Y después había mostrado cuál debe ser la fábrica 39 de los
nervios y de los músculos del cuerpo humano, para conseguir que los espíritus animales,
estando dentro, tengan fuerza bastante a mover los miembros, como vemos que las
cabezas, poco después de cortadas, aun se mueven y muerden la tierra, sin embargo de
que ya no están animadas; cuáles cambios deben verificarse en el cerebro para causar la
vigilia, el sueño y los ensueños; cómo la luz, los sonidos, los olores, los sabores, el calor
y demás cualidades de los objetos exteriores pueden imprimir en el cerebro varias ideas,
por medio de los sentidos; cómo también pueden enviar allí las suyas el hambre, la sed y
otras pasiones interiores; qué deba entenderse por el sentido común, en el cual son
recibidas esas ideas; qué por la memoria, que las conserva y qué por la fantasía, que
puede cambiarlas diversamente y componer otras nuevas y también puede, por idéntica
manera, distribuir los espíritus animales en los músculos y poner en movimiento los
miembros del cuerpo, acomodándolos a los objetos que se presentan a los sentidos y a las
pasiones interiores, en tantos varios modos cuantos movimientos puede hacer nuestro
cuerpo sin que la voluntad los guíe 40; lo cual no parecerá de ninguna manera extraño a
los que, sabiendo cuántos autómatas o máquinas semovientes puede construir la industria
130
humana, sin emplear sino poquísimas piezas, en comparación de la gran muchedumbre de
huesos, músculos, nervios, arterias, venas y demás partes que hay en el cuerpo de un
animal, consideren este cuerpo como una máquina que, por ser hecha de manos de Dios,
está incomparablemente mejor ordenada y posee movimientos más admirables que
ninguna otra de las que puedan inventar los hombres. Y aquí me extendí particularmente,
haciendo ver que si hubiese máquinas tales que tuviesen los órganos y figura exterior de
un mono o de otro cualquiera animal, desprovisto de razón, no habría medio alguno que
nos permitiera conocer que no son en todo de igual naturaleza que esos animales;
mientras que si las hubiera que semejasen a nuestros cuerpos e imitasen nuestras
acciones, cuanto fuere moralmente posible, siempre tendríamos dos medios muy ciertos
para reconocer que no por eso son hombres verdaderos; y es el primero, que nunca
podrían hacer uso de palabras ni otros signos, componiéndolos, como hacemos nosotros,
para declarar nuestros pensamientos a los demás, pues si bien se puede concebir que una
máquina esté de tal modo hecha, que profiera palabras, y hasta que las profiera a
propósito de acciones corporales que causen alguna alteración en sus órganos, como,
verbi gratia, si se la toca en una parte, que pregunte lo que se quiere decirle, y si en otra,
que grite que se le hace daño, y otras cosas por el mismo estilo, sin embargo, no se
concibe que ordene en varios modos las palabras para contestar al sentido de todo lo que
en su presencia se diga, como pueden hacerlo aun los más estúpidos de entre los
hombres; y es el segundo que, aun cuando hicieran varias cosas tan bien y acaso mejor
que ninguno de nosotros, no dejarían de fallar en otras, por donde se descubriría que no
obran por conocimiento, sino sólo por la disposición de sus órganos, pues mientras que la
razón es un instrumento universal, que puede servir en todas las coyunturas, esos
órganos, en cambio, necesitan una particular disposición para cada acción particular; por
donde sucede que es moralmente imposible que haya tantas y tan varias disposiciones en
una máquina, que puedan hacerla obrar en todas las ocurrencias de la vida de la manera
como la razón nos hace obrar a nosotros. Ahora bien: por esos dos medios puede
conocerse también la diferencia que hay entre los hombres y los brutos, pues es cosa muy
de notar que no hay hombre, por estúpido y embobado que esté, sin exceptuar los locos,
que no sea capaz de arreglar un conjunto de varias palabras y componer un discurso que
dé a entender sus pensamientos; y, por el contrario, no hay animal, por perfecto y
felizmente dotado que sea, que pueda hacer otro tanto. Lo cual no sucede porque a los
animales les falten órganos, pues vemos que las urracas y los loros pueden proferir, como
nosotros, palabras, y, sin embargo, no pueden, como nosotros, hablar, es decir, dar fe de
que piensan lo que dicen; en cambio los hombres que, habiendo nacido sordos y mudos,
están privados de los órganos, que a los otros sirven para hablar, suelen inventar por sí
mismos unos signos, por donde se declaran a los que, viviendo con ellos, han conseguido
aprender su lengua. Y esto no sólo prueba que las bestias tienen menos razón que los
hombres, sino que no tienen ninguna; pues ya se ve que basta muy poca para saber
hablar; y supuesto que se advierten desigualdades entre los animales de una misma
especie, como entre los hombres, siendo unos más fáciles de adiestrar que otros, no es de
creer que un mono o un loro, que fuese de los más perfectos en su especie, no igualara a
un niño de los más estúpidos, o, por lo menos, a un niño cuyo cerebro estuviera turbado,
si no fuera que su alma es de naturaleza totalmente diferente de la nuestra. Y no deben
confundirse las palabras con los movimientos naturales que delatan las pasiones, los
cuales pueden ser imitados por las máquinas tan bien como por los animales, ni debe
131
pensarse, como pensaron algunos antiguos, que las bestias hablan, aunque nosotros no
comprendemos su lengua; pues si eso fuera verdad, puesto que poseen varios órganos
parecidos a los nuestros, podrían darse a entender de nosotros como de sus semejantes. Es
también muy notable cosa que, aun cuando hay varios animales que demuestran más
industria que nosotros en algunas de sus acciones, sin embargo, vemos que esos mismos
no demuestran ninguna en muchas otras; de suerte que eso que hacen mejor que nosotros
no prueba que tengan ingenio, pues, en ese caso, tendrían más que ninguno de nosotros y
harían mejor que nosotros todas las demás cosas, sino más bien prueba que no tienen
ninguno y que es la naturaleza la que en ellos obra, por la disposición de sus órganos,
como vemos que un reloj, compuesto sólo de ruedas y resortes, puede contar las horas y
medir el tiempo más exactamente que nosotros con toda nuestra prudencia.
Después de todo esto, había yo descrito el alma razonable y mostrado que en
manera alguna puede seguirse de la potencia de la materia, como las otras cosas de que
he hablado, sino que ha de ser expresamente creada; y no basta que esté alojada en el
cuerpo humano, como un piloto en su navío, a no ser acaso para mover sus miembros,
sino que es necesario que esté junta y unida al cuerpo más estrechamente, para tener
sentimientos y apetitos semejantes a los nuestros y componer así un hombre verdadero.
Por lo demás, me he extendido aquí un tanto sobre el tema del alma, porque es de los más
importantes; que, después del error de los que niegan a Dios, error que pienso haber
refutado bastantemente en lo que precede, no hay nada que más aparte a los espíritus
endebles del recto camino de la virtud, que el imaginar que el alma de los animales es de
la misma naturaleza que la nuestra, y que, por consiguiente, nada hemos de temer ni
esperar tras esta vida, como nada temen ni esperan las moscas y las hormigas; mientras
que si sabemos cuán diferentes somos de los animales, entenderemos mucho mejor las
razones que prueban que nuestra alma es de naturaleza enteramente independiente del
cuerpo, y, por consiguiente, que no está atenida a morir con él; y puesto que no vemos
otras causas que la destruyan, nos inclinaremos naturalmente a juzgar que es inmortal.
Sexta parte
Hace ya tres años que llegué al término del tratado en donde están todas esas cosas,
y empezaba a revisarlo para entregarlo a la imprenta, cuando supe que unas personas a
quienes profeso deferencia y cuya autoridad no es menos poderosa sobre mis acciones
que mi propia razón sobre mis pensamientos, habían reprobado una opinión de física,
publicada poco antes por otro 41; no quiero decir que yo fuera de esa opinión, sino sólo
que nada había notado en ella, antes de verla así censurada, que me pareciese perjudicial
ni para la religión ni para el Estado, y, por tanto, nada que me hubiese impedido
escribirla, de habérmela persuadido la razón. Esto me hizo temer no fuera a haber alguna
también entre las mías, en la que me hubiese engañado, no obstante el muy gran cuidado
que siempre he tenido de no admitir en mi creencia ninguna opinión nueva, que no esté
132
fundada en certísimas demostraciones, y de no escribir ninguna que pudiere venir en
menoscabo de alguien. Y esto fue bastante a mudar la resolución que había tomado de
publicar aquel tratado; pues aun cuando las razones que me empujaron a tomar antes esa
resolución fueron muy fuertes, sin embargo, mi inclinación natural, que me ha llevado
siempre a odiar el oficio de hacer libros, me proporcionó en seguida otras para
excusarme. Y tales son esas razones, de una y de otra parte, que no sólo me interesa a mí
decirlas aquí, sino que acaso también interese al público conocerlas.
Nunca he atribuido gran valor a las cosas que provienen de mi espíritu; y mientras
no he recogido del método que uso otro fruto sino el hallar la solución de algunas
dificultades pertenecientes a las ciencias especulativas, o el llevar adelante el arreglo de
mis costumbres, en conformidad con las razones que ese método me enseñaba, no me he
creído obligado a escribir nada. Pues en lo tocante a las costumbres, es tanto lo que cada
uno abunda en su propio sentido, que podrían contarse tantos reformadores como hay
hombres, si a todo el mundo, y no sólo a los que Dios ha establecido soberanos de sus
pueblos o a los que han recibido de él la gracia y el celo suficientes para ser profetas, le
fuera permitido dedicarse a modificarlas en algo; y en cuanto a mis especulaciones,
aunque eran muy de mi gusto, he creído que los demás tendrían otras también, que acaso
les gustaran más. Pero tan pronto como hube adquirido algunas nociones generales de la
física y comenzado a ponerlas a prueba en varias dificultades particulares, notando
entonces cuán lejos pueden llevarnos y cuán diferentes son de los principios que se han
usado hasta ahora, creí que conservarlas ocultas era grandísimo pecado, que infringía la
ley que nos obliga a procurar el bien general de todos los hombres, en cuanto ello esté en
nuestro poder. Pues esas nociones me han enseñado que es posible llegar a conocimientos
muy útiles para la vida, y que, en lugar de la filosofía especulativa, enseñada en las
escuelas, es posible encontrar una práctica, por medio de la cual, conociendo la fuerza y
las acciones del fuego, del agua, del aire, de los astros, de los cielos y de todos los demás
cuerpos, que nos rodean, tan distintamente como conocemos los oficios varios de
nuestros artesanos, podríamos aprovecharlas del mismo modo, en todos los usos a que
sean propias, y de esa suerte hacernos como dueños y poseedores de la naturaleza. Lo
cual es muy de desear, no sólo por la invención de una infinidad de artificios que nos
permitirían gozar sin ningún trabajo de los frutos de la tierra y de todas las comodidades
que hay en ella, sino también principalmente por la conservación de la salud, que es, sin
duda, el primer bien y el fundamento de los otros bienes de esta vida, porque el espíritu
mismo depende tanto del temperamento y de la disposición de los órganos del cuerpo,
que, si es posible encontrar algún medio para hacer que los hombres sean comúnmente
más sabios y más hábiles que han sido hasta aquí, creo que es en la medicina en donde
hay que buscarlo. Verdad es que la que ahora se usa contiene pocas cosas de tan notable
utilidad; pero, sin que esto sea querer despreciarla, tengo por cierto que no hay nadie, ni
aun los que han hecho de ella su profesión, que no confiese que cuanto se sabe, en esa
ciencia, no es casi nada comparado con lo que queda por averiguar y que podríamos
librarnos de una infinidad de enfermedades, tanto del cuerpo como del espíritu, y hasta
quizá de la debilidad que la vejez nos trae, si tuviéramos bastante conocimiento de sus
causas y de todos los remedios, de que la naturaleza nos ha provisto. Y como yo había
concebido el designio de emplear mi vida entera en la investigación de tan necesaria
ciencia, y como había encontrado un camino que me parecía que, siguiéndolo, se debe
133
infaliblemente dar con ella, a no ser que lo impida la brevedad de la vida o la falta de
experiencias, juzgaba que no hay mejor remedio contra esos dos obstáculos, sino
comunicar fielmente al público lo poco que hubiera encontrado e invitar a los buenos
ingenios a que traten de seguir adelante, contribuyendo cada cual, según su inclinación y
sus fuerzas, a las experiencias que habría que hacer, y comunicando asimismo al público
todo cuanto averiguaran, con el fin de que, empezando los últimos por donde hayan
terminado sus predecesores, y juntando así las vidas y los trabajos de varios, llegásemos
todos juntos mucho más allá de donde puede llegar uno en particular.
Y aun observé, en lo referente a las experiencias, que son tanto más necesarias
cuanto más se ha adelantado en el conocimiento, pues al principio es preferible usar de
las que se presentan por sí mismas a nuestros sentidos y que no podemos ignorar por poca
reflexión que hagamos, que buscar otras más raras y estudiadas; y la razón de esto es que
esas más raras nos engañan muchas veces, si no sabemos ya las causas de las otras más
comunes y que las circunstancias de que dependen son casi siempre tan particulares y tan
pequeñas, que es muy difícil notarlas. Pero el orden que he llevado en esto ha sido el
siguiente: primero he procurado hallar, en general, los principios o primeras causas de
todo lo que en el mundo es o puede ser, sin considerar para este efecto nada más que Dios
solo, que lo ha creado, ni sacarlas de otro origen, sino de ciertas semillas de verdades, que
están naturalmente en nuestras almas; después he examinado cuáles sean los primeros y
más ordinarios efectos que de esas causas pueden derivarse, y me parece que por tales
medios he encontrado unos cielos, unos astros, una tierra, y hasta en la tierra, agua, aire,
fuego, minerales y otras cosas que, siendo las más comunes de todas y las más simples,
son también las más fáciles de conocer. Luego, cuando quise descender a las más
particulares, presentáronseme tantas y tan varias, que no he creído que fuese posible al
espíritu humano distinguir las formas o especies de cuerpos, que están en la tierra, de
muchísimas otras que pudieran estar en ella, si la voluntad de Dios hubiere sido ponerlas,
y, por consiguiente, que no es posible tampoco referirlas a nuestro servicio, a no ser que
salgamos al encuentro de las causas por los efectos y hagamos uso de varias experiencias
particulares. En consecuencia, hube de repasar en mi espíritu todos los objetos que se
habían presentado ya a mis sentidos, y no vacilo en afirmar que nada vi en ellos que no
pueda explicarse, con bastante comodidad, por medio de los principios hallados por mí.
Pero debo asimismo confesar que es tan amplia y tan vasta la potencia de la naturaleza y
son tan simples y tan generales esos principios, que no observo casi ningún efecto
particular, sin en seguida conocer que puede derivarse de ellos en varias diferentes
maneras, y mi mayor dificultad es, por lo común, encontrar por cuál de esas maneras
depende de aquellos principios; y no sé otro remedio a esa dificultad que el buscar
algunas experiencias, que sean tales que no se produzca del mismo modo el efecto, si la
explicación que hay que dar es esta o si es aquella otra. Además, a tal punto he llegado
ya, que veo bastante bien, a mi parecer, el rodeo que hay que tomar, para hacer la mayor
parte de las experiencias que pueden servir para esos efectos; pero también veo que son
tantas y tales, que ni mis manos ni mis rentas, aunque tuviese mil veces más de lo que
tengo, bastarían a todas; de suerte que, según tenga en adelante comodidad para hacer
más o menos, así también adelantaré más o menos en el conocimiento de la naturaleza;
todo lo cual pensaba dar a conocer, en el tratado que había escrito, mostrando tan
claramente la utilidad que el público puede obtener, que obligase a cuantos desean en
134
general el bien de los hombres, es decir, a cuantos son virtuosos efectivamente y no por
apariencia falsa y mera opinión, a comunicarme las experiencias que ellos hubieran
hecho y a ayudarme en la investigación de las que aun me quedan por hacer.
Pero de entonces acá, hánseme ocurrido otras razones que me han hecho cambiar
de opinión y pensar que debía en verdad seguir escribiendo cuantas cosas juzgara de
alguna importancia, conforme fuera descubriendo su verdad, poniendo en ello el mismo
cuidado que si las tuviera que imprimir, no sólo porque así disponía de mayor espacio
para examinarlas bien, pues sin duda, mira uno con más atención lo que piensa que otros
han de examinar, que lo que hace para sí solo (y muchas cosas que me han parecido
verdaderas cuando he comenzado a concebirlas, he conocido luego que son falsas,
cuando he ido a estamparlas en el papel), sino también para no perder ocasión de servir al
público, si soy en efecto capaz de ello, y porque, si mis escritos valen algo, puedan
usarlos como crean más conveniente los que los posean después de mi muerte; pero pensé
que no debía en manera alguna consentir que fueran publicados, mientras yo viviera, para
que ni las oposiciones y controversias que acaso suscitaran, ni aun la reputación, fuere
cual fuere, que me pudieran proporcionar, me dieran ocasión de perder el tiempo que me
propongo emplear en instruirme. Pues si bien es cierto que todo hombre está obligado a
procurar el bien de los demás, en cuanto puede, y que propiamente no vale nada quien a
nadie sirve, sin embargo, también es cierto que nuestros cuidados han de sobrepasar el
tiempo presente y que es bueno prescindir de ciertas cosas, que quizá fueran de algún
provecho para los que ahora viven, cuando es para hacer otras que han de ser más útiles
aun a nuestros nietos. Y, en efecto, es bueno que se sepa que lo poco que hasta aquí he
aprendido no es casi nada, en comparación de lo que ignoro y no desconfío de poder
aprender; que a los que van descubriendo poco a poco la verdad, en las ciencias, les
acontece casi lo mismo que a los que empiezan a enriquecerse, que les cuesta menos
trabajo, siendo ya algo ricos, hacer grandes adquisiciones, que antes, cuando eran pobres,
recoger pequeñas ganancias. También pueden compararse con los jefes de ejército, que
crecen en fuerzas conforme ganan batallas, y necesitan más atención y esfuerzo para
mantenerse después de una derrota, que para tomar ciudades y conquistar provincias
después de una victoria; que verdaderamente es como dar batallas el tratar de vencer
todas las dificultades y errores que nos impiden llegar al conocimiento de la verdad y es
como perder una el admitir opiniones falsas acerca de alguna materia un tanto general e
importante; y hace falta después mucha más destreza para volver a ponerse en el mismo
estado en que se estaba, que para hacer grandes progresos, cuando se poseen ya
principios bien asegurados. En lo que a mí respecta, si he logrado hallar algunas verdades
en las ciencias (y confío que lo que va en este volumen demostrará que algunas he
encontrado), puedo decir que no son sino consecuencias y dependencias de cinco o seis
principales dificultades que he resuelto y que considero como otras tantas batallas, en
donde he tenido la fortuna de mi lado; y hasta me atreveré a decir que pienso que no
necesito ganar sino otras dos o tres como esas, para llegar al término de mis propósitos, y
que no es tanta mi edad que no pueda, según el curso ordinario de la naturaleza, disponer
aún del tiempo necesario para ese efecto. Pero por eso mismo, tanto más obligado me
creo a ahorrar el tiempo que me queda, cuantas mayores esperanzas tengo de poderlo
emplear bien; y sobrevendrían, sin duda, muchas ocasiones de perderlo si publicase los
fundamentos de mi física; pues aun cuando son tan evidentes todos, que basta entenderlos
135
para creerlos, y no hay uno solo del que no pueda dar demostraciones, sin embargo, como
es imposible que concuerden con todas las varias opiniones de los demás hombres,
preveo que suscitarían oposiciones, que me distraerían no poco de mi labor.
Puede objetarse a esto diciendo que esas oposiciones serían útiles, no sólo porque
me darían a conocer mis propias faltas, sino también porque, de haber en mí algo bueno,
los demás hombres adquirirían por ese medio una mejor inteligencia de mis opiniones; y
como muchos ven más que uno solo, si comenzaren desde luego a hacer uso de mis
principios, me ayudarían también con sus invenciones. Pero aun cuando me conozco
como muy expuesto a errar, hasta el punto de no fiarme casi nunca de los primeros
pensamientos que se me ocurren, sin embargo, la experiencia que tengo de las objeciones
que pueden hacerme, me quita la esperanza de obtener de ellas algún provecho; pues ya
muchas veces he podido examinar los juicios ajenos, tanto los pronunciados por quienes
he considerado como amigos míos, como los emitidos por otros, a quienes yo pensaba ser
indiferente, y hasta los de algunos, cuya malignidad y envidia sabía yo que habían de
procurar descubrir lo que el afecto de mis amigos no hubiera conseguido ver; pero rara
vez ha sucedido que me hayan objetado algo enteramente imprevisto por mí, a no ser
alguna cosa muy alejada de mi asunto; de suerte que casi nunca he encontrado un censor
de mis opiniones que no me pareciese o menos severo o menos equitativo que yo mismo.
Y tampoco he notado nunca que las disputas que suelen practicarse en las escuelas sirvan
para descubrir una verdad antes ignorada; pues esforzándose cada cual por vencer a su
adversario, más se ejercita en abonar la verosimilitud que en pesar las razones de una y
otra parte; y los que han sido durante largo tiempo buenos abogados, no por eso son
luego mejores jueces.
En cuanto a la utilidad que sacaran los demás de la comunicación de mis
pensamientos, tampoco podría ser muy grande, ya que aun no los he desenvuelto hasta tal
punto, que no sea preciso añadirles mucho, antes de ponerlos en práctica. Y creo que, sin
vanidad, puedo decir que si alguien hay capaz de desarrollarlos, he de ser yo mejor que
otro cualquiera, y no porque no pueda haber en el mundo otros ingenios mejores que el
mío, sin comparación, sino porque el que aprende de otro una cosa, no es posible que la
conciba y la haga suya tan plenamente como el que la inventa. Y tan cierto es ello en esta
materia, que habiendo yo explicado muchas veces algunas opiniones mías a personas de
muy buen ingenio, parecían entenderlas muy distintamente, mientras yo hablaba, y, sin
embargo, cuando luego las han repetido, he notado que casi siempre las han alterado de
tal suerte que ya no podía yo reconocerlas por mías 42. Aprovecho esta ocasión para rogar
a nuestros descendientes que no crean nunca que proceden de mí las cosas que les digan
otros, si no es que yo mismo las haya divulgado; y no me asombro en modo alguno de
esas extravagancias que se atribuyen a los antiguos filósofos, cuyos escritos no poseemos,
ni juzgo por ellas que hayan sido sus pensamientos tan desatinados, puesto que aquellos
hombres fueron los mejores ingenios de su tiempo; sólo pienso que sus opiniones han
sido mal referidas. Asimismo vemos que casi nunca ha ocurrido que uno de los que
siguieron las doctrinas de esos grandes ingenios haya superado al maestro; y tengo por
seguro que los que con mayor ahínco siguen hoy a Aristóteles, se estimarían dichosos de
poseer tanto conocimiento de la naturaleza como tuvo él, aunque hubieran de someterse a
la condición de no adquirir nunca más amplio saber. Son como la yedra, que no puede
136
subir más alto que los árboles en que se enreda y muchas veces desciende, después de
haber llegado hasta la copa; pues me parece que también los que siguen una doctrina
ajena descienden, es decir, se tornan en cierto modo menos sabios que si se abstuvieran
de estudiar; los tales, no contentos con saber todo lo que su autor explica
inteligiblemente, quieren además encontrar en él la solución de varias dificultades, de las
cuales no habla y en las cuales acaso no pensó nunca. Sin embargo, es comodísima esa
manera de filosofar, para quienes poseen ingenios muy medianos, pues la oscuridad de
las distinciones y principios de que usan, les permite hablar de todo con tanta audacia
como si lo supieran, y mantener todo cuanto dicen contra los más hábiles y los más
sutiles, sin que haya medio de convencerles; en lo cual parécenme semejar a un ciego
que, para pelear sin desventaja contra uno que ve, le hubiera llevado a alguna profunda y
oscurísima cueva; y puedo decir que esos tales tienen interés en que yo no publique los
principios de mi filosofía, pues siendo, como son, muy sencillos y evidentes, publicarlos
sería como abrir ventanas y dar luz a esa cueva adonde han ido a pelear. Mas tampoco los
ingenios mejores han de tener ocasión de desear conocerlos, pues si lo que quieren es
saber hablar de todo y cobrar fama de doctos, lo conseguirán más fácilmente
contentándose con lo verosímil, que sin gran trabajo puede hallarse en todos los asuntos,
que buscando la verdad, que no se descubre sino poco a poco en algunas materias y que,
cuando es llegada la ocasión de hablar de otros temas, nos obliga a confesar francamente
que los ignoramos. Pero si estiman que una verdad pequeña es preferible a la vanidad de
parecer saberlo todo, como, sin duda, es efectivamente preferible, y si lo que quieren es
proseguir un intento semejante al mío, no necesitan para ello que yo les diga más de lo
que en este discurso llevo dicho; pues si son capaces de continuar mi obra, tanto más lo
serán de encontrar por sí mismos todo cuanto pienso yo que he encontrado, sin contar con
que, habiendo yo seguido siempre mis investigaciones ordenadamente, es seguro que lo
que me queda por descubrir es de suyo más difícil y oculto que lo que he podido
anteriormente encontrar y, por tanto, mucho menos gusto hallarían en saberlo por mí, que
en indagarlo solos; y además, la costumbre que adquirirán buscando primero cosas fáciles
y pasando poco a poco a otras más difíciles, les servirá mucho mejor que todas mis
instrucciones. Yo mismo estoy persuadido de que si, en mi mocedad, me hubiesen
enseñado todas las verdades cuyas demostraciones he buscado luego y no me hubiese
costado trabajo alguno el aprenderlas, quizá no supiera hoy ninguna otra cosa, o por lo
menos nunca hubiera adquirido la costumbre y facilidad que creo tener de encontrar otras
nuevas, conforme me aplico a buscarlas. Y, en suma, si hay en el mundo una labor que no
pueda nadie rematar tan bien como el que la empezó, es ciertamente la que me ocupa.
Verdad es que en lo que se refiere a las experiencias que pueden servir para ese
trabajo, no basta un hombre solo a hacerlas todas; pero tampoco ese hombre podrá
emplear con utilidad ajenas manos, como no sean las de artesanos u otras gentes, a
quienes pueda pagar, pues la esperanza de una buena paga, que es eficacísimo medio,
hará que esos operarios cumplan exactamente sus prescripciones. Los que
voluntariamente, por curiosidad o deseo de aprender, se ofrecieran a ayudarle, además de
que suelen, por lo común, ser más prontos en prometer que en cumplir y no hacen sino
bellas proposiciones, nunca realizadas, querrían infaliblemente recibir, en cambio,
algunas explicaciones de ciertas dificultades, o por lo menos obtener halagos y
conversaciones inútiles, las cuales, por corto que fuera el tiempo empleado en ellas,
137
representarían, al fin y al cabo, una positiva pérdida. Y en cuanto a las experiencias que
hayan hecho ya los demás, aun cuando se las quisieren comunicar -cosa que no harán
nunca quienes les dan el nombre de secretos-, son las más de entre ellas compuestas de
tantas circunstancias o ingredientes superfluos, que le costaría no pequeño trabajo
descifrar lo que haya en ellas de verdadero; y, además, las hallaría casi todas tan mal
explicadas e incluso tan falsas, debido a que sus autores han procurado que parezcan
conformes con sus principios, que, de haber algunas que pudieran servir, no valdrían
desde luego el tiempo que tendría que gastar en seleccionarlas. De suerte que si en el
mundo hubiese un hombre de quien se supiera con seguridad que es capaz de encontrar
las mayores cosas y las más útiles para el público y, por este motivo, los demás hombres
se esforzasen por todas las maneras en ayudarle a realizar sus designios, no veo que
pudiesen hacer por él nada más sino contribuir a sufragar los gastos de las experiencias,
que fueren precisas, y, por lo demás, impedir que vinieran importunos a estorbar sus
ocios laboriosos. Mas sin contar con que no soy yo tan presumido que vaya a prometer
cosas extraordinarias, ni tan repleto de vanidosos pensamientos que vaya a figurarme que
el público ha de interesarse mucho por mis propósitos, no tengo tampoco tan rebajada el
alma, como para aceptar de nadie un favor que pudiera creerse que no he merecido.
Todas estas consideraciones juntas fueron causa de que no quise, hace tres años,
divulgar el tratado que tenía entre manos, y aun resolví no publicar durante mi vida
ningún otro de índole tan general, que por él pudieran entenderse los fundamentos de mi
física. Pero de entonces acá han venido otras dos razones a obligarme a poner en este
libro algunos ensayos particulares y a dar alguna cuenta al público de mis acciones y de
mis designios; y es la primera que, de no hacerlo, algunos que han sabido que tuve la
intención de imprimir ciertos escritos, podrían acaso figurarse que los motivos, por los
cuales me he abstenido, son de índole que menoscaba mi persona; pues, aun cuando no
siento un excesivo amor por la gloria y hasta me atrevo a decir que la odio, en cuanto que
la juzgo contraria a la quietud, que es lo que más aprecio, sin embargo, tampoco he hecho
nunca nada por ocultar mis actos, como si fueran crímenes, ni he tomado muchas
precauciones para permanecer desconocido, no sólo porque creyera de ese modo dañarme
a mí mismo, sino también porque ello habría provocado en mí cierta especie de inquietud,
que hubiera venido a perturbar la perfecta tranquilidad de espíritu que busco; y así,
habiendo siempre permanecido indiferente entre el cuidado de ser conocido y el de no
serlo, no he podido impedir cierta especie de reputación que he adquirido, por lo cual he
pensado que debía hacer por mi parte lo que pudiera, para evitar al menos que esa fama
sea mala. La segunda razón, que me ha obligado a escribir esto, es que veo cada día cómo
se retrasa más y más el propósito que he concebido de instruirme, a causa de una
infinidad de experiencias que me son precisas y que no puedo hacer sin ayuda ajena, y
aunque no me precio de valer tanto como para esperar que el público tome mucha parte
en mis intereses, sin embargo, tampoco quiero faltar a lo que me debo a mí mismo, dando
ocasión a que los que me sobrevivan puedan algún día hacerme el cargo de que hubiera
podido dejar acabadas muchas mejores cosas, si no hubiese prescindido demasiado de
darles a entender cómo y en qué podían ellos contribuir. a mis designios.
Y he pensado que era fácil elegir algunas materias que, sin provocar grandes
controversias, ni obligarme a declarar mis principios más detenidamente de lo que deseo,
138
no dejaran de mostrar con bastante claridad lo que soy o no soy capaz de hacer en las
ciencias. En lo cual no puedo decir si he tenido buen éxito, pues no quiero salir al
encuentro de los juicios de nadie, hablando yo mismo de mis escritos; pero me agradaría
mucho que fuesen examinados y, para dar más amplia ocasión de hacerlo, ruego a
quienes tengan objeciones que formular, que se tomen la molestia de enviarlas a mi
librero, quien me las transmitirá, y procuraré dar respuesta que pueda publicarse con las
objeciones 43; de este modo, los lectores, viendo juntas unas y otras, juzgarán más
cómodamente acerca de la verdad, pues prometo que mis respuestas no serán largas y me
limitaré a confesar mis faltas francamente, si las conozco y, si no puedo apercibirlas, diré
sencillamente lo que crea necesario para la defensa de mis escritos, sin añadir la
explicación de ningún asunto nuevo, a fin de no involucrar indefinidamente uno en otro.
Si alguna de las cosas de que hablo al principio de la Dióptrica y de los Meteoros
producen extrañeza, porque las llamo suposiciones y no parezco dispuesto a probarlas,
téngase la paciencia de leerlo todo atentamente, y confío en que se hallará satisfacción;
pues me parece que las razones se enlazan unas con otras de tal suerte que, como las
últimas están demostradas por las primeras, que son sus causas, estas primeras a su vez lo
están por las últimas, que son sus efectos. Y no se imagine que en esto cometo la falta
que los lógicos llaman círculo, pues como la experiencia muestra que son muy ciertos la
mayor parte de esos efectos, las causas de donde los deduzco sirven más que para
probarlos, para explicarlos, y, en cambio, esas causas quedan probadas por estos efectos.
Y si las he llamado suposiciones, es para que se sepa que pienso poder deducirlas de las
primeras verdades que he explicado en este discurso; pero he querido expresamente no
hacerlo, para impedir que ciertos ingenios, que con solo oír dos o tres palabras se
imaginan que saben en un día lo que otro ha estado veinte años pensando, y que son tanto
más propensos a errar e incapaces de averiguar la verdad, cuanto más penetrantes y
ágiles, no aprovechen la ocasión para edificar alguna extravagante filosofía sobre los que
creyeren ser mis principios, y luego se me atribuya a mí la culpa; que por lo que toca a las
opiniones enteramente mías, no las excuso por nuevas, pues si se consideran bien las
razones que las abonan, estoy seguro de que parecerán tan sencillas y tan conformes con
el sentido común, que serán tenidas por menos extraordinarias y extrañas que
cualesquiera otras que puedan sustentarse acerca de los mismos asuntos; y no me precio
tampoco de ser el primer inventor de ninguna de ellas, sino solamente de no haberlas
admitido, ni porque las dijeran otros, ni porque no las dijeran, sino sólo porque la razón
me convenció de su verdad.
Si los artesanos no pueden en buen tiempo ejecutar el invento que explico en la
Dióptrica, no creo que pueda decirse por eso que es malo; pues, como se requiere mucha
destreza y costumbre para hacer y encajar las máquinas que he descrito, sin que les falte
ninguna circunstancia, tan extraño sería que diesen con ello a la primera vez, como si
alguien consiguiese aprender en un día a tocar el laúd, de modo excelente, con solo haber
estudiado un buen papel pautado. Y si escribo en francés 44, que es la lengua de mi país,
en lugar de hacerlo en latín, que es el idioma empleado por mis preceptores, es porque
espero que los que hagan uso de su pura razón natural, juzgarán mejor mis opiniones que
los que sólo creen en los libros antiguos; y en cuanto a los que unen el buen sentido con
139
el estudio, únicos que deseo sean mis jueces, no serán seguramente tan parciales en favor
del latín, que se nieguen a oír mis razones, por ir explicadas en lengua vulgar.
Por lo demás, no quiero hablar aquí particularmente de los progresos que espero
realizar más adelante en las ciencias ni comprometerme con el público, prometiéndole
cosas que no esté seguro de cumplir; pero diré tan sólo que he resuelto emplear el tiempo
que me queda de vida en procurar adquirir algún conocimiento de la naturaleza, que sea
tal, que se puedan derivar para la medicina reglas más seguras que las hasta hoy usadas, y
que mi inclinación me aparta con tanta fuerza de cualesquiera otros designios, sobre todo
de los que no pueden servir a unos, sin dañar a otros, que si algunas circunstancias me
constriñesen a entrar en ellos, creo que no sería capaz de llevarlos a buen término. Esta
declaración que aquí hago bien sé que no ha de servir a hacerme considerable en el
mundo; mas no tengo ninguna gana de serlo y siempre me consideraré más obligado con
los que me hagan la merced de ayudarme a gozar de mis ocios, sin tropiezo, que con los
que me ofrezcan los más honrosos empleos del mundo.
FIN DEL DISCURSO DEL MÉTODO
140
Manuel Kant:
Respuesta a la pregunta: ¿Qué es la
ilustración?
Traducción y notas por Juan José Sánchez Álvarez-Castellanos.
141
Manuel Kant: Respuesta a la pregunta: ¿Qué es la
ilustración?2
Traducción y notas por Juan José Sánchez Álvarez-Castellanos.
Nota sobre la presente traducción
A continuación se ofrece la traducción castellana del conocido artículo de Kant,
aparecido en la Berlinische Monatsschrift [Revista Berlinesa] de diciembre de 1784,
págs. 481-494. La pregunta a la que intenta responder Kant fue planteada por el
reverendo Johann Friedrich Zöllner en un artículo publicado en la misma revista, un año
antes (1783, págs. 107-116) y titulado: “¿Es aconsejable, en lo sucesivo, dejar de
sancionar por la religión el vínculo matrimonial?”. En una nota a pie de página, Zöllner
afirma lo siguiente: «¿Qué es la Ilustración? Esta pregunta, que resulta casi tan
importante como qué es la verdad, ¡debería ser contestada antes de que se comenzase a
ilustrar! Y, sin embargo, nunca he encontrado su respuesta en ninguna parte»i. Junto con
la respuesta kantiana, apareció publicada también, en el mismo número de la revista, la
que ofreció otro autor, Moses Mendelssohn (1753-1804), respuesta cuya existencia
conocía Kant, aunque no su contenido, como él mismo nos lo advierte al final de su
propio artículoii.
Ilustración es la salida del hombre3 de su minoría de edad4, una minoría de la que sólo él
es culpable. Minoría de edad es la incapacidad de servirse de su propio entendimiento sin
la guía de otro. De esta minoría es uno mismo culpable cuando la causa de la misma
reside, no en la falta de entendimiento, sino de resolución y atrevimiento para servirse del
propio sin la guía de otro. Sapere aude!5 ¡Ten el atrevimiento de servirte de tu propio
entendimiento! es, por tanto, el lema de la Ilustración.
Pereza y cobardía son las razones por las que un número tan considerable de
hombres, habiéndolos librado la naturaleza tiempo atrás de una guía ajena [A482]
(naturaliter maiorennes)6, prefiera, sin embargo permanecer, de por vida, en la minoría
2
He decidido traducir en minúscula la palabra ilustración pues Kant se refiere, no propiamente al siglo
histórico con el mismo nombre (salvo en dos ocasiones en las que entiendo que sí parece hacerlo), sino a
una actitud personal válida para cualquier época y situación. Como se sabe, el original no nos ayuda en esta
elección, pues en alemán los sustantivos comienzan siempre con letra mayúscula.
3
En todo el artículo se sobreentiende que, salvo que se diga otra cosa, “hombre” (der Mensch) designa al
ser humano, indistintamente del género.
4
Unmündigkeit. Esta palabra podría significar, indistintamente: minoría de edad, inmadurez, dependencia,
etc. y, por tanto, su opuesto, Mündigkeit, equivaldría a mayoría de edad, madurez, independencia, etc. He
elegido la primera alternativa, la que hace referencia a la edad, y así lo he mantenido en todos los casos.
5
Literalmente, en latín: Atrévete a saber.
6
En alemán se conservan el adjetivo majorenn y el sustantivo Majorennität, mayor de edad y mayoría de
edad, respectivamente. Estos vocablos provienen del término latino tardío majorennis, parece ser que, a su
vez, de maior annis, mayor en años. (Cfr, Wahrig Deutsches Wörterbuch). La expresión naturaliter
142
de edad; y son las razones por las que es tan fácil para otros erigirse en sus tutores. Es tan
cómodo ser menor de edad. Qué necesidad tengo de esforzarme, cuando dispongo de un
libro que me hace las veces de entendimiento; un consejero espiritual7 que me hace las
veces de conciencia; un médico que me prescribe la dieta, en vez de hacerlo yo, etc. No
me es menester pensar si puedo limitarme a pagar: otros estarán prestos a realizar en mi
lugar tarea tan desagradable. Ya se encargan esos tutores, que han asumido
benévolamente su supervisión, de que la casi totalidad de los hombres (incluyendo la
totalidad del bello sexo8) considere el paso hacia la mayoría de edad, de suyo ya penoso,
como algo sumamente peligroso también. Una vez que han entontecido9 a su propia grey,
y tan pronto como se han precavido con suma cautela de que esas dóciles criaturas no se
atrevan a dar un solo paso sin las andaderas10 en las que les han aprisionado, les
muestran, entonces, el peligro que les acecha si intentan caminar por su propia cuenta.
Mas no es, realmente, tan grande este peligro, pues gracias a alguna que otra caída
acabarían aprendiendo a caminar; pero un solo caso basta para amilanarse y desistir, por
lo general, de cualquier otro intento en el futuro.
Resulta difícil, por tanto, para cualquier hombre en particular desprenderse de esa
minoría de edad que, prácticamente, ha acabado por convertirse en su propia naturaleza
[A483]. Ha llegado, incluso, a tomarle cariño y, por lo pronto, es realmente incapaz de
servirse de su propio entendimiento, pues nadie le ha permitido intentarlo. Preceptos y
fórmulas, esas herramientas mecánicas de un uso racional –o, más bien, de un mal usode sus dotes naturales, son los grilletes de una sempiterna minoría de edad. Aunque
alguien lograra librarse de ellos, sin embargo, incluso ante la más pequeña hondonada, no
podría sino dar un salto inseguro, pues no está acostumbrado a tal suerte de libertad de
movimientos. De ahí que sólo sean unos pocos los que han conseguido, por medio del
cultivo propio de su espíritu, desembarazarse de la minoría de edad y seguir, con todo, un
camino seguro.
Sin embargo, es más que probable que un público se ilustre a sí mismo; incluso
resulta prácticamente indefectible: basta tan sólo basta con que se le deje en libertad.
Pues siempre cabe encontrar algunos que piensan por cuenta propia, incluso entre
aquellos que han sido erigidos como tutores de la gran masa, los cuales, después de
maiorennes, por tanto, y como se desprende del contexto, habría que traducirla como aquellos que son
mayores de edad por naturaleza o naturalmente.
7
Seelsorger en alemán.
8
Das schöne Geschlecht dice literalmente el texto alemán.
9
El término alemán es «dumm machen». Dumm significa necio, falto de entendimiento, bruto, ignorante,
vil. Es el término con el que suele traducirse el insipiens y stultus de la Biblia latina.
10
Jugando con la metáfora de la inmadurez o minoría de edad, y con el hecho de caminar uno por cuenta
propia o dejarse llevar por alguien (leiten: conducir, guiar, dirigir o presidir algo), Kant emplea la metáfora
de las “andaderas”, o el “andador”, un utensilio con el que se enseña a caminar a los niños, y en donde, por
lo general, se le sujeta con algún tipo de cinturón. Sabemos, por tanto, que en muchos casos el utensilio
también es útil para “controlar” sus desplazamientos; por eso pueden funcionar, siguiendo la metáfora,
como una especie de “prisión”, de mecanismo de control, que es lo que dice, literalmente el texto. Kant
utiliza en este artículo dos términos para referirse a las “andaderas”: en este lugar que citamos,
Gängelwagen (literalmente, carrito para caminar) y, más adelante, Leitbande (literalmente, bandas de
conducción), sin duda porque diversos son los utensilios que el artificio humano ha creado para tal fin.
LaVaque-Manty, en un interesante artículo sobre el problema de la autonomía en Kant, se ha detenido en el
análisis e importancia que el empleo de estos dos términos-metáfora, aunque escaso, posee en la obra de
Kant.
Véase:
Mika
LaVaque-Manty:
“Mature
Kantians”,
en
http://wwwpersonal.umich.edu/~mmanty/research/mature.kantians.pdf
143
haberse sacudido ellos mismos el yugo de la minoría de edad, esparcirán en torno suyo el
espíritu de una estima racional por el valor propio y la vocación de cada hombre de
pensar por sí mismo. Aquí es digno de admiración lo siguiente: que el mismo público –
que antes estuvo sometido por ellos11 bajo ese yugo-, obliga luego a éstos a permanecer
bajo el mismo: tal es lo que ocurre cuando es incitado a ello por algunos tutores suyos
que, sin embargo, son ellos mismos incapaces de cualquier ilustración [A484]. Así de
pernicioso resulta inculcar prejuicios: acaban por vengarse de aquellos que fueron sus
causantes, o bien sus predecesores. De ahí que un público sólo pueda llegar a la
ilustración de una forma lenta. Es posible quizás que, por medio de una revolución, se
consiga la caída de un despotismo personal y de una opresión ávida de lucro o poder; mas
nunca se logrará una auténtica reforma en la manera de pensar; por el contrario, nuevos
prejuicios, al igual que los antiguos, servirán de andaderas para esa gran masa carente de
pensamiento alguno.
Mas para esta ilustración no se precisa otra cosa que libertad; y, en verdad, la más
inocua de todas, la única que merece llamarse libertad, a saber: la de hacer un uso público
de la propia razón en cualquier materia. Sin embargo, por todos lados oigo clamar ahora:
¡No razonéis! El oficial dice: ¡No razonéis; haced instrucción! El recaudador de
Hacienda12: ¡No razonéis; pagad! El clérigo13: ¡No razonéis; creed! (Tan sólo hay un
único gobernante en el mundo que diga: ¡Razonad, tanto como queráis y sobre aquello
que queráis; pero obedeced!). Hay aquí por todos lados restricción de la libertad. Pero,
¿cuál restricción es obstáculo para la ilustración? ¿Cuál no lo es, sino que, más bien,
incluso la promueve? Respondo: el uso público de la propia razón debe ser, siempre,
libre, y sólo este uso puede hacer realidad la ilustración entre los hombres [A485]; en
cambio, el uso privado de ésta puede ser, a menudo, bastante restrictivo, sin que ello
obstaculice, de manera especial, el avance de la ilustración. Entiendo por uso público de
la propia razón de cada uno aquel que de ella hace alguien, en tanto que docto14, ante el
público en su totalidad del mundo letrado15. Llamo uso privado a aquel uso de la propia
11
12
Finanzrat en el original. Literalmente, “consejero de finanzas”, que, en la época de Kant, era el nombre
que recibía el que ocupa el cargo o consejería (como se dice, en algunos casos, en España) de economía y
finanzas de un estado, región o municipio. Hoy en día, el término se emplea más para designar a lo que
entenderíamos por “asesor financiero”.
13
Der Geistliche. Como ser verá en lo sucesivo, es un término importante en la argumentación de Kant. En
todos los casos, he optado por el término "clérigo" para su traducción, al igual que hace Kant (clericus, en
latín) en Antropología en sentido pragmático (1798): cfr. BA 122. Más adelante, Kant empleará, sin
embargo, el término sacerdote (Priester).
14
He optado en todos los casos por traducir Gelehrter como docto (en inglés suele traducirse el término
alemán por scholar), participios ambos que remiten, en sus respectivos idiomas, a una raíz común: enseñar.
El docto sería, por tanto, aquel que ha sido enseñado, es decir, el que posee una preparación especial
(normalmente, una preparación académica superior) que le concede, a su vez, cierta autoridad para enseñar
esas mismas cosas.
15
Leserwelt en alemán, un término de escaso uso en esta lengua (y que, por lo general, se emplea en
alusión a Kant). Literalmente, significa el “mundo del lector o lectores” (Leser-Welt). La expresión de Kant
es sugestiva, porque parece estar pensando, literalmente, que la ilustración va encaminada al mundo de los
lectores, frente a otro tipo de público, como el de los oyentes. También podríamos sospechar (aunque el
término Leser parece que no tiene esta acepción en alemán), de acuerdo con el contexto, que Kant entiende
por "Leser" el litterarus, es decir, el "letrado", una de cuyas acepciones en español es, precisamente, el que
tiene “letras” y que antaño se identificaba con el sabio, docto o instruido. De este modo, el "erudito" o
144
razón que le está permitido hacer a alguien en un determinado puesto civil o cargo que le
ha sido confiado. Ahora bien, en relación con numerosos asuntos que persiguen el interés
de la comunidad, se hace preciso un cierto mecanismo por medio del cual, algunos
miembros de la comunidad tienen que comportarse de una forma meramente pasiva, de
manera que el gobierno los pueda dirigir, gracias a una suerte de unanimidad artificiosa, a
fines públicos o, al menos, se prevenga la destrucción de tales fines. Por supuesto, aquí sí
que no está permitido razonar, sino que hay que obedecer. En cambio, en tanto que esta
parte de la maquinaria se considera, al mismo tiempo, miembro de una comunidad en su
totalidad e, incluso, de la comunidad universal de ciudadanos, y por tanto en calidad de
una persona docta que se dirige mediante escritos a un público, en sentido propio16: en
este caso, puede sin duda alguna razonar sin que se perjudiquen, con ello, los asuntos
para los que, en parte, como miembro pasivo, ha sido puesto en el cargo. Así, sería
desastroso, sin duda, que un oficial, al que un superior le ha encomendado algo, quisiera
argüir17 abiertamente, durante el desempeño de sus funciones [A486], sobre la
conveniencia o necesidad de tal encomienda; debe, sin duda, obedecer. En cambio, en
tanto que persona docta, no sería justo que se le impidiera hacer observaciones sobre los
fallos en el servicio militar y presentarlas ante su público para su consideración. El
ciudadano no puede rehusarse a pagar las contribuciones que le han sido impuestas; es
más, una crítica impertinente de esos tributos, cuando esté obligado a pagarlos, puede
incluso penalizarse como escándalo (que podría llevar a la insubordinación generalizada).
Pero el mismo no actúa en contra de su deber cívico cuando, en tanto que docto,
manifiesta públicamente sus razones en contra de la impertinencia o, incluso, la injusticia
de tales edictos. De modo semejante está obligado un clérigo a predicar18 a sus
"docto" (Gelehrter), cuando escribe, es consciente que se dirige, ante todo, a un público igualmente "culto"
(letrado).
16
«[...] eines Gelehrten, der sich an ein Publikum im eigentlichen Verstande durch Schriften wendet».
Entiendo que las palabras im eigentlichen Verstande constituyen una expresión idiomática que significa,
aquí, „en sentido estricto“, „en sentido propio“. Estaría, ante todo, según se desprende del texto y contexto,
calificando al público, que es la palabra inmediata (así, se estaría hablando de un público en sentido
propio); esta interpretación es acorde con la que hago más adelante, cuando habla del erudito o docto que se
dirige al “público apropiado” (eigentlichen Publikum). Lo que no creo es que im eigentlichen Verstande
haya que tomarlo en sentido literal y se refiera, por tanto, en este pasaje, al uso del propio entendimiento
que debe hacer todo hombre ilustrado. Esta última interpretación es la que se desprende de la mayoría de
las traducciones que he cotejado en español, inglés o francés: “se dirige sensatamente” (Aramayo);
“usando verdaderamente su entendimiento” (Maestre); “haciendo uso de su razón” (Imaz), etc.
17
Vernünfteln en alemán. Literalmente, este término proviene de razón (Vernunft) y, sin duda, el texto
concuerda, en paralelo, con la anterior afirmación: el militar no debe razonar (räsonniren, dice en ese caso
Kant), sino obedecer. Sin embargo, es preciso tener en cuenta que el término vernünfteln, así como los
adjetivos y sustantivos de la misma raíz, suele poseer un sentido peyorativo: argumentar con apariencia de
verdad; razonar sofísticamente; sutilizar; razonar más de lo que se debe o conviene sobre un asunto. En el
contexto de la Crítica de la Razón Pura, Kant suele emplear este término, en algunos casos, para referirse a
aquellos razonamientos que carecen de un fundamento objetivo y acaban, por tanto, siendo sofísticos o, al
menos, infundados (cfr. por ejemplo, A 311/B 368: Pedro Ribas lo traduce por “sofístico”). Quizás por eso,
y en un sentido semejante, afirma Kant en Antropología en sentido pragmático (cfr. BA 122) que un militar
subalterno posiblemente ni conoce ni debería conocer las razones últimas de una determinada orden; por
eso no debe razonar (vernünfteln -y aclara entre paréntesis: räsonniren-) sobre una orden: se sobreentiende
que porque razonar ahí sería razonar sin los fundamentos adecuados (que desconoce). Sin embargo,
continúa Kant, el general sí debería poseer razón (Vernunft) para dar tal orden, pues es el responsable.
18
Uno de los sentidos de Vortrag es el de predigen. Ver
http://germazope.uni-trier.de/Projects/WBB/woerterbuecher/dwb/wbgui?lemid=GV11073
145
catecúmenos y a su comunidad según el credo de la iglesia a la que sirve, pues ha sido
aceptado con esta condición. Pero en tanto que docto, tiene plena libertad, en incluso la
misión, de hacer partícipe al público de todas aquellas ideas que, escrupulosamente
demostradas y con la mejor intención, se ha formado sobre las fallas en dicho credo, y
presentar propuestas para una mejor institución de los asuntos religiosos y eclesiásticos.
No hay aquí tampoco nada que pudiera suponer un cargo de conciencia, pues lo que
enseña de acuerdo con su cargo de comisionado de la iglesia, lo presenta como algo sobre
lo cual [A487] no tiene libre autoridad para enseñar de acuerdo con su propio criterio,
sino que se le ha puesto en el cargo para que lo exponga según el mandato y en nombre
de algún otro.
Él dirá: nuestra iglesia enseña esto o aquello; estos son los argumentos de los que
se sirve. Extrae, entonces, todo el provecho práctico para su congregación a partir de
preceptos que él mismo no suscribiría con plena convicción, mas para cuya exposición
puede brindarse, pues no es del todo imposible que ahí se halle oculta alguna verdad, y,
en todo caso, no se encuentra ahí, al menos, nada que contradiga la religión interior19.
Pues si creyera encontrar en ellos esto último, entonces no podría, en conciencia,
desempeñar su cargo: tendría que renunciar a él. Por consiguiente, el uso que un maestro,
puesto oficialmente en ese cargo20, hace de su razón ante su comunidad, es meramente un
19
Die innere Religion. Suele distinguirse entre dos dimensiones de la religión, la “exterior” y la “interior” o
íntima, las cuales pueden disociarse e, incluso, podría la primera entorpecer la segunda. Por religión
exterior puede entenderse la religión como cuerpo institucional, oficial, la de los dogmas, preceptos y leyes
más o menos objetivas; por religión interior habría que entender la religión que surge de la propia
conciencia o convicción personal, que es vivida como algo que nutre –o debería nutrir- la actuación moral,
práctica, del individuo. Sólo unas pocas veces aparece en Kant el término “religión interior” (cfr. El
conflicto de las facultades, A 49 y, como expresión semejante, A 83; La religión dentro de los límites de la
mera razón, B 296, nota), pero el sentido que le da responde, más o menos, al que acabamos de ofrecer. Se
trata, sin embargo, de un tema que permea el espíritu de la Ilustración. Un conocido texto de Rousseau, a
quien Kant admiraba, dice así: «La religión, considerada con relación a la sociedad, que es o general o
particular, puede también dividirse en dos clases: la religión del hombre y la del ciudadano. La primera sin
templos, sin altares, sin ritos, limitada al culto puramente interior del ser supremo y a los deberes eternos de
la moral, es la pura y simple religión del Evangelio, el verdadero teísmo y lo que puede llamarse derecho
divino natural. La otra, inscrita en un solo país, le da sus dioses, sus patronos propios y tutelares; tiene sus
dogmas, sus ritos, su culto externo prescrito por las leyes; [...]» (Rousseau, El contrato social, libro IV,
VIII: “De la religión civil”. Traductor desconocido, Taurus, Madrid, 1969, pág. 138). Creo interesante citar,
a este respecto, un interesante texto de Zubiri: «Como factor de muerte de las religiones está la posible
disociación entre la religión como cuerpo social y la religión como vida personal. Este es el punto decisivo
para que una religión y una vida religiosa desaparezcan de la Tierra. Una religión desaparece de un cuerpo
social al volverse tan inoperante como inútil para éste. [...] La organización social y política puede producir
tal vez la ilusión de apuntalar una religión; generalmente la perfora. Y esto que acontece en Roma [la
sustitución de la religión cívica, en los últimos siglos de la República] aconteció también en la propia
religión de Israel. Basta con leer el famoso texto del profeta Oseas que la Vulgata, siguiendo el texto griego
de los Setenta, tradujo por misericordiam volui et non sacrificium (Os 6, 6). Pero [el término hebreo
empleado] [...] no significa compasión o misericordia, sino algo muy distinto: es la buena disposición
interior, que [...] tratándose de los hombres respecto a Dios es la piedad interna, su religión interior. El
texto dice «quiero religión interior y no sacrificios». Esto es, quiere romper la disociación entre la religión
como cuerpo institucional y la religión como vida personal íntima» (Zubiri, Xavier: El problema filosófico
de la historia de las religiones, Alianza Editorial, Madrid, 1993, págs. 178-179).
20
Kant no emplea aquí el término clérigo, que sería lo esperado, sino maestro, docente (literalmente, ein
angestellter Lehrer, que hoy traduciríamos por “empleado docente”). De acuerdo con el contexto y la
época, se sobreentiende que se refiere al sacerdote o pastor, de quien ha estado hablando, en tanto que
ocupa el cargo de maestro en cuestiones de fe y moral.
146
uso privado, pues se trata, siempre, de una mera asamblea doméstica, por grande que sea;
y en relación con éste, en tanto que sacerdote, ni es libre ni tampoco le está permitido
serlo, porque cumple un encargo ajeno. Por el contrario, en tanto que docto que se dirige,
mediante escritos, al público apropiado, es decir, al mundo, y, por tanto, el clérigo en el
uso público de su razón, goza de una libertad sin restricciones para servirse de su propia
razón y hablar en propia persona. Pues pretender que los tutores del pueblo [A488] (en
cuestiones espirituales) deban a su vez ser, de nuevo, menores de edad, es una
incongruencia que conduce a la perpetuación de las incongruencias.
Pero, ¿no debería una asociación de clérigos, como por ejemplo una asamblea
eclesiástica21 o una Classis venerable (como se hacen llamar entre los holandeses)22, estar
dispuesta a obligarse, bajo juramento, a un cierto credo inmutable, con el fin de asumir
con ello, e incluso perpetuar, una tutela suprema23 ininterrumpida sobre cada uno de sus
miembros y, por medio de ellos, del pueblo? A esto respondo que se trata de algo
completamente imposible. Un contrato de estas características, que se ratificaría con el
fin de mantener alejado al género humano de cualquier ilustración futura, es
completamente nulo e inválido, aun cuando haya sido refrendado por el poder supremo,
por los parlamentos y por los más solemnes tratados de paz. Una época no puede aliarse,
y por tanto conspirar, para que la siguiente se estanque en un estado en el que le sea
imposible ampliar sus conocimientos (sobre todo cuando resultan tan apremiantes),
purgarse de errores y, en definitiva, progresar en la ilustración. Eso supondría un crimen
contra la naturaleza humana, cuyo impulso originario consiste, precisamente, en dicho
progreso; y las generaciones futuras tienen todo el derecho, por tanto, a rechazar tales
acuerdos en tanto que aceptados de una manera execrable24 y carente de toda autoridad.
La piedra de toque [A489] de todo lo que puede decretarse como ley para un pueblo recae
en la pregunta siguiente: ¿podría acaso un pueblo imponerse dicha ley? Podría, en
verdad, a la espera de una mejor, durante un lapso breve de tiempo, con el fin de
introducir un cierto orden, siempre y cuando se le dé libertad al mismo tiempo a cada uno
de los ciudadanos, especialmente al clérigo, para que, en calidad de docto, exprese
públicamente, es decir, por medio de escritos, sus observaciones sobre lo defectuoso de la
institución actual, en tanto en cuanto siga perdurando el orden introducido, hasta que la
comprensión de la naturaleza de estos asuntos haya llegado a ser tan pública y evidente,
21
Kirchenversammlung (Literalmente: reunión de la iglesia). Este término posee en alemán,
fundamentalmente, tres acepciones: a) En general, una asamblea o reunión eclesiástica; b) En particular: 1)
Concilio, sínodo o reunión de iglesias (como cuando hablamos del Concilio de Trento); 2) La asamblea o
conjunto de fieles reunidos con ocasión de un culto.
22
Classis: palabra latina que ha ido adquiriendo diversos significados (entre otros, el de "clase" o división
de ciudadanos, y también, en sentido militar, el de armada o flota). En el contexto de las iglesia reformadas
(o protestantes) de Holanda, una classis (también escrito klassis) designa un cuerpo u órgano de gobierno
eclesiástico que posee jurisdicción sobre determinadas iglesias locales y, por extensión, se llama así al
distrito gobernado por dicho cuerpo.
23
Obervormundschaft. En alemán, Vormundschaft sería la tutela, y Ober-vormundschaft (literalmente,
supra-tutela) sería el tribunal o institución jurídico-administrativa encargada de otorgar y supervisar dicha
tutela.
24
Execrar (ex-secratio) significa la pérdida del carácter sagrado de un lugar, sea por profanación, sea por
accidente. Esta sería la traducción exacta de frevelhaft (Frevel: entheilung, pérdida de lo sagrado) que, por
extensión, significa abominable, rechazable, escandaloso, etc.
147
que pudiera25 presentar, mediante la unificación de sus voces (aunque no la de todos), una
propuesta a la corona: que tome bajo su protección aquellas comunidades que, según la
idea que poseen de lo que es una mejor comprensión, se hubieran puesto de acuerdo
sobre una institución reformada de la religión26, sin interferir con aquellas que desean
dejar las cosas como estaban. Sin embargo, no puede permitirse, en absoluto, llegar a un
acuerdo, ni siquiera dentro del tiempo que dura una vida humana, sobre una concepción
religiosa inamovible, de la que nadie se atreve a dudar públicamente, y, con ello, poco
más o menos que aniquilar una etapa en el avance de la humanidad hacia el
perfeccionamiento, hacerla estéril y, de ese modo, completamente perjudicial para la
posteridad. Un hombre puede, sin duda, para su propia persona [A490], postergar la
ilustración sobre aquello que le correspondería saber, y aun en este caso, sólo por un
tiempo determinado; pero renunciar a ella, ya sea para su persona, ya sea, lo que es peor,
para la posteridad: a esto se le llama vulnerar y pisotear los derechos sagrados de la
humanidad. Aquello, en efecto, que ni siquiera un pueblo debe decretar para sí mismo,
aún menos debería decretarlo un monarca sobre el pueblo, pues su autoridad legisladora
consiste en lo siguiente: que unifique la totalidad de la voluntad popular con la suya. Si
tan sólo atiende a que toda mejora, ya sea verdadera o presunta, se avenga al orden civil,
entonces puede dejar a sus súbditos, en lo restante, que obren de acuerdo con lo que
consideren necesario para la salvación de su alma. A él esto no le concierne; en todo caso
tendrá que evitar que no se impidan violentamente unos a otros trabajar con todo su
empeño en el impulso y la promoción de la misma. Sólo sirve en detrimento de su
majestad inmiscuirse en ello, lo que ocurre cuando juzga merecedores de su supervisión
gubernamental los escritos con los que sus súbditos intentan poner en claro sus ideas, ya
sea cuando lo haga de acuerdo con su propio, y eminente, criterio –exponiéndose así al
reproche: Caesar non est supra grammaticos-, ya sea, yendo incluso más allá, cuando
rebaja su autoridad suprema al extremo de fomentar en sus estados el despotismo
espiritual de algunos tiranos [A491] contra el resto de sus súbditos.
Así pues, si se preguntara ahora: ¿Vivimos actualmente en una era ilustrada?, la
respuesta es: No, pero sí en una era de la Ilustración. Tal como están actualmente las
cosas, todavía queda mucho para que los hombres, en general, estén ya en condiciones, y
ni siquiera puedan estar en la disposición, de servirse de una forma segura y cómoda, en
cuestiones de religión, de su propio entendimiento sin la guía de ningún otro. Ahora bien,
tenemos señales claras de que hoy se les abre el espacio para trabajar libremente en ello y
de que cada vez son menores los obstáculos que impiden la ilustración generalizada o la
salida de su culposa minoría de edad. En este sentido, es ésta época la época de la
ilustración; el siglo de Federico. Un príncipe, que no halla indigno de su persona afirmar
que considera una obligación no prescribir a los hombres nada en materia de religión,
sino permitirles plena libertad en eso; que incluso rechaza para sí el altivo nombre de
“tolerancia”: tal príncipe es, él mismo, ilustrado y merece que el mundo agradecido, y la
posteridad, lo ensalcen como el primero que desligó, por lo menos desde el lado del
gobierno, al género humano de la minoría de edad y le dio la libertad de servirse de su
25
Según el texto, el sujeto gramatical inmediato de esta acción de presentar sería la propia "Comprensión"
(Einsicht). Por concordancia ad sensum, es posible que el sujeto gramatical, quien presenta dicha
propuesta, sean los ciudadanos (especialmente los clérigos).
26
Literalmente, «zu einer veränderten Religionseinrichtung geeinigt hätten»; podría traducirse por
«Reforma institucional en materia de religión» (Roberto R. Aramayo).
148
propia razón [A492] en toda cuestión de conciencia. Bajo él se permite a clérigos
venerables, sin perjuicio de las responsabilidades de sus cargos, que pongan a prueba ante
el mundo, libre y públicamente, en calidad de doctos, sus juicios y opiniones discrepantes
en este o aquel punto sobre el credo aceptado; y tanto más a cualquier otro que no esté
constreñido por las responsabilidades de un cargo. Este espíritu de libertad se expande,
también, hacia el exterior, incluso allí donde tiene que luchar contra obstáculos externos
de un gobierno que malinterpreta su propio cometido. Pues a éste se le hace patente el
ejemplo de que, habiendo libertad, no debe uno preocuparse lo más mínimo por la
tranquilidad pública y el consenso de la comunidad. Los hombres logran salir, por sí
mismos, poco a poco, de su estado de barbarie27: basta con que no se artificie
deliberadamente para mantenerlos en ella.
He centrado mi discusión sobre la ilustración, es decir, sobre la salida del hombre
de su culposa minoría de edad, de una manera especial en las cuestiones de religión, y la
razón estriba en que, por lo que se refiere a las artes y las ciencias, nuestros gobernantes
no muestran interés alguno en hacer el papel de tutores de sus súbditos; además, aquella
minoría de edad, amén de ser la más perniciosa, es también la más deshonrosa de todas.
Pero la manera de pensar de un jefe de estado que promueve la primera28, va aún más allá
y reconoce que incluso en relación con su legislación29 [A493], no hay peligro en
permitir a sus súbditos que hagan uso público de su propia razón y manifiesten
públicamente al mundo sus opiniones sobre una mejor formulación de la misma30,
incluso con una crítica abierta de la ya existente. De tal cosa tenemos un brillante
ejemplo, en relación con el cual ningún monarca aventaja todavía a aquel que honramos.
Mas sólo aquel que -ilustrado él mismo- no teme las sombras, pero, al mismo
tiempo, dispone de un numeroso ejército perfectamente disciplinado como garantía de la
paz pública: sólo éste puede decir lo que una república31 no se atreve: ¡Razonad, tanto
27
He traducido Rohigkeit por la expresión "estado de barbarie". Este término lo emplea a menudo Kant
para referirse al estado en que se encuentra el ser humano cuando está sometido al mero imperio del
instinto, a la pura naturaleza, frente al estado en el que se encuentra cuando está sometido al imperio de la
razón, esto es (para Kant), de la libertad. Cfr. el ensayo de Kant: Muthmaßlicher Anfang der
Menschengeschichte (Probable inicio de la historia de la humanidad): «La transición del hombre, del
estado de barbarie [Rohigkeit] de una criatura puramente animal, a la humanidad; de las andaderas del
instinto, a la guía de la razón: en una palabra, de la tutela de la naturaleza, al estado de libertad» («[...]
Übergang aus der Rohigkeit eines bloß thierischen Geschöpfes in die Menschheit, aus dem Gängelwagen
des Instincts zur Leitung der Vernunft, mit einem Worte, aus der Vormundschaft der Natur in den Stand der
Freiheit [...]».
28
El antecedente remoto de este pronombre debe ser, por el texto y el contexto, la "ilustración" en cuestión
de religión.
29
En alemán, Gesetzgebung (lit. "la acción de dar una ley") designa tanto la acción (poder legislativo)
como el efecto de legislar (la legislación como tal, las leyes que de surgen de dicho poder). Como habla de
“su legislación”, es decir, la de dicho gobernante, entiendo entonces que se está refiriendo, más bien, a éste
en tanto que asume también las funciones del poder legislativo, y no porque se halle sometido a dicha
legislación. Sin embargo, más adelante, al referirse a “una mejor formulación de ésta”, entiendo que está
tomando legislación en sentido de efecto de legislar, es decir, de la ley como tal (pues no creo que la crítica
la haga extensiva aquí Kant al derecho que le compete al gobernante de asumir, también, al menos en gran
medida, el poder legislativo).
30
«[...] eine bessere Abfassung derselben». El antecedente gramatical inmediato, en el texto alemán, de “la
misma” debe ser “legislación" (Gesetzgebung). Véase nota anterior.
31
En alemán, Freistaat (literalmente, "estado libre"). Por lo general, es el término que empezó a utilizarse,
en paralelo al de Freistadt (ciudad libre), a finales de la Edad Media y principios de la Época Moderna,
para designar los estados o ciudades -y por tanto sus ciudadanos- que se habían independizado de la
149
como queráis, y sobre aquello que queráis; tan sólo obedeced! De este modo, aparece
aquí un patrón extraño e inesperado de los asuntos humanos; al igual que en otros casos,
si se lo considera en conjunto, casi todo en él resulta paradójico. Un mayor grado de
libertad civil parece beneficiosa para la libertad de espíritu del pueblo y, con todo, le
impone a ésta barreras infranqueables; un grado menor de aquélla permite, por el
contrario, ese espacio necesario para expandirse en todas sus potencialidades. Así, pues,
cuando la naturaleza ha hecho germinar, bajo esa gruesa envoltura, la simiente por la que
se preocupa con mayor empeño, a saber, la tendencia hacia, y la vocación por, el
pensamiento libre, entonces ésta32 repercute, paulatinamente, en la mentalidad del pueblo
(con lo que éste llega a estar, poco a poco, más capacitado para la libertad de acción)
[A494], y, finalmente, incluso, en los fundamentos del gobierno, el cual encuentra
ventajoso para sí mismo tratar al hombre, que ahora es más que mera máquina, de
acuerdo con su dignidad.
Königsberg33, Prusia, 30 de septiembre de 1784. M. Kant
[Nota de Kant] En el Semanario de Büsching del 13 de septiembre leo hoy, el 30 del
mismo, el anuncio de la Revista Berlinesa de este mes, en donde se avisa de la respuesta
del Señor Mendelssohn precisamente a la misma pregunta. No me ha venido ésta a las
manos; de lo contrario, ella hubiera retenido la actual, la cual tan sólo puede quedar ahora
sujeción a un determinado soberano. Como dicha independencia suponía, por lo general, la sustitución del
sistema anterior de gobierno por uno de tipo más o menos parlamentario o democrático, en donde se
subrayaba la idea del ciudadano libre como fuente del poder político, Freistaat acabó siendo el término
alemán para traducir el correspondiente término, de origen latino, "república" (piénsese, por ejemplo, en las
repúblicas renacentistas de Italia frente a los estados regidos bajo un gobierno hereditario, como la
monarquía). Esto explica, quizás, el hecho de que el significado del término Freistaat haya corrido, en
parte, la misma suerte que el de "república" (hasta el punto que acabó significando un sistema de gobierno
distinto e incluso contrapuesto al de la monarquía). En la época de Kant, un ejemplo -e incluso modelo a
seguir- de Freistaaten lo constituían los estados de la confederación helvética (Suiza). El término
subrayaba así también la realidad jurídica de aquellos estados que, sobre la base de, y sin perder su
soberanía, decidían asociarse, libremente, a una confederación. Este deseo por subrayar dicha realidad
explica, en parte, por qué, todavía hoy en Alemania, 3 de los 16 estados (Länder) que forman la República
Federal Alemana (Bundesrepublik Deutschland) mantienen el título oficial de Freistaat: Baviera, Sajonia y
Turingia.
32
Gramaticalmente, el antecedente es "la simiente".
33
Hoy Kaliningrado, Rusia, entre Polonia y Lituania.
150
como experimento de, en qué medida, la casualidad puede lograr la concordancia de las
ideas.
151
Derechos
del hombre y del ciudadano
Tomados de
http://www.derechos.net/doc/tratados/79.html
152
Derechos del hombre y del ciudadano
Tomados de
http://www.derechos.net/doc/tratados/79.html
Los representantes del pueblo francés, que han formado una Asamblea Nacional,
considerando que la ignorancia, la negligencia o el desprecio de los derechos humanos
son las únicas causas de calamidades públicas y de la corrupción de los gobiernos, han
resuelto exponer en una declaración solemne estos derechos naturales, imprescriptibles e
inalienables; para que, estando esta declaración continuamente presente en la mente de
los miembros de la corporación social, puedan mostrarse siempre atentos a sus derechos y
a sus deberes; para que los actos de los poderes legislativo y ejecutivo del gobierno,
pudiendo ser confrontados en todo momento para los fines de las instituciones políticas,
puedan ser más respetados, y también para que las aspiraciones futuras de los ciudadanos,
al ser dirigidas por principios sencillos e incontestables, puedan tender siempre a
mantener la Constitución y la felicidad general.
Por estas razones, la Asamblea Nacional, en presencia del Ser Supremo y con la
esperanza de su bendición y favor, reconoce y declara los siguientes sagrados derechos
del hombre y del ciudadano:
Articulo 1
Los hombres han nacido, y continúan siendo, libres e iguales en cuanto a sus derechos.
Por lo tanto, las distinciones civiles sólo podrán fundarse en la utilidad pública.
Articulo 2
La finalidad de todas las asociaciones políticas es la protección de los derechos naturales
e imprescriptibles del hombre; y esos derechos son libertad, propiedad, seguridad y
resistencia a la opresión.
Articulo 3
La nación es esencialmente la fuente de toda soberanía; ningún individuo ni ninguna
corporación pueden ser revestidos de autoridad alguna que no emane directamente de
ella.
Articulo 4
La libertad política consiste en poder hacer todo aquéllo que no cause perjuicio a los
demás. El ejercicio de los derechos naturales de cada hombre, no tiene otros límites que
153
los necesarios para garantizar a cualquier otro hombre el libre ejercicio de los mismos
derechos; y estos límites sólo pueden ser determinados por la ley.
Articulo 5
La ley sólo debe prohibir las acciones que son perjudiciales a la sociedad. Lo que no está
prohibido por la ley no debe ser estorbado. Nadie debe verse obligado a aquello que la
ley no ordena.
Articulo 6
La ley es expresión de la voluntad de la comunidad. Todos los ciudadanos tienen derecho
a colaborar en su formación, sea personalmente, sea por medio de sus representantes.
Debe ser igual para todos, sea para castigar o para premiar; y siendo todos iguales ante
ella, todos son igualmente elegibles para todos los honores, colocaciones y empleos,
conforme a sus distintas capacidades, sin ninguna otra distinción que la creada por sus
virtudes y conocimientos.
Articulo 7
Ningún hombre puede ser acusado, arrestado y mantenido en confinamiento, excepto en
los casos determinados por la ley, y de acuerdo con las formas por ésta prescritas. Todo
aquél que promueva, solicite, ejecute o haga que sean ejecutadas órdenes arbitrarias, debe
ser castigado, y todo ciudadano requerido o aprehendido por virtud de la ley debe
obedecer inmediatamente, y se hace culpable si ofrece resistencia.
Articulo 8
La ley no debe imponer otras penas que aquéllas que son evidentemente necesarias; y
nadie debe ser castigado sino en virtud de una ley promulgada con anterioridad a la
ofensa y legalmente aplicada.
Articulo 9
Todo hombre es considerado inocente hasta que ha sido convicto. Por lo tanto, siempre
que su detención se haga indispensable, se ha de evitar por la ley cualquier rigor mayor
del indispensable para asegurar su persona.
Articulo 10
Ningún hombre debe ser molestado por razón de sus opiniones, ni aun por sus ideas
religiosas, siempre que al manifestarlas no se causen trastornos del orden público
establecido por la ley.
Articulo 11
Puesto que la comunicación sin trabas de los pensamientos y opiniones es uno de los más
valiosos derechos del hombre, todo ciudadano puede hablar, escribir y publicar
libremente, teniendo en cuenta que es responsable de los abusos de esta libertad en los
casos determinados por la ley.
Articulo 12
Siendo necesaria una fuerza pública para dar protección a los derechos del hombre y del
154
ciudadano, se constituirá esta fuerza en beneficio de la comunidad, y no para el provecho
particular de las personas por quienes está constituida.
Articulo 13
Siendo necesaria, para sostener la fuerza pública y subvenir a los demás gastos del
gobierno, una contribución común, ésta debe ser distribuida equitativamente entre los
miembros de la comunidad, de acuerdo con sus facultades.
Articulo 14
Todo ciudadano tiene derecho, ya por sí mismo o por su representante, a emitir voto
libremente para determinar la necesidad de las contribuciones públicas, su adjudicación y
su cuantía, modo de amillaramiento y duración.
Articulo 15
Toda comunidad tiene derecho a pedir a todos sus agentes cuentas de su conducta.
Articulo 16
Toda comunidad en la que no esté estipulada la separación de poderes y la seguridad de
derechos necesita una Constitución.
Articulo 17
Siendo inviolable y sagrado el derecho de propiedad, nadie deberá ser privado de él,
excepto en los casos de necesidad pública evidente, legalmente comprobada, y en
condiciones de una indemnización previa y justa.
155
FAUSTO
GOETHE, WOLFGANG JOHAN
Tomado de
http://www.gratislibros.com.ar/libros7.htm
156
FAUSTO
GOETHE, WOLFGANG, JOHAN
Tomado de
http://www.gratislibros.com.ar/libros7.htm
DEDICATORIA
Os aproximáis de nuevo, formas temblorosas que os mostrasteis hace ya mucho tiempo a
mi turbada
vista. Mas, ¿intento apresaros ahora?, ¿se siente mi corazón aún capaz de semejante
locura? Os agolpáis,
luego podéis reinar al igual que, saliendo del vaho y la niebla, os vais elevando a mi
alrededor. Mi pecho
se estremece juvenilmente al hálito mágico de vuestra procesión.
Me traéis imágenes de días felices, y algunas sombras queridas se alzan. Como a una
vieja leyenda
casi olvidada, os acompañan el primer amor y la amistad; el dolor se renueva; la queja
vuelve a
emprender el errático y laberíntico camino de la vida y pronuncia el nombre de aquellas
nobles personas
que, engañadas por la esperanza de días de felicidad, han desaparecido antes que yo.
Las almas a las que canté por primera vez ya no escucharán estos cantos. Se disolvió
aquel amigable
grupo y se extinguió el eco primero. Mi canción se entona para una multitud de extraños
cuyo aplauso
me provoca temor, y todo aquello que se regocijaba con mi canto, si aún vive, vaga
disperso por el
mundo.
Me sumo en una nostalgia, que no sentía hace mucho tiempo, de aquel reino de espíritus,
sereno y
grave. Mi canto susurrante flota como arpa de Eolo; un escalofrío se apodera de mí. Las
lágrimas van
cayendo una tras otra. El recio corazón se enternece y ablanda. Lo que poseo lo veo en la
lejanía y lo que
157
desapareció se convierte para mí en realidad.
PRELUDIO EN EL TEATRO
DIRECTOR
Vosotros dos, que tantas veces nos apoyasteis en la necedad y la aflicción, decidme qué
acogida
esperáis para nuestra empresa en estas tierras alemanas. Yo, sobre todo, querría agradar
sobremanera
al estado llano, porque vive y deja vivir. Ya están colocados los postes, ya se montó el
tablado y todos
se las prometen felices. Se han sentado allí confiados, con los ojos bien abiertos y
deseando que
asombren. Aunque sé cómo dar sosiego al espíritu del pueblo, nunca me he sentido tan
desconcertado:
no están acostumbrados a lo bueno, pero han leído mucho. ¿Cómo conseguiremos que,
siendo todo
fresco, nuevo y relevar resulte a la vez agradable? Y es que, la verdad, me gusta ver al
pueblo llano
acercarse en torrente a nuestra carpa y agolparse con insistente afán para pasar por la
estrecha puerta
de la Gracia, verlo a pleno sol, antes de las cuatro, llegar a empellones hasta la taquilla y
casi romperse
el cuello por su entrada, como se lo rompen por el pan en tiempos de escasez. Propiciar
este milagro
en gente tan diversa es algo que sólo logra el poeta, ¡consíguelo hoy, amigo!
POETA
No me hables de esa abigarrada multitud cuyo aspecto panta al espíritu. Presérvame del
ondulante
flujo que, a nuestro pesar, nos empuja hacia el torbellino. No; llévame a ese sereno rincón
del cielo
donde sólo para el poeta florece la auténtica alegría, donde, con mano divina, el amor y la
amistad
procuran y dispensan bendiciones a nuestro corazón. Lo que de nuestro pecho brotó, lo
que los labios
empezaron a balbucir, malogrado o tal vez conseguido, queda envuelto por la salvaje
violencia del
instante. Lo que brilla nació para el instante; lo auténtico permanece imperecedero en la
posteridad.
PERSONAJE CÓMICO
Cómo me gustaría dejar de oír hablar de posteridad. Si me pongo a hablar de ella, ¿quién
hará reír a
nuestra época? Esta quiere y debe disfrutar. Nunca es poco la presencia de un muchacho
divertido; el
158
que sabe expresarse con gracia no amargará el humor del pueblo; deseará estar ante un
público amplio
para conmoverlo con más seguridad. Por eso, pórtate bien y sé ejemplar; haz oír a la
fantasía con todos
sus coros, a la razón, al entendimiento, a la sensibilidad, a la pasión; pero, eso sí, cuídate
de la locura.
DIRECTOR
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159
Pero, sobre todo, ¡que haya acción! Se viene a ver; lo que gusta es mirar. Si ante los ojos
ofreces una
trama con muchos sucesos, de manera que la gente se quede boquiabierta, te habrás
ganado a la masa y
serás un hombre bienamado. La masa sólo puede ser movida por la masa y así cada cual
se procurará
lo suyo. El que mucho reparte, da un poco a cada uno, y así todos salen contentos de la
sala. Si les das
una pieza, dásela en piezas, con ese ragú te sonreirá la fortuna: lo representado con
sencillez es igual
de fácil de imaginar. De nada sirve que lo ofrezcas todo entero, pues el público lo
desmenuzará.
POETA
No comprendéis lo innoble que es ese oficio, lo poco se adecua al auténtico artista. Veo
que las
chapuza esos esmerados señores se han convertido en tu máxima.
DIRECTOR
Semejante reproche me deja indiferente. Aquel que qu obrar correctamente, debe servirse
de la
herramienta a piada. Piensa que has de partir madera blanda y mira a aquellos para
quienes tienes que
escribir. Uno viene aburrimiento; el otro llega ahíto de su mesa y, lo que es peor, algunos
lo hacen
después de haber leído el periódico. Acuden distraídos, como a un baile de máscaras; las
damas, para
lucirse, se esmeran en su arreglo y represe desinteresadamente su comedia. ¿Qué
imaginabas desde tus
alturas poéticas? ¿Qué hay de malo en una sala llena? Observa de cerca a esos mecenas:
la mitad son
frío; la otra, rudos. Uno, después de la función, espera jugar a las cartas; otro pasar una
noche de amor
al abrigo de los pechos de una fulana. ¿A qué viene, pobre loco, molestar a las amables
musas para tal
fin? Te lo digo: dales más y más, y mucho más, y así nunca te apartarás del objetivo.
Intenta sólo
embrollar a los hombres; satisfacerlos es muy difícil... ¿Qué prefieres, el entusiasmo o el
dolor?
POETA
Anda y búscate otro esclavo ¿Debe el poeta desaprovechar frívolamente el supremo
derecho que la
naturales dona? ¿Con qué conmueve él a todos los corazones? ¿Con qué logra vencer
todo elemento?
160
¿No es acaso la armonía la que, saliendo del pecho, anuda el mundo al corazón? Cuando
la naturaleza,
tejiendo serena, somete en el huzo la longitud infinita del hilo; cuando, provocándonos
fastidio, la
inarmónica multitud de todos los seres, por entreverarse unos con otros, resuena
desordenada, ¿quién,
dole vida, divide en intervalos esa serie monótona para que tenga ritmo?, ¿quién atrae lo
aislado hacia
esa consagración universal en la que tañen magníficos acordes? ¿quién hace que se
desencadenen con
furor las tormentas y que brille con gravedad el crepúsculo?, ¿quién esparce todas las
bellas flores de
la primavera por la senda que pisa la amada?, ¿quién trenza insignificantes hojas
dándoles la forma de
una corona merecedora de todo mérito? La fuerza del hombre puesta de manifiesto en el
poeta.
PERSONAJE CÓMICO
Pues usa, entonces, esas fuerzas formidables y emprende tu labor creadora como se
emprende una
aventura amorosa: uno se aproxima por casualidad, siente y se queda. Poco a poco se ve
atrapado y
crece la dicha, pero pronto se pelea. Aunque se esté encantado, el dolor viene y, antes de
que se repare,
se ha acabado la novela ¡Ofrécenos una función de este tipo! Echa mano de la vida en su
totalidad.
Todos la viven, pero no muchos la conocen; cuando les asombre, les parecerá interesante.
Poca
claridad con mucho color, mucho yerro y una sombra de verdad, así fermenta la mejor
bebida, que a
todo el mundo refresca y reconstituye. Entonces se reunirá la flor de la juventud ante tu
escena y
escuchará atentamente tu mensaje, y toda alma sensible absorberá en tu obra el sustento
de su melancolía.
Ora este, ora el otro se emociona; cada cual ve lo que lleva en el corazón. Ya están
dispuestos
tanto a reír como a llorar. Todavía alaban el ímpetu; disfrutan con la apariencia. No hay
nada que
conmueva al ya maduro, pero el que se está haciendo, siempre lo agradecerá.
POETA
Devuélveme entonces ese tiempo en el que yo estaba aún en formación, cuando nacía
siempre un
manantial de cantos que salían en tumulto; cuando la niebla me velaba el mundo y los
brotes
161
prometían milagros; cuando cortaba las mil flores que llenaban todos los valles de
riqueza. No tenía
nada y, sin embargo, nada me faltaba: el anhelo de verdad y el placer por la alucinación.
Devuélveme
el empuje desatado, la profunda y dolorosa alegría, la fuerza del odio y el poder del amor,
¡devuélveme mi juventud!
PERSONAJE CÓMICO
Amigo, sólo necesitarías la juventud si los enemigos te acosaran en los combates; si
adorables
muchachas se colgaran con fuerza de tu cuello; si a la cabeza de una carrera de velocidad,
te llamara a
lo lejos la difícil meta; si, después del torbellino de la danza, pasaras la noche bebiendo.
Pero hoy,
viejo señor, sólo tienes que interpretar con ánimo y gracia el conocido tañido de la lira y,
vacilando en
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162
dulce errar, avanzar hacia la meta que tú mismo te ha impuesto; pero no por eso te
admiramos menos.
No es que, como se dice, la vejez nos haga niños, sino que no alcanza siendo aún
auténticos niños.
DIRECTOR
Ya habéis intercambiado suficientes palabras; hacedme ver también los hechos de una
vez. Mientras os
piropeáis se podría hacer algo de provecho. ¿Para qué hablar tanto de la inspiración? Esta
no se le
presenta nunca al que vacila. Puesto que te las das de poeta, ponte al mando de la poesía.
Ya sabes lo
que necesitamos: queremos bebida fuertes, ponlas a fermentar inmediatamente. Lo que
hoy no ocurra,
no estará hecho mañana y no hay que dejar pasar ni un solo día. Cuando se toma la
decisión de crear,
tiene que hacerse valientemente y, en lo posible, de inmediato; si no se la deja escapar,
esta seguirá
haciendo efecto, porque así ha de ser.
Sabéis que en nuestros escenarios alemanes cada cual pone a prueba lo que desea. Por
eso, en este día,
no escatiméis en decorados ni artilugios. Usad las luces del cielo la grande y la pequeña;
podéis
derrochar las estrella; que no falte ni agua, ni fuego, ni paredes de roca, ni animales, ni
plantas. Que
entre en la estrechez del escenario todo el círculo de la Creación y vaya, con moderada
rapidez,
pasando por el mundo, del Cielo al Infierno.
PRÓLOGO EN EL CIELO
(EL SEÑOR. Las Huestes celestiales. Después MEFISTÓFELE: Se acercan los tres
Arcángeles.)
RAFAEL
El Sol templa, a la antigua usanza, el duelo de canto de las esferas hermanadas y culmina
con un rayo
su prescrito viaje. Su luz da fuerza a los ángeles, aunque ninguno puede dar razón de él.
Las nobles y
sublimes obras está tan espléndidas como el primer día.
GABRIEL
Y, con una velocidad inconcebible, la hermosa Tierra gira rápida sobre su eje e
intercambia el
163
esplendor paradisíaco con la noche profunda y estremecedora. Grandes oleadas de mar
rompen en
espuma al estrellarse en la honda base de las rocas, y estas y el mar son arrastrados por el
rápido y
eterno curso de la esfera.
MIGUEL
Las tempestades rugen con el desafío del mar y la tierra, de la tierra y la mar, a su
alrededor e,
iracundas, van tres zando una cadena del más poderoso influjo. Allí, una desolación
ardiente hace
brillar la senda que precede trueno; pero tus mensajeros, Señor, admiran el apacible
caminar de tu día.
LOS TRES A LA VEZ
Esta visión da fuerzas a los ángeles, porque nadie puede dar razón de Ti y todas tus
nobles obras están
espléndidas como el primer día.
MEFISTÓFELES
Señor, ya que te acercas otra vez a preguntar cómo nos va todo por aquí, y ya que te
agradó mirarme en
otros tiempos, estoy de nuevo entre tu servidumbre. Perdona que no pueda hablarte con
palabras
elevadas, aunque de mí se mofe toda esta reunión; mi patetismo te haría reír, si no te
hubieras
acostumbrado a dejar de hacerlo. No sé nada sobre el sol y los mundos, sólo veo cómo se
atormenta el
hombre. El pequeño dios del mundo sigue igual que siempre, tan extraño como el primer
día. Viviría un
poco mejor si no le hubieras dado el reflejo de la luz celestial, a la que él llama razón y
que usa sólo para
ser más brutal que todos los animales. Lo comparo, con licencia de Vuestra Gracia, con
esas cigarras
zancudas que vuelan continuamente, dando saltos, y, una vez que están sobre la hierba,
cantan su vieja
canción. ¡Si al menos permaneciera en la hierba!, pero no, tiene que meter las narices
donde no le
importa.
EL SEÑOR
¿No tienes nada más que decir?, ¿sólo vienes aquí a acusar? ¿Es que no hay sobre la
tierra nada bueno?
MEFISTÓFELES
164
No, Señor; sinceramente me parece que allí todo va tan mal como siempre. Compadezco
la vida de
calamidades que llevan los hombres. Ni siquiera me apetece atormentar a esos
desdichados.
EL SEÑOR
¿Conoces a Fausto?
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165
MEFISTÓFELES
¿El doctor?
EL SEÑOR
Mi servidor.
MEFISTÓFELES
Sí; y cierto es que os sirve de una manera muy peculiar. Ni la comida ni la bebida de ese
insensato son
terrenales. Su inquietud lo inclina hacia lo inalcanzable, pero percibe su locura sólo a
medias. Le exige al
Cielo las más hermosas estrellas y a la Tierra los goces más elevados y, sin embargo,
nada cercano ni
lejano sacia su pecho profundamente agitado.
EL SEÑOR
Aunque ahora me sirve en la confusión, pronto lo llevaré a la claridad. El jardinero sabe,
cuando el
arbolito echa renuevos, que le crecerán ramas y le saldrán frutas.
MEFISTÓFELES
¿Qué apostáis? Todavía habéis de perder si me permitís llevarlo a mi terreno.
EL SEÑOR
Mientras él viva sobre la tierra, no te será prohibido intentarlo. Siempre que tenga deseos
y aspiraciones,
el hombre puede equivocarse.
MEFISTÓFELES
Te lo agradezco, pues con los muertos nunca me he entendido muy bien. Prefiero unas
mejillas frescas y
gordezuelas. Con un cadáver no me encuentro nunca a gusto: me pasa lo que al gato con
el ratón.
EL SEÑOR
Bien, lo dejo a tu disposición. Aparta a esa alma de su fuente originaria y, si puedes
aferrarla por tu
camino, llévala abajo, junto a ti. Pero te avergonzará reconocer que un hombre bueno,
incluso
extraviado en la oscuridad, es consciente del buen camino.
MEFISTÓFELES
¡Muy bien!, no tardaremos mucho tiempo. No me da miedo la apuesta. Permíteme, si
logro mi
objetivo, sentirme henchido por mi triunfo. Para mi regogijo, él tendrá que morder el
polvo, como mi
166
tía, la famosa serpiente.
EL SEÑOR
Podrás actuar con toda libertad. Nunca he odiado a tus semejantes. De todos los espíritus
que niegan,
el pícaro es el que menos me desagrada. El hombre es demasiado propenso a
adormecerse; se entrega
pronto a un descanso sin estorbos; por eso es bueno darle un compañero que lo estimule,
lo active y
desempeñe el papel de su demonio. Pero vosotros, auténticos hijos de Dios, disfrutad de
la viviente y
rica belleza. Que lo cambiante, lo que siempre actúa y está vivo, os encierre en los suaves
confines del
amor, y fijad en ideas eternas lo que flota en oscilantes apariencias.
(El Cielo se cierra y los Arcángeles se dispersan.)
MEFISTÓFELES
De vez en cuando me gusta ver al Viejo y me guardo de indisponerme y romper con Él.
Es muy
generoso que un señor tan grande tenga la bondad de hablar incluso con el diablo.
LA TRAGEDIA
PRIMERA PARTE
DE NOCHE
(En una habitación gótica, estrecha y de altas bóvedas, FAUSTO está sentado en un sillón
ante su
pupitre.)
FAUSTO
Ay, he estudiado ya Filosofía, Jurisprudencia, Medicina y también, por desgracia,
Teología, todo ello
en profundidad extrema y con enconado esfuerzo. Y aquí me veo, pobre loco, sin saber
más que al
principio. Tengo los títulos de Licenciado y de Doctor y hará diez años que arrastro mis
discípulos de
arriba abajo, en dirección recta o curva, y veo que no sabemos nada. Esto consume mi
corazón. Claro
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está que soy más sabio que todos esos necios doctores, licenciados, escribanos y frailes;
no me
atormentan ni los escrúpulos ni las dudas, ni temo al infierno ni al demonio. Pero me he
visto privado
de toda alegría; no creo saber nada con sentido ni me jacto de poder enseñar algo que
mejore la vida de
los hombres y cambie su rumbo. Tampoco tengo bienes ni dinero, ni honor, ni
distinciones ante el
mundo. Ni siquiera un perro querría seguir viviendo en estas circunstancias. Por eso me
he entregado a
la magia: para ver si por la fuerza y la palabra del espíritu me son revelados ciertos
misterios; para no
tener que decir con agrio sudor lo que no sé; para conseguir reconocerlo que el mundo
contiene en su
interior; para contemplar toda fuerza creativa y todo germen y no volver a crear
confusión con las
palabras.
Oh, reflejo de la luna llena, por la que tantas veces velé sentado ante este pupitre hasta
que aparecías,
melancólico amigo, sobre los libros y los papeles, si iluminaras por última vez mi pena;
¡ay!, si
pudiera andar por las cumbres de los montes bajo tu amada claridad; flotar en las grutas
acompañado
de espíritus; vagar en tu penumbra por los prados y, habiéndose disipado todas las
brumas del saber,
bañarme, robusto, en tu rocío. ¡Ah!, ¿pero seguiré preso en esta cárcel?, agujero maldito
y húmedo,
hecho en un muro a través del cual incluso la querida luz del cielo entra turbia al pasar
por las
vidrieras. Encerrado detrás de un montón de libros roídos por los gusanos y cubiertos de
polvo, que
llegan hasta las altas bóvedas y están envueltos en papel ahumado. Cercado por cofres y
retortas, aherrojado
por instrumentos y trastos de los antepasados. Este es tu mundo, ¡vaya un mundo!
¿Y aún te preguntas por qué tu corazón se para, temeroso, en el pecho? ¿Por qué un dolor
inexplicable inhibe tus impulsos vitales? En lugar de la naturaleza viva, en medio de la
que Dios puso
al hombre, lo que te rodea son osamentas de animales y esqueletos humanos humeantes y
mohosos.
¡Huye!, sal fuera, a la amplia llanura. ¿No te será suficiente compañía ese libro
misterioso, autógrafo
168
de Nostradamus? Con su ayuda reconocerás el curso de las estrellas y, cuando la
naturaleza te haya
instruido, aumentará en ti la fuerza del alma, como si un espíritu le hablara a otro. En
vano tratarás de
explicar los sagrados signos mediante la ayuda de la árida reflexión; ¡volad, oh espíritus,
junto a mí y
decidme si me oís! (Abre el libro y serva el signo del Macrocosmosl.) ¡Ah!, qué deleite
corre de
súbito, al mirarlo, todos mis sentidos. Siento cómo la joven y santa felicidad vital me
fluye por
músculos y las venas con renovado ardor. ¿Fue acaso un Dios el que escribió estos signos
que calman
el furor de mi interior, llenan mi pobre corazón de gozo y, con un impulso secreto, me
desvelan las
fuerzas naturales? ¿Soy acaso, un dios? Todo se llena de claridad. En estos trazos puros
se evidencia
ante mi espíritu la activa naturaleza. Ahora sí que entiendo lo que dice el sabio: «No está
cerrado el
mundo espiritual; son tus sentidos los que están cerrados, es tu corazón el que está
muerto; discípulo,
levanta, y baña infatigablemente tu pecho terrenal en la aurora». (Observa el signo.)
¡Cómo se entreteje el conjunto de las cosas en el Todo y cómo lo uno repercute y vive en
lo otro!
¡Cómo las fuerzas celestiales suben y bajan y se siguen los áureos cangilones! ¡Con un
vaivén que
huele a bendición, bajan desde el cielo a recorrer la tierra y hacen que resuene en armonía
el universo!
¡Qué espectáculo!; pero, ay, ¡es sólo un espectáculo! ¿Dónde te comprenderé, naturaleza
infinita?
¿Dónde estáis, pechos, fuentes de la vida de las que penden el cielo y la tierra y adonde el
corazón
marchito acude? Vosotros manáis en torrentes y alimentáis el mundo; ¿languidezco yo en
vano?
(Hojea el libro de mala gana y ve el signo del Espíritu de la Tierra.)
¡Qué diferente es el efecto de este signo sobre mí! Tú, Espíritu de la Tierra, me resultas
más cercano.
Siento que mis fuerzas aumentan, ardo como si hubiera bebido un vino nuevo; siento
valor para
aventurarme por el mundo, para afrontar el dolor y la fortuna que me reporte la tierra,
para adentrarme en
la tempestad y no temer el crujido de la nave al zozobrar. Las nubes se amontonan sobre
mí, la luna
169
oculta su luz, la lámpara se extingue, el ambiente está húmedo. Unos rayos rojos se
concentran sobre mi
cabeza, un estremecimiento va descendiendo desde la bóveda y se hace dueño de mí.
Siento que flotas
sobre mí, espíritu anhelado, ¡revélate! Ah, ¡cómo se desgarra mi corazón! Mis sentidos se
abren a nuevos
sentimientos. Mi corazón está plenamente entregado a ti. ¡Revélate!, aunque me cueste la
vida. (Toma el
libro y pronuncia misteriosamente el signo del ESPÍRITU. Se enciende una llama rojiza y
el ESPÍRITU aparece en la llama.)
ESPÍRITU
¿Quién me llama?
FAUSTO (Volviendo la cara.)
¡Qué aterradora visión!
ESPÍRITU
Me has atraído aquí con gran poder, absorbiéndome lejos de mi esfera; y ahora, ¿qué?
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FAUSTO
¡Vete!; no te soporto.
ESPÍRITU
Has suplicado, hasta quedarte sin aliento, poder contemplarme, poder oír mi voz y ver mi
cara; el fuerte
anhelo de tu alma me ha atraído aquí, y aquí estoy. ¡Qué deplorable pavor se ha
apoderado de ti,
superhombre! ¿Dónde está la llamada del alma? ¿Dónde está el pecho que creó un mundo
dentro de sí, lo
portó, lo cuidó y, temblando de gozo, se engrandeció para elevarse a nuestra altura, la de
los espíritus?
¿Dónde está Fausto, cuya voz resonó para que acudiera? ¿Eres tú el que, al respirar mi
hálito, tiembla en
lo más profundo de su vida, gusano asustadizo y encogido?
FAUSTO
¿Podría eludirte, hijo de la llama? Yo soy Fausto; yo soy tu semejante.
ESPÍRITU
En las mareas de la vida, en la tempestad de la acción, si y bajo en oleadas, me agito de
un lado para otro.
El nacimiento y la sepultura son un mar eterno, una trama cambiante, una vida candente
que voy tejiendo
en el veloz telar del tiempo, para hacerle a la divinidad su manto viviente.
FAUSTO
Tú, que das vueltas por el ancho mundo, ¡qué cercano me siento a ti, atareado espíritu!
ESPÍRITU
Te asemejas al espíritu que concibes, no a mí. (Desaparece.)
FAUSTO (Desplomándose.)
¿No a ti? Entonces, ¿a quién me asemejo? Yo, imagen de Dios, ni siquiera soy semejante
a ti. (Llaman.)
Oh, muerte, ya sé quién es: es mi fámulo. ¡Mi más hermozo gozo se echa a perder! ¡Que
este ser rastrero
y mezquino interrumpa semejante riqueza de visiones!
(Entra WAGNER en batín y gorro de dormir y con una lámpara en la mano.
FAUTO se vuelve de mala gana.)
WAGNER
¡Perdone!, le he escuchado declamar; ¿no leía usted una tragedia griega? Me gustaría
iniciarme en ese
171
arte, pues resulta provechoso hoy en día. He oído muchas veces que un actor puede
aleccionar a un
predicador.
FAUSTO
Siempre y cuando el predicador sea un actor, lo cual puede muy bien pasar en los tiempos
que corren.
WAGNER
¡Ay!, estando tan encerrado en el museo y viendo el mundo apenas los días de fiesta, y
eso a través de
un catalejo, sólo desde una distancia lejana, ¿cómo queréis que lo domine por la
persuasión?
FAUSTO
Si no lo sientes, no lo lograrás; si no brota de tu alma y no consigues estremecer los
corazones de
todos los oyentes con un placer fuerte y primario, limítate a sentarte. Reúne piezas,
prepara un ragú
con las sobras de otros y reaviva las miserables llamas de tu diminuto montón de cenizas.
Agradando
el paladar obtendrás la admiración de los niños y de los monos, pero no conseguirás
conmover otros
corazones si del corazón nada te sale.
WAGNER
Sólo la oratoria reporta fortuna al orador, pero siento que estoy muy atrasado en este arte.
FAUSTO
¡Busca una ganancia honrada! ¡No seas como el bufón que hace sonar las campanillas!
La razón y el
buen sentido se manifiestan con muy poco arte, y si te tomas en serio el decir algo,
¿necesitarás
entonces las palabras? Sí. Tus discursos de gran brillo, en los que sacas punta a todo
asunto humano,
son tan molestos como el viento otoñal que, acompañado de bruma, sopla entre las hojas.
WAGNER
¡Ay, Dios!, el arte es largo, pero nuestra vida corta. En mis afanes críticos, siento muchas
veces miedo
en la cabeza y en el pecho. ¡Qué difícil es obtener los medios con los que ascender hasta
las fuentes!
Antes de haber llegado a la mitad del camino, uno, pobre diablo, habrá de morirse.
FAUSTO
172
¿Es el pergamino una fuente sagrada de la que un sorbo saciará nuestra sed para la
eternidad? No, no
repararás tu sed si la bebida no brota de ti mismo.
WAGNER
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Discúlpeme y permítame que le diga que es un gran placer trasladarse al espíritu de otros
tiempos, ver
cómo pensó el sabio antes de nosotros, y cómo hemos continuado admirablemente
nuestro camino.
FAUSTO
Sí, ¡hasta las estrellas hemos llegado! Amigo mío, el pasado es para nosotros un libro de
siete sellos.
Eso que llamas el espíritu de otros tiempos no es más que el espíritu de aquellas personas
en las que
los tiempos se reflejan. Y la verdad es que, a menudo, son una auténtica lástima; vamos,
para echar a
correr sólo de verlos: un saco de inmundicia o un desván, o todo lo más un drama
histórico con
espléndidas máximas morales de tipo pragmático, como las que se ponen en boca de los
títeres.
WAGNER
Pero algo sabría cada uno de ellos de lo que son el mundo y el corazón y el talante
humanos.
FAUSTO
Sabrían lo que normalmente se llama saber; pero, ¿quién se atreve realmente a poner los
puntos sobre
las íes? Los pocos que sabían algo, y que insensatamente no se cuidaron de expresar lo
que llevaban en
su lleno corazón, mostrando a la plebe su sentimiento y su punto de vista, fueron
crucificados o
llevados a la hoguera. Pero, perdona amigo, la noche está muy avanzada; hemos de
interrumpir nuestra
conversación por esta vez.
WAGNER
De buena gana me mantendría en vela para seguir hablando con usted con tanta
erudición. Pero
mañana que es primer día de Pascua, déjeme que le haga otras preguntas. Me he
entregado, diligente,
al estudio, pero, aunque sé mucho, me gustaría saberlo todo. (Se va.)
FAUSTO (Solo.)
¡Cuánto tarda en disiparse la esperanza en la cabeza de quien se aferra a bagatelas y,
escarbando
curiosamente en busca de tesoros, se siente feliz si encuentra lombrices. ¿Cómo es
posible que en este
174
lugar, donde me rodea una multitud de espíritus, se haya atrevido a dejarse oír la voz de
semejante
hombre? Pero, ay, por esta vez debo agradecerle al más mísero de los hijos de la tierra el
haberme
arrancado de la desesperación que amenazaba con destrozarme los sentidos. La aparición
fue tan
colosal que no pude menos que sentirme como un enano.
Yo, imagen de Dios, que creía hallarme muy cerca de la verdad eterna, me había
despojado de mi ser
terreno y gozaba de mí mismo en el fulgor y la claridad celestiales; yo, creyéndome
superior a un
querubín, derramaba la fuerza libre por las venas de la naturaleza y me atrevía, lleno de
esperanza, a
disfrutar de una vida de dioses, creando. ¡Cómo habría de pagarlo! ¡Un trueno me ha
aniquilado!
No debo pretender asemejarme a Ti. Aunque tuve fuerzas para atraerte, me faltan para
retenerte. En
aquel instante de gran ventura, me sentí al mismo tiempo tan grande y tan pequeño: tú me
has lanzado
con un empujón cruel al destino inseguro de los hombres. ¿Quién me enseñará ahora?,
¿qué debo
evitar?, ¿debo obedecer a aquel impulso? Tanto nuestros actos como nuestras pasiones
estorban el fluir
de nuestra vida.
A lo mejor que el alma ha acogido se añade más y más materia extraña. Cuando
alcanzamos lo bueno
de este mundo, le damos el nombre de locura y engaño. Los magníficos sentimientos que
nos llenaron
de vida, se quedaron anquilosados en el caos del mundo. Si con audaz vuelo la fantasía se
lanza,
esperanzada, ampliando el espacio hacia el infinito, le basta luego un pequeño recodo si,
pasada la
fortuna, fracasa en el torbellino del tiempo. La preocupación anida de inmediato en las
profundidades
del corazón; allí da pábulo a secretos dolores, se mece, inquieta, y perturba el plan y la
calma; se cubre
constantemente con máscaras nuevas: puede aparecer como casa y corte, corno mujer y
niño, como
fuego y agua, daga y veneno; pero, sobre todo, te estremece lo que no te afecta y siempre
lloras lo que
nunca pierdes.
¡No soy como los dioses!, bien lo noto. Soy como un gusano que escarba el polvo y al
que,
nutriéndose de polvo, aplasta y sepulta la pisada del caminante.
¿No es polvo lo que en esa alta pared de cien balda me sofoca? ¿No hay polvo en los mil
cachivaches
175
que me abruman y me confinan en este mundo de polillas? ¿Habré de leer, quizá, en
miles de libros,
que por todas partes los hombres se torturan y que aquí y allá hubo uno feliz? ¿De qué te
ríes
sardónicamente, hueca calavera? ¿Se extravió tu seso como el mío? ¿Buscó el día claro y,
ansiando la
verdad, se perdió lamentablemente en el crepúsculo? Instrumentos, ya sé que me hacéis
burla con
vuestras ruedas, dientes, cilindros y planchas: yo estaba junto a la puerta y tendríais que
haberme
servido de llave pero a pesar de que vuestras barbas están rizadas, no abrís el cerrojo.
Misteriosa en
pleno día, la naturaleza no se deja quitar el velo, y lo que ella no muestra a tu espíritu no
lo puedes
forzar tú con palancas y tornillos. Tú, viejo trasto que no he usado, sólo estás aquí porque
mi padre te
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utilizó. Tú, viejo pergamino, te has ennegrecido con el humo de la lámpara que está sobre
el pupitre.
¡Mas me hubiera valido disipar mis pocos haberes, que vivir agobiado con ellos! Lo que
se hereda de
los padres, has de ganarlo para llegar a hacerlo tuyo. Lo que no se utiliza se convierte en
pesada carga;
sólo lo que el instante crea puede ser usado por este.
Pero, ¿por qué se fija mi vista en aquel punto? ¿Es ese frasquito un imán para los ojos?
¿Por qué, de
pronto, todo se vuelve dulce claridad para mí, como si en el bosque de la noche me
iluminara el fulgor
de la luna?
Te saludo, redoma singular, que ahora, con respeto cojo de tu estante. En ti venero el
ingenio y la
habilidad del hombre. Tú, síntesis de todos los propicios jugos que adormecen, tú,
extracto de sutil
fuerza mortal, ¡concédele tus favores a tu dueño! Te miro y el dolor queda paliado; te
tomo y se
moderan mis ansias, la marea del alma va bajando más y más. Soy transportado hacia alta
mar, el
espejo del agua brilla a mis pies: un nuevo día llama a orillas nuevas.
Un carro de fuego vuela en leve vaivén y se me acerca. Estoy dispuesto a cruzar por
nuevas sendas y
llegar a nuevas esferas de actividad pura. ¿Vas a merecer tú, que aún eres un gusano, esta
alta vida,
este placer de dioses? ¡Sí, sólo consiste en volverle decidido la espalda al dulce sol de
esta tierra!
Prepárate a forzar las puertas ante las que todos quieren pasar de largo. Ya es hora de
demostrar
mediante hechos que la dignidad del hombre no cede ante la grandeza de los dioses; que
no siente
temor cuando se encuentra ante esa oscura sima en la que la fantasía se condena a su
propio tormento;
que no elude adentrarse por ese estrecho pasaje, alrededor de cuya abertura arde en
llamas el infierno
entero; que puede, resuelto, decidirse a dar ese paso, aun a riesgo de convertirse en nada.
Baja pues, recipiente límpido, recipiente de cristal. Sal de tu viejo estuche, en el que no
he pensado
durante muchos años. En las fiestas paternas relucías y alegrabas a los graves invitados
cuando
177
pasabas de mano en mano. Era obligación del que bebía explicar el rico lujo y arte de tus
relieves y
vaciarte de un trago. Esto me recuerda a muchas noches de mi juventud. En esta ocasión
no tengo que
pasarte a mi vecino, ni he de mostrar mi ingenio al ver tus adornos; aquí hay un jugo que
produce una
rápida embriaguez y que, con oscuro fluir, colmará mi vaciedad. Sea este el último trago
que prepare y
elija. Lo dedico, con toda mi alma, como saludo festivo y solemne, a la mañana. (Se lleva
el recipiente
a la boca.)
(Repique de campanas y cánticos de coros.)
CORO DE LOS ÁNGELES
¡Cristo ha resucitado!
Alegría al mortal,
al que estaba sumido
en funestas, insidiosas
y heredadas taras.
FAUSTO
¿Qué profunda melodía, qué sonido claro aparta con fuerza el vaso de mi boca?
Campanas silenciosas,
¿anunciáis ya la primera hora de la Pascua? Coros, ¿cantáis el canto de consuelo que en
la noche de la
Vigilia pascual fue entonado por los labios de los ángeles y sirvió de testimonio de la
Nueva Alianza?
CORO DE LAS MUJERES
Con perfumes y ungüentos lo embalsamamos.
Nosotras, sus fieles, allí lo dejamos.
Con vendas y lienzos, pulcro, lo envolvimos.
Mas, de vuelta al Sepulcro, a Cristo no vimos.
CORO DELOS ÁNGELES
¡Cristo ha resucitado!
Dichoso quien lo amó,
pues superó la prueba
que, aun siendo dolorosa,
nos da la salvación.
FAUSTO
¿Por qué me buscáis, melodías celestiales, con fuerza y dulzura a la vez, a mí, que estoy
sumido en el
178
polvo? Sonad donde haya hombres más sensibles. Oigo el mensaje, pero me falta la fe.
No me atrevo a
elevarme a esas esferas de donde procede la Buena Noticia, pero este son que oí de niño
me llama de
nuevo hacia la vida. El beso del amor celestial caía sobre mí en la grave tranquilidad de la
fiesta;
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entonces, sonaban las campanas llenas de presagios y era un placer ardiente la oración.
Un anhelo
noble e inconcebible me impulsaba a andar por bosques y praderas entre miles de cálidas
lágrimas;
sentía que un mundo nacía ante mí. Esta canción me anunciaba animados juegos
juveniles y de libre
dicha en la primavera. Hoy, el recuerdo, con sentimientos pueriles, hace que retroceda
ante el último y
grave paso. ¡Seguid sonando, cantos celestiales! ¡Las lágrimas caen, la tierra me recobra!
CORO DE LOS DISCÍPULOS
Mientras que el sepultado
vivo, sublime y espléndido
por fin ha resucitado
y está del gozo creador
cercano, aquí nosotros,
aferrados a la tierra,
penarnos. Él nos dejó
en congoja a los suyos.
¡Ay!, ¡cómo hemos de llorar,
maestro, la gloria tuya!
CORO DE LOS ÁNGELES
¡Cristo ha resucitado
de tu seno, corrupción!
Liberad vuestras cadenas.
Alabadle, activos;
demostradle vuestro amor,
comed fraternalmente,
predicadlo en viajes,
anunciad la Salvación.
El maestro, cercano,
siempre irá con vosotros.
ANTE LA PUERTA DE LA CIUDAD
(Salen paseantes de toda índole.)
ALGUNOS APRENDICES
¿Por qué salís?
OTROS
Porque vamos a la Hostería de los Cazadores.
LOS DE ANTES
Queremos ir paseando al molino.
UN APRENDIZ
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Os aconsejo que vayáis a Wasserhof.
APRENDIZ 2.°
El camino hasta allí no es bonito.
LOS DEMÁS
Entonces, ¿qué haces tú?
APRENDIZ 3.°
Yo voy con los demás.
APRENDIZ 4.°
Vayamos hasta Burgdorf: seguro que allí encontraremos las muchachas más guapas y la
mejor
cerveza.
APRENDIZ 5.°
Compañero de juergas. ¿Quieres que te den una paliza por tercera vez? No quiero ir allí,
me espanta
ese lugar.
CRIADA
No, no, ¡yo regreso a la ciudad!
OTRAS CRIADAS
Seguro que lo encontramos junto a esos chopos.
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LA ANTERIOR
Para mí no es nada seductor; él se pondrá a tu lado, él solo bailará contigo en la
explanada. ¡Qué gano
yo con tu suerte!
OTRA
Seguro que hoy no está solo; nos ha dicho que el del pelo rizado vendrá con él.
ESTUDIANTE
¡Caramba con los andares de esas buenas mozas! Hermano, vamos, tenemos que
acompañarlas.
Cerveza recia, tabaco aromático y una criada bien vestida: eso es lo que me gusta.
UNA SEÑORITA
¡Mira aquellos apuestos muchachos! Es una auténtica vergüenza. Pudiendo tener la
compañía más
selecta, persiguen a esas criadas.
ESTUDIANTE 2. ° (Al primero.)
No tan rápido. Por allí vienen dos delicadamente arregladas. Mi vecina es una de ellas;
me siento muy
atraído por esa muchacha. Van con paso tranquilo, pero acabarán por alcanzarnos.
ESTUDIANTE 1.°
No, hermano, no quiero exquisiteces.. La mano que movió la escoba el sábado, te acaricia
el domingo
como nadie.
UN BURGUÉS
No, no me gusta el nuevo alcalde. Desde que desempeña su cargo está cada día más
insolente. Y ¿qué
hace por la ciudad? ¿No está cada vez peor? Hay que obedecer más que nunca y pagar
más que en
ningún tiempo anterior.
UN MENDIGO (Canta.)
Distinguidos señores y bellas damas
elegantes y de suave tez,
dignaos echarme una mirada,
y en vano no sonarás, organillo.
Sólo es feliz aquel que puede dar.
El día que es de fiesta para todos
es para mí un día de cosecha.
OTRO BURGUÉS
182
Los domingos y la fiestas no hay nada mejor que charlar de guerras y batallas, mientras
que allá, en la
lejana Turquía, los pueblos luchan entre sí. Uno bebe su vaso sentado junto a la ventana,
ve las barcas
engalanadas que van río abajo y vuelve a casa bendiciendo las épocas de paz.
TERCER BURGUÉS
Eso mismo hago yo, señor vecino, y allá pueden abrirse la cabeza y todo puede andar
revuelto con tal
de que en casa todo siga como siempre.
VIEJA (A las señoritas.)
¡Ay, qué elegantes!, ¡la hermosa sangre joven! ¿Quién no se fijará en vosotras? Pero no
seáis tan
orgullosas, ya está bien. Sabré conseguir lo que queréis.
UNA SEÑORITA
¡Vamos, Agathe! Me cuidaré mucho de que me vea la gente en compañía de esta bruja.
Ella hizo que
en la noche de San Andrés viera en carne y hueso a mi futuro amado.
LA OTRA
A mí me lo enseñó por un cristal. Tenía aspecto marcial iba junto a otros valientes. Mas
yo miro
alrededor y lo busco por todas partes sin encontrarlo.
SOLDADOS
Me gustaría ganar
fortalezas con altas
murallas y almenas,
muchachas de altiva
y despectiva alma.
Audaz es la empresa,
magnífico el premio.
Hagamos resonar
la trompeta llamando
para la destrucción
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igual que para el gozo.
Esto es un asedio.
Esto es una fiesta.
Mozas y fortalezas
pronto nuestras serán.
Audaz es la empresa,
magnífico el premio,
y los bravos soldados
continúan su marcha.
(FAUSTO y WAGNER.)
FAUSTO
Los ríos y los arroyos están libres ya de hielo gracias a la dulce y vivificante mirada de la
primavera. En el valle brota verde la alegría de la esperanza. El viejo invierno, en su
decrepitud, se
retira a los ásperos montes. Desde allí, fugitivo, manda a ráfagas, sobre las llamas que
verdean, un
imponente chaparrón de granizo. Pero el sol no tolera nada blanco, todo se agita en
formación y
crecimiento, todo quiere tomar vida llenándose de colores. Aunque faltan flores en esta
zona, son
suplidas por personas bien arregladas. Vuélvete a mirar desde esta altura la ciudad que
está allá
detrás. De la puerta oscura y hueca sale una abigarrada muchedumbre. Hoy todos gustan
de tomar el
sol. Celebran la Resurrección del Señor y ellos también están resucitados. Saliendo de las
silenciosas
habitaciones de casas bajas, despojándose de las ataduras de talleres y gremios,
liberándose de la opresión de techos y fachadas, zafándose de la estrechez aplastante de
las calles y
habiendo culminado una velada de respetuosa piedad en la iglesia, todos van hacia la luz.
¡Mira!,
mira con qué afán la gente se dispersa por campos y jardines. Mira cómo el río mueve a
lo largo y a
lo ancho todos esos divertidos botes y esa última lancha va alejándose cargada, a punto
de zozobrar.
Incluso desde los caminos de los montes llegan hasta aquí destellos del color de sus
trajes. Escucho
ya el tumulto de la villa, este es el auténtico cielo del pueblo. Los mayores y los pequeños
proclaman alegres: aquí soy hombre, aquí puedo serlo.
WAGNER
184
Pasear con usted, Doctor, es un honor y es provechoso, pero no me gustaría perderme
solo, pues soy
enemigo de todo lo rudo. El rascado de los violines, el griterío y el caer de los bolos es un
ruido
odioso. Alborotan como si estuvieran poseídos por un espíritu maligno y a ese alboroto lo
llaman
alegría, lo llaman canto.
CAMPESINOS (Cantando y bailando bajo un tilo.)
El pastor se arrregló para el baile;
Con su chaqueta de color, pañuelo
y faja, iba soberbio y flamante.
El gentío ya estaba junto al tilo
y bailó hasta la misma locura.
¡Hurra!, ¡hurra!,
¡viva!, ¡ea!
El violín resonará.
Él avanza con rapidez y empuje.
Bailando, topa con una muchacha.
Pícaro, la golpea con un codo.
La buena moza vuelve la mirada
y dice: qué tonto eres gañán.
¡Hurra!, ¡hurra!,
¡viva!, ¡ea!
Nunca grosero serás.
Pero el corro da vueltas muy deprisa,
bailando a la derecha y a la izquierda,
y las faldas se ponen a volar.
Todos enrojecían sofocados
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y descansaban sin soltar los brazos.
¡Hurra!, ¡hurra!,
¡viva!, ¡ea!
La cadera contra el codo.
Conmigo no tengas tantas confianzas.
Muchos ha habido que engañaron
y traicionaron a su prometida.
El se la llevó aparte, zalamero,
y lejos del tilo la conquistó.
¡Hurra!, ¡hurra!,
¡viva!, ¡ea!
Gritos y son del violín.
VIEJO CAMPESINO
Doctor, es muy amable por su parte no despreciarnos en un día como hoy, y es bueno que
en medio
de este tumulto de gente se encuentre un hombre tan sabio como usted. Tome la jarra más
hermosa,
que hemos llenado con bebida fresca; se la entrego y deseo que no sólo sacie su sed sino
que su vida
dure tantos días como gotas ella contenga.
FAUSTO
Tomo la refrescante bebida y brindo por vosotros con gratitud.
(La gente se reúne en corro a su alrededor.)
VIEJO CAMPESINO
Realmente está muy bien que aparezca usted en días de alegría, al igual que fue bueno
con nosotros los
días malos. A buen número de los que hay aquí los arrancó su padre a última hora de la
tórrida furia de
la fiebre, cuando supo ponerle coto a la epidemia. También entonces, usted, que era un
hombre joven,
visitaba a los enfermos en sus casas. Se sacaron muchos cadáveres, pero usted salió
indemne y superó
muchas pruebas duras. El que ayuda recibe la ayuda de Aquel que ayuda desde arriba.
TODOS
Brindemos por el hombre protegido que puede seguir dando ayuda.
FAUSTO
186
Inclinaos siempre ante el Altísimo que enseña a ayudar y envía ayuda. (Prosigue su
camino con
WAGNER.)
WAGNER
Qué sensación debe experimentar al ver cómo lo admira el pueblo. Feliz aquel que de sus
talentos
puede obtener tal beneficio. Los padres le señalan diciéndoles a sus hijos quién es usted.
Todos
preguntan, corren y se agolpan. El violín para de tocar y el danzante se detiene. Todos se
abren
respetuosos a su paso; los gorros vuelan por lo alto y falta poco para que se arrodillen,
como si en
lugar de usted pasara el Venerabile.
FAUSTO
Andemos un poco más hasta aquellas piedras, allí descansaremos del paseo. He estado
muchas veces
aquí, miditando, y me torturaba con oraciones y ayuno. Rico en esperanza y firme en fe,
con llantos,
suspiros, y las manos juntas e implorantes, creía que obligaba al Señor del Cielo a que
acabara con
aquella peste. El aplauso del pueblo me suena a burla. ¡Si pudieras leer en mi interior lo
poco que
padre e hijo merecíamos tales alabanzas! Mi padre era un individuo sospechoso que
pensaba con
visionario afán sobre la naturaleza y sus ciclos sagrados. Lo hacía con honradez, pero a
su manera. Se
encerraba en la cocina negra en compañía de adeptos y, después de interminables
formulas, conseguía
reunir los contrarios. Allí un León Rojo, uno libre y audaz, era desposado en tibio baño
con el Lirio y
ambos eran torturados con fuego vivo y llameante para pasar de una cámara nupcial a
otra y, así,
finalmente, surgía la Joven Reina en el cristal. Ahí estaba el medicamento; los pacientes
morían y
nadie se preguntaba quién había sido curado. Con nuestros elixires infernales hicimos por
estos valles
y estos montes estragos muchos peores que los de la peste. Yo mismo di a muchos el
veneno y ellos se
fueron marchitando, y hoy tengo que ver cómo alaban al desvergonzado criminal.
WAGNER
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188
¿Cómo puede usted abrumarse por eso? ¿No hace suficiente un hombre honrado con
ejercer concienzuda
y puntualmente la profesión que se le enseñó? Si de joven admiras a tu padre, recibirás
con gusto lo que
él sepa; si, siendo ya un hombre, aumentas esa ciencia, tu hijo podrá alcanzar metas más
altas.
FAUSTO
Oh, ¡feliz aquel que todavía tiene esperanza de emerger de este mar de confusión! Lo que
se necesita
no se sabe, lo que se sabe no se puede usar. Pero no llenemos de pesar esta hora de
hermoso bien. Mira
cómo resplandecen esas chozas a la luz ardiente del atardecer, rodeadas de hierba. El sol
se aleja y
cede, pero el día sobrevive, pues aquél marcha hacia otro lugar donde animará nueva
vida. ¡Cómo
desearía que unas alas me elevaran del suelo y pudiera acercarme a él más y más!.
Entonces, en el fulgor
perenne del ocaso, vería a mis pies al tranquilo mundo: encendidos los altos, serenos los
valles y el
arroyo de plata fluyendo en corriente dorada. Este vuelo, propio de dioses, no se vería
impedido por el
salvaje monte lleno de barrancos, y entonces, el mar, con sus tibias ensenadas, se abriría a
mis ojos
asombrados. Pero, finalmente, parece que el dios Sol se hunde, tan sólo sigue despierta el
ansia. Me
apresuro para beber su luz eterna. Ante mí, el día, y tras de mí, la noche; sobre mí, el
cielo, y abajo, el
oleaje. Es un hermoso sueño, pero él se escapa. Ah, no es tan fácil que a las alas del alma
se añadan
otras del cuerpo. Sin embargo, en todos es innato que su sentir se eleve y adelante,
cuando, perdida en
el cielo azul, la alondra gorjea su canto, cuando el águila flota sobre las escarpadas cimas
plagadas de
pinos, y cuando, sobre las llanuras y los mares, la grulla va en busca de su patria.
WAGNER
Yo también he tenido fantasías, pero nunca he sentido ese impulso. Los bosques y los
campos hastían
pronto; nunca envidiaré las alas de los pájaros. De qué manera tan distinta los placeres
del espíritu nos
llevan de libro a libro, de página a página. Así, las noches de invierno se hacen
agradables y bellas;
una vida tranquila da calor a todos los miembros. Y ¡ah!, si aciertas a desplegar un buen
pergamino, el
189
cielo entero baja hasta ti.
FAUSTO
Sólo eres consciente de un impulso. ¡Nunca aprendes el otro! Dos almas, ay, viven en mi
pecho. Una
quiere separarse de la otra. Una, con recio amor a la vida, se aferra al mundo sirviéndose
de sus
miembros prensiles; la otra se eleva con fuerza desde el polvo y va hacia los campos de
los nobles
antepasados. Oh, si es verdad que hay espíritus en el aire que flotan entre la tierra y el
cielo, que
desciendan desde la áurea neblina y que me lleven a una nueva vida llena de colores. Si
tuviera un
manto mágico que me transportara a tierras lejanas, sería mi mejor gala y no lo cambiaría
por el manto
de un rey.
WAGNER
No nombre a este conocido ejército de espíritus que, tormentoso, se despliega por la
atmósfera y,
desde todos los extremos del mundo, acecha al hombre con múltiples peligros. Desde el
Norte se
acerca el estrago de los espíritus, armado con sus lenguas puntiagudas; cuando desde
Naciente estas
avanzan resecas, se alimentan de tus pulmones; cuando el Mediodía te las manda desde el
desierto, el
ardor se acumula en tu coronilla; entonces, el Oeste trae el enjambre que, primero,
refresca, pero luego
agosta el campo y el prado. Gustan de escucharnos, pues están preparados para
provocarnos daño;
gustan de obedecer, porque les encanta engañarnos; se presentan como enviados del
Cielo y cuando
mienten susurran angelicalmente. Pero, ¡vámonos!, el mundo se oscurece, el aire se
enfría, la niebla
desciende. A la caída de la noche se empieza a apreciar el calor del hogar. ¿Por qué se
para
asombrado?, ¿qué atrapa su atención en la penumbra?
FAUSTO
¿Ves a ese perro negro andando por los sembrados y los rastrojos?
WAGNER
Hace rato que lo veo. No me ha llamado la atención.
FAUSTO
¡Míralo bien!, ¿qué te parece?
190
WAGNER
Un perro de aguas que, a su manera, sigue el rastro de su dueño.
FAUSTO
¿No notas cómo se va acercando a nosotros describiendo amplias curvas? Y, si no me
equivoco, va
dejando remolinos de fuego a su paso.
WAGNER
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191
No veo más que un perro de aguas negro; quizás esté sufriendo usted una alucinación.
FAUSTO
Parece como si fuera trazando leves lazos mágicos que acabarán atando nuestros pies.
WAGNER
Yo lo veo rodearnos, inseguro y temeroso, porque en vez de su amo ve dos desconocidos.
FAUSTO
¡El círculo se estrecha, ya está cerca!
WAGNER
¿No lo ve? Ahí hay un perro, no un fantasma. Gruñe, remolonea, se echa sobre la tripa,
mueve la cola.
¡Igual que todos los perros!
FAUSTO
¡Acompáñanos! ¡Ven aquí!
WAGNER
Es un animal muy gracioso: si te paras, se queda esperándote; si pierdes algo, lo va a
buscar, y si se te cae
el bastón, se tira al agua por él.
FAUSTO
Tienes razón, no encuentro rastro alguno de un fantasma. Todo lo que hace es fruto de su
adiestramiento.
WAGNER
Incluso el sabio se siente atraído por el perro cuando está bien. Sí, él merece su favor,
pues es un
aventajado aprendiz de muchos estudiantes.
GABINETE DE ESTUDIO
FAUSTO (Entrando acompañado del perro de aguas.)
He dejado atrás el campo y la pradera, cubiertos por la oscura noche que, con un miedo
sacro, lleno de
presagios, despierta en nosotros la mejor alma. Los impulsos salvajes, con su impetuosa
fogosidad, se
han sumido en el sueño. Ahora despierta el amor humano y el amor a Dios va
animándose.
¡Quieto, perro! ¡No corras de acá para allá! ¿Qué olfateas aquí, en el umbral? Túmbate
tras la estufa, te
192
daré mi mejor cojín. Así como en el escarpado sendero nos divertiste con tus carreras,
deja ahora que te
cuide como a huésped tranquilo y bienvenido.
Ay, cuando en esta estrecha celda la lámpara arde de nuevo, amigable, en nuestro pecho
hay claridad, la
del alma que se conoce a sí misma. La razón empieza a hablar de nuevo y la esperanza
florece otra vez.
Se añoran los arroyos de la vida, se ansía llegar a las fuentes de la vida.
No gruñas, chucho. El ruido animal no armoniza con las sagradas músicas que ahora
envuelven mi
alma. Estamos acostumbrados a que los seres humanos se rían de lo que no entienden, a
que rezonguen
ante lo bueno y lo bello, que a menudo les resulta fastidioso. ¿Gruñe también el perro
como los hombres?
Pero, ay, ya no siento brotar satisfacción de mi pecho, aunque ponga en ello el mayor de
mis empeños.
¿Por qué tiene que secarse tan pronto el arroyo y hemos de sufrir sed una vez más? Ya he
experimentado
eso en muchas ocasiones, pero sé cómo satisfacer esa carencia. Aprendamos a valorar lo
sobrenatural:
ansiemos la revelación, que en ningún lugar refulge con mayores dignidad y hermosura
que en el Nuevo
Testamento. Siento el impulso de abrir este volumen con el texto original y, con honesto
sentimiento,
traducir de nuevo el sagrado texto a mi alemán querido. (Abre el volumen y se dispone a
leerlo.)
Aquí dice: «En el principio fue la Palabra». Ya empiezo a atascarme, ¿quién me ayudará
a seguir? No
puedo darle tanto valor a la Palabra. Tengo que traducirlo de otra manera. Si el Espíritu
me iluminara...
Aquí dice: «En el principio fue el Pensamiento». Piensa bien en esta línea, la primera;
que tu pluma no se
apresure. ¿Es el pensamiento el que todo lo crea y por el que todo se obra? Tal vez ponga
«En el
principio fue la Fuerza». Pero ya, al escribirlo, algo me dice que no he de dejarlo así. Me
ayuda el
Espíritu, veo cuál es su consejo y escribo confiado: «En el principio fue la Acción».
Si quieres compartir el cuarto conmigo, perro, deja ya de ladrar. No quiero sufrir la
cercanía de un
compañero tan molesto. Uno de los dos tendrá que abandonar la celda. Con disgusto
deniego tu derecho a
disfrutar de mi hospitalidad. Te abro la puerta, tienes libre el camino. Pero ¿qué veo?
¿Puede ocurrir esto
en la naturaleza? ¿Es una sombra o realidad? ¿Qué es lo que hace que mi perro de aguas
crezca y se
193
hinche? Se alza violentamente. Esa no es la forma de un perro. ¿Qué fantasma he metido
en esta casa?
Ahora tiene el aspecto de un hipopótamo de ojos de fuego y dientes espantosos. Oh, serás
mío, seguro.
Para estos engendros del infierno es buena la Clave de Salomón.
ESPÍRITUS
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194
Dentro hay uno preso,
no lo sigáis, quedaos.
Como en la trampa el zorro,
tiene miedo el demonio.
Mas, atención, ¡mirad!
Volad de un lado a otro.
Volad de arriba abajo,
y así se zafará.
Tenéis que ayudarlo,
no lo dejéis plantado,
pues a todos nosotros
nos colmó de favores.
FAUSTO
Para acercarme al animal emplearé ahora el conjuro de los cuatro: «¡Que arda la
Salamandra! ¡Que la
Ondina se enrosque! ¡Que desaparezca el Elfo y que el Duende trabaje!». Aquel que nada
sabe sobre
los elementos, sobre su enorme fuerza, sobre sus propiedades, nunca logrará dominar a
los espíritus.
«¡Desaparece en llamas, Salamandra! ¡Fluye en la rauda corriente, Ondina! ¡Elfo, brilla
en el bello
meteoro! ¡Duende, trae ayuda hogareña! ¡Adelántate y cierra la marcha!»
Ninguno de los cuatro está en el animal, pues está tranquilo y le rechinan los dientes.
Todavía no le
he hecho daño. Pero me has a oír; te invocaré aún más. ¿Acaso, compañero, ta has
escapado del
infierno? Mira entonces el símbolo ante el que se posterna el oscuro ejército. Ya se
hincha y se le
erizan los pelos. Ser vil y depravado, ¿acaso distingues la presencia del de insondable
origen, del jamás
nombrado y enviado del Cielo, vilmente asesinado? Tras la estufa, escondido, se hincha
como un elefante
y llena el cuarto entero; desea escapar. ¡No subas hasta el techo! ¡Quédate a los pies del
maestro! Yo no
amenazo en vano. ¡Obedece o te abraso! No quieras esperar la luz del triple fuego. No
quieras esperar mi
más fuerte recurso.
MEFISTÓFELES (Al disiparse la niebla aparece con la figura de un estudiante viajero
desde detrás de la
estufa.)
195
¿A qué viene tanto ruido?, ¿en qué puedo servir al señor?
FAUSTO
¿Esto es lo que había dentro del perro de aguas? ¿Un estudiante viajero? Esto me hace
reír.
MEFISTÓFELES
Saludo al erudito señor. Me ha hecho usted sudar la gota gorda.
FAUSTO
¿Cuál es tu nombre?
MEFISTÓFELES
La pregunta me parece de poca categoría para alguien que desprecia la Palabra; para
alguien que,
desdeñando toda apariencia, busca la esencia ahondando en las profundidades.
FAUSTO
En vuestro caso, señor, se puede llegar a la esencia conociendo el nombre; esto ocurriría
si supiera, con
toda claridad, si os apellidáis «Dios de las moscas», «Corruptor» o «Mentiroso». Bueno,
¿quién eres?
MEFISTÓFELES
Una parte de esa fuerza que siempre quiere el mal y siempre hace el bien.
FAUSTO
¿Qué significa ese acertijo?
MEFISTÓFELES
Soy el espíritu que siempre niega. Y lo hago con pleno derecho, pues todo lo que nace
merece ser
aniquilado, mejor sería entonces que no naciera. Por ello, mi auténtica naturaleza es eso
que llamáis
pecado y destrucción, en una palabra, el Mal.
FAUSTO
¿Por qué te defines como parte si estás entero ante mí?
MEFISTÓFELES
Te diré una discreta verdad: aunque el hombre, ese pequeño mundo de locos, suele
considerarse un todo,
yo soy una parte de la parte que al principio lo era todo. Soy una parte de la oscuridad
que la luz
engendró, esa luz soberbia que le disputa a la madre noche su antiguo rango y su lugar.
Sin embargo,
aunque se esfuerce no lo logra, pues está presa de los cuerpos. Surge de los cuerpos y a
los cuerpos
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197
embellece, pero un cuerpo opaco la detiene. Espero que esto no dure mucho tiempo y que
sucumba
pronto a los mismos cuerpos.
FAUSTO
Ahora capto tus dignas obligaciones. No puedes aniquilar nada grande, por eso empiezas
por lo pequeño.
MEFISTÓFELES
Y cierto es que no he conseguido mucho con ello. Por más que me he empeñado, no he
conseguido
destruir lo que se enfrenta a la Nada, el Algo, este mundo tan tosco. A pesar de las olas,
las tormentas, los
terremotos y los incendios, al final se quedan en paz el mar y la tierra. Y a ese maldito
engendro de vida
humana y animal tampoco hay por dónde cogerlo. ¡A cuántos he enterrado ya! Y sin
embargo, la sangre
vuelve a fluir, nueva y fresca; y así continúa todo. Es como para volverse loco. En el aire,
en el agua y en
la tierra germinan miles de semillas, ya sea el medio seco, húmedo, caliente o frío. Si no
me hubiera reservado
el fuego, no tendría nada para mí.
FAUSTO
Así opones tú al eterno poder creador y salvífico tu frío puño diabólico, que aprietas
impotente con
alevosía. ¡Emprende algo diferente, extraño hijo del caos!
MEFISTÓFELES
Te aseguro que pensaremos más en ello la próxima vez. ¿Me puedo marchar ahora?
FAUSTO
No comprendo por qué me lo preguntas. Ahora que te conozco, ven a visitarme cuando
quieras. Aquí
tienes la ventana, ahí la puerta, incluso el hueco de la chimenea está a tu disposición.
MEFISTÓFELES
He de confesarlo: hay un pequeño obstáculo que me impide salir de aquí, la estrella de
cinco puntas del
umbral.
FAUSTO
¿Te hace daño esta estrella? Pues si eso te espanta, hijo del infierno, dime entonces,
¿cómo entraste aquí?
¿Cómo conseguiste burlar a ese espíritu?
198
MEFISTÓFELES
Fíjate en ella. No está bien trazada. El ángulo que va hacia fuera, como ves, se abre
excesivamente.
FAUSTO
¡El azar ha acertado! ¡Eres mi prisionero! Pero ¿lo he conseguido por casualidad?
MEFISTÓFELES
El perro de aguas no lo vio al entrar de un salto. Pero ahora la cosa cambia, el diablo no
puede salir de
la casa.
FAUSTO
Y ¿por qué no sales por la ventana?
MEFISTÓFELES
Es una ley del diablo y los fantasmas. Allá por donde logramos entrar hemos de
marcharnos. Para lo
primero tenemos libertad, de lo segundo somos esclavos.
FAUSTO
¿Hay también leyes en el infierno? Me alegro de saberlo; entonces, ¿se podrá pactar con
vosotros,
señores?
MEFISTÓFELES
Podrás disfrutar lo pactado sin que te sea escatimado nada. Pero explicar esto requiere su
tiempo y a
tal efecto nos veremos otro día. Esta vez ruego encarecidamente que se me deje salir de
aquí.
FAUSTO
Pero, quédate un momento y dime la buenaventura.
MEFISTÓFELES
¡Déjame salir! Pronto volveré. Entonces podrás preguntarme lo que quieras.
FAUSTO
Yo no te he perseguido. Has sido tú el que ha caído en la red. Aquel que ha atrapado al
diablo, ¡que no
lo suelte!; no volverá a atraparlo por segunda vez.
MEFISTÓFELES
Si tanto lo deseas, estoy dispuesto a quedarme haciéndote compañía a condición de poder
hacerte
pasar el tiempo con mis artes.
FAUSTO
199
Me parece muy bien, tienes permiso con tal de que esas artes sean gratas.
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200
MEFISTÓFELES
Amigo mío, ganarás más para tus sentidos en esta hora, que en la monotonía de un año.
Lo que te canten
los tiernos espíritus, las bellas imágenes que te brinden, no serán un vacío juego de
magia. Tendrás placer
para el olfato y un agradable regusto en el paladar, y al final se encenderán tus
sentimientos. No es
necesario hacer preparativos. Estamos juntos, vamos a empezar.
ESPÍRITUS
Desapareced, bóvedas
oscuras de la techumbre.
Mira el mayor hechizo
del amigable y azul
éter que está penetrando.
Desvaneceos de una vez,
tenebrosas nubes negras.
Centellean estrellitas,
pues la luz de suaves soles
entre ellas se va filtrando.
Esa belleza sutil
de los hijos de los cielos,
al flotar sobre nosotras,
tímida, nos reverencia.
El deseo anhelante
acompaña nuestros pasos.
201
Y los aleteantes
flecos de los atavíos
cubren todas las tierras,
cubren la vegetación
de allí donde los amantes
muy solemnes prometieron
entregarse de por vida.
¡Follaje sobre follaje!
¡Sarmientos que echan renuevos!
El bien cargado racimo
cae en el receptáculo
del lagar que lo tritura,
y brota un gran arroyo
de vinos espumeantes
que se desliza por rápidos
de bellas piedras preciosas
y, dejando las alturas
tras de sí, en su caída,
se ensancha y hace un lago
y así la felicidad
reinará en las colinas.
Y un ejército de aves
paladea el placer.
202
Se van acercando al sol,
se aproximan a las islas
claras que, sobre las olas,
en apariencia se mueven.
Allá en coro oímos
suspiros alborozados.
Volando sobre llanuras
vemos figuras que bailan
y que se van desperezando
bajo el manto del cielo.
Algunos van escalando
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203
por las elevadas cumbres.
Otros, cruzando a nado,
cortan las olas del mar.
Otros van volando y flotan.
Todos en busca de vida,
en busca de tierras lejanas,
de estrellas acogedoras,
de gracia y serenidad.
MEFISTÓFELES
¡Duerme! ¡Muy bien, tiernos hijos del aire! ¡Lo habéis arrullado a conciencia! Estoy en
deuda con
vosotros por este concierto. -¡Todavía no eres el hombre indicando para retener al
demonio!- ¡Seducidlo
con dulces formas oníricas, hundidlo en un mar de delirios! Mas, para romper el hechizo
del umbral,
requiero el diente de un ratón... Aunque no habré de conjurarlo mucho tiempo; ya oigo
deslizarse a uno y
pronto me escuchará.
El señor de las ratas y los ratones, de las moscas, ranas, chinches y piojos, te manda que
te atrevas a
salir y roas ese umbral tan rápido como si rezumara aceite. Ya veo que sales. ¡Manos a la
obra! El pico
que me retenía era el de la esquina de delante. ¡Otro mordisco más y ya está hecho! Fausto, sigue
soñando hasta que nos volvamos a ver.
FAUSTO (Despertando.)
Entonces, ¿he sido engañado otra vez? ¿Se disipa así la fuerza de tantos espíritus? ¿Acaso
fue una
mentira, un sueño, que viniera un demonio y que un perro se me escapara?
GABINETE DE ESTUDIO
FAUSTO
¿Llaman? ¡Adelante! ¿Quién querrá incordiarme?
MEFISTÓFELES
Soy yo.
FAUSTO
¡Adelante!
MEFISTÓFELES
Lo habrás de decir tres veces.
FAUSTO
204
¡Adelante, pues!
MEFISTÓFELES
Así es como me gusta que seas. Confío en que nos toleremos. Para disipar tu mal humor
he venido aquí
vestido de hidalgo, con traje rojo, bordado en oro, con esclavina de tersa seda, una pluma
de gallo en el
sombrero y una daga larga y afilada. Y ahora te recomiendo que, sin más dilación, te
vistas igual para
que, una vez liberado, experimentes lo que es la vida.
FAUSTO
Con cualquier traje sufriré la pena de las estrecheces de la vida terrenal. Soy demasiado
viejo para
limitarme a jugar y demasiado joven para morir sin deseos. ¿Qué podrá ofrecerme el
mundo?
«¡Renuncia, tienes que renunciar!». He aquí el precepto que continuamente resuena en
nuestro oído y
que cada hora repite con ronca y acompasada voz. Por la mañana me despierto
sobresaltado, y con razón
podría llorar amargamente al ver que el nuevo día sigue con rapidez su camino sin dejar
satisfecho
ninguno de mis deseos; al ver que con su curso ahoga toda esperanza de felicidad, y que,
con la ayuda de
los ridículos y cómicos actos de la vida, hace desaparecer cuantas agradables creaciones
buscan un
albergue en mi mente. Después, al llegar la noche, me acuesto con desasosiego ni aun allí
puedo descansar,
e incluso me llenan de espanto pesados y horrorosos sueños. El espíritu que reina en mi
interior
puede conmover profundamente mi ser; no obstante, a pesar de que tiene imperio sobre
todas mis
fuerzas, no puede hacerlas obrar en el exterior: por eso me he convencido de que vivir es
una pesada
carga, por eso deseo la muerte y aborrezco la vida.
MEFISTÓFELES
Y sin embargo, en aquella noche hubo alguien que no se bebió la pócima color marrón.
FAUSTO
Parece que te gusta el fisgoneo.
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205
MEFISTÓFELES
No soy omnisciente, pero sé muchas cosas.
FAUSTO
Aunque un dulce y conocido canto, con ecos de los buenos tiempos, me apartó del
terrible abismo y
despertó lo que queda en mí de sentimientos infantiles, maldigo ahora todo lo que el alma
enreda con sus
juegos de seducción y engaño y cómo, cegándonos y adulándonos, nos ata a esta cueva
de penas. ¡Desde
ahora declaro maldita la alta opinión de sí mismo con la que el espíritu se aprisiona!,
¡maldito el engaño
de los sentidos que oprime nuestra alma!, ¡maldito todo aquello que nos embelece en
sueños: el engaño
de la fama y el renombre!, ¡maldito lo que nos halaga como posesión, como mujer y
como hijo, como
criado y arado!, ¡maldito Mammón cuando, prometiéndonos tesoros, nos anima a hazañas
temerarias y
cuando nos ofrece almohadones para nuestro ocioso placer!, ¡maldito el balsámico jugo
de uvas!,
¡maldita la más refinada caricia del amor!, ¡maldita la esperanza!, ¡maldita la fe! y, sobre
todo, ¡maldita
la paciencia!
CORO DE LOS ESPÍRITUS (Invisible.)
¡Oh, dolor!, ¡qué gran dolor!
Con un poderoso puño,
tú has conseguido destruir,
asolar y abatir
este espléndido mundo.
Un semidiós lo asoló
y nosotros llevaremos
sus ruinas hacia la nada
y lamentaremos también
esa belleza perdida.
Dotado de gran poder,
vástago de la tierra,
vuelve tú a construirlo,
con un esplendor mayor,
edifícalo en tu pecho;
con aguda inteligencia,
has de volver a dar
un nuevo curso a la vida
y, así, nuevas canciones,
mientras tanto resonarán.
206
MEFISTÓFELES
Estos son mis pequeños. Escucha cómo incitan, con sabiduría, al placer y a la acción.
Haciéndote salir de
la soledad, donde los sentidos se atrofian y los humores dejan de fluir, quieren atraerte
hacia la amplitud
del mundo. Deja ya de avivar el rencor que, como un buitre, te va devorando la vida. La
peor de las
compañías te hace sentir que eres un hombre entre los hombres. Pero no se pretende que
te sumas en el
vulgo. No soy ninguno de los grandes, pero si quieres caminar junto a mí a través de la
vida, con gusto
estaré contigo en el acto. Soy tu compañero y, si te parece bien, seré tu servidor, tu
criado.
FAUSTO
¿Y qué habré de cumplir yo a cambio?
MEFISTÓFELES
Tienes todavía un plazo largo para ello.
FAUSTO
No, no. El diablo es egoísta y no hace nada que le sea útil a otro por amor de Dios. Expón
claramente
cuáles son tus condiciones; un criado así pone la casa en peligro.
MEFISTÓFELES
Quiero ponerme a tu servicio aquí. Cuando des la señal, ni me detendré ni descansaré,
pero cuando
volvamos a encontrarnos allí, tú deberás hacer lo mismo conmigo.
FAUSTO
El futuro apenas me inquieta. Si destruyes este mundo y lo conviertes en ruinas, el otro
surgirá después.
Pero mis alegrías brotan de esta tierra y este sol ilumina mis dolores. Si he de separarme
de ellos con
antelación, entonces que ocurra lo que sea. No quiero oír nada acerca de si en el más allá
se amará o se
odiará y de si también en aquellas esferas hay un arriba y un abajo.
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207
MEFISTÓFELES
En ese caso puedes arriesgarte. Únete a mí. Durante estos días verás con placer cuáles
son mis artes. Te
daré lo que nunca ha visto hombre alguno.
FAUSTO
¿Qué podrás darme tú, pobre diablo? ¿Alguno de los tuyos ha llegado a comprender
alguna vez las altas
aspiraciones del espíritu humano? ¿Qué es lo que ofreces? Alimento que no sacia; oro
candente que,
como el mercurio, se escapa de las manos sin descanso; un juego en el que nunca se gana;
una muchacha
que, abrazada a mi pecho, ya guiña el ojo y se entiende con el más cercano; el espléndido
y divino placer
del honor, que se desvanece como un meteoro. Muéstrame frutos que se pudran antes de
nacer y árboles
que verdeen de nuevo cada día.
MEFISTÓFELES
No me asusta semejante encargo; puedo, muy bien, brindarte esos tesoros. Pero, buen
amigo, se acerca el
tiempo en el que podremos disfrutar en plena paz de algo bueno.
FAUSTO
Si llega el día en el que pueda tumbarme ociosamente, con toda tranquilidad, me dará
igual lo que sea de
mí; si entonces logras engañarme con lisonjas haciendo que me agrade a mí mismo, ese
será para mí mi
último día. En eso consistirá mi apuesta.
MEFISTÓFELES
¡La acepto!
FAUSTO
Choquemos esos cinco. Si alguna vez digo ante un instante: «¡Deténte, eres tan bello!»,
puedes atarme
con cadenas y con gusto me hundiré. Entonces podrán sonar las campanas a difuntos, que
seré libre para
servirte. El reloj se habrá parado, las agujas habrán caído y el tiempo habrá terminado
para mí.
MEFISTÓFELES
Piénsatelo bien; no lo olvidaré.
FAUSTO
208
Tienes pleno derecho a ello. No he entrado locamente en la apuesta. Si alguna vez me
siento extasiado,
seré esclavo y no preguntaré si tuyo o de otro dueño.
MEFISTÓFELES
Hoy mismo, en el banquete doctoral, cumpliré mi obligación como criado. ¡Sólo una
cosa! Por amor a la
vida o a la muerte, te ruego que escribas unas líneas.
FAUSTO
Ah, ¿exiges algo escrito, pedante? ¿No has conocido nunca a un hombre de palabra?, ¿no
es bastante que
mi palabra empeñada haya dispuesto para siempre de mis días? Si este mundo que corre
en todos sus
torrentes no me ha detenido, ¿lo hará una promesa? Pero esta locura se ha apoderado de
mi corazón,
¿quién se atreverá a liberarme de ella? ¡Afortunado aquel que lleva la fidelidad en su
pecho!, ¡no hay
sacrificio que le pese! Un pergamino escrito y sellado es un fantasma que espanta a todos.
La palabra
muere en la pluma, y el papel y la cera son los amos. ¿Qué deseas de mí, espíritu
maligno? ¿Bronce,
mármol, pergamino o papel? ¿He de escribir con pizarrín, buril o pluma? Te dejo libre la
elección.
MEFISTÓFELES
¿Por qué exageras con tanto calor tu charlatanería? Cualquier hojita valdrá. Firmarás con
una pequeña
gota de tu sangre.
FAUSTO
Si te hace ilusión, te seguiré en este grotesco juego.
MEFISTÓFELES
La sangre es un humor muy especial.
FAUSTO
No temas que rompa la alianza. Lo que ahora mismo te prometo es el alcance de toda mi
fuerza. Me he
engrandecido tanto que ya sólo pertenezco a tu rango. El gran Espíritu me ha
despreciado, ante mí se
cierra la naturaleza. Se ha roto el hilo del pensamiento, hace mucho que me asquean los
saberes. ¡Que las
pasiones que arden dentro de mí se hundan en lo profundo de la sensualidad! ¡Que todo
milagro me
espere dispuesto tras un velo mágico impenetrable! ¡Lancémonos a la embriaguez del
tiempo, a la
209
sucesión de los acontecimientos! ¡Que se alternen como quieran el dolor y el placer, el
logro y la
desazón!: solamente sin descanso se pone el hombre en actividad.
MEFISTÓFELES
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210
No se te impondrá ninguna medida ni se limitarán tus metas. Si te place picotear aquí y
allá y atrapar algo
al vuelo, tendrás aquello que te deleite. No seas estúpido y aférrate a mí.
FAUSTO
Ya oíste, no se trata sólo de gozar. Me entrego al vértigo, al placer más doloroso, al
amado odio, al
fastidio que reconforta. Mi pecho, que se ha liberado del ansia de saber, jamás se cerrará
a ningún dolor.
Quiero disfrutar dentro de mí de lo que ha disfrutado el conjunto de la humanidad. Quiero
apresar con mi
espíritu lo más elevado y lo más sumido en la profundidad, amontonar su ventura y su
dolor en mi pecho
y, de esta manera, ampliar mi yo y convertirlo en el suyo, y, al final, sucumbir como ella
misma.
MEFISTÓFELES
Ah, confía en mí, que llevo mascando hace varios miles de años ese manjar de áspero
sabor. No hay
nadie, desde la cuna hasta la tumba, que digiera la vieja levadura. Créeme: esa totalidad
sólo fue hecha
para un dios. Él se encuentra en la plena y eterna luz, a nosotros nos confinó en las
tinieblas y sólo a
vosotros os dio el día y la noche.
FAUSTO
¡Pero yo lo quiero!
MEFISTÓFELES
¡De acuerdo!, pero hay algo que me da miedo. El tiempo es breve y el arte es largo. Diría
que debieras
aprender: asóciate a un poeta que se afane en encontrar ideas y en amontonar sobre tu
cabeza de laureado
todas las nobles cualidades: el valor del león, la rapidez del cuervo, la sangre ardiente del
italiano y la
tenacidad de los del norte. Déjale que encuentre el secreto de unir magnanimidad y
astucia con el cálido
impulso juvenil que te haga enamorar conforme a un plan. Me gustaría conocer a un ser
así; le pondría
por nombre microcosmos.
FAUSTO
¿Qué soy, entonces, si no me es posible alcanzar la corona de lo humano, a la que todos
los sentidos
tienden?
211
MEFISTÓFELES
Eres, al fin y al cabo, lo que eres. Aunque te pongas una peluca con miles de rizos,
aunque te pongas
tacones de un codo de altura, seguirás siendo lo que eres.
FAUSTO
Siento que he acumulado en vano los tesoros del espíritu humano. Y ahora que me
detengo, ninguna
fuerza brota de mi interior; no soy ni un pelo más alto ni me he acercado al infinito.
MEFISTÓFELES
Mi señor, ves las cosas tal como suelen verse. Hay que actuar con mayor sutileza antes de
que se nos
escape el gozo de la vida. ¡Qué demonios! Las manos, los pies, la cabeza y hasta el
trasero son tuyos,
pero ¿no es por ello menos mío todo lo que disfruto y está rebosante de vida? Si puedo
permitirme pagar
seis caballos, ¿no hago mías sus fuerzas y, sin dejar de ser un hombre, camino con
veinticuatro patas?
Así pues, cumple tus pensamientos y lánzate al mundo. Date cuenta: un tipo que especula
es como un
animal en una llanura yerma al que un genio maligno le hace dar vueltas en círculo
mientras, a su
alrededor, hay bellos prados verdes.
FAUSTO
¿Cómo empezamos?
MEFISTÓFELES
Ahora mismo nos ponemos en marcha. ¿Qué lugar de martirio es este? ¿Qué clase de
vida es aburrirse y
aburrir a los muchachos? Deja eso para tu vecino, el señor Wanst. ¿Por qué te empeñas
en desgranar la
paja? Lo mejor que podrías conocer no puedes enseñárselo a los muchachos. ¡Ahora
mismo oigo a uno
en el pasillo!
FAUSTO
No me es posible verlo.
MEFISTÓFELES
El pobre muchacho espera desde hace mucho tiempo; no puede marcharse desconsolado.
Venga, dame la
esclavina y el birrete, este disfraz me ha de sentar bien. (Se viste.) Ahora déjalo todo en
manos de mi
212
ingenio. Sólo necesito un cuarto de hora; entretanto, prepárate para nuestro bello viaje.
(Sale FAUSTO.)
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213
(Con las largas ropas de FAUSTO.) Si desprecia la razón y la ciencia, la más potente
fuerza de los
hombres, y se fortalece con el espíritu del engaño con obras de ilusionismo y magia, ya lo
tengo en mis
manos incondicionalmente. El destino le dio un alma que avanza sin detenerse y cuyas
apresuradas
aspiraciones sobrepasan los gozos del mundo. Ya sabré arrastrarlo por la vida salvaje a
través de lo
irrelevante y lo insignificante; habrá de quedar atrapado por mí, se aferrará a mí, lo dejaré
paralizado y
avivaré su insaciabilidad haciendo pasar comida y bebida ante sus ansiosos labios.
Suplicará alivio en
vano y, aunque al diablo no se hubiera entregado, sucumbirá.
(Entra un ESTUDIANTE.)
ESTUDIANTE
Llevo aquí poco tiempo y vengo, lleno de devoción, a conocer y hablar al hombre que
todos mencionan
con respeto.
MEFISTÓFELES
¡Me congratulo al ver vuestra educación! Estáis ante un hombre como otro cualquiera.
¿Habéis andado
ya por otros sitios?
ESTUDIANTE
Os ruego que me aceptéis entre los vuestros. Vengo con toda mi buena voluntad, una
aceptable cantidad
de dinero y sangre joven y sana. Mi madre no quería que me fuera, pero quiero estudiar
algo de Leyes.
MEFISTÓFELES
Estáis en el lugar más adecuado.
ESTUDIANTE
La verdad es que me querría marchar ya: entre las paredes de estas aulas no consigo estar
a gusto. El
espacio es muy limitado. No se ve nada verde, no se ve un árbol y en esos bancos y en
esas aulas noto
que pierdo oído, vista y pensamiento.
MEFISTÓFELES
Sólo es cuestión de costumbre. Al principio tampoco el niño toma con mucho gusto el
pecho de la madre.
214
De igual modo, podréis disfrutar cada día más de los pechos de la ciencia.
ESTUDIANTE
Me gustaría ir colgado de su cuello, pero cómo podría llegar a alcanzarlo.
MEFISTÓFELES
Antes de seguir, decidme qué Facultad pensáis escoger.
ESTUDIANTE
Mi deseo es llegar a tener una buena erudición y saber qué hay sobre la tierra y en el
cielo; es decir,
comprender la ciencia y la naturaleza.
MEFISTÓFELES
Emplead bien el tiempo, pues este no deja de correr, pero el orden os enseñará a
aprovecharlo. Por ello,
querido amigo, os aconsejo que os inscribáis en primer lugar en el Collegium Logicum.
Allí os
adiestrarán bien el pensamiento, calzándolo con normas para que avance por la senda del
espíritu y no
persiga bagatelas vagando de un lado a otro. Entonces aprenderéis un día que lo que antes
hacíais de un
golpe, como el comer o el beber, ahora requiere uno, dos y tres. Cierto es que en el taller
del pensamiento
ocurre como en la obra maestra de un tejedor, donde un solo impulso mueve a la vez mil
hilos. La
lanzadera se pone en marcha, va de arriba abajo y un solo golpe da lugar a mil tramas. El
filósofo que
considere este asunto os demostrará que es así, porque si lo primero es así, así será lo
segundo y por ello
serán así lo tercero y lo cuarto. Y si lo primero y lo segundo no fueran, lo tercero y lo
cuarto nunca
hubieran sido. Esto lo saben los estudiantes de todos los lugares, pero jamás se han hecho
tejedores. El
que quiera conocer y describir algo viviente, que empiece por echar fuera el espíritu y,
así, tendrá las
partes en su mano. Pero entonces, por desgracia, le faltarán los lazos del espíritu.
Encheiresin
naturae, dice la química burlándose de sí misma.
ESTUDIANTE
No consigo entenderos plenamente.
MEFISTÓFELES
Con el tiempo os irá mejor cuando sepáis reducirlo todo y clasificarlo como corresponde.
ESTUDIANTE
Me siento tan torpe como si en mi cabeza girara una rueda de molino.
MEFISTÓFELES
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216
Más tarde, antes de afrontar otras cosas, deberíais dedicaros a la Metafísica. Veréis cómo
comprendéis
con claridad lo que no cabe en cabeza humana; quepa o no quepa, siempre encontramos a
nuestra
disposición una brillante frase. Pero, ante todo, en este semestre, seguid el mejor orden.
Oíd cinco
lecciones cada día y entrad cuando suene la campana. Preparaos primero
minuciosamente, estudiando
muy bien los apuntes, para que volváis a ver de nuevo que no dicen nada diferente de lo
que hay en el libro.
Pero esforzaos en la toma de apuntes como si os los dictara el Espíritu Santo.
ESTUDIANTE
No tendréis que decírmelo dos veces. Comprendo que es algo muy útil, pues lo que se
tiene en negro
sobre blanco puede llevarse tranquilamente a casa.
MEFISTÓFELES
¡Pero habéis de elegir la Facultad!
ESTUDIANTE
El Derecho no acaba de gustarme.
MEFISTÓFELES
No he de ser yo quien os lo tome a mal; sé lo que ocurre con esa doctrina. La Ley y el
Derecho se
heredan como una enfermedad incurable, se deslizan de generación en generación y
avanzan de un lugar
a otro. La razón se convierte en algo absurdo, la bondad en perjuicio. Y ¡ay de ti si eres
nieto! Del
Derecho que nace con nosotros no se habla jamás.
ESTUDIANTE
Con eso hacéis que aumente mi aversión. Dichoso aquel al que instruís. Casi voy a
estudiar Teología.
MEFISTÓFELES
No querría extraviaros, pero, en lo que toca a esa ciencia, es difícil evitar el camino
errado. En ella hay
mucho veneno y apenas puede distinguirse de la Medicina. Lo bueno aquí es que oigáis
sólo a uno y
juréis por la familia del maestro. En definitiva, ateneos a la palabra, así entraréis por la
puerta segura del
templo del saber.
ESTUDIANTE
217
Pero ha de haber concepto en la palabra.
MEFISTÓFELES
¡Bien! Pero no hay por qué angustiarse, pues allá donde faltan conceptos se encaja
oportunamente la
palabra. Con palabras se puede discutir acertadamente, con palabras se puede construir un
sistema; se
puede creer en las palabras. No hay que escatimarle ni una jota a una palabra.
ESTUDIANTE
Perdonad que os haga tantas preguntas, pero aún tengo que pediros que os sigáis
esforzando por mí. ¿No
podríais darme un consejo sincero sobre Medicina? Tres años es poco tiempo y, ¡Dios!, el
campo es
demasiado amplio; con una indicación, podemos avanzar mucho mejor.
MEFISTÓFELES (Hablando para sí.)
Estoy cansado de esta sobriedad, debo hacer nuevamente de demonio. (En voz alta.) El
sentido de la
Medicina es fácil de entender. Ella estudia el mundo grande y el pequeño para,
finalmente, dejar que todo
vaya como Dios quiera. Es cosa vana que sigáis dando vueltas y sudando tras la ciencia.
Todo el mundo
aprende lo que se puede aprender, pero el hombre perfecto es aquel que aprovecha su
momento. Tenéis
una buena constitución física y no os falta audacia; si confiáis en vos mismo, la gente
confiará en vos.
Aprended especialmente a dominar a las mujeres. Sus eternos y múltiples lamentos y
quejas se curan
solamente desde un punto y os bastará comportaros con mediana decencia para tenerlas a
todas a
vuestros pies. Un título debe convencerlas de que vuestro arte es superior a muchos artes.
Para empezar,
atreveos a hacer cosas que otro tan sólo se atrevería a rozar durante muchos años,
aprended a tomarles el
pulso y, con mirada audaz y fogosa, oprimidles sus estrechas caderas para ver qué bien
apretado tienen el
corsé.
ESTUDIANTE
Esto tiene mucha mejor pinta. Se ve el dónde y el cómo.
MEFISTÓFELES
Querido amigo, toda teoría es gris, pero es verde el áureo árbol de la vida.
ESTUDIANTE
218
Juraría que estoy soñando. ¿Podría molestaros de nuevo para oíros ir hasta los
fundamentos de vuestra
sabiduría?
MEFISTÓFELES
En lo que de mí dependa, no habrá ningún problema.
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219
ESTUDIANTE
No puedo marcharme sin presentaros mi libro de recuerdos. ¿Me haríais el favor de
escribir algo?
MEFISTÓFELES (Lee.)
«Eritis sicut Deus scientes bonum et malum». (Cierra el libro con veneración y se
despide.) Sólo sigue el
viejo dicho y a mi tía la Serpiente, y algún día tu semejanza con Dios te causará espanto.
FAUSTO (Entrando.)
¿Adónde iremos?
MEFISTÓFELES
Iremos donde quieras. Veremos el Gran Mundo y el Pequeño. Con qué alegría y qué
provecho harás este
viaje.
FAUSTO
Pero, a pesar de mi larga barba, me falta la naturalidad de trato. No resultará bien el
ensayo, no sabré
manejarme bien por la vida. Me siento empequeñecido ante los otros, siempre estaré
cohibido.
MEFISTÓFELES
Mi buen amigo, todo llegará a su debido tiempo. Tan pronto como tengas confianza,
sabrás vivir.
FAUSTO
¿Nos vamos, pues, de casa? ¿Dónde están los caballos, el coche y el cochero?
MEFISTÓFELES
Basta con que extendamos las capas y ellas nos llevarán por los aires. Para dar este osado
paso no debes
llevar nada contigo. Un poco de aire ardiente que he preparado nos alzará del suelo.
Como somos ligeros,
subiremos. Te felicito por tu nueva vida.
TABERNA DE AUERBACH
(Alegres compadres de taberna.)
FROSCH
¿Nadie quiere beber?, ¿nadie se ríe? ¡Ojo, que os voy a poner mala cara! Vosotros, que
en otras
ocasiones ardéis en llamas, estáis hoy como paja mojada.
BRANDER
220
Es por tu culpa. No aportas nada, ni una sandez, ni una mamarrachada.
FROSCH (Le vierte un vaso de vino en la cabeza.)
Ahí tienes ambas.
BRANDER
Eres un cerdo por partida doble.
FROSCH
Si tú lo has querido, así ha de ser.
SIEBEL
¡Afuera los que riñen! ¡Cantemos a pleno pulmón! ¡Bebed y gritad! ¡Hala, eh!
ALTMAYER
¡Pobre de mí!, estoy perdido. ¡Que me traigan algodones para los oídos! Este muchacho
me los va a
reventar.
SIEBEL
Si la bóveda resuena, se siente la potencia del bajo.
FROSCH
¡Vamos!, y que se vaya quien se lo tome mal. Tra-la-rá-lará.
ALTMAYER
Tra-la-rá-la-rá.
FROSCH
Las gargantas están bien templadas. (Cantando.)
Querido y Sacro Imperio Romano,
¿cómo puedes tenerte aún en pie?
BRANDER
¡Repelente! ¡Una canción política, una canción triste! Agradece a Dios cada día que no
tengas que
preocuparte por el Imperio Romano. Me parece un magnífico logro no ser ni emperador
ni canciller.
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221
Pero no debe faltar un mandatario. Elijamos Papa. Sabéis qué cualidad es la importante,
la que eleva al
hombre.
FROSCH (Canta.)
Flota por el aire, señora ruiseñor.
Saluda diez mil veces a mi amorcito.
SIEBEL
Ningún saludo al amorcito. No quiero oír hablar de eso.
FROSCH
No me impedirás ni saludar ni besar al amorcito. (Canta.)
Se abre el cerrojo, en la noche oscura.
Se abre el cerrojo, la amada se despierta.
Se cierra el cerrojo, en la clara mañana.
SIEBEL
¡Sí, canta, canta, alábala y elógiala! Cuando me llegue el turno, me reiré. A mí me
engañó y contigo
hará lo mismo. A la amada, que le regalen un duende que retoce con ella en un Via-crucis
y un viejo
macho cabrío que, cuando regrese del Blocksberg, le bale un «buenas noches» al galope.
Para esa
fulana es demasiado bueno un muchacho de carne y hueso auténticos. El único saludo
que le haría sería
romperle los cristales de su ventana.
BRANDER (Dando golpes en la mesa.)
¡Atended, atended! ¡Escuchadme! Confesad, señores, que yo sé vivir bien. Aquí se
sientan personas
enamoradas y conforme a la buena educación. A estos, al darles las buenas noches, hay
que
obsequiarles con algo. ¡Atención! ¡Oídme la canción de última moda! ¡Cantad conmigo
fuerte el
estribillo! (Canta.)
Había una rata en la despensa
que sólo comía grasa y mantequilla,
tenía una panza tan lustrosa
como la tuvo el buen Doctor Lutero.
Mas la cocinera le puso veneno
y la vida se le hizo tan angustiosa
como si en el pecho abrigara el amor.
CORO (Jubiloso.)
222
Como si en el pecho abrigara el amor.
BRANDER
Empezó a dar vueltas, luego salió.
Quiso apagar su ardor en todos los charcos.
Royó y arañó la casa entera.
Brincaba y se retorcía de dolor;
pronto el animal su vida acabó
como si en el pecho abrigara el amor.
CORO
Como si en el pecho abrigara el amor.
BRANDER
Un día claro, siendo presa del miedo,
la rata cruzó corriendo la cocina,
cayó en el horno y un respingo dio
y empezó a respirar con dificultad.
La envenenadora con ganas se rió.
Ja, está con un pie en la sepultura
como si en el pecho abrigara el amor.
CORO
Como si en el pecho abrigara el amor.
SIEBEL
Cómo se divierten estos muchachos tan simplones. Me gusta mucho el arte de echarles
veneno a las
pobres ratas.
BRANDER
¿Tienes predilección por ellas?
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223
ALTMAYER
El ventrudo calvete se enternece con la desgracia. Ve su propia imagen reflejada en la de
la hinchada
rata.
(Entran FAUSTO y MEFISTÓFELES.)
MEFISTÓFELES
Antes de nada, quiero ponerte en compañía de gentes alegres para que veas lo fácil que es
la vida. Para
el pueblo aquí reunido, todos los días son fiesta. Con poco talento y mucho placer, todos
giran
danzando en estrechos círculos, como gatitos persiguiendo su cola. Mientras que no se
quejen de dolor
de cabeza, el tabernero les sigue fiando y están satisfechos y despreocupados.
BRANDER
Parece que están de viaje, tienen un aspecto extraño; seguro que no llevas aquí ni una
hora.
FROSCH
Verdaderamente tienes razón. Adoro mi Leipzig. Es como un pequeño París que deja su
impronta en la
gente.
SIEBEL
¿De dónde crees que son esos forasteros?
FROSCH
¡Voy a ver! Con un solo vaso y con la facilidad con la que se arranca un diente voy a
sonsacar a estos
tipos. Parecen de familia distinguida, tienen aires altivos y descontentos.
BRANDER
Apuesto a que son charlatanes de fiesta.
ALTMAYER
Quizá.
FROSCH
Ved cómo me río de ellos.
MEFISTÓFELES (A FAUSTO.)
La gentuza del pueblo no siente la presencia del diablo aunque les esté cogiendo por el
cuello.
FAUSTO
¡Sean saludados, señores!
224
SIEBEL
Muchas gracias, igualmente. (A media voz, mirando a MEFISTÓFELES de reojo.) ¿Por
qué cojeará
ese?
MEFISTÓFELES
¿Nos permiten sentarnos con ustedes? En lugar de un buen trago, que aquí falta,
disfrutaremos de la
compañía.
ALTMAYER
Parece usted un hombre muy bien tratado por la vida.
FROSCH
¿Han salido esta noche de Rippach con retraso? ¿Han cenado en casa del señor Hans?
MEFISTÓFELES
Hoy hemos pasado de largo ante su casa; la última vez ya charlamos con él. Nos habló
mucho de sus
primos. Nos dio recuerdos para todos. (Se inclina haciéndole una reverencia a FROSCH.)
ALTMAYER (En voz baja.)
¡Chúpate esa! Este sí que entiende.
SIEBEL
Es todo un sinvergüenza.
FROSCH
Descuida, que ya le cazaré.
MEFISTÓFELES
Si no me equivoco, al llegar escuchábamos un coro de voces bien entonadas. Sin duda
alguna, el canto
debe resonar muy bien bajo estas bóvedas.
FROSCH
Seguro que usted es un virtuoso.
MEFISTÓFELES
No; mi capacidad es endeble, pero el placer es grande.
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225
ALTMAYER
¡Cántenos algo!
MEFISTÓFELES
Si lo desean; puedo entonar muchas canciones.
SIEBEL
Una pieza nueva.
MEFISTÓFELES
Acabamos de volver de España, el bello país del vino y sus canciones. (Canta.)
Había una vez un rey
que tenía una gran pulga.
No era poco lo que la amaba.
La quería como a su hija.
Entonces llamó a su sastre
y su sastre allí acudió.
Al noble le tomó medidas
y le hizo calzas y jubones.
BRANDER
No olvidéis encarecerle al sastre que mida con la máxima exactitud y que, si tiene estima
por su cabeza,
no le salgan arrugas en las calzas.
MEFISTÓFELES
De terciopelo y de seda
iba aquella pulga vestida,
de su jubón colgaban bandas
y estaba prendida una cruz.
Llegó enseguida a ministro
con magna condecoración.
Fue entonces cuando sus parientes
renombre en la corte tuvieron.
Las damas y los cortesanos
sufrieron enorme fastidio.
A la reina y sus doncellas
ellas picaron e incordiaron.
Mas aplastarlas no podían,
aunque todo les escociera.
Las aplastamos y matamos
tan pronto como una nos pica.
CORO (Jubiloso.)
Las aplastamos y matamos
tan pronto como una nos pica.
226
FROSCH
¡Bravo!, ¡bravo!, eso estuvo muy bien.
SIEBEL
Ese es el merecido de todas las pulgas.
BRANDER
Hay que afilar las uñas y machacarlas.
ALTMAYER
¡Viva la libertad!, ¡viva la vida!
MEFISTÓFELES
Alzaría mi copa para honrar la libertad, si vuestro vino fuera más bueno.
SIEBEL
No queremos volver a oír eso.
MEFISTÓFELES
Me temo que el tabernero se ofendería, pero, de no ser así, daría de mis bodegas algo
mejor a estos
dignos huéspedes.
SIEBEL
Venga, venga, esta corre por mi cuenta.
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227
FROSCH
Procuradnos un buen trago y os alabaremos. Pero no nos deis catas muy pequeñas, que yo
para juzgar
necesito tener la boca llena.
ALTMAYER (En voz baja.)
Me parece que son del Rin.
MEFISTÓFELES
Conseguidme una barrena.
BRANDER
¿Para qué? ¿Pero es que no tenéis los barriles ante la puerta?
ALTMAYER
Ahí, detrás del tabernero, hay una espuerta con herramientas.
MEFISTÓFELES (Toma la barrena. A FROSCH.)
Ahora dígame, ¿qué quiere usted probar?
FROSCH
Pero, ¿qué significa esto?, ¿tenéis varios vinos?
MEFISTÓFELES
¡Ofrezco a cada cual su preferido!
ALTMAYER
Ah, ¡ya empiezas a relamerte!
FROSCH
¡Bien! Si tengo que elegir, prefiero tomar vino del Rin. La patria nos ofrece las mejores
dádivas.
MEFISTÓFELES (Mientras va haciendo un agujero en el canto de la mesa, a la altura del
sitio donde se
sienta FROSCH.)
Consígame un poco de cera para hacer espitas.
ALTMAYER
Ah, son juegos de ilusionismo.
MEFISTÓFELES
¿Qué queréis?
BRANDER
Quiero vino de la Champaña, y debe tener mucha espuma.
(MEFISTÓFELES sigue barrenando mientras otro va haciendo y colocando los tapones
de cera.)
No se puede estar evitando lo extranjero constantemente. A menudo, lo bueno se
encuentra lejos de
nosotros. Un auténtico alemán no soporta a un francés, pero bebe con gusto sus vinos.
SIEBEL (Mientras MEFISTÓFELES se va acercando a su sitio.)
Lo confieso: no me gusta el seco. Dadme un vaso de genuino vino dulce.
MEFISTÓFELES (Barrenando.)
Enseguida saldrá Tokay de aquí.
228
ALTMAYER
¡Nada, señores, mírenme a la cara! Sé que este hombre nos está tomando el pelo.
MEFISTÓFELES
¿Qué me dice usted? Con estos distinguidos huéspedes sería demasiado atrevimiento.
Rápido, diga con
franqueza qué vino he de servirle.
ALTMAYER
Cualquiera. Y no pregunte tanto.
(Una vez que los agujeros han sido barrenados y taponados.)
MEFISTÓFELES (Con gestos raros.)
La cepa tiene racimos,
el macho cabrío cuernos;
el vino es jugoso, la cepa leñosa,
la mesa de madera da también vino.
Mirad la naturaleza.
Creed, esto es un milagro.
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229
Quitad los tapones y disfrutad.
TODOS (Mientras quitan los tapones y reciben en el vaso el vino deseado.)
¡Qué buena fuente esta que nos sacia!
MEFISTÓFELES
Tened cuidado de derramar nada (Ellos continúan cantando.)
TODOS (Cantando.)
Nos va hacer el caníbal
como a quinientos puercos.
MEFISTÓFELES
El pueblo es libre. Ved lo bien que le va.
FAUSTO
Me gustaría marcharme ahora mismo.
MEFISTÓFELES
Primero asiste a ver cómo se manifestará la bestialidad de modo esplendoroso.
SIEBEL (Bebe descuidadamente. El vino cae al suelo y se convierte en llamas.)
¡Socorro!, ¡fuego!,
¡socorro!, ¡arde el infierno!
MEFISTÓFELES (Hablando a la llama.)
Tranquilízate, amigo elemento. (A los compadres.) Esta vez sólo fue una pavesa del
purgatorio.
SIEBEL
¿Qué es eso? Espera. La va a pagar. Me parece que no sabéis quiénes somos.
FROSCH
¡Que no se atreva a hacerlo por segunda vez!
ALTMAYER
Creo que lo mejor es decirle que se vaya de aquí.
SIEBEL
¿Qué pasa, señor? ¿Os divierten vuestros juegos de magia?
MEFISTÓFELES
Cállate ya, viejo tonel de vino.
SIEBEL
Palo de escoba, ¿aún quieres insultarnos?
BRANDER
Espera, que te va a caer una lluvia de palos.
ALTMAYER (Quita un tapón de la mesa y le viene fuego encima.)
Me quemo, me quemo.
SIEBEL
Brujería. Vamos a por él, se ha abierto la veda.
(Sacan las navajas y se acercan a MEFISTÓFELES.)
230
MEFISTÓFELES (Con ademanes serios.)
¡Falsos dichos e imágenes
que trastornáis los sentidos!
¡Estad aquí y allá!
(Se quedan aturdidos mirándose unos a otros.)
ALTMAYER
¿Dónde estoy? ¡Qué bello país!
FROSCH
¿Es cierto que estoy viendo viñas?
SIEBEL
Y los racimos están a mano.
BRANDER
Aquí, en esta verde vegetación, ¡mirad qué racimos!, ¡mirad qué uvas! (Agarra a SIEBEL
por la
nariz; los otros lo hacen mutuamente y levantan las navajas.)
MEFISTÓFELES (Como antes.)
Error, quítales la venda de los ojos. Ahora comprobad cómo se divierte el demonio.
(Desaparece con
FAUSTO mientras los compadres se separan unos de otros.)
SIEBEL
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231
¿Qué es esto?
ALTMAYER
¿Cómo?
FROSCH
¿Era esta tu nariz?
BRANDER (A SIEBEL.)
Y la tuya la tengo en la mano.
ALTMAYER
Este golpe me ha hecho estremecer los miembros. Traedme una silla, que me caigo.
FROSCH
No; dime ¿qué ha pasado?
SIEBEL
¿Dónde está ese tipo? Si lo encuentro, no se me ha de escapar vivo.
ALTMAYER
Yo lo he visto salir por la puerta cabalgando sobre un tonel. Mis pies pesan como el
plomo.
(Volviendo a la mesa.) Y no sigue manando ese vino.
SIEBEL
Fue todo un engaño. Mentira y apariencia.
FROSCH
Pues a mí me parece como si hubiera bebido vino.
BRANDER
Y ¿qué era aquello de las uvas?
ALTMAYER
Y ahora, que alguien me diga que no hay que creer en milagros.
COCINA DE BRUJA
(En un hogar bajo hay una gran marmita sobre el fuego. En los vapores que salen hacia
arriba
se vislumbran diversas formas. Una mona está sentada ante la marmita espumándola y
cuidando de que no rebose su contenido. Él, con sus crías, está sentado a su lado
calentándose.
Las paredes y el techo están adornados con el más raro instrumental de brujería.)
(FAUSTO junto a MEFISTÓFELES.)
FAUSTO
¡Me repugna esta estúpida brujería! ¿Y tú me prometes que voy a curarme en este caos de
locura?
¡Pedir consejos a una vieja! ¿Y estas cochambrosas artes culinarias me quitarán treinta
años de encima?
232
¡Pobre de mí si es que no sabes algo mejor! ¿No habrá encontrado la naturaleza, o tal vez
un espíritu
noble, el bálsamo adecuado?
MEFISTÓFELES
Amigo, vuelves a hablar con perspicacia. Para hacerte más joven hay un medio natural,
pero viene en
otro libro y es un capítulo muy raro.
FAUSTO
¡Quiero saberlo!
MEFISTÓFELES
Un medio que no requiere ni dinero, ni médico, ni hechizos: sal inmediatamente al campo
y ponte a
escarbar y a cavar; manténte a ti y a tu pensamiento dentro de un círculo muy limitado;
aliméntate de
comidas no muy sazonadas; vive junto al rebaño y como parte del rebaño, y no creas
excesivo abonar el
terreno en el que hiciste la recolecta. ¡Créeme, ese es el modo de llegar joven a los
ochenta!
FAUSTO
No estoy acostumbrado, no podría habituarme a tomar la azada en mi mano. No me va
vivir con
estrecheces.
MEFISTÓFELES
De ahí que tenga que entrar en danza la bruja.
FAUSTO
¿Y por qué ha de hacerlo precisamente la vieja?, ¿no puedes tú mismo preparar la
pócima?
MEFISTÓFELES
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233
¡Menuda pérdida de tiempo! Prefiero, entretanto, construir mil puentes. No sólo hacen
falta arte y
ciencia, también se precisa paciencia para realizar la obra. Un espíritu tranquilo está
activo muchos
años; sólo el tiempo provee de poderes a un sutil fermento. Y todos los ingredientes son
sorprendentes.
Aunque el demonio le ha enseñado, el demonio no lo puede hacer. (Reparando en LOS
ANIMALES.)
¡Mira qué diminuta y agradable especie! Aquí está la sirvienta; allí el criado. (Mirando a
LOS
ANIMALES.) Al parecer, la señora no está en casa.
LOS ANIMALES
Está comiendo fuera de casa; salió ponla chimenea.
MEFISTÓFELES
Decidme, ¿cuánto tiempo emplea, de ordinario, en sus diversiones?
LOS ANIMALES
El mismo que empleamos nosotros en calentarnos las patas.
MEFISTÓFELES
¿Qué te parecen estos tiernos animales?
FAUSTO
¡Del peor gusto que he visto nunca!
MEFISTÓFELES
No; una charla como esta es precisamente la que más me gusta tener. (A LOS
ANIMALES.) Entonces
decidme, muñecos malditos, qué es ese puré que se cocina en la olla que rondáis. .
LOS ANIMALES
Estamos cocinando una gran sopa para pobres.
MEFISTÓFELES
Entonces tendréis mucho público.
EL MONO (Acercándose y adulando a MEFISTÓFELES.)
¡Juguemos a los dados!
Quiero hacerme rico.
¡Haz que gane mi apuesta!
El asunto va mal.
Si tuviera dinero,
tendría inteligencia.
MEFISTÓFELES
¡Qué feliz se sentiría este mono si pudiera jugar a la lotería.
234
(Entretanto, las pequeñas crías de mono se han puesto a jugar con una gran bola dorada
y la hacen rodar.)
EL MONO
El mundo es así,
va subiendo y bajando
y no deja de rodar.
Resuena cual cristal
que quebradizo es.
Por dentro está vacío.
Mucho brilla aquí,
y allí aún más.
Estoy lleno de vida.
Hijo de mi amor,
ten cuidado con él.
Al final morirás.
El mundo es de barro,
se pulverizará.
MEFISTÓFELES
¿Para qué sirve la criba?
EL MONO (Descolgándola.)
Si fueras un ladrón te reconocería. (Corre hacia donde está LA MONA y la hace mirar a
través
de la criba.)
¡Mira bien por la criba!
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235
¿Conoces al ladrón
y no puedes nombrarlo?
MEFISTÓFELES (Acercándose al fuego.)
¿Y este puchero?
EL MONO Y LA MONA
Es estúpido y simple.
No conoce el puchero.
No conoce la marmita.
MEFISTÓFELES
¡Qué animal tan mal educado!
EL MONO
Toma este soplillo
y en el sillón siéntate.
(Insta a MEFISTÓFELES a sentarse.)
FAUSTO (Que entretanto ha estado frente al espejo, tan pronto acercándose como
alejándose
de él.)
¿Qué veo? ¿Qué visión celestial se refleja en este espejo mágico? ¡Oh amor, préstame tus
alas más
ligeras y llévame a su país! Ah, si me quedara aquí, si me atreviera a acercarme. ¡Esta es
la más bella
imagen de mujer! ¿Es posible que una mujer sea tan hermosa? ¿Es posible que, en el
cuerpo tendido de
esta mujer, esté reunida toda la belleza de los cielos? ¿Existirá algo así sobre la tierra?
MEFISTÓFELES
Claro, si un Dios se afana durante seis días y al último se vitorea a sí mismo, tiene que
haber dado lugar
a algo muy logrado. Por esta vez, mira hasta saciarte. Sabré hacerte hallar este pequeño
tesoro, y feliz el
que tenga la buena suerte de llevársela a casa como esposa. (FAUSTO se sigue mirando
al espejo.
MEFISTÓFELES, arrellanándose en el sillón y jugando con el soplillo, continúa
hablando.)
Aquí estoy, sentado como el rey en el trono. Aquí empuño el cetro, sólo me falta la
corona.
LOS ANIMALES (Que hasta entonces han hecho todo tipo de movimientos, le traen a
MEFISTÓFELES una corona haciendo gran griterío.)
236
Oh, haznos el favor,
con sudor y con sangre
péganos la corona.
(Caminando torpemente con la corona, MEFISTÓFELES la rompe en dos pedazos, con
los que dan vueltas y saltan.)
Ya ha ocurrido.
Hablamos y vemos,
rimamos y oímos.
FAUSTO (Frente al espejo.)
Ay de mí! Casi me estoy volviendo loco.
MEFISTÓFELES (Señalando a los animales.)
También a mí me empieza a flaquear la cabeza.
LOS ANIMALES
Si tenemos suerte
y todo concuerda,
tendremos ideas.
FAUSTO (Como antes.)
Mi pecho empieza a arder. Alejémonos cuanto antes.
MEFISTÓFELES (Con la postura anterior.)
Bueno, al menos hay que reconocer que son unos poetas muy sinceros.
(La marmita que LA MONA ha dejado hasta ahora descuidada empieza a rebosar; sale
una
gran llama que sube por la chimenea. LA BRUJA baja a través de la llama dando unos
gritos
espantosos.)
LA BRUJA
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237
Ay, ay, ay. Maldito animal, condenada puerca. Has descuidado la caldera, has
chamuscado a tu señora.
Maldito animal. (Mirando a FAUSTO y a MEFISTÓFELES.)
¿Qué ha pasado aquí?
¿Quiénes sois vosotros dos?
¿Qué es lo que queréis?
¿Quién os hizo entrar?
¡Que el fuego del infierno arda en vuestros huesos!
(Mete la espumadera en la marmita y empieza a salpicar con llamas a FAUSTO,
MEFISTÓFELES y a
LOS ANIMALES. LOS ANIMALES aúllan.)
MEFISTÓFELES (Que le da la vuelta al soplillo que tiene en la mano y golpea las
vasijas de cristal y
las ollas.)
Por el suelo, por el suelo,
ahí está tu brebaje,
ahí están tus vasijas.
Esto es sólo una broma,
puta vieja, es el ritmo
propio de tu melodía.
(Mientras LA BRUJA retrocede llena de horror y espanto.) ¿Me reconoces, esqueleto?,
¿eh, espantajo?
¿Reconoces a tu señor y maestro? No sé qué me impide golpearos y destrozaros a ti y a
tus espíritus
animales. ¿Le has perdido el respeto al jubón rojo? ¿Ya no puedes reconocer la pluma de
gallo? ¿He
ocultado mi rostro? ¿Tengo que anunciarme por mi nombre?
LA BRUJA
Oh, señor, perdona este grosero saludo, pero no he visto ningún pie de caballo. ¿Dónde
están vuestros
dos cuernos?
MEFISTÓFELES
Por esta vez saldrás del apuro, pues es cierto que hace mucho tiempo que no nos vemos.
También la
cultura, que a todo el mundo barniza, se ha extendido al demonio. Ya no es posible ver al
fantasma
nórdico. ¿Dónde están los cuernos, la cola y las garras? Y en cuanto al pie, del que no
puedo prescindir,
238
sé que me causaría cierto perjuicio entre la gente. Por ello, como algunos hombres
jóvenes, me sirvo
desde hace muchos años de falsas pantorrillas.
LA BRUJA (Bailando.)
Casi pierdo el sentido y el entendimiento. He aquí de nuevo al noble señor Satán.
MEFISTÓFELES
Mujer, no vuelvas a repetir ese nombre.
LA BRUJA
¿Por qué?, ¿qué daño os hace?
MEFISTÓFELES
Hace ya tiempo que fue escrito en el libro de las fábulas, sin que por eso los hombres
hayan mejorado.
Están libres del Maligno, pero los males se han quedado. Llámame señor Barón; así
queda mejor. Soy
un caballero igual que otros. Tú no dudarás de mi sangre azul. Mira, estas son mis armas.
(Hace un
gesto obsceno.)
LA BRUJA (Ríe con desmesura.)
¡Ja!, ¡ja! Ese es vuestro estilo. Seguís siendo un pícaro, como lo habéis sido siempre.
MEFISTÓFELES (A FAUSTO.)
Amigo, echa cuenta de esto; este es el modo de tratar con las brujas.
LA BRUJA
Ahora, decidme, señores, qué deseáis.
MEFISTÓFELES
Un buen vaso del conocido jugo. Pero quiero que sea del más añejo. Con los años redobla
su efecto.
LA BRUJA
¡Con mucho gusto! Aquí tengo una botella de la que me gusta de vez en cuando beber y
que no apesta
en absoluto. Os daré un vasito con gran placer. (En voz baja.) Pero si este hombre bebe
sin estar
preparado, sabéis que no vivirá ni una hora.
MEFISTÓFELES
Es un buen amigo y le sentará muy bien. Quiero que disfrute de lo más escogido de tus
artes culinarias.
Traza tu círculo, pronuncia tus ensalmos y dale una taza llena.
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239
(LA BRUJA, con extraños gestos, traza un círculo y va depositando dentro de su
contorno
cosas extrañas. Entretanto, los vasos empiezan a tintinear, las marmitas a resonar y a
hacer
música. Finalmente trae un libro, coloca a los monos dentro del círculo. Estos le sirven de
pupitre y le sostienen la antorcha. Hace un gesto a FAUSTO para que se acerque a ella.)
FAUSTO (A MEFISTÓFELES.)
No; dime ¿a qué va a dar lugar esto? Esos trucos absurdos, esos gestos locos, este engaño
de mal gusto
ya son bastante conocidos y odiados por mí.
MEFISTÓFELES
¡Ea, qué tontería! Esto es sólo una broma. No seas tan estricto. Como médico, ella debe
hacer un
ensalmo para que el jugo le salga bien. (Apremia a FAUSTO a entrar en el círculo.)
LA BRUJA (Empieza a declamar con énfasis un párrafo del libro.)
Debes entender.
Haz de uno diez
y réstale dos
e iguálalo a tres.
Serás rico así.
Quítale el cuatro.
Con cinco y seis,
te avisa la bruja,
siete y ocho harás.
Llegó ya el final:
nueve es igual a uno
y diez no es ninguno.
Esta es la tabla de multiplicar de la bruja.
FAUSTO
Me parece que esta vieja delira.
MEFISTÓFELES
Pues todavía falta mucho para que esto acabe. Sé muy bien que así suena el libro entero;
he perdido
mucho tiempo con él. Una contradicción perfecta es tan misteriosa para los listos como
para los tontos.
Amigo mío, el arte es viejo y nuevo. Con él se difundió para la posteridad el error en
lugar de la verdad:
con el tres y el uno y con el uno el tres. Así se charla y se enseña sin trabas. ¿Quién se
ocupa de los
240
locos? Cuando el hombre oye palabras, cree habitualmente que estas ofrecen materia para
pensar.
LA BRUJA (Continúa.)
La enorme fuerza
que tiene la ciencia
queda oculta al mundo.
Pero el que no piensa
que le es brindada
la obtiene de balde.
FAUSTO
¿Qué tonterías nos está diciendo? Pronto me estallará la cabeza. Me parece estar
escuchando un coro de
cien mil dementes.
MEFISTÓFELES
Ya basta, ya basta, perfecta sibila. Trae la bebida y llena la copa hasta los bordes. Este
jugo no le hará
daño a mi amigo: es un hombre con muchos grados que otros tragos ha tenido ya que
beber.
(LA BRUJA, muy ceremoniosamente, escancia la bebida en una copa; al llevársela
FAUSTO
a la boca, surge una tenue llama.)
¡Venga, adentro!, ¡de un trago! ¿Estás hablando de tú a tú con el diablo y te asusta el ver
una llama?
(LA BRUJA rompe el círculo. FAUSTO sale.) ¡Venga afuera!, ¡no debes quedarte
quieto!
LA BRUJA
Que os aproveche el trago.
MEFISTÓFELES
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241
Si puedo hacerte algún favor, pídemelo por Walpurgis.
LA BRUJA
¡Esta es una canción! Si la cantáis de vez en cuando, notaréis ciertos efectos.
MEFISTÓFELES
Vamos, deprisa, deja que te guíe. Tienes que sudar para que te invada su fuerza por
dentro y por fuera.
A partir de ahora te enseñaré a apreciar el ocio noble y pronto notarás con íntimo placer
cómo Cupido
despierta y vuelve a saltar.
FAUSTO
Deja que me mire en el espejo. ¡Esa imagen de mujer era tan bella!
MEFISTÓFELES
¡No, no! Pronto verás en persona el modelo de toda mujer. (En voz baja.) Con esta bebida
en el cuerpo
verás pronto a Helena encarnada en cada una de las mujeres.
CALLE
(FAUSTO. MARGARITA se cruza con él.)
FAUSTO
Mi bella señorita, ¿podría atreverme a ofrecerle mi brazo y mi compañía?
MARGARITA
No soy señorita ni bella, y puedo volver a casa sin compañía de nadie. (Se zafa de él y
sigue andando.)
FAUSTO
¡Por el cielo, qué niña más hermosa! Nunca he visto nada igual. Llena de bondad y de
virtud, al tiempo
que muestra cierto desdén. Tiene rojos los labios y luminosas las mejillas. ¡No los podré
olvidar en este
mundo! Se ha grabado en mi pecho la forma en que bajó la mirada y el momento en que
me replicó
brevemente; qué entusiasmo sentí. (Entra MEFISTÓFELES.) Tienes que conseguirme a
esa muchacha.
MEFISTÓFELES
¿A cuál?
FAUSTO
A esa que acaba de pasar.
MEFISTÓFELES
242
¿Aquella? Vuelve de hablar con su confesor, que le perdonó todos sus pecados. Me
oculté en el
confesonario y pude ver que es una inocente que confiesa faltas insignificantes. No tengo
ningún poder
sobre ella.
FAUSTO
Pero tiene al menos catorce años.
MEFISTÓFELES
Hablas como un auténtico calavera que deseara poseer todas las flores y se enorgulleciera
de que para él
no hay honor ni bien que no se puedan lograr. Pero esto no siempre ocurre.
FAUSTO
No, elogioso maese; no me vengas a hablar de la ley. Te lo digo claro y alto: si esta noche
no siento el
palpitar de su joven sangre al tenerla entre mis brazos, a medianoche nos separaremos.
MEFISTÓFELES
¡Piensa en todo lo que hay que hacer y deshacer! Al menos necesito dos semanas para
encontrar la
ocasión.
FAUSTO
Si tuvieras siete horas disponibles, no necesitaría del demonio para la seducción de esa
criaturita.
MEFISTÓFELES
Ya habláis casi como un francés, pero no os enojéis. ¿De qué sirve obtener el placer de
inmediato?
Nunca es tan grande el gozo, ni con mucho, como cuando poco a poco, con todo tipo de
embustes, vas
encadenando y poniendo en suerte a tu muñequita, tal como ocurre en algunos cuentos
extranjeros.
FAUSTO
Aun sin eso, me apetece.
MEFISTÓFELES
Ya sin bromas ni chanzas. Te digo que con esa bella niña no se puede ir tan rápido. Con
el empuje no
podrás conseguir nada. Tendremos que servirnos de la astucia.
FAUSTO
243
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244
¡Tráeme algo de su tesoro angélico! ¡Llévame a su lugar de descanso! ¡Haz de su pecho
mi pañuelo,
hazle una liga con mi deseo amoroso!
MEFISTÓFELES
Para que veas que ante tu pena quiero ser diligente y servicial, no perderemos ni un
instante y hoy te
llevaré a su cuarto.
FAUSTO
¿Y podré verla?; ¿y será mía?
MEFISTÓFELES
No. Ella estará en casa de una vecina. Mientras tanto podrás hacerte con esperanzas de
futuras alegrías
en el aire donde ella respira.
FAUSTO
¿Podemos ir ya?
MEFISTÓFELES
Todavía es muy pronto.
FAUSTO
Consígueme un regalo para llevarle. (Se va.)
MEFISTÓFELES
¡Regalos ya! ¡Muy bien! ¡Lo acabará consiguiendo! Conozco lugares adecuados donde
están enterrados
algunos viejos tesoros. Tengo que volver a echarles un vistazo. (Se va.)
AL ATARDECER
(Un cuarto pequeño y pulcro.)
MARGARITA (Haciéndose sus coletas.)
Daría cualquier cosa por saber quién era el caballero de antes. Con aquel aspecto tan
gallardo, seguro
que es de casa noble; se lo noté en la frente. De no ser así, no hubiera tenido tanta
audacia. (Se va.)
(MEFISTÓFELES y FAUSTO entran.)
MEFISTÓFELES
¡Adentro!, ¡sin hacer ruido!, ¡adentro!
FAUSTO (Después de una pausa.)
Te lo ruego, déjame solo.
MEFISTÓFELES (Fisgoneando.)
245
No todas las muchachas son tan aseadas. (Se va.)
FAUSTO (Mirando alrededor.)
Bien llegada seas, dulce luz del crepúsculo que te filtras en este santuario penetrándolo.
Apodérate de
mi corazón, dulce pena de amor, que vives consumiéndote en el rocío de la esperanza.
¡Qué sentimiento
de serenidad, de orden, de contento se respira! ¡Qué plenitud en esta pobreza!, ¡qué
felicidad en esta
prisión! (Se deja caer en el sillón de cuero situado junto a la cama.) Acógeme tú que, en
la alegría y el
dolor, recibiste con los brazos abiertos a sus antepasados. ¡Cuántas veces se subieron los
niños a este
trono paternal! Quizá aquí, mi pequeña amada, con las mejillas gordezuelas y agradecida
por el
aguinaldo navideño, besó la marchita mano del abuelo. Siento, muchacha, cómo me
envuelve tu espíritu
ordenado y generoso que, maternal, te enseña diariamente a extender pulcramente el
mantel sobre la
mesa y a alisar la arena a tus pies. Oh, mano amada, semejante a la de los dioses, esta
choza se
convierte gracias a ti en un reino celestial. ¡Y aquí...! (Abre una de las colgaduras de la
cama.) ... ¿Qué
frenesí se apodera de mí? Aquí querría pasarme horas enteras; aquí, naturaleza, has
formado en leve
sueño a este ángel hecho carne; aquí está la niña durmiendo, su pecho lleno de calor y
vida; aquí, con
textura limpia y pura, se crea la imagen divina. Pero, ¿qué es lo que te ha traído aquí?
¡Me siento
conmovido en mi interior! ¿Qué quieres? ¿Por qué está tan grave tu alma? Pobre Fausto,
ya no te
reconozco. ¿Un aroma de encanto me rodea? Me impulsó a venir la satisfacción de un
placer inmediato
y ahora me deshago en un sueño amoroso. ¿Somos un juguete ante cada golpe de aire? Y
si ella
apareciera ahora, ¡cómo expiarías tu sacrilegio! Qué diminuto se haría, incluso, el gran
libertino; se
fundiría echándose a sus pies.
MEFISTÓFELES
Rápido. La veo bajar.
FAUSTO
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246
¡Vamos!, ¡vamos! ¡Jamás he de volver!
MEFISTÓFELES
Aquí hay un cofrecito bien pesado que encontré no sé dónde. Pónselo en el armario y te
prometo que
perderá el sentido. Metí en él varias cosas para conseguir otra. Y es que los niños son
siempre niños y el
juego siempre es juego.
FAUSTO
No sé si debo.
MEFISTÓFELES
¿Aún te lo preguntas? ¿Pretendes guardarte este tesoro? Entonces le recomiendo a Su
Avaricia que no
me haga perder el día y que me dispense de esfuerzos venideros. No creí que fueras
avaro. Me rasco la
cabeza y me froto las manos. (Coloca la cajita en el armario y vuelve a cerrar la puerta.)
¡Venga!
¡Deprisa! Yo intento someter el deseo y la voluntad de tu corazón a esta joven y dulce
niña y tú estás
ahí, como si fueras a entrar al aula y, grises, en carne y hueso, te esperaran la física y la
metafísica.
Vamos.
(Salen.)
MARGARITA (Con una lámpara.)
¡Qué bochorno!, ¡qué humedad hay aquí! (Abre la ventana.) Sin embargo, no hace calor
fuera, pero
siento calor no sé por qué. Me gustaría que volviera mamá a casa. Siento un escalofrío
que me recorre
todo el cuerpo. Creo que soy una mujer miedosa y tonta. (Empieza a cantar mientras se
va
desnudando.)
Había una vez un rey en Thule,
fiel hasta la sepultura,
al que su amada, muriendo,
regaló una áurea copa.
Era su mayor tesoro;
la llevaba a los banquetes;
se humedecían sus ojos
cuando de ella bebía.
Al estar su muerte próxima,
247
calculó su gran fortuna
y a su heredero la legó,
mas no su querida copa.
Celebró regio banquete,
flanqueado de caballeros,
en el antiguo salón
del castillo junto al mar.
Allí el viejo bebedor
tomó su último sorbo
y arrojó su amada copa
al albur de las mareas.
La vio caer y hundirse
en aquel profundo mar.
Los ojos se le apagaron,
nunca volvió a beber.
(Abre el armario para ordenar sus vestidos y ve el cofrecito de joyas.) Cómo ha llegado
hasta aquí este
cofrecillo si estoy segura de haber cerrado muy bien el armario. ¡Qué raro! ¿Qué podrá
haber dentro?
Quizá lo haya traído alguien en prenda, para pedir un préstamo a mi madre. Cuelga una
llavecita de la
cinta. Me parece que lo voy a abrir ahora mismo. ¿Qué es esto? ¡Dios de los cielos! Mira,
no he visto
nunca nada igual en mi vida. Unas joyas con las que cualquier dama de la nobleza podría
asistir a la
mayor de las solemnidades. ¿Cómo me sentaría esta cadena? ¿A quién pertenece esta
maravilla? (Se
adorna con las joyas y se pone ante el espejo.) ¡Si tan sólo fueran míos los pendientes, ya
tendría otro
aspecto! ¿De qué sirven la belleza y la juventud? Todo ello puede ser muy bueno y muy
bonito, pero
ahí se queda y se alaba casi por compromiso. Mas todos persiguen el oro y todo pende del
oro. ¡Ay,
pobres de nosotras!
PASEO
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248
(FAUSTO, pensativo, va andando de un lado a otro. Se le acerca MEFISTÓFELES.)
MEFISTÓFELES
Por todo el amor desdeñado, por todos los elementos infernales; ¡quisiera saber lo más
ofensivo posible
para poder maldecir!
FAUSTO
¿Qué te pasa?, ¿qué mosca te ha picado? No he visto peor cara en mi vida.
MEFISTÓFELES
Me daría ahora mismo a los diablos si no fuera yo uno de ellos.
FAUSTO
¿Estás perturbado? La verdad es que te da empaque ponerte como un loco.
MEFISTÓFELES
Las joyas que reuní para Margarita se las ha llevado un cura. La madre, en cuanto vio
aquello, empezó a
sentir miedo. La mujer tiene un fino olfato, pues siempre tiene las narices dentro del
misal, y empieza a
oler todos los muebles a ver si son sagrados o profanos, y cuando vio las joyas
comprendió al momento
que no tenían muchas bendiciones. Ella exclamó: «Hija mía, este bien injusto apresa el
alma y consume
la sangre. Lo consagraremos a la madre de Dios y quedaremos satisfechos con el Maná
del Cielo». La
pequeña Margarita torció el gesto, pensó que era caballo regalado y que no era ningún
impío el que lo
había traído con tanta finura. La madre hizo llamar a un cura que, en cuanto presintió el
placer, se dejó
agradar la vista. El dijo: «Está muy bien pensado, el que supera la prueba gana. La Iglesia
tiene un buen
estómago, ha devorado países enteros y nunca se ha empachado hasta ahora. Sólo la
Iglesia, estimadas
señoras, puede digerir bienes injustos».
FAUSTO
Ese es un uso general. El judío y el rey hacen lo mismo.
MEFISTÓFELES
Se llevó el prendedor, el collar y los anillos como si fueran bagatelas, y sin dar más
gracias que por un
cesto lleno de avellanas, les prometió la recompensa celestial y ellas se sintieron muy
edificadas.
FAUSTO
249
¿Y Margarita?
MEFISTÓFELES
Ahora está intranquila, no sabe lo que quiere ni lo que debe hacer; día y noche se acuerda
de las joyas y
piensa aún más en quién se las dejaría allí.
FAUSTO
Me duele la preocupación de mi pequeña amada. ¡Consíguele nuevas joyas! Las primeras
valían poca
cosa.
MEFISTÓFELES
Sí claro, para el señor todo es un juego de niñas.
FAUSTO
Hazlo y dispónlo a mi voluntad. Pégate a su vecina. Demonio, no seas blandengue y trae
nuevas joyas.
MEFISTÓFELES
Sí, gran señor, lo haré con gusto y de corazón.
(FAUSTO se va.)
Así es cómo un loco enamorado hace estallar el sol, la luna y las estrellas para la
diversión de la amada.
(Sale.)
LA CASA DE LA VECINA
MARTA (Sola.)
¡Que Dios perdone a mi marido! No me hizo ningún bien. Se ha ido a recorrer el mundo
y me dejó sola
en la estacada. Yo no hice nada que le molestara. Dios sabe que le amé de veras. (Llora.)
Quizás esté
muerto. ¡Qué pena! Si al menos tuviera un certificado de defunción.
(Viene MARGARITA.)
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MARGARITA
¡Señora Marta!
MARTA
¿Qué hay de nuevo, Margarita?
MARGARITA
Las piernas me tiemblan tanto, que apenas puedo permanecer de pie. He vuelto ha
encontrar un
cofrecito en mi armario; es de ébano y contiene alhajas mucho más valiosas que las del
primero.
MARTA
Ni una palabra a tu madre o se las volverá a dar al confesor.
MARGARITA
¡Mírelas, mírelas tan sólo!
MARTA (Adorna a MARGARITA con las joyas.)
¡Criatura dichosa!
MARGARITA
Por desgracia, no puedo dejarme ver con ellas en la calle ni en la iglesia.
MARTA
Ven a visitarme con frecuencia y ponte las joyas a escondidas. Pasea durante una hora
delante del
espejo. ¡Será una buena diversión para nosotras! Luego ya habrá alguna ocasión; alguna
fiesta donde
poco a poco podrás dejarte ver ante la gente, primero una cadenita, luego los pendientes
de perlas...
Probablemente no lo vea tu madre o podamos engañarla con algo.
MARGARITA
Quién habrá traído los dos cofrecitos. Esto no me huele muy bien. (Llaman a la puerta.)
¡Dios mío,
puede que sea mi madre!
MARTA (Observando por la mirilla.)
Es un caballero desconocido. ¡Adelante!
(Entra MEFISTÓFELES.)
MEFISTÓFELES
He de pedir excusas a las damas por haberme tomado la libertad de entrar. (Retrocede
respetuosamente
ante MARGARITA.) Busco a la señora Marta Schwerdtlein.
MARTA
251
Soy yo, ¿qué queréis de mí?
MEFISTÓFELES (Hablándole en voz baja.)
Por ahora me basta con conocerla. Tiene usted una visita distinguida. Perdone la
confianza que me
tomo, pero volveré por la tarde.
MARTA (En voz alta a MARGARITA.)
¡Mira qué cosa más particular!... Ese caballero te toma por una encopetada señorita.
MARGARITA (En voz alta.)
Soy una muchacha de sangre humilde. ¡Válgame Dios!, sois demasiado amable, señor.
Las joyas y las
alhajas no son mías.
MARTA
¿Qué noticias trae de mi marido? ¿Me pide mucho dinero?
MEFISTÓFELES
Me gustaría traer mejores noticias. Espero que no me reproche por ello. Su marido murió
y le manda
recuerdos.
MARTA
¿Ha muerto? Pobre de mi fiel corazón. Oh, dolor. ¡Mi marido ha muerto! ¡Me desmayo!
MARGARITA
Ah, estimada señora, no desesperéis.
MEFISTÓFELES
Escuchad mi triste relato.
MARTA
No volveré a amar a nadie. La pérdida me desolará hasta la muerte.
MEFISTÓFELES
La alegría ha de tener pena y la pena alegría.
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252
MARTA
Contadme cómo fue su final.
MEFISTÓFELES
Está enterrado en Padua, junto a San Antonio. En un lugar sacrosanto obtuvo el frío y
eterno lecho.
MARTA
¿No habéis traído nada más para mí?
MEFISTÓFELES
Sí, un favor grande y difícil: qué mandéis decir trescientas misas por él. Por lo demás,
mis bolsillos
están vacíos.
MARTA
¿Cómo? ¿Ni un medallón?, ¿ni una alhaja? ¡Ni eso que el más modesto de los
trabajadores manuales
guarda en el fondo del saco como recuerdo, conservándolo aunque tenga que pasar
hambre y mendigar!
MEFISTÓFELES
Señora, lo siento en el alma, pero él no ha malgastado su dinero. También se arrepintió
muy
profundamente de sus pecados y se lamenta todavía más de su mala suerte.
MARGARITA
¡Por qué seremos tan míseros los seres humanos! Sí, haré que por él digan muchos
Réquiem.
MEFISTÓFELES
Merecéis llegar pronto al matrimonio. Sois una amable niña.
MARGARITA
Todavía no es tiempo de eso.
MEFISTÓFELES
Si no es un marido, puede ser entretanto un amante. Es un don del cielo tener algo tan
bello entre los
brazos.
MARGARITA
No es esa la costumbre del país.
MEFISTÓFELES
Sea o no sea la costumbre, se hace.
MARTA
¡Contadme!
MEFISTÓFELES
253
Estuve en su lecho de muerte, que casi era de inmundicia, era de paja semipodrida; él
murió como
cristiano y vio que había dejado muchas deudas sin saldar. Exclamó: «Tengo que odiarme
profundamente por haber dejado mi trabajo y a mi mujer. Este recuerdo me mortifica. Si
al menos
pudiera perdonarme en vida».
MARTA (Llorando.)
El buen hombre. Hace ya mucho tiempo que lo he perdonado.
MEFISTÓFELES
«Pero, bien sabe Dios que ella es más culpable que yo.»
MARTA
¡Eso es mentira! ¡Vaya! ¡Mintiendo al filo de la tumba!
MEFISTÓFELES
Aunque yo no entiendo mucho de eso, creo que en sus últimos momentos deliraba: «No
he podido»,
dijo, «malgastar el tiempo. Primero vinieron los hijos y luego tuve que conseguirles el
pan, el pan en
todos los sentidos, y ni siquiera pude comer mi parte en paz».
MARTA
¡Así olvidó mi fidelidad y mi amor, las fatigas que pasé día y noche!
MEFISTÓFELES
Ah, no, él pensó de corazón en usted. Dijo: «Al salir de Malta recé con fervor por mi
mujer y mis hijos,
y el Cielo nos fue propicio, pues nuestra nave hizo presa a una galera turca que llevaba un
tesoro del
gran Sultán. La valentía tuvo recompensa, yo también recibí, como era justo, mi parte
bien medida».
MARTA
¿Cómo?, ¿dónde?, ¿lo habrá enterrado tal vez?
MEFISTÓFELES
¿Quién sabe dónde se lo habrá llevado el viento? Una linda dama se prendó de él al andar
por Nápoles
errante y le dio tanto amor y fidelidad que la tuvo presente hasta el fin.
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254
MARTA
Ese pícaro, ese ladrón de sus hijos. Ni toda la miseria ni la escasez le impidieron llevar a
cabo su
vergonzosa vida.
MEFISTÓFELES
Veis; por eso ha muerto. Si estuviera en vuestro lugar, le guardaría un recatado año de
luto mientras me
buscaba un nuevo amado.
MARTA
Ah, Dios. Difícilmente encontraría uno como mi primer marido. Apenas podrá haber un
loco más
enternecedor. Sólo era aficionado al mucho errar, a las mujeres extranjeras, al vino
extranjero y al
condenado juego de los dados.
MEFISTÓFELES
Bien, yo veo así la cosa. Con la condición de ser más o menos tan tolerante como lo fue
con él,
cambiaría con usted los anillos.
MARTA
¡Vaya, al caballero le gusta bromear!
MEFISTÓFELES (Para sí.)
Voy a marcharme ahora mismo. Esta es capaz de tomarle la palabra al mismo diablo. (A
MARGARITA.) ¿Y a vuestro corazón, cómo le va?
MARTA
¿Qué quiere decir el señor con eso?
MEFISTÓFELES (Para sí.)
¡Niña buena e inocente! (En voz alta.) ¡Adiós, señoras!
MARGARITA
¡Adiós!
MARTA
Pero decidme antes algo. Me gustaría tener un documento de dónde y cómo está
enterrado mi esposo.
Siempre he sido amiga del orden, e incluso me gusta ver las esquelas de las gacetas
semanales.
MEFISTÓFELES
255
Sí, buena mujer; por boca de dos testigos se establece la verdad. Tengo un distinguido
compañero al
que os pondré frente al juez. He de traerlo aquí.
MARTA
¡Oh, hacedlo!
MEFISTÓFELES
¿Estará aquí la doncella? Él es un buen muchacho. Ha viajado mucho y ha mostrado su
cortesía a
muchas jóvenes damas.
MARGARITA
Ante él enrojecería de vergüenza.
MEFISTÓFELES
No deberías hacerlo ante ningún rey de la tierra.
MARGARITA
Detrás de mi casa, en mi jardín, esperaremos esta tarde a los señores.
UNA CALLE
(FAUSTO y MEFISTÓFELES.)
FAUSTO
¿Cómo va todo?, ¿se avanza?, ¿lo lograremos?
MEFISTÓFELES
¡Ah, bravo! ¿Estás en ascuas? En poco tiempo Margarita será tuya. Esta noche la verás en
casa de su
vecina Marta. Una mujer que ni pintada para celestineos y gitanerías.
FAUSTO
¡Bien!
MEFISTÓFELES
Pero se exige algo de nosotros.
FAUSTO
Bien merece la pena devolver un favor por otro.
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256
MEFISTÓFELES
Hemos de dar fe de que los restos de su esposo descansan en Padua y están enterrados en
tierra sagrada.
FAUSTO
¡Muy inteligente! Entonces tendremos que viajar primero allí.
MEFISTÓFELES
¡No se trata de eso; sancta sinplicitas! Hay que atestiguarlo sin informarse previamente.
FAUSTO
Si no hay otro camino, el plan ha fracasado.
MEFISTÓFELES
Oh, santo varón, ¿con esas sales? ¿Es esta la primera vez en tu vida que das falso
testimonio? ¿No has
dado definiciones más fuertes sobre Dios, el mundo y lo que en él se mueve, sobre el
hombre y sobre lo
que en el interior de su corazón se agita?, ¿y no lo hiciste con pecho audaz y mente
disipada? Si miras
en tu interior, ¿no has de confesar que sabes tanto de eso como de la muerte del señor
Schwerdtlein?
FAUSTO
Eres y serás un mentiroso, un sofista.
MEFISTÓFELES
¡Ah, si no se supiera un poco más! Pues mañana, con todo el honor, ¿no irás a aturdir a la
pobre
Margarita jurándole un amor profundo?
FAUSTO
¡Lo haré de corazón!
MEFISTÓFELES
¡Muy bonito! Luego hablarás de la eterna lealtad, amor de un único deseo todopoderoso.
¿Y todo eso
saldrá del corazón?
FAUSTO
¡Sí saldrá! ¡Déjalo ya! Si siento algo y busco nombre para el sentimiento y el fuego en el
que ardo, y no
lo encuentro y ando por el mundo para alcanzar las palabras más elevadas, y a ese fuego
que me quema
lo llamo infinito, ¿es esto un juego y un engaño diabólico?
MEFISTÓFELES
Pero tengo razón.
257
FAUSTO
Escucha y atiéndeme, y sobre todo no me fatigues más: quien se empeña en tener razón,
si se apoya en
la elocuencia, acaba teniendo razón. Vamos, ya estoy harto de tanto cotorreo. Tienes
razón, sobre todo
porque no me queda más remedio.
JARDÍN
(MARGARITA del brazo de FAUSTO. MARTA y MEFISTóFELES paseando de arriba
abajo.)
MARGARITA
Ya noto que el señor es muy amable y que se rebaja a hablar conmigo para
avergonzarme. El que ha
viajado ya, está acostumbrado a aceptar todo por cortesía. Sé muy bien que mi modesta
conversación no
podrá entretener a un hombre tan experto.
FAUSTO
Una mirada y una palabra tensa deleitan más que toda la sabiduría del mundo. (Le besa la
mano.)
MARGARITA
¡No se moleste! ¿Cómo la puede besar?, es tan fea y tan áspera. En qué no habré tenido
que trabajar. Mi
madre es tan estricta.
(Pasan a un lado.)
MARTA
¿Y usted, señor, va siempre de viaje?
MEFISTÓFELES
El negocio y el deber me llevan. Con qué dolor se dejan algunos lugares, y sin embargo
uno no se
puede detener.
MARTA
En los años briosos está muy bien dar vueltas por el mundo de esa manera. Sin embargo,
llegan los
malos tiempos, y bajar a la tumba solterón no le ha sentado bien a nadie.
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258
259
MEFISTÓFELES
Lo contemplo con terror desde la lejanía.
MARTA
Entonces, estimado señor, decidíos mientras aún estéis a tiempo.
(Pasan a un lado.)
MARGARITA
Sí, ojos que no ven, corazón que no siente. Usted se maneja bien con la cortesía, pero
tendrá muchas
amistades por ahí, y a buen seguro más inteligentes que yo.
FAUSTO
¡Ah, mi preferida! Créeme, lo que se toma por inteligencia suele ser vanidad y tontería.
MARGARITA
¿Cómo?
FAUSTO
La sencillez y la inocencia no saben apreciar su sagrado valor. No saben que la modestia
y la humildad
son supremos dones de la generosa naturaleza.
MARGARITA
Si pensarais un momento en mí, yo tendría tiempo para recordaros.
FAUSTO
¿Debes estar muy sola?
MARGARITA
Sí, nuestra casa es pequeña, pero hemos de atenderla. No tenemos criada: he de guisar,
barrer, coser,
zurcir, correr desde la mañana hasta la noche, pues mi madre es muy exigente en todo.
No es que
tengamos que guardar mucha estrechez; mi padre nos dejó un buen capital, una casa y un
huerto en las
afueras. Pero ahora estoy bastante tranquila; mi hermano es soldado y está en el frente y
mi hermanita
está muerta. Tuve mucho trabajo con la niña, aunque me gustaría volver a pasar fatigas
por ella, pues la
quería mucho.
FAUSTO
Si se parecía a ti, sería un ángel.
MARGARITA
260
Yo la crié y ella se encariñó conmigo. Nació tras la muerte de mi padre. A mi madre la
dimos por
perdida de tan mal como estuvo, pero se recuperó poco a poco, muy despacio. Por eso no
pudo ni
pensar en dar el pecho al pobre gusanito, y por eso yo sola la críe con leche y agua y ella
se hizo mía.
Entre mis brazos y en mi regazo se sentía a sus anchas, pateaba, fue creciendo.
FAUSTO
Sin duda has tenido la alegría más grande.
MARGARITA
Pero también horas muy difíciles. Por las noches, colocaba la cuna de la pequeña junto a
mi cama y,
apenas se movía, yo me despertaba. Le tenía que dar el alimento o la acostaba a mi lado.
Si no se
callaba, tenía que levantarme de la cama a ir meciéndola de un lado a otro del cuarto, y al
amanecer iba
a lavar y al mercado, y cuidaba del fuego del hogar, y así un día y otro también. Así,
señor mío, no
siempre se está de buen humor, pero saben mejor la comida y el sueño.
(Pasan a un lado.)
MARTA
Las pobres mujeres lo tenemos muy mal. Es muy difícil que un soltero dé su brazo a
torcer.
MEFISTÓFELES
Si se tratara de alguien como usted, me haría tomar el buen camino.
MARTA
Señor, dígame, ¿no tiene usted todavía a nadie? ¿Nadie le ha atado el corazón en ningún
sitio?
MEFISTÓFELES
Dice el refrán: «Un lugar propio y una buena mujer son más valiosos que las perlas y el
oro».
MARTA
Le pregunto si no tuvo nunca el deseo.
MEFISTÓFELES
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261
Siempre se me ha recibido cortésmente.
MARTA
Quiero decir que si nunca se ha tomado a nadie en serio.
MEFISTÓFELES
A las mujeres no puede uno tomarlas a broma.
MARTA
Ay, no me entiende.
MEFISTÓFELES
Lo siento de veras, pero entiendo que es usted muy amable. (Pasan a un lado.)
FAUSTO
Ángel mío, ¿no me reconociste cuando entré en el jardín?
MARGARITA
¿No lo vi? Bajé los ojos y los cerré.
FAUSTO
¿Me perdonas la libertad que me tomé?, ¿la osadía que tuve cuando salías de la catedral?
MARGARITA
Quedé abrumada. Nunca me había ocurrido eso. Nadie ha podido nunca decir nada malo
de mí. Pensé
que había visto en mis maneras algo desvergonzado e indecente. Parecía que se acercaba
a tratar con
una mozuela, en seguida y por las buenas. Pero he de confesarlo, no sé lo que empezó a
actuar a su
favor. Sólo sé que me reproché no sentir mayor hostilidad hacia usted.
FAUSTO
Dulce amor.
MARGARITA
¡Un momento! (Arranca una margarita y le va quitando los pétalos uno tras otro.)
FAUSTO
¿Qué vas a hacer con eso?, ¿un ramillete?
MARGARITA
No, es sólo un juego.
FAUSTO
¿Cómo? MARGARITA Apártese, que se reirá de mí. (Sigue arrancando hojas y
murmurando.)
FAUSTO
¿Qué murmuras?
MARGARITA (A media voz.)
Me quiere, no me quiere.
FAUSTO
¡Dulce cara angelical!
MARGARITA (Continúa.)
262
Me quiere, no me quiere; me quiere, no me quiere. (Arrancando el último pétalo llena de
alegría.) Me
quiere.
FAUSTO
Sí, niña, toma la palabra de esa flor por un oráculo. Él te ama. ¿Comprendes lo que eso
significa? Él te
ama. (Le toma las manos en las suyas.)
MARGARITA
Siento un escalofrío.
FAUSTO
No tiembles. Deja que esta mirada y que la presión de mis manos te digan lo
inexpresable: entregarse y
sentir una dicha que debe ser eterna. Eterna, y su fin sería la desesperación. No debe
haber ningún final,
ningún final.
(MARGARITA le estrecha las manos y se va corriendo. Él se queda un momento
pensativo y
luego la sigue.)
MARTA (Llegando.)
Ya está anocheciendo.
MEFISTÓFELES
Tenemos que marcharnos.
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263
MARTA
Por mí le diría que se quedara, pero en la ciudad la gente es mala. Es como si nadie
tuviera mejor
ocupación que acechar los pasos del vecino. Y si uno se pone a tiro, siempre levanta
habladurías. ¿Y
nuestra parejita?
MEFISTÓFELES
Por aquel emparrado se marcharon. ¡Animadas aves veraniegas!
MARTA
Parece que él la quiere.
MEFISTÓFELES
Y ella a él. ¡Así sigue su curso el mundo!
INVERNADERO EN EL JARDÍN
MARGARITA (Entra de un salto, cierra la puerta con el dedo en los labios y mira por la
rendija.)
¡Ya viene!
FAUSTO
Así me engañas, pícara. Te atrapé. (La besa.)
MARGARITA (Abrazándolo y devolviéndole el beso.)
Amor mío, te quiero.
(Llama MEFISTÓFELES.)
FAUSTO (Dando un pisotón en el suelo.)
¿Quién va?
MEFISTÓFELES
¡Un buen amigo!
FAUSTO
Un animal.
MEFISTÓFELES
Ya va siendo hora de separarse.
MARTA (Llegando.)
Sí, ya es tarde, señor mío.
FAUSTO
¿No puedo acompañarte?
MARGARITA
Mi madre me... Adiós.
FAUSTO
Entonces tengo que irme... Adiós.
MARTA
Adiós.
MARGARITA
Hasta muy pronto.
264
(FAUSTO y MEFISTÓFELES se van.)
¡Dios mío! ¿Cómo pudo un hombre así pensar en todo eso? Estoy avergonzada ante él y
le digo sí a todo.
Pero soy una niña pobre e ignorante. No sé lo que habrá visto en mí. (Se va.)
BOSQUE Y CAVERNA
FAUSTO (Solo.)
Espíritu sublime, tú me has dado todo cuanto te pedí. Tú no has hecho que volviera en
vano mi rostro
hacia el fuego. Me has dado a la magnífica naturaleza por reino y fuerza para sentirla y
disfrutarla. No
sólo me concedes una visita fría y pasiva. Me permites mirar en su hondo pecho como en
el pecho de un
amigo. Haces pasar ante mí el conjunto de lo viviente y me enseñas a conocer a mis
hermanos en las
tranquilas frondas, en el aire y en el agua. Y cuando en el bosque brama y gime la
tormenta, cuando los
enormes pinos, agitándose, aplastan y tumban las ramas y los troncos vecinos, cuando
con su caída reEste documento ha sido descargado de
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tumba sorda y hueca la colina, tú me llevas a una segura caverna y allí me muestras a mí
mismo y se me
desvelan los secretos prodigios de mi corazón. Al subir ante mi núrada la suave luna, que
todo lo
apacigua, flotan sobre mí, por el húmedo bosque, en las laderas rocosas, formas plateadas
que
dulcifican el deseo de contemplación.
Ah, ya noto que no hay nada perfecto para el hombre. Además de este placer que me
acerca a los
dioses cada vez más, me diste el compañero al que no puedo renunciar, por más que, frío
y descarado,
me humille ante mí mismo y, con su palabrería, reduzca a nada todos tus dones. Él atiza
en mi pecho el
fuego salvaje que quiere atrapar esa bella imagen. Así me tambaleo yendo del deseo al
placer y, una vez
en el placer, ansío el deseo.
MEFISTÓFELES
¿Ya has vivido bastante este tipo de vida? ¿Cómo puede gustarte por tanto tiempo? Es
bueno probar;
pero después hay que volver a buscar lo nuevo.
FAUSTO
Preferiría que tuvieras otra cosa que hacer que molestarme en un precioso día.
MEFISTÓFELES
¡Bien! ¡Con gusto te dejo descansar! No hace falta que te pongas tan serio para
decírmelo. No se pierde
mucho dejando a un acompañante tan ineducado, loco y melancólico como tú. ¡Ya estoy
bastante
ocupado el día entero! Por la cara nunca se le adivina al caballero que es lo que le gusta y
que no hay
que tocar.
FAUSTO
¡Así es como hay que tratarte! ¡Aún quieres que te agradezca que me estorbes!
MEFISTÓFELES
Pobre hijo de la tierra, ¿cómo podrías haber vivido sin mí? Te he curado hace mucho
tiempo de los
devaneos de la imaginación y si no fuera por mí ya habrías sido barrido de la esfera
terráquea. ¿Por qué
vas a sentarte en las cavernas y en las grietas de las rocas como un búho?, ¿qué alimento
absorbes como
266
un sapo del blando musgo y de las rocas húmedas? ¡Valiente pérdida de tiempo! Aún
llevas dentro al
Doctor.
FAUSTO
¿Comprendes qué nueva fuerza vital me concede este caminar por el desierto? Si lo
supieras serías
suficientemente diabólico como para quitarme esta dicha.
MEFISTÓFELES
¡Un placer sobrenatural! Tenderte en los montes por las noches, al relente; abarcar la
tierra y el cielo
con deleite y crecer hasta convertirse en un dios; penetrar con el impulso de un
presentimiento el
tuétano del mundo y sentir en el pecho los seis días de la creación; disfrutar con no sé qué
orgulloso
poder; fundirse con todo disfrutando de emoción y luego concluir la alta intuición (Hace
un gesto.)
inefable.
FAUSTO
¡Qué vergüenza!
MEFISTÓFELES
No te place esto, entonces bien podrías decir un educado: «¡Qué vergüenza!». No se debe
mencionar
ante oídos castos aquello a lo que los castos corazones no pueden renunciar. Para
abreviar: te dejo tu
placer de engañarte de vez en cuando, pero no ha de durarte mucho tiempo. Estás otra vez
a la deriva y,
si sigues así, encallarás en la locura o en el miedo y el horror. Basta ya. Si tu amada entra
ahí, todo le
parecerá angosto y turbio. No sales de tus pensamientos y te amas sin medida. Al
principio se desbordó
la furia de tu amor como crece un arroyo en el deshielo, y después de verterlo en el alma,
tu arroyuelo
fluye tranquilo. Creo que después de ser entronizado en los bosques, el gran señor bien
podría premiar
por su amor a ese pobre animalito adolescente. El tiempo se le hace insoportablemente
largo, se asoma
a la ventana, ve las nubes sobre las antiguas murallas de su ciudad. Ella canta «¡Si yo
fuera un
pajarillo!» el día entero y hasta medianoche. De pronto está animada, casi siempre triste.
A veces llora
hasta no poder más, luego al parecer se tranquiliza y siempre está enamorada.
267
FAUSTO
Ah, serpiente, serpiente.
MEFISTÓFELES (Para sí.)
De acuerdo, con tal que pueda atraparte...
FAUSTO
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268
¡Malvado! Aléjate y no te atrevas a pronunciar el nombre de esa bella mujer. No vuelvas
a despertar en
mis sentidos medio trastornados el deseo de poseer su tierno cuerpo.
MEFISTÓFELES
¿Qué lograrás con esto? Ella cree que has huido y más o menos tiene razón.
FAUSTO
Estoy cerca de ella y, aunque estuviera lejos, no podría olvidarla ni perderla. Incluso
envidio el Cuerpo
de Cristo cuando al tomarlo lo roza con sus labios.
MEFISTÓFELES
¡Muy bien, amigo! Yo muchas veces te he envidiado por esos mellizos que pacen entre
las rosas.
FAUSTO
¡Apártate!, ¡alcahuete!
MEFISTÓFELES
¡Bien! Me insultas y tengo que reírme. El Dios que creó al muchacho y la muchacha
reconoció como el
más noble oficio buscarles la ocasión. ¡Pero menuda calamidad te espera! Tienes que ir al
cuarto de tu
amada, no a la muerte.
FAUSTO
¿Qué gozo celestial siento entre sus brazos? Déjame que me abrigue en el calor de su
pecho. ¿No siento
siempre su tribulación? ¿No soy el fugitivo sin refugio, el monstruo sin objetivo ni
descanso que, en
cascada y de roca en roca, cae al abismo, iracundo y lleno de deseos? Y ella, a un lado,
con su
sensualidad infantil y apagada vivía en su chocita de los Alpes con todos los cuidados
domésticos
reunidos en su pequeño mundo. Y yo, el odiado de Dios, ¿no tenía suficiente con
llevarme conmigo las
rocas y convertirlas en escombros? ¡Tuve también que sepultar su paz! Infierno, querías
este sacrificio.
Demonio, acorta el tiempo de mi angustia. Lo que ha de ser, que sea ahora mismo. ¡Que
su destino
caiga sobre mí y ella sucumba conmigo!
MEFISTÓFELES
¡Cómo vuelves a hervir y a arder de nuevo! Ve a consolarla, demente. Cuando un imbécil
no ve la
269
salida, se imagina que todo ha concluido. ¡Bravo por aquel que no pierde el valor! Tú ya
estás bastante
endemoniado y no he visto nada más ridículo que un demonio presa de la desesperación.
CUARTO DE MARGARITA
MARGARITA(Sola junto a la rueca.)
Se disipó mi paz,
me pesa el corazón.
No encuentro la calma,
se perdió para siempre.
Desde que no lo tengo
estoy en una tumba,
todo el universo
lóbrego me parece.
Pobrecita cabeza,
estás enloqueciendo.
Pobrecitos sentidos,
os estáis extraviando.
Se disipó mi paz,
me pesa el corazón.
No encuentro mi calma,
se perdió para siempre.
Por la ventana miro
por si quiere volver.
Y si salgo a la calle
solamente es por él.
Sus elegantes pasos,
su gallarda figura,
su boca cuando ríe,
el poder de sus ojos,
y ese fluir mágico
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de sus nobles palabras,
el roce de sus manos
y ante todo sus besos.
Se disipó mi paz,
me pesa el corazón.
No encuentro mi calma,
se perdió para siempre.
Mi único deseo
es encontrarlo al fin.
Si hasta él llegase
y pudiera abrazarlo,
y pudiera besarlo
tanto como deseo,
en el mar de sus besos
feliz me perdería.
JARDÍN DE MARTA
(MARGARITA y FAUSTO.)
MARGARITA
Prométemelo, Enrique.
FAUSTO
Con todas mis fuerzas.
MARGARITA
Di, ¿cómo estás con la religión? Aunque eres un hombre bueno de corazón, me temo que
no le das
mucha importancia.
FAUSTO
¡Déjalo, niña! Ves que para ti soy bueno: por mi amor doy cuerpo y sangre; no quiero
sustraerle a nadie
sus sentimientos ni su Iglesia.
MARGARITA
Eso no me gusta, se debe tener fe.
FAUSTO
¿Se debe?
MARGARITA
Si tuviera algún poder sobre ti... No veneras los Santos Sacramentos.
FAUSTO
Los venero.
MARGARITA
271
Jamás los pides. Hace mucho tiempo que no oyes misa ni te confiesas. ¿Crees en Dios?
FAUSTO
Amada niña, ¿quién puede decir: yo creo en Dios? Pregunta a los sacerdotes y doctores;
su respuesta
parece sólo burla de quien pregunta.
MARGARITA
Entonces, ¿no crees?
FAUSTO
¡No me comprendas mal, mujer de tierna mirada! ¿Quién puede nombrarlo?, ¿quién
puede confesar que
cree en Él?, ¿quién puede percibir y quién atreverse a decir: yo no creo? El que todo lo
abarca, el que
todo lo sostiene, ¿nos abarca y sostiene a ti, a mí y a sí mismo? ¿No se aboveda el cielo
sobre nosotros?
¿No está firme la tierra aquí debajo? ¿No se asoman, mirándonos con simpatía, las
estrellas eternas?
¿No te miro a los ojos y se agolpa todo en tu corazón y en tu cabeza, flotando en un
misterio eterno, visible
e invisible, junto a ti? Llena tu corazón en toda su grandeza, y si tu sentimiento es de
alegría,
llámalo como
quieras. Llámalo felicidad, corazón, amor, Dios. No tengo nombre para ello. Todo es
sentimiento. Los
nombres son un humo y un eco que envuelven en niebla el fuego celestial.
MARGARITA
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272
Todo eso está bastante bien y es bonito. El sacerdote dice más o menos lo mismo, pero
con diferentes
palabras.
FAUSTO
Todos los corazones lo dicen en todas partes a la luz del día. Cada cual en su lengua. ¿Por
qué no yo en la
mía?
MARGARITA
Cuando se oye eso no suena nada mal, pero hay algo que no casa del todo y es que no
eres cristiano.
FAUSTO
¡Niña amorosa!
MARGARITA
Hace tiempo que me duele verte en tal compañía.
FAUSTO
¿De quién?
MARGARITA
Odio desde lo más profundo al hombre que te acompaña. En mi vida nada me ha dañado
más el corazón
que la horrible mirada de ese hombre.
FAUSTO
Querida muñeca, no sientas temor.
MARGARITA
Su presencia me agita la sangre. Con todos los demás suelo ser buena, pero lo mismo que
me gusta verte,
siento un terror incomprensible ante ese hombre y además me parece un bribón. ¡Que
Dios me perdone si
no lo juzgo bien!
FAUSTO
También tiene que haber gente extraña.
MARGARITA
¡No me gustaría vérmelas con uno como él! En cuanto llega por la puerta tiene el mismo
ademán burlón,
medio encolerizado. Se le nota que no le importa nada. Lleva escrito en la cara que no
puede querer a
nadie. Me encuentro tan bien en tus brazos, tan libre y entregada; pero al verlo siento una
opresión en mi
interior.
273
FAUSTO
Ángel lleno de presentimientos.
MARGARITA
Esta sensación se ha apoderado tanto de mí que, apenas se acerca a nosotros, empiezo a
sentir que ya no te
quiero. Cuando él está delante no puedo rezar y eso me devora el corazón. Te tiene que
pasar lo mismo,
Enrique.
FAUSTO
Sólo le tienes antipatía.
MARGARITA
Debo marcharme ya.
FAUSTO
¿Jamás podré descansar una hora en tu seno, acercar pecho contra pecho y unir nuestras
almas?
MARGARITA
Si durmiera sola, dejaría abiertos los cerrojos, pero mi madre tiene muy ligero el sueño y,
si nos
sorprendiera, me moriría allí mismo.
FAUSTO
Ángel mío, por eso no te inquietes. Aquí hay un pequeño frasco. Sólo con tres gotas en su
bebida la
Naturaleza la envolverá propicia en un profundo sueño.
MARGARITA
¿Qué no haría por ti? Confío en que no le hará daño.
FAUSTO
¿Te lo daría entonces, amada mía?
MARGARITA
Sólo al verte, amor mío, no sé qué me sujeta a tu voluntad; he hecho tanto por ti que no
me queda casi
nada por hacer.
(Se va. Entra MEFISTÓFELES.)
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274
MEFISTÓFELES
¿Se ha marchado ya la mona?
FAUSTO
¿Has vuelto a fisgonear?
MEFISTÓFELES
Lo he escuchado todo con detalle. Han estado catequizando al doctor. Espero que le
siente bien. Los
muchachos están muy interesados en que sea piadoso y bueno a la antigua usanza.
Piensan: si cede en
esto, nos seguirá en todo.
FAUSTO
Monstruo, no comprendes que esa alma leal, enamorada y llena de fe, que es lo único que
le da alegría,
se atormenta y le da por creer que su amado se encuentra en perdición.
MEFISTÓFELES
Sensual y suprasensible galán, esa muchachita te está mangoneando.
FAUSTO
Grotesco engendro de fuego y escoria.
MEFISTÓFELES
Y de fisonomía entiende mucho. En mi presencia se siente aturdida. Mi disfraz no oculta
ciertas
intenciones. Ella presiente que soy un genio, o quizás el mismo demonio. Así, ¿conque
esta noche?...
FAUSTO
¿Y a ti que te importa?
MEFISTÓFELES
Yo también disfrutaré con ello.
JUNTO A LA FUENTE
(MARGARITA y LISA con sus cántaros.)
LISA
¿Has sabido algo de Bárbara?
MARGARITA
¡Ni palabra! No frecuento a mucha gente.
LISA
Pues Sibila me lo ha contado hoy. Ha acabado por dejarse seducir. Esto es lo que trae
tanta presunción.
MARGARITA
275
¿De verdad?
LISA
¡Ya huele! Ahora alimenta a dos cuando come y bebe.
MARGARITA
¡Ay!
LISA
Así se ha llevado su merecido. Tanto tiempo colgada de aquel mozo. Muchos paseos,
mucho llevarlo al
baile y que ella sería en todo la primera. Siempre la convidaba a vino y pastas. Ella se
regodeaba en su
belleza; a la descarada no la avergonzaba aceptar regalos de él. Imagino un beso, luego
una caricia, y
así perdió la flor.
MARGARITA
¡Pobrecilla!
LISA
Y la compadeces... Mientras nosotras nos quedábamos hilando y nuestra madre, de
noche, no dejaba
que bajáramos a la calle, ella estaba dulcemente apoyada en la puerta de su casa y luego,
en el pasaje
oscuro, el tiempo no se le hacía largo. Pues que se humille y haga penitencia con su sayo
de perdida.
MARGARITA
Seguro que él la hará su esposa.
LISA
¡Sería un tonto entonces! Un chico despierto todavía podría tener mucho juego en otro
lugar. Por lo
demás, se ha marchado.
MARGARITA
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276
Eso no está bien.
LISA
Aunque le atrape, le irá mal. Los mozos la despojarán de su guirnalda y las mozas le
pondremos paja en
la puerta
MARGARITA (Volviendo a casa.)
¿Cómo podía yo antes criticar tan tranquila los pasos en falso de una pobre chica? Creía
que era
vergonzoso, y cuando pensaba en ello, más vergonzoso me parecía; me parecía negro.
Entonces me
santiguaba y me enorgullecía. Ahora yo estoy llena de ese pecado. Pero, Dios, lo que a él
me llevó, era
tan bueno y agradable.
EN LA MURALLA
(En una hornacina excavada en la muralla hay una imagen de la Mater Dolorosa con unos
jarrones de flores delante.)
MARGARITA (Poniendo flores frescas en los jarrones.)
Tú que estás llena de dolor, inclina con piedad tu rostro hacia mí y mi sufrimiento.
Con una espada atravesando tu corazón y un dolor infinito, contemplaste la muerte de tu
Hijo. Tú
puedes ver al Padre y le envías al Cielo suspiros de dolor por las penas de tu Hijo y los
tuyos.
Nadie sabe cuánto dolor siento en mi interior. Sólo tú sabes lo que atenaza mi corazón, lo
que le
hace temblar, lo que anhela.
Adondequiera que vaya siento dolorido mi pecho. Apenas me encuentro sola, empiezo a
llorar y
llorar y el corazón se me va quebrando.
Rocié los tiestos de mi ventana con lágrimas cuando hice este ramo.
Cuando el sol estaba claro en mi cuarto, me senté en la cama para llorar mi desamparo.
¡Ayúdame! ¡Sálvame de la infamia y la muerte! Tú, que estás llena de dolor, inclina con
piedad tu
rostro hacia mí y mi sufrimiento.
DE NOCHE
(En la calle, ante la puerta de MARGARITA.)
VALENTÍN (Soldado hermano de MARGARITA.)
277
Cuántas veces estuve en festines donde tantos gustan de jactarse. En ellos mis
compañeros proclamaban
a gritos la hermosura de sus enamoradas y se brindaba por ellas con el vaso lleno. Y yo,
acodado sobre
la mesa, me sentía tranquilo y, al escuchar tanta baladronada, me alisaba la barba con la
mano, tomaba
el vaso y decía: «Que cada cual diga lo que quiera, pero no hay nadie en todo el país
como mi hermana
Margarita. ¿Hay alguien que le llegue a la suela de los zapatos?» «Claro, claro», clin,
clan, resonaban
las copas. Unos gritaban: «Tiene mucha razón, ¡es la gloria de todas las mujeres!» Y los
que presumían
se callaban. Y hoy, ¡es para tirarse de los pelos!, ¡es para darse de golpes contra un muro!
¡Cualquier
bribón podría avergonzarme con indirectas e insultos! ¡Tendré que sudar como un
moroso ante la más
mínima insinuación! Y aunque pudiera aniquilarlos a todos, no podría llamarlos
mentirosos. ¿Quién va
ahí? ¿Quién está fisgoneando? Si no me equivoco son dos. Si es él, lo agarraré por las
solapas y no saldrá
con vida de aquí. (Entran FAUSTO y MEFISTÓFELES.)
Como por la ventana de la sacristía va saliendo el fulgor de la lámpara perpetua y este se
va
extinguiendo poco a poco mientras la oscuridad nos atrapa, mi pecho está lleno de noche.
MEFISTÓFELES
Pues yo me siento como el gato flaco que se desliza por la escalerilla de incendios y
luego ronda
silenciosamente las murallas. Me siento virtuoso: con un poco de ganas de robar y otro
poco de
fornicar. Ya empieza a estremecer todo mi cuerpo la maravillosa noche de WalpurgisLa
Es pasado
mañana. Ahí sí que se sabe bien por qué se vela.
FAUSTO
¿Entretanto extraeremos el tesoro que veo refulgir allá detrás?
MEFISTÓFELES
Pronto tendrás el placer de sacar ese caldero. Hace poco le eché una ojeada, está llena de
táleros con la
efigie de un león.
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278
FAUSTO
¿Ni una alhaja, ni un anillo para adornar a mi amada?
MEFISTÓFELES
Me pareció ver algo semejante a un pequeño collar de perlas.
FAUSTO
Eso está bien, lamentaría venir a verla y no traerle un regalo.
MEFISTÓFELES
Tampoco le vendría nada mal gozar de alguna cosa de balde. Ahora que el cielo arde
lleno de estrellas,
ella oirá una auténtica obra de arte. Le cantaré una canción moral para dejarla aún más
embelesada de lo
que lo está. (Canta acompañándose de una cítara.)
Pequeña Catalina,
¿qué haces ante la puerta
de tu amor, tan temprano?
¡No cruces ese umbral!
¡No se te ocurra hacerlo!
Doncella entrarás.
Doncella no saldrás.
Tened mucho cuidado,
una vez que lo logren
os dirán: «bien, adiós».
Muchachas desdichadas,
mantened el honor.
No dejéis que os ame
279
ningún joven truhán
sin antes desposarse.
VALENTÍN (Adelantándose.)
¿A quién pretendes engañar? ¡Diantre! Condenado cazador de ratas. Primero mandaré al
diablo el
instrumento y luego mandaré al diablo al cantante.
MEFISTÓFELES.
La cítara está partida en dos y ya no tiene arreglo.
VALENTÍN
¡Y ahora le toca a tu cabeza!
MEFISTÓFELES (A FAUSTO.)
Señor doctor, no ceda, ¡ánimo! ¡Venga a mi lado, que yo lo llevo! ¡Con todo su brío!
Dele fuerte, que
yo pararé sus golpes.
VALENTÍN
¡Para este!
MEFISTÓFELES
¿Por qué no?
VALENTÍN
¡Y este!
MEFISTÓFELES
¡Claro!
VALENTÍN
¡Es como si esgrimiera el diablo! Pero ¿qué es esto? Mi brazo empieza a perder fuerza.
MEFISTÓFELES (A FAUSTO.)
¡Clávaselo a fondo!
VALENTÍN (Cae.)
¡Oh, dolor!
MEFISTÓFELES
Ya se le han bajado los humos. Pero, desaparezcamos, están gritando que ha habido un
crimen y yo
puedo arreglármelas bien con la policía, pero no puedo esquivar a la justicia criminal.
280
MARTA (En la ventana.) ¡
Socorro!
MARGARITA (En la ventana.)
¡Luz aquí!
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281
MARTA
Se han insultado, se han gritado y se han batido en duelo.
LA GENTE
Aquí hay uno muerto.
MARTA (Saliendo.)
¿Han escapado los asesinos?
MARGARITA (Saliendo.)
¿Quién ha caído?
LA GENTE
El hijo de tu madre.
MARGARITA
¡Dios todopoderoso! ¡Qué desgracia!
VALENTÍN
¡Me estoy muriendo, sí! Se dice pronto, pero más pronto aún llega. ¿Qué hacéis ahí,
mujeres, aullando y
gritando? Venid y escuchadme. (Todas le rodean.) Todavía eres joven, Margarita, no
tienes suficiente
experiencia y no te haces bien. Ahora sólo te digo en confianza: ya que eres una ramera,
sé una buena
ramera.
MARGARITA
¡Hermano! ¿Cómo me dices eso? Ay, Dios mío.
VALENTÍN
¡No mezcles a Dios es esta farsa! A lo hecho, pecho, y sólo se podrá hacer lo que se
pueda. Empezaste
con uno a escondidas, pronto vendrán más y, una vez que te posean, serás de toda la
ciudad. Cuando
nace la infamia, entra en el mundo a hurtadillas; le ponen el velo de la noche tapándole la
cara y
querrían asesinarla a escondidas. Pero, luego, cuando crece y se hace grande, sale
descubierta a la luz
del día y entonces no se ha hecho más hermosa. Cuanto más feo es su rostro, más busca
la luz del día.
Ya veo llegar el tiempo en el que los buenos ciudadanos se apartarán de ti, ramera, como
de un cadáver
putrefacto. El corazón te temblará en el cuerpo cuando te miren a los ojos. Ya nunca
llevarás cadena de
oro y no podrás estar en la Iglesia ante el altar. No podrás volver a sentirte bien con tu
cuello de encaje
en un baile. Te esconderás en un miserable rincón con pobres y mendigos. Y, aunque
luego Dios te
perdone, serás maldita para siempre en este mundo.
282
MARTA
¡Pide a Dios misericordia por tu alma! ¿O prefieres cargarla de blasfemias?
VALENTÍN
Si pudiera golpear tu seco cuerpo, desvergonzada alcahueta, todos mis pecados
obtendrían el esperado
perdón.
MARGARITA
¡Hermano, mío! ¡Qué pena infernal!
VALENTÍN
Deja ya de llorar. Cuando renunciaste a la honra, me asestaste la más fuerte puñalada en
el corazón.
Voy hacia Dios, pasando por el sueño de la muerte, como un valeroso soldado. (Muere.)
CATEDRAL
(Oficio religioso, órgano y cántico. El ESPÍRITU MALIGNO detrás de MARGARITA.)
ESPÍRITU MALIGNO
¿Qué diferente era todo, Margarita, cuando llena de inocencia te acercabas al altar y
balbucías oraciones de tu
gastado librito? Era a medias un juego de niños, pero también a medias llevabas a Dios
en el corazón.
¿Dónde está tu cabeza, Margarita? ¿Qué crimen escondes en ese corazón? ¿Ruegas por tu
difunta madre, a la
que tú hiciste pasar del sueño a la larga, larga pena? Y ¿de quién es la sangre en tu
umbral? ¿No se mueve
bajo tu corazón algo que va creciendo y se angustia y te angustia con una presencia
cargada de presagios?
MARGARITA
¡Ay de mí! ¡Si pudiera liberarme de los pensamientos que dan vueltas y pasan y vuelven
contra mí!
CORO
Dies irae dies illa.
Salvet saeculum in favilla.
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283
(Suena el órgano.)
ESPÍRITU MALIGNO
¡La cólera te envuelve! ¡Resuena la trompeta! ¡Se agitan los sepulcros! También tu alma
resurge de las
cenizas y arde en un tormento flameante. ¡Ahora, resucita agitada!
MARGARITA
¡Querría irme de aquí! Es como si el órgano me quitara el aliento y los cantos disolvieran
mi corazón en lo
más profundo.
CORO
Judex ergo cum sedebit
quidquid latet adparebit
nil inultum remanebit.
MARGARITA
Todo se me hace angosto. Estoy apresada por las columnas de los muros. La bóveda me
aplasta. Aire, aire,
que me ahogo.
ESPÍRITU MALIGNO
¡Escóndete! El pecado y la vergüenza no quedan ocultos. ¿Aire? ¿Luz? Pobre de ti.
CORO
Quid sum miser tunc dicturus?
Quem patronem rogaturus?
Cum vix justus sit securus?
ESPÍRITU MALIGNO
Hasta los mismos santos apartan el rostro de ti. Los puros temen tenderte su mano. ¡Ay
de ti!
CORO
Quid sum miser tunc dicturus?
MARGARITA
¡Vecina!, ¡las sales!
NOCHE DE WALPURGIS
284
(Cordillera del Harz. Comarca de Schierke y Elend.
FAUSTO y MEFISTÓFELES.)
MEFISTÓFELES
¿No quieres un palo de escoba? Yo desearía el más recio macho cabrío. Por este camino
aún estamos lejos
de nuestro destino.
FAUSTO
Mientras sienta fuerza en mis piernas, este bastón nudoso será suficiente. ¿De qué sirve
abreviar este
camino? Cruzar el laberinto de los valles para escalar después estos peñascos de donde
brota en manantial
la eterna fuente. El placer anima esta senda. La primavera flota sobre los abedules y ya
los pinos la
empiezan a sentir. ¿No tonificará entonces nuestros miembros?
MEFISTÓFELES
La verdad, no noto nada de eso. En mi cuerpo es invierno, y desearía nieve y escarcha a
mi paso. ¡Qué
triste se eleva el imperfecto disco de la encarnada luna con su fulgor tardío! Brilla tan
poco que a cada
paso tropezamos con árboles y rocas. Permíteme que llame a un fuego fatuo. Ahí veo que
centellea
juguetón. ¡Eh, amigo!, ¿vendrías con nosotros? ¿Qué haces ahí brillando inútilmente? Sé
amable e ilumina
nuestra ascensión.
FUEGO FATUO
Espero, por respeto, ser capaz de dominar mi frívola naturaleza. Nuestro camino suele ir
en zigzag.
MEFISTÓFELES
Ay, este quiere imitar a los hombres. Anda derecho, en nombre del Diablo, o soplo y
extingo tu trémula
vida.
FUEGO FATUO
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285
Ya veo que eres el señor de nuestra casa y con gusto me ajustaré a lo que dices. Pero
tened en cuenta que
el monte está lleno de hechizos y, si os ha de guiar el paso un fuego fatuo, no podéis ser
muy exigentes
con él.
FAUSTO, MEFISTÓFELES y el FUEGO FATUO (cantan alternativamente las estrofas.)
En las esferas del sueño y la magia,
al parecer, estamos penetrando.
Guíanos bien y hónrate en la empresa,
para que, avanzando, lleguemos pronto
a esos parajes amplios y desiertos.
Mira qué rápido atrás dejamos
un árbol tras otro en nuestro paseo
y cómo las rocas nos reverencian
y las largas narices de las peñas
hacen sonar con fuerza sus ronquidos .
A través de las piedras y praderas
bajan rápidos río y arroyo.
¿Escuchas su rumor?, ¿tal vez su canto?
¿Escuchas tiernas quejas de amor,
resuenan esos días celestiales?
¡Toda nuestra esperanza y amor!
Y como en aquella vieja leyenda
otra vez se hace escuchar el eco.
Uju, suju, se escuchan más y más
al grajo, la lechuza y la avefría.
¿Han permanecido todos en vela?
¿Está la salamandra en los matojos?
¡Qué largas patas y qué grande el vientre!
Las raíces, como si fueran sierpes,
se retuercen por arenas y rocas
y extienden sus fabulosos brazos
para asustarnos y apresarnos.
Desde tupidos nudos animados,
estiran sus tentáculos de pólipo
contra el caminante. Y los ratones
forman un abigarrado ejército
y marchan por el musgo y la pradera.
Las luciérnagas vuelan por el aire
286
y su compañía nos desorienta.
Pero, ¿es que debemos detenernos?,
¿no habrá más bien que continuar?
Todo parece girar y girar.
Rocas y árboles hacen gestos,
mientras los juguetones fuegos fatuos
siguen creciendo y multiplicándose.
MEFISTÓFELES
Agárrate bien a mi capa. Hemos llegado a la mitad de la subida a la cumbre. Aquí verás
con sorpresa
cómo en el monte fulge incandescente Mammón.
FAUSTO
Qué extraño resplandor despide, desde el fondo, esa turbia luz de la aurora. El fulgor
llega retumbando
hasta la profunda garganta del abismo. Por aquí sube el vapor, por allí se espesa el vaho,
y de la bruma
y su velo surge un fuego incandescente que luego brota como un manantial. Por allí
serpentea un largo
trecho con cien venas cruzando todo el valle, y aquí, en el augusto rincón, se queda
aislado de una vez.
Entonces las chispas centellean en sus proximidades, como arena dorada llevada por el
viento. Y ¡mira!,
en toda su altura se incendia esa pared de roca.
MEFISTÓFELES
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287
¿Acaso no adorna con todo boato el señor Mammón su palacio para la fiesta? Suerte que
lo hayas visto,
ya presiento que llegan los fogosos invitados.
FAUSTO
¡Qué rápido vuela la novia del viento por el aire! ¡Qué fuertes golpes me da en la nuca!
MEFISTÓFELES
Agárrate a las viejas grietas de las rocas o te arrojará en esta garganta, que será tu tumba.
La niebla hace
densa la noche. ¡Oye cómo se estremece el bosque! Los búhos huyen espantados. Oye
cómo se astillan
las columnas del eterno palacio de verdor, cómo las ramas gimen y se rompen, cómo los
troncos
retumban, poderosos, y las raíces crujen y bostezan. En impresionante y confusa caída,
los árboles
ceden agolpándose unos contra otros, y apenas permiten que se filtre el viento, que silba
y aúlla al pasar
por los atestados barrancos. ¿No oyes voces en las alturas, que suenan aquí lejos y allá
cerca? Sí, a lo
largo de todo el monte, truena iracundo un ensalmo.
LAS BRUJAS (A Coro.)
Las brujas suben al Brocken, la mies es verde y el rastrojo amarillo. Allí está reunido el
gran montón y
el señor Urián está sentado encima. Todo va a pedir de boca. ¡Que suelte cuescos la
bruja! ¡Que hieda el
macho cabrío!
UNA VOZ
Allí viene sola la vieja Baubo a lomos de una cerda madre.
CORO
Honor, pues, a quien merece los honores. Señora Baubo, adelantaos y guiadnos. Una
cerda ejemplar, la
madre encima y el ejércirto de brujas detrás.
UNA VOZ
¿Por dónde habéis venido?
OTRA VOZ
Por el Ilsen. Allí vi al búho en su nido. ¡Qué mirada tenía!
UNA VOZ
¡Vete al infierno! ¿Por qué vas cabalgando tan de prisa?
OTRA VOZ
Aquella me dio un arañazo. Mira las heridas.
288
BRUJAS (A coro.)
El camino es ancho y largo. ¿Por qué esa prisa sin sentido? ¡Que la horquilla pinche!,
¡que la escoba
desgarre! ¡Que el niño se ahogue!; ¡que el útero reviente!
BRUJOS (En semicoro.)
Vamos lentos como caracoles. Las mujeres van todas delante, pues en el camino a la
mansión del mal,
las mujeres nos llevan miles de pasos de ventaja.
EL OTRO SEMICORO
No nos tomemos esto muy en serio, ya que lo que consigue la mujer con mil pasos,
cuando puede
apresurarse, lo consigue el hombre de un salto.
UNA VOZ (Desde arriba.)
¡Venid aquí! ¡Salid de ese mar de rocas!
VOCES (Desde abajo.)
Querríamos acompañaros a las alturas. Nos lavamos y quedamos blancos y relucientes,
pero estamos
para siempre estériles.
AMBOS COROS
Calla el viento, la estrella huye, la nebulosa luna se oculta. El coro mágico despide miles
de pavesas.
VOZ (Desde abajo.)
¡Alto!, ¡alto!
VOZ (Desde arriba.)
¿Quién llama desde la hendidura de las rocas?
VOZ (Desde abajo.)
¡Llevadme con vosotros! Hace trescientos años que subo y nunca puedo alcanzar la cima.
Con lo feliz
que estaría con mis semejantes.
AMBOS COROS
Con la escoba, con el bastón, con la horquilla y con el cabrón. El que hoy no pueda subir
aquí es
hombre perdido para siempre.
MEDIO-BRUJA
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289
Las persigo desde hace mucho tiempo. ¡Qué lejos están las otras! En casa no dejo de
afanarme y, sin
embargo, no las alcanzo.
CORO DE LAS BRUJAS
El ungüento da bríos a las brujas, para hacer una vela es suficiente con un harapo.
Cualquier artesa sirve
de barco. ¡Que no vuele nunca el que no vuele hoy!
AMBOS COROS
Y cuando vayamos llegando a la cumbre, nos arrastraremos por el suelo y llenaréis la
pradera a lo largo
y a lo ancho con vuestro pulular brujeril. (Se echan por el suelo.)
MEFISTÓFELES
¡Qué choques!, ¡qué empujones, qué sonsonete! ¡Qué chispas, qué hedor, qué brillo, qué
ardor! Esta es
la auténtica brujería. Pero agárrate a mí, que no nos separen. ¿Dónde estás?
FAUSTO (Lejos.)
¡Aquí!
MEFISTÓFELES
¿Qué? ¿Ya te han arrastrado hasta allí? Haré uso de mis derechos de dueño. ¡Abrid paso!,
que va el
Hacendado Voland, ¡paso!, ¡dulce plebe!, ¡paso! Venga, Doctor, y en un momento nos
escaparemos de
este tumulto, es demasiado loco incluso para uno de mi género. Allí brilla algo con
extraño fulgor que
me atrae hacia aquellos matorrales. ¡Ven!, ¡ven! Entraremos con disimulo.
FAUSTO
¡Oh, espíritu de la contradicción! De acuerdo, puedes guiarme; pero no me parece bien
haber hecho la
peregrinación al Brocken en la noche de Walpurgis para aislarnos ahora por nuestra
cuenta.
MEFISTÓFELES
Pues ¡mira qué colorido de llamas! Se ha reunido un animado club. En la intimidad nunca
se está solo.
FAUSTO
Pero preferiría estar ahí arriba. Allí veo alzarse el fulgor y el humo, allí la multitud se
agolpa yendo
hacia el Maligno y se deben resolver muchos enigmas.
290
MEFISTÓFELES
Pero también se formarán otros nuevos. Deja que el mundo se desquicie y agite; nos
quedaremos aquí
en sosiego. Está establecido ya hace mucho que pequeños mundos se creen en el grande.
Allí veo
jóvenes brujitas desnudas y otras viejas que se cubren con astucia. Al menos por mí, sed
simpáticas; a
poco que os esforcéis será grande el placer. Pero escucho el tañer de instrumentos.
¡Maldito ruido!
Habrá que acostumbrarse. ¡Ven conmigo!, ¡ven! No hay más remedio. Te llevaré
conmigo, te
presentaré y harás nuevos lazos. ¿Qué te parece, amigo? Esta explanada no es pequeña.
Mira, apenas se
ve el fin. Hay cien hogueras ardiendo en fila; se baila, se hacen chanzas, se cocina, se
bebe, se ama...
Dinos si puede haber algo mejor.
FAUSTO
Y para introducirme, ¿te presentarás como demonio o como mago?
MEFISTÓFELES
Estoy acostumbrado a ir de incógnito. Mas el día de gala hay que poner las
condecoraciones. No me
adorna la Jarretierra, pero el pie de caballo encuentra aquí todos los honores. ¿Ves ese
caracol? Viene
despacio, mas con sus cuernos ha visto y olido algo especial en mí. Aunque quisiera, no
puedo negarme
aquí. Ven, vamos del fuego hacia el fuego. Tú serás el galán y yo tu valedor. (A unos que
están
sentados junto a unas ascuas mortecinas.) ¿Qué hacéis aquí, dignos ancianos? Sería mejor
que os sentarais
en el centro, en medio de la disipación juvenil; ya tiene cada uno suficiente soledad en su
casa.
GENERAL
¿Quién se puede fiar de las naciones, por mucho que por ellas se haya hecho? Pues, para
el pueblo
como para la mujeres, la juventud tiene preferencia.
MINISTRO
Ya estamos demasiado lejos de la Justicia. Celebro a los buenos veteranos, pues, cuando
mandábamos
en todo, estábamos en la auténtica Edad de Oro.
ADVENEDIZO
291
Pues nosotros tampoco fuimos tontos, aunque a menudo hicimos lo que no debíamos;
pero ahora todo
está cambiando, justo cuando esperábamos agarrarlo con firmeza.
AUTOR
¿Quién querría leer hoy un escrito de contenido más o menos perspicaz? Y por lo que a
los jóvenes
respecta, nunca fueron tan sabihondos.
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292
MEFISTÓFELES (Que de repente parece muy viejo.)
Veo que están preparados para el Juicio Final. Como es el último día que escalo el monte
de las brujas
y, puesto que de mi barril sólo mana vino turbio, me parece que el mundo también está
tocando fondo.
BRUJA REVENDEDORA
¡Señores míos, no pasen de largo! ¡No dejen escapar la ocasión! Miren con atención mis
mercancías,
hay cosas muy variadas y, con todo, nada en este puesto deja de estar relacionado con
objetos que
alguna vez hayan contribuido al daño de los hombres. Ni un puñal que no haya hecho
derramar sangre,
ni una copa que no haya vaciado en un cuerpo un veneno ardiente y degenerativo, ni una
joya que no
haya seducido a una mujer adorable, ni una espada que no haya quebrantado algún
acuerdo y herido por
la espalda a un adversario.
MEFISTÓFELES
¡Querida tía!, comprendéis mal el tiempo. Lo pasado, pasado está: dedicaos a las
novedades, sólo las
novedades saben atraernos.
FAUSTO
¡Que no pierda aquí el sentido! ¡Esto sí que es una feria!
MEFISTÓFELES
El remolino entero asciende. Tú crees que empujas y en realidad eres empujado.
FAUSTO
¿Ese quién es?
MEFISTÓFELES
Obsérvala bien. Es Lilith.
FAUSTO
¿Quién?
MEFISTÓFELES
La primera mujer de Adán. Cuídate de su bonita melena, la única joya que la adorna. Una
vez que
atrapa a un joven con esta, no logra escapar fácilmente.
FAUSTO
Allí hay dos sentadas. La vieja con la joven. ¡Seguro que ya han brincado mucho!
MEFISTÓFELES
Estas hoy no podrán tener reposo. Empieza un nuevo baile, ¡ven, unámonos!
293
FAUSTO (Bailando con la joven.)
Una vez tuve un sueño muy hermoso.
Ante mis ojos había un manzano,
dos bellas manzanas resplandecían,
me atrajeron y decidí subir.
LA BELLA
A ellas les gustan las manzanas
desde el paraíso terrenal.
Me siento conmovida de alegría,
pues en mi huerto crece esa fruta.
MEFISTÓFELES
Una vez tuve un sueño tenebroso,
ante mis ojos, un árbol reseco
tenía una [enorme hendidura].
A pesar de su [anchura] me gustó.
LA VIEJA
Brindo mis respetuosos saludos
al caballero del pie de caballo.
Que tenga preparado [su tapón]
si no tiene miedo [al gran agujero].
PROCTOFANTASMISTA
¡Maldita ralea! ¿Qué decís aquí? ¿No se ha demostrado ya hace tiempo que un espíritu no
puede andar
sobre pies ordinarios? Y no obstante bailáis como nosotros.
LA BELLA (Bailando.)
¿Qué quiere este en nuestro baile?
FAUSTO (Bailando.)
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294
¡Sí, a este se le encuentra en todas partes! Él ha de juzgar lo que otros bailan y si no se ha
mofado de
cada paso, es como si ese paso no hubiera sido dado. Lo que más le molesta es que
avancemos. Si os
apetece dar vueltas como él, en su propio círculo, como en su viejo molino, él dirá en
cualquier caso
que está bien y si le saludáis mientras, mejor
PROCTOFANTASMISTA
¡Seguís ahí! ¡Esto es inaudito! ¡Desapareced de aquí! ¡Ya lo hemos aclarado! A estos
demonios les dan
igual las reglas; aunque somos sensatos, hay duendes en Tegel. ¡Cuánto tiempo hemos
estado luchando
contra la locura y nunca conseguimos que esté todo limpio! ¡Es inaudito!
LA BELLA
Pues deje ya de molestarnos.
PROCTOFANTASMISTA
Os lo digo a la cara, espíritus. No acepto el despotismo de los espíritus: mi espíritu no
puede instruirlos
ni adiestrarlos. (Siguen bailando.) Hoy veo que no voy a conseguir nada, pero llevo
siempre conmigo
un Viaje, y espero, antes de dar mi último paso, someter a demonios y poetas.
MEFISTÓFELES
Se sentará en seguida en un pantano, es su mejor modo de solazarse, y cuando las
sanguijuelas se
relaman en sus posaderas, se curará de los espíritus y del espíritu. (A FAUSTO, que ha
salido del
baile.) ¿Por qué dejas marchar a esa muchacha que tan seductoramente te cantaba durante
la danza?
FAUSTO
Ay, en mitad del canto le saltó un ratoncillo rojo de la boca.
MEFISTÓFELES
¡Bien está eso! No hay que tomárselo tan a pecho. Basta con que el ratón no fuera gris.
¿Quién se fija en
eso en la hora del idilio?
FAUSTO
¿Allí veo...?
MEFISTÓFELES
¿Qué?
295
FAUSTO
Mefisto, ¿ves allí a una bella niña de tez pálida, sola y en la lejanía? Parece andar muy
despacio, parece
no mover los pies. Debo confesar que me parece igual que mi buena Margarita.
MEFISTÓFELES
¡Déjalo estar! ¡Eso no le sienta bien a nadie! Es una imagen de hechizo; no tiene vida, es
un ídolo. No
es bueno encontrarse con ella. Su mirada estática paraliza la sangre del hombre y pronto
quedan
convertidos en piedra; tú ya has oído hablar de Medusa.
FAUSTO
Es verdad, parecen los ojos de una muerta que una mano cariñosa no cerró. Pero este es
el pecho que
me ofreció Margarita, este es el dulce cuerpo que gocé.
MEFISTÓFELES
Es un hechizo, hombre fácil de engañar. Todos creen querer a su amada.
FAUSTO
¡Qué delicia!, ¡qué sufrimiento! No puedo separarme de sus ojos; pero qué extraño que
aquel hermoso
cuello sea adornado por una sola cadenita roja, no más ancha que el corte de un cuchillo.
MEFISTÓFELES
Cierto, también lo veo. Igual podría pasear la cabeza bajo el brazo, porque Perseo se la
cortó... Pero
siempre tendrás este afán imaginativo. Sube por la pequeña colina; allí hay tanta
diversión como en el
Prater. Y si yo no estoy hechizado también, veo allí un teatro. ¿Qué representan?
SERVIBILIS
Ahora mismo comenzamos. Una nueva obra. La nueva obra de un serie de siete. Aquí es
costumbre ser
tan generoso. La ha escrito un aficionado y la representan aficionados. Perdónenme,
señores, me retiro.
Mi afición es levantar el telón.
MEFISTÓFELES
¡Me place encontrarle en el Blocksberg! Pues este es el lugar que le corresponde.
SUEÑO DE LA NOCHE DE WALPURGIS O BODAS DE ORO DE OBERÓN Y
TITANIA
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Intermezzo
EMPRESARIO
Descansemos por hoy, valerosos hijos de Mieding. El alto monte y el húmedo valle serán
todo nuestro
escenario.
HERALDO
Si han de ser bodas de oro, tienen que haber pasado cincuenta años; pero acabemos con la
polémica, me
gusta el dorado.
OBERÓN
Estad allá donde yo esté, espíritus, y en esta hora se mostrará cómo el rey y la reina
renuevan sus lazos.
PUCK
Aquí viene Puck y da vueltas y arrastra sus pies hacia el baile. Otros cien lo siguen para
divertirse con él.
ARIEL
Ariel entona el canto con su son celeste y puro. Su canto anima a muchachas feas y
también atrae a las
bellas.
OBERÓN
Aprended de nosotros dos, cónyuges que queréis vivir en armonía. Para que dos se amen,
basta con
separarlos.
TITANIA
Si el hombre gruñe y la mujer grita, cogedlos con rapidez. Llevadla a ella al Mediodía y a
él al confín del
Norte.
ORQUESTA TUTTI (Fortissimo. )
Ahí están las moscas con sus trompas y los mosquitos con sus aguijones y todos sus
parientes. ¡Rana entre
las hojas caídas y grillo entre la hierba, tampoco perdáis el compás. ¡He ahí los músicos!
SOLO
Mirad, viene la gaita, es la burbuja de jabón. Escuchad el tururú que sale de su chata
nariz.
ESPÍRITU (Que se está empezando a formar.)
298
¡Dadle patas de araña, panza de batracio y alitas al duendecito! Aunque no hay un animal
similar, sí hay
un pequeño poema.
UNA PAREJITA
Gran salto y paso corto entre aromas, y un rocío con olor a miel. Aunque tus pasos son
suficientes para mí,
no consigo volar.
VIAJERO CURIOSO
¿No es esta la mofa de una mascarada? Si he de dar crédito a mis ojos, aquí veo a
Oberón, el hermoso
dios.
ORTODOXO
No tiene garras, no tiene rabo!, pero no hay duda. Al igual que existen los dioses griegos,
existe el diablo.
ARTISTA NÓRDICO
Lo que percibo hoy sólo está en boceto, pero estoy preparándome para mi viaje a Italia.
PURISTA
Mi desdicha me trae aquí. ¡Qué putrefacción reina en este lugar! De entre todo este
ejército de brujas, sólo
hay dos que van empolvadas.
BRUJA JOVEN
Los polvos de maquillaje, lo mismo que los mantos, son para las ancianitas, yo voy
desnuda sobre mi
macho cabrío enseñando mi macizo cuerpecito.
MATRONA
Tenemos modales demasiado buenos como para empezar a ponernos de morros, pero
espero que, lo
mismo que hoy estás tierna y joven, un día te pudrirás.
DIRECTOR DEL CORO
Trompas de moscas y aguijones de mosquito, no vayáis en enjambre contra la desnuda.
¡Rana entre las
hojas caídas y grillo entre la hierba, tampoco perdáis el compás!
VELETA (Girando a un lado.)
Esta es la mejor compañía posible. ¡Novias auténticamente puras! Los muchachos
también, uno por
uno, son de mucho porvenir. (Al otro lado.) Si no se abre el suelo para tragárselos a
todos, saltaré
frenética en el infiemo.
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300
XENIAS
Somos como insectos, vamos en pequeñas bandadas, vamos con nuestros aguijones
preparados para
honrar, según sus merecimientos, a nuestro padre, Satán.
HENNINGS
Mirad cómo bromean ingenuamente, con las filas apretadas. Al final dirán que tienen
buen corazón.
MUSAGETA
Me gusta mucho perderme en el tropel de las brujas, pues seguro que podría conducirlas
mejor que las
musas.
CI-DEVANT, GENIO DE LA ÉPOCA
Con la gente honrada siempre se llega a algo. Ven, agárrate a mis faldas. Tanto el
Blocksberg como el
Parnaso alemán tienen una cumbre amplia.
VIAJERO CURIOSO
Decidme, ¿quién es ese hombre tan estricto? Anda con paso muy altivo. Va buscando lo
que pueda
encontrar. ¡Va tras la pista de jesuitas!
GRULLA
Me gusta pescar en agua clara y también en la revuelta; por eso veis a ese hombre
piadoso mezclándose
con demonios.
HIJO DEL MUNDO
Sí, para los piadosos, creedme, todo es un buen instrumento. Incluso en el Blocksberg
han hecho
conventículos.
BAILARÍN
¿Viene un nuevo coro? ¡Oigo tambores lejanos! ¡Tranquilos!, es el ruido del viento en las
cañas.
MAESTRO DE BAILE
¡Cómo mueve los pies a todos! Cada uno hace lo que puede. El flaco salta, el gordo
brinca. Nadie
pregunta qué parece.
VIOLINISTA
301
Es odioso ese grupo de andrajosos. A uno le gustaría darse un descanso. Es como si la
gaita los reuniera
a todos, como hacía la lira de Orfeo con las bestias.
DOGMÁTICO
No dejo que me extravíen con gritos, ni con críticas, ni con dudas. Pese a todo, el
demonio ha de ser
algo, pues ¿cómo si no va a haber demonios?
IDEALISTA
La fantasía tiene esta vez demasiado poder sobre mis sentidos. Cierto, si lo soy todo, hoy
soy un loco.
REALISTA
Me atormenta ese ser y me siento muy apenado. Por primera vez me tambaleo sobre mis
pies.
SUPERNATURALISTA
Aquí estoy, divirtiéndome mucho y disfrutando con estos; de la existencia de los
demonios puedo
deducir la de los buenos espíritus.
ESCÉPTICO
Siguen la estela de las llamas y se creen cerca de tesoros. Duda sólo rima con demonio,
por eso este
es mi lugar.
DIRECTOR DEL CORO
Rana entre las hojas caídas, grillo entre la hierba, malditos dilettantes. Trompas de
moscas y
aguijones de mosquitos, sois auténticos músicos callejeros.
LOS HÁBILES
Sanssouci es el nombre del tropel de alegres criaturas. Si ya no podemos ir de pie, iremos
de cabeza.
LOSINEPTOS
Antes disfrutábamos de buenos bocados, pero hoy, Dios nos ayude, nuestros zapatos de
bailar están
gastados y vamos con los pies descalzos.
LOS FUEGOS FATUOS
Venimos del pantano de donde surgimos, pero aquí nos parecemos a esos brillantes
galanes.
ESTRELLA ERRANTE
302
Desde las alturas he caído con fulgor de estrella y de fuego y quí estoy tendida en la
tierra. ¿Quién me
ayuda a ponerme en pie?
LAS MASAS
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303
¡Dejad sitio!, ¡abrid paso!, ¡que se inclinen las hierbas! Ahora vienen los espíritus, pero
tienen
miembros pesados.
PUCK
No avancéis con esa torpeza de crías de elefante. ¡Que hoy sea el más tosco de todos, el
más macizo, el
mismísimo Puck!
ARIEL
Como la naturaleza amable y el espíritu os dieron alas, seguid mi leve rastro hasta la
colina de las rosas.
ORQUESTA (Pianissimo.)
Las nubes y la niebla van aclarando. Viento en las hojas y entre las cañas. Todo se
desvanece.
DÍA NUBLADO. CAMPO
(FAUSTO, MEFISTÓFELES.)
FAUSTO
¡En la miseria! ¡Desesperada! Tristemente errante por el mundo durante mucho tiempo, y
ahora presa,
esa dulce e infeliz criatura encerrada como una criminal en una prisión y sometida a
horribles
tormentos. Hasta ahí ha llegado, hasta ahí. Espíritu traicionero e indigno, me lo has
ocultado. Quédate
ahí. Sí, revuelve con rabia reconcentrada tus diabólicos ojos en sus órbitas. Sí, quédate y
espántame con
tu insoportable presencia. ¡Está prisionera! ¡Está sumida en una desgracia irreparable!
Está abandonada
a los espíritus malignos y a la implacable justicia humana. Y tú, mientras, me llevas a
degeneradas
distracciones, me ocultas su miseria cada vez mayor y dejas que se pierda sin que nadie la
socorra.
MEFISTÓFELES
¡No es la primera!
FAUSTO
Pero, ¡monstruo abominable! ¡Oh espíritu infinito, devuélvele, devuélvele a este gusano
su figura
perruna, esa que tenía cuando por la noche le gustaba correr delante de mí y meterse entre
los pies del
304
inofensivo caminante para echarse sobre su espalda cuando cayera! Devuélvele su forma
predilecta para
que se retuerza ante mí, con su vientre sobre el polvo, y pueda aplastarle con el pie de
este condenado.
«¡No es la primera!» Desgracia, desgracia que ningún alma humana puede comprender:
que exista más
de una criatura que se haya sumido en esa desgracia; que no bastara que la primera se
retorciera ante los
ojos del Eterno Redentor para expiar la culpa de todas las demás. La vida se me consume
hasta el
tuétano de los huesos sólo con ver el destino de esta, y tú te regodeas haciendo muecas al
ver el destino
de miles.
MEFISTÓFELES
Ya hemos llegado al límite de nuestro talento, al lugar en el que los hombres perdéis el
sentido. ¿Por
qué quieres mi compañía si no eres capaz de soportarla? ¿Quieres volver y el vértigo te
hace sentirte
inseguro? ¿Fui yo el que me acerqué a ti o tú a mí?
FAUSTO
¡No rechines contra mí tus dientes voraces! ¡Me repugna! Gran y magnífico Espíritu que
te dignaste
aparecer ante mí, que conoces mi corazón y mi alma, ¿por qué me has encadenado a este
vergonzoso
compañero que se complace en el daño y se recrea en la perdición?
MEFISTÓFELES
¿Has terminado?
FAUSTO
¡Sálvala o ay de ti! Que caiga sobre ti la más nefasta maldición a través de los siglos.
MEFISTÓFELES
Yo no puedo soltar las cadenas que ha puesto el Vengador. No puedo descorrer sus
cerrojos. Sálvala.
¿Quién fue el que la llevo a la perdición?, ¿yo o tú?
(FAUSTO mira en torno a sí, perturbado.)
¿Te gustaría echar mano de los truenos? ¡Menos mal que no se os ha concedido eso a los
miserables
mortales! Hacer pedazos al inocente que se tiene delante es vuestra tiránica costumbre
para buscar
alivio en la confusión.
305
FAUSTO
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306
Llévame allí. Ella tiene que quedar libre.
MEFISTÓFELES
¿Y el peligro al que te vas a exponer? Recuerda que aún tienes pendiente en la ciudad un
delito de
sangre, recuerda que por el lugar del crimen flotan espíritus vengadores que están al
acecho esperando
la llegada del asesino.
FAUSTO
¿Y tú me lo dices? ¡Que caiga sobre ti el crimen y la muerte del mundo entero, monstruo!
Te digo que
me lleves allí y la salves.
MEFISTÓFELES
Te llevaré, y escucha lo que puedo hacer. ¿Acaso tengo poder sobre el cielo y la tierra?
Envolveré en
niebla el sentido del carcelero; ¡apodérate de las llaves y sácala tú con manos humanas!
Yo vigilaré.
Los caballos encantados estarán dispuestos y os ayudarán a huir. Eso es lo que puedo
hacer.
FAUSTO
¡Vamos allá!
POR LA NOCHE. LLANURA
(FAUSTO y MEFISTÓFELES montados en caballos negros.)
FAUSTO
¿Qué están haciendo en ese patíbulo?
MEFISTÓFELES
No sé lo que están cocinando.
FAUSTO
Suben, bajan, se inclinan y se agachan.
MEFISTÓFELES
Es una reunión de brujas.
FAUSTO
Hacen libaciones y conjuros.
MEFISTÓFELES
¡Adelante!, ¡adelante!
PRISIÓN
FAUSTO (Con un manojo de llaves y una lámpara, delante de una puertecita de hierro.)
307
Se ha apoderado de mí un terror fuera de lo común. Sufro en este instante toda la miseria
de la
humanidad. Aquí está ella, tras estos muros húmedos, y todo su crimen fue un dulce
desvarío. Vacilas
en llegar a su presencia; temes volver a verla. Pero, adelante. Tu vacilación hace avanzar
a la muerte.
(Toma el candado y dentro se oye cantar.)
MARGARITA
La puta de mi madre
fue la que me mató
y mi padre, el pícaro,
luego me devoró.
Mi pequeña hermanita
mis huesos enterró
en húmedo lugar.
Me convertí en un pájaro.
Mírame cómo vuelo.
FAUSTO (Abriendo.)
No presiente que su amado la está escuchando ni oye el chirriar de las cadenas y el crujir
de la paja.
(Entra.)
MARGARITA (Escondiéndose en el camastro.)
Ay, ya viene. ¡Amarga muerte!
FAUSTO (En voz baja.)
Tranquila, tranquila, vengo a liberarte.
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MARGARITA (Retorciéndose ante él.)
Si eres hombre, siente mi desgracia.
FAUSTO
Vas a despertar al vigilante. (Toma las cadenas para quitárselas.)
MARGARITA (De rodillas.)
¿Quién te ha dado ese poder sobre mí, verdugo? Ya a medianoche vienes a llevarme. Ten
piedad de mí
y déjame vivir. ¿No es mañana lo bastante pronto? (Se incorpora.) ¡Soy tan joven!, ¡tan
joven! Y tengo
que morir. Fui también bella y esa fue mi perdición. Mi amigo estuvo cerca y ahora está
lejos. La
guirnalda está destrozada y desperdigadas están las flores. ¡No me agarres con tanta
fuerza! ¡Trátame
con cuidado! ¡Qué te he hecho! No me hagas que te suplique inútilmente. No te he visto
en mi vida.
FAUSTO
¿Podré soportar tanto dolor?
MARGARITA
Ahora estoy en tu poder. Pero déjame darle el pecho al niño. Toda la noche he estado
acariciándolo: me
lo quitaron para hacerme daño y ahora dicen que lo he matado yo. Nunca volveré a estar
alegre. Me
cantan cancioncillas, ¡qué mala es la gente! Así es como acaba un viejo cuento... ¿Quién
les manda
contarlo?
FAUSTO (Arrodillándose.)
A tus pies hay un hombre que te quiere, que viene a librarte del dolor.
MARGARITA (Se arrodilla a su lado.)
¡De rodillas, recemos a los santos! Mira, debajo de esos escalones, pasado el umbral,
brilla el fuego del
infierno. El Maligno prorrumpe en estruendo con espantosa cólera.
FAUSTO (En voz alta.)
¡Margarita!, ¡Margarita!
MARGARITA (Con atención.)
¡Esa era la voz de aquel amigo! (Se pone en pie de un salto. Caen las cadenas sueltas.)
¿Dónde está?
Lo he oído llamarme. Soy libre. Nadie habrá de sujetarme. Iré volando a abrazarlo y
descansaré junto a
309
su pecho. Me ha llamado. «¡Margarita!» Y estaba en el umbral. Entre los aullidos y el
crepitar del
infierno, a pesar de las burlas y las muecas de los diablos, reconozco el dulce y amoroso
sonido.
FAUSTO
Soy yo.
MARGARITA
¡Tú, eres tú! ¡Dilo otra vez! (Abrazándole.) ¡Es él! ¡Es él! ¿Adónde se han ido todas las
penas?
¿Adónde el miedo de la cárcel y los hierros? ¡Eres tú y has venido a salvarme! ¡Estoy
salvada! Otra vez
vuelve a estar ante mí la calle donde te vi por primera vez y el jardín alegre donde Marta
y yo te
esperábamos.
FAUSTO (Intentando llevársela.)
¡Ven conmigo!
MARGARITA
¡Oh, espera!, pues mientras estoy contigo, me encuentro muy bien. (Acariciándolo.)
FAUSTO
¡Date prisa! Si no, lo pagaremos caro.
MARGARITA
¿Cómo? ¿No puedes ya besarme? Hace tan poco tiempo que te marchaste y ya no sabes
besarme. ¿Por
qué tengo tanto miedo abrazada a ti, cuando antes tus palabras me llevaban al cielo y me
besabas como
si quisieras ahogarme? Bésame o te besaré yo. (Lo abraza.) Pobre de mí, tus labios están
fríos, están
mudos. ¿Dónde quedó tu amor? ¿Quién me lo ha quitado? (Le vuelve la espalda.)
FAUSTO
¡Venga! Sígueme, amor mío. Ten valor. Te querré con un fuego mil veces más ardiente,
pero ahora
sígueme, te lo suplico.
MARGARITA (Dándole otra vez la cara.)
¿Y entonces eres tú? ¿Eres tú de veras?
FAUSTO
Sí soy yo. Ven conmigo.
MARGARITA
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311
Has roto las cadenas y me estrechas de nuevo contra tu pecho. ¿Cómo es que no tienes
miedo de mí?
¿Sabes, amigo, a quién estás liberando?
FAUSTO
¡Ven! Que ya la oscuridad de la noche empieza a disiparse.
MARGARITA
He matado a mi madre. He ahogado a mi hijo. ¿No era un don tuyo y mío? ¡También
tuyo! ¡Eres tú!
Apenas puedo creerlo. Dame tu mano. Esto no es un sueño. ¡Tu mano querida! Pero...
está húmeda.
¡Sécatela! Me parece que hay sangre en ella. Ah, Dios mío, qué has hecho. Guarda ya tu
daga, te lo
suplico.
FAUSTO
Lo pasado, pasado está. No me mates.
MARGARITA
No, debes seguir vivo. Te diré cómo serán las sepulturas que deberás cuidar a partir de
mañana. Para mi
madre debe ser la mejor y a su lado mi hermano. Yo debo estar un poco aparte y junto a
mi seno
derecho, el pequeño. ¡Nadie más yacerá junto a mí! Unirme a ti fue una tierna alegría.
Pero ya no lo
consigo, parece como si tuviera que forzarme para ir hacia ti y tú me rechazaras, aunque
sigues siendo
tú tan bueno y tan noble.
FAUSTO
Si me ves así, ven conmigo.
MARGARITA
¿Fuera?
FAUSTO
Sí, a la libertad.
MARGARITA
Fuera está la tumba y la muerte nos aguarda, vamos. Vayamos de aquí al lecho eterno y
no demos
ni un paso más. ¿Vas entonces? Oh, Enrique, voy contigo.
FAUSTO
¿Puedes? Pues ven, la puerta está abierta.
MARGARITA
312
No puedo, para mí ya no hay esperanza. ¿Para qué huir? Me acecharán. Es tan horrible
tener que
mendigar, y además con remordimiento de conciencia. Es terrible vagar por tierra
extraña, y me
apresarán de todos modos.
FAUSTO
Entonces me quedaré contigo.
MARGARITA
¡Huye!, ¡huye! Salva a tu pobre hijo. Sigue el camino que lleva arriba al arroyo.
Atraviesa el
puente, adéntrate en el bosque y ve a la izquierda, donde está el entablado, en el remanso.
Sácalo,
quiere salir y aún está pataleando. ¡Sálvalo!, ¡sálvalo!
FAUSTO
Pero vuelve en ti. Un paso y serás libre.
MARGARITA
Si hubiera pasado ya el trance... Ahí, sobre una piedra, está sentada mi madre... Siento
que se me
congela la sangre. Ahí está mi madre, sentada sobre una piedra, y no mueve la cabeza, ni
asiente ni
deniega con ella. Hace tiempo que duerme, nunca despertará. Ella durmió para que
nosotros
gozáramos. ¡Qué tiempos más felices!
FAUSTO
Si las palabras y las súplicas no sirven, te llevaré a la fuerza.
MARGARITA
¡Déjame! No soporto la violencia. No me agarres como si fuera un criminal. Yo lo habría
hecho
todo por amor.
FAUSTO
¡El día está despuntando, amor mío!
MARGARITA
¡De día! ¡Ya es de día! ¡Ya está llegando mi último día! ¡Tendría que haber sido el día de
mi boda!
No le digas a nadie que estuviste con Margarita. Ay de mi guirnalda, todo acabó. Nos
volveremos a
ver, pero no bailando. La multitud se agolpa y no se oye nada. La plaza y las callejuelas
no pueden
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contenerla. La campana repica y ya se ha quebrado la varilla. ¡Cómo me atan y me
agarran! Ya soy
llevada al asiento de la muerte. Todas las nucas se estremecen ante el filo que va a cortar
la mía. El
mundo está mudo como una tumba.
FAUSTO
Ojalá no hubiera nacido.
MEFISTÓFELES (Apareciendo desde fuera.)
Vamos, o estáis perdidos. ¡Qué inútiles vacilaciones! ¡Qué irresolución! ¡Cuánta palabra!
Mis
caballos empiezan a estremecerse. Ya clarea la mañana.
MARGARITA
¿Qué es lo que está saliendo por el suelo? Es ese; échalo. ¿Qué hace en lugar sagrado?
¡Ha venido a
buscarme!
FAUSTO
Has de vivir.
MARGARITA
¡Juicio de Dios, a ti me he encomendado!
MEFISTÓFELES (A FAUSTO.)
¡Ven, o te dejo con ella en la estacada!
MARGARITA
¡Soy tuya, padre! ¡Sálvame! Vosotros, ángeles, ejército sacro, rodeadme para protegerme.
¡Enrique,
siento horror por ti!
MEFISTÓFELES
Está condenada.
VOZ (Desde arriba.)
Está salvada.
MEFISTÓFELES (A FAUSTO.)
Ven conmigo. (Desaparece con FAUSTO.)
VOZ DE MARGARITA (Desde dentro resonando.)
¡Enrique!, ¡Enrique!
LA TRAGEDIA
SEGUNDA PARTE
(En cinco actos)
315
ACTO PRIMERO
LUGAR AGRADABLE
(FAUSTO, tendido sobre el céspedforido; fatigado e inquieto, intenta conciliar el sueño.
Anochece. Un círculo de espíritus se mueve sobre él haciendo graciosas figuritas.)
ARIEL (Canto acompañado de arpas eólicas.)
Cuando en la primavera llueven flores,
estas flotan y caen sobre todo.
Cuando la verde bendición del campo
reluce para los hijos terrenos,
elfos pequeños e inmateriales
acuden adonde puedan ser útiles.
Ellos compadecen al desgraciado,
ya sea este santo o pecador.
Vosotros que rodeáis a este hombre haciendo círculos en el aire, mostrad aquí la noble
naturaleza de
los elfos, suavizad la airada guerra que él entabla en su corazón, evitadle los dardos
amargos y ardientes
del reproche. Cuatro son los períodos de la noche, haced que los disfrute sin demora.
Primero, reclinad
su cabeza sobre fresco almohadón; después, bañadlo en el rocío del Leteo: pronto se
harán flexibles sus
miembros entumecidos y estáticos, cuando vuelva a mirar, ya repuesto, la luz del día.
Cumplid el deber
más hermoso de los elfos: devolvedle la sagrada luz.
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316
CORO (Cantando de uno en uno, de dos en dos, en grupos, alternanado o a la vez.)
Cuando el aire tibio va inundando
grandes prados llenos de verdor,
bajan también al atardecer
tenues neblinas y suaves aromas.
¡Que susurros de agradable paz
mezan su corazón como a un niño
y a sus ojos de hombre agotado
tenga el día cerradas sus puertas!
Ya, por fin, ha caído la noche;
una a una vienen las estrellas.
Grandes luces y pequeñas chispas
rielan cerca y resplandecen lejos.
Rielan reflejándose en el mar;
resplandecen en el claro cielo.
Y, sellando la calma dichosa,
reina el esplendor de la luna.
Las horas ya se han extinguido;
dolor y gozo se han disipado.
¡Presiéntelo! Vas a sanar pronto.
Confía en la luz del nuevo día.
Verdean valles, crecen los cerros,
crecen hasta dar umbría calma,
317
y en cimbreantes olas plateadas
tremolan al aire los sembrados.
Para alcanzar todos los deseos,
mira hacia allá, mira la luz.
Sin darte cuenta quedarás preso.
Despréndete del velo del sueño.
No vayas ahora a acobardarte
cuando la gente vacile y tema.
Todo lo puede el alma noble
que rápida comprende y actúa.
(Un enorme estruendo anuncia que el sol se aproxima.)
ARIEL
Escuchad cómo retumban las Horas
dentro de los oídos del espíritu.
El nuevo día acaba de nacer.
Las puertas se abren con un gran estrépito,
con bríos avanza el carro de Febo.
¡Qué tronar acompaña a la luz!
Hay ruido de tambores y trompetas.
Ojos cegados, oídos aturdidos;
sólo deja de oírse lo inaudito.
Id a refugiaros a las corolas,
adentraos profundamente en ellas
318
y en el follaje que hay bajo las rocas.
Si os llega a alcanzar, quedaréis sordos.
FAUSTO
El pulso de la vida vuelve a latir fresco y reanimado al saludar con suavidad a la etérea
aurora. Tú,
Tierra, también fuiste constante esta noche, me diste aliento reviviendo a mis pies. Ya
empiezas a
rodearme de nuevo de deseo, estimulas y excitas la poderosa decisión de buscar
constantemente una
existencia mejor. Con la luz de la aurora se abre el mundo. En el bosque resuena una vida
que emite mil
voces.Del valle y hacia el valle surgen vaharadas de niebla, pero la claridad del cielo
llega hasta el
fondo. Los troncos y las ramas brotan renovados del aromático abismo en el que,
hundidos, dormían.
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319
Un color tras otro va saliendo de las profundidades, y temblorosas perlas gotean sobre las
flores y las
hojas. Un paraíso se va creando a mi alrededor.
¡Mira arriba! Los gigantescos picos de las montañas anuncian ya la hora de la máxima
solemnidad.
Ellos podrán pronto disfrutar de la luz de lo eterno, que más tarde bajará hacia nosotros.
Ya los verdes
prados, que hacen hondonada junto a los Alpes, reciben la nueva luz y la claridad, que
gradualmente van
descendiendo ¡Ya aparece!, y ya estoy cegado. Me aparto con los ojos doloridos.
Es como una esperanza anhelante que se abre paso, confiada, hacia el más alto deseo y
halla abierta de
par en par la puerta de la realización; pero desde esos fondos eternos se levanta una gran
cantidad de
llamas que nos deja atónitos. Quisiéramos encender la antorcha de la vida y nos rodea un
mar de fuego, ¡y
vaya fuego! ¿Es odio o amor? Con ardor nos rodean, alternando terriblemente, el dolor y
el goce, de modo
que de nuevo miramos a la Tierra para quedar ocultos por el velo más joven.
¡Quede, pues, a mi espalda el Sol! Me paro a contemplar con creciente fascinación la
catarata que
atraviesa rápida el desfiladero. De salto en salto, forma ahora mil remolinos y luego se
derrama en mil
torrentes que borbotean lanzando al aire su espuma que cae sobre más espuma.
Aprovechando esta caída,
se tensa en bóveda, magnífico, el cambiante y permanente arco iris, tan pronto nítido
como difuminado en
el aire, que va difundiendo una lluvia fresca y olorosa. Con él se simboliza el esfuerzo del
hombre.
Reflexiona sobre este y comprenderás que en el colorido reflejo de la luz está la vida.
PALACIO IMPERIAL. SALA DEL TRONO
(Consejo de Estado aguardando la llegada del EMPERADOR. Trompetas. Cortesanos de
todo tipo,
lujosamente vestidos. El EMPERADOR llega al trono, a su derecha el ASTRÓLOGO.)
EMPERADOR
Saludo a mis amados y leales que han acudido aquí de cerca y de lejos. Veo que mi sabio
está a mi lado,
pero ¿dónde ha quedado mi bufón?
320
NOBLE
Iba junto a la cola de tu manto, pero se cayó por las escaleras. Se llevaron su cuerpo
grasiento. No se sabe
si ha muerto o estaba borracho.
NOBLE SEGUNDO
De inmediato, con increíble rapidez, ha venido otro a ocupar su lugar. Va muy
lujosamente vestido, pero
de modo tan grotesco que a todos sorprende. La guardia le ha dado el alto ante el umbral
poniéndole en
aspa las alabardas; pero ahí llega este loco audaz.
MEFISTÓFELES (Arrodillándose ante el trono.)
¿Quién es el maldecido o siempre bienvenido? ¿Quién el anhelado y siempre rechazado?
¿Quién es
siempre puesto bajo protección? ¿Quién es censurado con fuerza y gravemente acusado?
¿A quién no
puedes llamar a tu lado? ¿A quién os gusta a todos oír nombrar? ¿Quién se acerca al
escalón de tu trono?
¿Quién se ha puesto a sí mismo en entredicho?.
EMPERADOR
¡Por esta vez ahórrate las palabras! Este no es lugar para acertijos; eso es competencia de
estos señores...
Resuélvelos tú, pues me gustará oír tu solución; mi bufón se fue, me temo que muy lejos.
Ocupa su lugar;
ven a mi lado.
(MEFISTÓFELES sube y se pone a su izquierda.)
MURMULLOS DE LA MULTITUD
Un nuevo bufón para nuestra desgracia. ¿Cómo vino? ¿Cómo entró? Cayó el viejo y se
malogró. Si
aquel era un tonel, este es un palillo.
EMPERADOR
Entonces, amados y leales, bienvenidos aquí qué, procedentes de cerca y de lejos, os
habéis congregado
bajo una buena estrella en la que está escrita nuestra suerte y nuestra dicha. Pero
pregunto: ¿por qué en
estos días, en que nos despojamos de nuestras preocupaciones, nos ponemos máscaras y
sólo querernos
distraernos confiadamente, tenemos que torturarnos reuniéndonos en Consejo? Pero si
decís que no
cabe otro remedio y así se ha dispuesto, así sea.
321
CANCILLER
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322
La suprema virtud adorna como una aureola la cabeza del emperador. Sólo él puede
ejercerla
convenientemente: es la justicia, la que todos aman, exigen, desean y a la que
difícilmente renuncian.
Depende de él que esta se le garantice al pueblo. Pero ¿de qué sirven la razón humana, la
bondad de
corazón y la buena voluntad cuando todo el Estado está en febril desolación y cada mal
da lugar a nuevos
males? A aquel que desde esta alta sala divisa el Imperio le parece encontrarse en una
pesadilla en
la que los engendros crean nuevos engendros. La ilegalidad campa legalmente por sus
respetos
desplegando un mundo de terror.
Aquel roba un rebaño y aquel otro una mujer o el cáliz, la cruz y los candelabros de los
altares, y se
jacta de su robo durante algunos años con el pellejo a salvo y el cuerpo intacto. Ahora
van los
demandantes al tribunal, el juez se pavonea en su escaño mientras sube en colérica riada
el creciente
tumulto del desorden. Uno puede alardear de vergüenza y crimen y otro encuentra apoyo
en su
cómplice y se oye la sentencia «culpable» donde la inocencia, sola, se defendía. El
mundo entero se está
haciendo pedazos y se aniquilará lo que está bien. ¿Cómo podrá desarrollarse el único
sentido que nos
llevará ante lo justo? Hasta el hombre de bien acabará inclinado a la adulación y el
soborno, y el juez,
que no es capaz de castigar, acabará aliándose con el criminal. Lo pinto todo negró, pero
me gustaría
aún echar más negro en mi pintura. (Pausa.) No se puede dejar de tomar medidas cuando
todos dañan,
todos sufren y hasta se pierde la grandeza.
MARISCAL DE LOS EJÉRCITOS
¡Qué furia en estos días de locura! Todos quieren herir y, sin embargo, son heridos, pero
hacen oídos
sordos a las órdenes. El ciudadano del burgo, tras las murallas, y el noble, en su nido de
roca, se han
conjurado para hacernos frente y mantienen sus fuerzas con firmeza. El mercenario se
impacienta, exige
su paga con destemplanza y si no le debiéramos nada, huiría corriendo de aquí. Si a
alguien se le ocurre
prohibirles lo que quieren, es como si agitara un avispero. Y, mientras, el Imperio que
tendrían que
323
proteger queda asolado y devastado. Se les ha dejado desatar su furia destructora y ya la
mitad del
mundo está malograda. Es verdad que hay reyes, pero todos actúan como si el asunto no
les afectara.
TESORERO
¿Y quién puede fiarse de los aliados? Los subsidios que nos prometieron se han quedado
tan estancados
como el agua de las cañerías 9. Y por lo demás, ¿qué ha sido de la propiedad en vuestros
vastos
dominios? Por todas partes surgen usurpadores que quieren vivir por su cuenta y ¡hay que
ver cómo lo
logran! Hemos renunciado ya a tantos derechos, que casi no nos quedan. Tampoco son
muy de fiar los
partidos -que así se hacen llamar-, lo mismo si censuran que si alaban es indiferente su
odio o su amor.
Tanto los gibelinos como los güelfos se ocultan para tomarse un respiro; ¿quién se ocupa
hoy de su
vecino? Cada cual tiene suficiente con lo suyo. Las puertas del tesoro público están
condenadas. Todos
cavan, hurgan y reúnen, pero nuestras arcas permanecen vacías.
SENESCAL
¡Qué desgracias he de sufrir yo también! Todos los días trato de ahorrar, pero al día
siguiente tengo que
ahorrar aún más y así va creciendo mi preocupación. Los cocineros no sufren
privaciones: jabalíes,
venados, liebres, corzos, pavos, gallinas, gansos y patos. Los pagos en especie, que
siempre son
ingresos seguros, se reciben regularmente, pero al foral siempre falta vino, y eso que
antes en las
bodegas amontonábamos barril contra barril de las mejores viñas y vendimias. Mas ahora
el eterno
empinar el codo de los nobles acaba hasta con la última gota. Hasta el concejo despacha
de sus bodegas,
se bebe con grandes copas y con cazos y el festejo se celebra bajo la mesa. Luego yo
tengo que pagarlo
todo y el judío no me perdona nada. Él me concede anticipos que año tras año se devoran
por
anticipado. Los cerdos no llegan a estar cebados; ya está empeñado el colchón de la cama
y ni el pan
que llega a la mesa está pagado.
EMPERADOR (Después de meditar, a MEFISTÓFELES.)
Bufón, ¿tienes tú también desgracias que contarme?
324
MEFISTÓFELES
De ninguna manera. ¡Es algo maravilloso veros en vuestro esplendor a ti y a los tuyos!
¿Puede faltar
confianza donde su Majestad, inexorable, ejerce su fuerza para vencer al enemigo? ¿Qué
se tendría que
conjugar para nuestra desgracia y para llevarnos a la oscuridad, donde brillan esas
estrellas?
MURMULLO
¡Vaya un pícaro!, este sí que entiende... Mentirá mientras pueda... Ya sé lo que esconde...
¿Con qué nos
vendrá ahora? Con un plan.
MEFISTÓFELES
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325
¿Dónde no hay carencias en este mundo? A uno le falta esto, al de más allá le falta lo otro
y aquí lo que
hace falta es dinero. Es verdad que este no se puede sacar del empedrado, pero la
sabiduría puede
extraer lo más hondo. En filones y en las bases de las murallas hay oro en bruto y
acuñado. Y si me
preguntáis quién puede sacarlo a la luz, yo os contesto: la poderosa naturaleza y el
poderoso espíritu del
hombre bien dotado.
EMPERADOR
¡Naturaleza, espíritu!... Así no se les habla a los cristianos. Por decir eso se quema a los
ateos, y es que
dichos discursos son peligrosos. La naturaleza es el pecado, el espíritu es el diablo, entre
los dos
engendran la Duda, su híbrida hija ¡No es así entre nosotros! El Imperio sólo cría en sus
tierras dos
linajes, que sustentan dignamente su trono: los santos y los caballeros. Estos soportan
todas las
tormentas y por ello reciben en pago el Estado y la Iglesia. A ellos les hace resistencia la
mente plebeya
con sus confusos espíritus, de ahí salen los herejes y los brujos que arruinan las ciudades
y los campos.
Con tus bromas quieres infiltrarlos en estas altas esferas. Te unes a corazones tan
degenerados porque tu
locura está cercana a la suya.
MEFISTÓFELES
Así se reconoce a los sabios. Cuando no palpáis algo, es que no está aquí. Lo que no
podéis agarrar no
existe. Lo que no podéis calcular creéis que no es verdadero. Lo que no podéis poner en
la balanza no
tiene peso para vosotros. Sólo creéis que vale lo que acuñáis.
EMPERADOR
Con eso no arreglaremos nuestros problemas, ¿de qué nos sirve tu sermón cuaresmal?
Estoy harto de
escuchar «cómo» y «cuándo»; que falta dinero, pues, muy bien, ¡consíguelo!
MEFISTÓFELES
Conseguiré lo que queréis y mucho más. Aunque es fácil, lo fácil es difícil. El dinero está
ahí y es fácil
de obtener, pero para ello hace falta un arte y ¿quién será capaz de ponerlo en práctica?
Pensad en los
326
tiempos catastróficos, cuando riadas de gente inundan los países, ha habido muchos que,
asustados, han
dejado por aquí y por allá escondidos sus bienes más preciados. Así pasaba con los
romanos y así ha
ocurrido hasta la fecha. Todo esto se halla enterrado bajo el suelo y, como el suelo es del
emperador, todo debe pasar a ser de su propiedad.
TESORERO
Para ser un bufón habla muy bien, esa es una prerrogativa imperial por tradición.
CANCILLER
Satán os tiende sus lazos con el oro. ¡No se consigue nada siendo piadoso y justo!
SENESCAL
Si a la corte nos trae dones preciados, gustoso acepto un poco de injusticia.
MARISCAL DE LOS EJÉRCITOS
¡Astuto bufón!, ofrece algo que a todos puede ser útil. No será el soldado quien pregunte
por su
origen.
MEFISTÓFELES
Y si creéis que os engaño, preguntad al astrólogo: él entiende. Él es capaz de encontrar en
las
esferas de los astros las horas y las casas astrales. Preguntadle, pues, qué ve en los cielos.
MURMULLOS
Son dos granujas, ya están de acuerdo... El loco y el visionario tan cerca del trono... Esta
es una
vieja canción, el loco hace de apuntador en el discurso del sabio.
ASTRÓLOGO (Habla mientras MEFISTÓFELES va apuntándole.)
El mismo Sol es oro puro. Mercurio, el enviado, nos sirve con mercedes y premios. La
mujer,
Venus, os ha embelesado a todos al miraros con dulzura tanto de día como por la noche.
La casta
Luna tiene un humor cambiante. Marte no os hiere, pero os amenaza. Y Júpiter tiene el
más bello
fulgor. Aunque Saturno sea grande, es pequeño y distante a la vista, además no lo
apreciamos
mucho como metal, pues es poco valioso y muy pesado. Cuando la Luna se reúne
sutilmente con el
Sol y se convierten en oro plateado, en el mundo reina la serenidad. Todo lo demás puede
conseguirse: palacios, jardines, mejillas rojas, pechos juveniles. Todo está al alcance del
hombre
sabio, que puede más que nadie entre nosotros.
EMPERADOR
327
Escucho con redoblada atención y, sin embargo, no me convence.
MURMULLOS
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328
¿Qué nos importa? Esto es una diversión gastada. Tanto calendarito, tanta alquimia de
pacotilla.
Ya he oído esto muchas veces. Ya he confiado vanamente en ello. Y si viene ese sabio,
seguro que
es un loco.
MEFISTÓFELES
Ahí están todos pasmados en torno. No confían en el gran hallazgo. Uno delira hablando
de la
mandrágora, otro del perro negro. Uno hace chistes pase lo que pase, otro le echa la culpa
de todo
a la brujería y no le importa que le piquen las plantas de los pies y note que le falte el
paso firme.
Todos sentís algún influjo oculto de la siempre dominante naturaleza y desde las esferas
inferiores
se abre paso un indicio de vida. Si sentís un cosquilleo por todo vuestro cuerpo y, estando
en un lugar
concreto, os sobreviene la inquietud, cavad y removed la tierra con decisión. Allá donde
está el
juglar, está el tesoro.
MURMULLO
Siento en los pies un peso de plomo... Tengo un calambre en el brazo... Eso es gota...
Tengo un
hormigueo en el pulgar... Me duele toda la espalda... Según estas señales, seguro que aquí
está la más
rica reserva de tesoros.
EMPERADOR
Entonces, ¡adelante! No vuelvas a escaparte. Pon aprueba tus cuentos y mentiras. Voy a
dejar a un lado
la espada y el cetro y, si no mientes, yo mismo acabaré este trabajo con mis nobles
manos. Pero si
mientes, te arrojaré al infierno.
MEFISTÓFELES
En todo caso ya sabría yo encontrar el camino... Pero no soy capaz de decir todo lo que
hay aquí sin
dueño y a la espera de uno. El labrador, abriendo surcos con su arado, saca un caldero de
oro y
buscando salitre en las paredes llenas de barro, encuentra, con alegría temblorosa, oro
entre sus manos.
¡Cuántos sótanos hay que abrir! ¡En qué enorme cantidad de pasadizos y cavernas ha de
penetrar el
329
entendido en tesoros hasta llegar a la cercanía de los infiernos! En amplias cámaras
subterráneas
encontrará apilados en filas, grandes copas, bandejas y platos de oro. Encontrará también
copas con
rubíes engastados y, si quiere beber con ellas, encontrará a su lado vinos antiquísimos.
Pero, si hay que
creer al entendido, se pudrió la madera de las duelas y fue el tártaro del vino el que rehízo
el tonel. Las
esencias de tales nobles vinos, que acompañan al oro y las joyas, están sumidas en la
noche y el horror.
Aquí el sabio investiga infatigablemente. Lo que se conoce de día es una broma. Los
misterios habitan
en la oscuridad.
EMPERADOR
Te la dejo a ti. ¿De qué sirven las tinieblas? Si algo tiene valor ha de salir a la luz. ¿Quién
es capaz de
reconocer al pícaro en la profunda noche? Entonces todas las vacas son negras y todos los
gatos pardos
¡Hinca tú el arado y saca a la superficie todos esos pucheros llenos de oro!
MEFISTÓFELES
Coge la pala y el azadón y cava tú mismo. Te hará bien el trabajo de campesino, y un
rebaño de
becerros de oro saldrá del suelo. Entonces, sin vacilar y alegre, podrás adornarte tú
mismo y adornar a
tu amada. El brillo del oro y de las piedras preciosas enaltece la belleza y la majestad.
EMPERADOR
Pues, adelante, ¡ya estoy impaciente!
ASTRÓLOGO (Igual que antes.)
Señor, modera esa perentoria codicia. ¡Deja que pasen las alegres fiestas! La mente
distraída no nos
permite alcanzar meta alguna. Primero hemos de moderarnos para, con lo que hagamos
aquí arriba,
merecernos lo que hay allí abajo.
EMPERADOR
¡Pase, pues, este tiempo en regocijo! Y llegue el deseado Miércoles de Ceniza, después
que festejemos
con más júbilo aún el loco carnaval.
(Trompetas. Exeunt.)
MEFISTÓFELES
330
Estos idiotas nunca entenderán cómo van encadenados méritos y suerte. Si tuvieran la
piedra filosofal, a
la piedra le faltaría el filósofo.
AMPLIA SALA CON CÁMARAS CONTIGUAS
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(Dispuesta y adornada para el carnaval.)
HERALDO
Por estar dentro de las fronteras de Alemania, no penséis en danzas de diablos, de locos y
de muertos,
pues os espera una regocijante fiesta. Nuestro señor, en sus viajes a Roma y habiendo
cruzado los altos
Alpes, se ha granjeado las simpatías de un alegre reino por necesidad propia y para placer
vuestro. Él, el
emperador, fue a pedir ante las Santas Sandalias el derecho al poder y, al ir allí a recoger
la corona, se
trajo consigo los gorros de carnaval. Ahora es como si acabáramos de nacer; cualquier
hombre de
mundo se lo pone con gusto en la cabeza, ajustándoselo a las orejas. Con él se asemeja a
un loco de
remate, pero, aun así, está tan cuerdo como puede. Ya veo cómo se reúnen en grupos, se
separan
dudando, se emparejan confiadamente y luego van juntándose unos coros con otros ¡ No
tengáis reparo
en entrar o salir! Al final todo quedará como al principio: el mundo, con sus cien mil
bufonadas, seguirá
siendo un loco.
JARDINERAS (Cantan, acompañándose de mandolinas.)
Esperando obtener vuestro aplauso,
nos hemos arreglado esta noche,
nosotras, jóvenes florentinas,
en la espléndida corte alemana.
En nuestros rizos castaños van
prendidas encantadoras flores.
Los hilos y los copos de seda
también contribuyen al conjunto.
Pues consideramos meritorio
y digno de alabanza sin más
que nuestras flores artificiales
mantengan su esplendor todo el año.
Retazos de diversos colores
van simétricamente dispuestos.
Los detalles pueden no gustar,
pero el conjunto os atraerá.
Resulta agradable contemplarnos,
jardineras galantes y jóvenes,
pues lo natural en la mujer
está emparentado con el arte.
332
HERALDO
Dejadnos ver los ricos canastos que lleváis sobre vuestras cabezas o que apoyáis en
vuestros brazos.
¡Que cada cual elija lo que quiera! ¡Pronto!, que en la hierba y los senderos se cree un
jardín. Son tan
dignas de alabanza las vendedoras como las mercancías.
JARDINERAS
Venid a este lugar ameno.
Mas no pretendáis regatear,
con pocas y sensatas palabras,
sepa cada cual lo que se lleva.
RAMA DE OLIVO CON FRUTOS
No me da envidia ninguna flor.
Evito todas las controversias,
repugnan a mi naturaleza;
yo soy la médula de la tierra
y además soy prenda y garantía,
en todos los lugares, de paz.
Hoy espero tener la fortuna
de engalanarte, bella cabeza.
GUIRNALDA DE ESPIGAS (Dorada.)
El don de Ceres al adornarnos,
por su gracia, seguirá dándosenos;
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333
¡que lo más ansiado en la escasez
se convierta en vuestro bello adorno!
GUIRNALDA DE FANTASÍA
Flores coloridas, como malvas,
prodigio floral hecho de musgo.
En la naturaleza es raro,
pero la moda lo hace normal.
RAMILLETE DE FANTASÍA
Teofrasto no se atrevería
a determinar cuál es mi nombre
y se podrá decir que no a todas,
pero a más de una agradaré
que dueña mía se quiera hacer
para así prenderme en sus cabellos
cuando se haya decidido a dejarme
un rinconcito en su corazón.
CAPULLOS DE ROSA (Provocativos.)
Las fantasías abigarradas
perviven, mientras dura la moda,
con formas prodigiosas y raras
de carácter sobrenatural.
Tallos verdes, campanillas de oro,
entre grandes rizos nos contemplan.
Nosotros nos quedamos ocultos,
feliz quien nos ve en flor.
Cuando el verano empieza a anunciarse,
se encienden los capullos de rosa,
¿quién se privará de tal placer?
Las promesas y su cumplimiento,
que imperan en el reino de Flora:
corazón y, a la vez, buen sentido.
(Las JARDINERAS colocan graciosamente sus mercancías bajo verdes emparrados.)
JARDINEROS (Canto acompañado de tiorbas.)
Las flores van brotando serenas
y adornan vuestras nobles frentes.
Los frutos no quieren seducir,
todos disfrutamos comiéndonoslos.
Aunque no ofrezcan muy buena cara
334
ni cerezas ni melocotones
ni ciruelas, cómpralos; el ojo
no es buen juez de paladar y lengua.
Venid a comer con gusto y gozo
las sabrosas y maduras frutas.
A las rosas se cantan poemas,
mas las manzanas hay que morderlas.
Permitidnos, pues, emparejarnos
a vuestra flora joven y rica
y realzaremos estos puestos
con nuestra madura mercancía.
A la sombra de alegres guirnaldas,
en una adornada bóveda verde,
todo a la vez se puede encontrar:
capullos, hojas, flores y frutos.
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(En cántico alternativo, con acompañamiento de guitarras y tiorbas, los dos coros siguen
tocando, ofreciendo sus mercancías en montones que elevan sucesivamente.)
(Una MADRE con su hija.)
MADRE
Niña, cuando viniste a la vida,
te adorné con gorros de lana.
Era tan preciosa tu carita
y tu cuerpo de formas tan tiernas.
En seguida te vi como novia
y desposada con el más rico,
pensé que eras su mujercita.
Pero ya han pasado muchos años
y, la verdad, me temo que en vano.
Ya los variopintos pretendientes
se han sucedido uno tras otro.
Y es que mientras bailabas con uno,
a otro ibas haciendo señas
dándole en su codo con el tuyo.
Todas las fiestas que celebramos
no nos dieron el deseado fruto.
Ni en las prendas ni en el tercer hombre
pudimos cazar a tu marido.
Hoy los locos ya van por su cuenta,
mas si te mantienes a la espera,
336
de ti alguno se prendará.
(Unas compañeras de juegos, jóvenes y bellas, se reúnen y se oye cada vez con más
fuerza su confiada charla.)
(Pescadores y tramperos de pájaros con redes, anzuelos, varetas y otros instrumentos
entran y se mezclan con las bellas muchachas. Los alternativos intentos de atraparse,
escaparse y retenerse dan lugar a los más gratos diálogos.)
LOS LEÑADORES (Entrando impetuosos y toscos.)
Dejadnos paso. No lo impidáis,
necesitamos mucho espacio.
Estamos haciendo caer árboles
que dan contra el suelo con estruendo.
Y al llevarlos sobre nuestros hombros,
a veces se producen fuertes golpes.
Para que podamos trabajar,
despejad el lugar. Dispersaos.
Pues si no trabajaran los toscos
en las arduas labores del campo,
¿cómo podrían, pues, arreglárselas
las personas cultas y exquisitas
aun contando con todo su ingenio?
Así pues, de una vez aprended:
gracias a que nosotros sudamos,
vosotros no os morís de frío.
POLICHINELAS (Torpes, con un aspecto bastante necio.)
Vosotros sois unos tontos
337
que nacisteis encorvados.
Nosotros somos los listos
que jamás cargaron nada.
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Y es que llevar nuestros gorros,
chaquetillas y colgajos
es una fácil tarea.
Estamos ociosos siempre.
Calzados con las pantuflas,
engrosamos multitudes,
caminamos sin destino
y nos quedamos pasmados,
para luego berrear.
Y al oírse tal estrépito,
huimos entre el tumulto
como ágiles anguilas.
Juntos vamos a saltar,
unidos vociferamos.
Ora podéis alabarnos,
ora podéis censurarnos,
que bien nos parecerá.
PARÁSITOS (Aduladores y codiciosos.)
Esos recios portadores
y sus parientes cercanos,
los activos carboneros,
son realmente nuestros hombres.
Y es que toda reverencia,
339
todos los asentimientos
y las retorcidas frases
que tienen doble sentido,
nos dan frío o calor
según cómo los tomemos.
¿A quién pueden importarle?
Si no tuviéramos leña,
ni existencias de carbón
con las que avivar pudiéramos
el fuego de nuestro hogar,
el cielo entonces tendría
que mandarnos desde arriba
una monstruosa llama.
Aquí se cuece y se asa,
allá hierven y cocinan.
Aquel que siempre disfruta,
el que rebaña los platos,
suele hacer el asado,
el pescado lo presiente
y con su comer activa
la mesa del anfitrión.
BEBEDOR (Inconsciente.)
No me llevéis la contraria.
Me siento libre y sincero,
340
canto alegre y jubiloso,
para eso he venido aquí.
Así bebo, bebo y bebo.
¡Chocad los vasos! Clin, clin.
Ven aquí tú que estás lejos.
Brindemos ya de una vez.
Mi mujer grita indignada,
tuerce el gesto al ver mi máscara
y aunque intento agarrarla
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me pega con mi bastón.
Así bebo, bebo y bebo.
¡Chocad los vasos! Clin, clin.
Bastón pega cuanto quieras.
Brindemos ya de una vez.
No digáis que me equivoco.
Estoy donde yo deseo.
No fían los taberneros,
¡ya me fiará la criada!
Así bebo, bebo y bebo.
¡Chocad los vasos! Clin, clin.
Juntaos unos con otros.
Brindemos ya de una vez.
Siempre que me pongo alegre,
esto puede suceder:
quiero tumbarme en un sitio
no puedo tenerme en pie.
CORO
Así bebo, bebo y bebo.
¡Chocad los vasos! Clin, clin.
Túmbate bajo la mesa.
Brindemos ya de una vez.
(El HERALDO anuncia a diversos poetas: poetas de la naturaleza, cantantes de la corte
y la caballería tanto sentimentales como entusiastas. Con el tumulto que forman al
intentar competir entre sí, no hay ninguno que pueda tomar la palabra. Uno consigue
hacerse oír.)
SATÍRICO
¿Sabéis qué me gustaría
conseguir como poeta?
Poder decir y cantar
lo que nadie quiere oír.
(Los poetas de la noche y de los sepulcros se disculpan porque acaban de meterse en una
interesantísima conversación con un vampiro recién creado, de la que podría resultar un
342
nuevo estilo poético; el HERALDO tiene que dejarlos a su aire e invocar a la mitología
griega, que aun con su moderno disfraz no pierde carácter ni encanto.)
(Las GRACIAS.)
AGLAIA
Le damos gracia a la vida.
Poned gracia cuando deis.
HEGEMONE
Recibid también con gracia.
Obtener algo es muy grato.
EUFROSINE
Durante un día sereno
tenga la gratitud gracia.
(Las PARCAS.)
ATROPOS
A hilar me han invitado
hoy a mí, que soy la más vieja:
hay mucho que reflexionar
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al hilo sutil de la vida.
Para que resulte flexible,
este hilo he desbastado:
fino, alisado e igual
lo pusieron mis diestros dedos.
Si durante el placer y el baile
no contuvierais los excesos,
no olvidaos del fin del hilo
y ¡cuidaos!: puede romperse.
CLOTO
Sabed que durante estos días,
las tijeras se me confiaron,
pues no era ejemplar el obrar
de mi vieja compañera.
Tenía tejidos inútiles
mucho tiempo al aire y la luz
y esperanzas de grandes logros
eran cortadas y enterradas.
Por su parte la juventud
hizo que perdiera mi rumbo,
hoy, para no extralimitarme,
en mi costurero hay tijeras.
Y así con gusto estoy sujeta
contemplando alegre el lugar,
vosotros, contando con tiempo,
no dejáis de fantasear.
LAQUESIS
A mí, la única sensata,
me han encargado del orden.
Mi siempre accionada tortera
nunca se apresura en exceso.
344
Los hilos se van devanando
y ninguno dejo perderse.
Envío todos a donde deben,
para que se teja la trama.
Si alguna vez me distrajera,
el mundo se estremecería;
pasen las horas, pasen los años
y que el tejedor los recoja.
HERALDO
Aunque estéis versados en viejas escrituras, no conoceréis a las que ahora vienen. A pesar
de los daños
que ocasionan, al ver su aspecto las tendréis por las más esperadas huéspedes.
Es posible que nadie nos crea, pero estas, tan guapas, con tan buena figura, tan amigables
y jóvenes,
son las Furias. Eso sí, entablad relaciones con ellas y veréis cómo estas palomas dan
mordeduras de
serpiente.
Es cierto que son astutas, pero hoy en día, cuando todos los locos se jactan de sus
carencias, ellas no
pretenden tener fama de ángeles y reconocen ser la desolación de las ciudades y los
campos.
(Las FURIAS.)
ALECTO
No podréis nada contra nosotras. Os inspiraremos confianza, pues somos jóvenes, guapas
y zalameras.
Si alguno de vosotros tiene una amada a la que valora como un tesoro, murmuraremos de
ella a vuestro
oído. Y luego os diremos a la cara que ella le hace guiños a ese o a aquel, que es tonta,
jorobada, cojea y
que, además, sería una mala esposa.
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345
También sabremos acosar a la novia; le diremos que hace pocas semanas su novio habló
despectivamente de ella. Aunque se reconcilien, siempre de la calumnia algo queda.
MEGERA
Eso no será nada, pues, cuando se casen, me ocuparé de ellos y sabré agriar la mayor
felicidad con las
manías. Ya se sabe que los humanos, lo mismo que las horas, son de ánimo desigual.
Nadie abraza firmemente lo deseado, pues siempre estúpidamente deseará otra cosa con
más fuerza
dejando de gozar de aquello a lo que se ha acostumbrado. Es como aquel que huyendo
del sol pretende
calentar la escarcha.
Me manejo muy bien en estos asuntos y envío a Asmodeo, mi fiel servidor, para esparcir
a tiempo
la desgracia. Así arruino a la especie humana por parejas.
TISÍFONE
Ofrezco, en lugar de malas lenguas,
puñal y veneno contra el malhechor.
Si amas a otro, antes o después,
la perdición se hará dueña de ti.
Lo más dulce que tenga aquel instante
se transformará en amarga hiel.
Aquí se actúa sin ninguna indulgencia:
lo que se cometió debe expiarse.
Que nadie le haga cantos al perdón,
yo elevo mis quejas ante las rocas,
y mira que dice el eco: ¡Venganza!
El adúltero no debe vivir.
HERALDO
Tened la amabilidad de apartaros, pues lo que viene no es de vuestra especie. Observad
cómo avanza
una montaña que tiene las laderas cubiertas con alfombras de muchos colores, tiene una
cabeza con
muchos colmillos y una trompa que serpentea. Si esto os resulta enigmático, yo os daré la
solución.
Sobre su nuca hay una mujer tierna y hermosa que la guía con precisión con una fina
vara. La otra que
arriba va en lucido orgullo, está rodeada de un brillante halo que me deslumbra. A su lado
andan dos
mujeres encadenadas, una tiene miedo y la otra está contenta.
Aquella desea y la otra se siente libre. ¡Que cada cual revele quién es!.
346
TEMOR
Humeantes antorchas, luces, lámparas,
fulgen tenues en la confusa fiesta.
En medio de estos rostros engañosos,
las cadenas me mantienen sujeta.
Seguid con vuestras ridículas risas,
vuestras muecas me hacen sospechar.
Parece que todos mis enemigos
han decidido acecharme esta noche.
Un amigo se ha hecho mi enemigo,
su máscara ya me lo revelaba.
Aquel otro quería asesinarme;
y ahora, descubierto, se ha escapado.
¡Ay, con cuánto gusto me escaparía,
tomando cualquier rumbo, por el mundo!
Mas la perdición allí amenaza
y entre horror y tiniebla me retiene.
ESPERANZA
Queridas hermanas, sed saludadas:
ayer y hoy os habéis divertido
con vuestras máscaras y con disfraces.
Mas mañana todas con seguridad
quedaréis al fin desenmascaradas.
Y si, alumbrados por estas antorchas,
no nos halláramos bastante a gusto,
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347
aprovechando días más alegres,
a nuestra voluntad completamente,
ya sea en soledad o en compañía,
andaremos por hermosas praderas
descansando cuando lo deseemos.
Y en una vida exenta de cuidados,
sin renuncias a todo aspiraremos.
PRUDENCIA
A dos enemigos de los humanos,
temor y esperanza, encadené.
Los he apartado de todos vosotros.
Abridme paso, que ya estáis salvados.
Ved cómo guío a este gigante,
ved cómo va cargado con su torre
y va caminando sin tropezar
por el sendero abrupto paso a paso.
Ahí en todo lo alto de la torre
se halla la diosa de ágiles alas
que extiende para ir a cualquier lugar
donde se pueda encontrar la ganancia.
Nos va llenando de esplendor y gloria,
su brillo se extiende a todas partes,
ante todos se hace llamar Victoria,
la diosa de toda actividad.
ZOILO-TERSITES
Uh, uh, vengo aquí, precisamente, a criticar a todos sin piedad. Sin embargo, hoy tengo
como escogido
objetivo a doña Victoria, que está ahí arriba. Con ese par de alas blancas se cree un águila
y, a donde
quiera que acuda, son suyas las naciones y las tierras. Pero siempre que se consigue algo
glorioso, nace
la furia en mí. ¡Arriba lo que está en las profundidades!, ¡abajo lo que está arriba!,
enderezo lo curvo y
curvo lo recto. Esto es lo único que me hace estar a gusto y lo hago por toda la faz de la
Tierra.
348
HERALDO
¡Perro andrajoso!, que te golpee con un toque magistral la santa vara, te encorvarás y te
retorcerás al
momento. Esta doble figura enana pronto se convierte en una bola, en un bulto asqueroso.
Pero, ¡oh
prodigio!, el bulto se convierte en un huevo que se hincha y se divide en dos mitades de
las que salen
una pareja de mellizos, son la víbora y el murciélago; una avanza arrastrándose por el
polvo, el otro
vuela negro por los tejados; salen rápidos para unirse. En esa unión yo no querría ser el
tercero.
MURMULLO
¡Pronto!, ya bailan allí atrás... ¡No!, preferiría alejarme... ¿Sientes cómo nos rodea con su
vuelo esa raza
espectral? Noto un roce por el pelo, no siento suelo firme bajo mis pies... Ninguno de
nosotros está
herido, pero todos estamos aterrados... Se echó a perder el ambiente festivo, esto es lo
que querían estas
bestias.
HERALDO
Desde que se me encomendaron las funciones de heraldo, vigilo estrictamente la entrada
para que nada
malo se cuele en este lugar de diversión. Nunca he vacilado, ni he cedido. Pero me temo
que por las
ventanas han entrado fantasmas aéreos y no sabría libraros ni de encantos ni de hechizos.
El enano se ha
hecho sospechoso y ahora atrás hay fuerzas en torrente. Como heraldo me gustaría
desvelaros el
significado de estas figuras. Pero lo que no logro comprender no sé explicarlo tampoco:
¡ayudadme a
entenderlo! ¿Lo veis abrirse paso entre la gente? En lujosa cuadriga va avanzando entre
todos; pero el
gentío no le abre camino, ni veo en ningún sitio que se agolpen. Lejos hay centelleos de
colores,
mientras brillan errantes vistosas estrellas como en una linterna mágica y todo avanza
resoplando con la
fuerza de una tempestad. ¡Paso, sitio! ¡Me siento estremecer!
MUCHACHO COCHERO
¡Alto!, ¡plegad vuestras alas, corceles!, sentid el acostumbrado tirón de riendas, dominaos
igual que yo
os domino e id rápido cuando os impulse. ¡Honremos estos sitios! Mirad cómo aumenta
alrededor el
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número de los que contemplan, círculo tras círculo. ¡Vamos, Heraldo! Antes de que nos
vayamos de
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vuestra presencia, empieza a nombrarnos y a describirnos a tu manera, pues somos
alegorías y, como
tales, nos debes conocer.
HERALDO
No sabría cómo llamaros, pero sí que podría describirte.
MUCHACHO COCHERO
Pues inténtalo.
HERALDO
Por lo pronto hay que reconocer que eres joven y hermoso. Aunque eres un mozo a
medio crecer, a las
mujeres les gustaría verte ya hecho. Veo que en el futuro vas a ser un galán, un auténtico
seductor.
MUCHACHO COCHERO
¡Puede ser! Sigue y averigua la linda solución del acertijo.
HERALDO
El brillo negro de los ojos, la noche de los rizos alegrada por una diadema. ¡Qué hermoso
ropaje fluye y
cae desde los hombros hasta los tobillos con un espléndido borde de púrpura! Se podría
pensar que eres
una muchacha, pero para tu suerte o tu desgracia, lo pasarás bien entre muchachas y ellas
te enseñarán
el ABC.
MUCHACHO COCHERO
¿Y aquel que, con espléndida figura, va en el trono del coche, luciéndose?
HERALDO
Parece un soberano magnánimo y rico; ¡dichoso aquel que obtenga su favor! No tendrá
ya nada por lo
que porfiar; si algo falta lo advierte su mirada y la pura alegría que siente al regalar es
para él más
importante que la posesión y la fortuna.
MUCHACHO COCHERO
No puedes quedarte ahí, tienes que seguir describiéndolo.
HERALDO
Lo digno no se puede describir. ¡Qué rostro más sano, con forma de luna llena, con esa
boca gruesa y
esas mejillas sonrosadas que relucen bajo las joyas del turbante; qué riqueza en los
pliegues de su
manto! Y ¿qué voy a decir de su elegancia? Me parece reconocer que es un rey.
351
MUCHACHO COCHERO
Se llama Pluto, es el dios de la riqueza. Viene en persona con todo lujo porque el
Emperador desea
verlo. HERALDO
¡Di tú mismo el cómo y el porqué!
MUCHACHO COCHERO
Yo soy el derroche, yo soy la poesía, soy el poeta que llega a la plenitud al derrochar su
propia
posesión. Yo soy también inmensamente rico y me considero en esto igual a Pluto; yo le
animo y
adorno sus festines y le sé procurar lo que le falta.
HERALDO
La presunción te queda muy bien, pero muéstranos tus artes.
MUCHACHO COCHERO
Me basta un chasquear de los dedos para que el coche brille y en torno a él surja un
fulgor. ¡Mirad, de
ahí sale un collar de perlas! (Sigue chasqueando los dedos a un lado y a otro.) ¡Tomad
broches de
oro para el cuello y las orejas!, ¡también tengo diademas y peinetas sin defectos y
valiosas joyas en
forma de anillo! De vez en cuando lanzo algunas llamas aguardando que prendan en
alguien.
HERALDO
Cómo se afana la buena gente por cogerlas. Casi aplastan al mismo que las da. Lanza
joyas como quien
chasquea los dedos, parece un sueño, y en la amplia sala todos se pelean. Pero estoy
viendo ya otro
nuevo truco: lo que con tanta avidez agarraron les reporta una mala recompensa, el regalo
se disuelve y
se deshace. Aquel collar de perlas se convierte en escarabajos que pululan por la mano.
El pobre necio
se los sacude y ahora le zumban por la cabeza. Y los demás, en vez de cosas sólidas,
atrapan pérfidas
mariposas. El pícaro que tanto prometía sólo concede brillo de oropel.
MUCHACHO COCHERO
Veo que sabes anunciar las máscaras, pero explorar la esencia que hay tras lo externo no
es cosa de
heraldos de la corte, eso exige una vista más aguda. Pero no quiero entrar en discusiones;
a ti, señor,
352
dirigiré mis palabras y mis preguntas. (Volviéndose hacia PLUTO.) ¿No me
encomendaste tú la
borrasca que es esta cuadriga? ¿No la guío felizmente como tú mandas? ¿No estoy allí
donde tú
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indicas? ¿Y no supe hallar con impulsos audaces la palma para ti? Siempre que luché por
ti me sonrió la
suerte. Cuando adornó el laurel tu frente, ¿acaso no lo trencé con sentido y destreza?
PLUTO
Si es necesario dar testimonio de ti, lo daré con gusto: tú eres espíritu de mi espíritu.
Actúas
constantemente conforme a mi sentir. Eres más rico que yo. Aprecio, como paga de tus
méritos, la rama
verde más que todas mis coronas. En verdad os digo a todos: hijo amado, en ti me
complazco.
MUCHACHO COCHERO (A la multitud.)
Los mayores regalos de mi mano, ¡mirad!, están esparcidos a mi alrededor. En esta o
aquella cabeza ha
prendido una llamita que he encendido yo. Esta salta de una a otra, se para en una, salta
luego a aquella
y raramente prende y sube a lo alto, ardiendo rauda en breve florecer; pero, en cambio, se
les extingue a
muchos antes de darse cuenta, tristemente.
CHARLOTEO DE MUJERES
El que está en el coche de caballos
es sin duda alguna un charlatán,
lleva un mamarracho a sus espaldas
que parece padecer sed y hambre.
Como nunca lo llegó a ver nadie,
le da igual aunque lo pellizquen.
EL ENTECO
Apartaos de mi cuerpo, asqueroso mujerío. Sé que nunca me entenderé con vosotras.
Cuando aún se
ocupaba la mujer del hogar, yo me llamaba Avaricia, entonces todo andaba bien en
nuestra casa,
entraba mucho y no salía nada. Yo me ocupaba con celo de las arcas y los armarios; ¡que
a esto se le
llame pecado! Pero como en los tiempos más recientes, las mujeres no suelen ahorrar y,
como toda mala
pagadora, tiene más deseos que dinero; al hombre le falta mucho por aguantar; allá donde
mira
encuentra deudas. Lo que puede reunir, ella lo gasta, en su cuerpo o en su amante; y
también come
mejor y bebe más con el miserable ejército de galanteadores. Esto aumenta en mí el ansia
de oro: soy
masculino, soy el afán.
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CORIFEA DE LAS MUJERES
Que el dragón sea avaro con los dragones. Al fin todo es mentira y engaño. Este viene a
excitar a los
hombres y ya son suficientemente molestos.
MUJERES EN MASA
Dadle una bofetada a ese espantapájaros.
¿Por qué nos amenaza con la cruz del martirio?
Él es tan sólo una caricatura espantosa.
Esos dragones son de madera y de cartón.
Adelante, golpeadle con toda la fuerza.
HERALDO
¡Obedeced mi vara!, ¡estaos quietas! Pero ya veo que apenas necesitáis de mi ayuda;
mirad cómo los
monstruos llenos de ira han conseguido hacerse sitio y despliegan sus dos parejas de alas.
Enfurecidos
se agitan los dragones,. llenos de escamas y escupiendo fuego; la multitud huye y queda
libre el sitio.
(PLUTO baja del coche.)
¡Qué regiamente ha descendido! Hace señas, los dragones se mueven y han traído del
coche un cofre
lleno de oro y de codicia. Ya está a sus pies. Es un prodigio cómo ha sucedido.
PLUTO (Al COCHERO.)
Ya que te has desprendido de ese horrible peso y estás libre y sin trabas, ¡corre a tu
esfera! No es la de
aquí. Aquí, confusas, agitadas y salvajes, nos rodean visiones grotescas. Sólo allí donde
miras claro a la
noble claridad, y eres dueño de ti y en ti confías, ve allí donde lo bello y lo bueno agrada,
ve a la
soledad y haz allí tu mundo.
MUCHACHO COCHERO
Por estimarme digno embajador te quiero como próximo pariente. Donde tú permaneces
hay
abundancia; donde estoy, todos notan magníficas ganancias. Él duda frecuentemente en
la paradójica
vida. ¿Debe entregarse a ti o a mí? Es verdad que los tuyos pueden dormir ociosamente,
mas quien me
sigue siempre tiene algo que hacer. Yo no hago mis acciones ocultamente, sólo con
respirar ya me he
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revelado. ¡Adiós, pues! Tú me otorgas ya mi dicha, pero bastará que suspires para que
vuelva de
inmediato. (Se va como vino.)
PLUTO
Ya es hora de dejar libres los tesoros. Al tocar los candados con la vara del heraldo,
¡mirad!, ¡se abren!
En ollas de bronce se crea y bulle una flora dorada: los ornamentos de coronas, cadenas,
anillos. Todo
va creciendo y parece que va a ser tragado al fundirse.
GRITERÍO ALTERNO DE LA GENTE
Mirad qué ricamente mana aquí.
El arca está rellena hasta los bordes.
Los dorados recipientes se funden.
Salen rodando discos acuñados.
Recién labrados, los ducados saltan.
Siento en mi pecho la agitación.
Mis ojos ven lo siempre deseado.
Todo está esparcido por el suelo.
Si se os ofrece, usadlo en seguida.
Con sólo agacharos seréis ricos.
Nosotros, rápidos como el relámpago,
nos apoderaremos de ese cofre.
HERALDO
¿Qué pretendéis, locos?, ¿cómo me hacéis esto? Esta noche no se deben tener más
deseos. Es sólo una
broma de la mascarada. ¿Creéis que os van a dar oro y piedras preciosas? En este juego
ya sería
demasiado que os regalaran calderilla. Necios, ¿una apariencia hábilmente tramada puede
ser igual que
la rotunda verdad? ¿Significa la verdad algo para vosotros? Una obstinada locura se ha
apoderado de
vuestras cabezas. Tú, Pluto disfrazado, héroe de máscaras, ¡aparta de mi camino a todos
estos!
PLUTO
Tu vara es la apropiada a tal efecto; préstamela un momento, con rapidez la sumergiré en
el hervor que
bulle. Ahora, máscaras, atención, ¡mirad cómo centellea y se dilata echando chispas! La
vara ya está al
rojo vivo y quien se acerque mucho quedará abrasado sin misericordia. Ahora comienzo
mi ronda.
357
GRITERÍO Y TUMULTO
¡Ay!, viene contra nosotros.
¡Que huya quien pueda hacerlo!
¡Atrás! ¡Atrás los del fondo!
¡Siento que me arde la cara!
¡Me oprime esa vara ardiente!
¡Todos estamos perdidos!
¡Atrás, tumulto de máscaras!
¡Atrás, demente gentío!
¡Volaría si pudiera!
PLUTO
El corro ya se ha echado atrás y nadie, al parecer, se ha abrasado. La gente ha ido
cediendo, está muy
asustada. Pero, para asegurar tal orden, voy a trazar un círculo invisible.
HERALDO
Has cumplido un gran trabajo, he de agradecerlo a tu prudente fuerza.
PLUTO
Todavía hay que tener paciencia, noble amigo: aún amenazan muchos tumultos.
AVARICIA
Si se desea, se puede contemplar ese corro con todo placer, pues siempre van delante las
mujeres por si
hay algo que curiosear o de qué cotillear. Una bella mujer es siempre bella y, ahora,
como no me cuesta
nada, voy a pretender a alguna con audacia. Pero como este sitio está rebosante, no todos
los oídos son
sensibles a cada una de las palabras. Con prudencia me aventuraré a expresarme por
medio de un
pantomima. No bastan pies, manos y ademanes, y tengo que emprender alguna farsa.
Trataré el oro
como arcilla blanda, pues con este metal se puede hacer de todo.
HERALDO
¿Qué está diciendo ese loco enteco? ¿Es posible que alguien con hambre tenga humor?
Está
convirtiendo todo el oro en pasta que se deshace entre las manos; y por más que lo aprieta
y le da
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vueltas, sigue siempre sin forma. Ahora se dirige a las mujeres: todas gritan y quieren
escaparse, y le
hacen ademanes de rechazo. El pícaro está dispuesto a hacer el mal, temo que incluso se
divierte si
puede quebrantar las buenas costumbres. No puedo permanecer callado al verlo, ¡dame
mi vara, que
voy a expulsarlo!
PLUTO
¡No presiente lo que puede amenazarnos desde fuera!, ¡dejadle hacer locuras! No le
quedará sitio para
sus tonterías, pues si la ley tiene fuerza, más fuerza tiene la escasez.
ESTRÉPITOS Y CANTOS
Viene el ejército salvaje
desde las cimas y los valles.
Irresistiblemente avanzando,
cantan alegres al gran Pan.
Saben lo que todos ignoran
y entran en el vacío círculo.
PLUTO
Os conozco muy bien a vosotros y a vuestro gran Pan. Juntos habéis dado atrevidos
pasos. Yo sé lo que
no todos saben. Y os abro respetuosamente este estrecho círculo. ¡Ojalá les acompañe
siempre la buena
suerte! No saben hacia dónde les llevan sus pasos, no lo han previsto.
CANTO SALVAJE
La gente elegante de las lentejuelas
va vestida ahora tosca y rudamente,
sus altos brincos y rápida carrera
le dan un aspecto recio y vigoroso.
FAUNOS
La horda de los faunos está en baile placentero con guirnaldas de hojas de encina sobre
sus cabellos
rizados y con las orejas finas y puntiagudas que asoman entre los rizos. Tienen nariz
chata y la cara
ancha, lo cual nunca desagrada a las mujeres. Es difícil que la más bella de todas niegue
el baile cuando
el fauno la toma del brazo.
SÁTIRO
359
Detrás viene el sátiro brincando con pezuña de chivo y patas entecas; estas tienen que ser
delgadas y
fibrosas. En la cumbre del monte, como una gamuza, se divierte mirando alrededor. Se
siente
reconfortado por el aire de la libertad y se burla de los niños, los hombres y las mujeres,
que, hundidos
en la niebla del valle, creen que también viven muy a gusto. Mientras tanto a él pertenece
el mundo de
las alturas, sin trabas y en toda su pureza.
GNOMOS
Aquí viene un pequeño grupo al trote, no les gusta andar a pares; con su traje musgoso y
lamparitas
rélucientes se mueven deprisa, entremezclándose y atendiendo cada cual a lo suyo, lo
mismo que un
enjambre de luciérnagas. Pululan activos de aquí para allá y en su laboriosidad se
entrecruzan.
Somos parientes de los enanitos buenos, somos los conocidos cirujanos del monte.
Sangramos los
más altos montes, los sangramos a vena abierta, sacando metales a montones, después de
saludarnos y
desearnos «¡Buena suerte!, ¡buena suerte!». Esto es absolutamente bien intencionado:
somos amigos de
los hombres buenos. Pero sacamos el oro a la luz para que con él haya robos y
corrupción. No le falta
hierro al orgulloso que proyecta matar a gran escala. Y quien desprecia los tres
mandamientos tampoco
tiene en cuenta los demás. Pero no es culpa nuestra, por eso, tened paciencia como
nosotros.
GIGANTES
A nosotros nos llaman los hombres salvajes y somos conocidos en los montes del Harz;
con toda la
fuerza y desnudos con naturalidad avanzamos gigantescos todos juntos. Llevamos un
tronco de pino por
bastón, un abultado cinturón en torno al cuerpo y un tosco mandil de ramas y hojas.
Somos una guardia
personal mejor que la del Papa.
NINFAS A CORO (Rodeando al gran PAN.)
El también viene aquí:
el todo de este mundo
está representado
en el grandioso Pan.
Las más alegres rodeadle,
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emboscadle en la zarabanda,
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porque siendo sincero y bondadoso,
quiere que todos estemos contentos
y bajo la bóveda azul del cielo
se mantuvo constantemente en vela;
pero a sus pies corrieron los arroyos
mientras la suave brisa lo arrullaba.
Y cuando está durmiendo al mediodía,
no se mueven las hojas en las ramas.
¡Balsámico aroma de sanas plantas,
llena ese quedo silencio del aire!
La ninfa no puede ya estar despierta
y si lo intenta, se queda dormida.
Entonces, con violencia y brusquedad,
se escucha retumbar la voz de Pan
como un rugido de un rayo o del mar.
Nadie sabe cuál es su procedencia.
El valiente ejército se dispersa,
el estruendo hace que el héroe tiemble.
¡Honremos pues al que se lo merece
y salve a aquel que hasta aquí nos trajo!
DELEGACIÓN DE LOS GNOMOS (Ante el gran PAN.)
Cuando el espléndido filón
surge en venas en el abismo,
sólo una varita mágica
nos sacará del laberinto.
Cavamos en oscuras grutas
nuestras troglodíticas casas,
y a los aires puros del día,
compartimos nuestros tesoros.
Ahora descubrimos al lado,
¡oh, prodigio!, una fuente
que promete dar, cómodamente,
lo que apenas puede lograrse.
Tú sí puedes llevarlo a cabo,
ponlo bajo tu protección:
estando el tesoro en tus manos
a todos beneficiará.
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PLUTO (Al HERALDO.)
Hemos de mantener elevado el ánimo y ver pasar confiados lo que ocurra; siempre tuviste
el más recio
valor. Ahora va a pasar algo espantoso, el mundo y la posteridad lo negarán, pero tú
anótalo fielmente
en tus anales.
HERALDO (Tomando la vara que tiene PLUTO en la mano.)
Los duendes llevan silenciosos al gran Pan al manantial de fuego que bulle en el más
profundo hondón
de paso hacia un abismo que mantiene abierta su boca y en el que el magma hierve. El
gran Pan se
acerca animoso a disfrutar del extraño espectáculo de perlas de espuma borbollando a
izquierda y
derecha. ¿Cómo puede confiar en tal cosa...? Se inclina a mirar las profundidades. Pero,
mirad, su barba
cae dentro. ¿Quién será el del rostro lampiño? La mano nos lo oculta a la mirada. Ahora
ocurre una gran
desgracia: la barba se enciende y vuela subiendo por donde cayera, y abrasa la corona, la
cabeza y el
pecho. El placer se transforma en dolor. La gente acude para apagar el incendio, pero
nadie se libra de
las llamas y cuanto más se manotea y más golpes se dan, más llamas se levantan. Sumido
en el ardiente
elemento se ha abrasado todo un montón de máscaras.
Pero, ¿qué escucho que nos dicen? ¿Qué se cuchichea por todos los oídos y va de boca en
boca? Oh
noche eternamente desgraciada, ¿qué dolor nos trajiste? El inmediato día anunciará lo
que nadie oirá
con agrado, pero escucho por todas partes: «El Emperador sufre grandes penas». ¡Oh, si
fuera verdad
algo distinto! Arde el Emperador con su séquito. Caiga la maldición sobre aquella que le
indujo,
adornada con guirnalda resinosa, a alborotar en cantos desatados para ruina y catástrofe
de todos. Oh,
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juventud, juventud, ¿no limitarás nunca el regocijo a su justa medida? Oh Majestad, oh
Majestad, ¿no
ha de ser jamás tu sensatez como tu fuerza? El bosque ya está en llamas, que con
puntiagudas lenguas
se levantan y lamen el artesonado del techo; un incendio universal nos amenaza. Ya reina
una aflicción
sin medida, no sé quién nos salvará. Todo el lujo imperial será mañana el montón de
cenizas que hizo
una noche.
PLUTO
El miedo ya se ha extendido.
Sólo necesito ayuda.
Golpea fuerte, vara sacra.
¡Que el suelo tiemble y se estremezca!
¡Tú, aire espacioso y abierto,
llena todo con fresco aroma!
¡Venid aquí y concentraos,
densas nieblas, cirros preñados,
a apagar este gran incendio!
¡Pequeñas nubes, encrespaos!
Exhalando vuestra humedad
luchad para extinguir el fuego,
vosotras las reconfortantes.
Convertid en luz de tormenta
ese vano juego de llamas.
Si amenazan los espíritus,
recurriremos a la magia.
JARDÍN DE RECREO
(Mañana de sol.)
(El EMPERADOR y la corte. FAUSTO y MEFISTÓFELES
distinguidos, sin llamar la atención, vestidos según los usos
vigentes y ambos de rodillas.)
FAUSTO
¿Perdonarás, Señor, ese juego de ilusionismo con llamas?
EMPERADOR (Haciéndoles señas de que se levanten.)
Me gustan mucho las bromas de ese estilo. De pronto me hallé dentro de una ardiente
esfera. Casi creía
que era Plutón. En un abismo de tinieblas y carbón abierto, en las rocas ardían pavesas.
De esta y
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aquella sima se alzaban miles de salvajes llamaradas en remolino, que se unían en su
parte superior
formando una bóveda. Las lenguas subían hasta la cúpula más alta, que continuamente
estaba formándose
y deshaciéndose. En la lejanía, por entre las retorcidas columnas de fuego, veía
conmovido
largas hileras de gente que se acercaban en ancho cerco y me homenajeaban como
habitualmente. De
mi corte reconocí a unos cuantos. Parecía el rey de mil salamandras.
MEFISTÓFELES
Lo eres, Señor, pues cada uno de los elementos reconoce incondicionalmente tu majestad.
Ya has
comprobado la obediencia del fuego. Arrójate en el lugar del mar donde más furia tengan
las olas, y
apenas pises un fondo rico en perlas, en torno a ti se formará una espléndida esfera y
verás fluctuar
ondas de color verde claro con una espumosa cresta color púrpura para hacerte a ti, su
centro, la más bella
mansión. A cada paso que des, los palacios te acompañarán. Los mismos muros
disfrutarán de vida,
se moverán con un hormigueo rápido como de flecha acá y allá. Los monstruos marinos
se agolparán
para contemplar la nueva y grata visión, se lanzarán hacia ella, pero no podrán penetrar
en su interior.
Juguetearán allí dragones de escamas doradas llenos de colorido, el tiburón abrirá la boca
y tú te reirás
ante sus fauces. Aunque hoy la corte esté fascinada ante ti, jamás verá a tu alrededor
semejante tumulto.
Pero no por eso te verás privado de lo más encantador. Las Nereidas, curiosas, se
acercarán a tu
magnífica mansión por entre el frescor eterno. Las más jóvenes, tímidas y voluptuosas,
las de más edad,
prudentes. Pronto lo sabrá Tetis, que ofrecerá su mano y sus labios al segundo Peleo...
Después vendrá
el sitio en las regiones del Olimpo...
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EMPERADOR
Te dejo a ti los espacios aéreos. A ese trono se sube demasiado rápido.
MEFISTÓFELES
Y la Tierra, altísimo Señor, la tienes ya.
EMPERADOR
¡Qué feliz destino te trajo aquí directamente venido de las Mil y una noches! Si en
fecundidad te
asemejas a Sherezade, te garantizo que contarás con el mejor de mis favores. Pero
permanece dispuesto
para cuando tu mundo monótono me aburra como suele ser habitual en mí.
SENESCAL (Entrando apresuradamente.)
Serenísimo Señor, en mi vida he imaginado tener que anunciar una dicha más grande que
esta que ahora
me congratula y que me trae alegre a vuestra presencia. Cuenta tras cuenta ha sido pagada
y se han
apartado de nosotros las garras de la usura. Me he liberado de esa pena infernal, en el
Cielo no podría
sentirme mejor.
MARISCAL DE LOS EJÉRCITOS (Siguiendo con precipitación.)
Hemos pagado a cuenta la soldada; todo el ejército ha vuelto a alistarse, el lansquenete
siente renovada
su sangre y el posadero y las fulanas están de enhorabuena.
EMPERADOR
¡Cómo respiráis con el pecho ensanchado!, ¡qué aliviada se ve vuestra cara llena de
arrugas!, ¡con
cuánta rapidez acudís!
TESORERO (Uniéndose a los demás.)
Pregúntales a estos que han realizado la obra.
FAUSTO
Eso debe exponerlo el Canciller.
CANCILLER (Que viene avanzando despacio.)
Bastante contento estoy en mi vejez. Oíd y ved este papel fatídico que ha transformado la
pena en
dicha. (Lee.) «Para todo aquel que le concierna, sépase que este billete tiene valor de mil
coronas. Como
garantía lleva en prenda un sinfín de tesoros enterrados en territorio imperial. Se ha
ordenado, que una
vez extraídos, se canjeen por aquel.»
366
EMPERADOR
Presiento que aquí se ha cometido un crimen, una monstruosa farsa. ¿Quién falsificó aquí
la firma del
Emperador? ¿Ha de quedar impune ese delito?
TESORERO
Recuerda que tú mismo esta noche lo firmaste. Hacías el papel de gran Pan y el Canciller
se acercó a ti
acompañado de nosotros. «Asegúrate el gran placer de la fiesta, procura el bienestar del
pueblo con
unos pocos trazos de pluma.» Firmaste con claros trazos y esa misma noche los
grabadores lo
imprimieron á miles. Para que el beneficio llegara a todos por igual, timbramos la serie
entera
enseguida. Ya tenemos dispuestos los billetes de diez, de treinta, cincuenta y cien. No
sabéis el bien que
se le ha hecho al pueblo. Recuerda cómo estaba antes tu ciudad enmohecida por la muerte
y vé cómo,
ahora, todo vive y bulle alegremente. Aunque tu nombre ya reportaba alegría a todo el
mundo, nunca ha
sido hasta hoy mejor considerado. Ahora el alfabeto está de más, con este signo todo el
mundo es feliz.
EMPERADOR
¿Y mi gente lo acepta como si fuera oro? ¿A la corte y el ejército les sirve de paga?
Aunque me extraña,
he de dejar que esto siga adelante.
SENESCAL
Estos papeles no podrían frenarse; se han diseminado con la rapidez del rayo. Las casas
de cambio están
abiertas día y noche y en ellas se hace honor a cada papel con oro y plata, aunque, es
cierto, con
descuento. De allí se va entonces al carnicero, al panadero y a la bodega. La mitad del
mundo parece
sólo pensar en festines y el otro medio presume con su traje nuevo. El pañero corta tela,
el sastre cose.
Al grito de «Viva el Emperador» mana el vino en las bodegas, allí se asa, se cuece y se
hace chascar los
platos.
MEFISTÓFELES
Quien a solas pasea por las terrazas percibe a la mujer más bella magníficamente
ataviada, con uno de
sus ojos cubiertos por un soberbio abanico de plumas de pavo real. Nos sonríe y con la
vista sigue uno
367
de esos billetes que, con más rapidez que todo ingenio y elocuencia, nos darán los
mejores dones del
amor. No habrá ya que torturarse acarreando bolsas ni talegas, es fácil llevar un papelito
en el pecho y
este hace muy buena pareja con los billetes amorosos. El sacerdote lo lleva en el breviario
con piedad, y
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el soldado, para gastarlo con más presteza, se desabrocha rápido el cinturón prieto a sus
riñones.
Perdone, su Majestad, si parezco rebajar su obra y presentarla insignificante.
FAUSTO
La abundancia de tesoros que permanecen intactos y enterrados en vuestras tierras, yacen
sin utilizarse.
El pensamiento de más alcance resulta miserablemente limitado al tratar de concebir tal
riqueza. La
fantasía en su más alto vuelo se esfuerza y no lo logra nunca. Con todo, los espíritus
dignos de
contemplar lo profundo confían ilimitadamente en lo ilimitado.
MEFISTÓFELES
Un papel de esos, en lugar del oro y las perlas, es tan cómodo. Con ellos se sabe lo que se
tiene. No
hacen falta ni regateos ni cambios para embriagarse de vino y de amor. Si se quiere
metal, siempre hay
cambistas. Si este falta, se cava durante un tiempo. Las copas y las cadenas se ofertan en
subasta y el
papel se amortiza para vergüenza del escéptico, que se ríe de nosotros. Nada es mejor en
cuanto uno se
ha acostumbrado. Desde hoy en las tierras del imperio habrá suficientes joyas, oro y
papel.
EMPERADOR
Mi imperio te agradece este alto bien. Si es posible, mi premio será de igual valor que tu
servicio. Te
confío el subsuelo del imperio; serás un digno custodio de los tesoros. Conoces su
riqueza grande y bien
guardada y, siempre que se cave, se hará siguiendo tus consejos. Poneos de acuerdo,
encargaos de
nuestros tesoros, desempeñad con alegría las responsabilidades de vuestro cargo, donde
felizmente se
unen el mundo superior y el de abajo.
TESORERO
No tendremos entre nosotros ni la más mínima disputa. Me gusta el hechicero de colega.
(Sale con
FAUSTO.)
EMPERADOR
Ofreceré obsequios a cada uno de los miembros de la corte, si me dicen en qué los
emplearán.
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PAJE (Recibiendo el obsequio.)
Viviré con placer, tranquilidad y disfrutaré de las cosas buenas.
OTRO (Igualmente.)
Yo mismo le conseguiré a mi amada sortijas y una cadena.
UN CHAMBELÁN (Lo mismo.)
Desde ahora beberé vinos el doble de buenos.
OTRO (Lo mismo.)
Ya empieza a escocerme tener los dados en el bolsillo.
PORTAESTANDARTE (Con circunspección.)
Libraré de deudas mi castillo y mis tierras.
OTRO (Igual.)
A este tesoro añadiré tesoros.
EMPERADOR
Esperaba de vosotros afán y alientos nuevos, pero el que os conoce sabe bien adivinar
vuestras
intenciones. Bien lo advierto: en medio de estas florecientes riquezas, seguís siendo igual
que antes.
BUFÓN (Llegando.)
Estáis prodigando obsequios, donadme alguno a mí también.
EMPERADOR
¿Estás aún vivo? Seguro que te los beberás.
BUFÓN
¡Son hojas mágicas! No entiendo muy bien.
EMPERADOR
Cógelas, pues te han tocado en suerte. (Se va.)
BUFÓN
Me habrían tocado cinco mil coronas.
MEFISTÓFELES
Así que has resucitado, odre bípedo.
BUFÓN
Eso me sucede a menudo, pero nunca ha estado tan bien como hasta ahora.
MEFISTÓFELES
Te alegras tanto que sudas.
BUFÓN
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¿Lo que hay aquí tiene valor de moneda?
MEFISTÓFELES
Con eso tienes para todo lo que les apetezca a la barriga y al gaznate.
BUFÓN
¿Puedo comprar tierra, casa y ganado?
MEFISTÓFELES
¡Está claro! Sólo pide, que no te faltará nada.
BUFÓN
¿Y castillo con bosque, caza y un arroyuelo con pesca?
MEFISTÓFELES
¡Sin duda! Cómo me gustaría verte hecho un gran señor.
BUFÓN
Esta misma tarde me pavonearé en mis dominios. (Se va.)
MEFISTÓFELES (Solo.)
¿Quién duda del ingenio de este bufón?
GALERÍA OSCURA
(FAUSTO. MEFISTÓFELES.)
MEFISTÓFELES
¿Por qué me traes a estos oscuros pasadizos? ¿No hay suficiente alegría ahí, y en el
tumulto abigarrado
de la corte no hay ocasión para la broma y el engaño?
FAUSTO
Deja ya eso, desde siempre ese ha sido tu estilo y lo has gastado hasta las suelas. Pero
ahora tu ir y venir
sólo es para no soltarme prenda. Con todo, se me incita a hacer algo: el Senescal y el
Chambelán me
empujan; el Emperador quiere que le haga ver al momento a Helena y Paris. Quiere ver
nítida y
delimitada la figura de los arquetipos del hombre y la mujer. ¡Vamos!, ¡manos a la obra!
No puedo
faltar a mi palabra.
MEFISTÓFELES
No tuvo sentido hacer tan frívolamente una promesa.
FAUSTO
Compañero, no te has dado cuenta a donde nos han llevado tus artificios. Antes le hemos
enriquecido,
ahora le tenemos que divertir.
MEFISTÓFELES
371
Es una locura pensar que eso se puede arreglar de un momento para otro. Aquí nos
encontramos ante
escalones más empinados. Entrando en dominios absolutamente extraños, contraes con
temeridad
nuevas deudas. ¿Piensas que es tan fácil producir a Helena como a ese fantasma del papel
moneda? Si
quieres brujas, sombras de fantasmas o enanos con paperas puedo servirte enseguida.
Mas las amantes
del diablo, sin ánimo de ofenderlas, no pueden servir de heroínas.
FAUSTO
¡Ya estamos otra vez con la vieja cantinela! Contigo siempre se va a parar a lo incierto.
Eres el padre de
todos los obstáculos. Por cada favor quieres nueva remuneración. Bastará un murmullo y
lo lograrás;
seguro que después de volverme de espaldas un momento, estará ante mí.
MEFISTÓFELES
Los paganos me resultan ajenos; habitan en su propio infierno; pero hay un medio.
FAUSTO
¡Habla sin demora!
MEFISTÓFELES
No me gusta descubrir tan alto misterio. Hay diosas que reinan sentadas en soledad en sus
tronos. A su
alrededor no hay espacio, ni mucho menos tiempo. Hablar de ellas es muy dificultoso.
Son las Madres.
FAUSTO (Asustado.)
¡Las Madres!
MEFISTÓFELES
¿Sientes miedo?
FAUSTO
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372
¡Las Madres!, ¡Madres! ¡Suena tan extraño!
MEFISTÓFELES
Y lo es. Son diosas desconocidas por vosotros, los mortales, y a las que a nosotros no nos
gusta
nombrar. Para llegar a su morada habrás de cavar hasta lo más profundo. Tú tienes la
culpa de que
tengamos que recurrir a ellas.
FAUSTO
¿Por dónde está el camino que hay que tomar?
MEFISTÓFELES
¡No hay ningún camino! Vas adonde nadie pisó ni podrá pisar; vas a lo que no se ha
accedido y
permanece inaccesible. ¿Estás preparado? Allí no hay cerraduras ni cerrojos que remover;
estarás
sumido en la soledad. ¿Has llegado a concebir lo que son el desierto y el aislamiento?
FAUSTO
Podrías ahorrarte esas palabras, pues esto me huele a cocina de bruja, a una época lejana
del pasado.
¿No he tenido que entrar en contacto con el mundo? ¿No he tenido que aprender lo que es
el vacío y
enseñar el vacío? Cuando me parecía hablar razonablemente, la contradicción resonaba
con redoblada
fuerza; por eso, ante tanta contradicción, tuve que huir hacia la soledad, hacia lo no
transitado, y para no
estar completamente sólo tuve que entregarme al diablo.
MEFISTÓFELES
Aunque cruzaras a nado el océano y miraras en él lo ilimitado, en él al menos verías venir
ola tras ola.
Aunque temieras sucumbir e irte al fondo, algo verías. Seguro que verías deslizarse
delfines en la
mansedumbre del mar en calma. Verías las nubes, el Sol, la Luna y las estrellas. Pero no
verás nada en
la lejanía eternamente vacía, no oirás los pasos que des ni encontrarás nada firme para
descansar.
FAUSTO
Hablas como el primero de los mistagogos que haya engañado a fieles neófitos; sólo que
a la inversa.
Me mandas al vacío para que aumente mi arte y mi fuerza. Me tratas como al gato aquel,
para ver si te
373
saco las castañas del fuego. Pero vamos, profundicemos, en la nada espero encontrar el
todo.
MEFISTÓFELES
Te alabo ahora, antes de que te separes de mí. Veo que conoces bien al diablo. Toma esta
llave.
FAUSTO
¡Qué pequeñez!
MEFISTÓFELES
¡Tómala y no la tengas en poco!
FAUSTO
¡Crece en mi mano, resplandece, destella!
MEFISTÓFELES
¿Notas ya cuánto posees al tenerla? La llave te ayudará a intuir cuál es el camino
adecuado. Síguela en
tu descenso, te llevará hasta las Madres.
FAUSTO (Estremecido.)
¡Las Madres!, ¡siempre que lo escucho es como si me dieran un golpe!
MEFISTÓFELES
¿Eres tan limitado que una nueva palabra te aturde? ¿Sólo quieres oír aquello que ya has
oído? Aunque
siga sonando, que no te trastorne. Ya estás habituado a las cosas más extrañas.
FAUSTO
Pero mi salvación no está en lo estático, el estremecerse es lo más noble que hay en el
hombre. Por muy
caro que le haga pagar el sentimiento el mundo, es en la emoción donde el hombre
alcanza a intuir lo
inconmensurable.
MEFISTÓFELES
¡Desciende, pues!; aunque también podría decirte: ¡asciende! Es lo mismo. Huye de lo
que tiene
existencia y ve hacia el libre reino de las formas. Goza de aquello que hace mucho
tiempo que es
inaccesible. El torbellino se enrosca como hileras de nubes. Mueve la llave y manténla
lejos del cuerpo.
FAUSTO (Fascinado.)
¡Bien!, al empuñarla con fuerza siento un nuevo vigor. Se me ensancha el pecho y se
apresta a
emprender grandes obras.
374
MEFISTÓFELES
Un trípode ardiente te dará a conocer que habrás llegado al fondo, al fondo más profundo.
Con ayuda de
su fulgor, verás a las Madres. Unas están sentadas, otras están de pie y andan según el
azar las lleve. Y
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siempre, formación y transformación, el eterno sentido del juego eterno. Rodeadas de las
formas de
todas las criaturas, ellas no te verán, pues sólo ven esquemas. Ten entonces valor, porque
el peligro es
grande, corre al trípode y tócalo con la llave.
(FAUSTO, con la llave en la mano, hace un ademán resuelto e imperativo.)
¡Muy bien! El trípode se une a ti, te sigue como si fuera tu fiel criado. Asciendes
tranquilo, la fortuna te
eleva, y antes de que ellas lo noten, estarás de vuelta con él. Al traerlo, haz un conjuro
para que salgan
de la noche el héroe y la heroína. Tú eres el primero que osaste acometer tal empresa,
está hecha y tú la
has llevado a cabo. Acto seguido, después de unas prácticas mágicas, la neblina del
incienso se
transformará en dioses.
FAUSTO
¿Y ahora qué?
MEFISTÓFELES
Haz un esfuerzo para que tu ser descienda. Húndete dando un puntapié en el suelo; dando
otro subirás.
(FAUSTO da un puntapié en el suelo y se hunde.)
¡Si la llave le fuera de provecho! Tengo curiosidad por saber si volverá.
SALAS INTENSAMENTE ILUMINADAS
(El EMPERADOR y los PRÍNCIPES, la corte en movimiento.)
CHAMBELÁN (A MEFISTÓFELES.)
Aún nos debéis la escena de las apariciones. ¡Aprestaos a hacerla! El soberano está
impaciente.
SENESCAL
Eso mismo solicitaba Su Graciosa Majestad. No vaciléis para escarnio de la Corona.
MEFISTÓFELES
Precisamente para conseguirlo ha partido mi compañero. Él sabe cómo se ha de proceder
y trabaja
silencioso y reconcentrado. Tiene que aplicarse especialmente; pues el que quiere
desenterrar el tesoro,
la Belleza, debe servirse del arte supremo, la Magia de los sabios.
376
SENESCAL
Igual da qué artes hagan falta. El Emperador quiere que todo se ultime.
UNA RUBIA (A MEFISTÓFELES.)
Una palabra, caballero. Ya veis que mi rostro es claro, pero no es así en el fastidioso
verano. Entonces
me salen cientos de pecas de color rojo parduzco que, para disgusto mío, cubren mi
blanca tez.
¡Procuradme un remedio!
MEFISTÓFELES
Es una pena que un tesoro tan radiante esté tan moteado en mayo como vuestros
cachorros de pantera.
Toma huevos de rana y lenguas de sapo, purifícalos, destílalos con gran cuidado en el
plenilunio y
cuando la luna entre en su fase menguante, aplícatelo sobre la piel. Al llegar la primavera,
las motas
habrán desaparecido.
UNA MORENA
La multitud se agolpa para rodearos. Os suplico que me deis un remedio. Tengo un pie
helado y me
estorba tanto al pasear como al bailar y hasta me muevo con torpeza al saludar.
MEFISTÓFELES
Permíteme que te dé un pisotón.
LA MORENA
Bien, es lo habitual entre enamorados.
MEFISTÓFELES
La pisada de mi pie, niña, tiene mayor importancia. «Lo semejante con lo semejante», sea
lo que sea lo
que nos duela. El pie cura al pie y así ocurre con todos los miembros. Vamos, presta
atención, pero no
lo debes devolver.
LA MORENA
Ay, ¡qué dolor!, ¡cómo quema! Fue un pisotón muy fuerte, como el de un casco de
caballo.
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MEFISTÓFELES
Te llevas contigo la curación. De ahora en adelante podrás ejercitar el baile cuando te
apetezca y darte
puntapiés en la mesa con tu amor.
DAMA (Acercándose entre la multitud.)
¡Paso, paso! Mis dolores son demasiado fuertes. Con su ardor hacen que me hierva el
corazón; hasta
ayer, él buscaba su felicidad en mi mirada, ahora charla con ella y me ha vuelto la
espalda.
MEFISTÓFELES
Es lamentable, pero escúchame. Acércate con tiento a él. Toma este carbón y traza una
línea por sus
mangas, en su capa, en su espalda, donde sea, sentirá en el corazón el suave aguijón del
arrepentimiento. Pero luego tienes que tragarte el carbón sin llevarte a los labios ni vino
ni agua: él
llorará a tu puerta esta noche.
DAMA
¿No será venenoso?
MEFISTÓFELES (Indignado.)
¡Respeta a quien se debe! Habrías de ir muy lejos para encontrar un carbón similar. Lo he
traído de una
hoguera que atizamos con gran afán en otro tiempo.
UN PAJE
Yo estoy enamorado, pero no me consideran hombre hecho y derecho.
MEFISTÓFELES (Aparte.)
Ya no sé a quién tengo que atender. (Al PAJE.) No cifres tu dicha en la conquista de la
más joven. Te
sabrán apreciar las maduras. (Otros se acercan a él.) Otros nuevos. ¡Qué lucha más dura!
Por fin voy a
zafarme de esto apelando a la verdad. Es el peor de los recursos, pero la necesidad es
muy grande. Oh,
Madres, Madres, dejad libre a Fausto. (Mira alrededor.) Las luces ya se enturbian en la
sala, toda la
corte se ha estremecido a la vez. Solemnemente van en fila allá, por largos pasillos y
distantes galerías.
Bien, ya se reúnen en la amplia y antigua sala de los caballeros. Los tapices cubren
amplias paredes y
en los nichos y en las esquinas se han colocado armaduras. Aquí entiendo yo que no hay
necesidad de
378
invocaciones, los espíritus se presentan por sí mismos en ese lugar.
SALA DE LOS CABALLEROS
(Poca iluminación.)
(Han entrado el EMPERADOR y la corte.)
HERALDO
Mi antigua función de anunciar el espectáculo ha sufrido menoscabo por el misterioso
influjo de los
fantasmas. En vano trato de explicar por causas sensatas la confusa situación. Ya están
dispuestas las
butacas y las sillas. El Emperador está ante la pared, así podrá contemplar cómodamente
las batallas de
la época gloriosa. Aquí están sentados todos, el Soberano y la corte. Las banquetas están
allá al fondo
agolpadas. E incluso en esta hora tan sombría, la amada se sienta al lado de su amante. Y
ya que todos
han encontrado confortable sitio, estamos dispuestos: los espíritus pueden aparecer.
(Toque de trompetas.)
ASTRÓLOGO
Que, al punto, comience el drama su curso. Lo manda el Señor, ¡muros, abríos! Ya no
hay estorbo
alguno. Aquí tenemos la magia a nuestra disposición. Los tapices se enroscan como si el
fuego los
encogiera, en los muros se hacen hendiduras y dan vueltas sobre sí: un profundo teatro se
presenta y un
fulgor misterioso nos alumbra, yo me subo al proscenio.
MEFISTÓFELES (Asomando la cabeza por la concha del apuntador.)
Desde aquí lograré la complacencia general del público; apuntar es, de las artes oratorias,
la propia del
demonio. (Al ASTRÓLOGO.) Conoces el compás que siguen los astros en su marcha;
también
comprenderás magistralmente mi susurro.
ASTRÓLOGO
Por el poder de la magia aparece ante los ojos de todos un antiguo templo bastante
imponente.
Semejantes a Atlas, que antaño sostenía el Cielo, aquí hay muchas columnas en hilera.
Bien pueden
bastar para sostener esta gran mole de roca, cuando con dos se sostendría un gran
edificio.
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ARQUITECTO
Eso sería clásico. Yo no sabría apreciarlo, habría que llamarlo tosco y sobrecargado. Se
llama noble a lo
que está en bruto, grandioso a lo torpemente ejecutado. Yo quiero finas columnas,
atrevidas, sin límite:
una punta de ojiva eleva el alma, una construcción así nos edifica sobremanera.
ASTRÓLOGO
¡Recibid con respeto las horas marcadas por los astros, que por los ensalmos quede atada
la razón y que,
por el contrario, la magnífica y atrevida fantasía emprenda un amplio y libre vuelo. Ved
ahora con
vuestros ojos lo que osadamente anheláis: es imposible y por lo mismo digno de ser
creído.
(FAUSTO surge del suelo en el otro lado del proscenio.)
En traje sacerdotal y con una guirnalda, un hombre prodigioso lleva ahora a cabo lo que
confiadamente
empezó. Un trípode sube con él de una hueca cavidad. Ya presiento el aroma de incienso
que sale del
recipiente. Se apresta a bendecir la gran obra que en adelante no traerá otra cosa que
fortuna.
FAUSTO (Con magnificencia.)
¡En vuestro nombre, Madres que reináis sobre lo ilimitado, siempre solas, pero con
compañía! ¡En
torno de vuestra cabeza flotan las imágenes de la vida, en movimiento, pero sin vida! Lo
que hubo
alguna vez, se mueve allí con esplendor y brillo, pues aspira a hacerse eterno. Y vosotras,
fuerzas
todopoderosas, lo enviáis al pabellón del día, a la bóveda de las noches. A unas las atrapa
el suave curso
de la vida, a otras las busca el osado hechicero; pródigo y lleno de confianza deja ver lo
que todos
desean y es digno de un milagro.
ASTRÓLOGO
Apenas la incandescente llave toque el recipiente, una oscura niebla empezará a llenar el
espacio; se
deslizará, se acumulará formando nubes, se extenderá, se redondeará, se abrirá, se
dividirá. ¡Y ahora,
ved qué obra maestra han realizado los espíritus! Al andar, dejan oír música. De los
aéreos sonidos
381
mana algo indeterminado; a su paso, todo se hace melodía. Suenan la columnata y los
triglifos, creo que
canta todo el templo. Cede la sombra y, entre la leve niebla, sale siguiendo un compás un
bello
adolescente. Aquí callo mi oficio, no me hace falta mencionarlo, ¿quién no conoce al
noble Paris?
(Aparece PARIS.)
DAMA
¡Qué brillante y floreciente fuerza juvenil!
SEGUNDA DAMA
¡Fresco y jugoso como un melocotón!
TERCERA DAMA
¡Qué bello trazo tienen sus labios ligeramente abultados!
CUARTA DAMA
¿Te gustaría beber a pequeños sorbos de ese vaso?
QUINTA DAMA
Es muy bello, aunque no precisamente fino.
SEXTA DAMA
Pero podría tener un poco más de soltura.
UN CABALLERO
Creo oler aquí a pastorcillo; nada de príncipes y nada de modales de la corte.
OTRO CABALLERO
Medio desnudo sí es guapo el muchacho, pero tendríamos que verlo en armadura.
DAMA
Se sienta dulce y cómodamente.
CABALLERO
Sobre sus rodillas estarías muy a gusto, ¿verdad?
OTRA DAMA
Apoya tan graciosamente el brazo sobre la cabeza...
CHAMBELÁN
¡Qué vulgaridad! Me parece inadmisible.
UNA DAMA
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Los hombres siempre halláis algo censurable.
CHAMBELÁN
¡Tumbarse así ante el Emperador!...
LA DAMA
No hace nada más que un papel. Se cree que está solo.
CHAMBELÁN
El espectáculo aquí debe consistir en ser decoroso.
LA DAMA
El sueño se ha apoderado dulcemente de este noble muchacho.
CHAMBELÁN
¡Y ahora se pondrá a roncar y os parecerá perfecto!
JOVEN DAMA (Entusiasmada.)
¿Qué aroma se ha mezclado con los vapores del incienso que me refresca hasta lo más
íntimo el
corazón?
UNA DAMA DE MÁS EDAD
¡Es cierto!, mi alma está llena con un hálito que procede de él.
LA DAMA MÁS VIEJA DE TODAS
Es la flor del desarrollo que se convierte en ambrosía en este joven y se difunde por la
atmósfera que lo
rodea.
(Aparece HELENA.)
MEFISTÓFELES
¿Y esta es? No me causa ninguna inquietud. Es cierto que es guapa, pero no me dice
mucho.
ASTRÓLOGO
Por esta vez no tengo más que hacer. Lo confieso y reconozco como hombre de palabra
que soy. La
beldad avanza y ojalá tuviera lenguas de fuego. De toda la vida se ha cantado mucho
sobre la belleza...
y a quien se le aparece se queda extasiado; aquel de quien ella se adueñó fue
extremadamente dichoso.
FAUSTO
¿Tengo aún ojos? ¿Se muestra en lo más profundo de mi alma la fuente de la belleza
brotando con
generosidad? Mi pavoroso viaje me ha reportado la más feliz recompensa. Para mí el
mundo estaba
383
cerrado y era mezquino. ¿Y qué es ahora desde que asumí este sacerdocio? Por vez
primera lo veo
deseable, cimentado, duradero. ¡Que se extinga la fuerza de mi aliento si alguna vez me
hastío de ti! ¡La
hermosura que primero me encantó hechizándome con el mágico reflejo, fue sólo la
sombra de esta
belleza! ¡Tú eres a lo que consagro el impulso de todas mis fuerzas, el contenido de toda
mi pasión, mis
inclinaciones, mi amor, mi adoración, mi locura!
MEFISTÓFELES (Desde la concha del apuntador.)
¡Contente!, y no te salgas del papel.
LA DAMA DE CIERTA EDAD
Es alta y tiene buen tipo, pero su cabeza es muy pequeña.
UNA DAMA JOVEN
Mirad sus pies, ¡no podrían ser más toscos!
DIPLOMÁTICO
He visto a princesas semejantes. Es hermosa de pies a cabeza.
CORTESANO
Se acerca al durmiente, amorosa y con astucia.
DAMA
¡Qué fea resulta ante esa imagen de pureza juvenil!
UN POETA
Él es iluminado por la belleza de ella.
LA DAMA
Parecen Endimión y la Luna. Forman un verdadero cuadro.
EL POETA
¡Muy bien! La diosa parece descender, se inclina sobre él para recibir su aliento. ¡Es
digno de envidia!
¡Un beso!... La medida está colmada.
SEÑORA DE COMPAÑÍA
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¡Ante toda la concurrencia!, ¡esto es una locura!
FAUSTO
¡Qué terrible favor ha recibido el joven!
MEFISTÓFELES
¡Calma!; ¡silencio! ¡Deja al fantasma hacer lo que le plazca!
EL CORTESANO
Ella se escapa con pie ligero, él se despierta.
LA DAMA
Ella vuelve la cabeza, ya me lo figuraba yo.
EL CORTESANO
Él se asombra. Es un prodigio lo que le está pasando.
LA DAMA
Para ella no es ningún prodigio lo que tiene delante.
EL CORTESANO
Se vuelve con distinción hacia él.
LA DAMA
Ya veo que le está enseñando la lección. En estos casos todos los hombres son tontos. Él
también sin
duda cree ser el primero.
UN CABALLERO
No me neguéis su valía. ¡Es majestuosamente fina!
LA DAMA
¡La pécora! Eso lo llamo yo vulgar.
UN PAJE
¡Cómo me gustaría encontrarme en su lugar!
EL CORTESANO
¿Quién no caería atrapado en esa red?
LA DAMA
Esa joya ha rodado por tantas manos que el baño de oro está bastante desgastado.
OTRA DAMA
Desde los diez años ya no tiene valor.
EL CABALLERO
Cuando llega la ocasión cada cual toma para sí lo mejor. Yo me conformo con estos
bellos restos.
ERUDITO
La veo con nitidez y confieso francamente que no sé si es genuina. Tenerla presente nos
lleva a
exagerar; yo sobre todo me atengo a lo escrito. Leo que ella en Troya realmente agradó a
todas las
385
barbas canas; y me parece que esto se ajusta perfectamente: como yo no soy joven, ella
me gusta.
ASTRÓLOGO
No es ya un mozalbete. Es un héroe audaz que la sujeta sin que ella pueda defenderse,
con brazo fuerte
la levanta en vilo. ¿Intentará raptarla?
FAUSTO
¡Loco osado! ¡Cómo te atreves!... ¡Detente! ¡Es demasiado!
MEFISTÓFELES
Pero si has sido tú el creador de ese juego fantasmagórico.
ASTRÓLOGO
No diré más que una palabra. Después de todo cuanto ha ocurrido, yo titulo la obra el
rapto de Helena.
FAUSTO
¡Qué rapto! ¿Entonces no cumplo ninguna misión aquí? ¿Acaso esta llave no está en mi
mano? Ella me
llevó a través del horror, de los vaivenes y del oleaje de las soledades, a tierra firme.
¡Aquí hago pie!,
¡aquí encuentro realidades! Desde aquí el espíritu puede lidiar con los espíritus y
asegurarse el gran y
doble imperio. Ella, que estaba tan lejos, ¿cómo puede estar más cerca? La salvaré y será
dos veces mía.
Me atreveré. ¡Madres, Madres, concedédmelo! Quien la ha conocido no puede renunciar
a ella.
ASTRÓLOGO
¿Qué estás haciendo, Fausto? ¡Fausto!... La ha agarrado con violencia, ya empieza a
hacerse borrosa la
figura... Vuelve la llave hacia el muchacho, ¡lo toca! ¡Ay de nosotros! ¡Ahora, ahora
mismo!
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(Explosión. FAUSTO queda tendido en el suelo. Los espíritus se disuelven en la
niebla.)
MEFISTÓFELES (Tomando a FAUSTO sobre sus hombros.)
¡Ahí lo tenéis! Cargar con un loco acaba dañando hasta al diablo.
(Oscuridad. Tumulto.)
ACTO II
HABITACIÓN GÓTICA, ESTRECHA Y DE ALTAS BÓVEDAS
EN OTRO TIEMPO PROPIEDAD DE FAUSTO,
EN LA ACTUALIDAD SIN CAMBIO ALGUNO
(MEFISTÓFELES sale de detrás de una cortina. Mientras él sale y mira atrás ve a
FAUSTO tendido en
un lecho que fue de sus antepasados.)
MEFISTÓFELES
¡Reposa, desdichado, que fuiste seducido difícilmente por solubles lazos de amor! Aquel
al que Helena
dejó inmóvil no recobra fácilmente la razón. (Mirando en torno.) Miro arriba, miro a un
lado y a otro.
Nada ha cambiado, todo está intacto; me parece, eso sí, que los paneles de colores están
más turbios, las
telarañas se han multiplicado, la tinta se ha secado, el papel amarillea, pero todo sigue en
su lugar. Está
aquí hasta la pluma con que Fausto pactó con el diablo. En las profundidades de su cañón
ha cuajado
una gotita de sangre que le extraje. Le desearía al mejor coleccionista que consiguiera
una pieza tan
singular como esta. La vieja pelliza cuelga todavía de esa percha y me recuerda los
disparates que le
conté a aquel jovenzuelo que hoy, ya algo mayor, tal vez sigan consumiéndolo.
Verdaderamente siento
el deseo de envolverme en ti, tosca y caliente envoltura, para jactarme de nuevo dándome
aires de
profesor, como alguien que supone tener razón en todo. Los sabios en esto son
entendidos, pero al
diablo se le pasaron las ganas hace mucho tiempo. (Sacude la pelliza después de
descolgarla, y de ella
escapan cigarras, escarabajos y polillas.)
CORO DE INSECTOS
387
¡Bienvenido, bienvenido,
antiguo señor y dueño!
Vamos volando y zumbando
y ya te reconocemos.
Tú a todos nos sembraste.
Vamos llegando a millares,
padre, en alegre danza.
La picardía en el pecho
se disimula tan bien
que antes en la pelliza
se descubren los piojos.
MEFISTÓFELES
¡Qué sorpresa más agradable me produce esta reciente creación! Basta sembrar y luego se
cosecha.
Volveré a sacudir la vieja piel. Todavía salta algún insecto y revolotea de aquí para allá.
¡Id arriba!, ¡en
todas direcciones! Apresuraos y escondeos allá donde están los viejos arcones, venid aquí
a oscurecidos
pergaminos y fragmentos polvorientos de pucheros o a las cuencas de los ojos de las
calaveras. En una
vida tan confusa y tan pútrida siempre debe haber grillos. (Se envuelve con la pelliza.)
Ven, cúbreme
una vez más las espaldas. Hoy vuelvo a ser el rector. Aunque de qué me sirve llamarme
de ese modo.
¿Dónde está la gente que por tal me reconoce? (Agita la campana que deja oír un sonido
agudo y
penetrante con el que resuenan las paredes y se abren las puertas.)
FÁMULO(Llega tambaleándose por el oscuro pasillo.)
¡Qué sonido! ¡Qué tormenta! La escalera vacila, tiemblan las paredes. Veo los fulgores
de la tormenta a
través de los paneles de colores de la vidriera. El pavimento se levanta y desde arriba
caen cal y
cascotes como si fueran granizo. Y la puerta cerrada con fuertes candados se ha abierto
por arte de
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388
magia. ¡Qué veo, horror! ¡Un gigante está ahí apostado con la vieja pelliza de Fausto! Sus
señas y sus
miradas hacen que incline las rodillas. ¿Debo huir o quedarme? ¿Qué será de mí?
MEFISTÓFELES (Haciéndole señas.)
Adelante, amigo, ¿no os llamáis Nicodemus?
FÁMULO
Honorabilísimo señor, ese es mi nombre. Oremus.
MEFISTÓFELES
¡Eso dejémoslo!
FÁMULO
¡Qué alegría que me conozcáis!
MEFISTÓFELES
Y os conozco muy bien, entrado en años y todavía estudiante, rancio señor. Hasta un
hombre erudito
sigue estudiando si no puede hacer otra cosa. Así uno se construye un modesto castillo de
naipes, que ni
un gran ingenio llega a edificar del todo. Pero vuestro amo sí que es un hombre
entendido, ¿quién no
conoce al famoso doctor Wagner, hoy día el primero en el mundo de la sabiduría? Él es el
único que lo
sostiene, el que hace crecer la sabiduría día tras día. Oyentes y discípulos con ansia de un
saber total se
reúnen en torno a él. Sólo él resplandece desde su cátedra, maneja las llaves como san
Pedro, abre lo de
abajo y lo de arriba. Son tales su brillo y su esplendor que nadie lo supera en fama y en
gloria, incluso
el nombre de Fausto queda por él oscurecido. Él es el único que realmente ha inventado
algo.
FÁMULO
Perdonad, honorabilísmo señor, si os digo algo, si es que por otra parte puedo
contradeciros: no se trata
de eso, la modestia es su don más personal. Él no ha sabido reponerse a la misteriosa
desaparición de
aquel insigne hombre y espera encontrar con su retorno consuelo y alivio. El gabinete,
como en tiempos
del doctor Fausto, permanece intacto desde que él se marchó y espera a su antiguo dueño.
Apenas me
aventuro a entrar en él. ¿Cuál será la hora que marquen los astros? Me parece que
tiemblan las paredes,
389
las jambas de las puertas vibran, saltan los cerrojos: de otro modo no podríais haber
entrado.
MEFISTÓFELES
Pero, ¿dónde se ha metido ese hombre? Llévame hasta él o tráemelo.
FÁMULO
¡Ah!, su prohibición es demasiado estricta. No sé si debiera atreverme. Meses enteros
vive en el más
sigiloso aislamiento, en aras de su gran obra. Él, que es el más delicado de los sabios,
tiene aspecto de
carbonero; tiznado de la nariz a las orejas, sus ojos están rojos de tanto atizar el fuego.
Así va
consumiendo cada instante y el chascar de las pinzas es su música.
MEFISTÓFELES
¿Me negaría él la entrada? Soy el hombre que puede adelantar la llegada de su dicha. (El
FÁMULO se
va; MEFISTÓFELES se sienta con gravedad.) Apenas he ocupado el sitio, veo allá un
huésped que me
es conocido. Pero en esta ocasión es de los más modernos y se comportará con
desmedido atrevimiento.
BACHILLER (Acercándose impetuosamente por el corredor.)
He encontrado abiertos el portal y la puerta. Espero al fin que este hombre que se
encontraba vivo entre
la podredumbre no siga decayendo como un muerto, atrofiándose y muriendo en la vida
misma. Estos
muros, estos tabiques, se inclinan y amenazan al final con caerse, y si no huimos pronto,
su caída y su
ruina nos alcanzarán. Soy audaz como ningún otro, pero nadie puede obligarme a dar un
paso más.
Pero, ¿qué tengo que aprender hoy? ¿No fue aquí donde vine, hace ya muchos años,
siendo un bienintencionado
estudiante de primer curso temeroso y cohibido? ¿No fue aquí donde me confié a esos
barbudos para instruirme con sus paparruchas? Pertrechados con sus libracos me dijeron
tantas mentiras
como cosas sabían, pues no creían en lo que sabían y así consumieron su vida y la mía.
¿Cómo? Allí en
el claroscuro de esa celda todavía hay alguien sentado. Al acercarme, veo con asombro
que está metido
aún en su pelliza parda; está tal como lo dejé, envuelto en ese tosco abrigo de pieles. La
verdad es que
entonces me pareció muy capaz, cuando yo no tenía suficiente juicio. Pero esta vez no me
atrapará, iré a
390
abordarlo con decisión. (A MEFISTÓFELES.) ¡Viejo señor!, si no fue bañada tu cabeza
calva e
inclinada hacia delante por las aguas del Leteo, reconoced en mí al estudiante
emancipado ya de las
ligaduras académicas. Os encuentro tal como os conocí; sin embargo, yo soy otro.
MEFISTÓFELES
Me alegra que os atrajera mi llamada, por aquel entonces no os minusvaloré: el gusano y
la crisálida
anuncian lo que será la futura mariposa. Con vuestros rizos y vuestro cuello de encaje,
sentíais un placer
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infantil. ¿Nunca os dejasteis crecer coleta? Hoy veo que lleváis el cabello a lo sueco.
Tenéis un aspecto
resuelto y dinámico, pero no os vayáis a casa tan incondicionado.
BACHILLER
Mi viejo señor, estamos de nuevo aquí. Sin embargo, tened en cuenta cómo corren los
tiempos
modernos y absteneos de palabras de doble sentido, ahora atendemos a cosas muy
diferentes. Os
burlasteis sin ningún esfuerzo de un muchacho bueno y confiado, algo que hoy nadie se
atreve a hacer.
MEFISTÓFELES
Quien le dice a la juventud la pura verdad no agrada a los pichones, pero, pasados unos
años, cuando la
han sufrido en su propio pellejo, se jactan de haberla obtenido por ellos mismos y dicen
entonces que su
maestro era un imbécil.
BACHILLER
¡O, tal vez, un pícaro! Pues, qué maestro nos dice la verdad a la cara. Todos saben
magnificarla o
menguarla, en serio o en broma, ante los buenos chicos.
MEFISTÓFELES
Sin duda hay un tiempo para aprender; ya noto que estáis preparados para enseñar. Desde
unas cuantas
lunas y desde algunos soles, la plenitud de la experiencia os ha colmado.
BACHILLER
¡Experiencia!, ¡la experiencia es espuma y polvo! No está a la misma altura del espíritu.
Confesad que
lo que se ha sabido en todo tiempo no era digno de saberse.
MEFISTÓFELES (Después de una pausa.)
¡Hace mucho que lo pienso! Antes yo era un loco, ahora me parece que soy vacuo y
necio.
BACHILLER
¡Me alegro! Por fin escucho algo sensato, sois el primer anciano razonable que conozco.
MEFISTÓFELES
Buscaba un tesoro con piezas de oro enterrado y extraje horribles carbones.
BACHILLER
Confesad: ¿vuestro cráneo y vuestra calva valen mucho más que los de esas huecas
calaveras?
MEFISTÓFELES
392
¿Sabes lo grosero que resultas, amigo?
BACHILLER
En alemán se miente cuando se es educado.
MEFISTÓFELES (Que, con su sillón de ruedas, ha avanzado hacia proscenio,
acercándose más
al patio de butacas.)
¡Aquí arriba me quitan el aire y la luz! ¿Llegaré a encontrar acomodo entre vosotros?
BACHILLER
Es muy pretencioso que, en el más negativo de los períodos, se pretenda ser algo cuando
ya no se es
nada. Toda vitalidad está en la sangre y ¿dónde fluye la sangre mejor que en el
adolescente? La sangre
viva con fuerzas renovadas es la que crea nueva vida de la vida. Allí todo se anima, allí
todo se hace, lo
débil decae, lo capaz prospera. En tanto que nosotros hemos conquistado medio mundo,
¿qué habéis
hecho vosotros? Habéis dado cabezadas, habéis cavilado, soñado, considerado: planes y
sólo planes. Sin
duda alguna, la vejez es una fiebre álgida que hace sentir la escarcha de una impotencia
caprichosa. El
que ha pasado de los treinta años es como si ya estuviera muerto. Tal vez lo mejor sería
que os quitarais
la vida a tiempo.
MEFISTÓFELES
El diablo no tendría nada que añadir a eso.
BACHILLER
Si yo quiero, puede que no haya diablo.
MEFISTÓFELES (Aparte.)
Sin embargo, en breve el diablo te hará tropezar.
BACHILLER
Esta es la misión más noble de la juventud. Antes de yo crearlo, no existía el mundo. Yo
hice salir al
Sol del mar; conmigo la Luna comenzó el curso de sus fases; bastó un gesto mío, la
primera de las
noches, para que las estrellas desplegaran todo su esplendor. ¿Quién sino yo os libró de
las ataduras del
pensamiento filisteo? Yo, en cambio, sólo escucho hablar al espíritu y persigo mi luz
interior y ando
raudo, con íntimo entusiasmo; la luz está ante mí y la oscuridad a mis espaldas. (Se va.)
MEFISTÓFELES
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Extravagante, vete jactancioso. ¡Cómo dañaría tu seguridad saber que nadie piensa nada
necio o cuerdo
que no haya sido ya pensado antes! Pero este no me causa preocupación, en pocos años
cambiará.
Aunque el mosto fermente de manera impredecible, al final tendrá que dar vino. (A los
jóvenes del
público que no aplauden.) Mis palabras os pueden dejar fríos, pero yo os lo tolero, buenos
muchachos.
Tened en cuenta que el diablo es viejo y habréis de envejecer para entenderle.
LABORATORIO
(Al estilo de la Edad Media, lleno de enormes y toscos aparatos confines fantásticos.)
WAGNER (Junto al fogón.)
Suena la campana, la terrible, su tañido resuena en los muros llenos de hollín. La
incertidumbre no
puede durar más tiempo, ya las oscuridades se aclaran; en el fondo de la redoma empieza
a estar
incandescente el carbón enrojecido, parece el más magnífico de los carbunclos y despide
destellos a
través de la oscuridad. Aparece una luz clara y blanca. Ah, ¡que no lo pierda otra vez!
Oh, Dios, ¿qué
produce ese ruido en la puerta?
MEFISTÓFELES (Entrando.)
¡Saludos!, es con buena intención.
WAGNER (Con miedo.)
¡Salud a la estrella de esta hora! Pero callad y contened la respiración. Está a punto de
consumarse una
gran obra.
MEFISTÓFELES (Más bajo.)
¿Qué está ocurriendo?
WAGNER (Más bajo aún.)
Se está dando forma a un ser humano.
MEFISTÓFELES
¿A un hombre? Y ¿a qué pareja de enamorados has metido en el hueco de la chimenea?
WAGNER
¡Dios me libre! Declaro que el estilo antiguo de procrear es una vana necedad. El
delicado punto del
que brotaba la vida, la suave fuerza que surgía del interior, recibía y daba, para darse
forma a sí misma
395
y asimilarse primero a lo más cercano y luego a lo extraño, está ya privado de su
dignidad. Aunque el
animal todavía se solaza con ello, el hombre, mucho mejor dotado, ha de tener en el
futuro un origen
más noble y más elevado. (Volviéndose hacia el fuego del horno.) ¡Ved cómo brilla!...
Ahora sí que se
puede confiar en que, por la mezcla de cientos de ingredientes -pues esto es una mezcla-,
compondremos la materia humana, la encerraremos herméticamente en un alambique y la
destilaremos
en su justa medida. Así, serenamente, la obra habrá sido culminada. (Volviéndose hacia
el fuego del
horno.) ¡Todo va saliendo! La masa se va aclarando, mi convicción se confirma cada vez
más. Aquello
que se considera secreto en la naturaleza, voy a probarlo de modo racional, con osadía, y
lo que ella
antes organizaba por su cuenta, ahora lo voy a hacer cristalizar.
MEFISTÓFELES
Aquel que ha vivido mucho, ha tenido muchas experiencias. No puede encontrarse con
nada nuevo en
este mundo. En mis años de viaje he visto ya muchos pueblos cristalizados.
WAGNER (Siempre muy atento a la redoma.)
Esto sube, centellea, se conglomera; en un momento estará hecho. Un gran proyecto
siempre parece al
principio obra de un demente, pero riámonos del azar, un cerebro que puede pensar bien,
creará con el
tiempo un pensador. (Observando entusiasmado la redoma.) Una suave fuerza hace que
resuene el
vidrio; se enturbia, se aclara, por lo tanto tiene que surgir. Ya veo un hombrecito
moviéndose
graciosamente. ¿Qué más queremos?, ¿qué más nos exige el mundo? El misterio ha sido
desvelado y
está a plena luz. Prestad oídos a este sonido, se va a convertir en voz, se va a hacer
lenguaje.
HOMÚNCULO (Dirigiéndose a WAGNER desde la redoma.)
¿Qué tal, papaíto? Ya veo que no ha sido una broma. ¡Ven y abrázame con ternura contra
tu pecho!,
pero no lo hagas muy fuerte, no sea que se rompa el vidrio. Fijaos en la naturaleza de las
cosas:
mientras a lo natural ni siquiera parece bastarle el mundo, lo artificial sólo requiere un
reducido espacio.
(A MEFISTÓFELES.) Primo, ¿te ha dado por llegar en el momento justo, eh,
sinvergüenza?; te lo
396
agradezco. La buena suerte te ha traído aquí con nosotros. Ya que existo, he de
mostrarme activo.
Quiero afanarme enseguida a trabajar. Tú eres capaz de acortarme el camino.
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397
WAGNER
¡Sólo una palabra! Hasta hoy tuve que avergonzarme, pues los viejos y los jóvenes me
atormentaban
con problemas. Por ejemplo, nadie ha podido entender cómo el alma y el cuerpo,
compenetrándose tan
bien y estando tan estrechamente unidos que al parecer nadie puede separarlos, estén
siempre
amargándose mutuamente la vida. Además...
MEFISTÓFELES
¡Alto ahí! Yo preferiría preguntar: ¿por qué el marido y la mujer se llevan tan mal? Esto,
amigo mío,
nunca llegarás a aclararlo. Aquí hay mucho que hacer, y trabajar es precisamente lo que
quiere el
pequeño.
HOMÚNCULO
¿Qué hay que hacer?
MEFISTÓFELES (Señalando una puerta lateral.)
¡Muestra aquí tu aptitud!
WAGNER (Sin dejar de mirar la redoma.)
¡Eres verdaderamente el más encantador de los muchachos!
(La puerta lateral se abre y se ve a FAUSTO tendido en el lecho.)
HOMÚNCULO (Sorprendido.)
¡Impresionante!
(La redoma se escapa de las manos de WAGNER, flota sobre FAUSTO y lo ilumina.)
Está rodeado por lo bello. En las aguas cristalinas y en las tupidas arboledas, unas
mujeres se desnudan.
¡Son las más hermosas y deseables! Esto cada vez es mejor. Pero hay una que se
distingue
esplendorosamente de todas. Ella pone su pie sobre la translúcida claridad. La suave
llama de la vida
que anima ese noble cuerpo se atempera en el lábil cristal de las ondas. Pero, ¿qué es ese
ruido de alas
agitadas?, ¿qué agitar y qué chapoteo de alas perturba este pulido espejo? Las muchachas
huyen
asustadas, pero sola se queda la reina mirando y ve, con orgulloso placer femenino, cómo
el príncipe de
los cisnes se aprieta con impertinente mansedumbre contra sus rodillas. El parece
familiarizarse. De
398
repente un vapor se empieza a elevar y los cubre con un tupido manto. Es la más bella de
todas las
escenas.
MEFISTÓFELES
¿Qué no nos contarás? Con todo lo pequeño que eres, tienes una gran fantasía. Yo no veo
nada.
HOMÚNCULO
Y lo creo. Tú eres del norte y creciste en la época de las nieblas, en un desolado paraje de
caballería y
entusiasmo clerical, ¡cómo iba a estar libre tu mirada! Sólo te sientes bien entre tinieblas.
(Mirando
alrededor.) ¡Piedra renegrida, enmohecida, repugnante, arcos ojivales, volutas, todo ruin!
Si este se
despertara, habría otro problema, pues moriría de inmediato. Los manantiales del bosque,
los cisnes, las
bellas desnudas, ese era su sueño lleno de presentimientos. Yo, el más acomodaticio de
los seres,
apenas podría haberlo soportado. Partamos ahora con él.
MEFISTÓFELES
Seguro que el viaje será de mi agrado.
HOMÚNCULO ¡
Manda al guerrero al combate!, ¡lleva a la muchacha al baile!, y así todo quedará
arreglado. Ahora que
lo recuerdo, precisamente hoy es la noche clásica de Walpurgis. No hay mejor ocasión
para llevar todo
a su propio elemento.
MEFISTÓFELES
Jamás oí hablar de tal cosa.
HOMÚNCULO
¿Cómo podría haber llegado a tus oídos? Tú sólo conoces a los fantasmas románticos, un
auténtico
fantasma ha de ser también clásico.
MEFISTÓFELES
Entonces, ¿adónde he de emprender el viaje? Ya estoy hastiado de mis colegas de la
Antigüedad.
HOMÚNCULO
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399
400
Satán, al noroeste está tu región preferida, pero esta vez navegaremos rumbo hacia el
sureste. Por un
amplio valle fluye libre el Peneo formando tranquilos y húmedos remansos rodeados de
árboles y
matorrales; la llanura se extiende hasta alcanzar los montes y las gargantas, y arriba, vieja
y nueva a la
vez, está Farsalia.
MEFISTÓFELES
¡Oh, no!, ¡déjate de eso!, y no me hables de luchas de la tiranía contra la esclavitud. Eso
me enfada,
pues apenas ya todo se ha tratado, ellos empiezan de nuevo, pero nadie se da cuenta que
es Asmodeo el
que está detrás. Se baten, según dicen, por el derecho a la libertad, pero si se mira bien es
una lucha de
siervos contra siervos.
HOMÚNCULO
¡Deja al hombre con sus discordias! Cada cual debe defenderse como puede desde niño y
así aprenderá
a hacerse hombre. Ahora tan solo se trata de saber si este hombre puede sanar. Si
dispones de un
remedio, haz aquí mismo la prueba; si no puedes hacer nada, déjamelo a mí.
MEFISTÓFELES
Se podría probar con algo del Brocken, pero a todo ello le han echado el candado pagano.
El pueblo
griego nunca valió mucho, pero os deslumbra con el libre juego de los sentidos y seduce
el corazón
humano con alegres pecados, mientras que los nuestros siempre se verán tenebrosos. Y
ahora, ¿qué hay
que hacer?
HOMÚNCULO
Tú no eres apocado y si te hablo de las hechiceras de Tesalia, creo que esto te dirá algo.
MEFISTÓFELES (Con lascivia.)
¡Las hechiceras de Tesalia! ¡Muy bien!, son personas de las que me informé hace mucho
tiempo. Vivir
con ellas noche tras noche no creo que sea agradable, pero sí que se puede intentar
hacerles una visita...
HOMÚNCULO
Trae aquí la capa y envuelve al caballero adormecido. Ese guiñapo os llevará, como
siempre, a uno y a
401
otro; yo iré delante alumbrándoos.
WAGNER (Con temor.)
¿Y yo?
HOMÚNCULO
Tú, mientras tanto, quédate en casa y haz algo importante. Desenrolla los viejos
pergaminos, reúne
elementos vitales según las prescripciones y añade con cuidado unos a otros. Mientras yo,
al recorrer el
mundo, tal vez descubra el punto sobre la i. Entonces habré alcanzado el premio, hay que
esforzarse
por tal recompensa: oro, honor, fama, una vida sana y larga, y también quizá ciencia y
virtud. ¡Adiós!
WAGNER (Desolado.)
¡Adiós!, siento el corazón oprimido. Me temo que no volveré a verte nunca más.
MEFISTÓFELES
Bajemos el Peneo. Habrá que hacer caso al primo. (A los espectadores.) Al final,
dependemos de las
criaturas que hemos hecho.
NOCHE DE WALPURGIS CLÁSICA
(Campos de Farsalia.)
(Oscuridad.)
ERICTO
A la horrible fiesta de esta noche, como otras veces, vengo yo, Ericto, la oscura, la
sombría. No soy tan
repugnante como los insolentes poetas, exagerando, me achacan. Ellos no dejan jamás de
elogiar y
vituperar. El amplio valle palidece ante la gris onda de las tiendas de campaña como si
fuera el recuerdo
de la noche más turbadora y siniestra. ¡Cuántas veces se repite y se renovará
eternamente! Nadie cede
su dominio a otro, y este no lo cede a otro que lo ha obtenido por la fuerza y por la fuerza
lo domina.
No hay nadie que, incapaz de dominarse a sí mismo, no desee dominar la voluntad del
vecino siguiendo
un terco afán. Aquí mismo, con la guerra, se dio buena muestra de cómo a la violencia se
opuso una
violencia mayor, de cómo se destroza la hermosa guirnalda de mil flores de la libertad, de
cómo el recio
402
laurel se dobla para colocarse sobre la cabeza del dominador. Aquí soñaba Pompeyo el
Magno con el
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403
primer florido día de grandeza. Allí César velaba atento observando el fiel de la balanza.
Iban a medirse
y sabe el mundo a quién le sonrió la suerte.
Los fuegos de la guardia refulgen despidiendo llamas rojizas, el suelo exhala el vaho de
la sangre
vertida y, atraída por el extraño resplandor de la noche, se reúne la legión del mito
helénico. En torno a
las hogueras, se cierne o se detiene la agradable imagen fabulosa de la época antigua. La
luna, aunque
no está llena, se eleva difundiendo su tenue brillo por todas partes. El espejismo de las
tiendas de
campaña desaparece, los fuegos arden con llamas azuladas. Pero, encima de mí, ¿qué
meteoro
inesperado se cierne sobre mí? Un globo corpóreo despide su luz e ilumina. Siento la
vida. En este caso
no debo acercarme a un ser viviente pues soy fatal para él. Esto me ha dado mala fama y
no me
reportará ningún beneficio. Ya desciende. Después de pensarlo bien, me voy. (Se aleja.)
(Los que viajan por el aire están arriba.)
HOMÚNCULO
Flota en círculo otra vez,
sobre las llamas y el miedo,
en el valle y el abismo,
todo parece espectral.
MEFISTÓFELES
Desde mi vieja ventana
en el solitario Norte
veo espantosos fantasmas.
Estoy tan bien como en casa.
HOMÚNCULO
Mira aquella procesión
que avanza ante nosotros.
MEFISTÓFELES
Es como si se asustaran
al ver que vamos volando.
HOMÚNCULO
Déjalos, pon en el suelo
a tu caballero, pronto
404
a la vida volverá
desde su reino de fábula.
FAUSTO (En contacto con el suelo.)
¿Dónde está ella?
HOMÚNCULO
No sabríamos decírtelo, pero tal vez se pueda averiguar. Dándote prisa, si quieres, puedes
seguir su
rastro de llama en llama antes de que amanezca. Aquel que se ha atrevido a llegar hasta
las Madres, no
tiene ya nada que superar.
MEFISTÓFELES
Yo también vengo aquí por interés. Por eso no se me ocurre nada mejor para nuestro
éxito que cada
cual tiente su propia aventura. Luego, para reunirnos, enciende y haz que suene tu
linterna, pequeño.
HOMÚNCULO
Tan pronto como luzca, sonará.
(El vidrio suena y brilla con intensidad.)
Ahora busquemos prestos nuevas maravillas.
FAUSTO (Solo.)
¿Dónde está? Dejaré de preguntar.. Si no era este el suelo que pisaba, si no era esta la ola
que rompía a
sus pies, este es el aire que hablaba su lenguaje. ¡Aquí!, ¡por un prodigio!, ¡aquí en
Grecia! Enseguida
sentí el suelo que pisé. Desde que, en mi sueño, un espíritu me enardeció, mi ánimo es el
de un Anteo,
y, aunque encontrara lo más extraño aquí reunido, recorrería de un lado a otro este
laberinto de llamas.
(Se aleja.)
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405
EN EL ALTO PENEO
MEFISTÓFELES (Buscando un rastro.)
Yendo de uno a otro de estos pequeños fuegos, me encuentro totalmente extraño; casi
estoy totalmente
desnudo, sólo llevo una camisa. Las esfinges descaradas, los grifos desvergonzados y qué
sé yo cuántos
seres melenudos y alados se reflejan en el ojo por delante y por detrás... Es cierto que
nosotros también
somos indignos, pero la Antigüedad me parece demasiado frívola: habría que controlarla
siguiendo el
gusto más moderno y revestirla, variopinta, a la moda. ¡Qué gente más repugnante!, pero,
no por ello
podré dejar de saludarla, ya que soy su nuevo huésped. ¡Salud a las bellas mujeres, salud
a los sabios
ancianos!
UN GRIFO (Rugiendo.)
No somos ancianos, somos grifos. A nadie le gusta ser llamado anciano. Las palabras
suenan según sea
su procedencia, que es la que las determina: «gris», «grimoso», «gruñón», «gruta»,
«grito» son
etimológicamente semejantes, pero nos resultan malsonantes.
MEFISTÓFELES
Y, sin desviarnos del tema, «garra» va muy bien con el título nobiliario de «grifo».
GRIFO (Sigue rugiendo.)
¡Naturalmente! Se ha probado la afinidad: se ha afirmado ya muchas veces, pero ha sido
aún más
alabada. No hay más que echarle la garra a las muchachas, a las coronas, al oro: la
mayoría de las veces
la fortuna sonríe al rapaz.
HORMIGAS (De un tamaño colosal.)
Ya que habláis de oro, os diremos que hemos reunido mucho y lo acumulamos en rocas y
cavernas. El
pueblo de los Arimaspos lo descubrió y se ríen por habérselo llevado.
GRIFO
¡Ya haremos que confiesen!
ARIMASPOS
Pero que no sea en esta noche de júbilo. De aquí a mañana lo habremos derrochado todo.
Esta vez nos
406
saldremos con la nuestra.
MEFISTÓFELES (Que se ha situado entre las ESFINGES.)
¡Qué fácilmente y con qué gusto me acostumbro a esto! Los voy conociendo uno por uno.
UNA ESFINGE
Exhalamos nuestro grito espiritual y vosotros le vais dando cuerpo. Ahora nómbrate para
que te
conozcamos mejor.
MEFISTÓFELES
La gente cree nombrarme con multitud de nombres. ¿Hay aquí británicos? Como suelen
viajar tanto en
busca de campos de batallas, saltos de agua, muros derruidos, monumentos clásicos
cubiertos de
musgo, este sería para ellos un lugar digno de visitarse. También atestiguarían que, en las
antiguas obras
teatrales, desempeñaba el papel de «old Iniquity».
LA ESFINGE
Y ¿cómo se llegó a eso?
MEFISTÓFELES
No sé cómo.
LA ESFINGE
Puede ser. ¿Entiendes algo de estrellas? ¿Qué dices de la hora presente?
MEFISTÓFELES (Mirando al cielo.)
La estrella persigue a la estrella, la luna, que ya no está llena, brilla con luz clara, y yo me
encuentro
muy bien en este sitio agradable, calentándome junto a tu piel de león. Sería una lástima
subir hasta esas
alturas. Propón algún enigma o por lo menos una charada.
LA ESFINGE
Defínete sólo a ti mismo. Eso será ya un enigma. Intenta revelarte en lo íntimo. «Tan
necesario para el
piadoso como para el malvado; para uno es una coraza con que ejercitarse en la esgrima
ascética; para
el otro, un compañero que le ayuda a cometer locuras, y lo uno y lo otro sólo para divertir
a Zeus.»
PRIMER GRIFO (Rugiendo.)
Ese tipo no me gusta.
SEGUNDO GRIFO (Rugiendo más fuerte.)
¿Qué está buscando aquí?
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AMBOS A LA VEZ
Ese mamarracho está de más aquí.
MEFISTÓFELES (Brutalmente.)
¿Crees tal vez que las uñas del huésped no arañan tan bien como tus afiladas garras?
¡Pruébalo y verás!
ESFINGE (Afable.)
Puedes quedarte cuanto quieras, pero tú mismo te apartarás de nosotros. En tú país te
encontrarás a
gusto, pues, si no me equivoco, aquí no te sientes muy bien.
MEFISTÓFELES
Eres muy atractiva mirada desde arriba, pero la bestia que hay abajo me espanta.
ESFINGE
¡Farsante! Vas a cumplir tu amarga penitencia, pues nuestras garras están sanas; tú, por tu
parte, con esa
pata coja de caballo no encontrarás acomodo en nuestra sociedad.
(Las SIRENAS preludian desde arriba.)
MEFISTÓFELES
¿Cuáles son los pájaros que están meciéndose en las ramas de los álamos del río?
ESFINGE
¡Ten cuidado! Ese canturreo ya trajo la perdición a los mejores.
SIRENAS
¿Por qué os echáis a perder
rodeados de monstruos deformes?,
hemos venido en grandes grupos,
oíd los armoniosos cantos
que son propios de las sirenas.
ESFINGES (Mofándose de ellas con la misma melodía.)
¡Obligadlas a descender!
Están ocultando en las ramas
sus horribles garras de azor
para atraparos sin piedad,
si es que oídos les prestáis.
SIRENAS
Dejemos los odios y envidias.
Reunamos las alegrías
esparcidas por todo el cielo.
¡Tanto la tierra como el agua
409
den la bienvenida al gran huésped
con su semblante más sonriente!
MEFISTÓFELES
He aquí las buenas nuevas; el sonido de la garganta y el de las cuerdas que se funden uno
con otro. Para
mí los gorjeos ya se acabaron; me provocan un cosquilleo en los oídos, pero no me llegan
al corazón.
ESFINGES
No hables del corazón. Es vano. Una desgastada bolsa de cuero es lo que mejor le va a tu
cara.
FAUSTO (Entrando.)
¡Qué maravilla! El espectáculo me llena de satisfacción. En medio de lo monstruoso veo
trazos grandes
y vigorosos. Presiento una suerte favorable. ¿Adónde me lleva esta imponente visión?
(Señalando a las
ESFINGES.) Ante estas estuvo Edipo. (Señalando a las SIRENAS.) Ante estas se
retorció Ulises con
sus ataduras de cáñamo. (Señalando. a las HORMIGAS.) Estas acumularon el más
grande de los
tesoros. (Señalando a los GRIFOS.) Y estos lo custodiaron fielmente y sin tacha. Me
encuentro poseído
por un nuevo espíritu, las figuras son grandes y los recuerdos también.
MEFISTÓFELES
En otra ocasión los hubieras ahuyentado con maldiciones, pero ahora parece interesarte,
pues allá donde
se busca a la mujer amada hasta los monstruos son bienvenidos.
FAUSTO (A las ESFINGES.)
Vosotras, imágenes de mujeres, debéis contestarme: ¿alguna de vosotras ha visto a
Helena?
ESFINGES
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410
No llegamos a vivir en su época. Hércules mató a la última de nosotras. Podrías
informarte por Quirón,
que anda galopando por aquí en esta noche espectral. Si se detiene por ti, ya habrás
avanzado mucho.
SIRENAS
Pero eso no te haría falta.
Ulises pasó a nuestro lado
despacio y lanzando improperios,
mas mucho podría contarte.
Todo te lo revelaremos
cuando te afinques con nosotras
en el reino del verde mar.
UNA ESFINGE
No te dejes engañar, noble señor. En vez de atarte como Ulises, lígate a nuestros buenos
consejos; si
puedes encontrar al magnífico Quirón, sabrás lo que te prometí.
(FAUSTO se aparta.)
MEFISTÓFELES (Desolado.)
¿Qué aves pasan graznando y batiendo las alas? Van tan rápido que apenas se puede ver,
siempre una
detrás de otra, agotarían a cualquier cazador.
LA ESFINGE
Comparables a los golpes de viento en tempestad, apenas son sólo alcanzables por las
flechas de
Alcides. Son las veloces Estinfálidas, con su pico de buitre y sus patas de ganso. Les
gustaría mostrarse
en nuestros círculos como parientes nuestras.
MEFISTÓFELES (Como azorado.)
Hay otra cosa que silba por ahí.
LA ESFINGE
No temas por esos. Son las cabezas de la Hidra de Lerna. Están separadas del tronco y se
creen algo.
Pero di, ¿qué te pasa?, ¿qué gestos más nerviosos?, ¿adónde quieres ir? ¡Vete si quieres!
Ya veo que ese
coro hace que vuelvas la cara. No te fuerces. Ve a mirar esas bellas caras. Son las lamias,
refinadas y
deliciosas rameras, con la sonrisa en los labios y rostros insolentes, como les gusta a los
sátiros. Tu pie
411
de cabrón puede aventurarse sin miedo en ese terreno.
MEFISTÓFELES
Pero, vosotras, ¿os quedaréis aquí para que os encuentre?
ESFINGES
Sí, mézclate con esa gente alegre, nosotras que somos de Egipto, estamos ya
acostumbradas desde hace
mucho tiempo a reinar durante miles de años. Respetad nuestra posición y así seguiremos
regulando el
paso de los días y las fases lunares.
Nos sentamos delante de las pirámides
como supremo tribunal de los pueblos;
a pesar de ver riadas, paz y guerra,
nada varía nuestro rostro impertérrito.
EN EL BAJO PENEO
(PENEO rodeado de corrientes de agua y NINFAS.)
PENEO
¡Avívate, susurro que te filtras por entre los juncos! iSopla suave, hermana de las cañas;
zumbad, matas
ligeras junto a los sauces; habladme al oído, cimbreantes ramas de los álamos, cuando
continúe mi
sueño interrumpido! Un estruendo terrible me ha despertado, es un temblor que todo lo
sacude, me
priva de mi paz y me obliga a salir de mi undosa corriente.
FAUSTO (Avanzando hacia el río.)
Si no he oído mal, debo creer que, detrás de esta cerrada vegetación, de estas ramas, de
estos
matorrales, suena algo parecido a la voz humana. La ondulación de las aguas crea un
parloteo, las brisas
parecen bromear.
NINFAS (A FAUSTO.)
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Lo que debes hacer
es tenderte sereno,
reposar en fresco lecho
tus miembros fatigados,
disfrutar de esa paz
que siempre te rehúye.
A tu lado estaremos
dulces y susurrantes.
FAUSTO
Ya despierto. Dejad que reinen estas formas incomparables tal como están dispuestas ahí
a mi vista.
¡Estoy tan maravillosamente rodeado! ¿Esto son sueños o recuerdos? En otra ocasión ya
te sentiste
igual de afortunado. Las corrientes de agua se deslizan por la frescura de los espesos
arbustos
mansamente movidos. Las aguas no corren raudas, apenas avanzan. De todos los puntos
brotan cientos
de fuentes que se reúnen en un hondo y calmado remanso que invita al baño. Sanos
cuerpos de mujer,
duplicados por el húmedo espejo, deleitan la mirada. Luego se bañan juntas con alegría,
unas nadando
atrevidas, otras braceando temerosas y todo acaba con un gran griterío y una batalla en el
agua. Debiera
satisfacerme y bastarme esto, mis ojos debieran regocijarse, pero mi pensamiento me
impulsa a ir más
lejos. Mi mirada se dirige con agudeza a la rica envoltura vegetal tras la que se esconde la
distinguida
reina. ¡Es maravilloso! También vienen cisnes que proceden de los hondones de los
arroyos y avanzan
majestuosos. Se balancean con suavidad, son delicadamente sociables, pero orgullosos y
seguros de sí
mismos. Ved cómo mueven la cola y el pico. Pero hay uno de ellos que parece
pavonearse con especial
osadía y complacencia y navega adelantando a todos. Su plumaje se ahueca hinchándose
y se convierte
en una ola que, aumentando el ondular de las aguas, se acerca al santo lugar. Los otros
van de acá para
allá con un plumaje liso y brillante, pero pronto entablan una viva y aparatosa lucha para
apartar a las
muchachas de allí, pues no quieren ponerse al servicio de ellas, sino sólo preservar su
propia seguridad.
NINFAS
413
Arrimad el oído, hermanas,
a la orilla y su pendiente verde.
Creo no equivocarme. Resuena
un eco de cascos de caballo.
¡Si supiera quién traerá esta noche
el rápido y esperado mensaje!
FAUSTO
Me parece como si la tierra temblara resonando al trote de un caballo. ¡Mira ahí, vista
mía! ¿Debe llegar
ya a mí un destino favorable? ¡Oh, maravilla sin igual! Viene un jinete al trote, parece
virtuoso de
espíritu y lleno de valor, lo lleva un caballo de deslumbrante blancura. No me equivoco,
lo conozco, es
el famoso hijo de Filira. ¡Deténte, Quirón!, ¡alto!, ¡tengo que decirte...!
QUIRÓN
¿Qué ocurre?, ¿qué pasa?
FAUSTO
Modera tu paso.
QUIRÓN
No me detendré.
FAUSTO
Entonces, por favor, llévame contigo.
QUIRÓN
Sube, así podré preguntarte a mi manera: ¿adónde vas? Te encuentras en esta orilla. Estoy
dispuesto a
llevarte, cruzándolo, al otro lado del río.
FAUSTO
Adonde quieras. Por siempre te estaré agradecido. A ti, al gran hombre, al noble
pedagogo que, para su
gloria, educó a una generación de héroes, la ilustre estirpe de los nobles argonautas y
todos cuantos
fundaron el mundo del poeta.
QUIRÓN
Dejemos eso en su lugar. La misma Palas no mereció honores cuando hizo las veces de
Mentor. Al
final, los discípulos se comportan como si no hubieran sido educados.
FAUSTO
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414
415
Al médico que nombra cada planta, que conoce las raíces, que da salud al paciente y
alivio al herido, yo
le abrazo estrechamente el alma y el cuerpo.
QUIRÓN
Cuando a mi lado caía herido un héroe, sabía auxiliarlo y aconsejarlo, pero al final confié
mi arte a
curanderas y sacerdotes.
FAUSTO
Tú eres de verdad el gran hombre que no puede escuchar alabanzas. Procura esquivarlas
modestamente
y hace como si hubiera iguales a él.
QUIRÓN
Me pareces diestro en el fingir y para adular tanto al príncipe como al pueblo.
FAUSTO
Con todo, tendrás que confesar que has visto a los más grandes de tu época, que
rivalizaste en proezas
con el más valioso y que tu vida fue casi la de un dios. Pero entre las figuras heroicas,
¿quién fue para ti
el más grande?
QUIRÓN
Entre los argonautas cada cual fue valiente a su modo y según la fuerza que tenía podía
bastarse allí
donde a los demás la fuerza les faltaba. Los Dióscuros siempre vencieron donde
prevalecían la plenitud
juvenil y la belleza. La decisión y la diligencia en la acción fue la mejor de las cualidades
de los
Boréades. Reflexivo, enérgico, listo y presto al consejo, así mandaba Jasón, muy
atractivo para las
mujeres. Orfeo, tierno y siempre tímidamente discreto, superó a todos tañendo la lira.
Linceo, con su
penetrante vista, tanto de día como de noche, condujo la nave entre escollos y ante las
playas. El peligro
sólo se corre en común. Cuando uno de ellos actúa, los demás lo alaban.
FAUSTO
¿No vas a decir nada de Hércules?
QUIRÓN
¡Oh, dolor! No renueves mis pesares... Nunca había visto a Febo ni a Ares ni a Hermes,
como se les
416
llama, cuando vi ante mis ojos al que todos los hombres ensalzan como divino. Era rey de
nacimiento,
era magnífico contemplarlo de joven, pero estaba sometido a su hermano mayor y
también a las mujeres
más bellas. Gea no volverá a engendrar a un segundo Hércules, ni Hebe lo llevará al
Empíreo; en vano
se afana la poesía y en vano se atormenta a la piedra.
FAUSTO
Por mucho que se fatiguen los escultores, nunca llegará a tener un aspecto tan
impresionante. Ya has
hablado del hombre más hermoso, ¡habla ahora de la mujer más bella!
QUIRÓN
La belleza femenina no significa nada; con demasiada frecuencia es una imagen estática
que mana
felicidad y alegría de vivir. La belleza se satisface a sí misma, la gracia es lo que la hace
irresistible,
como ocurrió con Helena cuando la llevé.
FAUSTO
¿Tú la llevaste?
QUIRÓN
Sí, sobre estos lomos.
FAUSTO
¿Acaso no estoy ya suficientemente fascinado para que ocupar tal lugar me colme de
alegría?
QUIRÓN
Ella se agarraba a mi cabellera como tú lo haces.
FAUSTO
¡Oh!, yo me pierdo por completo. ¡Cuéntame cómo ocurrió! Ella es mi único anhelo.
¿Dónde la
recogiste y a qué lugar la llevaste?
QUIRÓN
Es fácil contestar a tu pregunta. Los Dióscuros habían liberado en aquel tiempo a su
pequeña hermana
de sus raptores. Estos, no acostumbrados a ser vencidos, cobraron energías y se lanzaron
con fuerzas
sobre ellos. Los pantanos de las cercanías de Eleusis atajaron la rápida carrera de los
hermanos, ellos los
vadearon, y yo haciendo chapotear el agua, nadé hasta la orilla opuesta. Entonces ella
saltó a tierra y,
pasando la mano por mis crines mojadas, me acarició y me dio las gracias con discreta
amabilidad y
417
desenvoltura. ¡Qué atractiva! ¡Era una delicia para los ojos de un anciano!
FAUSTO
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418
¡Y tan sólo tenía diez años!
QUIRÓN
Los filólogos te han llevado al error en el que ellos están inmersos. Es singular lo que
ocurre con esta
mujer mitológica; el poeta la representa como le conviene hacerlo: nunca es mayor de
edad, nunca
envejece, siempre tiene un apetecible aspecto; es raptada de joven y de vieja es aún
galanteada. En una
palabra, el poeta no está atado a ningún tiempo.
FAUSTO
Bien, que tampoco a ella le imponga sus ligaduras el tiempo. Cuando Aquiles la encontró
en Feres
estaba fuera de todo tiempo. ¡Qué rara dicha es haber obtenido el amor contra el destino!
¿No podría
yo, anhelante energía, darle vida a esa forma única, esa criatura eterna, del mismo origen
que los dioses,
tan grande como tierna, tan majestuosa como amable? Tú la viste hace mucho, yo la he
visto hoy, tan
bella como atractiva, tan anhelada como bella. Ella ha hecho fuertemente presa de mi
pensamiento y mi
ser. No puedo vivir, si es que no puedo obtenerla.
QUIRÓN
Estimado extranjero, como hombre, estás fascinado, pero entre los espíritus das la
impresión de tener
trastornada la cabeza. Por fortuna, todo parece coincidir para ponerse a tu favor; pues
todos los años,
sólo durante un breve tiempo, acostumbro a ir a casa de Manto, hija de Esculapio. En
silenciosa
oración, ella implora a su padre para que, a fin de encontrar su gloria, ilumine por fin la
razón de los
médicos y los aparte del homicidio temerario. De todas las sibilas ella es la que más
aprecio; no se
mueve grotescamente, es discreta y benefactora. Si te quedas aquí algún tiempo, ella te
curará
valiéndose de las propiedades de las raíces.
FAUSTO
No quiero ser curado. Mi espíritu es poderoso. Si me curaran sería tan vulgar como los
demás.
QUIRÓN
No desaproveches la curación que procede de tan rico manantial. Apéate ya. Hemos
llegado.
419
FAUSTO
Dime, ¿a qué lugar de tierra firme me has traído en medio de la tétrica noche y a través de
orillas
arenosas?
QUIRÓN
Aquí, con el Peneo a la derecha y el Olimpo a la izquierda, Roma y Grecia pugnaron por
el vastísimo
reino que se pierde ante la vista. El rey huye, el ciudadano triunfa. Levanta la vista. Aquí
cerca e
iluminado por la claridad de la luna, se muestra imponente el templo eterno.
MANTO (Dentro del templo, soñando.)
Cascos de caballo resuenan en el suelo sagrado. Parecen acercarse aquí unos semidioses.
QUIRÓN
Justamente, ¡abre los ojos!
MANTO (Despertando.)
¡Bienvenido! Ya veo que no faltas a tu cita.
QUIRÓN
¿Sigue aún en pie el templo que te sirve de morada?
MANTO
¿Continúa tu infatigable vagabundeo?
QUIRÓN
¿Sigues viviendo en el reposo mientras yo gusto de dar vueltas por ahí?
MANTO
Yo persisto en mi posición. El tiempo va dando vueltas alrededor de mí. ¿Y ese quién es?
QUIRÓN
La malhadada noche, en su torbellino, le ha traído aquí. Piensa locamente en Helena, a
Helena quiere
conquistar y no sabe cómo ni por dónde empezar. Está mucho más necesitado que otros
de una cura de
Esculapio.
MANTO
Amo al que desea lo imposible. (QUIRÓN se ha marchado ya.) Entra, temerario, debes
alegrarte. Esta
oscura senda lleva a la mansión de Perséfone. En la hueca base del Olimpo, está atenta
esperando la
visita prohibida. Aquí en otro tiempo introduje a Orfeo. ¡Aprovéchalo más! ¡Adelante!
Con valor.
(Los dos descienden.)
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421
EN EL ALTO PENEO
SIRENAS
¡Lanzaos a la corriente del Peneo! Es muy agradable nadar chapoteando en sus aguas y
entonar canción
tras canción para el bien del desgraciado pueblo. No hay salvación sin el agua. Vayamos
formando un
espléndido ejército con rapidez hacia el mar Egeo y allí tendremos todos los placeres.
(Tiembla la tierra.)
Vuelve otra vez la ola con toda su espuma, ya no fluye bajando por la pendiente de su
lecho. El fondo
del río se remueve, el agua hace empuje, la masa de arena y la playa se agrietan
humeantes. ¡Huyamos!
¡Vamos todas juntas, vamos! Lo extraordinario no le aprovecha a nadie. Id, visitantes
nobles y alegres,
a las alegres fiestas marinas, id refulgentes a ver cómo las olas temblorosas al romperse
en la orilla se
hinchan ligeramente. Allí donde luce la luna con redoblado brillo y nos refresca con su
sagrado rocío.
Allí hay una vida que se mueve con toda libertad, aquí hay un angustioso terremoto.
Huyan todos los
que sean prudentes. El horror reina en este lugar.
SEÍSMOS (Rugiendo y haciendo ruido.)
Empujemos con fuerza una vez más; elevemos los hombros. Así llegaremos a lo alto,
donde todo ha de
sucumbir ante nosotros.
ESFINGES
Qué temblor más repulsivo, qué horrible y aborrecible tormenta. Qué estremecimiento,
qué oscilación,
qué bamboleo nos lleva de acá para allá. ¡Qué fastidio más insufrible! Sin embargo, no
nos
cambiaríamos de sitio aunque se desatara toda la fuerza del infierno. Ahora se eleva una
bóveda
maravillosa. Es él mismo, ese viejo hace mucho tiempo encanecido que hizo surgir la isla
de Delos de
las olas del mar por el amor de una mujer parturienta. Con esfuerzos, apretones y
haciendo firmemente
empuje con los brazos rígidos y la espalda encorvada, semejante a un Atlas en sus
movimientos, elevó
422
el suelo, la hierba, la arcilla, los terrenos pantanosos y los terrones, la arena y el barro, los
lechos que
reposan en nuestra orilla. Así desgarra, de un lado a otro, la serena alfombra del valle.
Esforzándose al
máximo, sin cansarse nunca, como una colosal cariátide, lleva a cuestas un entramado de
piedras hundido
en el suelo hasta la cintura. Pero las cosas no seguirán adelante, las esfinges ya han
ocupado su
sitio.
SEÍSMOS
Se reconocerá al fin que yo he logrado esto. Si yo no me hubiera estremecido y
conmovido, ¿cómo
podría ser tan bello el mundo? ¿Cómo se habrían remontado las montañas al éter puro y
azul, si no las
hubiera elevado para que ofrecieran un aspecto pintoresco y encantador? Cuando en
presencia de
nuestros primeros antepasados, la Noche y el Caos, yo me porté con bravura, jugué en
compañía de los
titanes ,con el Pelión y el Osa. En nuestro ardor juvenil, seguimos haciendo locuras, hasta
que fatigados
al fin, como unos canallas, le colocamos al Parnaso dos montes como si fueran un
sombrero de dos
picos. Apolo mora allí rodeado del alegre coro de las musas, y a Júpiter y a las flechas de
sus rayos yo
les erigí un alto trono. Ahora, con un enorme esfuerzo, he surgido del abismo e invito a
una nueva vida
a sus alegres habitantes.
ESFINGES
Habría que reconocer que esta montaña es antiquísima si es que nosotras mismas no la
hubiéramos visto
surgir del suelo. Un frondoso bosque se extiende hacia arriba, pero aún se oprimen unas
peñas contra
otras. Pero una esfinge no se inmutará por ello; nosotras desde nuestro asiento sagrado no
nos
dejaremos turbar.
GRIFOS
Oro en panes, oro en láminas veo vibrar a través de las grietas. No os dejéis robar un
tesoro tan valioso.
Venga, hormigas, a extraerlo.
CORO DE HORMIGAS
Como aquellos gigantes
lograron extraerlo,
423
vosotras, pies inquietos,
subid hasta la cumbre.
Entrad y salid rápido.
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424
En esas hendiduras,
todas las migajitas
son dignas de buscarse.
Hasta lo diminuto
tenéis que descubrir
con vuestra gran presteza
en todos los rincones.
Debes ser diligente,
multitud pululante.
Apilad sólo el oro.
Dejad atrás la escoria.
GRIFOS
¡Adentro, adentro! ¡Todo el oro en montones! Pondremos nuestras garras encima. Estas
son los mejores
cerrojos. Así queda a buen recaudo el mayor de los tesoros.
PIGMEOS
Ya ocupamos verdaderamente nuestro sitio y no sabemos cómo ha ocurrido. No
preguntéis de dónde
venimos, puesto que al fin y al cabo estamos ahí. Para vivir con alegría todo país es apto;
cuando se ve
una grieta en las rocas, allí está el enano dispuesto a todo. El enano y la enana están
prestos a trabajar,
cada pareja de ellos es un modelo ejemplar. No sabemos si todo esto sería igual en el
paraíso, pero nos
encontramos estupendamente aquí y con gratitud bendecimos nuestra estrella, pues tanto
en el Este
como en el Oeste la madre Tierra sigue con gusto engendrando.
DÁCTILOS
Si en una sola noche
dio a luz a los pequeños,
engendrará a los mínimos
junto a sus semejantes.
EL MÁS VIEJO DE LOS PIGMEOS
Deprisa, ocupad
el sitio más propicio.
Deprisa, al trabajo,
más rapidez que fuerza.
Todavía hay paz.
Fabricad en la fragua
vuestros arneses y armas.
425
Formemos un ejército.
Que todas las hormigas,
multitud diligente,
nos consigan metales.
Y a vosotros, los dáctilos,
numerosos y mínimos,
se os da el mandato
de recoger madera.
¡Haced luego una hoguera,
de misteriosas llamas,
procuradnos carbón!
GENERALÍSIMO DE LOS PIGMEOS
Con el arco y las flechas,
poneos ya en marcha.
En el estanque aquel
abatid esas garzas
que en gran número anídan
con orgullo jactándose.
Hacedlo de un golpe,
así todos nosotros
ornaremos al fin
nuestro yelmo y penacho.
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426
LAS HORMIGAS Y LOS DÁCTILOS
¿Quién nos defenderá?
Extraemos el oro,
ellos forjan cadenas.
Para la libertad
no ha llegado el momento,
sigamos siendo dóciles.
LAS GRULLAS DE IBICO
Gritos y lamentos de muerte,
angustioso batir de alas.
¡Qué suspiros, qué gimoteos
se elevan para nuestro escarnio!
Todos han sido aniquilados.
Su sangre tiñó el mar de rojo.
Una monstruosa codicia
roba a las garzas sus adornos.
El viento agita los penachos
de esos ventrudos patizambos.
Aliadas de nuestro ejército
que surcáis el mar en hileras,
os llamamos a la venganza
pues esta es también nuestra causa.
Que nadie reserve su sangre.
Guerra eterna contra esa chusma.
(Las GRULLAS se dispersan graznando.)
MEFISTÓFELES (En la llanura.)
Sé muy bien cómo manejar a las brujas del norte, pero con esos espíritus extranjeros no
me encuentro a
gusto. El Blocksberg sigue siendo un sitio muy cómodo, dondequiera que vaya uno se
halla como en
familia. La señora Ilse vela por nosotros desde su piedra, desde sus alturas se eleva
Enrique
alegremente. Es cierto que los Roncadores hablan en tono grosero a la Miseria, aunque
todo está asegurado
por miles de años. Pero aquí, ¿quién sabe adónde va y dónde está, o si debajo de él el
suelo no
va a estallar? Me dejo llevar despreocupado por un agradabla valle y, de pronto, detrás de
mí, se alza
una montaña, que, a decir verdad, no parece una montaña, y que es lo suficientemente
alta como para
separarme de mis esfinges. Aquí se agitan muchos fuegos que bajan por el valle y
llamean en tomo a
427
esta aventura. Aún danza y revolotea ante mí el galante coro, que me atrae mientras se
aparta de mí de
una forma burlesca. Sin embargo, calma. El que está acostumbrado a los caprichos,
siempre busca algo
que atrapar.
LAMIAS (Atrayendo hacia ellas a MEFISTÓFELES.)
Aprisa, más aprisa,
ven cada vez más lejos.
Luego, al detenernos,
sin parar charlaremos.
Es algo tan gracioso
provocar la atracción
del viejo pecador.
Con su pie atrofiado
se acerca cojeando
y arrastrando su pierna,
entretanto nosotras
de él nos alejamos.
MEFISTÓFELES (Deteniéndose.)
Maldita suerte. Hombrecitos engañados, infelices seducidos desde los tiempos de Adán.
Nos volvemos
viejos, pero quién sé vuelve juicioso. ¿No tienes ya suficientemente perdida la cabeza?
Bien se sabe que
no se puede obtener nada bueno de esas que llevan el corsé ceñido al cuerpo y las caras
maquilladas. No
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428
tienen nada sano que ofrecernos, por donde quiera que se las agarre, sus miembros se
descomponen. Ya
se sabe, se ve, y aunque pueda palparlo con las manos, uno baila el son que esas putas
nos tocan.
LAMIAS
¡Alto!, piensa y vacila, se detiene. Id a su encuentro para que no nos rehúya.
MEFISTÓFELES (Continúa.)
Vamos y no te dejes apresar estúpidamente en la red del titubeo, pues, si no hubiera
ninguna bruja,
¿quién querría ser diablo?
LAMIAS (Con extremada gracia.)
Demos vueltas alrededor de este héroe. Seguro que el amor por alguna de nosotras
llamará a la puerta
de su corazón.
MEFISTÓFELES
Verdaderamente, iluminadas por esta luz trémula, parecéis hermosas damas y así no me
gustaría
agraviaros.
EMPUSA (Entrando en el corro.)
A mí, siendo de las vuestras, ni siquiera me dejáis formar parte de vuestro corro.
LAMIAS
Esa está de más entre nosotras; siempre hecha a perder nuestro juego.
EMPUSA (A MEFISTÓFELES.)
¡Te saluda Empusa, tu primita, tu colega con pies de asno! Tú sólo tienes un casco de
caballo, pero, con
todo, recibe mi saludo, primo.
MEFISTÓFELES
Aquí creí que sólo había desconocidos, pero por desgracia encuentro parientes próximos:
esto es como
hojear un viejo libro, no hago nada más que encontrar primos, del Harz hasta la Hélade.
EMPUSA
Yo sé obrar decidida y con rapidez. Podría transformarme en muchas cosas, pero ahora,
en honor
vuestro, me he puesto la cabeza de burro.
MEFISTÓFELES
Parece que para esta gente el parentesco es algo muy importante. Pero pasara lo que
pasara, me negaría
429
a llevar cabeza de asno.
LAMIAS
Deja a ese ser repugnante que provoca espanto. Todo aquello que se adivina y puede ser
agradable y
bueno desaparece en cuanto ella irrumpe.
MEFISTÓFELES
También me resultan sospechosas esas primitas tiernas y delicadas; detrás de esas
mejillas como rosas
presiento metamorfosis.
LAMIAS
Haz la prueba. Somos muchas. Echa mano de una de nosotras... Y, si tienes suerte, te
llevarás lo mejor.
¿A qué vienen esas cancioncillas lascivas? Eres un pretendiente miserable, por mucho
que te
enorgullezcas y te pavonees. Ahora se mete entre nosotras. Quitaos las máscaras y que
vea nuestro
verdadero ser.
MEFISTÓFELES
He elegido a la más bonita. (Al abrazarla.) ¡Qué escoba desgastada! (Echando mano de
otra.) Y esta,
qué cara más horrible.
LAMIAS
No te creas que te mereces algo mejor.
MEFISTÓFELES
Quisiera asegurarme la más pequeña... Es como si un lagarto se me escapara de las
manos, y su trenza
de pelo liso parece una sierpe. En lugar de esta agarraré a la alta... Agarro un tieso con
una piña en su
extremo por cabeza. ¿Qué saldrá de todo esto? Todavía queda una rolliza con la que tal
vez disfrutaré.
¡Haré un último intento! ¡Adelante! Muy gordinflona, mofletuda. Esto lo pagan los
orientales a alto
precio. Pero, ay, el hongo ha reventado.
LAMIAS
Disgregaos, temblad y flotad por el aire. Con la rapidez del rayo rodead como una
bandada de aves
negras al intruso hijo de la bruja. Trazad círculos imprecisos y que provoquen pavor,
murciélagos de
alas silenciosas. ¡Demasiado bien librado ha salido!
430
MEFISTÓFELES (Moviéndose de un lado para otro.)
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No parece que haya despabilado mucho. Todo es absurdo aquí y todo es absurdo en el
norte. Aquí, lo
mismo que allí, hay grotescos fantasmas, pueblo y poetas de mal gusto; aquí todo es una
mascarada,
una danza sensual como en todas partes. Tenté bellas máscaras y abracé seres que me
espantaron. Bien
me hubiera gustado que el engaño no se disipara, que durara algo más. (Perdiéndose entre
las rocas.)
Pero, ¿dónde estoy?, ¿qué va a salir de esto? Esto era una senda y ahora es un horrible
montón de
escombros. Llegué aquí por un camino liso y ahora sólo veo guijarros ante mí. En vano
escalo y
desciendo la montaña, ¿dónde volveré a encontrar las esfinges? Nunca me hubiera
figurado una cosa
tan extravagante. Subir una montaña de esas en sólo una noche. Eso parece una cabalgata
de brujas que
llevan consigo su Blocksberg.
UNA OREADA(Saliendo de una roca.)
Sube aquí, la sierra donde moro es muy antigua, pero conserva su forma originaria.
Honra estas
estribaciones del Pindo. Ya estaba yo así impasible cuando Pompeyo huyó cruzándome.
Al lado está el
producto de la ilusión que se desvanecerá cuando cante el gallo. A menudo veo nacer y
de inmediato
desaparecer quimeras de ese tipo.
MEFISTÓFELES
Honor a ti, noble cumbre adornada por la vegetación circundante de robustas encinas. La
claridad
extremada de la luz de la luna no se atreve a adentrarse en tu penumbra. Pero junto a los
matorrales
brilla tímidamente una luz. Todo parece ser propicio. Caramba, si es el homúnculo. ¿De
dónde vienes,
pequeño colega?
HOMÚNCULO
Voy revoloteando de un lado para otro y me gustaría nacer en el mejor sentido de la
palabra. Estoy
ansioso por romper mi vidrio, pero a la vista de lo ocurrido, no me gustaría arriesgarme.
Pero, para
decírtelo en confianza, estoy en busca de dos filósofos, yo los escuché decir
«¡Naturaleza!,
¡naturaleza!». No quiero apartarme de ellos, pues deben conocer la esencia de lo terrestre
y acabaré
432
sabiendo cuál de las posiciones es la más sabia.
MEFISTÓFELES
Eso hazlo por ti mismo, pues allá donde reinan los fantasmas es también bienvenido el
filósofo. Para
que la gente goce de su arte y favor, crea al instante una docena de nuevos fantasmas. Si
no te
equivocas, nunca llegarás a comprender. Si quieres nacer, hazlo por ti mismo.
HOMÚNCULO
Nunca se debe despreciar un buen consejo.
MEFISTÓFELES
Vete entonces. Ya veremos.
(Se separan.)
ANAXÁGORAS (A TALES.)
Tu terco espíritu no se doblega. Hace falta algo más para convencerte.
TALES
La onda se doblega con gusto a todos los vientos, pero se mantiene lejos de la escarpada
roca.
ANAXÁGORAS
Por las emanaciones del fuego estas rocas están aquí.
TALES
Lo viviente nació de lo húmedo.
HOMÚNCULO (Entre los dos.)
Permitidme marchara vuestro lado, tengo vivos deseos de nacer.
ANAXÁGORAS
¿Has hecho salir del fango en una noche, oh Tales, una montaña como esta?
TALES
Nunca la naturaleza en su vivo fluir estuvo sujeta al día, a la noche y a las horas. Ella
construye
regularmente todas las formas y ni en lo grande hay violencia alguna.
ANAXÁGORAS
Pero aquí la hubo. Hubo un horrible fuego plutónico. Resonaron con fuerza los estallidos
de vapores
eólicos y rompieron la vieja costra del suelo llano y una nueva montaña surgió de
inmediato.
TALES
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¿Y qué se deduce de eso? Está y ahí se queda. Sea como fuere, ahí está la montaña. Con
esas
discusiones se pierde el tiempo y la paz y se enreda a la gente para llevarla al redil que
uno desea.
ANAXÁGORAS
Pronto de la montaña empiezan a surgir mirmidones que acuden a habitar la hendiduras
de las peñas, la
familia de los pigmeos, las hormigas, los gnomos y otros diminutos y diligentes seres. (Al
HOMÚNCULO.) Tú nunca aspiraste a lo grande, has vivido solitario y aislado. Si te
acostumbras a la
jerarquía, te coronaré rey.
HOMÚNCULO
¿Qué dice a esto, Tales?
TALES
Yo no te lo aconsejaría, con lo pequeño se hacen pequeños logros. Mira ahí, mira esa
nube negra de
grullas. Amenaza a ese pueblo agitado y amenazaría a su propio rey. Con sus puntiagudos
picos y sus
patas con terminaciones afiladas se lanzan sobre los pequeños. Ya resplandece en el cielo
la tormenta
del destino. Por medio de un crimen murieron las garzas que vivían a las orillas del
tranquilo y pacífico
lago. Pero aquella lluvia de mortales venablos dio lugar a que se urdiera una cruel y
sangrienta
venganza, despertó la ira de las parientes cercanas contra la criminal ralea de los
pigmeos. ¿De qué os
sirven ahora el escudo, el yelmo y la lanza? ¿Qué ayuda les prestan a los enanos los
penachos de garza?
¡Cómo se esconden los dáctilos y las hormigas! ¡Su ejército flaquea, huye, sucumbe!
ÁNAXÁGORAS (Solemnemente después de una pausa.)
Si hasta aquí pude celebrar a las potencias subterráneas, en esta ocasión me he de dirigir
hacia arriba.
Tú, situada arriba, eterna y que nunca envejecerás. Tú, que tienes tres nombres y tres
formas. Te invoco
ante el dolor de mi pueblo: ¡Diana, Luna, Hécate!. Tú, que ensanchas el pecho y
reflexionas con la más
extremada profundidad, tranquila en apariencia, violenta en tu interior, abre el
impresionante abismo de
tus sombras, que se muestre tu antiguo poder.
(Pausa.)
435
¿He sido escuchado demasiado pronto?
¿Acaso mi súplica
hacia las alturas
ha trastornado el gran orden natural?
Y se acerca y se ve cada vez más grande y más grande el trono circular de la diosa.
Temible para los
ojos, inmenso, su fuego al rojo se va oscureciendo. No te acerques más, círculo
amenazante y poderoso.
¿Vas a llevar a su final al mar y a la tierra? ¿Entonces sería cierto que algunas mujeres de
Tesalia, con
una impía confianza en la magia, te hicieron abandonar tu trayectoria y extraer de ti el
peor de los
influjos? El luminoso escudo se ha oscurecido. En un momento se ha rasgado, brilla y
centellea. ¡Qué
estruendo! ¡Qué zumbido de viento! Humildemente me postro ante el trono. ¡Perdón!, yo
he invocado
esto. (Se arroja de cara contra el suelo.)
TALES
Qué no habrá visto u oído este hombre. No sé muy bien qué nos ha pasado. Tampoco he
percibido lo
que él sentía. Confesemos que son horas locas y la luna se mece plácidamente en su sitio
igual que
antes.
HOMÚNCULO
Mirad la morada de los pigmeos. La montaña antes era redonda y ahora es puntiaguda.
He sentido un
enorme retumbar. La roca ha caído precipitándose desde la Luna y de inmediato ha
matado, sin hacer
distingos, tanto a amigos como a enemigos. De todas formas he de alabar estas artes que
dieron lugar en
una noche a la creación de una montaña.
TALES
Tranquilízate, sólo fue una ilusión. ¡Que se vaya de aquí esa repugnante raza!
Afortunadamente para ti
no has sido su rey. ¡Vayamos ahora a la alegre fiesta marina! Allí se espera y se honra a
prodigiosos
huéspedes.
(Se alejan.)
MEFISTÓFELES (Trepando por el lado opuesto.)
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437
No tengo más remedio que ascender por empinados escalones de roca y arrastrarme por
viejas encinas
de recias raíces. En mi Harz, el aroma resinoso tiene un cierto matiz de pez que es de mi
gusto, en él
predomina el azufre... Aquí, entre estos griegos, apenas si hay rastro de estos olores.
Tengo curiosidad
por averiguar con qué avivan los tormentos y las llamas del infierno.
DRÍADA
En tu país podrás ser inteligente, pero en el extranjero no eres suficientemente diestro. No
debieras
pensar tanto en tu patria, debieras venerar la dignidad de las encinas sagradas.
MEFISTÓFELES
Aquello a lo que uno está acostumbrado es un paraíso. Pero decidme: ¿Qué es aquel ser
de triple figura
que se ve acurrucada en esa hendidura de la montaña?
DRÍADA
Son las Fórcidas. Acércate a ellas y háblales si no te espantan.
MEFISTÓFELES
¿Por qué no? Yo veo algo y me asombro. Con lo orgulloso que soy, debo reconocer que
nunca he visto
nada igual. Son más horrorosas que las figuras de la mandrágora. ¿Es posible encontrar
algo de mayor
fealdad en los más reprobables pecados que en ese engendro triple? No podríamos
soportarlas ni en los
márgenes de nuestros infiernos. Aquí echa raíces en el país de la belleza. ¿Y esto recibe
el nombre de
clásico?... ¡Se mueven! Parecen advertir mi presencia. Dan silbidos agudos como los
murciélagos
vampiros.
UNA FÓRCIDA
Dadme el ojo, hermanas, para ver quién se aventura a acercarse tanto a nuestros templos.
MEFISTÓFELES
Respetabilísimas damas. Permitidme acercarme a vosotras y recibid vuestra triple
bendición. Yo me
presento todavía como un desconocido, pero, si no me equivoco, soy un pariente lejano.
He visto dioses
viejos y dignos. Ya me he inclinado ante Ope y Rea. Ayer vi a las Parcas, hermanas del
caos y vuestras,
438
las vi ayer... o anteayer; y con todo no he visto a nadie igual que a vosotras. Ahora callo y
permanezco
fascinado ante vuestra presencia.
FÓRCIDA
Parece que tiene inteligencia este espíritu.
MEFISTÓFELES
Me sorprende que no haya ningún poeta que os aprecie. Y decidme: ¿qué pasó, qué pudo
ocurrir para
que ninguna estatua os representara a vosotras, las más dignas de ser inmortalizadas? Que
el cincel
intente esculpiros a vosotras y no a Juno, a Palas o similares.
FÓRCIDA
Sumidas en la soledad y en la más calmada noche, nuestra tríada jamás pensó en ello.
MEFISTÓFELES
Pero, ¿cómo puede ser que estéis apartadas del mundo y a nadie veáis y nadie os vea?
Deberíais ir a
vivir en los lugares donde la magnificencia y el arte estaban sentados en el mismo trono,
allá donde
todos los días, veloz y con paso redoblado, un bloque de mármol cobra vida con la figura
de un héroe,
donde...
FÓRCIDA
Calla tu boca y no nos inspires deseos. ¿Qué nos ayudaría saber algo más a nosotras,
nacidas en la
noche, emparentadas con lo tenebroso y casi desconocidas para nosotras mismas?
MEFISTÓFELES
En estos casos no hay mucho que decir. También se puede expresar uno a sí mismo. A
vosotras tres os
basta con un ojo y con un diente. Así pues, según la mitología, sería posible reunir en dos
la esencia de
tres y que me dejarais la figura de la tercera por poco tiempo.
UNA FÓRCIDA
¿Qué os parece?, ¿es posible eso?
LAS OTRAS
Lo intentaremos, pero sin ojo y sin diente.
MEFISTÓFELES
Pues entonces prescindiríais de lo mejor. ¿Cómo podría ser perfecta la imagen?
UNA FÓRCIDA
439
Cierra un ojo, eso es fácil, deja luego ver un solo colmillo, y visto de perfil conseguirás
parecerte a
nosotras como un hermano a unas hermanas.
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MEFISTÓFELES
Es un honor. ¡Que así sea!
FÓRCIDAS
¡Que así sea!
MEFISTÓFELES (Imitando a las FÓRCIDAS de perfil.)
Aquí estoy yo, el hijo preferido del caos.
FÓRCIDAS
Nosotras somos las hijas del caos y de eso no hay duda alguna.
MEFISTÓFELES
Oh vergüenza, ahora se me representará como un hermafrodita.
FÓRCIDAS
Qué belleza hay en la nueva tríada de las hermanas, ahora tenemos dos ojos y dos dientes.
MEFISTÓFELES
Ahora tendré que esconderme de los ojos de todos para ir a asustar a los demonios en el
abismo del
infierno.
CALAS ROCOSAS EN EL MAR EGEO
(La Luna está en su cenit.)
SIRENAS (Tocando música y cantando en las rocas.)
Si en una pavorosa noche
unas mujeres de Tesalia
te atrajeron sacrílegamente,
mira desde tu curvatura
serena las trémulas olas,
hormigueo suave y brillante,
e ilumina el tenue bullicio
441
que hacen la olas al romper.
Estamos siempre a tu servicio.
Luna, danos tu favor siempre.
NEREIDAS Y TRITONES (Conforma de monstruos marinos.)
Emitid fuertes y agudos
sonidos que el mar atraviesen,
llamad al pueblo del abismo.
El arremolinado mar,
nos incita a retroceder
a profundidades más tranquilas.
Un dulce canto nos atrajo.
Ved cómo, estando fascinados,
nos ponemos cadenas de oro,
una corona de diamantes,
broche y pasador enjoyados.
Vuestro trabajo lo labró.
Los tesoros de aquel naufragio
los atrajeron vuestros cantos,
demones de esta bella cala.
SIRENAS
En el grato frescor del mar
los peces mucho se complacen
de una vida serena y libre;
mas vosotros, tropel festivo,
442
hoy nos gustaría saber
si sois algo más que los peces.
NEREIDAS Y TRITONES
Antes de que hasta aquí llegáramos,
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ya lo teníamos pensado.
Hermanos y hermanas, deprisa.
Valdrá con el más breve viaje
para demostrar plenamente
que somos mucho más que peces.
(Se alejan.)
SIRENAS
Se han marchado en un instante
nadando rumbo a Samotracia;
el viento propició su marcha.
¿Qué pretenderán hacer ellos
en el reino de los Cabires?
Son dioses, y muy singulares,
que se engendran continuamente
a sí mismos sin conocerse.
TALES (En la orilla hablando al HOMÚNCULO.)
No me importaría llevarte ante el viejo Nereo, pues no estamos lejos de su cueva, pero es
muy tozudo,
avinagrado y arisco. Nadie en el mundo entero hace nada a gusto del viejo gruñón. Sin
embargo, sabe leer
el futuro y por eso se ha ganado el respeto de todos y todos le honran en su retiro, además
ha hecho bien a
más de uno.
HOMÚNCULO
Hagamos la prueba y llamemos a su puerta. No creo que me cueste el vidrio y la llama.
NEREo
¿Son voces humanas las que perciben mis oídos? ¡Qué ira siento en el fondo de mi
corazón! Son criaturas
que pretenden llegar a ser dioses y están condenadas, sin embargo, a semejarse siempre a
sí mismas.
Desde hace años podría estar disfrutando de un descanso divino y con todo sentía el
impulso de hacer
bien a los mejores de los hombres. Y cuando veía lo que habían hecho, me percataba de
que daba igual
lo que les hubiera aconsejado.
TALES
Y a pesar de ello, oh anciano del mar, se confía en ti. Tú, que eres sabio, no nos expulses
de aquí. Mira
444
esta llama, aunque tiene forma humana, se entrega enteramente a tu consejo.
NEREO
¿Qué? ¿Un consejo? ¿Ha tenido en cualquier ocasión algún consejo valor para un
hombre? Una palabra
sensata se atrofia en un oído duro. A pesar de que la mayoría de las veces todos se
reprochan
despiadadamente por sus errores, la gente sigue igual de recalcitrante. ¡Cuántas
paternales advertencias
le hice a Paris antes de que su pasión enredara a una mujer extranjera! En la playa griega
estaba él lleno
de audacia, yo le anuncié lo que veía en mi espíritu: el aire estaba cargado, todo se
inundaba de un rojo
vivo, un maderamen abrasado, debajo la masacre y la muerte; era el día de la sentencia de
Troya,
inmortalizado por los versos y tan horrendo como famoso durante miles de años. La
palabra del viejo le
pareció un juego al descarado muchacho. Él siguió los dictados de su deseo e Ilión cayó.
Era un
cadáver gigantesco yacente después de un largo tormento que sirvió de festín para el
águila del Pindo.
¿No le predije también a Ulises contra los manejos de Circe y la crueldad del Cíclope?
¿No le hablé de
su propia irresolución y del frívolo espíritu de los suyos y qué sé yo de cuántas cosas
más? ¿Sacó él
algún beneficio de esto? Ninguno, hasta que, bien zarandeado, las olas lo llevaron a una
costa
hospitalaria.
TALES
Para el hombre sabio este proceder es un tormento, con todo, el bondadoso prueba una
vez más. Un
dracma de agradecimiento contará más para llenarlo de gozo que una arroba de
ingratitud. Y es que no
es poco lo que tenemos que suplicar: este muchacho que está a mi lado quiere nacer.
NEREO
No turbéis uno de mis rarísimos buenos momentos. Hoy estoy a la espera de algo muy
diferente: mandé
venir aquí a todas mis hijas, las gracias del mar, la dóridas. Ni el Olimpo, ni vuestra tierra
ha dado lugar
a un conjunto que se mueva con tanto donaire. Con los más graciosos gestos, se lanzan
desde el dragón
marino a los caballos de Neptuno. Están tan unidas tiernamente al líquido elemento, que
incluso la
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misma espuma parece sostenerlas. Realzando el juego de colores del carro de moluscos
de Venus viene
Galatea, la más bella de todas, quien desde que Cipris se alejó de nosotras es adorada en
Pafos como
diosa. Y por eso hace ya mucho tiempo que este noble ser posee, en su condición de
heredera, la ciudad
del templo y el trono del carro.
Marchaos de aquí. Es la hora de los goces paternales, que el odio abandone el corazón,
que las
imprecaciones se alejen de la boca. Id ante Proteo. Preguntad a ese hacedor de milagros
cómo puede
uno nacer y transformarse.
(Se aleja en dirección al mar.)
TALES
No hemos adelantado nada dando este paso. Apenas se encuentra a Proteo, ya ha
desaparecido, y si se
detiene ante vosotros, no dice más que frases sorprendentes que lo dejan a uno perplejo.
Pero de todas
maneras, como estás tan necesitado de consejo, lo intentaremos y cambiaremos nuestro
rumbo.
(Se alejan.)
SIRENAS (En lo alto de las rocas.)
¿Qué vemos en la lejanía
dejando tras de sí las olas?
Se asemejan a blancas velas
que rinden obediencia al viento.
¡Qué transfigurado esplendor
el de las señoras del mar!
Bajemos por aquellas rocas.
Escuchad atentas sus voces.
NEREIDAS Y TRITONES
Lo que llevamos en las manos
debe a todos agradar.
El gran escudo de Quelona
refleja una imagen severa,
son deidades que aquí traemos.
Hay que cantar sublimes cantos.
SIRENAS
447
Pequeños de talla
mas de gran poder.
Salvan a los náufragos,
su culto es remoto.
NEREIDAS Y TRITONES
Hemos traído a los Cabires
para una serena fiesta,
pues allá donde ellos están,
Neptuno se muestra propicio.
SIRENAS
Siempre en todo nos superáis,
cuando una embarcación encalla
con una fuerza insuperable
salváis a la tripulación.
NEREIDAS Y TRITONES
A tres traemos con nosotros.
El cuarto no quiso venir.
Él dijo que era el verdadero,
que pensaba por los demás.
SIRENAS
Un dios de otro dios
puede burlarse.
Alabad sus gracias,
temed sus castigos.
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NEREIDAS Y TRITONES
En realidad son siete.
SIRENAS
¿Dónde están los otros tres?
NEREIDAS Y TRITONES
No sabríamos decíroslo.
En el Olimpo preguntad.
Allí también mora el octavo,
en el que nunca nadie pensó.
Dispuestos siempre a los favores,
aunque no todos todavía.
Estos seres incomparables
siempre desean algo más,
siempre nostálgicos o ávidos
de aquello que es inalcanzable.
SIRENAS
Estamos acostumbradas
a alabar a cualquier rey
bajo la luna y el sol.
Nos resulta provechoso.
NEREIDAS Y TRITONES
Nuestra fama se hace mayor
por organizar esta fiesta.
SIRENAS
Los héroes de la antigüedad
carecían de toda fama
mírese por donde se mire.
Consiguieron el vellocino,
mas vosotros a los Cabires.
(Repetido en coro.)
NEREIDAS, TRITONES Y SIRENAS
Consiguieron el vellocino,
mas vosotros / (nosotros) a los Cabires.
(Las NEREIDAS y los TRITONES siguen adelante.)
HOMÚNCULO
Esos engendros me parecen
ollas de barro mal cocido.
449
Los sabios se encuentran con ellos
y rompen sus cabezas duras.
TALES
Esto es precisamente lo que se desea. La pátina hace valiosa la moneda.
PROTEO (Sin ser observado.)
Así me gusta, viejo charlatán, cuanto más raro, más respetable.
TALES
Proteo, ¿dónde estás?
PROTEO (Hablando como un ventrílocuo, unas veces cerca y otras lejos.)
¡Aquí y aquí!
TALES
Te perdono esta vieja broma, pero no le hables vanamente a un amigo. Sé que hablas
desde un lugar
incierto.
PROTEO (Como si estuviera en la lejanía.)
Adiós.
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TALES
Está muy cerca. Brilla con fuerza. Es curioso como un pez y dondequiera que esté, bajo
una u otra
forma, es atraído por la llama.
HOMÚNCULO
Derramaré enseguida mucha luz, pero tendré cuidado, no vaya a romper la linterna.
PROTEO (Con la forma de una enorme tortuga.)
¿Qué es eso que reluce con tan hermoso fulgor?
TALES (Ocultando al HOMÚNCULO.)
Bueno, si lo deseas, puedes verlo más de cerca. No te sientas agobiado por ese pequeño
esfuerzo. Y
muéstrate como un humano, sobre dos pies. El que quiera ver lo que oculto, que lo
consiga por nuestro
favor, por nuestra voluntad.
PROTEO (Con noble figura.)
Todavía dominas las sutilezas filosóficas.
TALES
Y a ti te sigue causando placer el cambio de forma. (En esto descubre al
HOMÚNCULO.)
PROTEO (Extrañado.)
¡Un enanito luminoso!, ¡nunca vi nada igual!
TALES
Solicita consejo y le gustaría nacer. Según he sabido, vino al mundo de manera muy
extraordinaria,
aunque sólo a medias. No le falta ninguna capacidad espiritual, pero le faltan muchas
propiedades
tangibles. Hasta ahora lo único que le da consistencia es el vidrio, pero le gustaría estar
dotado de
cuerpo.
PROTEO
Eres un auténtico hijo de virgen. Antes de haber nacido, has nacido ya.
TALES (En voz baja.)
Por otra parte, el caso parece crítico, es probable que se trate de un hermafrodita.
PROTEO
Entonces tendremos más posibilidades de triunfar. De cualquier modo, que se presente la
cosa, todo se
arreglará. Pero no es hora de muchas cavilaciones. Deberás encontrar tu origen en el
vasto mar. Allí uno
451
empieza siendo pequeño y le encuentra gusto a engullir a los diminutos, de este modo se
va creciendo
poco a poco y se adquiere forma para emprender acciones más elevadas.
HOMÚNCULO
Aquí sopla un airecillo muy suave, esto enverdece y el aroma me agrada.
PROTEO
Ya lo creo, delicioso jovencito. Más lejos te sentirás mucho mejor; en esa estrecha lengua
de playa
rodeada por el mar, la atmósfera es inenarrable. Ahí enfrente vemos bastante cerca a la
multitud que
llega flotando. Acompañadme.
TALES
Yo voy contigo.
HOMÚNCULO
Paseo de espíritus triplemente digno de verse.
(Los TELQUINOS DE RODAS llegan montados sobre caballos de mar y dragones
marinos,
manejando el tridente de Neptuno.)
CORO DE TELQUINOS
Hemos forjado a Neptuno el tridente con que apacigua las más embravecidas olas. Si el
Dueño de los
truenos despliega las nubes llenas de tormentas, Neptuno responde al pavoroso rumor del
trueno. Y si
de las alturas se descargan rayos de línea quebrada, desde abajo se levanta una oleada tras
otra. Y
aquello que en medio ha luchado sintiendo el miedo, y que durante mucho tiempo ha sido
zarandeado,
es tragado por el profundo abismo. Por eso él nos ha concedido hoy el cetro. Y ahora
flotamos festivamente,
tranquilos y libres.
SIRENAS
Vosotros, consagrados a Helios, benditos ante la luz del día, salud en esta hora que invita
a venerar a la suave Luna.
TELQUINOS
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Tú, diosa, que eres la más amable de todas y estás en la bóveda celeste. Tú oyes cómo se
celebra con
entusiasmo a tu hermano. Prestas atención a lo que se oye en la privilegiada Rodas, de
allí surge un
himno eterno. Al empezar el día y cuando este se acerca a su fin, nos echa una mirada de
fuego. Las
montañas, las ciudades, las orillas, las olas le gustan al dios, pues son agradables y
luminosas. No hay
niebla en torno a nosotros; si un poco de ella se desliza, basta un rayo de luz y una brisa
leve para que
quede pura la isla. Allí, el Supremo se contempla en cien formas: como adolescente,
como gigante,
grandioso, benéfico. Nosotros fuimos los primeros en representar el poder del dios con
una digna forma
humana.
PROTEO (Al HOMÚNCULO.)
Déjalos cantar, déjalos jactarse de sus logros. Para los sagrados y vivificadores rayos del
sol, las obras
muertas son una broma. Su luz funde infatigablemente dando forma a todo. Ellos, por
haberlos fundido
en metal, piensan que han hecho una proeza. Pero, ¿qué les pasó al fin a estos soberbios?
Las imágenes
de los dioses fueron imponentemente erigidas, pero una sacudida de tierra las destruyó y
hubo que
refundirlas hace mucho tiempo. Todo aquello que se hace en la Tierra no es más que un
afán vano. La
ola es mucho más provechosa para la vida; al reino de las aguas eternas te va a llevar
Proteo-delfín. (Se
transforma.) Ya está hecho. Esto debe beneficiarte, montarás sobre mi lomo y te
desposaré con el
océano.
TALES
Cede a ese loable deseo de empezar tu creación desde un momento anterior. Permanece
dispuesto a una
rápida acción. Allí te moverás según leyes eternas, cambiarás mil y diez mil veces de
forma. Hasta
llegar a ser hombre tienes tiempo.
(El HOMÚNCULO se monta sobre PROTEODELFÍN.)
PROTEO
Acompáñame, ser inmaterial, a la húmeda inmensidad. Allí te moverás a tus anchas y por
donde
453
quieras. Sólo te ruego que no quieras remontarte a un orden más elevado, pues cuando
llegues a ser
hombre, todo acabará para ti.
TALES
Eso según y cómo, pues es muy digno ser un esclarecido hombre de la propia época.
PROTEO (A TALES.)
Es bueno ser uno de tu estilo, pero eso sólo dura un momento, pues desde hace ya cientos
de años, te
veo ya rodeado de pálidas legiones de espíritus.
SIRENAS (Desde las rocas.)
¿Qué anillo de nubes rodea tan deliciosamente la Luna? Son palomas encendidas de
amor, con plumas
blancas de una claridad pareja a la luz. Ha sido enviada desde Pafos esta bandada en celo.
Nuestra fiesta
está completa, en su alegre deleite, pleno y puro.
NEREO (Avanzando hasta TALES.)
Un viajero nocturno llamaría a esa corte que se ha formado en torno a la Luna fenómeno
aéreo, pero
nosotros los espíritus somos de un parecer muy diferente, y estamos en lo cierto. Son
palomas que
forman el cortejo de mi hija, llevado por su carro de conchas de molusco, que vuela
admirablemente al
estilo de la escuela antigua.
TALES
Estimo que lo mejor es lo que le place al hombre ilustre cuando en el nido tranquilo y
cálido se
mantiene vivo algo sagrado.
PSILOS Y MARSOS (A lomos de toros, becerros y carneros marinos.)
En las agrestes cuevas de Chipre, no sepultadas por el dios del mar y no derruidas por
Seísmos,
nosotros, rodeados por las eternas brisas, y, como en los viejos tiempos, con una tranquila
satisfacción,
guardamos el carro de Cipris, y el susurro de la noche, a través del adorable tejido que
hacen,
entremezclándose, las olas, hasta aquí conducimos, invisibles para la nueva generación, a
la más
encantadora de tus hijas. Silenciosamente activos, no tememos ni al Águila ni al León
alado, ni a la
Cruz ni a la Media Luna, nos importa muy poco cómo viven y quién gobiema allá arriba,
ellos se agitan
454
y se mueven alternativamente, se diseminan y se matan, saquean las mieses, asuelan
ciudades.
Nosotros, como siempre, seguimos llevando a cuestas a nuestra magnífica diosa.
SIRENAS
Con movimientos suaves y rapidez discreta,
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455
formando, en torno al carro, uno y otro círculo,
enlazadas unas a otras formando filas,
colocadas en una serpenteante hilera,
acercaos hasta aquí vigorosas Nereidas,
recias mujeres, de salvaje y agreste encanto,
conducid y portad, tiernas y gráciles Dóridas
a Galatea, la viva imagen de su madre.
Grave su semblante, similar al de los dioses,
es dueña de una respetable inmortalidad,
pero, al igual que las nobles mujeres mortales,
atesora una muy atractiva gentileza.
DÓRIDAS (Pasando en coro ante NEREO, todas sobre delfines.)
¡Luna, préstanos tu luz y tu sombra!,
¡dona claridad a esta joven flor!,
pues aquí presentamos, suplicantes
ante el dios, a los amantes esposos.
(A NEREO.)
He aquí unos jóvenes muchachos
que salvamos de la rompiente cruel,
tendimos en lechos de junco y musgo
y nuestro calor la luz les devolvió.
Ahora, dándonos cálidos besos,
deben agradecérnoslo cordialmente.
Mira propicio a estos nobles jóvenes.
NEREO
Es digna de ser tenida en cuenta esa doble ventaja: poder ser compasivas y al mismo
tiempo deleitarse.
DÓRIDAS
Padre, si apruebas nuestro proceder,
nos das una merecida alegría.
Estrechémoslos, pues, inmortalmente
contra nuestro eternamente joven pecho.
NEREO
Podéis disfrutar de esa buena presa, haced del muchacho un hombre, pero no puedo daros
aquello que
sólo Zeus puede garantizar. La ola en la que os mecéis y columpiais no permite que el
amor perdure.
Cuando el juego de la atracción haya terminado, tendréis que depositarlos apaciblemente
en la orilla.
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DÓRIDAS
Nobles muchachos, tenéis nuestro amor,
mas tristes deberemos separarnos.
Queríamos fidelidad eterna,
pero los dioses no nos la toleran.
JÓVENES
Con tal que sigáis así, recreándonos
a nosotros, valerosos marinos...
No hemos disfrutado tanto nunca
y no aspiramos a disfrutar más.
(GALATEA se acerca con su carro de conchas de molusco.)
NEREO
Eres tú, mi pequeña.
GALATEA
¡Oh, padre!, ¡qué fortuna! Deteneos, delfines, que esa mirada me cautiva.
NEREo
Ya están lejos, pasan de largo como un torbellino que hace círculos. ¿Qué les importa el
estremecimiento interno del corazón? ¡Ojalá me llevaran consigo! Pero tan sólo una
mirada me deleita
resarciéndome por todo el año.
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TALES
¡Salve!, ¡salve otra vez! Me alegro y florezco, invadido por lo bello y lo verdadero. Todo
surge del agua
y todo se mantiene vivo gracias al agua. Océano, favorécenos con tu eterno poder. Si no
enviaras las
nubes y no derramaras ricos arroyos, si no dirigieras los ríos hacia un lado u otro, si no
dieras acabado a
los torrentes, ¿qué serían entonces, las montañas, las llanuras y el mundo? Tú eres el que
mantiene la
siempre fresca vida.
ECO (Con coro de todos los círculos.)
Tú eres el que mantiene la siempre fresca vida.
NEREO
Se retiran a la lejanía, balanceándose. Sus miradas ya no se encuentran con las mías.
Formando extensas
cadenas circulares, va serpenteando la innumerable multitud para mostrar maneras
festivas. Pero sigo y
seguiré viendo el trono de conchas de molusco de Galatea. Luce como una estrella por
entre la multitud.
A través de ese tropel reluce el objeto amado. Incluso desde la lejanía, se ve su claridad,
siempre
cercana y verdadera.
HOMÚNCULO
En esta noble humedad todo lo que ilumino tiene una agradable belleza.
PROTEO
En esta humedad vital, tu luz empieza a refulgir con magnífica armonía.
NEREO
¿Qué nuevo misterio, en medio de las multitudes, quiere revelarse ante nuestros ojos?
¿Qué es lo que
reluce entre las conchas de los moluscos a los pies de Galatea? Tan pronto arde con
violencia, tan
pronto con suavidad, tan pronto con dulzura, como si fuera movido por las pulsaciones
del amor.
TALES
El homúnculo ha sido seducido por Proteo... Estos son los signos de una dominante
nostalgia. Presiento
el gemido de una sacudida angustiosa, va a estrellarse contra el brillante trono. Ahora
despide llamas,
echa chispas, se está derramando.
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SIRENAS
¿Qué ardiente prodigio ilumina las olas que rompen centelleantes unas contra otras? Eso
reluce, se
mece y lo inunda todo de fulgor. Los cuerpos se abrasan en una huida nocturna y todo
queda cercado de
fuego. Que reine
Eros, que a todo dio comienzo.
Salve al mar, salve a las olas,
rodeados del sacro fuego.
Salve al agua, salve al fuego.
Salve a ti, rara aventura.
TODOSJUNTOS
Salve, aire que te meces.
Salve, gruta misteriosa.
Aquí se os alaba a todos
vosotros, cuatro elementos.
ACTO III
ANTE EL PALACIO DE MENELAO EN ESPARTA
(Entra HELENA acompañada de troyanas cautivas.
PANTALIS es la CORIFEA.)
HELENA
Yo, Helena, a la que mucho se ha admirado y a la que mucho se le ha reprochado, vengo
de la primera
playa que pisamos después de saltar a tierra. Vengo todavía ebria por el vivo agitarse a
modo de
columpio de las olas que nos trajeron, por la gracia de Poseidón y la fuerza de Euro,
sobre su dorso
erizado, desde las llanuras frigias hasta las bahías de la patria. Allá abajo, en este
momento, el rey
Menelao está celebrando su vuelta junto a los más valientes de sus guerreros. ¡Dame la
bienvenida,
noble morada que mi padre, Tíndaro, a su retorno, se mandó construir junto a la falda de
la colina de
Palas! Mientras yo jugaba con Clitemnestra fraternalmente y alegremente con Cástor y
Pólux, mi padre
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decoró esta mansión con mayor boato que todas las casas de Esparta. Os saludo, hojas de
la puerta de
bronce. Un día vuestra amplia y hospitalaria abertura dio paso a Menelao, que vino
resplandeciente a mi
encuentro, elegido entre un gran número de candidatos, como mi prometido. Abríos de
nuevo para que
pueda cumplir un apremiante mandato del rey, como es propio de una esposa.
Permitidme que entre y
que deje detrás de mí todo lo que fatalmente me sumió en la tormenta. Hace tiempo que
despreocupadamente
abandoné este lugar para ir al templo de Citerea y así satisfacer una exigencia sagrada.
Allí, un
raptor, el frigio, me sustrajo y desde entonces han ocurrido tantas cosas que los hombres
gustan de
contar con amplitud y detalle, pero que no agrada oír a quien ha visto cómo su propia
historia se ha
convertido en una fábula a fuerza de exageraciones.
CORO
No desdeñes, magnífica mujer,
la posesión del noble bien supremo,
para ti será la mejor fortuna:
la suprema fama de la belleza.
Al héroe, el nombre siempre lo precede
y así avanza lleno de altivez,
pero el hombre más recio se doblega
ante tu belleza subyugadora.
HELENA
Basta, navegué con mi marido en el viaje de vuelta y ahora he sido enviada por delante de
él. Mas no
adivino cuáles pueden ser sus pensamientos. ¿Vengo como esposa? ¿Vengo como reina?
¿Vengo como
víctima del amargo dolor del soberano y de la desventura tanto tiempo sufrida por el
pueblo griego? Se
han apoderado de mí, mas no sé si vengo aquí como cautiva. Y es que los inmortales
determinaron para
mí hace tiempo, de un modo ambiguo, la celebridad y el destino, malos acompañantes de
la belleza que
incluso ante este umbral están a mi lado con un semblante amenazador. Ya en la hueca
embarcación mi
marido me miraba sólo raramente y no me decía ni una sola palabra de consuelo; estaba
sentado junto a
mí como si meditara una represalia. Mas luego, una vez remontada la profunda ría del
Eurotas y cuando
460
las proas de las naves delanteras empezaban a saludar tierra firme, él dijo, como poseído
por los dioses:
«Que mis valientes guerreros desciendan aquí. Yo les pasaré revista en esta playa cercana
al mar.
Adelántate tú por tu parte, sigue avanzando por entre las feraces orillas del sagrado
Eurotas, guía los
corceles por la húmeda pradera hasta que puedas alcanzar la bella llanura donde se erigió
Lacedemonia,
en otro tiempo un amplio campo rodeado de adustas montañas. Entra luego en el palacio
real de altas
torres y pasa revista a las doncellas jóvenes que dejé allí junto a la vieja ama. Ella te
mostrará la rica
colección de tesoros tal y como la dejó tu padre en la guerra y yo en la paz aumenté.
Todo lo
encontrarás en orden, ya que es una prerrogativa del soberano que vea a su vuelta todo
intacto y en el
mismo sitio donde lo dejó, pues el siervo no tiene la potestad de cambiar nada».
CORO
¡Deleita, con los tesoros reales,
que siempre aumentan, los ojos y el pecho!
Las diademas y collares espléndidos
moran ahí plácidos y presumen,
pero cuando entres y los provoques,
ellos aceptarán el desafío.
Me alegra ver a la belleza en lucha
contra el oro, las perlas y las gemas.
HELENA
Luego continuaron así las palabras del soberano: «Cuando, al final, lo hayas examinado
por orden todo,
consigue unos trípodes, tantos como creas necesarios, y toma algunos recipientes de
aquellos donde se
portan los sacrificios para las fiestas. Toma calderos, copas y cráteras redondas. Deposita
agua de las
fuentes sagradas en altas ánforas. Después prepara leña seca de la que recibe bien las
llamas. Que tan
poco falte al fin un cuchillo bien afilado. Todo lo demás que haga falta lo dejo a tu
cuidado». Así me
habló conminándome a partir. Pero el que esto me dijo no mencionó nada dotado de
aliento vital que
pretendiera inmolar como ofrenda a los olímpicos. Esto da que pensar; con todo, no me
inquieto por
ello, que todo sea remitido a los altos dioses para que le den el fin que les parezca. Ya sea
bueno o malo
461
a juicio de los hombres, nosotros, los mortales, lo habremos de soportar. No pocas veces,
el que
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presentaba el sacrificio levantaba el pesado cuchillo para asestar un golpe sobre la cerviz
de la res
tumbada en el suelo y no podía realizarlo por impedirlo la cercanía del enemigo o la
mediación del dios.
CORO
No te imaginas lo que va a ocurrir.
Reina, avanza con el paso firme
y con el más decidido de tus ánimos.
Lo bueno y lo malo se presentarán
sin avisar ante el género humano;
no damos crédito a los oráculos.
Por eso ardió Troya, aunque viéramos
la vil y cruel muerte ante nuestros ojos.
¿No estamos ante ti aquí presentes,
acompañándote y a tu servicio?
¿No contemplamos el sol cegador,
no escoltamos a la mayor belleza,
a ti, benevolente con nosotras?
HELENA
Que sea lo que tenga que ser. Sea lo que fuere lo que me esté deparado, conviene que
suba sin demora a
la mansión real. Mansión que tanto he echado de menos, que me hizo sentir tanta
nostalgia y casi perdí
por ligereza. Mansión que de nuevo está ante mis ojos, no se cómo. Los pies ya no me
hacen subir
resueltamente los altos escalones que saltaba cuando era niña. (Se marcha.)
CORO
Vosotras, oh, hermanas, arrojad
todo el dolor hasta la lejanía.
Compartid la fortuna de la reina.
Participad del destino de Helena.
Ella se acerca hacia el hogar paterno.
Es cierto que vuelve con pasos lentos,
mas cuanto más lentos, más seguros.
En el fondo ella está llena de gozo.
Glorificad con respeto a los santos
dioses que nos van guiando a la patria
y nos permiten recobrar el ánimo.
Quien disfruta de libertad planea,
cual si le hubieran crecido unas alas,
por los más abruptos de los parajes,
mientras, el preso, lleno de nostalgia,
463
intenta asomarse por una almena
y estira angustiosamente los brazos.
De ella un mal día un dios se apoderó,
pasó a ser entonces una expatriada,
pero, desde los escombros de llión,
él la devolvió a la casa paterna.
Y, tras muchas penurias y alegrías,
recuerda aliviada su juventud.
PANTALIS (Como CORIFEA.)
¡Abandonad ahora la senda del canto siempre flanqueada de alegría y dirigid vuestra
mirada a las hojas
de la puerta! ¿Qué es lo que veo, hermanas mías? ¿No vuelve la reina hacia nosotras
agitada y con paso
vivo? ¿Qué ocurrió, gran reina? ¿Con qué te encontraste en el recinto de tu hogar que en
lugar de
brindarte su bienvenida te estremeció? No lo ocultas, en tu frente veo la indignación, una
noble ira que
lucha con la sorpresa.
HELENA (Aparece emocionada dejando tras de sí abiertas las hojas de la puerta.)
A la hija de Zeus no le corresponde sentir un temor vulgar, la mano ligera y ágil del
miedo no llega a
rozarla. Sin embargo, el espanto que surge del regazo de la vieja noche desde el remoto
comienzo de los
tiempos, ese espanto que se revuelve y sube, adoptando muchas formas, desde las
hendiduras ardientes
de la montaña, ese espanto incluso estremece el pecho del héroe. Los estigios marcaron
mi entrada en la
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casa de una manera tan terrorífica que, al igual que un huésped despedido, me gustaría
apartarme de ese
umbral tantas veces pisado y tanto tiempo añorado. Pero no. He retrocedido aquí a la luz
y no me
obligaréis a dar un paso más vosotras, potencias, quien quiera que seáis. Quiero
centrarme en el
sacrificio y luego, una vez purificada, la llama del hogar saludará tanto a la señora como
al señor de la
casa.
CORIFEA
Noble mujer, revela a tus servidoras, que siempre están respetuosamente a tu servicio, lo
que has
encontrado.
HELENA
Tendríais que ver lo que he visto con vuestros propios ojos si es que la vieja noche no ha
vuelto a
tragarse esa imagen en su profundo seno maravilloso. De todas formas, para que lo
sepáis, os lo diré
con palabras: cuando entro solemnemente en el severo recinto de la casa real, pensando
en la más
inmediata obligación, me sorprende el silencio que reina en aquellos vacíos corredores.
Ningún rumor
de personas que por allí corrieran diligentemente llega al oído; no hay signos de
apresuramiento a la
vista, no aparece ante mí ninguna gobernanta, ninguna camarera, ellas, que de ordinario
saludan incluso
a los extraños. Pero cuando me acerco al hogar, junto al tibio resto de los rescoldos casi
extinguidos,
veo a una mujer alta, cubierta con el velo, que no parece dormir, sino que más bien tiene
una postura
reflexiva. Con palabras imperativas, la insto a trabajar tomándola por la gobernanta, a la
que quizá la
previsión de mi marido habría avisado entretanto; pero ella permanece inmóvil, sentada y
acurrucada.
Finalmente, sólo después de mis amenazas, mueve el brazo derecho como si quisiera
expulsarme de las
cercanías del hogar y de la sala misma. Me aparté iracunda de ella y corrí rápidamente
hasta la tarima
sobre la que se encuentra el tálamo adornado, muy cercano a la cámara de los tesoros.
Pero, de pronto,
aquel prodigio se levanta del suelo cerrándome el paso de forma imperiosa. Se muestra
en toda su
465
estatura, descarnada, con la mirada hundida, sangrienta y turbia; es una extraña figura que
turba el ojo y
el espíritu. Pero es como si le estuviera hablando al aire, pues, por más que se esfuerce la
palabra en
describirla, lo hace en vano. Pero miradla. Aún se atreve a aparecer en plena luz. Aquí
mandamos
nosotras, mientras que el rey y el señor lleguen. Febo, el amigo de la belleza, envía a los
horribles
engendros de la noche a las cavernas o los domina.
(Aparece FÓRCIDA en el umbral, entre las jambas de la puerta.)
CORO
He vivido mucho, aunque mis rizos
ondean juveniles en mis sienes.
He presenciado multitud de horrores;
el dolor de la guerra, aquella noche
en la que cayó llión.
Entre las nubes y aquel gran estrépito
de guerreros en lucha, la llamada
de los dioses se oyó y la discordia
de ronca voz resuena por los campos
y también se oye extramuros.
¡Ay!, las murallas de llión aguantaban,
pero aquel terrible ardor de las llamas
iba avanzando de una casa a otra,
se iba extendiendo, todo lo inundaba.
Lo llevaba consigo la tormenta,
que azotaba aquella noche la ciudad.
Huyendo, entre el humo y llamaradas
como amenazantes lenguas de fuego,
vi acercarse a los dioses airados.
Eran prodigiosos y gigantescos,
y avanzaban por aquella sombría
y densa bruma cercada por llamas.
¿Lo he visto o me ha llevado
mi espíritu lleno de angustia
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al engaño? Jamás sabré.
Pero que he visto a ese monstruo
con mis ojos, es la verdad.
Con mis manos la cogería,
si el temor por el gran peligro
no me contuviera los pasos.
¿Cuál de las hijas
de Forcis eres?
Pues debes ser
de esa ralea.
Grea, seguro:
nacida cana,
con sólo un ojo
y sólo un diente
que compartís.
¿Te atreves, monstruo,
junto a lo bello
a presentarte
ante el gran Febo?
Sigue avanzando,
pues la fealdad
él no la advierte.
Sus sacros ojos
no ven las sombras.
Pero nosotras, mortales, sufrimos,
por desgracia, una fatalidad:
nuestra vista se siente dolorida
ante lo repulsivo y lo funesto,
porque somos amantes de lo bello.
Así, pues, escúchanos, si contestas
con frescura, oirás la maldición,
caerán sobre ti todas las injurias,
dejará de ser propicia la boca
de las criaturas hechas por los dioses.
FÓRCIDA
Aunque el dicho es antiguo, su sentido sigue manteniendo su vigencia y su dignidad: la
honestidad y la
belleza nunca van de la mano por el verde sendero de la Tierra. Muy arraigado habita en
ambas un
antiguo odio, de tal manera que cuando se encuentran, las dos dan la espalda a su
oponente y cada cual
se apresura a seguir su camino hacia otro lugar; la honestidad, circunspecta, la belleza,
con frivolidad
467
hasta que al fin la atrapa la oscura noche del Orco, si es que antes no fue sometida por la
vejez. Os
encuentro ahora, descaradas, venidas del extranjero, derramando insolencia, como una
bandada de
grullas ruidosa y alborotada, formando una gran nube sobre las cabezas, envía abajo sus
graznidos que
incitan al tranquilo paseante a mirar arriba, pero ellas siguen su camino y él el suyo.
¿Quiénes sois vosotras para gritar de esa manera ante el palacio real, como si fuerais
ménades y
estuvieseis ebrias? ¿Quiénes sois vosotras para recibir a la gobernanta de la casa
ladrando, como
reciben los perros a la luna? ¿Creéis que no sé de qué ralea sois? Jóvenes engendradas
durante la guerra
y criadas durante el combate. Ansiosas de hombres, seducidas y seductoras, debilitáis
tanto la fuerza del
guerrero como la del ciudadano. Al veros así agrupadas me parecéis un enjambre de
langostas que cae
sobre el campo y cubre sus mieses verdes. ¡Destructoras del esfuerzo ajeno! ¡Ávidas
devoradoras del
bienestar creciente! ¡Mercancía usada, objeto de trueque, desgastada!
HELENA
Quien en presencia de la dueña de la casa riñe a sus sirvientas, usurpa ilegítimamente el
derecho
doméstico de la señora, pues sólo a ella le corresponde encarecer lo que es digno de
elogio y castigar lo
reprochable. Además, estoy contenta del servicio que ellas me prestaron cuando la gran
fuerza de Ilión
fue acorralada y sucumbió. No menos satisfecha quedé cuando en nuestro errante viaje
soportamos
angustias y agobios, en la que normalmente cada cual siempre empieza mirando por sus
propios
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intereses. Ahora también espero algo parecido de esta animada multitud. Al amo no
importa lo que es el
servidor, sino cómo sirve. Por ello, cállate y deja de hacer feas muecas. Hasta este
momento has
cuidado bien de la casa del rey en ausencia de la señora, y esto habla en favor tuyo, pero
ahora ella ha
venido aquí en persona. Así que retírate para que el merecido premio no se trueque en
castigo.
FÓRCIDA
Amenazar a la servidumbre es un noble derecho al cual la distinguida consorte del
soberano, favorecida
por los dioses, se ha hecho digna por una acertada dirección durante muchos años. Y,
como tú, ya
reconocida, vuelves a ocupar tu antiguo puesto de reina y señora de la casa, empuña las
riendas hace ya
muchos años aflojadas; haz posesión del tesoro y con él de todas nosotras. Pero, sobre
todo, protégeme
a mí, la vieja, de esa bandada que junto a tu belleza de cisne parecen unas ocas
graznadoras de plumaje
defectuoso.
CORIFEA
¡Qué horrible, al lado de la belleza, resulta la fealdad!
FÓRCIDA
¡Qué estúpida, al lado de la discreción, resulta la necedad!
(A partir de este momento responden las CORÉTIDAS saliendo una tras otra del CORO.)
CORÉTIDA 1.a
Haznos saber de tu padre, Erebo, y de tu madre, la Noche.
FÓRCIDA
Habla tú de Escila, tu prima hermana.
CORÉTIDA 2.a
En tu árbol genealógico hay más de un monstruo.
FÓRCIDA
¡Vete al Orco! Allí encontrarás tu parentela.
CORÉTIDA 3.a
Todos los que allí viven son demasiado jóvenes para ti.
FÓRCIDA
Vete a coquetear con el viejo Tiresias.
CORÉTIDA 4.a
La nodriza de Orión fue tu tataranieta.
FÓRCIDA
Me temo que las arpías te criaron en basura.
469
CORÉTIDA 5.a
¿Con qué sustentas esa delgadez tan aseada?
FÓRCIDA
No es con sangre, de la que tan ávida estás.
CORÉTIDA 6.a
Estás hambrienta de cadáveres, tú, asqueroso cadáver.
FÓRCIDA
Los dientes de vampiro destacan en tu insolente boca.
CORIFEA
Yo, si digo quién eres, te taparé la boca.
FóRCIDA
Pues di primero tu nombre y entonces se resolverá el enigma.
HELENA
No con ira, pero sí con tristeza, me interpongo entre vosotras y os prohibo esta agria
disputa, pues nada
hace tanto daño al señor y dueño como la soterrada discordia de sus fieles servidores. El
eco de sus
mandatos ya no retorna en forma de acto rápidamente ejecutado, sino que, rugiente y
obstinado, gira en
torno a sí lleno de confusión e intenta en vano poner orden. Y no sólo esto: con vuestra
indecorosa
cólera habéis evocado aquí horribles imágenes de engendros que me sumen en la angustia
y me hacen
sentir que soy llevada al Orco dejando atrás los campos de mi patria. ¿Es esto un
recuerdo? ¿Fue una
ilusión que se apoderó de mí? ¿Fui yo todo eso? ¿Lo soy? ¿Lo seré en el futuro? ¿Seré
esta visión de
sueño y espanto de esta destructora de ciudades? Las muchachas tiemblan, pero tú, la más
vieja, estás
imperturbable. Habla con palabras sensatas.
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470
FÓRCIDA
A quien recuerda los largos años de muchas y distintas alegrías, la suprema dicha de los
dioses le acaba
pareciendo un sueño. Mas tú, favorecida sin medida ni límite, encontraste en tu vida sólo
amantes llenos
de pasión que, inflamados, se atrevieron a actos audaces de todo tipo. Ya Teseo, hombre
fuerte como
Hércules y admirablemente bien formado, te atrapó siendo tú niña, poseído de un fuerte
deseo.
HELENA
Él me raptó siendo una esbelta cervatilla de diez años, me encerró en la fortaleza de
Afidno en el Ática.
FÓRCIDA
Pero liberada en breve por Cástor y Pólux, fuiste requerida por un selecto grupo de
héroes.
HELENA
Mas con preferencia a todos ellos, he de confesar gustosa que fue Patroclo el que obtuvo
mi favor, viva
imagen de Peleo.
FóRCIDA
Sin embargo, por voluntad de tu padre, te uniste a Menelao, el audaz surcador de los
mares y asimismo
guardián de su casa.
HELENA
Él le dio a su hija y le confió el cuidado del reino. De esta unión conyugal nació
Hermione.
FÓRCIDA
Pero mientras en la lejanía obtenía luchando con valentía los derechos sucesorios de
Creta, a ti,
solitaria, se te presentó un huésped excesivamente bien parecido.
HELENA
¿Por qué me traes a la memoria aquella viudez a medias y la cruel perdición que de ello
resultó?
FóRCIDA
También para mí, cretense nacida libre, aquella expedición supuso el cautiverio y una
larga esclavitud.
HELENA
Luego te nombró gobernanta, confiándote un buen número de cosas, la mansión y el
tesoro audazmente
471
obtenido.
FÓRCIDA
Que tú abandonaste ansiosa de los inagotables goces del amor en dirección a Ilión, la
ciudad rodeada de
torres.
HELENA
No me recuerdes esos goces. La acre inmensidad del dolor se derramó en mi pecho y mi
cabeza.
FÓRCIDA
Se dice que fuiste vista con doble imagen, una en Ilión y otra en Egipto.
HELENA
No provoques la total confusión de un espíritu errabundo. Ahora mismo no sé ni quién
soy.
FÓRCIDA
Cuentan también que, saliendo del reino de las sombras, Aquiles se unió a ti
apasionadamente tras
haberte amado contra todo designio del destino.
HELENA
Como sombra me uní a él, que era una sombra también. Aquello fue un sueño, como lo
dice la
tradición. Yo me desvanezco y me convierto en una sombra. (Se desmaya y cae en brazos
del
semicoro.)
CORO
Silencio, silencio, ya cállate,
siniestra, maledicente,
de tu boca de sólo un diente,
de esas fauces tan monstruosas,
¿qué es lo que puede salir?
Pues el malvado, engañoso,
ira de lobo, piel ovina,
es para mí mucho peor
que un gran perro de tres cabezas.
Ansiosas queremos saber
¿dónde?, ¿cuándo?, ¿cómo surgió
este prodigio del espanto
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siempre presto a las asechanzas?
No traes alivio ni consuelo
como las aguas del Leteo,
reanimas lo pasado
rebuscando entre lo peor
y lo más sombrío de todo.
Oscureces al mismo tiempo
el brillo que tiene el presente
y la suave y centelleante
esperanza del porvenir.
Silencio, silencio, ya cállate.
Que el alma de la soberana,
ya presta a escapar de aquí,
se quede por fin detenida
y conserve su egregia forma,
la más bella que hay bajo el sol.
(HELENA ha vuelto en sí y de nuevo se mantiene en medio del CORO.)
FÓRCIDA
Sal de entre las nubes efímeras, soberano sol de este día que aún velado ya nos fascinaba
y ahora reina
con brillo deslumbrante. Tú misma contemplas con dulce mirada cómo se despliega el
mundo ante ti.
Por más que ellas me tachen de fea, no dejo de reconocer lo bello.
HELENA
Salgo temblorosa del vacío en que estuve sumida llena de vértigo. Me encantaría
ponerme a descansar
otra vez: están tan fatigados mis miembros... Con todo, tanto a las reinas como al
conjunto de los
humanos conviene dominarse y cobrar aliento, por muy grande que sea el peligro que les
sorprenda.
FÓRCIDA
Ahora te muestras en toda tu grandeza y tu belleza, tu mirada dice que mandas; ¿qué es lo
que mandas?
Dilo.
HELENA
Disponeos a recuperar el tiempo que perdisteis con vuestras rencillas.
FÓRCIDA
473
Todo está ya preparado en casa: la copa, el trípode, el hacha afilada, hay agua para
asperjar, ya se puede
incensar cualquier cosa. Sólo falta la víctima del sacrificio.
HELENA
El rey no reveló cuál es.
FÓRCIDA
No lo dijo. ¡Oh palabra funesta!
HELENA
¿Qué sentimiento funesto te embarga?
FÓRCIDA
Reina, tú eres la designada.
HELENA
¿Yo?
FÓRCIDA
Tú y esas.
CORO
Dolor y calamidad.
FÓRCIDA
Sobre ti caerá el hacha.
HELENA
Es horroroso, pero lo esperaba, pobre de mí.
FÓRCIDA
Yo diría más bien que es inevitable.
CORO
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474
Y nosotras, ¿qué será de nosotras?
HELENA
Ella morirá de noble muerte. Vosotras penderéis de esa alta viga sobre la que se sostiene
el techo, como
un fardo de tordos.
(HELENA y el CORO muestran su sorpresa y su espanto formando un grupo expresivo y
bien
dispuesto.)
FÓRCIDA
¡Fantasmas!... Estáis ahí como imágenes estáticas. Tenéis miedo de despediros del día
que no os
pertenece. Los hombres, todos ellos fantasmas, igual que vosotras, tampoco renuncian sin
reservas a la
majestuosa luz del sol, pero nadie los dispensa y los salva de su fin. Todos lo saben, pero
a muy pocos
les gusta. No hay nada que hacer: estáis perdidas. Pronto, manos a la obra. (Da unas
palmadas, y acto
seguido aparecen en la puerta unos enanos enmascarados que ejecutan con presteza las
órdenes que se
formulan.) Ven acá, monstruo sombrío y de formas redondas. Rodad hacia este lado, aquí
se puede
hacer daño. Haced sitio para el ara del sacrificio de cuernos de oro. Que la cuchilla esté
colocada sobre
el filo de plata. Llenad las jarras de agua, hay que lavar la horrible mancha de sangre
negra. Extended
sobre el polvo la preciosa alfombra para que la víctima se arrodille con regias maneras y
envuelta en su
mortaja ya decapitada, como es bien sabido, sea distinguida y dignamente sepultada,
aunque, al fin y al
cabo, sepultada.
CORIFEA
La reina se ha apartado ligeramente y está pensativa; las jóvenes se marchitan como la
hierba segada de
los prados. Pero me parece mi deber que yo, la más vieja del grupo, te dirija unas
palabras a ti, la más
vieja de las viejas. Eres experta y sabia y pareces bien intencionada con nosotras, por más
que
descocadamente y por desconocimiento el grupo te insultara. Dinos, pues, todo lo que
podamos hacer
por nuestra salvación.
475
FÓRCIDA
Lo diré de inmediato: sólo depende de la reina salvarse a ella misma y salvaros a
vosotras. Hace falta
decisión y la mayor diligencia posible.
CORO
Tú, la más venerable de las Parcas, tú la más sabia de las Sibilas, mantén cerradas las
áureas tijeras y
anúncianos la salvación y la luz del día. Empezamos a sentir con desazón cómo nuestros
delicados
miembros pronto penderán en el aire y estarán oscilando y bamboleándose. A ellos bien
les gustaría
estar primero en danza para luego acabar junto al pecho del amado.
HELENA
Deja que tiemblen. Siento dolor, pero no miedo. Sin embargo, si tú conoces el medio de
salvación, te
será aceptado con gratitud. Sin duda, al inteligente y al previsor lo imposible se le hace
muchas veces
posible. Habla e indícame.
CORO
Habla e indícanos, dinos cómo saldremos de aquí, cómo escaparemos a los horribles y
repulsivos lazos
que están alrededor de nuestros cuellos amenazantes pero con el aspecto de funestas
joyas. Pobres de
nosotros, presentimos que perdemos el aliento, presentimos nuestra muerte por
ahogamiento si tú, Rhea,
noble madre de todos los dioses, no te apiadas de nosotras.
FÓRCIDA
¿Tendréis paciencia para escuchar serenas el largo curso de mi relato? Es un buen cúmulo
de historias.
CORO
Tenemos suficiente paciencia. Mientras escuchamos, vivimos.
FÓRCIDA
Aquel que, estando quieto en casa, guarda un tesoro y sabe revocar los altos muros de la
casa y asegurar
el tejado contra el empuje de la lluvia, ese pasará feliz todos los días de su vida. Pero
aquel que
temerariamente atraviesa el sacro límite de su umbral con pies ligeros, cuando vuelva a
su vieja casa lo
encuentra todo cambiado, si no destruido.
HELENA
476
¿A qué vienen tantos dichos conocidos? Tú querías contarnos algo, deja ya lo enojoso.
FÓRCIDA
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477
Esto es histórico, no es un buen reproche. Menelao navegó de bahía en bahía pirateando:
estuvo
enemistado con todos en lucha por la costa y las islas y volvió con el botín que está ahí
guardado. Ante
las murallas de Ilión luchó durante diez años, no se sabe cuánto tiempo invirtió en el viaje
de vuelta.
Pero ¿cómo va todo en las cercanías de la distinguida casa de Tíndaro?, ¿qué hay del
reino que la
rodea?
HELENA
¿Se ha encarnado tan fuertemente en ti la injuria que no puedes mover la boca si no es
para insultar?
FÓRCIDA
Esos años quedó abandonado el valle rodeado de la sierra que se eleva al norte de Esparta
dejando a la
espalda el Taigeto, donde como arroyo vivaz baja hacia el Eurotas y luego por nuestro
valle se ensancha
entre las cañas y nutre a nuestros cisnes. Allí, en ese sereno valle entre montañas, una
audaz estirpe se
ha asentado llegando desde la noche cimbria y ha construido una fortaleza inexpugnable,
desde el que a
placer oprimen al país y a las gentes.
HELENA
¿Cómo pudieron hacerlo?, parece imposible.
FÓRCIDA
Tuvieron tiempo para ello, hace veinte años que están aquí.
HELENA
¿Tienen jefe?, ¿son muchos bandidos aliados?
FÓRCIDA
No son bandidos, pero sí que uno de ellos es el jefe. Me ha hostigado muchas veces, pero
no se lo
reprocho. Aunque pudo llevárselo todo, se contenta con pequeños presentes a los que
llama tributos.
HELENA
¿Qué aspecto tiene?
FÓRCIDA
Nada malo. A mí sí me gusta. Es un hombre despierto, valiente, de buenas proporciones
corporales
478
como pocos hay en Grecia; es un hombre lleno de sensatez. Se tilda a este pueblo de
bárbaro, pero no
creo que ninguno se comportara con tanta crueldad como lo hicieron algunos héroes que
ante las
puertas de Troya llegaron al canibalismo. Yo admiro su grandeza y confío en él. ¡Y su
palacio!... ¡Tenéis
que verlo con vuestros propios ojos! Es diferente de esa construcción tosca, que vuestros
padres,
cada cual por su lado, ciclópeos como cíclopes, hicieron amontonando piedra sobre
piedra. Por el
contrario, allí todo es vertical u horizontal y regular. ¡Hay que verlo desde su exterior!:
todo tiende en él
hacia las alturas, hacia el cielo, es sólido y está bien trabado, brilla como el acero. Al
intentar encaramarse
en él, incluso el pensamiento resbala. Dentro hay varios patios muy amplios rodeados de
obras
de todas las clases y todos los fines posibles. Allí se ven columnas y arcos de mayor y
menor tamaño,
corredores y galerías que dan al exterior y al interior. También hay blasones.
CORO
¿Qué son blasones?
HELENA
Ayax llevaba ya la serpiente enroscada en su escudo como pudisteis ver vosotras. Los
siete que fueron
contra Tebas, llevaban ya signos en sus escudos llenos de significación: allí estaban la
luna y las
estrellas sobre el azul cielo de la noche, también la diosa, el héroe y las escaleras de
asalto, las espadas,
las antorchas y todo aquello que amenaza a la ciudad. Nuestros héroes llevan esas
pinturas de refulgentes
colores desde tiempos antiguos. Allí veréis leones, águilas y también garras y picos,
después veréis
cuernos de búfalo, alas, rosas, colas de pavo real, incluso franjas doradas y negras, y de
plata, azur y
rojo. Blasones de ese tipo cuelgan dispuestos en filas ordenadas, dentro de salas de
tamaño ilimitado,
tan grandes como el mundo. ¡Allí sí que podríais bailar!
CORO
Dinos, ¿también allí hay bailarines?
FÓRCIDA
Los mejores, un ejército de muchachos jóvenes de rizos de oro. Huelen a juventud. Así
olía también
479
Paris cuando llegó a las cercanías de la reina.
HELENA
Te sales del papel. Di la última palabra.
FÓRCIDA
Tú eres quien la dirá; di «sí» de forma audible y te protegeré rodeándote de ese castillo.
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480
CORO
Oh, di esa corta palabra y sálvate a ti y a nosotras a la vez.
HELENA
¿Cómo? ¿He de temer que el rey Menelao sea tan cruel conmigo que me quiera hacer
daño?
FÓRCIDA
¿Olvidas con qué furia mutiló a tu Deífobo, el hermano de Paris, caído en combate, que
te cortejó
cuando eras una viuda paralizada por el dolor y te convirtió en su concubina? Le cortó las
orejas, la
nariz y algo más: era un horror mirarlo.
HELENA
Al hacérselo a aquel lo hizo por mi causa.
FÓRCIDA
Por causa de aquel, él te hará lo mismo. ¿Quién comparte la belleza? El que la ha poseído
prefiere
destruirla antes que gozarla a medias.
(Trompetas en la lejanía: el CORO se estremece. )
Qué cortantes resuenan las trompetas en los oídos y las entrañas. Así hieren los celos en
el corazón del
hombre que nunca olvida lo que fue suyo y, una vez perdido, no volverá a recuperar.
CORO
¿No oyes sonar los cuernos? ¿No ves brillar las armas?
FÓRCIDA
Recibe la bienvenida, señor y rey, gustosa te anunciaré.
CORO
¿Pero qué será de nosotras?
FÓRCIDA
Ya lo sabéis, cercana está su muerte y con ella la vuestra. No, ya no se os puede ayudar.
(Pausa.)
HELENA
He pensado cuál puede ser mi más inmediato atrevimiento. Eres un demonio hostil, lo sé
bien. Me temo
que puedes convertir en malo lo que es bueno. Con todo, acepto seguirte al castillo, lo
demás ya lo sé;
es a todos inaccesible aquello que la reina lleva profundamente oculto en su pecho.
Adelante, vieja.
481
CORO
Con qué alegría vamos
marchando con paso vivo;
dejando atrás la muerte,
de nuevo estamos delante
de la recia fortaleza
de muros inexpugnables,
tan bien resguardada está
como la ciudad de Ilión,
que sólo fue al fin tomada
merced a una vil argucia.
(La niebla se extiende y vela a su voluntad lo lejano y lo cercano.)
Pero, ¿cómo?, pero, ¿cómo?
Hermanas, mirad en torno.
¿No había un día claro?
Suben ráfagas de niebla
desde el sacro río Eurotas,
ya no se avista la orilla
bella y ornada de juncos,
también dejé ya de ver
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482
los libres y altivos cisnes
que delicadamente iban
deslizándose graciosos.
A pesar de los pesares
escucho aún su canto,
sonido vivo y lejano
que nos anuncia la muerte,
la salvación prometida
se torna fatal caída.
Oh, pobres de nosotras,
semejantes a los cisnes,
bellas y de cuello blanco
y pobre hija del cisne.
Todo se está cubriendo ya
de una bruma envolvente
No nos vemos ni a nosotras.
¿Qué es lo que ocurre? ¿Nos vamos?
¿Ahora estamos flotando?
¿Nuestros pies dejan el suelo?
¿No ves nada? ¿No es Hermes el
de ahí? ¿No luce su cetro
de oro señalando al Hades?
¿A esa horrorosa visión
de un rebosante lugar
eternamente vacío?
Sí, de pronto todo se llena de tinieblas. Sin fulgor alguno se disipa la niebla de color gris
oscuro o
tal vez pardo oscuro. Ante nuestra mirada se eleva de pronto una muralla. ¿Es un palacio
o es una
profunda fosa? Es horrible en todo caso. Hermanas, estamos presas, tan prisioneras como
nunca
estuvimos.
PATIO INTERIOR DE UNA FORTALEZA
(Rodeado de ricas construcciones fantásticas
de la Edad Media.)
CORIFEA
Apresuradas y atolondradas, todo un ejemplo de comportamiento femenino. Esclavas del
instante,
juguetes de los cambios de tiempo, de la fortuna y del infortunio. No sabéis aguantar con
un ánimo
483
estable. La una siempre se opone a la otra, lo hace con acritud y choca con las demás: en
la alegría y el
dolor, vuestra risa y vuestros gimoteos se oyen igual. Ahora callad y ved qué tiene a bien,
con su noble
ánimo, decidir la reina para ella y para nosotras.
HELENA
¿Dónde estás, pitonisa, como quiera que te llames? De estas bóvedas surge una tenebrosa
fortaleza. Si
has ido a anunciarme al maravilloso héroe para que me haga un buen recibimiento, te lo
agradezco. Mas
llévame pronto hacia él, pues quiero que acabe mi camino errabundo. Sólo deseo paz.
CORIFEA
En vano buscas con tu mirada en todas direcciones, reina. La monstruosa figura ha
desaparecido. Acaso
se quedó en la niebla de cuyo seno, no sé cómo, hemos venido. Hemos venido ligeras, sin
dar un paso.
Tal vez yerra titubeante por el laberinto de este castillo, prodigiosa unidad constituida por
otros muchos
edificios, pidiéndole a su señor una acogida principesca. Pero mirad, allí se apresta rauda
la numerosa
servidumbre en las galerías, los pórticos y las ventanas: esto anuncia una acogida grata y
hospitalaria.
CORO
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484
Se me abre el corazón. Ved sólo con qué solemnidad y con qué paso más lento desciende
ese cortejo de
noble dignidad juvenil en hilera uniforme. ¿Al mandato de quién obedece, aparece tan
bien alineado y
formado ese grupo de adolescentes? ¿Qué es lo que admiro más? Su gracioso paso, tal
vez la
ensortijada cabellera sobre su frente, tal vez su par de mejillas con el rubor de un
melocotón y asimismo
cubiertas de un vello suave como terciopelo. Me gustaría morder, pero siento temor, pues
en casos tales,
la boca se llena, aunque es horrible decirlo, de cenizas.
Pero los más hermosos
se acercan hasta aquí.
¿Qué es lo que están portando?
La tarima del trono,
más su alfombra y asiento,
colgaduras y adornos
con aspecto de tienda.
Él ahora corona
con lucida guirnalda
a nuestra bella reina.
Él la ha invitado
a ocupar su cojín
lujoso; subid, pues,
uno y otro escalón,
mantened seriedad.
Digna, tres veces digna,
bendita esta acogida.
(Todo cuanto va diciendo el CORO se va ejecutando sucesivamente.)
(Después de que los donceles y los escuderos han bajado, aparece FAUSTO en la parte
superior de la escalera. Lleva un traje de caballero medieval y baja lenta y dignamente.)
CORIFEA (Mirándolo con atención.)
Si, como suelen hacer, los dioses no le han prestado a este por muy poco tiempo su
admirable figura, su
sublime distinción, su adorable presencia, todo lo que emprenda lo conseguirá, ya sea en
batallas con
otros hombres, ya sea en las pequeñas contiendas por las más bellas mujeres. Ciertamente
este es
superior a muchos otros que yo había considerado de alto valor. Con paso lento y grave,
digno y
485
contenido, veo bajar al soberano. ¡Vuélvete! Oh, reina.
FAUSTO (Avanza con un hombre encadenado a su lado.)
En vez del más solemne saludo que aquí era lo debido y en vez de bienvenida respetuosa
te traigo a este
esclavo aherrojado por férreas cadenas que, faltando a su deber, me ha hecho faltar al
mío. Arrodíllate
aquí a confesar tu culpa delante de tan alta señora. Oh soberana sublime, este es el
hombre que ha sido
colocado por la prodigiosa agudeza de su vista en la torre para mirar los alrededores, para
abarcar atento
el horizonte y lo ancho de la tierra, para ver qué puede presentarse, para ver qué es lo que
baja por la cadena
de montículos que nos rodean hacia el valle y se acerca a la fortaleza, ya sean oleadas de
ganado o
despliegue de ejércitos; aquel lo protegemos, este lo rechazamos. Y hoy, ¡menudo
bochorno! Vienes tú
y no nos lo anuncia. ¡Nos faltó hacer una acogida propia para tan alta visita! De modo
temerario ha
perdido el derecho a la vida, tendría que haber recibido ya su merecida muerte; pero sólo
tú serás
competente para castigarlo o indultarlo como plazcas.
HELENA
Aunque me parece que sólo me la concedes para ponerme a prueba, esta tan alta dignidad
que me
brindas, ser soberana y juez, la ejerzo en primer lugar para cumplir la primera obligación
de un juez: oír
al acusado. Así pues, habla.
LINCEO, EL VIGÍA DE LA TORRE
Deja que me arrodille y contemple.
Déjame morir o seguir vivo.
Pues ya estoy tan sólo encomendado
a la mujer traída por dioses.
Esperando la bondad del alba
y oteando a Oriente su venida,
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486
repentina y prodigiosamente
el sol naciente vino del sur.
Allí se dirigió mi mirada.
En lugar de llanuras y cimas,
en vez del confín de tierra y cielo,
la pude ver a ella, la única.
Tengo una vista privilegiada,
la de un lince encaramado a un árbol;
pero entonces debí esforzarme
como si saliera de un hondo sueño.
No sabía dónde me encontraba.
¿En la almena? ¿Tal vez en la torre?
Se disipó y se fue la niebla,
y tras ella apareció la diosa.
Le consagré vista y corazón,
absorbí aquel tenue fulgor,
aquella deslumbrante belleza
me cegó, pobre infeliz de mí.
Olvidé mi deber de vigía
y el cuerno sobre el que yo juré.
Aunque tal vez ella me condene,
su belleza aplaca toda ira.
HELENA
No puedo castigar el mal que yo misma causé. ¡Ay de mí! ¿Qué severo destino me hace
aturdir así el
corazón de los hombres hasta el punto de que acaban no respetándose ni a ellos mismos
ni a nada? Me
raptan, me intentan seducir, se baten en duelo, me llevan de un sitio a otro. Semidioses,
héroes, dioses y
aun demonios me llevaron al descarrío aquí y allá. De forma única turbé al mundo,
dupliqué, tripliqué y
cuadrupliqué los desastres. Aleja a ese buen hombre, libéralo. Que no caiga la vergüenza
sobre aquel al
que deslumbraron los dioses.
FAUSTO
Asombrado, oh, reina, veo al mismo tiempo la que hiere con acierto y aquí al que fue
herido. Veo el
arco que lanzó su flecha contra aquel hombre. Las flechas suceden a las flechas y me
alcanzan a mí. De
todas partes las presiento, emplumadas y silbando de un lado a otro por la fortaleza y su
recinto espacio.
487
¿Qué soy ahora? De golpe se rebelan mis leales servidores y mis murallas parecen
desvencijadas e
inseguras. Y así, temo ya que mi ejército obedece a la mujer victoriosa e invicta. ¿Qué
me resta hacer
más que entregarme a mí mismo y darte todo lo que creía mío? Deja que a tus pies, libre
y fiel, yo te
reconozca como soberana a ti. A la que, con su sola presencia, adquirió un reino y un
trono.
LINCEO (Con un pequeño cofre y seguido de otros.)
Aquí me tienes de vuelta, reina.
El rico suplica una mirada.
Al verte él se siente a la vez
un mendigo y el más rico príncipe.
¿Qué fui antes?, ¿ahora qué soy?
¿Qué debo querer?, ¿qué debo hacer?
¿Para qué la vista más aguda?
Ante tu presencia se deslumbra.
Desde Oriente hemos llegado aquí
y Occidente ya quedó atrás.
De pueblos hemos visto un buen número.
Primero y último se ignoraban.
Cae el primero, resiste el segundo,
el tercero empuñaba su lanza,
cada uno iba con un centenar,
sin notarlo murieron a miles.
Nos abalanzamos presurosos.
De todo lugar nos adueñamos.
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488
Y donde hoy soy el soberano
mañana otro roba y saquea.
Mirábamos con mucha presteza.
Uno abusaba de la más bella.
Para otro era aquel recio buey.
Todos se llevaban los caballos.
A mí me gustaba ir a buscar
lo más raro que pudiera verse.
Lo que pudiera poseer otro
era para mí hierba reseca.
Iba tras el rastro de tesoros,
obedecí sólo a mi mirada,
hurgué dentro de todo bolsillo,
los arcones eran transparentes.
Para mí fueron montones de oro
y las más ricas piedras preciosas.
Sólo la esmeralda se merece
relucir verde junto a tu pecho.
Que oscile entre la oreja y la boca
esa gota del fondo del mar.
Los rubíes sienten gran vergüenza,
palidecen ante las mejillas.
Y así el mayor de los tesoros
lo he colocado junto a tu trono,
a tus pies puedes observar
la cosecha de muchas batallas.
He arrastrado aquí muchos arcones
mas aún quedan otros de hierro.
Déjame seguir tu camino
y llenaré de oro todas las cámaras.
Apenas subes la grada del trono,
te reverencian y ante ti se postran
poder, riqueza e inteligencia,
ante tu presencia sin igual.
Todo esto lo guardé para mí
pero ahora a ti te lo revelo,
lo creía digno, verdadero y noble,
ahora es insignificante.
Lo que poseí se ha perdido,
es hierba segada y ya marchita.
Devuélvele con una mirada
todo su originario valor.
FAUSTO
489
Aparta rápidamente esta carga audazmente obtenida, no te será censurada, pero tampoco
premiada.
Suyo es ya todo lo que la fortaleza encierra en su seno; ofrecerle algo especial es inútil.
Apila
ordenadamente tesoros sobre tesoros. Muestra un espectáculo soberbio, tan magnífico
que nunca se vio.
Haz que brillen las bóvedas como un cielo despejado; crea paraísos de vida inanimada.
Adelántate
rápido a sus pasos y desenrolla una tras otras las floridas alfombras. Que sus pies anden
sobre un suelo
mullido, y su mirada, que sólo a los dioses no deslumbra, resplandezca con el máximo
fulgor.
LINCEO
No es difícil lo que manda el señor,
pronto lo cumplirá el servidor,
pues sobre todo el bien y la nobleza
reina siempre tu magna belleza.
Ya está todo el ejército domado,
sus lanzas y espadas han declinado.
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490
Incluso el Sol, mustio y frío está
junto a tu figura, pura beldad.
El reino de tu rostro florece,
mas a su lado todo se envanece.
HELENA (A FAUSTO.)
Deseo hablarte, pero ven junto a mí. Este sitio vacío le corresponde a su dueño y me
asegura el mío.
FAUSTO
Ante todo, noble mujer, acepta gustosa el homenaje que de rodillas te consagro. Permite
que bese la
mano que me lleva a tu lado. Confírmame, junto a ti, como regente de tu imperio que no
conoce límites:
obtén un admirador, protector, esclavo, todo en uno.
HELENA
He visto y he oído muchos prodigios. El asombro me invade, quisiera hacer muchas
preguntas. Pero
quisiera que me dijeras ante todo por qué el habla de ese hombre me suena tan rara, tan
rara y tan
amigable. Un sonido parece adaptarse al otro. Apenas una palabra había llegado a los
oídos, venía otra a
acariciarla.
FAUSTO
Si te agrada ya el modo de hablar de nuestros pueblos seguro que también te fascinará su
canto. Este
sacia profundamente el alma y los oídos. Pero lo mejor es que nos ejercitemos en él
enseguida: el
diálogo alternado lo atrae y lo provoca.
HELENA
Explícame cómo diré yo algo hermoso.
FAUSTO
Es cosa fácil: debe salir del corazón.
Y cuando de ansias lleno el corazón está,
inquietos preguntamos...
HELENA
... quién también lo tendrá.
FAUSTO
491
Espíritu, no mires adelante ni atrás,
si tú afrontas el presente,...
HELENA
... sobra lo demás.
FAUSTO
Este tesoro no lo merece un humano;
¿quién aun así nos lo procurará?
HELENA
¡Mi mano!
CORO
¿Quién puede reprochar a nuestra soberana
que se muestre abierta, cercana y amigable
con el dueño y señor de esta gran fortaleza?
Pues confesad, todas nosotras, sin dudarlo,
estamos presas como tantas otras veces
desde la ignominiosa caída
de llión y nuestro errar atribulado y afligido
por una ruta tortuosa y laberíntica.
Las acostumbradas al amor de los hombres,
no pueden normalmente hacer una elección,
pero sin duda conocen bien el asunto.
Tanto a unos bellos pastores de rizos de oro
como a unos faunos de negro y crespo vellón,
según se ofrezca, se presente o se requiera,
conceden ellas igualmente sus favores
sobre la posesión de sus túrgidos miembros.
Están cada vez sentados más y más cerca,
se van apoyando unos sobre los otros,
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hombro contra hombro, rodilla contra rodilla,
cogidos de las manos se van acercando
al trono en el que se mecen dulcemente
en el muy mullido esplendor de los cojines.
La majestad y la nobleza no rehúyen
la abierta exhibición de los goces más íntimos
ante los atónitos ojos de su pueblo
y con toda generosidad de detalles.
HELENA
Me siento tan lejos y, sin embargo, tan cerca, y tan sólo digo gustosa: estoy aquí, aquí.
FAUSTO
Apenas respiro, mi voz tiembla, esto es un sueño que hace que se desvanezcan el tiempo
y el espacio.
HELENA
Me parece haber envejecido y, sin embargo, me siento rejuvenecer al estar contigo y serte
fiel,
desconocido.
FAUSTO
No sondees el destino sin par. Existir es un deber aunque sólo sea por un momento.
FÓRCIDA (Entrando impetuosamente.)
Deletreáis en el abecedario del amor, vuestros devaneos sólo os llevan a la carantoña,
ociosos os
acariciáis dulcemente, pero no hay tiempo para ello. ¿No sentís una sorda tormenta? ¿No
escucháis la
trompeta? El desastre está cercano. Llevando a su pueblo en oleadas, Menelao se acerca
hasta vosotros.
Armaos para la lucha. Rodeado por el ejército triunfador, mutilado como Deífobo,
expiarás tu afición a
la compañía femenina. Cuando en el aire oscile esta ligera mercancía, a la otra le estará
reservada en el
altar una nueva y afilada cuchilla.
FAUSTO
¡Qué temeraria interrupción! Entra aquí inoportuna. Ni siquiera en los peligros me gusta
la desatinada
agitación. Una horrible noticia afea al más agraciado de los mensajeros. A ti que eres la
más fea posible
tan solo te gusta dar malas noticias. Pero esta vez no lo lograrás; tu hueco aliento
conmueve los aires.
Aquí no hay peligro, el peligro no sería sino una vana amenaza.
493
(Señales, explosiones entre las torres, toque de clarines y cornetas; se oye música militar
y se ve
el desfile de un poderoso ejército.)
No, ahora verás reunido el inseparable círculo de los héroes, sólo este recibe el favor de
las mujeres, el
más poderoso sabe cómo defenderlas. (A los jefes del ejército que se separan de las
columnas dando un
paso adelante.) Con ese furor contenido y sereno que os deparará, con toda seguridad, la
victoria, ya
aparecen; la Tierra se estremece, avanzan, todo retumba. Desembarcaremos en Pilos,
Néstor ya no
estará y el indómito ejército romperá las pequeñas alianzas de los reyes. No tardéis en
rechazar a Menelao
y en devolverlo al mar. Allí podrá errar, robar y estar al acecho, como en él es propensión
natural.
Os he de nombrar grandes señores, me lo ordena la reina de Esparta. Ponedle ahora a sus
pies los
montes y los valles y vuestra será la conquista del Imperio. Tú, germano, defiende las
bahías de Corinto
con vallados y baluartes. A ti, godo, te confío Acaya con sus cien desfiladeros. Que se
dirijan a Elida las
huestes de los francos, Mesenia les ha tocado a los sajones. Que el normando limpie los
mares y
engrandezca la Argólida. Entonces cada cual habitará su hogar y enviará su fuerza y sus
rayos hacia el
exterior, pero Esparta, la antigua residencia de la reina, deberá regir sobre vosotros. Cada
cual debe
disfrutar del país donde nunca falta el bienestar, buscáis confiados a sus pies refrendo,
prerrogativas y
claridad.
(FAUSTO baja; los PRÍNCIPES se reúnen en torno a él para recibir órdenes con mayor
atención.)
CORO
El que quiera obtener a la más hermosa
que ante todo se fíe a su habilidad,
que con sabiduría se procure armas,
con sus halagos obtendrá para sí
lo más elevado que se puede ver,
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495
pero no lo poseerá muy tranquilo.
Habrá pícaros que la seducirán.
Habrá ladrones que la querrán raptar.
Que esté siempre alerta para así impedirlo.
Por eso yo alabo a nuestro magno príncipe,
lo valoraré por encima de todo.
Se ha impuesto con tamaña valentía
que los más fuertes se inclinan ante él
atentos a cualquier gesto de los suyos,
para ejecutar fielmente sus mandatos,
cada uno lo hace por su propio interés,
así como por el generoso premio
y de esa manera conseguir la gloria.
¿Quién será ahora capaz de quitársela
a él, el más poderoso poseedor?
Ella es su posesión a él consagrada.
Que le sea doblemente concedida
por nosotras, encerradas tras los muros
en cuyo exterior hay un potente ejército.
FAUSTO
Los dones que les hemos dado a estos -una tierra fértil a cada uno- son grandes y
magníficos: ahora
dejémoslos marchar. Nosotros nos mantendremos en el centro. Ellos te defenderán con
valor, península
rodeada por olas por doquier, unida por una no muy pronunciada cadena de colinas a las
últimas
estribaciones de las montañas de Europa Este país, que recibe los rayos del sol antes que
todos los
países, sea por siempre propicio para toda estirpe, ahora que ha sido conquistado para mi
reina, en hora
temprana elevo a ella la mirada cuando el rumor que resuena en los cañaverales del
Eurotas salió
radiante de la cáscara deslumbrando a su distinguida madre y a sus hermanos. Este país
vuelto sólo
hacia ti, brinda el más espléndido de sus florecimientos. Prefiere tu patria al orbe terrestre
de la que tú
eres dueña. Aunque en el dorso de tus montes es herido por la afilada punta de las frías
flechas del sol,
se ven allí reverdecer las peñas y la ávida cabra recibe allí una pequeña parte de su
sustento. El agua
brota del manantial, los arroyos que se precipitan se juntan, los barrancos, las pendientes,
los prados
496
empiezan a estar verdes; sobre una llanura quebrada por cientos de colinas se ven
diseminados lanosos
rebaños. Repartidas por doquier, con un paso grave y precavido, reses de ganado vacuno
provistas de
cuernos van subiendo hasta el borde abrupto, mas allí hay refugio para todos, pues la
pared de roca se
aboveda formando cien grutas. Allí, Pan los protege y las ninfas de la vida viven en el
fresco recinto de
los frondosos ahuecamientos, y los árboles, deseando remontarse a regiones más altas,
son muy
ramosos y se agolpan uno contra otro. Son antiguos bosques. El roble se yergue
impertérrito y poderoso
y las ramas se entrelazan caprichosamente. El tierno arce, lleno de dulce savia, se eleva
puro y juega
con su carga. Y, bajo la sombra, mana maternal leche tibia para el niño y el cordero. La
fruta, ese
manjar que nos depara la llanura, no está muy lejana, y hay miel en la oquedad del
tronco. Aquí, el bienestar
es hereditario, la mejilla está risueña al igual que la boca, cada uno es inmortal en su
lugar, todos
están contentos y sanos. Así, a la luz del día, el buen muchacho se desarrolla hasta llegar
a cobrar la
fuerza paterna. Nos admiramos ante ellos; sin embargo, siempre queda abierta la pregunta
de sin son
hombres o son dioses. Tan similar era Apolo a los pastores que parecía el más bello de
todos, pues allí
donde la naturaleza reina en su esfera, todos los mundos se reúnen. (Sentándose junto a
HELENA.)
Tanto tú como yo lo hemos conseguido. Lo pasado ha quedado detrás de nosotros. Siente
que procedes
de un dios supremo, tú perteneces tan sólo al primer mundo. En ninguna fortaleza debes
ser confinada.
En las cercanías de Esparta se encuentra, eternamente joven, la Arcadia, invitándonos a
una estancia
venturosa. Estás llamada a vivir en un lugar feliz y por eso huyes hacia el destino más
lisonjero. Los
tronos se convierten en follaje. Que, como en Arcadia, nuestra dicha sea libre.
(La escena cambia totalmente. En una serie de grutas abiertas en los peñascos hay tupidos
matorrales. Un pequeño bosque llega hasta las escarpadas peñas dispuestas en círculo. No
se
ve a FAUSTO ni a HELENA. El CORO, diseminado, yace dormido.)
FÓRCIDA
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No sé cuánto tiempo hace que duermen esas jóvenes. También desconozco si han llegado
a ver en
sueños lo que yo he visto clara y distintamente. Por ello las despierto. La gente joven
debe asombrarse
al igual que vosotros, barbudos que permanecéis ahí sentados, esperando ver
definitivamente la
resolución de unos verosímiles prodigios. Arriba, arriba, sacudid vuestros rizos. Apartad
el sueño de
vuestros ojos, no pestañeéis así y escuchadme.
CORO
Habla pues, cuéntanos los prodigios que han ocurrido. Nos gustaría oír lo que no
podemos creer de
ninguna manera, pues estamos aburridas de mirar esas rocas.
FÓRCIDA
¿Apenas os habéis desperezado y ya sentís fastidio? Sabed que en estas cavernas y estas
grutas, bajo
esta frondosa vegetación encontraron refugio, como pareja idílica, nuestro soberano y
nuestra soberana.
CORO
¿Cómo? ¿Ahí dentro?
FÓRCIDA
Están retirados del mundo y sólo me han llamado a mí para servirles en silencio. Me
siento altamente
honrada por estar a su lado; con todo, como es propio de los confidentes, buscaba en los
alrededores
otras cosas, iba de aquí para allá recogiendo raíces, musgo, cortezas, como conocedora de
todas sus
propiedades, y así se quedaron solos.
CORO
Pero hablas como si ahí hubiese mundos enteros: bosques y praderas, arroyos y mares.
¿Qué cuentos te
estás inventando?
FÓRCIDA
¡Inexpertas!, sin duda alguna allí hay profundidades no exploradas, una sala tras otra, un
patio tras otro.
Yo iba recorriéndolos cavilosa, cuando de pronto resonó una risotada en el interior de la
gruta. Miro allí
y veo saltar un niño del regazo de la madre hacia el padre y del padre hacia la madre. Las
caricias, las
499
carantoñas, las pequeñas tonterías amorosas, los gritos de alborozo y las exclamaciones
de júbilo me
aturden. Desnudo, un genio sin alas, una especie de fauno privado de bestialidad, salta
sobre el suelo
firme; pero el suelo, reaccionando, lo lanza a las alturas y al segundo o tercer salto toca la
bóveda. La
madre le dice llena de miedo: «Salta cuanto quieras, pero cuídate de volar, el vuelo libre
te está
vedado». Y así le aconseja su buen padre: «En la tierra está la fuerza que te lanza hacia
arriba; no
toques el suelo más que con el dedo gordo del pie, te fortalecerás como Anteo, el hijo de
la Tierra». Y
así, el niño sigue saltando sobre esta enorme peña desde uno de sus bordes hasta el otro.
Pero de pronto
desaparece por una de las grietas y parece perdido. La madre lo llora, el padre la consuela
y yo estoy
encogida y asustada. Entonces, ¡qué aparición! ¿Hay tesoros allí escondidos? Va
dignamente ataviado
con un vestido de flores. Unos flecos cuelgan de sus brazos, prendidas de su pecho, unas
cintas
revolotean, lleva en la mano su lira de oro lo mismo que un pequeño Febo, avanza
confiado hacia el
borde, hacia el punto más saliente; nos sorprendemos. Los padres, muy emocionados, se
abrazan. Mas,
¡cómo reluce lo que lleva en su cabeza! Es difícil saber qué es. ¿Es oro?, ¿es una llama de
enorme
fuerza espiritual? De esta manera se mueve anunciándose ya de niño como futuro
maestro de todo lo
bello, por cuyos miembros se agita la eterna música; así lo oiréis y así lo veréis con
admiración sin
igual.
CORO
¿Y tú te admiras de esto?
¿Tú, la nacida en Creta?
¿No oíste la instructiva
poesía de Jonia?
¿Tampoco las leyendas
eternas de la Hélade
con sus dioses y héroes?
Todo lo que sucede
en estos, nuestros tiempos,
sólo es el más triste eco
de los antepasados.
¿Tu relato no es par
a las bellas mentiras,
500
todas muy verosímiles
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501
del raudo hijo de Maya?
Al niño gracioso, pero fuerte,
un lactante apenas nacido,
lo envuelven en pañales de felpa,
lo oprimen con apretadas fajas
las excesivas preocupaciones
de unas cuantas chismosas nodrizas.
Sin embargo, él, hábil, con maña
y con picardía, al fin saca
sus miembros elásticos y fuertes.
Deja luego tras de sí también
la opresiva envoltura de púrpura
que lo mantenía aprisionado
como si fuera una mariposa,
que, liberada de la crisálida,
despliega sus alas, se desliza
y atraviesa con audacia el éter
para alcanzar los rayos del sol.
Es extremadamente despierto,
ayuda a los ladrones y pícaros,
pero también busca el bien de todos,
es el genio siempre benefactor,
nos lo demuestra inmediatamente
haciendo uso de sus diestras artes.
Con una rapidez sorprendente
le roba el tridente al soberano
del mar, a Ares le desenvaina
la espada con toda habilidad,
a Febo le quita su arco y flechas
y a Hefesto sus grandes tenazas
incluso a Zeus, a Zeus, el supremo,
le roba el rayo; no teme el fuego,
vence a Eros en artera pugna
cuando le pone la zancadilla
y a Cipris le roba el cinturón
mientras aún dormita en sus brazos.
(Se oye, proveniente de la cueva, una música de cuerda de atractivo sonido. Todos lo
notan y
parecen íntimamente conmovidos. Desde aquí hasta la próxima pausa, acompañamiento
completo de música.)
FÓRCIDA
502
Escuchad esos sones encantadores. Libraos pronto de las fábulas, libraos de vuestra vieja
multitud de
dioses, ya está acabado. Nadie quiere ya comprenderos. Pedimos un tributo más elevado,
porque es
preciso que del corazón salga lo que hace que el corazón se accione. (Se retira hasta la
roca.)
CORO
Si a ti, horrible criatura,
te conmueve esta melodía.
Nosotras estamos renacidas,
y de alegría vertemos lágrimas.
El sol se oculta en la mejor hora,
cuando el alma empieza a renacer.
Encontramos en el corazón
lo que el mundo nos está negando.
(HELENA, EUFORIÓN y FAUSTO con el vestido antes descrito.)
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503
EUFORIÓN
Si escucháis cantos infantiles, enseguida tendréis vuestra propia fiesta; si me veis saltar
acompasadamente, vuestro corazón paterno se agita.
HELENA
El amor, para hacer feliz a los humanos, liga a una noble pareja, pero para el entusiasmo
de los dioses
crea un delicioso trío.
FAUSTO
Ya nada nos falta. Yo soy tuyo y tú eres mía y así estaremos unidos, no puede ser de otra
manera.
CORO
Una dicha de muchos años,
por la belleza del muchacho,
ha disfrutado esta pareja.
Oh, qué conmovedora unión.
EUFORIÓN
Ahora, dejadme brincar, dejadme saltar. Mi deseo, que ya empieza a apoderarse de mí, es
llegar hasta
los aires.
FAUSTO
Con mesura, con mesura. No seas temerario: que la caída y el desastre no te afecte, que
no nos lleve a la
desgracia este hijo querido.
EUFORIÓN
No quiero quedarme más tiempo en el suelo. Soltadme los brazos, soltadme los rizos,
soltadme los
vestidos, son míos.
HELENA
Piensa a quién perteneces, cuánto nos dolería que destruyeras aquello que obtuvimos con
tanto trabajo y
que es mío, tuyo y suyo.
CORO
Me temo que esta unión muy pronto va a romperse.
HELENA Y FAUSTO
Tente, tente por el bien de los padres, esos excesos de vitalidad, esos violentos impulsos.
Sé el
504
ornamento de la calmada llanura.
EUFORIóN
Para complaceros me detendré. (Entremezclándose en el CORO y obligándolo a bailar.)
Más ligero
me muevo aquí, junto al sexo alegre. ¿Son ahora la melodía y el compás los adecuados?
HELENA
Sí, ahora todo es como debe ser; conduce a las bellas en una danza artística.
FAUSTO
¿Cuándo acabará todo esto? Las bufonerías nunca me agradarán.
(EUFORIÓN y el CORO, danzando y cantando, se mueven en hileras que se entrelazan.)
CORO
Cuando tus dos brazos
graciosos se mueven,
tus dorados rizos
sacudes enérgico.
Cuando tu pie grácil
se mueve y desliza,
una y otra vez
tus miembros se elevan.
Niño encantador,
tu fin has logrado:
tuyos son ya al fin
nuestros corazones.
(Pausa.)
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505
EUFORIÓN
Sois tantas, ciervas de ligero paso. ¡Vamos a divertirnos! Alejaos de aquí, yo soy cazador,
vosotras sois
la caza.
CORO
Si quieres atraparnos
no seas tan ansioso,
pues no queremos nada
más que abrazarnos a ti
y a tu bella figura.
EUFORIÓN
Venga, dispersaos por el bosque. Id hacia los troncos y las piedras. No me gusta lo que
puede obtenerse
sin dificultades, sólo me agrada lo que se obtiene con violencia.
HELENA Y FAUSTO
¡Qué temeridad!, ¡qué locura! De él no podemos esperar mesura alguna. Parecen oírse
cuernos de caza
que resuenan por el valle y el bosque. ¡Qué alboroto!, ¡qué griterío!
CORO (Las CORÉTIDAS entran una a una con rapidez.)
Rápido ha pasado,
con desdén y desprecio.
De entre nosotras sólo
arrastra a la esquiva.
EUFORIÓN (Trayendo consigo a una joven.)
Arrastro aquí a esta brava pequeña a un goce forzado. Para mi deleite, para mi placer,
oprimo este
pecho huraño, beso esta boca reacia.
LA JOVEN
¡Déjame en paz! Bajo este aspecto externo hay ánimo y fuerza de espíritu. Nuestra
voluntad es parecida
a la tuya y no es tan fácil de doblegar. ¿Crees que ya estoy atrapada? Confías demasiado
en tu brazo;
aprieta y verás cómo me escapo jugando contigo, estúpido. (Ella se eleva en el aire
despidiendo fuego.)
Sígueme por el aire ligero, sígueme por las pétreas grutas, persigue la presa que se
desvanece.
EUFORIÓN (Sacudiéndose las últimas llamas.)
506
Montón de rocas en medio del bosque. ¿Qué tiene que ver conmigo la estrechez si soy
joven y resuelto?
El viento resopla, las olas rugen, aunque a ambos los oigo lejanos, me gustaría estar
cerca. (Va saltando
de roca en roca subiendo cada vez más arriba.)
HELENA, FAUSTO Y CORO
¿Quieres imitar a las gamuzas? Nos da horror tu caída.
EUFORIÓN
He de ascender escalando más y más. Siempre he de mirar más lejos. Ahora sé dónde
estoy. En medio
de la isla, en medio de Pélope, emparentada tanto con la tierra como con el mar.
CORO
Si no vives contento
en el monte y el bosque,
busquemos alineadas
vides en las colinas,
luego higos y manzanas.
En una dulce tierra
dulcifica tu espíritu.
EUFORIÓN
¿Soñáis días de paz? Que sueñe en ellos quien pueda. «Guerra» es la palabra clave. Que
el eco diga
«victoria».
CORO
Quien viviendo en la paz
desea guerrear,
se verá despojado
de la alegre esperanza.
EUFORIÓN
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507
Que obtengan su ganancia todos los que este país engendró en el peligro y para el peligro
y a los que
hizo libres y de valor sin límites para derrochar su sangre; que la obtengan todos los que
tienen un
sagrado sentimiento que nada puede difuminar; que la obtengan todos los combatientes.
CORO
Mirad dónde ha llegado y
no parece pequeño.
Está bajo el arnés
de metal refulgente.
EUFORIóN
No hagáis zanjas, ni muros. Que cada cual cuide de sí mismo. Una fortaleza muy
resistente es el
coriáceo pecho de un hombre. Si no queréis que nadie os conquiste, id al campo de
batalla con armas
ligeras. Que las mujeres se hagan amazonas y que todos los niños se hagan héroes.
CORO
Sagrada poesía,
que subes hasta el cielo,
que el astro más hermoso
ascienda a lo más alto.
Seguirás alcanzándonos,
todavía se escucha
y nos gusta oírla.
EUFORIÓN
No, no me he presentado como un niño. Soy un adolescente y vengo armado; estoy aliado
con los
fuertes, con los libres, con los audaces he avivado mi espíritu. Adelante, más allá. Allí se
abre el camino
que nos conduce a la gloria.
HELENA Y FAUSTO
Apenas empezaste a vivir, apenas expuesto a la luz del día, empiezas a ansiar desde
vertiginosas alturas
un lugar de dolorosa caída. ¿Es que no somos nada para ti? ¿Es un sueño esta dulce
unión?
EUFORIÓN
¿Oís cómo retumban los truenos sobre el mar? Hacen eco resonando en un valle tras otro;
en una nube
508
de polvo y por las olas llegan aquí uno y otro ejércitos, van impulso tras impulso, hacia el
dolor y el
tormento. Como se comprende, luchar a muerte es la orden que les han dado.
HELENA, FAUSTO Y CORO
¡Qué horror!, ¡qué espanto!, ¿tu consigna es la muerte?
EUFORIÓN
¿Debiera mirarla de lejos? No, yo comparto afanes y riesgos.
HELENA, FAUSTO Y CORO
La temeridad y el peligro son un destino fatal. EUFORIÓN
Mas un par de alas se despliegan. Allí, allí debo ir. Dejadme emprender el vuelo. (Se
lanza a los aires;
los vestidos lo sostienen durante un instante; su cabeza resplandece y le sigue una estela
de luz.)
CORO
¡Oh!, ¡oh!, ¡Ícaro!, ¡Ícaro!,
¡se acabó el tormento!
(Un bello adolescente cae a los pies de sus padres, que creen reconocer en el muerto una
figura
conocida; pero lo corporal desaparece enseguida, la aureola asciende al cielo como un
cometa. La
ropa, el manto y la lira quedan en el suelo.)
HELENA Y FAUSTO
La alegría es sucedida por una iracunda pena.
VOZ DE EUFORIÓN (Desde las profundidades.)
Madre, no me dejes solo en el reino de las tinieblas.
CORO (Canto fúnebre.)
Donde quiera que vayas, no estarás solo,
pues nosotras sabremos reconocerte.
Aunque hayas dejado la luz del día,
ningún corazón se apartará de ti.
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509
Sin embargo, no debemos lamentarnos,
cantamos envidiosas de tu destino.
En los días claros como en los sombríos,
tu canto y tu ánimo fueron espléndidos.
Naciste para la alegría terrena
de nobles ancestros y con gran vigor.
Por desgracia, no pudiste disfrutar
de tu soberbia juventud floreciente.
Tu mirada observadora y penetrante
sentía simpatía por lo impulsivo;
el ardoroso amor de bellas mujeres
era tuyo y cantabas sin igual.
Sin que nadie consiguiera detenerte,
te lanzaste por tu voluntad al vacío.
Violenta y disipadamente rompiste
con todas las leyes y con las costumbres,
pero el pensamiento, lleno de nobleza,
le prestó al fin gravedad a tu ánimo.
Quisiste obtener una meta magnífica
pero a la postre no llegaste a alcanzarla.
¿Quién la ha obtenido? Oscura pregunta
cuya contestación oculta el destino,
cuando en los momentos más malhadados
acalla la voz de un pueblo desangrándolo.
No permanezcáis por más tiempo inclinadas,
pues la Tierra volverá a engendrar
seres de este tipo como siempre hizo.
(Pausa completa. Cesa la música.)
HELENA (A FAUSTO.)
Por desgracia, una antigua profecía que me hicieron se cumple: que la belleza y la fortuna
nunca van de
la mano por mucho tiempo. Se ha roto el vínculo con la vida y con el amor. Añorando los
dos, me
despido con tristeza y por última vez me echo en tus brazos... ¡Perséfone, toma al niño y
tómame a mí!
(Se abraza a FAUSTO. La presencia corporal se desvanece. La vestidura y el velo quedan
en
manos de FAUSTO.)
FÓRCIDA (A FAUSTO.)
510
Ten presente todo lo que te quedó de ello. No te desprendas del vestido. Los demonios
tiran ya de sus orlas
y quisieran llevárselo al infierno. Tente firme. Ya no está aquí la diosa que perdiste, pero
lo que aquí tienes
es divino. Aprovéchate del alto e incalculable favor que recibiste y elévate. Esto te llevará
hacia el éter,
por encima de todo lo vulgar, por todo el tiempo que vivas. Nos volveremos a ver lejos,
muy lejos de aquí.
(Los vestidos de HELENA se remontan hacia las nubes, envuelven a FAUSTO, lo elevan
en el aire y se
lo llevan. FÓRCIDA toma el vestido, el manto y la lira de EUFORIÓN de la tierra, se
acerca al
proscenio y, levantando en el aire los despojos, habla.) Esto siempre es un feliz hallazgo.
Es cierto que la
llama ha desaparecido, pero no lo siento por el mundo. Aquí hay suficiente para que los
poetas canten,
para despertar la envidia de los gremios artesanales, si yo no puedo otorgar talentos, al
menos mantendré
estas ropas conmigo.
PANTALIS
Daos prisa, niñas. Estamos libres del hechizo, estamos libres de la opresión del ánimo
que ejercía sobre
nosotros esa vieja de Tesalia. Ya estamos libres del rechinar de aquel ruido aturdidor que
confundía el
oído y mucho más aún el sentido interior. Bajemos al Hades, la reina ha bajado con
solemne paso. Que las
huellas de sus pies sean secundadas inmediatamente por sus servidoras. La
encontraremos junto al trono
de la Inescrutable.
CORO
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511
Las reinas se hallan a gusto en todas partes,
también en el Hades reciben favores,
orgullosas de encontrarse con sus pares
y al abrigo de la amistad de Perséfone.
Mas nosotras, sumidas en lo profundo
de las llanuras repletas de asfódelos,
entre álamos de pronunciada altura
unidos a hileras de sauces estériles,
¿cuál podrá ser allí nuestra diversión?
Tal vez musitar, como hacen los murciélagos,
un murmullo fantasmal y no amistoso.
PANTALIS
Quien no ha conquistado para sí un nombre ni persigue lo más noble, pertenece a los
elementos. Así pues,
partid. Ardo en deseos de ver a la reina. No sólo el mérito, sino también la fidelidad, nos
garantizan la
conservación de la persona. (Se va.)
TODO EL CORO
Hemos sido devueltas a la luz del día.
Hemos perdido nuestra forma de personas.
Lo sabemos, lo lamentamos, lo sentimos,
pero nunca más volveremos al Hades.
La eternamente viva naturaleza
ejercerá legítimamente siempre
su derecho sobre nosotras, espíritus,
al igual que lo ejerceremos sobre ella.
UNA PARTE DEL CORO
En el temblor susurrante de este millar de ramas
hacemos que el manantial de la vida se remonte
desde las raíces hasta aquí, como hojas o flores.
Adornémonos el pelo que el soplo del aire abulta.
El fruto cae y los pueblos se aprestan a recogerlo.
Lo quieren asir, lo quieren comer, por eso vienen.
Se inclinan ante nosotras como ante el dios supremo.
OTRA PARTE DEL CORO
Al reflejo espléndido de estas paredes de roca
suave y deliciosamente nos hemos adherido.
Estamos atentas al rumor del ave, del junco,
aun al hosco Pan estamos prestas a contestar.
También a los zumbidos y, si hay truenos, retumbamos.
512
Doblamos, triplicamos, centuplicamos los ruidos.
UNA TERCERA PARTE
Hermanas, nosotras, de espíritu más agitado,
iremos con los arroyos en pos de las colinas,
siempre hacia abajo, siempre a lo hondo, formando meandros.
Ahora en la pradera, luego el jardín y la dehesa.
La senda nos la indican las copas de los cipreses
que se elevan hacia el éter sobre ondas y orillas.
UNA CUARTA PARTE
Ondulad a placer que nosotras rodearemos
la fértil colina cultivada hasta sus confines
de vides en las que la gran pasión del viñador
nos hace ver el fruto del mayor de los afanes.
Ya sea con azadón o con laya, va podando
e invoca entre todos los dioses al supremo Sol.
Baco, refinado, desatiende a sus servidores,
retoza en cuevas flanqueado de los faunos más jóvenes,
lo que necesita para su parcial embriaguez
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513
lo encuentra en odres, jarras y todo tipo de vasos,
apilado a la derecha e izquierda de la gruta.
Como los dioses en general, y ante todo Helios,
airean, dan jugo y calientan el grano de vid,
allá donde labora el viñador la vida surge
y bulle en los pámpanos, los emparrados y estacas.
Crujen los cuévanos, las banastas, también la tina;
ya está aquí la fornida danza del pisador.
Así, la santa abundancia de los granos jugosos
es triturada sin piedad en un mar de espuma.
Ahora en los oídos chirrían fuerte los címbalos,
pues Dionisos ha desvelado todos sus misterios;
acompañado de sátiros derriba a las sátiras
mientras el orejudo animal de Sileno grita.
Sin cuidado, las pezuñas arruinan las costumbres,
el vértigo se adueña del cuerpo, se ensordece.
Los borrachos tienen panzas y cabezas cargadas.
Algunos van con cuidado, mas se unen al tumulto,
pues para guardar el mosto se vacía el odre viejo.
(Cae el telón. En el proscenio FÓRCIDA aparece con gigantesca figura, se despoja de los
coturnos, deja caer la máscara y el velo y se muestra Como MEFISTÓFELES, para
comentar,
si fuera necesario, la pieza en el epílogo.)
ACTO IV
ALTA MONTAÑA
(De impertérritas y escarpadas cumbres rocosas. Una nube se acerca a la montaña, se
queda junto a
ella y va descendiendo para, al llegar a un repecho saliente, detenerse y abrirse.)
FAUSTO (Apareciendo.)
Al contemplar bajo mis pies la más profunda de las soledades, piso animado el borde de
estas cumbres,
abandonando la nube que me trajo en días claros por encima de la tierra y el mar. Se va
separando de mí
sin disiparse. La abombada masa marcha hacia Oriente, los ojos la van siguiendo con
asombro, ella se
divide al ir avanzando, va dando lugar a ondulaciones, se modifica. Pero está tomando
cierta forma...
Los ojos no me engañan. En estas cimas llenas de sol veo imponentemente tumbada una
imagen de
514
mujer semejante a los dioses. Parecida a Juno, a Leda, a Helena, qué majestuosa aparece
ante mis ojos.
Ah, se está desbaratando, pierde la forma, se va extendiendo, se acumula en montones, se
empieza a
depositar en Oriente como si fuera una lejana montaña llena de nieve, y refleja
deslumbrante el
recuerdo de efímeros días. En torno a mí flota, alrededor de mi pecho y de mi frente, una
ráfaga de
neblina que me regocija con su frescor y su caricia. Ahora sube ligera y vacilante más y
más arriba, y
allí se va concentrando. ¿Me engaña una encantadora imagen como si fuera aquel
supremo bien sólo
disfrutado en la juventud y hace tanto tiempo perdido? Los tempranos tesoros brotan de
las
profundidades del corazón. Esto me impulsa al amor de la aurora de ligero vuelo, me
lleva a aquella
visión rápidamente percibida y apenas comprendida, que, una vez que perduró, superó el
brillo de todos
los tesoros. Al igual que la belleza del alma, esta noble figura se eleva, no se disipa, se
eleva hasta el
éter y se lleva consigo lo mejor de mí.
(Una pisada de bota de siete leguas retumba en el suelo; a esta sucede otra.
MEFISTÓFELES baja de
ellas. Las botas siguen su camino ascendente.)
MEFISTÓFELES
Esto sí que es avanzar. Pero, dime qué se te pasa por la cabeza. ¿Has bajado lleno de esos
pesares por
peñascos de bocas cruelmente entreabiertas y bostezantes? Conozco bien eso, pero no de
este lugar,
sino del fondo del infierno.
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515
FAUSTO
Gustas de prodigar el relato de delirantes leyendas. ¿Vas a contarme una de ellas?
MEFISTÓFELES
Cuando Dios, el Señor -bien conozco yo las razones-, nos hizo emigrar del aire a las más
hondas
profundidades, allá donde en el centro arde un fuego eterno, nos encontrábamos ante un
excesivo
fulgor, muy apretados e incómodos. Los diablos empezamos a toser todos a la vez, el
infierno se inundó
de hedor de azufre y ácido. Se formó un gas tan horrible que la corteza de la tierra de los
continentes
estalló, en todo su grosor. Ahora hemos pasado al otro extremo, lo que antes era abismo
ahora es
cumbre. En eso se funda la recta doctrina de variar lo más bajo por lo más alto. Entonces,
de la
abrasadora esclavitud pasamos al aire libre. Este es un patente misterio, bien guardado,
que sólo se revelará
a los pueblos más tarde (Efes., 6, 12).
FAUSTO
La masa de montañas permanece distinguidamente silenciosa ante mí. No pregunto ni de
dónde procede
ni por qué está ahí... Cuando la naturaleza se construyó a sí misma, el globo terráqueo
tomó por sí
mismo una perfecta forma redonda; luego se solazó creando picos y barrancos, luego
plácidamente
modeló las colinas y suavizó las pendientes en el valle. Allí todo verdea y crece y para
entretenerse no
necesita hacer locuras.
MEFISTÓFELES
Eso es lo que tú piensas y te parece tan claro como la luz del sol, pero el que estuvo allí
presente sabe
que fue de forma diferente. Allí estaba cuando la masa hirviente del abismo borboteando
se hinchó
despidiendo una tormenta de llamas, cuando el martillo de Moloc, fundiendo unas rocas
con otras,
arrojaba a gran distancia los escombros del monte. En la tierra están aún inmóviles esas
extrañas masas.
¿Quién puede explicar la fuerza de ese impulso? El filósofo no puede explicarla. La roca
está allí y hay
que dejarla, lo hemos meditado hasta perder la cabeza. El pueblo sencillo es el único que
comprende sin
516
caer en el desvarío. La sabiduría ha tenido mucho tiempo para madurar en él. Este es un
prodigio que se
debe atribuir a Satanás. Mi peregrino cojeando y apoyándose en su bastón se acerca a la
piedra del
diablo y al puente del diablo.
FAUSTO
Es curioso observar cómo contemplan los diablos la naturaleza.
MEFISTÓFELES
¿Y a mí eso qué me importa? Que la naturaleza sea como le plazca. Esta es una cuestión
de honor, allí
estaba el diablo. Somos los indicados para lograr grandes cosas. Tumulto, violencia y
delirio; he ahí la
señal. Pero, hablando en serio, ¿no hay nada en la superficie que te haya gustado?
Abarcaste con la
mirada lo que no tenía medida. «Los reinos del mundo en su esplendor» (Mateo, 4). Pero,
insaciable
como eres, ¿no has tenido nunca algún deseo?
FAUSTO
Claro que lo he tenido. Algo grande me ha atraído. ¡Adivina lo que es!
MEFISTÓFELES
Pronto te lo conseguiré. Escogería para mí una capital así: en el centro los lugares donde
obtienen su
sustento los ciudadanos, callejuelas estrechas y tortuosas, fachadas con pináculos, un
reducido mercado
con coles, nabos, cebollas, puestos de carne donde pululan las moscas para atiborrarse de
grasa de
carne. Allí encontrarás en todo momento hedor y actividad. Después, amplias plazas,
calles anchas para
mostrar cierta apariencia distinguida. Finalmente, allá donde los límites de las puertas se
han superado,
encontrarás arrabales sin fin. Allí me deleitaré con el rodar de los carruajes, con el vaivén
del tráfico,
con las idas y venidas del tránsito de un bullicioso hormiguero. Y allá donde vaya,
andando o
cabalgando, yo siempre parecería el centro venerado por centenares de miles de personas.
FAUSTO
Eso no me puede contentar. A uno le alegra que la gente se multiplique, que se alimente
bien y a su
gusto, incluso que se eduque y que se instruya... sin embargo, no se da lugar más que a
rebeldes.
517
MEFISTÓFELES
Luego, en un agradable lugar, me construiría un palacio de recreo de estilo grandioso,
como bien sé yo
hacerlo. El bosque, las colinas, las llanuras, las praderas, la campiña, todo estaría
dispuesto como un
espléndido jardín. Ante muros de verde, rectilíneas avenidas, enramadas artificiales,
cascadas que se
precipitan a pares sobre las piedras y fuentes de todas las clases; allí, el agua brota
majestuosa pero a los
lados va saliendo susurrante y haciendo mil filigranas. Luego, a las más bellas de las
mujeres les consEste documento ha sido descargado de
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truiría una acogedora y cómoda casita y pasaría allí el tiempo sin fin, en un retiro
disfrutado en buena
compañía. Digo «mujeres» pues, de una vez por todas, las bellas me gustan en plural.
FAUSTO
Perverso y moderno Sardanápalo.
MEFISTÓFELES
¿Se podrá llegar a saber a qué aspirabas? Seguro que era algo sublime y audaz. ¿Te
remontaste flotando
tan cerca de la Luna, te llevó tu ansia allí?
FAUSTO
¡En absoluto! La esfera terrestre ofrece aún campo para grandes logros. Todavía puedo
lograr lo digno
de admiración. Me siento con fuerzas para un audaz empeño.
MEFISTÓFELES
¿Y así pretendes obtener la fama? Se nota que has estado entre heroínas.
FAUSTO
Obtendré la jerarquía, la propiedad. La acción lo es todo, la fama no es nada.
MEFISTÓFELES
Pero, sin duda, habrá poetas que darán cuenta a la posteridad de tu brillantez invocando a
la locura con
locura.
FAUSTO
Todo eso es ajeno para ti. ¿Qué sabes tú de los deseos del hombre? ¿Qué sabe tu
repugnante, amargo y
áspero ser de las necesidades del hombre?
MEFISTÓFELES
¡Que todo sea según tu voluntad! Confíame hasta dónde llegan tus delirios.
FAUSTO
Mis ojos miran a alta mar. Esta se hinchaba para alcanzar lo más alto, luego se hundía
para romper,
abarcando la extensión de la orilla. Y me apenó cómo el orgullo, a impulsos de una
sangre inquieta y
apasionada, lleva al espíritu libre, que respeta todos los derechos, a un sentimiento de
malestar. Esto me
pareció obra de la casualidad, agucé mi vista, la ola se detuvo, retrocedió y se alejó del
punto que
orgullosamente había alcanzado; llegada la hora, repitió su juego.
519
MEFISTÓFELES (A los espectadores.)
En ello no hay nada nuevo que aprender para mí. Ya lo conozco desde hace cien mil
años.
FAUSTO (Continúa hablando apasionadamente.)
La masa va deslizándose estéril y difusora de la esterilidad en mil lugares. Ahora se
hincha, crece y
rueda cubriendo el yermo terreno de la desierta playa. Allí ejerce su dominio ola sobre
ola, se retira sin
haber creado nada, lo cual me produce espanto hasta la desesperación. Es una fuerza de
elementos
desencadenados que no tiene fin alguno. Aquí mi espíritu intenta ir más allá de sí mismo,
quiero luchar,
deseo vencer. ¡Y es posible!, por mucho que suba la marea, el mar cede ante cualquier
colina; es posible
que se siga agitando altivo, pero una pequeña altura aplaca su orgullo, una pequeña
hendidura lo atrae
fuertemente. Entonces fui concibiendo un plan tras otro: logra, me dije, el gran placer de
sustraer al
soberano mar de sus orillas, reducir sus enormes y húmedos límites y hacer que se vaya
encerrando en
sí. He sabido poco a poco ir madurando esto. Este es mi deseo, atrévete a propiciar su
consecución.
(Se oyen tambores y música de guerra desde la lejanía, que proviene de la parte derecha
del
escenario.)
MEFISTÓFELES
¡Qué fácil! ¿No escuchas los tambores en la lejanía?
FAUSTO
¡De nuevo hay guerra! Al hombre juicioso no le agrada oír eso.
MEFISTÓFELES
En guerra o en paz, lo apropiado es sacar partido de las circunstancias. Hay que perseguir
el momento,
saber cuándo llega. La ocasión está ahí. Fausto, aprovéchala.
FAUSTO
Deja ya esa maraña de enigmas y dime lo que significan.
MEFISTÓFELES
Durante mis viajes no ha quedado para mí inadvertido que el buen Emperador está
pasando apuros. Tú
ya lo conoces. Cuando nosotros le pusimos en sus manos una falsa riqueza, para él todo
el mundo
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estaba en venta. Cuando era joven aún, le correspondió en suerte el trono y llegó a la
falaz conclusión
de que podían ir de la mano -pues era deseable y bonito- reinar y divertirse a un tiempo.
FAUSTO
Ese es un grave error. Aquel que manda debe encontrar en el mandato su dicha. Su pecho
ha de estar
lleno de una alta voluntad, pero aquello que él desee debe ser insondable para todos. Lo
que susurra al
oído a los más fieles ya está hecho y todo el mundo queda sorprendido. Él siempre tiene
que ser el
supremo y el más digno; la diversión nos hace vulgares.
MEFISTÓFELES
Él no es así. Él mismo se entregó al placer y ¡de qué manera lo hizo! Entretanto, el
imperio cayó en una
anarquía en la que el grande y el pequeño se peleaban por aquí y por allá, en la que los
hermanos se
perseguían y se mataban, fortaleza contra fortaleza, ciudad contra ciudad, los gremios se
rebelaban
contra la nobleza, el obispo contra el cabildo y la comunidad; bastaba que uno mirase a
otro para que
ambos se hicieran enemigos. En las iglesias eran habituales la muerte y el asesinato; ante
las puertas de
las ciudades, todos los comerciantes y mercaderes estaban perdidos. En todos aumentaba
no poco la
osadía, pues vivir significaba defenderse. Todo, en fin, seguía su curso.
FAUSTO
Más que seguir su curso, cojeaba, caía, volvía a incorporarse, después se desplomó y rodó
como un
bulto.
MEFISTÓFELES
Nadie podía condenar aquella situación. Todos podían, todos querían hacerse valer. El
más pequeño
aspiraba a todo, pero al foral todo se hizo insoportable para los mejores. Los más
esclarecidos se
levantaron pujantes y dijeron: «El Señor es el que nos depara consuelo. El Emperador no
puede y no
quiere. Elijamos un nuevo Emperador, demos nueva vida al imperio y mientras él nos
resguarda a
todos, aunemos en un mundo nuevo paz y justicia».
FAUSTO
Esto suena muy clerical.
522
MEFISTÓFELES
También había allí clérigos, ellos aseguraban su estómago bien alimentado. Estaban más
implicados
que otros. El levantamiento creció, el levantamiento fue bendecido y el Emperador, al
que hicimos feliz,
viene aquí en retirada, tal vez para su última batalla.
FAUSTO
Me da lástima, pues me parecía bueno y franco.
MEFISTÓFELES
Vamos, veamos la situación. Mientras hay vida, hay esperanza. Librémoslo de su
encierro en este
estrecho valle. Salvándolo una vez, lo habremos salvado mil. ¿Quién sabe cómo caerán a
partir de ahora
los dados? Si tiene suerte, también tendrá vasallos.
(Suben a un monte de mediano tamaño y observan la formación del ejército en el valle.
Los
tambores y la música guerrera resuenan y llegan hasta la cima del monte.)
Veo que la posición está bien tomada. Con una intervención nuestra, la victoria será
completa.
FAUSTO
¿Con qué vendrás ahora?, ¿con el engaño?, ¿con artificios mágicos?, ¿con vacuas
apariencias?
MEFISTÓFELES
Con una astucia guerrera que nos ayudará a ganar batallas. Concibe grandes ideas,
mientras que piensas
en tu fin. Si le conservamos al Emperador su trono y sus dominios, te bastará arrodillarte
y recibirás en
donación la ilimitada playa.
FAUSTO
Tú ya has conseguido muchas cosas. A ver si ahora consigues ganar una batalla.
MEFISTÓFELES
No, serás tú el que la gane. En esta ocasión serás tú el general en jefe.
FAUSTO
Esto sería un auténtico timbre de gloria para mí: dar órdenes sobre algo de lo que no
entiendo.
MEFISTÓFELES
Tú déjale eso al estado mayor, y así el mariscal quedará a salvo. Desde mucho tiempo
atrás he
523
presentido el hedor de la inmundicia bélica y al instante formé por adelantado el gabinete
de guerra
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sirviéndome de la primitiva fuerza de los rudos primitivos de las montañas. Afortunado
aquel que
consigue reunirlos.
FAUSTO
¿Qué veo allí equipado con armas? ¿Has conseguido poner en pie de guerra a la gente de
las montañas?
MEFISTÓFELES
No, pero al igual que Peter Squenz he conseguido extraer la quintaesencia de esta ralea
inmunda.
(Entran LOS TRES VIOLENTOS; Sam. II, 23,8).
He aquí a mis muchachos. Son de edades muy diversas y llevan distinto armamento y
vestimenta. No te
llevarás mal con ellos. (A los espectadores.) A cada uno de ellos les gusta el arnés y la
gola de
caballero, y aunque estos andrajos son alegóricos, se sienten muy bien con ellos.
MATÓN (Joven pertrechado con armas ligeras y vestido con un traje de mucho colorido.)
Si alguien me mira a los ojos, le suelto un puñetazo en sus morros y al cobarde que huya
lo cojo por sus
cabellos.
RATERO (Viril, bien armado, ricamente vestido.)
Eso son vanas bravatas, con ellas se pierde el tiempo. Ocúpate sólo de apropiarte de
cosas, pregunta
después por lo demás.
FORZUDO (Añejo, muy armado, sin vestido.)
Tampoco se ha ganado mucho con eso. Un gran capital rápidamente se deshace al paso
de la corriente
de la vida. Aunque está muy bien tomar mucho, mejor es conservar. Haz caso a tu canoso
colega y
nadie podrá quitarte nada.
(Todos van descendiendo.)
A LOS PIES DE LA MONTAÑA
(Resuenan tambores y música militar que viene de abajo.
Se arma la tienda del EMPERADOR.)
(El EMPERADOR, el GENERAL EN JEFE y la ESCOLTA IMPERIAL.)
GENERAL EN JEFE
525
Me sigue pareciendo bien trazado el plan de replegar al ejército en bloque en este bien
situado valle.
Espero que esta sea una buena elección.
EMPERADOR
Ya se verá el resultado. Me molesta esta especie de huida, este retroceder.
GENERAL EN JEFE
Observad, soberano, nuestro flanco derecho. Es un emplazamiento pintiparado para la
estrategia bélica.
Las colinas, aunque no son escarpadas, tampoco son accesibles del todo, resultan
propicias para los
nuestros y una trampa para el enemigo. Estando nosotros semiescondidos en la ondulada
llanura, la
caballería no osará adentrarse.
EMPERADOR
No me queda más remedio que aplaudir; aquí se probará la fuerza de los brazos y los
corazones.
GENERAL EN JEFE
Aquí en los anchos espacios del centro de la llanura verás a la falange dispuesta para
luchar. Las picas
centellean en el aire al fulgor del sol que se filtra por los vapores de la niebla de la
mañana. ¡Qué
sombrío ondea el poderoso cuadrado! Hay millares de hombres dispuestos para una gran
hazaña. Podrás
reconocer la fuerza de la masa, confío en que sabrán dispersar las fuerzas enemigas.
EMPERADOR
Por primera vez veo algo tan bello de un golpe de vista. Un ejército así vale por dos.
GENERAL EN JEFE
Nada he de decir de nuestra izquierda. El inmóvil peñasco está ocupado por valientes
héroes. La roca en
la que ahora reluce el brillo de las armas defiende el importante paso del estrecho
desfiladero. Ya
presiento que, inesperadamente, aquí fracasarán las fuerzas enemigas en una sangrienta
empresa.
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EMPERADOR
Por allí van los falsos parientes que, llamándome tío, primo y hermano, se permitían
siempre nuevas
libertades. Ellos me quitaron el poder del cetro y la veneración que le corresponde al
trono. Después,
divididos entre sí, devastaron el imperio y ahora reunidos se vuelven contra mí. La
multitud fluctúa
indecisa, mas al final va como un río allá donde la corriente la lleva.
GENERAL EN JEFE
Un hombre fiel, enviado como informador, baja apresuradamente por los riscos. ¡Ojalá
haya tenido
suerte!
PRIMER EXPLORADOR
Nuestra trama ha salido tan bien que hemos avanzado acá y allá, pero son poco gratas las
nuevas que
traemos. Muchos te prometen pleno vasallaje, como gran parte de la fiel mesnada, pero
disculpan su
inactividad por la agitación interior, por el peligro que supone el pueblo.
EMPERADOR
La doctrina del egoísmo es y seguirá siendo guardarse a sí mismo, no lo es ni la gratitud
ni el deber ni el
respeto ¿No os dais cuenta de que cuando vuestra medida se haya colmado el incendio de
la casa del
vecino os consumirá?
GENERAL EN JEFE
Ahí se acerca el segundo explorador bajando muy despacio. A este hombre fatigado le
tiemblan todos
los miembros.
SEGUNDO EXPLORADOR
Primero disfrutamos viendo el errar loco de ese tumulto asalvajado. De pronto,
inesperadamente,
aparece un nuevo Emperador y, por sendas ya marcadas, lleva a la muchedumbre por la
llanura: todos
siguen las engañosas banderas desplegadas con su naturaleza de cordero.
EMPERADOR
Por mi bien, viene a mí un Antiemperador. Ahora empiezo a sentir que soy el Emperador.
Antes sólo
me puse el arnés como soldado, ahora me lo pondré con fines más altos. Todas las fiestas,
aunque
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fueran lucidas y en ellas no faltara de nada, me hacían echar de menos el peligro. Cuando
empezabais el
juego de ensartar el anillo en la lanza, el corazón me latía, yo comenzaba a respirar el aire
propio del
torneo y, si no me hubieseis desaconsejado guerrear, ya resplandecería yo por mis propias
heroicidades.
Sentía en mi pecho el sello de la independencia cuando me vi reflejado en el reino del
fuego. Este elemento
se lanzó cruelmente contra mí. Sólo era una apariencia, pero la apariencia era grande.
Confusamente he soñado con triunfos y gloria. Voy a reparar lo que, olvidando mi honra,
desatendí.
(LOS HERALDOS son enviados para amenazar al Antiemperador. FAUSTO está
provisto de
un arnés y un casco con la visera entreabierta. LOS TRES VIOLENTOS, armados y
vestidos
como se describía más arriba.)
FAUSTO
Nos presentamos con la confianza de no ser reprendidos; aun sin necesidad, la previsión
ha tenido su
premio. Sabes que la gente de la montaña piensa y discurre; han estudiado en el libro de
la naturaleza y
las rocas. Los espíritus, que hace mucho emigraron de la Tierra, sienten más querencia
que nunca por la
rocosa sierra. Obran en silencio por las laberínticas grietas de las montañas en medio del
gas de ricas
emanaciones metálicas. En la continua escisión, la continua prueba, la continua unión, su
único impulso
es descubrir algo nuevo. Con la mano ligera de los poderes espirituales, ellos labran
formas diáfanas y
después miran en el cristal los fenómenos eternamente silentes del mundo superior.
EMPERADOR
He oído hablar de ello y te creo, ¿pero a qué viene eso, hombre valeroso?
FAUSTO
El nigromante de Norcia, el sabino, es tu fiel y honrado servidor. ¡Qué horrible suerte lo
amenazaba con
crueldad! Los ramajes secos empezaban a chisporrotear, el fuego empezaba a arder en
forma de lenguas
mezclado con pez y con azufre. Ni un hombre ni Dios ni el demonio lo podían salvar. Tu
majestad
rompió aquellas cadenas candentes. Esto ocurrió en Roma y él quedó en gran deuda
contigo y siempre
528
sigue atento cómo marchan tus asuntos. Desde entonces, se ha olvidado de sí mismo, sólo
hace
preguntas acerca de ti a las estrellas y a las profundidades. Nos encargó, como principal
cometido, estar
a tu lado. Las fuerzas de la montaña son grandes, allí la naturaleza actúa con libertad y
con gran poder.
La obtusa inteligencia de los clérigos llama a eso brujería.
EMPERADOR
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529
En día de contento, cuando saludamos a los huéspedes que despreocupados vienen a
disfrutar alegres,
nos complacemos al ver cómo todos se empujan y oprimen y la entrada de un hombre tras
otro va
estrechando el aforo de las salas, pero se le debe dar un buen recibimiento al hombre leal
cuando se
presenta enérgico ante nosotros para apoyarnos en el amanecer que inquietante se
avecina, pues sobre él
se cierne la balanza del destino. Pero ahora, en este importante momento, retirad la mano
de la presta
espada, respetad la hora en que miles claman por luchar a favor o en contra de mí. El
hombre es uno
mismo. El que aspire al trono y la corona ha de ser personalmente digno de esos honores.
Que nuestro
puño lleve al reino de los muertos al fantasma que se ha alzado contra nosotros
proclamándose a sí
mismo Emperador y dueño de nuestras tierras, jefe de nuestros ejércitos y señor de
nuestra nobleza.
FAUSTO
Sin duda sería muy glorioso que realizaras esa hazaña. Pero no me parece bien que
expongas así tu
cabeza. yNo está adornado tu yelmo con su cimera y su penacho? El es quien defiende la
cabeza que
nos aviva. ¿De qué servirían los miembros privados de cabeza? Si ella se adormeciera,
todos se
entumecerían. Si ella es herida, todos son inmediatamente dañados. Si ellos se reavivan,
es porque ella
se ha curado. Rápidamente sabe el brazo defender su firme derecho, eleva el escudo para
defender el
cráneo. La espada cumple con decisión su cometido, desvía el golpe y lo devuelve. El
ágil pie toma
parte en su fortuna asentándose sobre la nuca del adversario derribado.
EMPERADOR
Así es mi ira, así me gustaría tratarlo: hacer de su orgullosa cabeza un escabel.
LOS HERALDOS (Vienen de vuelta.)
No hemos disfrutado de mucho honor ni de mucha autoridad. Se han reído de nuestra
enérgica
embajada: «Vuestro Emperador -decían- se ha desvanecido como el eco en un estrecho
valle. Si en
alguna ocasión nos acordamos de él, decimos como en el cuento: Érase una vez...».
FAUSTO
530
Las cosas han sucedido según el deseo de los mejores que se mantuvieron fieles a tu lado.
Allí se acerca
el enemigo, los tuyos esperan llenos de ardor. Ordena el ataque, el momento es propicio.
EMPERADOR
Delego el mando. (Al GENERAL EN JEFE.) En tus manos encomiendo la
responsabilidad.
GENERAL EN JEFE
Entonces, que entre en acción el ala derecha. La izquierda del enemigo, que está subiendo
ahora mismo,
antes de haber dado el último paso, debe caer ante una pujanza juvenil de una fidelidad
puesta a prueba.
FAUSTO
Permite que este dinámico héroe retorne sin tardanza a tus filas, que se integre
fuertemente en ellas y
así, asociado, emplee su fuerza. (Va señalando a la derecha.)
MATÓN (Adelantándose.)
Quien me mira a la cara no la vuelve sin las mandíbulas rotas. Al que me da la espalda, le
dejo
descalabrados el cuello y la cabeza tirándole brutalmente de los pelos cercanos a la nuca,
y si hieren tus
hombres con la espada y la maza, como hago yo, el enemigo caerá, hombre a hombre,
ahogándose en su
propia sangre. (Se va.)
GENERAL EN JEFE
Que la falange, de nuestro centro salga quedamente, pero con astucia y todo su poder,
para hacer frente
al enemigo; que se desplace un poco a la derecha y allí, embravecida, nuestra fuerza de
choque
desbaratará su plan.
FAUSTO (Señalando al medio.)
Que este también obedezca tu palabra. Es vehemente y todo se lo lleva por delante.
RATERO (Adelantándose.)
A la bravura heroica de las tropas imperiales debe añadirse la sed de botín. Que a todos se
les ponga
como objetivo la rica tienda del Antiemperador. Él no volverá a pavonearse más en su
sitial, me pondré
al frente de la falange.
URRACA (Cantinera, se pega al RATERO.)
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Aunque no estoy casada con él, es para mí el más adorable galán. Para nosotros ha
madurado esta
cosecha. La mujer es tremenda cuando toma algo, no tiene reparo en robar. A la victoria,
que todo está
permitido.
(Ambos se van.)
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GENERAL EN JEFE
Como estaba previsto, su derecha ha chocado con nuestra izquierda. Hombre a hombre
resistirán el
furioso intento de ganar el estrecho paso entre las rocas.
FAUSTO (Indicando a la izquierda.)
Os pido, señor, que también tengáis cuidado ahí. No es malo reforzar lo que ya es fuerte.
FORZUDO (Adelantándose.)
En lo que toca al ala izquierda, que nadie se preocupe. Donde yo estoy se conservan las
posesiones. En
ella se acredita el viejo. Ningún rayo hiende lo que yo mantengo. (Se va.)
MEFISTÓFELES (Bajando lentamente.)
Mira ahora cómo, por detrás de cada uno de los huecos de entre las rocas, salen hombres
armados para
hacer aún más estrecho el angosto paso; con sus yelmos, sus arneses, sus espadas, sus
escudos forman a
nuestras espaldas un muro que está esperando una señal para el ataque. (Hablando en voz
baja a los que
están advertidos.) No debéis preguntar de dónde viene eso. La verdad es que no me he
hecho el
remolón, he dejado vacías las salas de armas de los alrededores. Allí estaban ellos a pie y
a caballo,
como si fueran los señores de la Tierra. Antes eran caballeros, reyes, emperadores, hoy
no son más que
conchas vacías de caracol. Un duende se ha colado por ahí y ha reavivado la Edad Media.
El diablillo
que ahí se esconde, quien quiera que fuese, por esta vez conseguirá su propósito. (En
alto.) Escuchad
cómo se enfurecen de antemano, cómo se empujan unos contra otros al choque de sus
corazas. En los
estandartes ondean jirones de bandera que esperaban, impacientes, airecillos frescos.
Pensad que aquí
hay un viejo pueblo dispuesto a tomar parte en un combate moderno.
(Sonido impresionante de trompetas que viene desde arriba. En el ejército enemigo hay
una
visible vacilación.)
FAUSTO
El horizonte se ha oscurecido. Sólo aquí y allá se distingue el expresivo centelleo de una
luz roja llena
de presentimientos, las armas relucen sangrientas. Con ellas se entremezclan los
peñascos, el bosque, la
533
atmósfera y todo el cielo.
MEFISTÓFELES
El flanco derecho se mantiene firme; entre los que ahí luchan veo cómo destaca Juan
Matón, el ávido
gigante, muy concentrado en sus quehaceres.
EMPERADOR
Primero vi cómo se elevaba un brazo, luego cómo se elevaban doce llenos de furia, esto
no parece
natural.
FAUSTO
¿No has oído hablar de unas ráfagas de niebla que viajan por la costa de Sicilia? Allí
flotan nítidamente
en plena luz del día, se elevan hasta la región media del aire, se reflejan en algunos vahos
y aparecen
extrañas visiones, van y vienen ciudades. Los jardines se elevan y bajan, se ve cómo las
imágenes van
quebrando una y otra vez el éter.
EMPERADOR
Pero, ¡qué raro! Veo centellear todas las puntas de las lanzas de altas picas, sobre ellas
danzan pequeñas
llamas, esto me parece propio de espíritus.
FAUSTO
Perdona, señor, son los vestigios de naturalezas espirituales desaparecidas, un reflejo de
los Dióscuros,
por los que juraban todos los navegantes. Aquí han reunido sus últimas fuerzas.
EMPERADOR
Mas dime, ¿de quién somos deudores de que la naturaleza, que vela por nosotros, reúna a
nuestro favor
lo más extraordinario?
MEFISTÓFELES
¿De quién sino del maestro que ha decidido acoger en su seno tu destino? Él está agitado
por las
violentas amenazas de tus enemigos. Su gratitud quiere verte salvado, aunque él mismo
tuviera que
morir en el envite.
EMPERADOR
El pueblo se congratulaba cuando me llevaba con gran pompa. Por aquel entonces yo era
algo; quise
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hacer la prueba y, sin pensármelo mucho, encontré la ocasión de darle aire fresco a
aquella barba
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blanca. Le hice la pascua al clero, y eso no me granjeó precisamente su simpatía. ¿Debo
ahora, después
de tantos años, experimentar el efecto de una buena acción?
FAUSTO
Un buen servicio reporta beneficios. Dirige tu mirada hacia delante. Me parece que
quiere enviarnos un
signo. Presta atención porque este se dará a conocer enseguida.
EMPERADOR
Un águila flota por las alturas. Un grifo la persigue amenazándola brutalmente.
FAUSTO
Date cuenta. Esto me parece muy favorable. El grifo es un animal fabuloso. ¿Cómo
podría olvidarse
tanto de su naturaleza como para medirse con un águila verdadera?
EMPERADOR
Ahora dan vueltas sobre sí mismos describiendo círculos muy amplios. En un mismo
instante se lanzan
uno contra otro para desgarrarse los pechos y los cuellos.
FAUSTO
Observa ahora cómo el nefasto grifo, sacudido y trasquilado, sólo encuentra dolor y, con
su cola de león
entre las piernas y siendo arrojado al bosque que cubre la falda del monte, desaparece.
EMPERADOR
Que se cumpla todo como se ha anunciado. Lo acepto con admiración.
MEFISTÓFELES (Vuelto hacia la derecha.)
Nuestros adversarios deben retroceder ante nuestros golpes insistentes y repetidos, y en
una lucha
titubeante se desplazan en tropel hacia la derecha, desordenando en el combate a su
flanco izquierdo,
que es su principal fuerza. La sólida vanguardia de nuestra falange se dirige a la derecha
y, rápida como
un relámpago, ataca el punto débil. Ahora, como si se tratara de una ola provocada por la
tempestad,
echando chispas, ambas fuerzas chocan furibundas una contra otra en doble combate. No
se puede
imaginar nada más grandioso, hemos ganado la batalla.
EMPERADOR (A la izquierda de FAUSTO.)
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Mirad, aquel punto me parece muy problemático. Nuestra posición es peligrosa. No veo
que se lance
ninguna piedra, las rocas de los pies de la montaña están siendo escaladas. Las de más
arriba han sido
ya abandonadas. El enemigo, en masa, va avanzando cada vez más. Tal vez haya
conquistado ya el
paso. Este ha sido el resultado final de unos impíos manejos. ¡Vuestras artes se han
mostrado inútiles!
(Pausa.)
MEFISTÓFELES
Ahí vienen mis dos cuervos, ¿qué mensaje me traerán? Me temo que nos va mal.
EMPERADOR
¿Qué hacen aquí estas aves de mal agüero? Vienen, planeando con sus negras alas, desde
el ardiente
combate que se libra entre las rocas.
MEFISTÓFELES (A los cuervos.)
Posaos a la altura de mis oídos. A quien vosotros protegéis no está perdido, pues vuestro
consejo
siempre es acertado.
FAUSTO (Al EMPERADOR.)
Seguro que has oído hablar de unas palomas que proceden de los países más lejanos y
vuelven para
hacer su nidada y lograr su sustento. Aquí ocurre lo mismo, pero con alguna diferencia.
Las palomas
traen mensajes de paz, mientras que los mensajes de guerra son el cometido de los
cuervos.
MEFISTÓFELES
Se anuncia un desastre. ¡Ved! Mirad los apuros de nuestros héroes que rodean esa pared
de roca. Las
posiciones más altas han sido tomadas, nos encontraríamos en una difícil situación si los
otros logran
conquistar el paso.
EMPERADOR
Finalmente he sido engañado. He caído atrapado en vuestra red, me estremezco al verme
preso en ella.
MEFISTÓFELES
¡Ante todo, mantén alto el ánimo! Aún no está todo perdido. Ten paciencia y astucia
hasta el último
537
nudo. Normalmente al foral es cuando aparecen las mayores dificultades. Tengo a mis
fieles
mensajeros. Encomendadme el mando.
GENERAL EN JEFE (Que entretanto ha llegado.)
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Te has ligado a estos y desde entonces me ha apenado. Los juegos de ilusión no dan lugar
a una fortuna
duradera. Ya no sé hacer nada para cambiar el curso de la batalla. Ellos la empezaron, así
que deben
acabarla. Yo depongo mi bastón de mando.
EMPERADOR
Guárdalo hasta horas mejores en las que tal vez nos dará más suerte. Me da horror este
tenebroso
consejero y su intimidad con los cuervos. (A MEFISTÓFELES.) No puedo confiarte el
bastón, no me
pareces el adecuado para ello. Con todo, manda y sálvanos, que ocurra lo que tenga que
ocurrir. (Se
retira a la tienda con el GENERAL EN JEFE.)
MEFISTÓFELES
¡Puede que a él le proteja ese bastón mocho! A nosotros no nos serviría de nada, pues
lleva inscrita una
cruz.
FAUSTO
¿Qué hay que hacer?
MEFISTÓFELES
Ya está hecho. Ahora, negros primos prestos al servicio, id al lago de la montaña.
Saludad de mi parte a
las ondinas y pedidles que formen la apariencia de una riada. Mediante casi insondables
artes de mujer,
ellas saben separar lo patente de lo aparente y todos jurarían que se tata de lo patente.
(Pausa.)
FAUSTO
Nuestros cuervos deben de haber lisonjeado totalmente a esas jóvenes dueñas de las
aguas, allí se ve
cómo estas empiezan a manar. En varios lugares en los que predominan rocas desnudas y
áridas, brota
un persistente y raudo manantial. Y la victoria para los otros es ya algo inalcanzable.
MEFISTÓFELES
Ese es un saludo singular. Los escaladores más audaces están confundidos.
FAUSTO
Un arroyo cae dando lugar a muchos arroyos, y al salir de las barrancas doblan su caudal.
Un torrente se
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precipita en forma de arco; de pronto, se extiende sobre una llanura de rocas y empieza a
formar
espuma, yendo de allá para acá, y gradualmente se va derramando por el valle. ¿De qué
sirve una
resistencia valiente y heroica? La fuerte ondulación corre veloz y los arrastra consigo, a
mí mismo me
horroriza esta iracunda crecida.
MEFISTÓFELES
No veo nada de esas ilusiones acuáticas. Sólo los ojos humanos se dejan engañar. Este
extraño
fenómeno me llama la atención. Están cayendo a montones. Estos necios creen estar
ahogándose pues
respiran con dificultad en tierra firme y hacen grotescos movimientos de nado. Reina la
confusión
general.
(Los cuervos han vuelto.)
Os elogiaré ante el gran Maestro. Si queréis demostrar vuestra competencia como
maestros, volad hasta
la candente fragua donde el pueblo de los duendes golpea el metal y la piedra haciendo
que salgan
chispas de ellos. Pedidles, con largos discursos, un fuego tan luminoso, brillante y
crepitante como
puedan encender. Puede ocurrir que en una noche de verano se vean relámpagos o la
caída de una estrella
fugaz en la lejanía, pero no es tan fácil ver relámpagos y estrellas que pasan silbando
sobre el
suelo húmedo en unos tupidos y enmarañados bosquecillos. Así que, sin mucha molestia,
debéis
primero pedir y luego ordenar.
(Los cuervos se van. Se cumple la orden.)
Densas tinieblas para los enemigos y que sus tímidos pasos y avances los lleven a tierra
de nadie. Que
centellas errantes procedentes de todos los rincones formen una luz que los deslumbre.
Todo esto sería
maravilloso, pero todavía es necesario un ruido horrible.
FAUSTO
Las vacías armaduras sacadas de esos sepulcros que son las salas vuelven a cobrar vida al
aire libre. Allí
arriba se oyen crujidos y traqueteos desde hace ya un tiempo; es un estruendo maligno e
iracundo.
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MEFISTÓFELES
Muy bien. Ya nada puede contenerlos. Ya se oye el ruido de justas caballerescas como en
los buenos y
viejos tiempos. Los brazales y las grebas de los güelfos y los gibelinos reanudan su eterna
lucha.
Firmes, como es habitual en los de su estirpe, se muestran irreconciliables. El rugido
resuena ya con
amplitud e intensidad. En definitiva, en todas las fiestas diabólicas, el odio entre los
partidos llega a la
crueldad más extremada. Esto hace que un pánico repulsivo mezclado con un
estremecimiento
estridente y agudamente satánico se extienda por el valle.
(Tumulto guerrero en la orquesta, que luego se convierte en alegre música militar.)
LA TIENDA DEL ANTIEMPERADOR
(Trono de rica ornamentación.)
(RATERO y URRACA.)
URRACA
Así que somos los primeros en llegar.
RATERO
Ningún cuervo vuela tan rápido como nosotros.
URRACA
¡Oh, qué tesoro hay aquí acumulado! ¿Por dónde empezar, por dónde concluir?
RATERO
Estando esto tan lleno no sé dónde echar la mano.
URRACA
El tapiz ese me vendría muy bien, mi lecho es a menudo demasiado incómodo.
RATERO
De aquí cuelga una maza de acero. Estoy buscando algo así desde hace tiempo.
URRACA
Siempre he soñado con algo como ese manto de rojo ribeteado de oro.
RATERO (Tomando el arma.)
Con esto se arregla todo muy rápido. Se mata a uno de un golpe y se sigue adelante. Has
cargado ya
mucho el saco y no has metido en él nada de valor. Deja en su lugar esas baratijas y
llévate uno de estos
cofrecillos. Esta es la paga del ejército. En su vientre no hay nada más que oro.
URRACA
Esto tiene un peso descomunal. No lo puedo levantar, no puedo llevarlo.
542
RATERO
Inclínate de inmediato. Tienes que agacharte. Yo lo cargaré sobre tus fornidas espaldas.
URRACA
¡Ay!, ¡ay! No puedo más. El peso me rompe el espinazo.
(El cofrecillo cae al suelo y se abre.)
RATERO
Aquí hay oro bermejo a montones. Date prisa y apílalo.
URRACA (Agachándose.)
Pronto, métemelo en la falda. Habrá suficiente para siempre.
RATERO
Y sobrará, vámonos.
(Ella se pone en pie.)
Oh, el delantal tiene un agujero. Donde quiera que estés o que vayas siembras tesoros al
despilfarrarlos.
ESCOLTA DE NUESTRO EMPERADOR
¿Qué hacéis en este sitio sagrado? ¿Qué rebuscáis en el tesoro imperial?
RATERO
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Hemos arriesgado nuestros miembros y venimos a recoger nuestra parte del botín. Es lo
que
habitualmente se hace en el campamento del enemigo y nosotros también somos
soldados.
ESCOLTA
No es lo habitual entre nosotros ser soldado y ladrón al mismo tiempo. Aquel que se
acerque a nuestro
Emperador ha de ser un probo soldado.
RATERO
Es cosa bien sabida: la honradez se llama contribución. Todos actuáis igual, «dame» es el
lema de
vuestro gremio. (A URRACA.) Date prisa y llévate arrastrando lo que tienes. Aquí no
somos huéspedes
bienvenidos.
(Se van.)
PRIMER SOLDADO
Di, ¿por qué no le diste un tortazo a ese sinvergüenza?
SEGUNDO SOLDADO
No lo sé, me faltaron las fuerzas. Tenían un aspecto algo fantasmal.
TERCER SOLDADO
Mis ojos se cegaron, todo temblaba, no veía bien.
CUARTO SOLDADO
No sabría cómo decirlo: ha hecho todo el día un calor tan bochornoso, tan espeso, tan
insoportable. Uno
estaba de pie, el otro caía, íbamos a tientas y al mismo tiempo golpeábamos. A cada
golpe era derribado
un adversario, delante de los ojos flotaba un halo. Después todo empezó a chirriar, a
crepitar y a silbar
en el oído, y así continuó. Ahora estamos aquí y no sabemos cómo ha podido ser.
(EMPERADOR con cuatro PRÍNCIPES. La ESCOLTA se retira.)
EMPERADOR
Sea como fuere, hemos ganado. En su desordenada fuga, el enemigo se dispersa por el
campo de
batalla. Aquí está el trono vacío. Un tesoro pérfidamente obtenido y recubierto de tapices
reduce el
espacio. Dignamente flanqueados por nuestra propia escolta, esperamos, en nuestra
condición imperial,
544
la venida de los enviados de los pueblos. De todos los lugares llegan buenas noticias, el
imperio está
pacificado, y se pliega gustosamente a nosotros. Aunque en nuestro guerrear se
inmiscuyó el
ilusionismo, al final luchamos solos. Es cierto que hubo sucesos que favorecieron al
combatiente: del
cielo cayó una piedra, al enemigo le llovió sangre encima, desde las oquedades de las
rocas sonaron
poderosos ruidos que hicieron que nuestro pecho estuviera henchido y el del enemigo se
encogiera.
Cayó el vencido en medio de una mofa interminable; el vencedor, resplandeciente, canta
a su dios
favorecedor. Y, sin que nadie dé la orden, al unísono, millones de gargantas proclaman
estas palabras:
«Dios sea loado». Pero aparto mi mirada piadosa de la más alta de las alabanzas y la
dirijo al propio
pecho. Un joven y dinámico soberano puede que desperdicie su tiempo, pero los años le
enseñarán a
valorar el significado de cada momento. Por ello, sin dilación, me uno a vosotros cuatro,
hombres
dignos, por el bien de la Casa, de la Corte y del Imperio. (Al primero.) A ti, príncipe, se
debe la hábil
ordenación del ejército y después, en el momento adecuado, una heroica y audaz
dirección. En la paz
actúa como lo requiera el tiempo. Te nombro Archimariscal y te lego la espada.
GRAN MARISCAL
Cuando tu leal ejército, hasta el momento ocupado en el interior, consiga en la frontera
afianzarte en el
trono, que nos sea permitido prepararte el banquete el día de fiesta en la sala de la
espaciosa fortaleza de
tu padre. Llevaré desenvainada la espada, la llevaré a tu lado, para la perpetua protección
de la suprema
Majestad.
EMPERADOR (Al segundo.)
Tú, que te mostraste agradable y complaciente, serás Chambelán supremo; tu cargo no
será fácil. Eres
cabeza de toda la servidumbre de la casa, me parece que, debido a sus disensiones
internas, encuentro
muchos malos servidores. Que tu ejemplo sea honrosamente mostrado como el de alguien
que agrada a
su Señor, a la Corte y a todos.
CHAMBELÁN SUPREMO
545
Servir a mi inteligente señor me reporta beneficios: el de serle útil al mejor, el de no
hacerle daño al
peor, y a su vez el de ser franco sin astucia y sereno sin artificio. El que tú, Señor, me
mires, ya es
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bastante ¿Puede la fantasía concebir una alegría igual? Cuando vayas a la mesa, yo te
daré el vaso de
oro, te guardaré los anillos para que, en ese momento de placer, tu mano esté descansada
y tu mirada
me llene de regocijo.
EMPERADOR
Es cierto que me siento demasiado adusto para fiestas, pero que así sea: un comienzo
alegre siempre es
beneficioso. (Al tercero.) Te nombro Cocinero mayor, te encargarás de la caza, las aves
del corral y la
casa de labranza. Haz que se me preparen cuidadosamente mis platos preferidos, en todo
momento y
según los meses.
COCINERO MAYOR
Que un extremado ayuno sea para mí el deber más grato hasta que situado ante ti esté un
exquisito
manjar que te deleite. La servidumbre de la cocina debe unirse a mí para traer lo lejano y
así adelantar
las estaciones. No es de tu gusto engalanar la mesa ni con lo exótico ni con lo temprano.
Lo sencillo y
lo sustancioso es lo que tu gusto demanda.
EMPERADOR (Al cuarto.)
Como inevitablemente aquí estamos metidos en fiestas, conviértete para mí, joven héroe,
en Copero.
Copero mayor, cuida de que nuestra bodega esté siempre provista de buen vino. Sé
moderado, no te
dejes llevar por la tentación más allá de la serena alegría.
COPERO MAYOR
Soberano, cuando se tiene confianza en los jóvenes, se convierten en hombres hechos y
derechos antes
de que uno se haya dado cuenta. Yo iré también a esa gran fiesta; adornaré de la mejor
manera el
aparador imperial, con lujosos vasos, todos ellos de oro y plata; pero antes elegiré para ti
la mejor copa:
una de fino cristal veneciano donde el placer reside y en el que el sabor del vino se hace
más intenso
pero sin embriagar. A este maravilloso tesoro uno se confía a veces demasiado. Pero tu
templanza,
Soberano, es más protectora aún.
EMPERADOR
547
Sabed que los cargos que os he otorgado en esta hora solemne os los concedió una boca
fiable. La
palabra del Emperador es grande y asegura todos los dones, pero para que todo sea
confirmado hace
falta un valioso escrito con la fuma. Veo llegar al hombre adecuado en el momento
oportuno. (El
ARZOBISPO [CANCILLER] entra.) Cuando se hace descansar una bóveda sobre una
piedra clave,
permanecerá construida hasta la eternidad. Ahí tienes a cuatro señores principales. Ante
todo hemos
observado lo que más puede beneficiar a la Casa y a la Corte. Pero ahora, que todo
cuanto contiene el
Imperio sea, con poder y autoridad, encomendado al número cinco. Deben destacar en
cuanto a la
posesión de tierras y por ello ampliaré los límites de sus posesiones sirviéndome de las
heredades de los
que de nosotros se apartaron. A vosotros, los fieles, os lego estas bellas tierras y el
derecho de
extenderos más allá, según las circunstancias, por sucesión, compra y permuta. Que
además os sea
concedido expresamente el ejercer sin trabas los derechos que a vosotros, señores de la
tierra, os
corresponden. Como jueces dictaréis las sentencias definitivas, no podrá hacerse ninguna
apelación ante
vuestros altos ministerios. También serán vuestros los impuestos, los intereses, los
tributos en especie,
los feudos, los derechos de aduanas, las concesiones sobre las minas, la sal y la acuñación
de moneda.
Para acreditaros mi reconocimiento, os he elevado a la jerarquía inmediatamente inferior
a la Majestad.
ARZOBISPO
En nombre de todos, recibe nuestro más sentido agradecimiento. Nos fortaleces y
afianzas y así vas
haciendo más fuerte tu poder.
EMPERADOR
A vosotros cinco os quiero otorgar un honor aún mayor. Ahora vivo para mi Imperio y
tengo ganas de
vivir así. Pero la cadena de nobles antepasados desvía la mirada pensativa de la febril
ambición para
fijarla en lo que nos amenaza. Llegado el tiempo, me separaré de mis seres queridos,
entonces habrá
llegado el tiempo de que elijáis a mi sucesor. Después de coronado, ensalzadle llevándolo
al santo altar,
y acabad pacíficamente lo que tan tormentoso fue.
548
CANCILLER
Con orgullo en lo más profundo de mi corazón y con humildad en el semblante, los
príncipes, los
primeros de la Tierra, están inclinados ante ti. Mientras la sangre fiel anime nuestras
venas, seremos el
cuerpo que ejecute las órdenes de tu voluntad.
EMPERADOR
En definitiva, que todo lo que sea dispuesto, sea confirmado por escrito y con mi rúbrica.
En realidad,
como señores, dispondréis de vuestra posesión como os plazca, pero con la condición de
que sea
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indivisible. Y de igual modo todo incremento de nuestro legado deberá ser heredado por
vuestro
primogénito.
CANCILLER
Dichoso, plasmo en el pergamino este importantísimo estatuto, tan ventajoso para
nosotros y para el
Imperio. La copia y el sello se encargarán a la cancillería, con la sagrada firma, tú, Señor,
lo acreditarás.
EMPERADOR
Retiraos, pues, para que todos podáis meditar, concentrados, la grandeza de este día.
(Los PRÍNCIPES seglares se retiran.)
ARZOBISPO (Se queda y habla con patetismo.)
El Canciller se ha marchado, el obispo se ha quedado y ha de hacerte una severa
advertencia. Su
corazón paternal está agitado por tu causa.
EMPERADOR
¿Qué te agita en esta feliz hora? ¡Habla!
ARZOBISPO
¡Con qué amargo dolor veo tu cabeza supremamente sacra coligada con Satanás! Parece
evidente que te
has afianzado en el trono, pero, por desgracia, escarneciendo a Dios Padre y al Santo
Padre, el Papa. Si
este se llega a dar cuenta, rápidamente condenará tu Imperio asolándolo con su santo
rayo. Porque él no
ha olvidado cómo en el momento supremo, en el día de tu coronación, mandaste liberar a
aquel
hechicero. El primer rayo de gracia que salió de tu diadema fue a parar a aquella cabeza
maldita en
perjuicio de la cristiandad. Pero date golpes en el pecho en señal de penitencia y expía tu
sacrílega
fortuna ofreciendo un modesto óbolo al santuario. El vasto terreno rodeado de colinas
donde acampaste
y en donde los malos espíritus se aliaron para tu defensa y donde prestaste oído obediente
al príncipe de
la mentira, conságralo ahora, piadosamente inspirado, a una obra santa. Conságralo junto
al monte y al
tupido bosque, tan lejos como estos se extiendan, junto a las cumbres que se cubren de
verdor, ofreciendo
550
su pasto, junto a los claros lagos ricos en pesca y una cantidad interminable de
arroyuelos, que,
formando anillos como el cuerpo de una serpiente, se precipitan en el valle. Consagra
también junto a
ellos, en definitiva, el mismo ancho valle, con sus praderas, sus comarcas, sus
hondonadas. Así
expresarás tu contrición y así encontrarás tu gracia.
EMPERADOR
Me siento tan estremecido por mi grave pecado que tú mismo fijarás el límite según tu
criterio.
ARZOBISPO
En primer lugar: el espacio profanado deberá ser, tan rápidamente como se pueda,
dedicado al servicio
del Altísimo. Ya veo elevarse con forma espiritual sólidos muros. La mirada del sol
matutino ilumina el
coro, el edificio en construcción se extiende en forma de cruz. La nave se prolonga y se
eleva para el
gozo de los fieles que afluyen ya, llenos de fervor, por el digno portal. La primera
llamada de las
campanas ha resonado a través del monte y del valle, proceden de las altas torres y
parecen subir al
cielo. Viene el penitente buscando el comienzo de una nueva vida. En el gran día de la
consagración que
ojalá llegue pronto- tu presencia será la que realce todo.
EMPERADOR
Que una obra tan grande haga patente el piadoso deseo de dar alabanza a Dios Nuestro
Señor, así como
de expiar mis pecados. Basta, ya veo cómo se eleva mi espíritu.
ARZOBISPO
Como canciller voy a activar la formalización y expedición del documento.
EMPERADOR
Cuando presentes el documento, siguiendo la forma reglamentada, lo firmaré con gusto.
ARZOBISPO (Se ha despedido, pero se vuelve cuando está a punto de salir.)
Tan pronto como se empiece a construir la obra, dedicarás a ella diezmos, censos y
tributos a
perpetuidad. Es necesario un buen montante para una digna manutención, y una
administración
cuidadosa supondrá unos gastos muy grandes. Para que se lleve a cabo una rápida
construcción en un
551
lugar desierto, consíguenos cierta cantidad de oro de las arcas del botín. Además, y no he
de callarlo,
harían falta maderas exóticas, cal, pizarra y otros materiales similares. El pueblo,
aleccionado desde el
púlpito, se encargará del porte. La Iglesia bendecirá a aquellos que se pongan a su
servicio. (Se va.)
EMPERADOR
Es muy grande el pecado con el que cargo. Los miserables brujos me han causado un
gran quebranto.
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552
ARZOBISPO (Vuelve de nuevo y hace la más profunda reverencia.)
Perdóname, señor. A ese hombre de mala fama se le han cedido las playas del Imperio,
pero sobre este
caerá el anatema si no concedes, contrito, los diezmos, censos y prerrogativas de esos
territorios.
EMPERADOR (Malhumorado.)
Ese territorio todavía no existe, está aún en el fondo del mar.
ARZOBISPO
Al que le corresponden unos derechos y tiene paciencia le llega también su tiempo. Que
vuestra palabra
mantenga en vigor este acuerdo.
EMPERADOR
Un poco más y tendré que donar todo el Imperio.
ACTO V
(Campo abierto.)
CAMINANTE
Sí, ahí están los umbríos tilos, robustos y adultos. Y pensar que he de encontrarlos ahora,
después de tan
largo camino. Ahí está el viejo lugar, aquella cabaña que me cobijó cuando las olas
tempestuosas me
arrojaron hasta las dunas. Quisiera desear salud a mis serviciales y activos huéspedes,
mas no creo que
los vuelva a encontrar, pues por aquel entonces eran ya ancianos. ¡Sí eran gente de bien!
¿Golpearé la
puerta o los llamaré a voces? Recibid mi saludo si con vuestra habitual hospitalidad aún
disfrutáis de la
dicha de procurar bienestar.
BAUCIS (Buena mujer, muy anciana.)
Apreciado forastero, no hagas ruido. Manténte en silencio, deja descansar a mi marido.
Un sueño
prolongado depara al anciano pronta actividad en una breve vigilia.
CAMINANTE
Di, buena mujer, ¿estás aún aquí para recibir mi agradecimiento?, ¿eres tú la misma que
ayudaste junto
a tu marido a un joven hace ya mucho tiempo?, ¿eres Baucis, la que diligentemente
reavivaste el aliento
553
de un moribundo? (Entra el marido.) ¿Eres tú Filemón, el que con valor consiguió
arrancarle mi tesoro a
las olas? Una rápida hoguera y el argentino son de vuestra esquila fueron la solución que
buscasteis
para aquella arriesgada aventura. Ahora, dejad que avance para ver el mar sin confines,
dejad que rece,
siento el pecho muy oprimido. (Avanza por las dunas.)
FILEMl1N (A BAUCIS).
Date prisa y pon la mesa en el sitio más florido de nuestro jardincito. Déjale que corra,
déjale que se
asombre, pues no se creerá lo que va a ver. (Se queda junto al viajero.) Mira, el mar que
tan fieramente
te trató, salvaje y espumante, míralo ahora cultivado como un jardín, míralo ahora
convertido en un
cuadro paradisiaco. Como era viejo, ya no estaba capacitado para echar una mano, y
cuando mis fuerzas
se desvanecieron, la ola estaba lejos también. Los audaces servidores de hábiles maestros
cavaron fosas
e hicieron diques, redujeron los derechos del mar para ser señores, los señores de sus
dominios. Mira
cómo verdea una pradera tras otra, mira la dehesa, el jardín, el pueblo y el bosque. Ven y
disfruta, pues
el sol se despedirá pronto. Allí en la lejanía se extienden velas que buscan en la noche un
puerto seguro,
y es que las aves conocen bien su nido. Así verás en lontananza la espuma azul del mar y
a tu derecha y
a tu izquierda un terreno densamente poblado.
(Sentados a la mesa en el jardincito.)
BAUCIS
¿Estás silencioso? ¿No llevas ningún bocado a tu boca reseca?
FILEMÓN
Tal vez quiera enterarse de cómo se obró este prodigio. Tú que con tanto placer hablas,
dale cuenta de
todo.
BAUCIS
Realmente aquí ha tenido lugar un prodigio, y desde que este se manifestó no he vuelto a
sentir sosiego,
pues todo ello no se hizo de un modo natural.
FILEMÓN
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555
¿Pudo estar tan sumido en el pecado el Emperador que le ofreció a él las orillas? ¿No lo
anunció un
heraldo resoplando su trompeta al pasar por aquí? En un lugar no muy lejano de nuestras
dunas se
asentó: tiendas, cabañas... Y en medio del verdor erigió su palacio.
BAUCIS
De día e inútilmente sus servidores hacían mucho ruido con los azadones y las palas,
golpe a golpe; allí
donde revoloteaban pequeñas llamas por la noche, al día siguiente había un dique
construido. Debió
haber sacrificios sangrientos, pues durante la noche resonaban los gemidos de dolor.
Cuando en
dirección al mar corría fuego ardiente, al día siguiente había un canal. Ese hombre no
teme a Dios,
ambiciona nuestra cabaña y nuestro soto y aun cuando se las da de vecino, siempre hay
que mostrar
sumisión ante él.
FILEMÓN
Él nos ha ofrecido buena tierra en otro lugar.
BAUCIS
No te fíes del enviado del mar, manténte firme a tu altura.
FILEMÓN
Vamos a la capilla a ver los últimos rayos del sol, toquemos la campana, arrodillémonos,
recemos.
Encomendémonos al viejo Dios.
PALACIO
(Amplio jardín de recreo. Un gran canal, en línea recta.
FAUSTO, anciano, paseando meditabundo.)
LINCEO EL VIGÍA (Por un altavoz.)
El sol se pone, los últimos navíos arriban al puerto surcando el mar con premura. Una
gran nave está a
punto de llegar aquí por el canal. Los abigarrados gallardetes ondean alegres. En los
enhiestos mástiles
están desplegadas las velas. De ti se enorgullece el navegante, en el momento supremo te
sonríe la
fortuna.
(Suena la esquila en las dunas.)
556
FAUSTO (Enfurecido.)
¡Maldito ruido! Produce una herida vergonzante, como un tiro disparado arteramente.
Ante mis ojos mi
reino no tiene límites, el enojo me atormenta a mis espaldas. Con un envidioso tañido me
recuerda que
mis posesiones no están limpias, en esa arboleda de tilos, la choza oscura, la ruinosa
ermita, no son
míos. Y cuando quiero descansar allí, las sombras extrañas me estremecen. Es una espina
clavada en
mis ojos y en mis pies. Oh, ojalá estuviera lejos de aquí.
LINCEO (También por altavoz.)
Con qué brío navega hacia acá la nave de vivos colores, al impulso del fresco viento de la
tarde. Cómo
se van apilando, al tiempo que ella prosigue su rauda marcha, cofres, cajas y sacos.
(Nave magnífica, cargada de multitud de productos de tierras lejanas.)
(Entran MEFISTÓFELES y LOS TRES VIOLENTOS.)
CORO
Aquí ya arribamos.
Aquí desembarcamos.
Salve al señor.
Salve al patrón.
(Desembarcan. Las mercancías son llevadas a tierra.)
MEFISTÓFELES
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557
Así nos hemos puesto a prueba; estaremos contentos si el patrón lo alaba. Partimos con
sólo dos naves y
a puerto hemos vuelto con veinte. Nuestras hazañas son puestas de manifiesto por nuestro
cargamento.
El libre mar presta su libertad al espíritu; ¿quién sabe allí lo que es cavilar? De la única
forma que allí
se prospera es con una garra rápida. Se pesca un pez, se atrapa una nave y se es pronto
dueño de tres; se
atrae con garfios a una cuarta y ya le empieza a ir mal a la quinta. Si se tiene fuerza, se
tienen derechos.
Se nos exigen fines, no buenos medios. No me hace falta saber el arte marino: la gue-ra,
el comercio y
la piratería son una trinidad inseparable.
LOS TRES VIOLENTOS
Ni gracias, ni saludo, ni saludo, ni gracias. Es como si le trajéramos a nuestro señor algo
pestilente. Él
nos pone cara de asco, no le halaga este bien regio.
MEFISTÓFELES
No esperéis recompensa alguna más. Ya tomasteis vuestra parte de botín.
LOS TRES VIOLENTOS
Esto fue sólo para no aburrirnos, todos reclamamos partes iguales.
MEFISTÓFELES
Ordenad primero arriba, en una sala y otra, todos los objetos preciosos. Y cuando él vea
tanta riqueza y
la valore con más detalle, no se mostrará tacaño y dará a la tripulación fiesta tras fiesta.
Las aves de
muchos colores llegarán mañana y yo cuidaré de ellas de la mejor de las formas. (La
carga es apartada
de allí. A FAUSTO.) Con frente adusta y mirada sombría recibes tu gran fortuna. La
elevada sabiduría
está coronada. Las orillas están en armonía con el mar. De la orilla recibe el mar
complaciente a las
naves prestas a una rápida travesía. Confiesa que desde aquí, desde este palacio, tu brazo
abarca todo el
mundo. De aquí todo surgió, aquí pusimos la primera barraca de tablas, se abrió una
pequeña zanja allá
donde ahora trabaja el remo diligente. Tu brillante idea y el esfuerzo de tus partidarios se
hicieron
merecedores del premio: el mar y la tierra. Desde aquí fue...
FAUSTO
558
Ese «aquí», este lugar maldito es mi gran pesar. Te lo debo decir a ti que tan capaz eres;
es algo que me
punza el corazón, es algo insufrible para mí. Y como te dije, me avergüenza. Los viejos
de allí arriba
deben marcharse, yo desearía para mí vivir a la sombra de esos tilos, esos pocos árboles
que no son
míos me impiden la plena posesión del mundo. Allí, para poder mirar en todos los
contornos, me
gustaría construir armazones de madera de rama en rama, quisiera abrirle a mi mirada un
amplio campo
de visión para poder ver todo cuanto hice, para de un solo golpe de vista abarcar esta obra
maestra del
espíritu humano que, activándose inteligentemente, ha ganado amplias tierras para que
las habitara la
gente. Por eso nos tortura con mucha más fuerza, en esta abundancia, aquello de lo que
carecemos. El
sonido de la esquila, el aroma de los tilos, me envuelven como si estuviera en una iglesia
o en la tumba.
El libre juego de la voluntad se quiebra en esta arena de playa. ¿Cómo conseguiré
extinguir este
pensamiento? Cuando suena la esquila, la ira se desata en mí.
MEFISTÓFELES
Naturalmente, es normal que ese gran disgusto te haga segregar bilis. ¿Cómo negarlo? A
todo noble
oído ese tintineo le parece odioso. Ese maldito resonar de campanas ensombrece el cielo
claro del
atardecer, se mezcla con cada acontecimiento, desde el primer baño hasta la sepultura. Es
como si, entre
vuelta y vuelta de campana, la vida se convirtiera en un sueño evanescente.
FAUSTO
La resistencia y la obstinación arruinan el mayor de los logros, por ello y para mi
tormento he de dejar
de ser justo.
MEFISTÓFELES
¿Por qué tienes que sentirte abrumado? Hace tiempo tendrías que haber llevado a cabo
esa
colonización.
FAUSTO
Ve entonces y apártalos de mí. Ya sabes cuál es la bella y pequeña hacienda que escogí
para los
ancianos.
559
MEFISTÓFELES
Se los saca de allí y se los transporta, antes de que nos demos cuenta, estarán repuestos.
Después de
haber soportado un poco de violencia, una buena mansión los desagraviará. (Lanza un
silbido agudo.
LOS TRES VIOLENTOS vuelven.) Venid a la llamada del señor y mañana habrá fiesta
para la
tripulación.
LOS TRES VIOLENTOS
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560
El señor no nos recibió debidamente, la tripulación se merece una fiesta.
MEFISTÓFELES (A los espectadores.)
También va a ocurrir aquí, lo que sucede desde hace tiempo, pues hubo una vez un tal
Nabot que tuvo
una viña (Reyes, I, 21).
NOCHE PROFUNDA
LINCEO (Cantando desde su puesto de vigía en el castillo.)
Nacido para escrutar,
encargado de mirar.
Siempre ligado a la torre
y en contemplación del mundo.
Atisbo las lejanías.
Sé todo lo que está cerca.
Conozco luna y estrellas
también los bosques y ciervos.
Distingo en lo que veo
todo el encanto que tiene,
y complacido de todo
me alegro conmigo mismo.
Vosotros, felices ojos,
todo lo que habéis visto
en todas las situaciones
fue muy bello en realidad.
(Pausa)
No sólo para recrearme
estoy tan alto situado.
Un estremecimiento cruel
viene desde la oscuridad,
veo chisporrotear fuego
bajo las sombras de los tilos,
un incendio que crece y crece
atizado por la corriente
prende la mohosa cabaña.
Se comienza a gritar «auxilio»,
mas nadie atiende la llamada.
¡Ah!, ¡qué pena dan los ancianos!
Siempre tan atentos al fuego
son víctimas de la humareda.
¡Qué horrorosa situación!
La llama arde con fulgor rojo.
La cabaña está ya tiznada.
561
Si al menos pudieran salvarse
del infierno allí desatado.
Las lenguas de fuego se elevan.
Por entre las hojas y ramas
el ramaje chisporrotea.
Prende y cae rápidamente.
¿Por qué yo he de percibirlo?
¿Ha de ser tan larga mi vista?
La capilla se está cayendo,
la derrumba el peso del techo.
Llamas serpenteantes suben
y ya están llegando a las copas.
Se queman hasta la raíz
troncos candentes como púrpura.
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562
(Larga pausa. Canto.)
Un regalo para los ojos
ha desaparecido hoy.
FAUSTO (En la terraza situada frente a las dunas.)
¿Qué lamentos oigo cantar? El canto y la melodía llegan aquí muy tardíos. Mi vigía se
lamenta. Dentro
de mí siento turbación por estos actos impacientes. Pero como el bosque de tilos fue
eliminado y quedó
convertido en unos horribles troncos medio carbonizados, pronto podrá ser construida
una atalaya para
poder mirar a la inmensidad. Así veré la nueva casa que cobijará a esa pareja que,
conmovida por mi
generosa reparación, disfrutará alegre de sus últimos días.
MEFISTÓFELES Y LOS TRES VIOLENTOS (Desde abajo.)
Venimos al trote largo. ¡Perdonad!, pero no nos ha ido bien. Golpeamos en la puerta,
pero nadie nos
abría. La empujamos, la sacudimos y la carcomida puerta se vino abajo. Llamamos a
voces, proferimos
serias amenazas, pero no encontramos acogida alguna. Como ocurre en estos casos, ni
nos escucharon,
ni quisieron hacerlo. Nosotros no hemos titubeado y te hemos librado de ellos. La pareja
no ha sufrido
mucho, ante la agitación cayeron exánimes. Un extranjero que estaba allí oculto y
pretendió resistirse
con la espada quedó tendido. Unas ascuas que en poco tiempo se esparcieron aventadas
por la
encarnizada lucha prendieron la paja. Ahora todo arde libremente como un montón de
leña para ellos
tres.
FAUSTO
¿Fuisteis sordos a mis palabras? Yo quería una permuta, no un expolio. Maldigo vuestra
acción salvaje
y loca y compartiréis vuestra culpa.
CORO
Hay un dicho, un viejo dicho: obedece diligentemente al poder. Y si eres valiente y tenaz,
arriesga tu
casa, tu hacienda y a ti mismo
(Se van.)
563
FAUSTO (En el balcón.)
Las estrellas y su fulgor se ocultan, el fuego decrece y sus llamas son pequeñas. Sopla un
viento que me
causa escalofrío; el humo y la niebla se ciernen sobre mí. Fue una orden muy precipitada,
que fue
cumplida con mayor precipitación aún. ¿Qué es lo que se mueve en el aire con ese
aspecto fantasmal?
MEDIANOCHE
(Cuatro mujeres canosas.)
LA PRIMERA
Mi nombre es Escasez.
LA SEGUNDA
Mi nombre es Culpa.
LA TERCERA
Mi nombre es Inquietud.
LA CUARTA
Mi nombre es Necesidad.
LAS TRES (Menos la INQUIETUD.)
La puerta está cerrada, no podemos entrar. Ahí vive un rico y no se nos deja paso.
INQUIETUD
Yo me convertiré en una sombra.
CULPA
Yo me extinguiré.
NECESIDAD
De mí apartan la vista, pues sólo la tienen acostumbrada a lo bueno.
INQUIETUD
Hermanas, ni podéis ni debéis entrar. La inquietud se deslizará por la cerradura.
(La INQUIETUD desaparece.)
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ESCASEZ
Hermanas canosas, marchaos de aquí.
CULPA
Iré detrás de ti, mas muy cerca.
NECESIDAD
Pisándote los talones te seguirá la Necesidad.
LAS TRES
Las nubes se disipan, las estrellas se extinguen. Allá atrás, allá atrás, desde la lejanía,
desde la lejanía,
de ahí viene nuestra hermana, la Muerte.
FAUSTO (En el palacio.)
Vi venir a cuatro, sólo tres se fueron. No entendí el sentido de sus palabras. Sonó algo
parecido a
«necesidad» o tal vez a «muerte». Era un sonido hueco, fantasmal y vaporoso. Todavía
no me he
abierto paso hasta mi liberación. Si pudiera quitar de mi paso toda la magia y olvidar
todos los
ensalmos, ante ti, Naturaleza, sólo habría un hombre, entonces merecería la pena ser un
hombre.
Eso es lo que era, antes de buscar en la oscuridad y condenar a la maldición, con palabras
sacrílegas, a
mí y al mundo. Ahora el aire está tan lleno de esos fantasmas que no se sabe cómo
evitarlos. Aun en los
días en que el cielo despejado me sonríe, la noche me enreda en una madeja de lúgubres
sueños. Vuelvo
de la pradera recientemente reverdecida y grazna un pájaro. ¿Qué nos anuncian sus
graznidos?
Infortunio. Tarde o temprano, enredado por la superstición, todo se convierte en sucesos
significativos,
todo son avisos, todo son presagios, y así atemorizado, estoy solo. La puerta rechina, pero
nadie entra.
(Atemorizado.) ¿Hay alguien ahí?
INQUIETUD
Esa pregunta reclama un sí.
FAUSTO
¿Quién eres tú?
INQUIETUD
Yo ya estoy aquí.
FAUSTO
¡Aléjate!
INQUIETUD
Estoy en el lugar que me corresponde.
565
FAUSTO (Hablando para sí, primero colérico, luego apaciguado.)
Andate con cuidado y no hagas conjuros.
INQUIETUD
Aunque ningún oído me escuche, tengo eco en los corazones y en ellos retumbaría. Con
una figura
transformada, ejerzo sobre ellos mi violencia. En los caminos de la tierra y sobre las olas
del mar, me
convierto en el horrible compañero que, aunque nunca se busca, siempre se encuentra y
soy tan adulado
como imprecado y maldito. ¿Nunca conociste la inquietud?
FAUSTO
Solo he recorrido el mundo y adquirí el placer por los cabellos; soltaba lo que no me
satisfacía y dejaba
correr aquello que no podía alcanzar. No he hecho otra cosa que tener deseos y
realizarlos, para luego
volver a desear, y así, poderoso, pasé mi tumultuosa vida; pero ahora procuro que esta
discurra con
sabiduría y prudencia. Ya el orbe me resulta suficientemente conocido. La visión del más
allá nos está
vedada. Es un insensato aquel que dirige allí la mirada deslumbrándose e imagina que su
igual está allí
entre las nubes. Que permanezca firme y mire sólo en derredor. Este mundo para el
hombre inteligente
no es mudo. ¿Para qué necesita él andar errante por la eternidad? Aquello que reconozca
se dejará aprehender.
¡Que prosiga así su camino durante la jornada de la vida! ¡Que continúe su marcha,
aunque los
espíritus se ciernan fantasmales! ¡Que en su avance él, descontento en todos los instantes,
se tope con el
sufrimiento y la fortuna!
INQUIETUD
A aquel que está en mi poder, el mundo no le sirve de nada. Una eterna oscuridad se
cierne sobre él. El
sol, para él, ni saldrá ni se pondrá, aunque sus sonidos externos estén en plenas
facultades; las tinieblas
habitarán en su interior. No podrá apoderarse de ningún tesoro. Tanto la fortuna como el
infortunio lo
turbarán, pasará hambre en la abundancia, tanto el placer como el pesar los remitirá al
mañana, y así
nunca estará satisfecho.
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566
567
FAUSTO
¡Basta ya! De esta manera no podrás atraparme. No quiero escuchar esas incongruencias.
¡Vete! Esa
nefasta letanía podría aturdir al más capaz de entre los hombres.
INQUIETUD
¿Debe ir? ¿Debe venir? Se ha hecho un irresoluto. Por un camino trillado anda a tientas y
vacilante. Se
va perdiendo y hundiendo cada vez más, las cosas las ve más y más complicadas, acaba
por hacerse
odioso para sí mismo y para los demás, respirando se ahoga, no está ahogado, pero está
privado de vida;
no está desesperado, pero tampoco se resigna. Es un imparable rodar, una dolorosa
renuncia, un deber
que repugna, mitad liberador, mitad opresivo, un sueño a medias, un mal descanso.
Colocadlo en su
sitio y preparadlo para el infierno.
FAUSTO
¡Fantasmas nefastos!, así tratáis mil veces al género humano. Incluso los días indiferentes
los
transformáis en un horrible revoltijo de cuitas encadenadas. Yo sé bien que uno se libra
difícilmente de
los tormentos. La estrecha ligadura de lo espiritual no se puede cortar. Pero yo no
reconoceré tu poder,
Inquietud, que te vas engrandeciendo.
INQUIETUD
Fíjate con qué rápidez me alejo de ti maldiciéndote. A lo largo de la vida los hombres
están ciegos,
ahora, Fausto vas a estarlo tú. (Le sopla en el rostro.)
FAUSTO (Cegado.)
La noche parece hacerse cada vez más oscura, pero en mi interior brilla una clara luz. Me
apresuro a
realizar aquello que imaginé. La palabra del señor es la única que tiene autoridad.
Servidores, poneos en
pie, salid del lecho uno por uno. Haced que pueda ver lo que audazmente concebí.
Empuñad las
herramientas, dad labor a vuestras palas y azadones. Lo propuesto debe ser cumplido de
inmediato. Un
orden estricto y una rápida actividad procuran la mejor de las recompensas. Para que la
obra más grande
de todas se realice, un solo ingenio les basta a mil manos.
568
GRAN PATIO DELANTE DEL PALACIO
(Iluminado con antorchas.)
MEFISTÓFELES (Como capataz, al frente de todos.)
Venid, venid aquí bamboleantes lémures, seres incompletos, seres formados por
ligamentos, tendones y
huesos.
LÉMURES (A coro.)
Nos ponemos de inmediato a tus órdenes y por lo que creemos entender, hemos de recibir
en posesión
unas amplias tierras. Ahí están las puntiagudas estacas, la larga para medir. Hemos
olvidado el motivo
por el que nos llamaron.
MEFISTÓFELES
No se trata de hacer ninguna obra de arte. Proceded según os permita vuestra naturaleza.
Que el más
alto de vosotros se tienda tan largo como sea y los otros despejad de hierba sus
alrededores. Como lo
hicieron para nuestros padres, haced un hoyo en forma de cuadrado alargado. Del palacio
hasta esta
estrecha morada, ved el desenlace tan estúpido que tiene todo.
LÉMURES (Cavando con gestos irónicos.)
Cuando era joven y vivía y amaba, me parecía que todo era dulce, allí donde sonaba
alegre la música y
había jolgorio, mis pies se empezaban a mover. Pero ahora, la edad tramposa me hirió
con su muleta y
me he golpeado contra la puerta de la tumba; por qué estaría abierta ahora.
FAUSTO (Saliendo del palacio, palpando a tientas el quicio de la puerta).
Cómo me agrada el ruido de los azadones. Es la multitud que trabaja a mi servicio, que
reconcilia a la
tierra consigo misma, que le pone límites a las olas y que retiene al mar con una sólida
atadura.
MEFISTÓFELES (Aparte.)
Tan sólo has trabajado para nosotros con tus diques y malecones, pues le estás
preparando a Neptuno, el
demonio de las aguas, un banquete. De todas maneras estáis perdidos. Los elementos
están
confabulados con nosotros y todo corre hacia su perdición.
FAUSTO
569
¡Capataz!
MEFISTÓFELES
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570
Aquí estoy.
FAUSTO
Reúne una multitud de obreros tan grande como sea posible, aliéntalos con ganancias y
rigor, págales,
atráelos, exprímelos. Cada día quiero tener noticias de cómo avanza la ya emprendida
obra del foso.
MEFISTÓFELES (A media voz.)
Si mis noticias no son inexactas, no se me habló de un foso, sino de una fosa.
FAUSTO
Ahora se extiende hasta el pie de la montaña una ciénaga que apesta todo lo que ya se ha
conseguido.
Cuando desagüemos esa charca pestilente, habremos alcanzado el más alto logro. Abro
espacios a
millones de hombres, espacios en los que tal vez no estén seguros, pero sí podrán estar
activos y libres.
La campiña es verde y fértil, los hombres y los rebaños se han aposentado en esta
novísima tierra junto
a la parte más sólida de esta colina levantada por un pueblo audaz y laborioso. Aquí en el
interior hay
un paraje paradisiaco, si allá afuera sube rauda la marea hasta el borde y con sus
dentelladas violentas
hace un boquete en el dique, se apresurarán a cerrarlo. Vivo entregado a esta idea, es la
culminación de
la sabiduría: sólo merece la vida y la libertad aquel que tiene que conquistarlas todos los
días. Y así,
rodeados de peligros, el niño, el adulto y el anciano viven provechosamente sus años.
Quiero ver una
multitud así, vivir en una tierra libre con un pueblo libre. Entonces podría decir a este
instante:
«Detente, eres tan bello». Así la huella de mis días no se perderá en los eones. En el
presentimiento de
esta gran alegría, disfruto, ahora, del instante supremo.
(FAUSTO cae de espaldas. LOS LÉMURES lo toman y lo colocan en el suelo.)
MEFISTÓFELES
No le sacia ningún placer, no le contenta ninguna felicidad, va sin cesar en busca de
formas cambiantes.
El pobre quiere apresar ese último, ese mísero, ese vano momento. El que tanto se me
opuso ha sido
vencido por el tiempo. El viejo yace en la arena. El reloj se ha parado.
571
CORO
Se ha parado. Está callado como la medianoche.
La ajorca cae.
MEFISTÓFELES
Cae. Todo está consumado.
CORO
Se ha acabado.
MEFISTÓFELES
¡Acabado!, ¡qué estúpida palabra! ¿Por qué acabado? Lo acabado y la pura nada son
exactamente lo
mismo. ¿Para qué nos sirve el eterno crear? Para que lo creado se disipe en la nada. ¿Qué
se puede decir
de algo si se ha acabado? Que es como si no hubiera existido y sin embargo circulara
como si existiese.
En lugar de ello, preferiría el vacío eterno.
SEPULTURA
LÉMUR (Solo.)
¿Quién construyó tan mal esta casa con palas y con azadones?
LOS LÉMURES (A coro.)
Para ti, enmohecido huésped con vestimenta de cáñamo, es incluso demasiado buena.
LÉMUR (Solo.)
¿Quién cuidó tan mal esta sala? ¿Dónde están la mesa y las sillas?
LOS LÉMURES
Las habían prestado por poco tiempo. Hay tantos acreedores...
MEFISTÓFELES
El cuerpo yace y si el espíritu quiere huir, le enseñaré el pacto escrito en sangre. Pero
desgraciadamente
hay tantos medios de robarle las almas al diablo. Por la vieja senda tropezábamos, por la
nueva tampoco
somos bienvenidos. En otro tiempo yo hubiera hecho esto solo, hoy tengo que recurrir a
la ayuda de
otros. Todo nos va mal. Costumbres tradicionales, antiguo derecho, ya no se puede
confiar en nada.
Antes el alma volaba con el último suspiro, yo me ponía al acecho y, ¡zas!, igual que hace
el gato con el
más ágil ratón, la tenía bien apresada en mis garras. Ahora vacila y se resiste a abandonar
el oscuro
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lugar, la repugnante morada que es el horrible cadáver. Hasta que al final los elementos,
que la odian, la
arrojan humillantemente de allí. Y aunque yo me pregunto durante horas y durante días
«¿Cuándo?»,
«¿Cómo?» y «¿Dónde?», lo lamentable es que la vieja muerte ha perdido su rápido poder.
Incluso es
dudoso, por mucho tiempo, si se está muerto o no. A menudo vi rígidos miembros y sólo
era una
apariencia, se movían, se reanimaban. (Haciendo fantásticos ademanes de conjuro, como
si fuera un
gastador.) Vamos pronto, redoblad el paso, vosotros los de los cuernos rectos y vosotros
los de los
cuernos retorcidos, diablos de antigua alcurnia, con vosotros traéis las fauces mismas del
infierno. Es
cierto que el infierno tiene muchas, muchas fauces, y engulle según conviene a la
condición y dignidad
de cada cual, pero en el último juego y, de aquí en adelante, no nos andaremos con tantos
remilgos.
(A la izquierda se abre la horrible boca del infierno.)
Los dientes puntiagudos rechinan, del abovedado abismo brota iracunda una tormenta de
fuego, y en la
hirviente humareda del fondo veo la ciudad de las llamas en perpetua incandescencia. El
rojo incendio
se precipita llegando hasta los dientes; algunos condenados, esperando la salvación,
llegan a nado, pero
la hiena los tritura colosalmente, y angustiosamente recorren de nuevo la ardiente vía. En
los rincones
queda aún por descubrir muchos horrores en un reducido espacio. Hacéis muy bien en
aterrar a los
pecadores, pues ellos tienen eso por mentira, engaño y sueño. (A los diablos gordinflones
de cuernos
cortos y rectos.) Gañanes ventrudos de carrillos ardientes, estáis enardecidos y bien
alimentados por el
azufre del infierno y tenéis el cuello corto e inmóvil como un leño. Mirad aquí abajo, por
si veis arder
fósforo: esta es la pequeña alma, psique con sus alas, si la priváis de ellas, queda
convertida en un
mísero gusano; quisiera imponerle mi sello, lleváosla al torbellino de fuego. Vigilad las
regiones inferiores,
cueros de vino, esa será vuestra misión. No se sabe bien si le gustará vivir allí. Le gustó
asentarse
en el ombligo, tened cuidado no se os vaya a escapar por allí. (A los diablos flacos de
cuernos
573
retorcidos.) Vosotros, atolondrados y grotescos gastadores, ensayad constantemente
asiendo el aire.
Mantened los brazos abiertos y enseñad vuestras afiladas garras, para que podáis apresar
a la voladora
fugitiva. Seguro que se siente mal en su antigua morada y el genio quiere subir en
seguida.
(UNA GLORIA baja desde la derecha.)
MILICIA CELESTE
Seguid, enviados,
criaturas del Cielo,
vuestro vuelo plácido
para salvar almas
y avivar el polvo.
Ese amable vuelo,
el noble flotar,
va dejando huella
por la Creación.
MEFISTÓFELES
Oigo sonidos discordantes, una cantinela desagradable, viene de arriba, junto con una
intempestiva
claridad diurna; son una mezcla de muchachas y jovenzuelos que resulta muy agradable
al gusto
santurrón. Sabéis que, en horas de profunda impiedad, planeamos la aniquilación del
género humano, lo
más miserable que hemos urdido se acomoda a su devoción. Ahí llegan con toda
hipocresía esos
muchachuelos. Así nos han arrebatado a alguno, luchan contra nosotros con nuestras
propias armas.
574
Ellos también son diablos, pero enmascarados. Perder este envite sería una vergüenza
eterna. Rodead la
tumba y manteneos firmes en sus bordes.
CORO DE ÁNGELES (Lanzando rosas.)
Rosas deslumbrantes
de aroma balsámico,
mientras vais flotando
dais secreta vida,
con tallos por alas
y hermosos capullos.
¡Floreced al fin!
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MEFISTÓFELES (A los demonios.)
¿Por qué os inclináis y os encogéis? ¿Es esa la costumbre del infierno? Manteneos firmes
aunque dejen
caer rosas. Cada cantárida a su capullo. Tal vez creen que apagarán el ardor de los diablos
con ese
derroche floral. Vuestro hálito las marchitará y ajará. Soplad ahora, sopladores. Basta,
basta. Ante
vuestras exhalaciones palidece todo el cortejo. No seáis tan violentos, tapaos la boca y la
nariz. Habéis
soplado demasiado fuerte, no conocéis la justa medida. Eso no sólo se ha arrugado, se
tuesta, se deseca,
prende. Ya flota despidiendo luminosas y envenenadas llamas. Hacedles frente, apretaos
con fuerza
todos unidos. La fuerza se va. Los diablos se dejan embriagar por extraños perfumes
lisonjeros.
CORO DE ÁNGELES
Gloriosas flores,
llamas gozosas,
cread amor,
dadnos placer.
Corazón, ábrete,
veraz palabra,
claridad del éter,
magno el ejército,
por siempre día.
MEFISTÓFELES
¡Que caiga la maldición y la vergüenza sobre esos imbéciles! ¡Los diablos están cabeza
abajo, los
gordos caen rodando y se precipitan a reculones en el infierno!
Que os aproveche el merecido baño caliente que os vais a dar, pero yo permaneceré en mi
puesto.
(Revolviéndose contra la lluvia de rosas.) ¡Atrás, fuegos fatuos! Tú, por muy vivo que
brilles, una vez
que se te atrapa no eres más que un fango viscoso. ¿Por qué revoloteas así? ¿Quieres
marcharte? Esto se
pega a mi nuca como si fuera pez o azufre.
CORO DE ÁNGELES
Lo que no os pertenece
lo tenéis que evitar.
Lo que os dé turbación
no lo habréis de sufrir.
Si penetra violento,
576
hemos de tener fuerza.
El amor deja entrar
solamente a quien ama.
MEFISTÓFELES
Me arde la cabeza, en el corazón y en el hígado ha prendido un elemento más poderoso
que el
diabólico, mucho más vivo que el fuego infernal. Por eso os lamentáis tanto, amantes
desairados que,
con el cuello torcido, buscáis a la mujer amada. Algo así me está pasando. ¿Qué me
obliga a mirar a ese
lado al que tengo juradas mis hostilidades? Esta visión me hería agudamente. ¿Se ha
apoderado
completamente de mí algo extraño? Me gusta ver a esos muchachos encantadores. ¿Qué
es lo que me
retiene, qué me impide huir?... Y si yo me dejo embaucar, ¿quién no será loco a partir de
ahora? Esos
muchachos de las nubes a quienes odio, me parecen ahora deliciosos. Bellos niños,
contadme: ¿no sois
de la estirpe de Lucifer? Sois muy bellos, la verdad es que me gustaría besaros, parece
como si llegarais
en el momento justo. Resulta todo tan agradable y tan natural como si lo hubiera visto ya
mil veces, es
todo como una caricia al sedoso pelaje de un gato. Cada vez que os miro os veo más
bellos, acercaos,
concededme tan solo una mirada.
LOS ÁNGELES
Estamos aquí, ¿por qué retrocedes? Nos acercamos a ti. Permanece, si puedes, en tu sitio.
(Los
ÁNGELES se extienden dominando todo el espacio.)
MEFISTÓFELES (Que ha sido repelido hasta el proscenio.)
Nos tacháis de espíritus réprobos cuando vosotros sois los auténticos brujos, pues seducís
al hombre y
la mujer. ¡Qué maldita aventura! ¿Es este el elemento del amor? Todo mi cuerpo está tan
enardecido
que apenas siento que me arde la nuca. Vais oscilando de aquí para allá, bajad, moved
vuestros nobles
miembros de un modo más mundano. Sin duda, la seriedad os sienta muy bien, pero me
gustaría veros
sonreír, sería para mí un placer eterno. Me gustaría una sonrisa como la de un enamorado,
con un ligero
pliegue en la boca. Tú, el más crecido, eres el que más me gusta, esas maneras clericales
no te van nada
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bien, mírame de un modo algo más lascivo. También podríais ir distinguidamente
desnudos. Ese largo
manto es excesivamente casto. Ahora se vuelven para dejarse ver por detrás. Esos pícaros
son muy
apetitosos.
LOS ÁNGELES
Id hacia la claridad
muy amorosas llamas,
a los que se condenan
los salva la verdad.
Así podrán del mal
alegres liberarse
y así todos unidos
ser bienaventurados.
MEFISTÓFELES
¿Qué me pasa? Como a Job, se me hacen llagas en las llagas. Soy como aquel que se
horrorizaba de sí
mismo y al mismo tiempo triunfaba cuando miraba a fondo, cuando tenía confianza en sí
mismo y su
linaje; se ha salvado la parte noble del diablo. El fantasma del amor se adueña de la piel.
Ya se han
extinguido las ominosas llamas y, como es propio de mí, os maldigo a todos juntos.
CORO DE ÁNGELES
Sois llamas sagradas.
A quien rodeáis
se empieza a sentir
bien con los más buenos.
Uníos, pues, todos.
Proclamad, alzaos.
El aire es hoy puro,
inhalad Espíritu.
(Se elevan llevándose la parte inmortal de FAUSTO.)
MEFISTÓFELES (Mirando en derredor.)
Pero... ¿cómo? ¿Adónde se han ido? Grupo de adolescentes, me has sorprendido, has
huido al Cielo
llevándote el botín, por eso bajaron al foso. He perdido un tesoro único; la noble alma
que se me dio en
prenda me ha sido sustraída en una distracción. ¿A quién podré apelar? ¿Quién me
restituirá lo que me
579
corresponde? Has sido engañado en los días de tu vejez, te lo has merecido, te irá
rematadamente mal.
Me he comportado vergonzosamente. He hecho un gran dispendio, ¡qué indignidad! Un
placer vulgar,
un deseo absurdo alteró al baqueteado diablo. Si el listo y experimentado diablo se ha
entretenido
con esta tonta locura, no es pequeña la estupidez que al fin se ha apoderado de él.
BARRANCOS
(Bosque, roca, soledad.)
(Santos anacoretas diseminados por la montaña
y acampados en las gargantas.)
CORO Y ECO
El bosque flota acercándose,
se siente el peso de las rocas,
las raíces se hunden en la tierra,
los troncos están agolpándose,
ola tras ola rompe aquí.
Somos protegidos por las grutas.
Los leones andan a tientas,
amistosos pasan de largo.
Respetar el lugar sagrado,
santo cobijo del amor.
PATER ECSTATICUS(Flota subiendo y bajando.)
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Eterno fuego de delicias,
fervoroso lazo de amor,
hirviente dolor en el pecho,
espumoso placer divino.
Flechas, atravesadme al fin.
Lanzas, haceos dueñas de mí.
Mazas, tenéis que desmembrarme.
Rayos, caed con toda furia.
Que todo lo vano se extinga,
así como todo lo efímero.
Que luzca la estrella perenne,
núcleo profundo del amor.
PATER PROFUNDUS (Región baja.)
Al igual que este barranco a mis pies
descansa sobre un abismo profundo,
mil arroyos corren brillantes
al precipicio del torrente.
Con vigor, por su propio impulso,
el tronco se yergue en el aire:
este es el poderoso amor
que todo lo alienta y lo forma.
Un zumbido horrible resuena,
como si bosque y suelo temblaran,
con todo, cae con un suave rumor
el caudal del arroyo en la garganta;
regar el valle será su misión.
El rayo ardiente se precipita
para que la atmósfera se despeje,
pues hay vapores tóxicos en ella.
Son mensajeros de amor y nos anuncian
lo que, rodeándonos, siempre actúa.
Quisiera que mi pecho se encendiera,
donde el espíritu confuso y frío
se atormenta, apresado en los sentidos
con estricta cadena de dolor.
Oh, Dios, apaga mis tribulaciones,
inunda ya de luz mi corazón
PATER SERAPHICUS (Región intermedia.)
¡Flota una nubecilla matinal
sobre la cabellera del abeto!
¿Presiento lo que vive en mi interior?
Es un coro de jóvenes espíritus.
581
CORO DE NIÑOS BIENAVENTURADOS
Padre, dinos adónde vamos,
dinos, gran bondad, quiénes somos.
Nosotros estamos felices,
nuestra existencia es agradable.
PATER SERAPHICUS
Niños nacidos a medianoche,
de alma y sentidos semiabiertos.
Pronto os perdieron vuestros padres
para ganancia angelical.
Presentís a quien os da amor,
por eso, acercaos aquí.
Mas de los caminos terrenos
nada sabéis, afortunados.
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Descended, pues, hasta mis ojos,
órgano terrestre y mundano.
Servíos, sin problema, de ellos.
y contemplad este paisaje.
(Va acogiendo a los niños en su interior.)
Esto son flores, eso árboles.
Un torrente se precipita
y con un poderoso salto
acorta la escarpada senda.
NIÑOS BIENAVENTURADOS (Desde dentro.)
Es un paraje imponente,
mas también tenebroso;
nos da miedo y horror,
déjanos salir, Padre.
PATER SERAPHICUS
Subid a esferas más altas,
creced y no daos cuenta,
y así de un modo puro,
Dios os dará la fuerza.
Pues así se alimentan
en el éter las almas:
revelando el amor
que da la salvación.
CORO DE NIÑOS BIENAVENTURADOS (Girando alrededor de las cumbres más
elevadas.)
Enlacemos las manos
en un alegre corro;
moveos y cantad
con sacros sentimientos.
Así aleccionados
podréis ya confiar.
Si a Él adoráis,
lo podréis ver al fin.
ÁNGELES (Flotando en una atmósfera más alta y llevándose la parte inmortal de
FAUSTO.)
Está salvada la parte más noble,
el espíritu está libre del mal.
583
«Quien siempre desea, aspira y lucha,
merece recibir la salvación.»
Y si el buen amor desde las alturas
toma además partido por su casa,
el coro de los bienaventurados,
acogedor, lo recibe en su seno.
LOS ÁNGELES JÓVENES
Estas rosas que trajeron las manos
de unas penitentes llenas de amor,
nos ayudaron en nuestra victoria
y a completar la sagrada labor
de ganar el tesoro que es esta alma.
Se apartó el Maligno al esparcirlas,
los demonios huyeron al tocarlas.
En lugar de las penas infernales,
sufrieron los tormentos del amor;
incluso el viejo y experto Satán
sintió profundo e intenso dolor.
¡Alegraos!, lo hemos conseguido.
UNOS ÁNGELES MÁS PERFECTOS
Nos queda un residuo terreno,
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y cargamos con él con pena,
y como si fuera de asbesto
dentro de él no hay pureza.
Cuando el poderoso espíritu
absorbió los elementos
y los hizo parte suya,
ningún ángel pudo nunca
escindir su doble ser.
Sólo el gran y eterno Amor
llegará a separarlo.
LOS ÁNGELES JÓVENES
Al igual que esa niebla
que rodea las peñas,
caen cual suave lluvia
gran cantidad de espíritus.
Las nubecillas se abren,
veo en movimiento
a bienaventurados,
libres ya de la tierra.
Reunidos en círculo
están ya disfrutando
de la flor y belleza
del mundo superior.
Que para empezar bien
y también mejorar
se una él a este grupo.
LOS NIÑOS BIENAVENTURADOS
Llenos de gran alegría
tomamos esta crisálida,
y así al fin obtenemos
una prenda angelical.
Quitadle los ropajes
vulgares que lo visten.
La santidad engrandece
y embellece su ser.
DOCTOR MARIANUS (Desde la celda más elevada y pura.)
La vista es aquí libre,
se ennoblece el espíritu.
Allí pasan mujeres
que a las alturas flotan.
En medio, la magnífica
585
Soberana del Cielo,
de estrellas coronada,
nos muestra su esplendor.
(Extasiado.)
Suprema reina del mundo,
déjame ver el azul
desplegado pabellón
del Cielo y tus misterios.
Aviva las aspiraciones
que ennoblecen al hombre,
pues las eleva a ti
con aliento amoroso.
Somos insuperables
cuando tú nos animas;
se aplaca nuestro ardor
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cuando tú lo mitigas.
Virgen pura y santísima,
Madre muy venerable,
eres reina entre todas
y similar a dioses.
A su alrededor
hay pequeñas nubes,
son las penitentes,
un afable grupo
que ante tus rodillas
está aspirando éter
e implora piedad.
Para ti, la Inviolable,
no es una prohibición
dar tu misericordia
a los ya seducidos.
Los caídos en la flaqueza
son difíciles de salvar.
¿Quién puede romper las cadenas
que pone la concupiscencia?
¿Quién evitará escurrir
por un suelo resbaladizo?
¿A quién no aturde una mirada
un saludo, una caricia?
(La MATER GLORIOSA avanza flotando.)
CORO DE PENITENTES
Te elevas a las alturas
de los reinos infinitos,
atiende ya nuestras súplicas,
Tú, mujer inigualable,
siempre presta a la piedad.
MAGNA PECCATRIX(San Lucas, 7, 36.)
Por el amor que hizo correr
lágrimas por los pies de tu Hijo,
aliviándolos como un bálsamo
587
a pesar de los fariseos.
Por el frasco que generoso
su perfume dejó caer.
Por los cabellos que, sedosos,
enjugaron los santos miembros.
MULIER SAMARITANA (San Juan, 4.)
Por el pozo al que en otros tiempos
Abraham llevó sus rebaños.
Por el cántaro que rozaron
los labios del gran Salvador.
Por el prístino manantial
que se desborda caudaloso,
eternamente claro y limpio,
a través de todos los mundos.
MARíA AEGYPTIACA (Acta Sanctorum.)
Por el consagrado lugar
donde el Señor fue sepultado.
Por el brazo que ante la puerta
me indicó que me detuviera.
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Por cuarenta años que pasé
de penitencia en el desierto.
Por la sagrada despedida
que dejé escrita en la arena.
LAS TRES
Tú, que no niegas cercanía
a las más grandes pecadoras
y que en los Cielos engrandeces
al que sincero se arrepiente.
Concede a esta noble alma
que se abandonó una vez
sin sospechar que se perdía
el perdón que se ha merecido.
UNA POENITENTIUM (Antes llamada Margarita, uniéndose a las otras).
Vuélvete, por favor,
Tú, inigualable,
Tú, siempre radiante,
vuelve tu rostro para mi fortuna.
Aquel al que amé,
ya despreocupado,
vuelve a mí de nuevo.
NIÑOS BIENAVENTURADOS (Acercándose haciendo círculos.)
Él ya nos aventaja
por sus potentes miembros.
Nos recompensará
por nuestra compañía.
Pronto nos apartamos
de los coros vitales,
mas este sí que sabe
y nos enseñará.
UNA POENITENTIUM (Antes llamada Margarita.)
Rodeado de estos nobles espíritus
apenas se reconoce a sí mismo;
no presiente aún su nueva vida,
ya se parece mucho a ese coro.
¡Cómo se despoja de lo terreno!
Se desprende de la vieja envoltura.
Con su nueva vestidura etérea
recupera su noble juventud.
Permite que yo sea su instructora.
589
Todavía están cegados sus ojos.
MATER GLORIOSA
Ven, elévate a mis esferas.
Te seguirá al presentirte.
DOCTOR MARIANUS (Adorando postrado.)
Alzad los ojos al Salvador,
tiernas almas, en arrepentimiento,
para así poder al fin transformaros
y sentir eterno agradecimiento.
Que los más nobles propósitos ya
se pongan para siempre a tu servicio.
Virgen, Madre, Suprema Soberana,
¡oh, Diosa!, Concédenos tu piedad.
CHORUS MYSTICUS
Todo lo que ha ocurrido
es sólo una parábola.
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590
Lo que es inalcanzable
se convierte en suceso.
Lo que es indescriptible
se ha realizado aquí.
Lo eterno-femenino.
nos permite avanzar.
FINIS
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591
592
Manifiesto del Partido Comunista
Tomado de
http://www.marxists.org/espanol/m-e/1840s/48-manif.htm
593
Tomado de
http://www.marxists.org/espanol/m-e/1840s/48-manif.htm
K. Marx & F. Engels
Manifiesto del Partido Comunista
(1848)
Digitalizado para el Marx-Engels Internet Archive por José F. Polanco en 1998.
Retranscrito para el Marxists Internet Archive por Juan R. Fajardo en 1999.
PRÓLOGOS DE MARX Y ENGELS A VARIAS
EDICIONES DEL MANIFIESTO
1
PRÓLOGO DE MARX Y ENGELS A LA
EDICIÓN ALEMANA DE 1872
La Liga Comunista, una organización obrera internacional, que en las circunstancias de
la época -huelga decirlo- sólo podía ser secreta, encargó a los abajo firmantes, en el
congreso celebrado en Londres en noviembre de 1847, la redacción de un detallado
programa teórico y práctico, destinado a la publicidad, que sirviese de programa del
partido. Así nació el Manifiesto, que se reproduce a continuación y cuyo original se
remitió a Londres para ser impreso pocas semanas antes de estallar la revolución de
febrero. Publicado primeramente en alemán, ha sido reeditado doce veces por los menos
en ese idioma en Alemania, Inglaterra y Norteamérica. La edición inglesa no vio la luz
hasta 1850, y se publicó en el Red Republican de Londres, traducido por miss Elena
Macfarlane, y en 1871 se editaron en Norteamérica no menos de tres traducciones
distintas. La versión francesa apareció por vez primera en París poco antes de la
insurrección de junio de 1848; últimamente ha vuelto a publicarse en Le Socialiste de
Nueva York, y se prepara una nueva traducción. La versión polaca apareció en Londres
594
poco después de la primera edición alemana. La traducción rusa vio la luz en Ginebra en
el año sesenta y tantos. Al danés se tradujo a poco de publicarse.
Por mucho que durante los últimos veinticinco años hayan cambiado las circunstancias,
los principios generales desarrollados en este Manifiesto siguen siendo substancialmente
exactos. Sólo tendría que retocarse algún que otro detalle. Ya el propio Manifiesto
advierte que la aplicación práctica de estos principios dependerá en todas partes y en todo
tiempo de las circunstancias históricas existentes, razón por la que no se hace especial
hincapié en las medidas revolucionarias propuestas al final del capítulo II. Si tuviésemos
que formularlo hoy, este pasaje presentaría un tenor distinto en muchos respectos. Este
programa ha quedado a trozos anticuado por efecto del inmenso desarrollo
experimentado por la gran industria en los últimos veinticinco años, con los consiguientes
progresos ocurridos en cuanto a la organización política de la clase obrera, y por el efecto
de las experiencias prácticas de la revolución de febrero en primer término, y sobre todo
de la Comuna de París, donde el proletariado, por vez primera, tuvo el Poder político en
sus manos por espacio de dos meses. La comuna ha demostrado, principalmente, que “la
clase obrera no puede limitarse a tomar posesión de la máquina del Estado en bloque,
poniéndola en marcha para sus propios fines”. (V. La guerra civil en Francia, alocución
del Consejo general de la Asociación Obrera Internacional, edición alemana, pág. 51,
donde se desarrolla ampliamente esta idea) . Huelga, asimismo, decir que la crítica de la
literatura socialista presenta hoy lagunas, ya que sólo llega hasta 1847, y, finalmente, que
las indicaciones que se hacen acerca de la actitud de los comunistas para con los diversos
partidos de la oposición (capítulo IV), aunque sigan siendo exactas en sus líneas
generales, están también anticuadas en lo que toca al detalle, por la sencilla razón de que
la situación política ha cambiado radicalmente y el progreso histórico ha venido a
eliminar del mundo a la mayoría de los partidos enumerados.
Sin embargo, el Manifiesto es un documento histórico, que nosotros no nos creemos ya
autorizados a modificar. Tal vez una edición posterior aparezca precedida de una
introducción que abarque el período que va desde 1847 hasta los tiempos actuales; la
presente reimpresión nos ha sorprendido sin dejarnos tiempo para eso.
Londres, 24 de junio de 1872.
K. MARX. F. ENGELS.
2
PROLOGO DE ENGELS A LA EDICION
ALEMANA DE 1883
595
Desgraciadamente, al pie de este prólogo a la nueva edición del Manifiesto ya sólo
aparecerá mi firma. Marx, ese hombre a quien la clase obrera toda de Europa y América
debe más que a hombre alguno, descansa en el cementerio de Highgate, y sobre su tumba
crece ya la primera hierba. Muerto él, sería doblemente absurdo pensar en revisar ni en
ampliar el Manifiesto. En cambio, me creo obligado, ahora más que nunca, a consignar
aquí, una vez más, para que quede bien patente, la siguiente afirmación:
La idea central que inspira todo el Manifiesto, a saber: que el régimen económico de la
producción y la estructuración social que de él se deriva necesariamente en cada época
histórica constituye la base sobre la cual se asienta la historia política e intelectual de esa
época, y que, por tanto, toda la historia de la sociedad -una vez disuelto el primitivo
régimen de comunidad del suelo- es una historia de luchas de clases, de luchas entre
clases explotadoras y explotadas, dominantes y dominadas, a tono con las diferentes fases
del proceso social, hasta llegar a la fase presente, en que la clase explotada y oprimida -el
proletariado- no puede ya emanciparse de la clase que la explota y la oprime -de la
burguesía- sin emancipar para siempre a la sociedad entera de la opresión, la explotación
y las luchas de clases; esta idea cardinal fue fruto personal y exclusivo de Marx .
Y aunque ya no es la primera vez que lo hago constar, me ha parecido oportuno dejarlo
estampado aquí, a la cabeza del Manifiesto.
Londres, 28 junio 1883.
F. ENGELS.
3
PRÓLOGO DE ENGELS A LA
EDICIÓN ALEMANA DE 1890
Ve la luz una nueva edición alemana del Manifiesto cuando han ocurrido desde la última
diversos sucesos relacionados con este documento que merecen ser mencionados aquí.
En 1882 se publicó en Ginebra una segunda traducción rusa, de Vera Sasulich , precedida
de un prologo de Marx y mío. Desgraciadamente, se me ha extraviado el original alemán
de este prólogo y no tengo más remedio que volver a traducirlo del ruso, con lo que el
lector no saldrá ganando nada. El prólogo dice así:
“La primera edición rusa del Manifiesto del Partido Comunista, traducido por Bakunin,
vio la luz poco después de 1860 en la imprenta del Kolokol. En los tiempos que corrían,
596
esta publicación no podía tener para Rusia, a lo sumo, más que un puro valor literario de
curiosidad. Hoy las cosas han cambiado. El último capítulo del Manifiesto, titulado
“Actitud de los comunistas ante los otros partidos de la oposición”, demuestra mejor que
nada lo limitada que era la zona en que, al ver la luz por vez primera este documento
(enero de 1848), tenía que actuar el movimiento proletario. En esa zona faltaban,
principalmente, dos países: Rusia y los Estados Unidos. Era la época en que Rusia
constituía la última reserva magna de la reacción europea y en que la emigración a los
Estados Unidos absorbía las energías sobrantes del proletariado de Europa. Ambos
países proveían a Europa de primeras materias, a la par que le brindaban mercados para
sus productos industriales. Ambos venían a ser, pues, bajo uno u otro aspecto, pilares del
orden social europeo.
Hoy las cosas han cambiado radicalmente. La emigración europea sirvió precisamente
para imprimir ese gigantesco desarrollo a la agricultura norteamericana, cuya
concurrencia está minando los cimientos de la grande y la pequeña propiedad inmueble
de Europa. Además, ha permitido a los Estados Unidos entregarse a la explotación de sus
copiosas fuentes industriales con tal energía y en proporciones tales, que dentro de poco
echará por tierra el monopolio industrial de que hoy disfruta la Europa occidental. Estas
dos circunstancias repercuten a su vez revolucionariamente sobre la propia América. La
pequeña y mediana propiedad del granjero que trabaja su propia tierra sucumbe
progresivamente ante la concurrencia de las grandes explotaciones, a la par que en las
regiones industriales empieza a formarse un copioso proletariado y una fabulosa
concentración de capitales.
Pasemos ahora a Rusia. Durante la sacudida revolucionaria de los años 48 y 49, los
monarcas europeos, y no sólo los monarcas, sino también los burgueses, aterrados ante el
empuje del proletariado, que empezaba a, cobrar por aquel entonces conciencia de su
fuerza, cifraban en la intervención rusa todas sus esperanzas. El zar fue proclamado
cabeza de la reacción europea. Hoy, este mismo zar se ve apresado en Gatchina como
rehén de la revolución y Rusia forma la avanzada del movimiento revolucionario de
Europa.
El Manifiesto Comunista se proponía por misión proclamar la desaparición inminente e
inevitable de la propiedad burguesa en su estado actual. Pero en Rusia nos encontramos
con que, coincidiendo con el orden capitalista en febril desarrollo y la propiedad burguesa
del suelo que empieza a formarse, más de la mitad de la tierra es propiedad común de los
campesinos.
Ahora bien -nos preguntamos-, ¿puede este régimen comunal del concejo ruso, que es ya,
sin duda, una degeneración del régimen de comunidad primitiva de la tierra, trocarse
directamente en una forma más alta de comunismo del suelo, o tendrá que pasar
necesariamente por el mismo proceso previo de descomposición que nos revela la historia
del occidente de Europa?
La única contestación que, hoy por hoy, cabe dar a esa pregunta, es la siguiente: Si la
revolución rusa es la señal para la revolución obrera de Occidente y ambas se completan
597
formando una unidad, podría ocurrir que ese régimen comunal ruso fuese el punto de
partida para la implantación de una nueva forma comunista de la tierra.
Londres, 21 enero 1882.”
Por aquellos mismos días, se publicó en Ginebra una nueva traducción polaca con este
título: Manifest Kommunistyczny.
Asimismo, ha aparecido una nueva traducción danesa, en la “Socialdemokratisk
Bibliothek, Köjbenhavn 1885”. Es de lamentar que esta traducción sea incompleta; el
traductor se saltó, por lo visto, aquellos pasajes, importantes muchos de ellos, que le
parecieron difíciles; además, la versión adolece de precipitaciones en una serie de
lugares, y es una lástima, pues se ve que, con un poco más de cuidado, su autor habría
realizado un trabajo excelente.
En 1886 apareció en Le Socialiste de París una nueva traducción francesa, la mejor de
cuantas han visto la luz hasta ahora .
Sobre ella se hizo en el mismo año una versión española, publicada primero en El
Socialista de Madrid y luego, en tirada aparte, con este título: Manifiesto del Partido
Comunista, por Carlos Marx y F. Engels (Madrid, Administración de El Socialista,
Hernán Cortés, 8).
Como detalle curioso contaré que en 1887 fue ofrecido a un editor de Constantinopla el
original de una traducción armenia; pero el buen editor no se atrevió a lanzar un folleto
con el nombre de Marx a la cabeza y propuso al traductor publicarlo como obra original
suya, a lo que éste se negó.
Después de haberse reimpreso repetidas veces varias traducciones norteamericanas más
o menos incorrectas, al fin, en 1888, apareció en Inglaterra la primera versión auténtica,
hecha por mi amigo Samuel Moore y revisada por él y por mí antes de darla a las prensas.
He aquí el título: Manifesto of the Communist Party, by Karl Marx and Frederick Engels.
Authorised English Translation, edited and annotated by Frederíck Engels. 1888. London,
William Reeves, 185 Flett St. E. C. Algunas de las notas de esta edición acompañan a la
presente.
El Manifiesto ha tenido sus vicisitudes. Calurosamente acogido a su aparición por la
vanguardia, entonces poco numerosa, del socialismo científico -como lo demuestran las
diversas traducciones mencionadas en el primer prólogo-, no tardó en pasar a segundo
plano, arrinconado por la reacción que se inicia con la derrota de los obreros parisienses
en junio de 1848 y anatematizado, por último, con el anatema de la justicia al ser
condenados los comunistas por el tribunal de Colonia en noviembre de 1852. Al
abandonar la escena Pública, el movimiento obrero que la revolución de febrero había
iniciado, queda también envuelto en la penumbra el Manifiesto.
598
Cuando la clase obrera europea volvió a sentirse lo bastante fuerte para lanzarse de nuevo
al asalto contra las clases gobernantes, nació la Asociación Obrera Internacional. El fin
de esta organización era fundir todas las masas obreras militantes de Europa y América
en un gran cuerpo de ejército. Por eso, este movimiento no podía arrancar de los
principios sentados en el Manifiesto. No había más remedio que darle un programa que
no cerrase el paso a las tradeuniones inglesas, a los proudhonianos franceses, belgas,
italianos y españoles ni a los partidarios de Lassalle en Alemania . Este programa con las
normas directivas para los estatutos de la Internacional, fue redactado por Marx con una
maestría que hasta el propio Bakunin y los anarquistas hubieron de reconocer. En cuanto
al triunfo final de las tesis del Manifiesto, Marx ponía toda su confianza en el desarrollo
intelectual de la clase obrera, fruto obligado de la acción conjunta y de la discusión. Los
sucesos y vicisitudes de la lucha contra el capital, y más aún las derrotas que las victorias,
no podían menos de revelar al proletariado militante, en toda su desnudez, la
insuficiencia de los remedios milagreros que venían empleando e infundir a sus cabezas
una mayor claridad de visión para penetrar en las verdaderas condiciones que habían de
presidir la emancipación obrera. Marx no se equivocaba. Cuando en 1874 se disolvió la
Internacional, la clase obrera difería radicalmente de aquella con que se encontrara al
fundarse en 1864. En los países latinos, el proudhonianismo agonizaba, como en
Alemania lo que había de específico en el partido de Lassalle, y hasta las mismas
tradeuniones inglesas, conservadoras hasta la médula, cambiaban de espíritu, permitiendo
al presidente de su congreso, celebrado en Swansea en 1887, decir en nombre suyo: “El
socialismo continental ya no nos asusta”. Y en 1887 el socialismo continental se cifraba
casi en los principios proclamados por el Manifiesto. La historia de este documento
refleja, pues, hasta cierto punto, la historia moderna del movimiento obrero desde 1848.
En la actualidad es indudablemente el documento más extendido e internacional de toda
la literatura socialista del mundo, el programa que une a muchos millones de trabajadores
de todos los países, desde Siberia hasta California.
Y, sin embargo, cuando este Manifiesto vio la luz, no pudimos bautizarlo de Manifiesto
socialista. En 1847, el concepto de “socialista” abarcaba dos categorías de personas. Unas
eran las que abrazaban diversos sistemas utópicos, y entre ellas se destacaban los
owenistas en Inglaterra, y en Francia los fourieristas, que poco a poco habían ido
quedando reducidos a dos sectas agonizantes. En la otra formaban los charlatanes
sociales de toda laya, los que aspiraban a remediar las injusticias de la sociedad con sus
potingues mágicos y con toda serie de remiendos, sin tocar en lo más mínimo, claro está,
al capital ni a la ganancia. Gentes unas y otras ajenas al movimiento obrero, que iban a
buscar apoyo para sus teorías a las clases “cultas”. El sector obrero que, convencido de la
insuficiencia y superficialidad de las meras conmociones políticas, reclamaba una radical
transformación de la sociedad, se apellidaba comunista. Era un comunismo toscamente
delineado, instintivo, vago, pero lo bastante pujante para engendrar dos sistemas
utópicos: el del “ícaro” Cabet en Francia y el de Weitling en Alemania. En 1847, el
“socialismo” designaba un movimiento burgués, el “comunismo” un movimiento obrero.
El socialismo era, a lo menos en el continente, una doctrina presentable en los salones; el
comunismo, todo lo contrario. Y como en nosotros era ya entonces firme la convicción
de que “la emancipación de los trabajadores sólo podía ser obra de la propia clase
599
obrera”, no podíamos dudar en la elección de título. Más tarde no se nos pasó nunca por
las mentes tampoco modificarlo.
“¡Proletarios de todos los países, uníos!” Cuando hace cuarenta y dos años lanzamos al
mundo estas palabras, en vísperas de la primera revolución de París, en que el
proletariado levantó ya sus propias reivindicaciones, fueron muy pocas las voces que
contestaron. Pero el 28 de septiembre de 1864, los representantes proletarios de la
mayoría de los países del occidente de Europa se reunían para formar la Asociación
Obrera Internacional, de tan glorioso recuerdo. Y aunque la Internacional sólo tuviese
nueve años de vida, el lazo perenne de unión entre los proletarios de todos los países
sigue viviendo con más fuerza que nunca; así lo atestigua, con testimonio irrefutable, el
día de hoy. Hoy, primero de Mayo, el proletariado europeo y americano pasa revista por
vez primera a sus contingentes puestos en pie de guerra como un ejército único, unido
bajo una sola bandera y concentrado en un objetivo: la jornada normal de ocho horas, que
ya proclamara la Internacional en el congreso de Ginebra en 1889, y que es menester
elevar a ley. El espectáculo del día de hoy abrirá los ojos a los capitalistas y a los grandes
terratenientes de todos los países y les hará ver que la unión de los proletarios del mundo
es ya un hecho.
¡Ya Marx no vive, para verlo, a mi lado!
Londres, 1 de mayo de 1890.
F. ENGELS.
4
PRÓLOGO DE ENGELS A LA
EDICIÓN POLACA DE 1892
La necesidad de reeditar la versión polaca del Manifiesto Comunista, requiere un
comentario.
Ante todo, el Manifiesto ha resultado ser, como se proponía, un medio para poner de
relieve el desarrollo de la gran industria en Europa. Cuando en un país, cualquiera que él
sea, se desarrolla la gran industria brota al mismo tiempo entre los obreros industriales el
deseo de explicarse sus relaciones como clase, como la clase de los que viven del trabajo,
con la clase de los que viven de la propiedad. En estas circunstancias, las ideas
socialistas se extienden entre los trabajadores y crece la demanda del Manifiesto
Comunista. En este sentido, el número de ejemplares del Manifiesto que circulan en un
idioma dado nos permite apreciar bastante aproximadamente no sólo las condiciones del
movimiento obrero de clase en ese país, sino también el grado de desarrollo alcanzado en
él por la gran industria.
600
La necesidad de hacer una nueva edición en lengua polaca acusa, por tanto, el continuo
proceso de expansión de la industria en Polonia. No puede caber duda acerca de la
importancia de este proceso en el transcurso de los diez años que han mediado desde la
aparición de la edición anterior. Polonia se ha convertido en una región industrial en gran
escala bajo la égida del Estado ruso.
Mientras que en la Rusia propiamente dicha la gran industria sólo se ha ido manifestando
esporádicamente (en las costas del golfo de Finlandia, en las provincias centrales de
Moscú y Vladimiro, a lo largo de las costas del mar Negro y del mar de Azov), la
industria polaca se ha concentrado dentro de los confines de un área limitada,
experimentando a la par las ventajas y los inconvenientes de su situación. Estas ventajas
no pasan inadvertidas para los fabricantes rusos; por eso alzan el grito pidiendo aranceles
protectores contra las mercancías polacas, a despecho de su ardiente anhelo de
rusificación de Polonia. Los inconvenientes (que tocan por igual los industriales polacos
y el Gobierno ruso) consisten en la rápida difusión de las ideas socialistas entre los
obreros polacos y en una demanda sin precedente del Manifiesto Comunista.
El rápido desarrollo de la industria polaca (que deja atrás con mucho a la de Rusia) es una
clara prueba de las energías vitales inextinguibles del pueblo polaco y una nueva garantía
de su futuro renacimiento. La creación de una Polonia fuerte e independiente no interesa
sólo al pueblo polaco, sino a todos y cada uno de nosotros. Sólo podrá establecerse una
estrecha colaboración entre los obreros todos de Europa si en cada país el pueblo es
dueño dentro de su propia casa. Las revoluciones de 1848 que, aunque reñidas bajo la
bandera del proletariado, solamente llevaron a los obreros a la lucha para sacar las
castañas del fuego a la burguesía, acabaron por imponer, tomando por instrumento a
Napoleón y a Bismarck (a los enemigos de la revolución), la independencia de Italia,
Alemania y Hungría. En cambio, a Polonia, que en 1791 hizo por la causa revolucionaria
más que estos tres países juntos, se la dejó sola cuando en 1863 tuvo que enfrentarse con
el poder diez veces más fuerte de Rusia.
La nobleza polaca ha sido incapaz para mantener, y lo será también para restaurar, la
independencia de Polonia. La burguesía va sintiéndose cada vez menos interesada en este
asunto. La independencia polaca sólo podrá ser conquistada por el proletariado joven, en
cuyas manos está la realización de esa esperanza. He ahí por qué los obreros del
occidente de Europa no están menos interesados en la liberación de Polonia que los
obreros polacos mismos.
Londres, 10 de febrero 1892.
F. ENGELS
601
5
PRÓLOGO DE ENGELS A LA
EDICIÓN ITALIANA DE 1893
La publicación del Manifiesto del Partido Comunista coincidió (si puedo expresarme así),
con el momento en que estallaban las revoluciones de Milán y de Berlín, dos
revoluciones que eran el alzamiento de dos pueblos: uno enclavado en el corazón del
continente europeo y el otro tendido en las costas del mar Mediterráneo. Hasta ese
momento, estos dos pueblos, desgarrados por luchas intestinas y guerras civiles, habían
sido presa fácil de opresores extranjeros. Y del mismo modo que Italia estaba sujeta al
dominio del emperador de Austria, Alemania vivía, aunque esta sujeción fuese menos
patente, bajo el yugo del zar de todas las Rusias. La revolución del 18 de marzo
emancipó a Italia y Alemania al mismo tiempo de este vergonzoso estado de cosas. Si
después, durante el período que va de 1848 a 1871, estas dos grandes naciones
permitieron que la vieja situación fuese restaurada, haciendo hasta cierto punto de
“traidores de sí mismas”, se debió (como dijo Marx) a que los mismos que habían
inspirado la revolución de 1848 se convirtieron, a despecho suyo, en sus verdugos.
La revolución fue en todas partes obra de las clases trabajadoras: fueron los obreros
quienes levantaron las barricadas y dieron sus vidas luchando por la causa. Sin embargo,
solamente los obreros de París, después de derribar el Gobierno, tenían la firme y
decidida intención de derribar con él a todo el régimen burgués. Pero, aunque abrigaban
una conciencia muy clara del antagonismo irreductible que se alzaba entre su propia clase
y la burguesía, el desarrollo económico del país y el desarrollo intelectual de las masas
obreras francesas no habían alcanzado todavía el nivel necesario para que pudiese triunfar
una revolución socialista. Por eso, a la postre, los frutos de la revolución cayeron en el
regazo de la clase capitalista. En otros países, como en Italia, Austria y Alemania, los
obreros se limitaron desde el primer momento de la revolución a ayudar a la burguesía a
tomar el Poder. En cada uno de estos países el gobierno de la burguesía sólo podía
triunfar bajo la condición de la independencia nacional. Así se explica que las
revoluciones del año 1848 condujesen inevitablemente a la unificación de los pueblos
dentro de las fronteras nacionales y a su emancipación del yugo extranjero, condiciones
que, hasta allí, no habían disfrutado. Estas condiciones son hoy realidad en Italia, en
Alemania y en Hungría. Y a estos países seguirá Polonia cuando la hora llegue.
Aunque las revoluciones de 1848 no tenían carácter socialista, prepararon, sin embargo,
el terreno para el advenimiento de la revolución del socialismo. Gracias al poderoso
impulso que estas revoluciones imprimieron a la gran producción en todos los países, la
sociedad burguesa ha ido creando durante los últimos cuarenta y cinco años un vasto,
unido y potente proletariado, engendrando con él (como dice el Manifiesto Comunista) a
sus propios enterradores. La unificación internacional del proletariado no hubiera sido
posible, ni la colaboración sobria y deliberada de estos países en el logro de fines
generales, si antes no hubiesen conquistado la unidad y la independencia nacionales, si
hubiesen seguido manteniéndose dentro del aislamiento.
602
Intentemos representarnos, si podemos, el papel que hubieran hecho los obreros italianos,
húngaros, alemanes, polacos y rusos luchando por su unión internacional bajo las
condiciones políticas que prevalecían hacia el año 1848.
Las batallas reñidas en el 48 no fueron, pues, reñidas en balde. Ni han sido vividos
tampoco en balde los cuarenta y cinco años que nos separan de la época revolucionaria.
Los frutos de aquellos días empiezan a madurar, y hago votos porque la publicación de
esta traducción italiana del Manifiesto sea heraldo del triunfo del proletariado italiano,
como la publicación del texto primitivo lo fue de la revolución internacional.
El Manifiesto rinde el debido homenaje a los servicios revolucionarios prestados en otro
tiempo por el capitalismo. Italia fue la primera nación que se convirtió en país
capitalista. El ocaso de la Edad Media feudal y la aurora de la época capitalista
contemporánea vieron aparecer en escena una figura gigantesca. Dante fue al mismo
tiempo el último poeta de la Edad Media y el primer poeta de la nueva era. Hoy, como
en 1300, se alza en el horizonte una nueva época. ¿Dará Italia al mundo otro Dante, capaz
de cantar el nacimiento de la nueva era, de la era proletaria?
Londres, 1 de febrero de 1893.
F. ENGELS
Manifiesto del Partido Comunista
Por
K. Marx & F. Engels
Un espectro se cierne sobre Europa: el espectro del comunismo. Contra este espectro se
han conjurado en santa jauría todas las potencias de la vieja Europa, el Papa y el zar,
Metternich y Guizot, los radicales franceses y los polizontes alemanes.
No hay un solo partido de oposición a quien los adversarios gobernantes no motejen de
comunista, ni un solo partido de oposición que no lance al rostro de las oposiciones más
603
avanzadas, lo mismo que a los enemigos reaccionarios, la acusación estigmatizante de
comunismo.
De este hecho se desprenden dos consecuencias:
La primera es que el comunismo se halla ya reconocido como una potencia por todas las
potencias europeas.
La segunda, que es ya hora de que los comunistas expresen a la luz del día y ante el
mundo entero sus ideas, sus tendencias, sus aspiraciones, saliendo así al paso de esa
leyenda del espectro comunista con un manifiesto de su partido.
Con este fin se han congregado en Londres los representantes comunistas de diferentes
países y redactado el siguiente Manifiesto, que aparecerá en lengua inglesa, francesa,
alemana, italiana, flamenca y danesa.
I
BURGUESES Y PROLETARIOS
Toda la historia de la sociedad humana, hasta la actualidad , es una historia de luchas de
clases.
Libres y esclavos, patricios y plebeyos, barones y siervos de la gleba, maestros y
oficiales; en una palabra, opresores y oprimidos, frente a frente siempre, empeñados en
una lucha ininterrumpida, velada unas veces, y otras franca y abierta, en una lucha que
conduce en cada etapa a la transformación revolucionaria de todo el régimen social o al
exterminio de ambas clases beligerantes.
En los tiempos históricos nos encontramos a la sociedad dividida casi por doquier en una
serie de estamentos , dentro de cada uno de los cuales reina, a su vez, una nueva jerarquía
social de grados y posiciones. En la Roma antigua son los patricios, los équites, los
plebeyos, los esclavos; en la Edad Media, los señores feudales, los vasallos, los maestros
y los oficiales de los gremios, los siervos de la gleba, y dentro de cada una de esas clases
todavía nos encontramos con nuevos matices y gradaciones.
La moderna sociedad burguesa que se alza sobre las ruinas de la sociedad feudal no ha
abolido los antagonismos de clase. Lo que ha hecho ha sido crear nuevas clases, nuevas
condiciones de opresión, nuevas modalidades de lucha, que han venido a sustituir a las
antiguas.
Sin embargo, nuestra época, la época de la burguesía, se caracteriza por haber
simplificado estos antagonismos de clase. Hoy, toda la sociedad tiende a separarse, cada
604
vez más abiertamente, en dos grandes campos enemigos, en dos grandes clases
antagónicas: la burguesía y el proletariado.
De los siervos de la gleba de la Edad Media surgieron los “villanos” de las primeras
ciudades; y estos villanos fueron el germen de donde brotaron los primeros elementos de
la burguesía.
El descubrimiento de América, la circunnavegación de Africa abrieron nuevos horizontes
e imprimieron nuevo impulso a la burguesía. El mercado de China y de las Indias
orientales, la colonización de América, el intercambio con las colonias, el incremento de
los medios de cambio y de las mercaderías en general, dieron al comercio, a la
navegación, a la industria, un empuje jamás conocido, atizando con ello el elemento
revolucionario que se escondía en el seno de la sociedad feudal en descomposición.
El régimen feudal o gremial de producción que seguía imperando no bastaba ya para
cubrir las necesidades que abrían los nuevos mercados. Vino a ocupar su puesto la
manufactura. Los maestros de los gremios se vieron desplazados por la clase media
industrial, y la división del trabajo entre las diversas corporaciones fue suplantada por la
división del trabajo dentro de cada taller.
Pero los mercados seguían dilatándose, las necesidades seguían creciendo. Ya no bastaba
tampoco la manufactura. El invento del vapor y la maquinaria vinieron a revolucionar el
régimen industrial de producción. La manufactura cedió el puesto a la gran industria
moderna, y la clase media industrial hubo de dejar paso a los magnates de la industria,
jefes de grandes ejércitos industriales, a los burgueses modernos.
La gran industria creó el mercado mundial, ya preparado por el descubrimiento de
América. El mercado mundial imprimió un gigantesco impulso al comercio, a la
navegación, a las comunicaciones por tierra. A su vez, estos, progresos redundaron
considerablemente en provecho de la industria, y en la misma proporción en que se
dilataban la industria, el comercio, la navegación, los ferrocarriles, se desarrollaba la
burguesía, crecían sus capitales, iba desplazando y esfumando a todas las clases
heredadas de la Edad Media.
Vemos, pues, que la moderna burguesía es, como lo fueron en su tiempo las otras clases,
producto de un largo proceso histórico, fruto de una serie de transformaciones radicales
operadas en el régimen de cambio y de producción.
A cada etapa de avance recorrida por la burguesía corresponde una nueva etapa de
progreso político. Clase oprimida bajo el mando de los señores feudales, la burguesía
forma en la “comuna” una asociación autónoma y armada para la defensa de sus
intereses; en unos sitios se organiza en repúblicas municipales independientes; en otros
forma el tercer estado tributario de las monarquías; en la época de la manufactura es el
contrapeso de la nobleza dentro de la monarquía feudal o absoluta y el fundamento de las
grandes monarquías en general, hasta que, por último, implantada la gran industria y
abiertos los cauces del mercado mundial, se conquista la hegemonía política y crea el
605
moderno Estado representativo. Hoy, el Poder público viene a ser, pura y simplemente,
el Consejo de administración que rige los intereses colectivos de la clase burguesa.
La burguesía ha desempeñado, en el transcurso de la historia, un papel verdaderamente
revolucionario.
Dondequiera que se instauró, echó por tierra todas las instituciones feudales, patriarcales
e idílicas. Desgarró implacablemente los abigarrados lazos feudales que unían al hombre
con sus superiores naturales y no dejó en pie más vínculo que el del interés escueto, el del
dinero contante y sonante, que no tiene entrañas. Echó por encima del santo temor de
Dios, de la devoción mística y piadosa, del ardor caballeresco y la tímida melancolía del
buen burgués, el jarro de agua helada de sus cálculos egoístas. Enterró la dignidad
personal bajo el dinero y redujo todas aquellas innumerables libertades escrituradas y
bien adquiridas a una única libertad: la libertad ilimitada de comerciar. Sustituyó, para
decirlo de una vez, un régimen de explotación, velado por los cendales de las ilusiones
políticas y religiosas, por un régimen franco, descarado, directo, escueto, de explotación.
La burguesía despojó de su halo de santidad a todo lo que antes se tenía por venerable y
digno de piadoso acontecimiento. Convirtió en sus servidores asalariados al médico, al
jurista, al poeta, al sacerdote, al hombre de ciencia.
La burguesía desgarró los velos emotivos y sentimentales que envolvían la familia y puso
al desnudo la realidad económica de las relaciones familiares .
La burguesía vino a demostrar que aquellos alardes de fuerza bruta que la reacción tanto
admira en la Edad Media tenían su complemento cumplido en la haraganería más
indolente. Hasta que ella no lo reveló no supimos cuánto podía dar de sí el trabajo del
hombre. La burguesía ha producido maravillas mucho mayores que las pirámides de
Egipto, los acueductos romanos y las catedrales góticas; ha acometido y dado cima a
empresas mucho más grandiosas que las emigraciones de los pueblos y las cruzadas.
La burguesía no puede existir si no es revolucionando incesantemente los instrumentos de
la producción, que tanto vale decir el sistema todo de la producción, y con él todo el
régimen social. Lo contrario de cuantas clases sociales la precedieron, que tenían todas
por condición primaria de vida la intangibilidad del régimen de producción vigente. La
época de la burguesía se caracteriza y distingue de todas las demás por el constante y
agitado desplazamiento de la producción, por la conmoción ininterrumpida de todas las
relaciones sociales, por una inquietud y una dinámica incesantes. Las relaciones
inconmovibles y mohosas del pasado, con todo su séquito de ideas y creencias viejas y
venerables, se derrumban, y las nuevas envejecen antes de echar raíces. Todo lo que se
creía permanente y perenne se esfuma, lo santo es profanado, y, al fin, el hombre se ve
constreñido, por la fuerza de las cosas, a contemplar con mirada fría su vida y sus
relaciones con los demás.
606
La necesidad de encontrar mercados espolea a la burguesía de una punta o otra del
planeta. Por todas partes anida, en todas partes construye, por doquier establece
relaciones.
La burguesía, al explotar el mercado mundial, da a la producción y al consumo de todos
los países un sello cosmopolita. Entre los lamentos de los reaccionarios destruye los
cimientos nacionales de la industria. Las viejas industrias nacionales se vienen a tierra,
arrolladas por otras nuevas, cuya instauración es problema vital para todas las naciones
civilizadas; por industrias que ya no transforman como antes las materias primas del país,
sino las traídas de los climas más lejanos y cuyos productos encuentran salida no sólo
dentro de las fronteras, sino en todas las partes del mundo. Brotan necesidades nuevas
que ya no bastan a satisfacer, como en otro tiempo, los frutos del país, sino que reclaman
para su satisfacción los productos de tierras remotas. Ya no reina aquel mercado local y
nacional que se bastaba así mismo y donde no entraba nada de fuera; ahora, la red del
comercio es universal y en ella entran, unidas por vínculos de interdependencia, todas las
naciones. Y lo que acontece con la producción material, acontece también con la del
espíritu. Los productos espirituales de las diferentes naciones vienen a formar un acervo
común. Las limitaciones y peculiaridades del carácter nacional van pasando a segundo
plano, y las literaturas locales y nacionales confluyen todas en una literatura universal.
La burguesía, con el rápido perfeccionamiento de todos los medios de producción, con
las facilidades increíbles de su red de comunicaciones, lleva la civilización hasta a las
naciones más salvajes. El bajo precio de sus mercancías es la artillería pesada con la que
derrumba todas las murallas de la China, con la que obliga a capitular a las tribus
bárbaras más ariscas en su odio contra el extranjero. Obliga a todas las naciones a abrazar
el régimen de producción de la burguesía o perecer; las obliga a implantar en su propio
seno la llamada civilización, es decir, a hacerse burguesas. Crea un mundo hecho a su
imagen y semejanza.
La burguesía somete el campo al imperio de la ciudad. Crea ciudades enormes,
intensifica la población urbana en una fuerte proporción respecto a la campesina y
arranca a una parte considerable de la gente del campo al cretinismo de la vida rural. Y
del mismo modo que somete el campo a la ciudad, somete los pueblos bárbaros y
semibárbaros a las naciones civilizadas, los pueblos campesinos a los pueblos burgueses,
el Oriente al Occidente.
La burguesía va aglutinando cada vez más los medios de producción, la propiedad y los
habitantes del país. Aglomera la población, centraliza los medios de producción y
concentra en manos de unos cuantos la propiedad. Este proceso tenía que conducir, por
fuerza lógica, a un régimen de centralización política. Territorios antes independientes,
apenas aliados, con intereses distintos, distintas leyes, gobiernos autónomos y líneas
aduaneras propias, se asocian y refunden en una nación única, bajo un Gobierno, una ley,
un interés nacional de clase y una sola línea aduanera.
En el siglo corto que lleva de existencia como clase soberana, la burguesía ha creado
energías productivas mucho más grandiosas y colosales que todas las pasadas
607
generaciones juntas. Basta pensar en el sometimiento de las fuerzas naturales por la mano
del hombre, en la maquinaria, en la aplicación de la química a la industria y la
agricultura, en la navegación de vapor, en los ferrocarriles, en el telégrafo eléctrico, en la
roturación de continentes enteros, en los ríos abiertos a la navegación, en los nuevos
pueblos que brotaron de la tierra como por ensalmo... ¿Quién, en los pasados siglos, pudo
sospechar siquiera que en el regazo de la sociedad fecundada por el trabajo del hombre
yaciesen soterradas tantas y tales energías y elementos de producción?
Hemos visto que los medios de producción y de transporte sobre los cuales se desarrolló
la burguesía brotaron en el seno de la sociedad feudal. Cuando estos medios de
transporte y de producción alcanzaron una determinada fase en su desarrollo, resultó que
las condiciones en que la sociedad feudal producía y comerciaba, la organización feudal
de la agricultura y la manufactura, en una palabra, el régimen feudal de la propiedad, no
correspondían ya al estado progresivo de las fuerzas productivas. Obstruían la
producción en vez de fomentarla. Se habían convertido en otras tantas trabas para su
desenvolvimiento. Era menester hacerlas saltar, y saltaron.
Vino a ocupar su puesto la libre concurrencia, con la constitución política y social a ella
adecuada, en la que se revelaba ya la hegemonía económica y política de la clase
burguesa.
Pues bien: ante nuestros ojos se desarrolla hoy un espectáculo semejante. Las
condiciones de producción y de cambio de la burguesía, el régimen burgués de la
propiedad, la moderna sociedad burguesa, que ha sabido hacer brotar como por encanto
tan fabulosos medios de producción y de transporte, recuerda al brujo impotente para
dominar los espíritus subterráneos que conjuró. Desde hace varias décadas, la historia de
la industria y del comercio no es más que la historia de las modernas fuerzas productivas
que se rebelan contra el régimen vigente de producción, contra el régimen de la
propiedad, donde residen las condiciones de vida y de predominio político de la
burguesía. Basta mencionar las crisis comerciales, cuya periódica reiteración supone un
peligro cada vez mayor para la existencia de la sociedad burguesa toda. Las crisis
comerciales, además de destruir una gran parte de los productos elaborados, aniquilan
una parte considerable de las fuerzas productivas existentes. En esas crisis se desata una
epidemia social que a cualquiera de las épocas anteriores hubiera parecido absurda e
inconcebible: la epidemia de la superproducción. La sociedad se ve retrotraída
repentinamente a un estado de barbarie momentánea; se diría que una plaga de hambre o
una gran guerra aniquiladora la han dejado esquilmado, sin recursos para subsistir; la
industria, el comercio están a punto de perecer. ¿Y todo por qué? Porque la sociedad
posee demasiada civilización, demasiados recursos, demasiada industria, demasiado
comercio. Las fuerzas productivas de que dispone no sirven ya para fomentar el régimen
burgués de la propiedad; son ya demasiado poderosas para servir a este régimen, que
embaraza su desarrollo. Y tan pronto como logran vencer este obstáculo, siembran el
desorden en la sociedad burguesa, amenazan dar al traste con el régimen burgués de la
propiedad. Las condiciones sociales burguesas resultan ya demasiado angostas para
abarcar la riqueza por ellas engendrada. ¿Cómo se sobrepone a las crisis la burguesía?
De dos maneras: destruyendo violentamente una gran masa de fuerzas productivas y
608
conquistándose nuevos mercados, a la par que procurando explotar más
concienzudamente los mercados antiguos. Es decir, que remedia unas crisis preparando
otras más extensas e imponentes y mutilando los medios de que dispone para precaverlas.
Las armas con que la burguesía derribó al feudalismo se vuelven ahora contra ella.
Y la burguesía no sólo forja las armas que han de darle la muerte, sino que, además, pone
en pie a los hombres llamados a manejarlas: estos hombres son los obreros, los
proletarios.
En la misma proporción en que se desarrolla la burguesía, es decir, el capital, desarrollase
también el proletariado, esa clase obrera moderna que sólo puede vivir encontrando
trabajo y que sólo encuentra trabajo en la medida en que éste alimenta a incremento el
capital. El obrero, obligado a venderse a trozos, es una mercancía como otra cualquiera,
sujeta, por tanto, a todos los cambios y modalidades de la concurrencia, a todas las
fluctuaciones del mercado.
La extensión de la maquinaria y la división del trabajo quitan a éste, en el régimen
proletario actual, todo carácter autónomo, toda libre iniciativa y todo encanto para el
obrero. El trabajador se convierte en un simple resorte de la máquina, del que sólo se
exige una operación mecánica, monótona, de fácil aprendizaje. Por eso, los gastos que
supone un obrero se reducen, sobre poco más o menos, al mínimo de lo que necesita para
vivir y para perpetuar su raza. Y ya se sabe que el precio de una mercancía, y como una
de tantas el trabajo , equivale a su coste de producción. Cuanto más repelente es el
trabajo, tanto más disminuye el salario pagado al obrero. Más aún: cuanto más aumentan
la maquinaria y la división del trabajo, tanto más aumenta también éste, bien porque se
alargue la jornada, bien porque se intensifique el rendimiento exigido, se acelere la
marcha de las máquinas, etc.
La industria moderna ha convertido el pequeño taller del maestro patriarcal en la gran
fábrica del magnate capitalista. Las masas obreras concentradas en la fábrica son
sometidas a una organización y disciplina militares. Los obreros, soldados rasos de la
industria, trabajan bajo el mando de toda una jerarquía de sargentos, oficiales y jefes. No
son sólo siervos de la burguesía y del Estado burgués, sino que están todos los días y a
todas horas bajo el yugo esclavizador de la máquina, del contramaestre, y sobre todo, del
industrial burgués dueño de la fábrica. Y este despotismo es tanto más mezquino, más
execrable, más indignante, cuanta mayor es la franqueza con que proclama que no tiene
otro fin que el lucro.
Cuanto menores son la habilidad y la fuerza que reclama el trabajo manual, es decir,
cuanto mayor es el desarrollo adquirido por la moderna industria, también es mayor la
proporción en que el trabajo de la mujer y el niño desplaza al del hombre. Socialmente,
ya no rigen para la clase obrera esas diferencias de edad y de sexo. Son todos, hombres,
mujeres y niños, meros instrumentos de trabajo, entre los cuales no hay más diferencia
que la del coste.
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Y cuando ya la explotación del obrero por el fabricante ha dado su fruto y aquél recibe el
salario, caen sobre él los otros representantes de la burguesía: el casero, el tendero, el
prestamista, etc.
Toda una serie de elementos modestos que venían perteneciendo a la clase media,
pequeños industriales, comerciantes y rentistas, artesanos y labriegos, son absorbidos por
el proletariado; unos, porque su pequeño caudal no basta para alimentar las exigencias de
la gran industria y sucumben arrollados por la competencia de los capitales más fuertes, y
otros porque sus aptitudes quedan sepultadas bajo los nuevos progresos de la producción.
Todas las clases sociales contribuyen, pues, a nutrir las filas del proletariado.
El proletariado recorre diversas etapas antes de fortificarse y consolidarse. Pero su lucha
contra la burguesía data del instante mismo de su existencia.
Al principio son obreros aislados; luego, los de una fábrica; luego, los de todas una rama
de trabajo, los que se enfrentan, en una localidad, con el burgués que personalmente los
explota. Sus ataques no van sólo contra el régimen burgués de producción, van también
contra los propios instrumentos de la producción; los obreros, sublevados, destruyen las
mercancías ajenas que les hacen la competencia, destrozan las máquinas, pegan fuego a
las fábricas, pugnan por volver a la situación, ya enterrada, del obrero medieval.
En esta primera etapa, los obreros forman una masa diseminada por todo el país y
desunida por la concurrencia. Las concentraciones de masas de obreros no son todavía
fruto de su propia unión, sino fruto de la unión de la burguesía, que para alcanzar sus
fines políticos propios tiene que poner en movimiento -cosa que todavía logra- a todo el
proletariado. En esta etapa, los proletarios no combaten contra sus enemigos, sino contra
los enemigos de sus enemigos, contra los vestigios de la monarquía absoluta, los grandes
señores de la tierra, los burgueses no industriales, los pequeños burgueses. La marcha de
la historia está toda concentrada en manos de la burguesía, y cada triunfo así alcanzado es
un triunfo de la clase burguesa.
Sin embargo, el desarrollo de la industria no sólo nutre las filas del proletariado, sino que
las aprieta y concentra; sus fuerzas crecen, y crece también la conciencia de ellas. Y al
paso que la maquinaria va borrando las diferencias y categorías en el trabajo y reduciendo
los salarios casi en todas partes a un nivel bajísimo y uniforme, van nivelándose también
los intereses y las condiciones de vida dentro del proletariado. La competencia, cada vez
más aguda, desatada entre la burguesía, y las crisis comerciales que desencadena, hacen
cada vez más inseguro el salario del obrero; los progresos incesantes y cada día más
veloces del maquinismo aumentan gradualmente la inseguridad de su existencia; las
colisiones entre obreros y burgueses aislados van tomando el carácter, cada vez más
señalado, de colisiones entre dos clases. Los obreros empiezan a coaligarse contra los
burgueses, se asocian y unen para la defensa de sus salarios. Crean organizaciones
permanentes para pertrecharse en previsión de posibles batallas. De vez en cuando
estallan revueltas y sublevaciones.
610
Los obreros arrancan algún triunfo que otro, pero transitorio siempre. El verdadero
objetivo de estas luchas no es conseguir un resultado inmediato, sino ir extendiendo y
consolidando la unión obrera. Coadyuvan a ello los medios cada vez más fáciles de
comunicación, creados por la gran industria y que sirven para poner en contacto a los
obreros de las diversas regiones y localidades. Gracias a este contacto, las múltiples
acciones locales, que en todas partes presentan idéntico carácter, se convierten en un
movimiento nacional, en una lucha de clases. Y toda lucha de clases es una acción
política. Las ciudades de la Edad Media, con sus caminos vecinales, necesitaron siglos
enteros para unirse con las demás; el proletariado moderno, gracias a los ferrocarriles, ha
creado su unión en unos cuantos años.
Esta organización de los proletarios como clase, que tanto vale decir como partido
político, se ve minada a cada momento por la concurrencia desatada entre los propios
obreros. Pero avanza y triunfa siempre, a pesar de todo, cada vez más fuerte, más firme,
más pujante. Y aprovechándose de las discordias que surgen en el seno de la burguesía,
impone la sanción legal de sus intereses propios. Así nace en Inglaterra la ley de la
jornada de diez horas.
Las colisiones producidas entre las fuerzas de la antigua sociedad imprimen nuevos
impulsos al proletariado. La burguesía lucha incesantemente: primero, contra la
aristocracia; luego, contra aquellos sectores de la propia burguesía cuyos intereses chocan
con los progresos de la industria, y siempre contra la burguesía de los demás países. Para
librar estos combates no tiene más remedio que apelar al proletariado, reclamar su
auxilio, arrastrándolo así a la palestra política. Y de este modo, le suministra elementos
de fuerza, es decir, armas contra sí misma.
Además, como hemos visto, los progresos de la industria traen a las filas proletarias a
toda una serie de elementos de la clase gobernante, o a lo menos los colocan en las
mismas condiciones de vida. Y estos elementos suministran al proletariado nuevas
fuerzas.
Finalmente, en aquellos períodos en que la lucha de clases está a punto de decidirse, es
tan violento y tan claro el proceso de desintegración de la clase gobernante latente en el
seno de la sociedad antigua, que una pequeña parte de esa clase se desprende de ella y
abraza la causa revolucionaria, pasándose a la clase que tiene en sus manos el porvenir.
Y así como antes una parte de la nobleza se pasaba a la burguesía, ahora una parte de la
burguesía se pasa al campo del proletariado; en este tránsito rompen la marcha los
intelectuales burgueses, que, analizando teóricamente el curso de la historia, han logrado
ver claro en sus derroteros.
De todas las clases que hoy se enfrentan con la burguesía no hay más que una
verdaderamente revolucionaria: el proletariado. Las demás perecen y desaparecen con la
gran industria; el proletariado, en cambio, es su producto genuino y peculiar.
Los elementos de las clases medias, el pequeño industrial, el pequeño comerciante, el
artesano, el labriego, todos luchan contra la burguesía para salvar de la ruina su existencia
611
como tales clases. No son, pues, revolucionarios, sino conservadores. Más todavía,
reaccionarios, pues pretenden volver atrás la rueda de la historia. Todo lo que tienen de
revolucionario es lo que mira a su tránsito inminente al proletariado; con esa actitud no
defienden sus intereses actuales, sino los futuros; se despojan de su posición propia para
abrazar la del proletariado.
El proletariado andrajoso , esa putrefacción pasiva de las capas más bajas de la vieja
sociedad, se verá arrastrado en parte al movimiento por una revolución proletaria, si bien
las condiciones todas de su vida lo hacen más propicio a dejarse comprar como
instrumento de manejos reaccionarios.
Las condiciones de vida de la vieja sociedad aparecen ya destruidas en las condiciones de
vida del proletariado. El proletario carece de bienes. Sus relaciones con la mujer y con
los hijos no tienen ya nada de común con las relaciones familiares burguesas; la
producción industrial moderna, el moderno yugo del capital, que es el mismo en
Inglaterra que en Francia, en Alemania que en Norteamérica, borra en él todo carácter
nacional. Las leyes, la moral, la religión, son para él otros tantos prejuicios burgueses
tras los que anidan otros tantos intereses de la burguesía. Todas las clases que le
precedieron y conquistaron el Poder procuraron consolidar las posiciones adquiridas
sometiendo a la sociedad entera a su régimen de adquisición. Los proletarios sólo pueden
conquistar para sí las fuerzas sociales de la producción aboliendo el régimen adquisitivo a
que se hallan sujetos, y con él todo el régimen de apropiación de la sociedad. Los
proletarios no tienen nada propio que asegurar, sino destruir todos los aseguramientos y
seguridades privadas de los demás.
Hasta ahora, todos los movimientos sociales habían sido movimientos desatados por una
minoría o en interés de una minoría. El movimiento proletario es el movimiento
autónomo de una inmensa mayoría en interés de una mayoría inmensa. El proletariado,
la capa más baja y oprimida de la sociedad actual, no puede levantarse, incorporarse, sin
hacer saltar, hecho añicos desde los cimientos hasta el remate, todo ese edificio que
forma la sociedad oficial.
Por su forma, aunque no por su contenido, la campaña del proletariado contra la
burguesía empieza siendo nacional. Es lógico que el proletariado de cada país ajuste ante
todo las cuentas con su propia burguesía.
Al esbozar, en líneas muy generales, las diferentes fases de desarrollo del proletariado,
hemos seguido las incidencias de la guerra civil más o menos embozada que se plantea en
el seno de la sociedad vigente hasta el momento en que esta guerra civil desencadena una
revolución abierta y franca, y el proletariado, derrocando por la violencia a la burguesía,
echa las bases de su poder.
Hasta hoy, toda sociedad descansó, como hemos visto, en el antagonismo entre las clases
oprimidas y las opresoras. Mas para poder oprimir a una clase es menester asegurarle,
por lo menos, las condiciones indispensables de vida, pues de otro modo se extinguiría, y
con ella su esclavizamiento. El siervo de la gleba se vio exaltado a miembro del
612
municipio sin salir de la servidumbre, como el villano convertido en burgués bajo el yugo
del absolutismo feudal. La situación del obrero moderno es muy distinta, pues lejos de
mejorar conforme progresa la industria, decae y empeora por debajo del nivel de su
propia clase. El obrero se depaupera, y el pauperismo se desarrolla en proporciones
mucho mayores que la población y la riqueza. He ahí una prueba palmaria de la
incapacidad de la burguesía para seguir gobernando la sociedad e imponiendo a ésta por
norma las condiciones de su vida como clase. Es incapaz de gobernar, porque es incapaz
de garantizar a sus esclavos la existencia ni aun dentro de su esclavitud, porque se ve
forzada a dejarlos llegar hasta una situación de desamparo en que no tiene más remedio
que mantenerles, cuando son ellos quienes debieran mantenerla a ella. La sociedad no
puede seguir viviendo bajo el imperio de esa clase; la vida de la burguesía se ha hecho
incompatible con la sociedad.
La existencia y el predominio de la clase burguesa tienen por condición esencial la
concentración de la riqueza en manos de unos cuantos individuos, la formación e
incremento constante del capital; y éste, a su vez, no puede existir sin el trabajo
asalariado. El trabajo asalariado Presupone, inevitablemente, la concurrencia de los
obreros entre sí. Los progresos de la industria, que tienen por cauce automático y
espontáneo a la burguesía, imponen, en vez del aislamiento de los obreros por la
concurrencia, su unión revolucionaria por la organización. Y así, al desarrollarse la gran
industria, la burguesía ve tambalearse bajo sus pies las bases sobre que produce y se
apropia lo producido. Y a la par que avanza, se cava su fosa y cría a sus propios
enterradores. Su muerte y el triunfo del proletariado sin igualmente inevitables.
II
PROLETARIOS Y COMUNISTAS
¿Qué relación guardan los comunistas con los proletarios en general?
Los comunistas no forman un partido aparte de los demás partidos obreros.
No tienen intereses propios que se distingan de los intereses generales del proletariado.
No profesan principios especiales con los que aspiren a modelar el movimiento
proletario.
Los comunistas no se distinguen de los demás partidos proletarios más que en esto: en
que destacan y reivindican siempre, en todas y cada una de las acciones nacionales
proletarias, los intereses comunes y peculiares de todo el proletariado, independientes de
su nacionalidad, y en que, cualquiera que sea la etapa histórica en que se mueva la lucha
entre el proletariado y la burguesía, mantienen siempre el interés del movimiento
enfocado en su conjunto.
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Los comunistas son, pues, prácticamente, la parte más decidida, el acicate siempre en
tensión de todos los partidos obreros del mundo; teóricamente, llevan de ventaja a las
grandes masas del proletariado su clara visión de las condiciones, los derroteros y los
resultados generales a que ha de abocar el movimiento proletario.
El objetivo inmediato de los comunistas es idéntico al que persiguen los demás partidos
proletarios en general: formar la conciencia de clase del proletariado, derrocar el régimen
de la burguesía, llevar al proletariado a la conquista del Poder.
Las proposiciones teóricas de los comunistas no descansan ni mucho menos en las ideas,
en los principios forjados o descubiertos por ningún redentor de la humanidad. Son todas
expresión generalizada de las condiciones materiales de una lucha de clases real y vívida,
de un movimiento histórico que se está desarrollando a la vista de todos. La abolición del
régimen vigente de la propiedad no es tampoco ninguna característica peculiar del
comunismo.
Las condiciones que forman el régimen de la propiedad han estado sujetas siempre a
cambios históricos, a alteraciones históricas constantes.
Así, por ejemplo, la Revolución francesa abolió la propiedad feudal para instaurar sobre
sus ruinas la propiedad burguesa.
Lo que caracteriza al comunismo no es la abolición de la propiedad en general, sino la
abolición del régimen de propiedad de la burguesía, de esta moderna institución de la
propiedad privada burguesa, expresión última y la más acabada de ese régimen de
producción y apropiación de lo producido que reposa sobre el antagonismo de dos clases,
sobre la explotación de unos hombres por otros.
Así entendida, sí pueden los comunistas resumir su teoría en esa fórmula: abolición de la
propiedad privada.
Se nos reprocha que queremos destruir la propiedad personal bien adquirida, fruto del
trabajo y del esfuerzo humano, esa propiedad que es para el hombre la base de toda
libertad, el acicate de todas las actividades y la garantía de toda independencia.
¡La propiedad bien adquirida, fruto del trabajo y del esfuerzo humano! ¿Os referís acaso
a la propiedad del humilde artesano, del pequeño labriego, precedente histórico de la
propiedad burguesa? No, ésa no necesitamos destruirla; el desarrollo de la industria lo ha
hecho ya y lo está haciendo a todas horas.
¿O queréis referimos a la moderna propiedad privada de la burguesía?
Decidnos: ¿es que el trabajo asalariado, el trabajo de proletario, le rinde propiedad? No,
ni mucho menos. Lo que rinde es capital, esa forma de propiedad que se nutre de la
explotación del trabajo asalariado, que sólo puede crecer y multiplicarse a condición de
engendrar nuevo trabajo asalariado para hacerlo también objeto de su explotación. La
614
propiedad, en la forma que hoy presenta, no admite salida a este antagonismo del capital
y el trabajo asalariado. Detengámonos un momento a contemplar los dos términos de la
antítesis.
Ser capitalista es ocupar un puesto, no simplemente personal, sino social, en el proceso
de la producción. El capital es un producto colectivo y no puede ponerse en marcha más
que por la cooperación de muchos individuos, y aún cabría decir que, en rigor, esta
cooperación abarca la actividad común de todos los individuos de la sociedad. El capital
no es, pues, un patrimonio personal, sino una potencia social.
Los que, por tanto, aspiramos a convertir el capital en propiedad colectiva, común a todos
los miembros de la sociedad, no aspiramos a convertir en colectiva una riqueza personal.
A lo único que aspiramos es a transformar el carácter colectivo de la propiedad, a
despojarla de su carácter de clase.
Hablemos ahora del trabajo asalariado.
El precio medio del trabajo asalariado es el mínimo del salario, es decir, la suma de
víveres necesaria para sostener al obrero como tal obrero. Todo lo que el obrero
asalariado adquiere con su trabajo es, pues, lo que estrictamente necesita para seguir
viviendo y trabajando. Nosotros no aspiramos en modo alguno a destruir este régimen de
apropiación personal de los productos de un trabajo encaminado a crear medios de vida:
régimen de apropiación que no deja, como vemos, el menor margen de rendimiento
líquido y, con él, la posibilidad de ejercer influencia sobre los demás hombres. A lo que
aspiramos es a destruir el carácter oprobioso de este régimen de apropiación en que el
obrero sólo vive para multiplicar el capital, en que vive tan sólo en la medida en que el
interés de la clase dominante aconseja que viva.
En la sociedad burguesa, el trabajo vivo del hombre no es más que un medio de
incrementar el trabajo acumulado. En la sociedad comunista, el trabajo acumulado será,
por el contrario, un simple medio para dilatar, fomentar y enriquecer la vida del obrero.
En la sociedad burguesa es, pues, el pasado el que impera sobre el presente; en la
comunista, imperará el presente sobre el pasado. En la sociedad burguesa se reserva al
capital toda personalidad e iniciativa; el individuo trabajador carece de iniciativa y
personalidad.
¡Y a la abolición de estas condiciones, llama la burguesía abolición de la personalidad y
la libertad! Y, sin embargo, tiene razón. Aspiramos, en efecto, a ver abolidas la
personalidad, la independencia y la libertad burguesa.
Por libertad se entiende, dentro del régimen burgués de la producción, el librecambio, la
libertad de comprar y vender.
Desaparecido el tráfico, desaparecerá también, forzosamente el libre tráfico. La apología
del libre tráfico, como en general todos los ditirambos a la libertad que entona nuestra
615
burguesía, sólo tienen sentido y razón de ser en cuanto significan la emancipación de las
trabas y la servidumbre de la Edad Media, pero palidecen ante la abolición comunista del
tráfico, de las condiciones burguesas de producción y de la propia burguesía.
Os aterráis de que queramos abolir la propiedad privada, ¡cómo si ya en el seno de
vuestra sociedad actual, la propiedad privada no estuviese abolida para nueve décimas
partes de la población, como si no existiese precisamente a costa de no existir para esas
nueve décimas partes! ¿Qué es, pues, lo que en rigor nos reprocháis? Querer destruir un
régimen de propiedad que tiene por necesaria condición el despojo de la inmensa mayoría
de la sociedad.
Nos reprocháis, para decirlo de una vez, querer abolir vuestra propiedad. Pues sí, a eso es
a lo que aspiramos.
Para vosotros, desde el momento en que el trabajo no pueda convertirse ya en capital, en
dinero, en renta, en un poder social monopolizable; desde el momento en que la
propiedad personal no pueda ya trocarse en propiedad burguesa, la persona no existe.
Con eso confesáis que para vosotros no hay más persona que el burgués, el capitalista.
Pues bien, la personalidad así concebida es la que nosotros aspiramos a destruir.
El comunismo no priva a nadie del poder de apropiarse productos sociales; lo único que
no admite es el poder de usurpar por medio de esta apropiación el trabajo ajeno.
Se arguye que, abolida la propiedad privada, cesará toda actividad y reinará la indolencia
universal.
Si esto fuese verdad, ya hace mucho tiempo que se habría estrellado contra el escollo de
la holganza una sociedad como la burguesa, en que los que trabajan no adquieren y los
que adquieren, no trabajan. Vuestra objeción viene a reducirse, en fin de cuentas, a una
verdad que no necesita de demostración, y es que, al desaparecer el capital, desaparecerá
también el trabajo asalariado.
Las objeciones formuladas contra el régimen comunista de apropiación y producción
material, se hacen extensivas a la producción y apropiación de los productos espirituales.
Y así como el destruir la propiedad de clases equivale, para el burgués, a destruir la
producción, el destruir la cultura de clase es para él sinónimo de destruir la cultura en
general.
Esa cultura cuya pérdida tanto deplora, es la que convierte en una máquina a la inmensa
mayoría de la sociedad.
Al discutir con nosotros y criticar la abolición de la propiedad burguesa partiendo de
vuestras ideas burguesas de libertad, cultura, derecho, etc., no os dais cuenta de que esas
mismas ideas son otros tantos productos del régimen burgués de propiedad y de
producción, del mismo modo que vuestro derecho no es más que la voluntad de vuestra
616
clase elevada a ley: una voluntad que tiene su contenido y encarnación en las condiciones
materiales de vida de vuestra clase.
Compartís con todas las clases dominantes que han existido y perecieron la idea
interesada de que vuestro régimen de producción y de propiedad, obra de condiciones
históricas que desaparecen en el transcurso de la producción, descansa sobre leyes
naturales eternas y sobre los dictados de la razón. Os explicáis que haya perecido la
propiedad antigua, os explicáis que pereciera la propiedad feudal; lo que no os podéis
explicar es que perezca la propiedad burguesa, vuestra propiedad.
¡Abolición de la familia! Al hablar de estas intenciones satánicas de los comunistas,
hasta los más radicales gritan escándalo.
Pero veamos: ¿en qué se funda la familia actual, la familia burguesa? En el capital, en el
lucro privado. Sólo la burguesía tiene una familia, en el pleno sentido de la palabra; y
esta familia encuentra su complemento en la carencia forzosa de relaciones familiares de
los proletarios y en la pública prostitución.
Es natural que ese tipo de familia burguesa desaparezca al desaparecer su complemento,
y que una y otra dejen de existir al dejar de existir el capital, que le sirve de base.
¿Nos reprocháis acaso que aspiremos a abolir la explotación de los hijos por sus padres?
Sí, es cierto, a eso aspiramos.
Pero es, decís, que pretendemos destruir la intimidad de la familia, suplantando la
educación doméstica por la social.
¿Acaso vuestra propia educación no está también influida por la sociedad, por las
condiciones sociales en que se desarrolla, por la intromisión más o menos directa en ella
de la sociedad a través de la escuela, etc.? No son precisamente los comunistas los que
inventan esa intromisión de la sociedad en la educación; lo que ellos hacen es modificar
el carácter que hoy tiene y sustraer la educación a la influencia de la clase dominante.
Esos tópicos burgueses de la familia y la educación, de la intimidad de las relaciones
entre padres e hijos, son tanto más grotescos y descarados cuanto más la gran industria va
desgarrando los lazos familiares de los proletarios y convirtiendo a los hijos en simples
mercancías y meros instrumentos de trabajo.
¡Pero es que vosotros, los comunistas, nos grita a coro la burguesía entera, pretendéis
colectivizar a las mujeres!
El burgués, que no ve en su mujer más que un simple instrumento de producción, al
oírnos proclamar la necesidad de que los instrumentos de producción sean explotados
colectivamente, no puede por menos de pensar que el régimen colectivo se hará extensivo
igualmente a la mujer.
617
No advierte que de lo que se trata es precisamente de acabar con la situación de la mujer
como mero instrumento de producción.
Nada más ridículo, por otra parte, que esos alardes de indignación, henchida de alta moral
de nuestros burgueses, al hablar de la tan cacareada colectivización de las mujeres por el
comunismo. No; los comunistas no tienen que molestarse en implantar lo que ha existido
siempre o casi siempre en la sociedad.
Nuestros burgueses, no bastándoles, por lo visto, con tener a su disposición a las mujeres
y a los hijos de sus proletarios -¡y no hablemos de la prostitución oficial!-, sienten una
grandísima fruición en seducirse unos a otros sus mujeres.
En realidad, el matrimonio burgués es ya la comunidad de las esposas. A lo sumo, podría
reprocharse a los comunistas el pretender sustituir este hipócrita y recatado régimen
colectivo de hoy por una colectivización oficial, franca y abierta, de la mujer. Por lo
demás, fácil es comprender que, al abolirse el régimen actual de producción,
desaparecerá con él el sistema de comunidad de la mujer que engendra, y que se refugia
en la prostitución, en la oficial y en la encubierta.
A los comunistas se nos reprocha también que queramos abolir la patria, la nacionalidad.
Los trabajadores no tienen patria. Mal se les puede quitar lo que no tienen. No obstante,
siendo la mira inmediata del proletariado la conquista del Poder político, su exaltación a
clase nacional, a nación, es evidente que también en él reside un sentido nacional, aunque
ese sentido no coincida ni mucho menos con el de la burguesía.
Ya el propio desarrollo de la burguesía, el librecambio, el mercado mundial, la
uniformidad reinante en la producción industrial, con las condiciones de vida que
engendra, se encargan de borrar más y más las diferencias y antagonismos nacionales.
El triunfo del proletariado acabará de hacerlos desaparecer. La acción conjunta de los
proletarios, a lo menos en las naciones civilizadas, es una de las condiciones primordiales
de su emancipación. En la medida y a la par que vaya desapareciendo la explotación de
unos individuos por otros, desaparecerá también la explotación de unas naciones por
otras.
Con el antagonismo de las clases en el seno de cada nación, se borrará la hostilidad de las
naciones entre sí.
No queremos entrar a analizar las acusaciones que se hacen contra el comunismo desde el
punto de vista religioso-filosófico e ideológico en general.
No hace falta ser un lince para ver que, al cambiar las condiciones de vida, las relaciones
sociales, la existencia social del hombre, cambian también sus ideas, sus opiniones y sus
conceptos, su conciencia, en una palabra.
618
La historia de las ideas es una prueba palmaria de cómo cambia y se transforma la
producción espiritual con la material. Las ideas imperantes en una época han sido
siempre las ideas propias de la clase imperante .
Se habla de ideas que revolucionan a toda una sociedad; con ello, no se hace más que dar
expresión a un hecho, y es que en el seno de la sociedad antigua han germinado ya los
elementos para la nueva, y a la par que se esfuman o derrumban las antiguas condiciones
de vida, se derrumban y esfuman las ideas antiguas.
Cuando el mundo antiguo estaba a punto de desaparecer, las religiones antiguas fueron
vencidas y suplantadas por el cristianismo. En el siglo XVIII, cuando las ideas cristianas
sucumbían ante el racionalismo, la sociedad feudal pugnaba desesperadamente, haciendo
un último esfuerzo, con la burguesía, entonces revolucionaria. Las ideas de libertad de
conciencia y de libertad religiosa no hicieron más que proclamar el triunfo de la libre
concurrencia en el mundo ideológico.
Se nos dirá que las ideas religiosas, morales, filosóficas, políticas, jurídicas, etc., aunque
sufran alteraciones a lo largo de la historia, llevan siempre un fondo de perennidad, y que
por debajo de esos cambios siempre ha habido una religión, una moral, una filosofía, una
política, un derecho.
Además, se seguirá arguyendo, existen verdades eternas, como la libertad, la justicia, etc.,
comunes a todas las sociedades y a todas las etapas de progreso de la sociedad. Pues bien,
el comunismo -continúa el argumento- viene a destruir estas verdades eternas, la moral,
la religión, y no a sustituirlas por otras nuevas; viene a interrumpir violentamente todo el
desarrollo histórico anterior.
Veamos a qué queda reducida esta acusación.
Hasta hoy, toda la historia de la sociedad ha sido una constante sucesión de antagonismos
de clases, que revisten diversas modalidades, según las épocas.
Mas, cualquiera que sea la forma que en cada caso adopte, la explotación de una parte de
la sociedad por la otra es un hecho común a todas las épocas del pasado. Nada tiene,
pues, de extraño que la conciencia social de todas las épocas se atenga, a despecho de
toda la variedad y de todas las divergencias, a ciertas formas comunes, formas de
conciencia hasta que el antagonismo de clases que las informa no desaparezca
radicalmente.
La revolución comunista viene a romper de la manera más radical con el régimen
tradicional de la propiedad; nada tiene, pues, de extraño que se vea obligada a romper, en
su desarrollo, de la manera también más radical, con las ideas tradicionales.
Pero no queremos detenernos por más tiempo en los reproches de la burguesía contra el
comunismo.
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Ya dejamos dicho que el primer paso de la revolución obrera será la exaltación del
proletariado al Poder, la conquista de la democracia .
El proletariado se valdrá del Poder para ir despojando paulatinamente a la burguesía de
todo el capital, de todos los instrumentos de la producción, centralizándolos en manos del
Estado, es decir, del proletariado organizado como clase gobernante, y procurando
fomentar por todos los medios y con la mayor rapidez posible las energías productivas.
Claro está que, al principio, esto sólo podrá llevarse a cabo mediante una acción
despótica sobre la propiedad y el régimen burgués de producción, por medio de medidas
que, aunque de momento parezcan económicamente insuficientes e insostenibles, en el
transcurso del movimiento serán un gran resorte propulsor y de las que no puede
prescindiese como medio para transformar todo el régimen de producción vigente.
Estas medidas no podrán ser las mismas, naturalmente, en todos los países.
Para los más progresivos mencionaremos unas cuantas, susceptibles, sin duda, de ser
aplicadas con carácter más o menos general, según los casos .
1.a Expropiación de la propiedad inmueble y aplicación de la renta del suelo a los gastos
públicos.
2.a Fuerte impuesto progresivo.
3.a Abolición del derecho de herencia.
4.a Confiscación de la fortuna de los emigrados y rebeldes.
5.a Centralización del crédito en el Estado por medio de un Banco nacional con capital
del Estado y régimen de monopolio.
6.a Nacionalización de los transportes.
7.a Multiplicación de las fábricas nacionales y de los medios de producción, roturación y
mejora de terrenos con arreglo a un plan colectivo.
8.a Proclamación del deber general de trabajar; creación de ejércitos industriales,
principalmente en el campo.
9.a Articulación de las explotaciones agrícolas e industriales; tendencia a ir borrando
gradualmente las diferencias entre el campo y la ciudad.
10.a Educación pública y gratuita de todos los niños. Prohibición del trabajo infantil en
las fábricas bajo su forma actual. Régimen combinado de la educación con la producción
material, etc.
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Tan pronto como, en el transcurso del tiempo, hayan desaparecido las diferencias de clase
y toda la producción esté concentrada en manos de la sociedad, el Estado perderá todo
carácter político. El Poder político no es, en rigor, más que el poder organizado de una
clase para la opresión de la otra. El proletariado se ve forzado a organizarse como clase
para luchar contra la burguesía; la revolución le lleva al Poder; mas tan pronto como
desde él, como clase gobernante, derribe por la fuerza el régimen vigente de producción,
con éste hará desaparecer las condiciones que determinan el antagonismo de clases, las
clases mismas, y, por tanto, su propia soberanía como tal clase.
Y a la vieja sociedad burguesa, con sus clases y sus antagonismos de clase, sustituirá una
asociación en que el libre desarrollo de cada uno condicione el libre desarrollo de todos.
III
LITERATURA SOCIALISTA Y COMUNISTA
1. El socialismo reaccionario
a) El socialismo feudal
La aristocracia francesa e inglesa, que no se resignaba a abandonar su puesto histórico, se
dedicó, cuando ya no pudo hacer otra cosa, a escribir libelos contra la moderna sociedad
burguesa. En la revolución francesa de julio de 1830, en el movimiento reformista
inglés, volvió a sucumbir, arrollada por el odiado intruso. Y no pudiendo dar ya ninguna
batalla política seria, no le quedaba más arma que la pluma. Mas también en la palestra
literaria habían cambiado los tiempos; ya no era posible seguir empleando el lenguaje de
la época de la Restauración. Para ganarse simpatías, la aristocracia hubo de olvidar
aparentemente sus intereses y acusar a la burguesía, sin tener presente más interés que el
de la clase obrera explotada. De este modo, se daba el gusto de provocar a su adversario
y vencedor con amenazas y de musitarle al oído profecías más o menos catastróficas.
Nació así, el socialismo feudal, una mezcla de lamento, eco del pasado y rumor sordo del
porvenir; un socialismo que de vez en cuando asestaba a la burguesía un golpe en medio
del corazón con sus juicios sardónicos y acerados, pero que casi siempre movía a risa por
su total incapacidad para comprender la marcha de la historia moderna.
Con el fin de atraer hacia sí al pueblo, tremolaba el saco del mendigo proletario por
bandera. Pero cuantas veces lo seguía, el pueblo veía brillar en las espaldas de los
caudillos las viejas armas feudales y se dispersaba con una risotada nada contenida y
bastante irrespetuosa.
621
Una parte de los legitimistas franceses y la joven Inglaterra, fueron los más perfectos
organizadores de este espectáculo.
Esos señores feudales, que tanto insisten en demostrar que sus modos de explotación no
se parecían en nada a los de la burguesía, se olvidan de una cosa, y es de que las
circunstancias y condiciones en que ellos llevaban a cabo su explotación han
desaparecido. Y, al enorgullecerse de que bajo su régimen no existía el moderno
proletariado, no advierten que esta burguesía moderna que tanto abominan, es un
producto históricamente necesario de su orden social.
Por lo demás, no se molestan gran cosa en encubrir el sello reaccionario de sus doctrinas,
y así se explica que su más rabiosa acusación contra la burguesía sea precisamente el
crear y fomentar bajo su régimen una clase que está llamada a derruir todo el orden social
heredado.
Lo que más reprochan a la burguesía no es el engendrar un proletariado, sino el engendrar
un proletariado revolucionario.
Por eso, en la práctica están siempre dispuestos a tomar parte en todas las violencias y
represiones contra la clase obrera, y en la prosaica realidad se resignan, pese a todas las
retóricas ampulosas, a recolectar también los huevos de oro y a trocar la nobleza, el amor
y el honor caballerescos por el vil tráfico en lana, remolacha y aguardiente.
Como los curas van siempre del brazo de los señores feudales, no es extraño que con este
socialismo feudal venga a confluir el socialismo clerical.
Nada más fácil que dar al ascetismo cristiano un barniz socialista. ¿No combatió también
el cristianismo contra la propiedad privada, contra el matrimonio, contra el Estado? ¿No
predicó frente a las instituciones la caridad y la limosna, el celibato y el castigo de la
carne, la vida monástica y la Iglesia? El socialismo cristiano es el hisopazo con que el
clérigo bendice el despecho del aristócrata.
b) El socialismo pequeñoburgués
La aristocracia feudal no es la única clase derrocada por la burguesía, la única clase cuyas
condiciones de vida ha venido a oprimir y matar la sociedad burguesa moderna. Los
villanos medievales y los pequeños labriegos fueron los precursores de la moderna
burguesía. Y en los países en que la industria y el comercio no han alcanzado un nivel
suficiente de desarrollo, esta clase sigue vegetando al lado de la burguesía ascensional.
En aquellos otros países en que la civilización moderna alcanza un cierto grado de
progreso, ha venido a formarse una nueva clase pequeñoburguesa que flota entre la
burguesía y el proletariado y que, si bien gira constantemente en torno a la sociedad
burguesa como satélite suyo, no hace más que brindar nuevos elementos al proletariado,
precipitados a éste por la concurrencia; al desarrollarse la gran industria llega un
momento en que esta parte de la sociedad moderna pierde su substantividad y se ve
622
suplantada en el comercio, en la manufactura, en la agricultura por los capataces y los
domésticos.
En países como Francia, en que la clase labradora representa mucho más de la mitad de la
población, era natural que ciertos escritores, al abrazar la causa del proletariado contra la
burguesía, tomasen por norma, para criticar el régimen burgués, los intereses de los
pequeños burgueses y los campesinos, simpatizando por la causa obrera con el ideario de
la pequeña burguesía. Así nació el socialismo pequeñoburgués. Su representante más
caracterizado, lo mismo en Francia que en Inglaterra, es Sismondi.
Este socialismo ha analizado con una gran agudeza las contradicciones del moderno
régimen de producción. Ha desenmascarado las argucias hipócritas con que pretenden
justificarlas los economistas. Ha puesto de relieve de modo irrefutable, los efectos
aniquiladores del maquinismo y la división del trabajo, la concentración de los capitales y
la propiedad inmueble, la superproducción, las crisis, la inevitable desaparición de los
pequeños burgueses y labriegos, la miseria del proletariado, la anarquía reinante en la
producción, las desigualdades irritantes que claman en la distribución de la riqueza, la
aniquiladora guerra industrial de unas naciones contra otras, la disolución de las
costumbres antiguas, de la familia tradicional, de las viejas nacionalidades.
Pero en lo que atañe ya a sus fórmulas positivas, este socialismo no tiene más aspiración
que restaurar los antiguos medios de producción y de cambio, y con ellos el régimen
tradicional de propiedad y la sociedad tradicional, cuando no pretende volver a encajar
por la fuerza los modernos medios de producción y de cambio dentro del marco del
régimen de propiedad que hicieron y forzosamente tenían que hacer saltar. En uno y otro
caso peca, a la par, de reaccionario y de utópico.
En la manufactura, la restauración de los viejos gremios, y en el campo, la implantación
de un régimen patriarcal: he ahí sus dos magnas aspiraciones.
Hoy, esta corriente socialista ha venido a caer en una cobarde modorra.
c) El socialismo alemán o "verdadero" socialismo
La literatura socialista y comunista de Francia, nacida bajo la presión de una burguesía
gobernante y expresión literaria de la lucha librada contra su avasallamiento, fue
importada en Alemania en el mismo instante en que la burguesía empezaba a sacudir el
yugo del absolutismo feudal.
Los filósofos, pseudofilósofos y grandes ingenios del país se asimilaron codiciosamente
aquella literatura, pero olvidando que con las doctrinas no habían pasado la frontera
también las condiciones sociales a que respondían. Al enfrentarse con la situación
alemana, la literatura socialista francesa perdió toda su importancia práctica directa, para
asumir una fisonomía puramente literaria y convertirse en una ociosa especulación acerca
del espíritu humano y de sus proyecciones sobre la realidad. Y así, mientras que los
623
postulados de la primera revolución francesa eran, para los filósofos alemanes del siglo
XVIII, los postulados de la “razón práctica” en general, las aspiraciones de la burguesía
francesa revolucionaria representaban a sus ojos las leyes de la voluntad pura, de la
voluntad ideal, de una voluntad verdaderamente humana.
La única preocupación de los literatos alemanes era armonizar las nuevas ideas francesas
con su vieja conciencia filosófica, o, por mejor decir, asimilarse desde su punto de vista
filosófico aquellas ideas.
Esta asimilación se llevó a cabo por el mismo procedimiento con que se asimila uno una
lengua extranjera: traduciéndola.
Todo el mundo sabe que los monjes medievales se dedicaban a recamar los manuscritos
que atesoraban las obras clásicas del paganismo con todo género de insubstanciales
historias de santos de la Iglesia católica. Los literatos alemanes procedieron con la
literatura francesa profana de un modo inverso. Lo que hicieron fue empalmar sus
absurdos filosóficos a los originales franceses. Y así, donde el original desarrollaba la
crítica del dinero, ellos pusieron: “expropiación del ser humano”; donde se criticaba el
Estado burgués: “abolición del imperio de lo general abstracto”, y así por el estilo.
Esta interpelación de locuciones y galimatías filosóficos en las doctrinas francesas, fue
bautizada con los nombres de “filosofía del hecho” , “verdadero socialismo”, “ciencia
alemana del socialismo”, “fundamentación filosófica del socialismo”, y otros semejantes.
De este modo, la literatura socialista y comunista francesa perdía toda su virilidad. Y
como, en manos de los alemanes, no expresaba ya la lucha de una clase contra otra clase,
el profesor germano se hacía la ilusión de haber superado el “parcialismo francés”; a falta
de verdaderas necesidades pregonaba la de la verdad, y a falta de los intereses del
proletariado mantenía los intereses del ser humano, del hombre en general, de ese hombre
que no reconoce clases, que ha dejado de vivir en la realidad para transportarse al cielo
vaporoso de la fantasía filosófica.
Sin embargo, este socialismo alemán, que tomaba tan en serio sus desmayados ejercicios
escolares y que tanto y tan solemnemente trompeteaba, fue perdiendo poco a poco su
pedantesca inocencia.
En la lucha de la burguesía alemana, y principalmente, de la prusiana, contra el régimen
feudal y la monarquía absoluta, el movimiento liberal fue tomando un cariz más serio.
Esto deparaba al “verdadero” socialismo la ocasión apetecida para oponer al movimiento
político las reivindicaciones socialistas, para fulminar los consabidos anatemas contra el
liberalismo, contra el Estado representativo, contra la libre concurrencia burguesa, contra
la libertad de Prensa, la libertad, la igualdad y el derecho burgueses, predicando ante la
masa del pueblo que con este movimiento burgués no saldría ganando nada y sí
perdiendo mucho. El socialismo alemán se cuidaba de olvidar oportunamente que la
crítica francesa, de la que no era más que un eco sin vida, presuponía la existencia de la
624
sociedad burguesa moderna, con sus peculiares condiciones materiales de vida y su
organización política adecuada, supuestos previos ambos en torno a los cuales giraba
precisamente la lucha en Alemania.
Este “verdadero” socialismo les venía al dedillo a los gobiernos absolutos alemanes, con
toda su cohorte de clérigos, maestros de escuela, hidalgüelos raídos y cagatintas, pues les
servía de espantapájaros contra la amenazadora burguesía. Era una especie de melifluo
complemento a los feroces latigazos y a las balas de fusil con que esos gobiernos recibían
los levantamientos obreros.
Pero el “verdadero” socialismo, además de ser, como vemos, un arma en manos de los
gobiernos contra la burguesía alemana, encarnaba de una manera directa un interés
reaccionario, el interés de la baja burguesía del país. La pequeña burguesía, heredada del
siglo XVI y que desde entonces no había cesado de aflorar bajo diversas formas y
modalidades, constituye en Alemania la verdadera base social del orden vigente.
Conservar esta clase es conservar el orden social imperante. Del predominio industrial y
político de la burguesía teme la ruina segura, tanto por la concentración de capitales que
ello significa, como porque entraña la formación de un proletariado revolucionario. El
“verdadero” socialismo venía a cortar de un tijeretazo -así se lo imaginaba ella- las dos
alas de este peligro. Por eso, se extendió por todo el país como una verdadera epidemia.
El ropaje ampuloso en que los socialistas alemanes envolvían el puñado de huesos de sus
“verdades eternas”, un ropaje tejido con hebras especulativas, bordado con las flores
retóricas de su ingenio, empapado de nieblas melancólicas y románticas, hacía todavía
más gustosa la mercancía para ese público.
Por su parte, el socialismo alemán comprendía más claramente cada vez que su misión
era la de ser el alto representante y abanderado de esa baja burguesía.
Proclamó a la nación alemana como nación modelo y al súbdito alemán como el tipo
ejemplar de hombre. Dio a todos sus servilismos y vilezas un hondo y oculto sentido
socialista, tornándolos en lo contrario de lo que en realidad eran. Y al alzarse
curiosamente contra las tendencias “barbaras y destructivas” del comunismo, subrayando
como contraste la imparcialidad sublime de sus propias doctrinas, ajenas a toda lucha de
clases, no hacía más que sacar la última consecuencia lógica de su sistema. Toda la
pretendida literatura socialista y comunista que circula por Alemania, con poquísimas
excepciones, profesa estas doctrinas repugnantes y castradas .
2. El socialismo burgués o conservador
Una parte de la burguesía desea mitigar las injusticias sociales, para de este modo
garantizar la perduración de la sociedad burguesa.
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Se encuentran en este bando los economistas, los filántropos, los humanitarios, los que
aspiran a mejorar la situación de las clases obreras, los organizadores de actos de
beneficencia, las sociedades protectoras de animales, los promotores de campañas contra
el alcoholismo, los predicadores y reformadores sociales de toda laya.
Pero, además, de este socialismo burgués han salido verdaderos sistemas doctrinales.
Sirva de ejemplo la Filosofía de la miseria de Proudhon.
Los burgueses socialistas considerarían ideales las condiciones de vida de la sociedad
moderna sin las luchas y los peligros que encierran. Su ideal es la sociedad existente,
depurada de los elementos que la corroen y revolucionan: la burguesía sin el
proletariado. Es natural que la burguesía se represente el mundo en que gobierna como el
mejor de los mundos posibles. El socialismo burgués eleva esta idea consoladora a
sistema o semisistema. Y al invitar al proletariado a que lo realice, tomando posesión de
la nueva Jerusalén, lo que en realidad exige de él es que se avenga para siempre al actual
sistema de sociedad, pero desterrando la deplorable idea que de él se forma.
Una segunda modalidad, aunque menos sistemática bastante más práctica, de socialismo,
pretende ahuyentar a la clase obrera de todo movimiento revolucionario haciéndole ver
que lo que a ella le interesa no son tales o cuales cambios políticos, sino simplemente
determinadas mejoras en las condiciones materiales, económicas, de su vida. Claro está
que este socialismo se cuida de no incluir entre los cambios que afectan a las
“condiciones materiales de vida” la abolición del régimen burgués de producción, que
sólo puede alcanzarse por la vía revolucionaria; sus aspiraciones se contraen a esas
reformas administrativas que son conciliables con el actual régimen de producción y que,
por tanto, no tocan para nada a las relaciones entre el capital y el trabajo asalariado,
sirviendo sólo -en el mejor de los casos- para abaratar a la burguesía las costas de su
reinado y sanearle el presupuesto.
Este socialismo burgués a que nos referimos, sólo encuentra expresión adecuada allí
donde se convierte en mera figura retórica.
¡Pedimos el librecambio en interés de la clase obrera! ¡En interés de la clase obrera
pedimos aranceles protectores! ¡Pedimos prisiones celulares en interés de la clase
trabajadora! Hemos dado, por fin, con la suprema y única seria aspiración del socialismo
burgués.
Todo el socialismo de la burguesía se reduce, en efecto, a una tesis y es que los burgueses
lo son y deben seguir siéndolo... en interés de la clase trabajadora.
3. El socialismo y el comunismo crítico-utópico
No queremos referirnos aquí a las doctrinas que en todas las grandes revoluciones
modernas abrazan las aspiraciones del proletariado (obras de Babeuf, etc.).
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Las primeras tentativas del proletariado para ahondar directamente en sus intereses de
clase, en momentos de conmoción general, en el período de derrumbamiento de la
sociedad feudal, tenían que tropezar necesariamente con la falta de desarrollo del propio
proletariado, de una parte, y de otra con la ausencia de las condiciones materiales
indispensables para su emancipación, que habían de ser el fruto de la época burguesa. La
literatura revolucionaria que guía estos primeros pasos vacilantes del proletariado es, y
necesariamente tenía que serlo, juzgada por su contenido, reaccionaria. Estas doctrinas
profesan un ascetismo universal y un torpe y vago igualitarismo.
Los verdaderos sistemas socialistas y comunistas, los sistemas de Saint-Simon, de
Fourier, de Owen, etc., brotan en la primera fase embrionaria de las luchas entre el
proletariado y la burguesía, tal como más arriba la dejamos esbozada. (V. el capítulo
“Burgueses y proletarios”).
Cierto es que los autores de estos sistemas penetran ya en el antagonismo de las clases y
en la acción de los elementos disolventes que germinan en el seno de la propia sociedad
gobernante. Pero no aciertan todavía a ver en el proletariado una acción histórica
independiente, un movimiento político propio y peculiar.
Y como el antagonismo de clase se desarrolla siempre a la par con la industria, se
encuentran con que les faltan las condiciones materiales para la emancipación del
proletariado, y es en vano que se debatan por crearlas mediante una ciencia social y a
fuerza de leyes sociales. Esos autores pretenden suplantar la acción social por su acción
personal especulativa, las condiciones históricas que han de determinar la emancipación
proletaria por condiciones fantásticas que ellos mismos se forjan, la gradual organización
del proletariado como clase por una organización de la sociedad inventada a su antojo.
Para ellos, el curso universal de la historia que ha de venir se cifra en la propaganda y
práctica ejecución de sus planes sociales.
Es cierto que en esos planes tienen la conciencia de defender primordialmente los
intereses de la clase trabajadora, pero sólo porque la consideran la clase más sufrida. Es
la única función en que existe para ellos el proletariado.
La forma embrionaria que todavía presenta la lucha de clases y las condiciones en que se
desarrolla la vida de estos autores hace que se consideren ajenos a esa lucha de clases y
como situados en un plano muy superior. Aspiran a mejorar las condiciones de vida de
todos los individuos de la sociedad, incluso los mejor acomodados. De aquí que no cesen
de apelar a la sociedad entera sin distinción, cuando no se dirigen con preferencia a la
propia clase gobernante. Abrigan la seguridad de que basta conocer su sistema para
acatarlo como el plan más perfecto para la mejor de las sociedades posibles.
Por eso, rechazan todo lo que sea acción política, y muy principalmente la revolucionaria;
quieren realizar sus aspiraciones por la vía pacífica e intentan abrir paso al nuevo
evangelio social predicando con el ejemplo, por medio de pequeños experimentos que,
naturalmente, les fallan siempre.
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Estas descripciones fantásticas de la sociedad del mañana brotan en una época en que el
proletariado no ha alcanzado aún la madurez, en que, por tanto, se forja todavía una serie
de ideas fantásticas acerca de su destino y posición, dejándose llevar por los primeros
impulsos, puramente intuitivos, de transformar radicalmente la sociedad.
Y, sin embargo, en estas obras socialistas y comunistas hay ya un principio de crítica,
puesto que atacan las bases todas de la sociedad existente. Por eso, han contribuido
notablemente a ilustrar la conciencia de la clase trabajadora. Mas, fuera de esto, sus
doctrinas de carácter positivo acerca de la sociedad futura, las que predican, por ejemplo,
que en ella se borrarán las diferencias entre la ciudad y el campo o las que proclaman la
abolición de la familia, de la propiedad privada, del trabajo asalariado, el triunfo de la
armonía social, la transformación del Estado en un simple organismo administrativo de la
producción.... giran todas en torno a la desaparición de la lucha de clases, de esa lucha de
clases que empieza a dibujarse y que ellos apenas si conocen en su primera e informe
vaguedad. Por eso, todas sus doctrinas y aspiraciones tienen un carácter puramente
utópico.
La importancia de este socialismo y comunismo crítico-utópico está en razón inversa al
desarrollo histórico de la sociedad. Al paso que la lucha de clases se define y acentúa, va
perdiendo importancia práctica y sentido teórico esa fantástica posición de superioridad
respecto a ella, esa fe fantástica en su supresión. Por eso, aunque algunos de los autores
de estos sistemas socialistas fueran en muchos respectos verdaderos revolucionarios, sus
discípulos forman hoy día sectas indiscutiblemente reaccionarias, que tremolan y
mantienen impertérritas las viejas ideas de sus maestros frente a los nuevos derroteros
históricos del proletariado. Son, pues, consecuentes cuando pugnan por mitigar la lucha
de clases y por conciliar lo inconciliable. Y siguen soñando con la fundación de
falansterios, con la colonización interior, con la creación de una pequeña Icaria, edición
en miniatura de la nueva Jerusalén... . Y para levantar todos esos castillos en el aire, no
tienen más remedio que apelar a la filantrópica generosidad de los corazones y los
bolsillos burgueses. Poco a poco van resbalando a la categoría de los socialistas
reaccionarios o conservadores, de los cuales sólo se distinguen por su sistemática
pedantería y por el fanatismo supersticioso con que comulgan en las milagrerías de su
ciencia social. He ahí por qué se enfrentan rabiosamente con todos los movimientos
políticos a que se entrega el proletariado, lo bastante ciego para no creer en el nuevo
evangelio que ellos le predican.
En Inglaterra, los owenistas se alzan contra los cartistas, y en Francia, los reformistas
tienen enfrente a los discípulos de Fourier.
628
IV
ACTITUD DE LOS COMUNISTAS ANTE LOS
OTROS PARTIDOS DE LA OPOSICION
Después de lo que dejamos dicho en el capítulo II, fácil es comprender la relación que
guardan los comunistas con los demás partidos obreros ya existentes, con los cartistas
ingleses y con los reformadores agrarios de Norteamérica.
Los comunistas, aunque luchando siempre por alcanzar los objetivos inmediatos y
defender los intereses cotidianos de la clase obrera, representan a la par, dentro del
movimiento actual, su porvenir. En Francia se alían al partido democrático-socialista
contra la burguesía conservadora y radical, mas sin renunciar por esto a su derecho de
crítica frente a los tópicos y las ilusiones procedentes de la tradición revolucionaria.
En Suiza apoyan a los radicales, sin ignorar que este partido es una mezcla de elementos
contradictorios: de demócratas socialistas, a la manera francesa, y de burgueses radicales.
En Polonia, los comunistas apoyan al partido que sostiene la revolución agraria, como
condición previa para la emancipación nacional del país, al partido que provocó la
insurrección de Cracovia en 1846.
En Alemania, el partido comunista luchará al lado de la burguesía, mientras ésta actúe
revolucionariamente, dando con ella la batalla a la monarquía absoluta, a la gran
propiedad feudal y a la pequeña burguesía.
Pero todo esto sin dejar un solo instante de laborar entre los obreros, hasta afirmar en
ellos con la mayor claridad posible la conciencia del antagonismo hostil que separa a la
burguesía del proletariado, para que, llegado el momento, los obreros alemanes se
encuentren preparados para volverse contra la burguesía, como otras tantas armas, esas
mismas condiciones políticas y sociales que la burguesía, una vez que triunfe, no tendrá
más remedio que implantar; para que en el instante mismo en que sean derrocadas las
clases reaccionarias comience, automáticamente, la lucha contra la burguesía.
Las miradas de los comunistas convergen con un especial interés sobre Alemania, pues
no desconocen que este país está en vísperas de una revolución burguesa y que esa
sacudida revolucionaria se va a desarrollar bajo las propicias condiciones de la
civilización europea y con un proletariado mucho más potente que el de Inglaterra en el
siglo XVII y el de Francia en el XVIII, razones todas para que la revolución alemana
burguesa que se avecina no sea más que el preludio inmediato de una revolución
proletaria.
Resumiendo: los comunistas apoyan en todas partes, como se ve, cuantos movimientos
revolucionarios se planteen contra el régimen social y político imperante.
629
En todos estos movimientos se ponen de relieve el régimen de la propiedad, cualquiera
que sea la forma más o menos progresiva que revista, como la cuestión fundamental que
se ventila.
Finalmente, los comunistas laboran por llegar a la unión y la inteligencia de los partidos
democráticos de todos los países.
Los comunistas no tienen por qué guardar encubiertas sus ideas e intenciones.
Abiertamente declaran que sus objetivos sólo pueden alcanzarse derrocando por la
violencia todo el orden social existente. Tiemblen, si quieren, las clases gobernantes, ante
la perspectiva de una revolución comunista. Los proletarios, con ella, no tienen nada que
perder, como no sea sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo entero que ganar.
¡Proletarios de todos los Países, uníos! .
Guia de Estudio | Archivo Marx-Engels
i
Cfr. Agapito Maestre et alia:¿Qué es Ilustración?, citado en bibliografía, págs. 8-9, nota.
Para una versión en español de los textos de Zöllner y Mendelssohn, véase el libro mencionado de
Agapito Maestre.
ii
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