“La calidad de la educación superior no se debe mirar en la forma

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LA EVALUACIÓN DEL APRENDIZAJE Y LA CALIDAD DE LA EDUCACIÓN
SUPERIOR
Marta Vitalia Corredor Montagut* Ruby Arbeláez de M***
“La calidad de la educación superior no se debe mirar en la forma, se debe
encontrar en el Ser y el Hacer de cada uno de los sus egresados”
La presente ponencia producto de la reflexión crítica, la investigación y la transformación
de la práctica docente de profesores de planta y cátedra de la UIS que han participado en el
programa de diseño y acompañamiento al desarrollo de asignaturas y los cursos de
perfeccionamiento docente que se orientan desde el Centro para el Desarrollo de la
Docencia en la UIS. Este trabajo permite plantear las siguientes tesis:
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Se puede hablar de una relación significativa entre evaluación y calidad de la
educación cuando los estudiantes y no los profesores, son los protagonistas y
responsables de su propia formación integral, entendida como la capacidad de
aprender a conocer, aprender a ser, aprender a hacer y aprender a convivir.
La evaluación como el conjunto de acciones que permite emitir un juicio crítico y
dinamizar el propio proceso de aprendizaje debe ser responsabilidad del estudiante.
La evaluación del aprendizaje como un complejo componente didáctico se constituye
en propulsora de la calidad del aprendizaje, la formación integral y, en consecuencia,
de la calidad de la educación.
1. PROTAGONISMO DE LOS ESTUDIANTES EN LA FORMACIÓN INTEGRAL
Se puede hablar de una relación significativa entre evaluación y calidad de
la educación cuando los estudiantes y no los profesores, son los
protagonistas y responsables de su propia formación integral, entendida
como la capacidad de aprender a conocer, aprender a ser, aprender a hacer y
aprender a convivir.
La Carencia de protagonismo en el proceso formativo ha conducido al estudiante a adoptar
una actitud sumisa ante la dirección del profesor. Actúa según el guión dado por el profesor
y caracteriza magistralmente el papel que se le asigna para ser visto y calificado según las
exigencias y, con frecuencia, para olvidar poco tiempo después lo aprendido. También se
observa que, aunque se tienen grandes expectativas con respecto a los efectos de la
evaluación y a ésta se le atribuye en gran parte la responsabilidad de contribuir
significativamente en la calidad de los procesos educativos, son los procesos evaluativos
los que hacen ver a la universidad más débil cuando se trata de dinamizar la formación
integral de los jóvenes, como lo plantea el artículo 45 de la Constitución política de 1991,
que dice:
*
Profesora titular del Centro para el Desarrollo de la Docencia en la UIS - CEDEDUIS
***
Profesora titular del CEDEDUIS
1
El adolescente tiene derecho a la protección y a la formación integral. El
estado y la sociedad garantizan la participación activa de los jóvenes en los
organismos públicos y privados que tengan a cargo la protección, educación
y progreso de la juventud.
Derecho a la formación que debe conocer, comprender y respetar la diversidad de
personas que participan en los procesos, para ofrecer opciones de acuerdo con sus
necesidades. Hagamos algunas reflexiones al respecto:
La evaluación en la relación entre el conocimiento y la construcción
del saber, en la cual se aprende a conocer
Desde la construcción del saber que es el proceso en el que más énfasis se pone en las
escuelas, se hace más real el conflicto creado por la evaluación cuando pone en evidencia
que no se ha enseñado, ni estudiado para lograr la comprensión. Por ejemplo, se encuentra
que los estudiantes no comprenden y fracasan porque no tienen capacidad de análisis, pero
éstos a su vez no han construido el concepto de análisis y mucho menos han comprendido
el procedimiento para realizarlo. La evaluación no se ha empleado para reconocer las
dificultades presentadas en el proceso de aprendizaje y sus causas.
Al respecto Bachelard dice “Frecuentemente me ha chocado el hecho de que los profesores
de ciencias, aún más que los otros si se cabe, no comprendan que no se comprenda. Los
profesores de ciencias se imaginan que el espíritu científico comienza como una lección,
que siempre puede rehacerse, una cultura perezosa repitiendo una clase, que puede hacerse
comprender una demostración repitiéndola punto por punto[…] No han reflexionado sobre
el hecho de que el adolescente llega al curso de Física con conocimientos empíricos ya
constituidos; no se trata pues, de adquirir una cultura experimental, sino cambiar una
cultura experimental, de derribar los obstáculos amontonados por la vida cotidiana”1
Para identificar cuáles son estos conocimientos previos, la evaluación diagnóstica es una
herramienta potencialmente poderosa, porque ayuda a conocer las bases y actitudes con las
que cuenta cada uno de los estudiantes de forma que sea posible planificar la enseñanza
para lograr un proceso educativo más eficaz y eficiente. Con el conocimiento de las ideas,
los esquemas alternativos y las actitudes previas, los estudiantes desechan aquello que
entorpece su aprendizaje y les generan confusiones. De esta forma puede idear estrategias
para mejorar los procesos de aprendizaje pues despeja el campo del conocimiento y la
construcción de conceptos, para abordar las nuevas construcciones con una mente libre de
prejuicios y abierta a las nuevas ideas. En este sentido, Bachelard afirma que “tener acceso
a la ciencia es rejuvenecer espiritualmente, es aceptar una mutación brusca que ha de
contradecir el pasado”. Así, el reconocimiento de sí mismo y del otro se convierten en un
juego de espejos que permite a cada individuo “ver” su propia transformación, valorando
cuidadosamente a partir de la evaluación formativa, los cambios y el impacto en la calidad
de su proceso educativo. En esta dirección, conviene mirar los portafolios para el
1
BACHELARD, Gastón. La formación del espíritu científico. Decimotercera edición. Bogotá: Siglo XXI. 1985. pag. 2021
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aprendizaje y la evaluación como estrategia que favorece la metacognición y
metaevaluación, es decir, el monitoreo y control permanente de los procesos que favorecen
la construcción del conocimiento y de l apropia evaluación.
De otro lado, en la construcción significativa de conceptos el estudiante ve el mundo a
través de prismas diferentes, mediante los cuales encuentra nuevos significados que le
permiten romper con las concepciones que poseía y valoraba por la utilidad que les
reconocía. Este es el comienzo de la reflexión crítica que aparta al conocimiento de la
opinión y evita el uso que de ésta se hace para explicar lo que no se sabe o no se conoce.
En este proceso se cuestiona, pregunta y comprende que la respuesta se busca, se construye
conscientemente, porque se conoce el proceso que se está realizando, esto forma parte
fundamental del aprender a conocer.
En consecuencia, si se buscan nuevas formas de aprender y sobre todo de aprender a
conocer es necesario buscar formas innovadoras y creativas de evaluación, que armonicen
con las estrategias, que trasciendan los tradicionales exámenes y los esquemas
heteroevaluativos donde el estudiante asume un papel pasivo y dependiente, formas de
evaluación que permitan al estudiante mostrar su nivel de desempeño en una determinada
competencia.
La evaluación en la relación teoría – aplicación o en el aprender a
hacer
El hacer, es el campo por excelencia para lograr el reconocimiento de sí mismo y la
capacidad para ver y emitir juicios sobre la calidad de las acciones y los resultados. Porque
el hacer académico implica necesariamente intervenir el mundo de las representaciones
para hacer reelaboraciones, aplicaciones, transformaciones o creaciones en el contexto de la
estructura cognitiva construida a partir de la relación con la ciencia. El hacer caracterizará
al estudiante, al profesional y sobre todo al ciudadano, quienes siempre serán reconocidos
por la calidad de sus actos.
En este contexto los proyectos, la resolución de problemas, la investigación dirigida, el
trabajo colaborativo, el estudio de casos y la escritura de textos, son algunas de las
estrategias en las cuales se pueden involucrar los actores para armar la estructura cognitiva
alrededor de la cual ocurren las vivencias que propician la formación integral. En la
intervención se caracteriza la visión del mundo lograda en el estudio, la comprensión y el
aprendizaje de la teoría.
El hacer ha de ir necesariamente acompañado de un juicio valorativo sobre la calidad vista
a través de la eficacia, eficiencia y efectividad alcanzadas. Para ello, el colectivo del aula
habrá concertado unos indicadores y criterios que le sirvan de referencia al aprendiz sobre
lo que se espera de él. Así, la evaluación se constituye en una fase naturalmente necesaria
en todo proceso de intervención del estudiante universitario que no puede actuar
desconociendo la teoría científica de la cual se ha “apropiado” en su proceso de
aprendizaje. El saber hacer que trasciende y complementa la construcción del
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conocimiento, se refiere a todo tipo de cualificaciones que permiten actuar sobre procesos
de producción, investigación, organización y administración.
Importante es resaltar y llamar la atención en que en este proceso de evaluación en la
práctica, a medida que se van observando las debilidades se pueden ir contrarrestando las
sensaciones de frustración, que afectan a los estudiantes cuando no pueden aplicar lo que
saben, producen inquietud y desasosiego cuando no saben o no pueden; sin embargo,
cuando el aprendizaje es significativo estas situaciones no se presentarán y a eso es a lo que
se aspira con la evaluación como dinamizadora del proceso educativo.
Así, el saber hacer, conduce a la adquisición de destrezas, habilidades, técnicas, y
procedimientos para aplicar el conocimiento. El saber hacer caracteriza al profesional y lo
distingue de otros profesionales en la convergencia y divergencia de sus acciones y saberes.
Corresponde a la evaluación permanente valorar, en el momento oportuno, la calidad que
poseen los logros y ser capaz de superar los retos que se plantean para verificar el nivel
alcanzado cuando aún hay tiempo de redoblar el esfuerzo. Esta formación para el saber
hacer implica al docente la coordinación, planificación y atención consciente en el proceso
de aprendizaje, para ver cómo los estudiantes progresan; es importante tener claro que no
se trata tan sólo de que los estudiantes hagan cosas que le lleven a solucionar un problema,
sino que comprendan qué es lo que les ha permitido llegar a esta solución, habilidad que le
estaría reforzando el saber hacer. Algunas de las estrategias que es posible utilizar en este
proceso de evaluación permanente sobre el saber hacer son, entre otras, los proyectos, las
prácticas de campo, las prácticas de laboratorio, la solución de casos, la solución de
problemas.
La evaluación en la relación entre el saber y el desarrollo de valores
o aprender a Ser
La universidad ha de tener mucho cuidado con lo que tradicionalmente ha denominado
como evaluación, porque la fuerza transformadora de estas acciones se le puede escapar de
sus manos. Como dice Dewey
“ A una piedra se le puede golpear y resiste, pero, si su resistencia es menor
que la fuerza del golpe dado se fragmenta en pequeños trozos. La piedra no
intenta reaccionar de forma que pueda mantenerse intacta respecto al golpe,
y mucho menos hacer que el golpe sea un factor que contribuya a su propia
acción continuada. En el caso del ser vivo (ser humano), aunque puede ser
fácilmente aplastado por fuerzas superiores, tratará de convertir las energías
que actúan sobre él en medios para su propia existencia ulterior. Si no puede
hacerlo así, no se divide en trozos más pequeños, sino que pierde su
identidad como una cosa viva (ser humano).”
Al situarnos frente al tema de la evaluación, una de las primeras reflexiones que debemos
realizar es sobre el sentido que tradicionalmente se le ha dado a la propia evaluación en el
contexto escolar. Más que formar en el seno de la evaluación se ejerce poder y contrapoder,
se producen enfrentamientos como si de disputarse un tesoro se tratara; el uno (maestro) a
no dejarse “quitar” sin que medie un gran esfuerzo y el otro (alumno), a “tomar” y, si es sin
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mucho esfuerzo, mejor. Los estudiantes que reconocen la autoridad y el poder del docente
viven las experiencias de medición y confrontación con un temor, que en muchos casos se
torna enfermizo. En este mismo contexto y en aras de la información sobre lo que
realmente ha aprendido el alumno, se favorece la pretendida objetividad por encima de la
justicia, desconociendo la información que llega de otras fuentes que hacen posible la
valoración del nivel de formación integral que está logrando el estudiante.
En un ambiente como el descrito en el párrafo anterior, los valores del respeto, el respeto a
la autonomía, la responsabilidad, la honradez y la justicia, se ven frecuentemente
vulnerados, porque el proceso evaluativo se emprende sin intención formativa. A ello, han
llevado las acciones puntuales, la falta de concertación, el desconocimiento de la forma
cómo se enseña y cómo se aprende, la incapacidad para reconocerse a sí mismo y al otro,
las urgencias que inducen a pensar cómo evaluar antes que qué es, por qué se hace y para
qué se hace. Estas acciones conducen necesariamente a una evaluación sobre inferencias y
suposiciones que ofrecen pocas garantías de credibilidad, cuando de evaluar las
construcciones cognitivas se trata; porque aunque como se decía el cómo evaluar agota
buena parte del tiempo dedicado a la evaluación, no se averigua el valor de las preguntas
que pretenden suscitar respuestas que expresen dominios de alto nivel de complejidad.
Como dice Álvarez Méndez “Acudimos a las respuestas como fuente primaria de saber
adquirido, otorgando a los productos resultantes un valor indudable y definitivo que en
muchos casos resultaría difícil explicitar y justificar en función de su capacidad
formativa.”2
En el contexto descrito el profesor tiene en la evaluación su mejor herramienta para el
control de la disciplina y la dinamización del trabajo del alumno, en unas relaciones muy
desiguales, donde el estudiante que no desea tener problemas dice y hace lo que el maestro
quiere, bajo las condiciones y las características que él establezca, porque considera que su
maestro es el poseedor de la verdad o, peor aún, de la autoridad centrada en el poder que le
da la responsabilidad de calificar y excluir, que es a lo que se reduce, en muchas ocasiones,
la evaluación.
El mismo estudiante inmerso en ese mundo de rigor y exigencias excluyentes, reclama la
función coercitiva de la evaluación porque de esta manera se le presiona para que estudie
antes de cada parcial. Esta exigencia es considerada por un buen número de estudiantes y
profesores como indicador de calidad de la docencia. En esta secuencia si no se le exige no
estudia; el estudiante no reconoce que está dejando su responsabilidad a la condición de la
exigencia, que está creando relación de dependencia de los mandatos del profesor para
preocuparse por su aprendizaje, que está entregando a otro el manejo de su tiempo y
capacidad para ejercer su autonomía y su responsabilidad.
En esta relación de dependencia que se crea, el estudiante entrega el poder y la autoridad al
profesor pero, a su vez, realiza acciones ampliamente conocidas y difundidas, que forman
parte de la cultura de la supervivencia, aparecen las mentiras para justificar la ausencia a un
examen, la copia al compañero más cercano, la inclusión de temas o procesos que no son
requeridos, la solicitud de aplazamiento o cancelación de un previo, cancelación de
2
ÁLVAREZ Méndez Juan Manuel (2001). Evaluar para conocer, examinar para excluir.
Madrid: Morata. Pág. 23
5
asignaturas o de matrícula. En este contexto, la responsabilidad, honradez, autonomía,
sinceridad, respeto, etc., son valores que cambian de sentido, porque los estudiantes
construyen nuevas definiciones argumentando que no se les ha dejado otra opción y que
esto sólo sucede en relación con las evaluaciones. En este mismo sentido, los estudiantes
se agrupan de acuerdo con las concepciones de oposición o contrapoder y a la forma como
manejan las relaciones con los profesores, los directivos académicos y con sus compañeros.
Hay quienes se limitan a aceptar la situación como algo normal en la vida universitaria
“que se va a hacer si así es la universidad”, se justifica por el factor suerte o porque ese es
el sentido de la exigencia.
Los que hacen uso de su autonomía, frecuentemente son objeto de represión, porque no lo
hace de la mejor manera o porque simplemente el profesor considera que él tiene la palabra
para fijar las normas. Las opciones de reclamo, segundo calificador, solicitud de
intervención a las directivas académicas, tutelas, etc., son opciones poco frecuentadas
porque el estudiante sabe que tiene muy baja probabilidad de ganar y alta de perder.
Respaldados por el argumento de la supervivencia en la universidad, otros estudiantes
hacen trampa. Alrededor de la copia se desarrolla toda una gama de estrategias, cada vez
más sofisticadas con el fin de ganarle al profesor; estas acciones son ampliamente
justificadas en la necesidad de sobrevivir, algo así como lo tomas o te vas; aquí nuevamente
y de forma peligrosa se obvian los valores. Otro gran grupo se las ingenia para aplazar la
fecha de realización de los previos, cancelar la asignatura, cancelar la matrícula, obtener un
supletorio por enfermedad o fuerza mayor. Estas ya son prácticas de resistencia colectiva.
En esta práctica se paga un alto costo porque el estudiante vive en un ambiente de previos y
quices acumulados en un período muy corto, con muy pocas posibilidades de tiempo para
estudiar y con las respectivas consecuencias en su aprendizaje y en los resultados
educativos.
Al final de esta secuencia aparecen los grupos en donde la violencia del poder de la
evaluación y otros factores involucrados en los procesos de enseñanza y aprendizaje, han
engendrado violencia en el estudiante. En esa contracultura que se va generando para
sobrevivir les va pareciendo normal realizar acciones que atentan contra el bien y los
derechos colectivos y la dignidad de las personas. Esto va siendo posible porque a nivel
institucional se quiere contrarrestar la injusticia con debilidad, no se exige el rendimiento
de cuentas porque se pierde la autoridad; sin embargo, se pierde la autoridad porque el
proceso de formación prometido no se realiza como tal, porque el tiempo y los recursos no
son los que debieran ser, porque la transformación no ha sido permanente, porque los
objetivos se desvían y los propósitos iniciales no se cumplen.
Después de reconocida esta situación problemática, justo es reconocer que los valores dan
sentido a las actuaciones, permiten emitir juicios sobre la realidad, tomar posición ante los
problemas y tomar decisiones acerca de cómo actuar. Pero, se deben enseñar y se aprenden
en una forma consciente, crítica e intencional. Su aprendizaje en el ámbito universitario no
puede ser una mera trasposición o repetición de la realidad cotidiana. Como ocurre con el
resto de componentes, los valores, las normas y las actitudes tienen que aprenderse, a partir
de construcciones realizadas por el alumno y acompañadas por el profesor y sus
compañeros para hacer posible la reflexión y argumentación sobre la racionalidad,
fundamentación y legitimidad de esos valores, este aprendizaje de actitudes y valores se da
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en el hacer cotidiano del aula y mediante el uso de estrategias que permiten evidenciarlos
entre las cuales se destaca el trabajo en grupos colaborativos, el debate dirigido, los foros
electrónicos, el desarrollo conjunto de proyectos, las prácticas de campo.
La evaluación en la relación entre el saber y el aprender a vivir
juntos
Si el conocimiento no propicia la armonía en la convivencia es claro que el aprendizaje no
ha sido significativo y que el conocimiento no se ha convertido en saber. En el
reconocimiento de sí mismo y del otro van implícitos la tolerancia, el respeto y la
solidaridad. Algunos autores hacen referencia al “saber estar”. La evaluación permite
evidenciar y cualificar las manifestaciones específicas de las características que permiten a
un profesional ejercer su labor en un contexto social, al igual que en las organizaciones
administrativas, productivas y de servicios, que están enmarcadas en contextos
interpersonales, en donde las relaciones, la aceptación o no de las tareas y funciones o,
simplemente, el sentirse cómodo o incómodo en el trabajo, pueden ser indicadores de la
preparación para la convivencia.
En la formación para la convivencia seguramente los métodos y las estrategias de
observación serán imprescindibles en la obtención de información para la posterior
valoración de habilidades como saber trabajar con otros o saber cooperar, dialogar, llegar a
consenso, resolver conflictos, liderar procesos, tomar la iniciativa, presentar propuestas en
grupo, habilidades que requieren de aprendizaje y práctica y cuya carencia es seguramente
una de las causas de la crítica situación de intolerancia y violencia que estamos viviendo.
El tipo de habilidades al que nos estamos refiriendo en este apartado exigen la comprensión
de la reciprocidad, es decir, la capacidad de entender que es preciso tratar a los otros como
nos gustaría que nos tratasen a nosotros mismos; la cooperación y la contrastación son
estrategias de enseñanza y evaluación básicas para que este desarrollo se produzca; para el
desarrollo de este tipo de habilidades resulta pertinente el uso de estrategias como el trabajo
en grupos colaborativos, el debate abierto y dirigido, y el desarrollo conjunto de proyectos.
A propósito de esto,
La capacidad de argumentar y razonar los valores, es para Fierro (1993, C12),
fundamental en el aprendizaje de este tipo de contenidos. Pero, es igualmente
importante la dimensión afectiva y emocional que conllevan, y la dimensión efectiva de
intervención activa y responsable. La capacidad de empatía, el sentimiento de
responsabilidad ante situaciones que no sólo le afectan a uno mismo sino también a los
demás, en último término, la capacidad de movilizar todos los recursos personales por el
hecho de darle sentido a los problemas y sentirse implicado en ellos, son componentes
básicos de este aprendizaje. Lo importante es que de hecho se impliquen afectiva y
emocionalmente con ellos y actúen de manera coherente con lo que piensan, para vivir
en armonía consigo mismo y con la sociedad.
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2. LA EVALUACIÓN DEL APRENDIZAJE COMO RESPONSABILIDAD DEL
ESTUDIANTE
La evaluación como el conjunto de acciones que permite emitir
un juicio crítico y dinamizar el propio proceso de aprendizaje,
debe ser responsabilidad del estudiante.
El aprendizaje es un acto cognitivo, voluntario, individual y actitudinal del estudiante, que
ocurre en un contexto colectivo, sin embargo, la evaluación del aprendizaje es una
importante función que todo profesor debe saber realizar como parte de su actividad
docente. Esta incoherencia ocasiona diversas dificultades que afectan la calidad de la
educación. Las acciones y decisiones relacionadas con la evaluación conforman un
escenario en donde frecuentemente se producen enfrentamientos entre profesores y
estudiantes. “El carácter no democrático e impositivo del estilo pedagógico de
comunicación se pone en evidencia constantemente en el propio acto evaluativo y sin
duda es una representación de la "violencia" escolar si entendemos por violento toda
aquella imposición a la que son sometidos los educandos sin que puedan cambiarla
fácilmente”.
Gran parte de las dificultades a las que alude el párrafo anterior, se fundamentan en la
tendencia a reducir la evaluación al examen que generalmente exigen memorización y
mecanización y la posterior calificación, en acciones puntuales sin pasado ni futuro, donde
las pruebas se consideran más importantes que los conocimientos que pretende medir. La
utilización de instrumentos poco eficaces completa el cuadro de causas en esta crítica
situación, crítica también porque los cambios sociales, tecnológicos y culturales han
deteriorado los sistemas tradicionales de enseñanza y aprendizaje. La explosión del
conocimiento masificado pone en crisis el modelo transmisionista de información por parte
del profesor, por lo que el modelo de mediación debe cambiar y hoy podemos afirma que
ya algunos docentes universitarios hemos asumido este reto.
El reto es pues que el estudiante universitario debe ser protagonista de su proceso de
formación integral y el profesor el mediador, el orientador. Enseñar cambia de informar a
diseñar estrategias con el fin de que alguien aprenda algo y de acuerdo con Pozo (1999,75),
ese aprendizaje debe ser duradero y transferible a nuevas situaciones, como consecuencia
de la práctica realizada, luego, aprender implica cambiar los conocimientos y las
conductas anteriores.
Para conseguir este aprendizaje duradero y transferible, la evaluación diagnóstica al inicio
del curso debe dedicar un espacio al reconocimiento, al diálogo y a la concertación, de
forma que profesores y estudiantes planeen las estrategias necesarias para alcanzar los
logros propuestos. Averiguar lo que el alumno sabe y cuál es la calidad de aquello que
sabe, no es solamente un requisito, es la oportunidad para que el estudiante pueda asumir la
responsabilidad de su aprendizaje y convierta los vínculos de dependencia del profesor en
lazos de interacción. El estudiante acostumbrado a que el profesor le “enseñe”, se ahorra
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muchos esfuerzos de comprensión, creatividad, búsqueda, investigación, etc., pero también
renuncia a la posibilidad de construir libremente su saber y muy seguramente a aprender a
aprender.
Solamente el estudiante al reconocer sus debilidades y hasta posibles errores conceptuales,
puede tomar la decisión de desaprender, replantear ciertas concepciones o ideas basadas en
opiniones o falsas creencias. Así, la capacidad para reconocerse, emitir juicios valorativos,
rediseñar estrategias, construir conceptos, comprender mensajes, realizar procedimientos,
resolver problemas, respetar al otro, tolerar, llegar a acuerdos, liderar procesos, etc., se
adquiere en procesos acompañados de la revisión reflexiva y crítica, de la realimentación y
elementos de juicio que ofrece la evaluación formativa. Esta es la forma de ejercer el
control del propio aprendizaje. En el proceso de aprendizaje ese control es permanente,
pero se afianza en la planificación de la tarea, la regulación de su ejecución y la valoración
de resultados.
Esta conciencia sobre las tareas a las que nos enfrentamos debe desarrollarse y no se logra
fácilmente. Es más fácil dejarse llevar por la inercia de los automatismos que encontrar la
forma de verse a sí mismo. Para el maestro es mejor decirle al estudiante “cómo va” que
proponer las estrategias para que reconozca la calidad de sus acciones. Así mismo, el
estudiante acepta la heteroevaluación en la escuela por la fuerza de la tradición, aunque en
su vida personal difícilmente lo haga. Por esto la autoevaluación es aún un reto dentro del
ámbito universitario. Esta sólo ocurre cuando una persona
valora
personal y
responsablemente, en forma objetiva y real, el rendimiento alcanzado por ella misma en la
adquisición de un conocimiento, habilidad, destreza y actitud, pudiendo decir que ha
realizado un proceso de autoevaluación cuando es capaz de analizar seriamente todos los
pasos y elementos implicados en la construcción del conocimiento por el cual muestra su
interés.
3. LA EVALUACIÓN COMO UN COMPONENTE DIDÁCTICO PROPULSOR DE
LA CALIDAD DEL PROCESO EDUCATIVO
La evaluación del aprendizaje como un complejo componente didáctico se constituye
en propulsora de la calidad del aprendizaje, la formación integral y, en consecuencia,
de la calidad de la educación.
En la universidad no es posible aceptar como indicadores de calidad el aumento de la
investigación, la mayor cobertura, el alto índice en el número de estudiantes por profesor y
el bajo costo por estudiante, cuando la deserción, repitencia e insatisfacción de los alumnos
son altamente significativas. Lo que se puede considerar excepcional es que después de
una excelente docencia, de una excelente calidad de vida de estudiantes y demás miembros
de la comunidad académica, se alcancen altos indicadores económicos. Ya se ha ensayado
y ha fracasado el modelo de la “deshumanización” de los servicios en la universidad.
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Un cambio importante en este sentido, estaría necesariamente dirigido a la transformación
de las concepciones didácticas de los docentes. Dichas concepciones o ideas previas han de
ser construidas y fundamentadas en las teorías resultantes de la investigación en didáctica
que deberán constituirse en un verdadero instrumento de orientación al docente sobre cómo
orientar la planeación y ejecución de la evaluación del aprendizaje de un modo
verdaderamente cualitativo e integral. Responder a las principales cuestiones en torno a la
evaluación (Qué es evaluar, Para qué evaluar, Qué evaluar, Cuándo evaluar, Quiénes deben
evaluar y Procedimientos para evaluar) debe ser una función que sin pretender agotar toda
la riqueza pedagógica que pueda aportar la bibliografía sobre el tema, al menos siente las
pautas principales para que el profesor pueda planificar este importante componente
didáctico. A la vez, la esencia de las orientaciones sobre la evaluación deberán
corresponderse con las ideas anteriores sobre el protagonismo y responsabilidad del
estudiante en el aprendizaje y su formación integral, recomendaciones que hacen más
énfasis en la cualificación que en la cuantificación de la evaluación.
Otro cambio relacionado con esta concepción es lograr establecer normas metodológicas
que propicien mayor flexibilidad en el proceso evaluativo, de forma que se asegure más
correspondencia con las particularidades individuales del estudiante. Así, deben
establecerse diferentes vías que opcionalmente el profesor puede seleccionar para orientar
la evaluación, sin que ni el profesor ni el estudiante se vean obligados a cumplimentar,
todos por igual, los mismos procedimientos para rendir los resultados de su aprendizaje.
Desde la didáctica la evaluación se afianza en la dimensión psicopedagógica y curricular, la
dimensión referida a las prácticas y la dimensión normativa, emanada de las políticas
institucionales. Específicamente en las prácticas de evaluación se incluyen los elementos
relativos a los conceptos, los procedimientos, las técnicas, los instrumentos y los criterios
para realizar las actividades de evaluación, que valoren la calidad de las competencias
especificadas para las dimensiones que son los pilares de la formación integral.
Los procedimientos e instrumentos son herramientas que contribuyen a alcanzar la
representatividad, validez, objetividad, subjetividad y confiabilidad del sistema evaluativo.
Características éstas, que sólo pueden conseguirse en un riguroso y sencillo proceso de
investigación en la acción, que involucre al colectivo en la búsqueda de la calidad como
una forma de vida y un ethos particular.
4. A LA CALIDAD A TRAVÉS DE LA EVALUACIÓN, EN PARTICULAR, DEL
APRENDIZAJE.
Como se lee en el informe Bricall (2000):
“La educación superior ha de proveer a la sociedad de formas nuevas y renovadas de
enseñanza para atender debidamente a las nuevas clases de estudiantes, de nuevas
formas de organizar el aprendizaje y de nuevas salidas profesionales. Mientras sigue
siendo cierta la alta valoración de la enseñanza como actividad, ha de insistirse que el
proceso no debe agotarse ahí, sino que su objetivo principal es el aprendizaje por parte
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del alumno; de manera que en el binomio enseñanza-aprendizaje es imprescindible poner
énfasis en este último aspecto, entendiendo la enseñanza como un sistema para
facilitarlo; como un medio más que un fin en sí mismo. El aprendizaje es algo personal en
tanto que es un proceso que produce un cambio en el estudiante, cambio referido no sólo
a su modo de pensar y sentir, sino también en su actuación, respondiendo así a los
tradicionales saberes, como saber, saber hacer y saber estar”.
El carácter pluralista del concepto de calidad genera diferentes modelos de evaluación que
hacen énfasis en diversos aspectos de la realización de tareas en la educación superior: en
los insumos, en los procesos y en los resultados. Las evaluaciones para controlar mínimos
de calidad se centran casi exclusivamente en los insumos. Cuando encontramos la noción
de calidad enraizada en la noción de cambio cualitativo, inscrita no en un marco de control,
sino de fomento al mejoramiento institucional, es necesario tener en cuenta tanto las
características que se refieren a los insumos, como las relacionadas con procesos y con
resultados; es necesario que los involucrados participen en los procesos de recolección de
información, en la elaboración de juicios (evaluación) y la toma de decisiones que afectan
su proceso de formación.
En la educación universitaria, la referencia a la calidad se está haciendo como calificativo a
las diferentes acciones que se emprenden en cada campo, puede hacer referencia a los
estudiantes, a los docentes, a los rediseños curriculares, a la implantación de nuevas
estrategias de enseñanza y aprendizaje, políticas de dotación física, formas e innovaciones,
proyectos de investigación, etc. Todas estas actividades y otras muchas están involucradas
en el gran espectro de la calidad, porque, obviamente, nadie puede objetar a la calidad
como objetivo de un proyecto, de una institución o de un programa de acción. Todos
deseamos una Educación Universitaria de calidad, nadie desea una Universidad mediocre.
El problema comienza cuando se quiere comprometer a la comunidad universitaria con el
proyecto de la calidad a largo plazo, e intentamos precisar qué es la calidad de la educación
universitaria y encontramos que el concepto en general se presenta ambiguo y equívoco.
Parece existir un consenso relativo a lo que consideramos requisitos de calidad de los de la
educación y sobre lo que puede ser un buen aprendizaje. Pero en general suelen primar los
indicadores de rendimiento de tipo economicista y los de orden gerencialista. Más
recientemente y con referencia a nuestro tema, la calidad como eficacia interna de los
sistemas e instituciones de educación universitaria, aparece como reacción a la insuficiencia
de los indicadores cuantitativos de eficacia y efectividad y se vincula a las características,
consideradas cualitativas, de los procesos y productos de la Universidad.
En la universidad la calidad debe ser la capacidad de transformación y cambio
permanentes para alcanzar con los recursos disponibles y posibles, lo mejor que se puede
lograr en relación con el proyecto institucional y los retos que le plantea la Sociedad a la
Universidad. Debe estar referida a la mejor calidad de vida. Porque la sociedad confía a la
universidad la formación de los jóvenes en el contexto de la ciencia, en el nivel de
desarrollo superior de la inteligencia, y si ésta no se sabe utilizar para tener mejor calidad
de vida en armonía social con la naturaleza, no se está respondiendo a las expectativas. La
calidad de vida en la universidad sólo es posible superando los celos profesionales, las
envidias, las rivalidades, las intolerancias, las discriminaciones y las venganzas. Todos
11
ellos sentimientos humanos que incontrolados producen la competencia y toda clase de
patologías sociales.
La calidad de la función educativa en la universidad se puede definir en la figura de una
obra magistralmente interpretada por una orquesta. Cada músico interpreta su partitura con
excelencia, pero debe alcanzar este mismo nivel en la armonía con el grupo, debe vivir y
comprender el papel de cada uno de los otros, respetar la diversidad y ser capaz de aunar su
calidad con la de los otros. Si solamente un intérprete logra una excelente calidad, este
calificativo no se puede generalizar a la obra, no se puede observar en la obra.
Esto lleva a otra discusión, de sí la universidad debe ser reflejo de la sociedad o la sociedad
reflejo de la universidad. En el fondo de nuestro corazón los miembros de las comunidades
universitarias, especialmente públicas, que en cierto modo somos privilegiados, sabemos
que estamos llamados a liderar, a jalonar, a cuestionar, a enriquecer y velar por la cultura
que mueve nuestra sociedad.
En la búsqueda de un sentido liberador y liberal de la calidad aplicado a la educación,
iniciando en el aula de clase podemos encontrar varias perspectivas, entre otras, la calidad
en: la excepcionalidad, la coherencia entre los logros y los objetivos, el reto a la educación,
en el proceso de transformación y en la forma de vida.
- Calidad como excepcionalidad.
¿Qué es la excepcionalidad? Es el encuentro con el conocimiento, con la ciencia, la
construcción del saber, la conjunción entre la libertad y el deseo de aprender, la presencia
detectada y buscada de la creatividad, algo así como el Mont Matre en París hace 20 años,
donde cada uno con el estímulo de la obra de los otros, iba buscando un nuevo estilo,
creando una nueva obra (ahora ya no tienen ni espacio y la escuela se redujo a mínimos).
Conocer autores que no se exhiben en las librerías, enterarse de los cotilleos científicos:
cómo llegaron a esa situación, cómo se produjo un enunciado científico, cómo se da esa
relación entre el fenómeno y la teoría que lo quiere explicar, encontrarse con el poder del
conocimiento, de la palabra, escuchar a personas que han alcanzado significativas metas.
La excepcionalidad es también la capacidad para bajar a diferentes niveles de necesidad y
conocimiento, reconocer que la educación superior es subir peldaños sin olvidar donde
quedan los otros, y conservar la capacidad de bajar a ellos. La capacidad de reconocer los
errores y de emprender caminos para corregirlos, no es el cero defectos, es el
reconocimiento de los múltiples defectos e ilusiones que envuelven la construcción del
conocimiento científico.
La enseñanza y el aprendizaje constituyen espacios ricos en posibilidades para leer el
espíritu de la época, siempre que se esté dispuesto a observar, a escuchar y a crear. Sus
relaciones con la construcción de saberes y la demostración de su existencia en la
evaluación, marcan de por sí caminos donde de muchas maneras se juegan los modos de
existir. Los saberes nos ligan a los misterios del vivir, nos preguntan por lo individual y lo
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colectivo, nos interrogan sobre la creación cultural, nos separan e integran con la
naturaleza, nos acercan y disimulan en las relaciones llamadas de poder, rozan el goce, el
placer, el amor, se internan en lo sombrío y lo escondido de las violencias.
En la conjunción de la calidad se dan cita, al mismo tiempo, los derechos de los usuarios
(todos los miembros de la comunidad académica) y las responsabilidades de los
proveedores (igual, todos los miembros de la comunidad académica), que de lograr
alcanzarlos, quedarán bien encaminados. Y es que, en último término, la calidad no es una
entidad física y objetiva, sino subjetiva y construida, es algo especial. O, lo que es lo
mismo, aportante de los sistemas de creencias, valores y juicios desde los que los
individuos, grupos y colectivos sociales, la definen, y en los que se apoyan para atribuirla a
algo, en este caso a la educación.
La excepcionalidad de la calidad en el aprendizaje tiene sus orígenes en la posibilidad de
construirse en el aula, en la vida cotidiana, buscando el enriquecimiento intelectual y no
económico, moral y no de poder de subyugación del otro, social y no individual, utilizando
como herramientas la investigación y no los inventarios o los indicadores de rendimiento
económico, sino la formación en la reflexión y el espíritu crítico y no la imposición de
teorías y procedimientos. La excepcionalidad estaría en lograr los cambios en el contexto
de su espíritu originario, en la atmósfera que se crea en el encuentro de personas
provenientes de muchas disciplinas, profesiones y lugares.
- Calidad como resultante de la coherencia entre las estrategias, los
resultados y los logros propuestos.
La capacidad de servir realmente a aquello para lo cual se está usando define la eficacia de
una estrategia o método propuesto para alcanzar los logros. “Desde esta perspectiva puede
afirmarse que el elemento característico de la calidad es la proporción o magnitud de los
objetivos alcanzados” (Rodríguez, 1997, 45-63).
- La calidad como un reto individual y colectivo.
Las concepciones y las acciones conforman una relación de causalidad caracterizadora del
comportamiento humano en los procesos educativos. Los profesores intervienen movidos
por las ideas que a su juicio justifican claramente la dirección y consecuencia de sus
acciones. Los estudiantes van conformando una cultura que impulsa sus acciones. Pero, lo
preocupante es que, en muchas ocasiones, en unos y otros, las concepciones van
conformando una cultura de “supervivencia” más no de construcción de un saber que
conduzca a la calidad en la vida diaria, en la enseñanza, en el aprendizaje, en las relaciones,
en las comunicaciones, en la investigación, en la gestión, etc.
En el campo educativo la calidad aflora en el listado de los calificativos de las acciones
pedagógicas, en los listados de temas de investigación, en los temas de discusión en los
congresos, en los objetivos de un proyecto o plan, pero no ha sido foco especial de atención
generalizado en quienes ejercen las acciones educativas, en especial del aprendizaje como
un acción individual. A pocos preocupa el que un estudiante haya aprobado una asignatura
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con una calificación de 3.5, si ésta representa realmente lo que se sabe, si se está muy lejos
de la meta propuesta y, aún los mismos estudiantes no consideran que deben hacer algo
porque los profesores tampoco lo creen necesario, ni la universidad como institución tiene
política alguna al respecto.
El reto de la calidad de la educación universitaria está en:
• Encontrar la esencia de la excelencia en las acciones con intención formativa.
• Conseguir que el aprendizaje sea realmente significativo
• Conseguir que la educación sirva realmente a la formación integral de las personas
involucradas.
• Lograr una socialización equilibrada y armónica con los valores sociales que propicien
la paz, la justicia y la equidad.
• Hacer que el estudiante y el profesor alcancen la capacidad crítica y creativa.
• Lograr que los usuarios del servicio de educación se comprometan con procesos de
búsqueda permanente de la calidad.
• Comprometer a los miembros de la comunidad académica con la definición y búsqueda
permanente de nuevos significados y estrategias.
• Convencer a los alumnos de la bondad de los procesos educativos y de la importancia
de implicarse activamente en su propia mejora.
• Ser capaz de considerar las diferencias individuales y la diversidad de los sujetos sobre
los que actúan los procesos educativos.
• Conseguir resultados de acuerdo con los objetivos propuestos respetando la libertad de
los estudiantes y profesores.
• Promover la autonomía intelectual y moral como forma de lograr resultados de calidad
en un clima de libertad y respeto a las opciones personales.
• Conseguir la eficacia, eficiencia y efectividad en un clima de coherencia y armonía
sociales.
• Contrarrestar la tendencia al trabajo individual consiguiendo la formación de colectivos
de trabajo.
• Conciliar los intereses personales, afán de protagonismo, búsqueda de bonificaciones
amparados en la autonomía y la libertad de cátedra con la necesidad de formar equipos
de trabajo.
• Conseguir que los profesores universitarios reconozcan que sus acciones pueden ser
mejorables.
- Calidad como transformación.
Es por todos reconocido que en la vida de los jóvenes universitarios se presentan grandes
cambios, se podría decir que se transforman en ese período que permanecen en la
universidad, pero el reto es que la transformación se puede dar con la universidad o a pesar
de la universidad. Por ello, la verdadera calidad de las acciones en la universidad radica en
su capacidad para lograr el desarrollo intelectual, político, afectivo, personal y social de
alumnos y profesores, agregando en estos últimos la dimensión pedagógica y científica.
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Entender la calidad como transformación es lograr que el saber altere la dirección, la forma
y el sentido de las acciones, hasta conseguir un cambio como ser individual y como ser
colectivo, lograr que al salir de cada clase, de cada encuentro, cada persona sienta que no es
la misma, que está viendo el mundo de otros colores. Es lograr armonía, equilibrio y
articulación con las vivencias sociales.
La calidad es una especie de fuerza que impide a las personas y las instituciones encriptarse
en una forma de vida. Cuando el “espíritu” de la calidad se posesiona, la búsqueda de lo
mejor, de la perfección, no cesará y, en ese mismo ambiente, se educarán las generaciones,
por lo cual no será necesario realizar campañas a su favor. De esta forma y con esta
motivación, la búsqueda permanente de la calidad se convertirá en una brújula del hacer
universitario.
- Calidad como forma de vida.
Lo mejor en la universidad, se va logrando en armonía con todos los seres que nos rodean,
en equilibrio de nuestras responsabilidades, con sentimientos de cooperación, solidaridad,
confianza y generosidad, colocando todo el empeño en el trabajo científico, en el
académico y, sobre todo, en las relaciones con cada persona comprometida en el proceso
dentro y fuera de la comunidad académica.
Así, la calidad se entiende como la búsqueda permanente del mejor camino para la acción,
la mejor explicación a los continuos interrogantes como consecuencia de un proceso
sistemático de recolección de información para emitir juicios y hacer recomendaciones y
para probar la eficacia de la intervención innovadora, comparándola con otras formas
tradicionales de intervenir en el mismo problema (Nirenberg, Brawerman y Ruiz, 2000).
Los logros han de ir facilitando la búsqueda, han de ir liberando el espíritu de los temores al
fracaso y a los errores producto de estrategias incoherentes.
5. LA FUNCIÓN MEDIADORA DEL DOCENTE
Es de todos reconocido que el estudiante no construye el conocimiento en solitario, sino
gracias a la mediación de los otros y en un momento y contexto particular. Esos otros son
los profesores, los compañeros de curso y demás miembros de la comunidad académica.
La función docente del profesor involucra diversos roles. En la relación con la ciencia debe:
liderar la divulgación del conocimiento científico, orientar el redescubrimiento y la
reelaboración, propiciar la aplicación y participar en procesos de investigación que
contribuyan al enriquecimiento del conocimiento científico. En el proceso de aprendizaje
debe animar la participación del estudiante, promover el compromiso y la responsabilidad
con las acciones individuales y colectivas, ofrecer alternativas que permitan al estudiante el
reconocimiento de sí mismo y concertar estrategias favorecedoras del aprendizaje
significativo. En la relación con la sociedad, debe propiciar el estudio de la situación social
en el entorno inmediato y favorecer la relación de los procesos con el desarrollo de las
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competencias de empleabilidad que les permitan desempeñarse con éxito en la solución de
los problemas que les planteen el mundo social y laboral.
La intervención orientadora del profesor debe estar condicionada por las dificultades
detectadas en el estudio de las ideas previas y los esquemas alternativos, a partir de los
cuales se define el tiempo de tutoría y explicación y las estrategias necesarias. Pero aquí se
quiere reflexionar sobre esta relación (evaluación-calidad) porque, como proponíamos en el
apartado anterior, la calidad está en el ethos del ser docente universitario. Porque los
profesores universitarios queremos tener siempre una mejor calidad de vida y seguramente
no nos negaremos a buscar afanosamente la calidad para nuestras acciones docentes.
Aceptamos que todos los elementos que intervienen en la educación deben ser analizados
en sí mismos, pero también deben ser considerados en relación con los demás elementos
que forman el sistema educativo.
Proponemos la evaluación como el camino para conseguir el compromiso con la calidad,
pero la evaluación de verdad, la que trasciende la medición y la calificación para llegar al
juicio valorativo y crítico. O sea, los juicios que se formulan sobre la base de una buena
información, que ha sido comparada con unos indicadores de calidad, definidos
previamente por la comunidad universitaria y aceptados como tales. Unos indicadores que
no se petrifican, sino que por el contrario se renuevan permanentemente, como el más claro
signo de actualización y vigencia de la cultura académica.
Contamos con los hechos del deseo permanente de mejorar en el ser humano y que las
políticas universitarias apoyan (o apoyarán) el proceso de enriquecimiento continuo, que
hacen que las acciones docentes tengan un estrecho vínculo con la calidad. Esta
preocupación no es nueva porque como dice López (1999) “Calidad es término
renacentista, en la medida en que renacer es privilegio de lo valioso”, la variante que se
quiere proponer es que en lugar de ser una imposición desde fuera, sea una búsqueda
permanente y responsable desde dentro.
Conseguir que en la convergencia de las acciones y las reflexiones recorramos un camino
en el cual el renacer sea integral, en donde el profesor quiera vivir mejor siendo mejor, que
las exigencias de mejores condiciones de vida vayan acompañadas de mejores acciones
docentes. Para lograrlo la calidad tendrá que contar necesariamente con la complicidad de
la evaluación, en una relación en donde cada uno de estos conceptos tiene su propio
sentido, aunque en algunos momentos exista entre ellos una relación de causalidad que los
hace inseparables. La evaluación y la calidad comparten procesos y decisiones, pero aún
así, son conceptos diferentes que no deben confundirse precisamente en beneficio de la
intención de mejora. Diferentes en su identidad y funciones, aunque íntimos e inseparables
colaboradores en la tarea (López, 1999).
En el camino de nuestro trabajo, la calidad es el fin último y permanente de la evaluación,
pero recordemos que la evaluación no es la totalidad del proceso que lleva a la calidad. La
evaluación se convierte en una primera fase en el camino hacia la calidad, en una actividad
permanente durante su proceso, y en un independiente proceso de evaluación siempre se
estará pensando en la calidad y sus indicadores serán necesariamente parámetros de la
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evaluación, así que podemos decidir que la evaluación es un claro camino para llegar a la
calidad.
La evaluación tiene sentido por sí misma y se convierte en la base de la planificación que
da cuerpo a la calidad y alimenta la innovación que le da el espíritu permanente. En Scriven
(1988) y Bloom y colaboradores (1978) encontramos clasificada a la evaluación según el
momento como: diagnóstica, formativa y sumativa, y aunque estos conceptos han sido
exhaustivamente estudiados (o han pasado de moda) en este momento son de gran valor
para explicar el tipo de conocimiento que la evaluación proporciona a un proceso de
calidad, y la utilidad que ésta tiene como soporte de una acción decidida y representativa.
En la planificación cobran vida las propuestas educativas y organizativas que expresan los
compromisos e intencionalidad, convirtiéndose en los mecanismos a través de los cuales la
comunidad educativa explicita sus ideas para conseguir la calidad. Y hacemos referencia al
espíritu de la innovación, como una forma de trascender los puntos débiles que la
evaluación ha reportado, y que en algunos casos sólo podrán superarse con cambios
significativos, que exigen a los docentes creatividad e innovación.
Además de ser parte fundamental de la planificación y la innovación, la evaluación se
convierte en garante de la eficacia, eficiencia y efectividad, características si ne cua nom de
la acción educativa. En esta acción educativa la evaluación ocupa lugar coprotagónico y es
nuestro objeto de estudio particular, por ello cuando estamos pensando en un camino hacia
la calidad de la educación haciendo énfasis en uno de los pilares fundamentales como es la
docencia, estamos realizando el intento de imaginar y crear un paradigma definido por la
explicación de los muchos factores que componen la compleja totalidad de la acción
docente.
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