Ensayos sobre economía política*

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Ensayos sobre economía política
James M. Buchanan
La economía política del déficit presupuestario
Introducción
Mis ideas acerca de la economía y la política de los déficit presupuestarios financiados mediante
la deuda no gozan de una aceptación amplia entre mis colegas economistas. De hecho, mi
pensamiento sobre este tema puede ser más próximo a aquel que emerge del sentido común del
ciudadano ordinario. Presenté por primera vez estas ideas en 1958 en libro Public Principles of
Public Debt (Principios públicos de la deuda pública), que desafiaba la noción keynesiana entonces
ortodoxa de que la deuda pública no entraña ningún deslizamiento temporal de la carga porque “la
debemos nosotros mismos”. A la largo de tres décadas mis creencias básicas no han cambiado. Es
mucho más importante lograr que los fundamentos del análisis sean correctos, a fines de los
ochentas, de lo que fue en los cincuenta. Mi segundo esfuerzo de importancia fue un libro,
Democracy in Deficit (La democracia en déficit), escrito en colaboración con Richard E. Wagner y
publicado en 1978. Este segundo libro no examinaba las consecuencias económicas de las deudas
y lo déficit; intentaba explicar por que los procesos de toma de decisión modernos o
poskeynesianos generan una forma de financiamiento deficitario casi permanente. Mientras que el
primer libro era un ataque contra la teoría macroeconómica keynesiana de la deuda pública, el
segundo libro era un ataque contra las presuposiciones keynesianas acerca de la política
democrática.
Tal vez no deba sorprendernos que mis esfuerzos en ambos casos erizaron el plumaje de los
economistas, quienes continúan bajo el dominio del paradigma macroeconómico impuesto a
mediados del siglo pasado por la “revolución” keynesiana en el pensamiento económico. No
continuaré la argumentación que prevalece en este contexto con otros economistas, pero resulta
útil mencionar aunque sea brevemente la posición de mis adversarios como trasfondo para la
discusión que sigue.
Los principales elementales
En los términos más sencillos, las consecuencias económicas de un déficit presupuestario
financiado con deudas son equivalentes a las consecuencias económicas de un déficit financiado
mediante endeudamientos en la cuenta de cualquier unidad económico-financiera, sea esta una
persona, una familia, una corporación, un club, una iglesia o un sindicato de trabajadores. Cuando
los ingresos que se obtienen son inferiores a los egresos o gastos actuales surge un déficit, y si no
se incrementan los ingresos o se disminuyen los egresos el déficit o diferencia debe ser financiado
pidiendo préstamos, en el caso de los gobiernos nacionales, que tienen la autoridad para emitir
papel moneda, los déficit presupuestarios también pueden financiarse directamente mediante la
 En Ensayos Sobre Economía Política, Capítulo1 Alianza Editorial Mexicana
emisión de dinero. Dejaré fuera de esta discusión esta posible fuente de ingresos, ya que el tema
que nos interesa trata de las consecuencias de los déficit financiados por medio de deudas. Estas
consecuencias en sí mismas pueden hacer de la monetarización un recurso de última instancia,
aspecto que trataré en forma breve más adelante.
Tanto para el deudor como para el acreedor, la venta y compra de instrumentos de deuda implica
un desplazamiento temporal de la disponibilidad de fondos. El deudor se ve capacitado a adaptar
más que sus ingresos al inicio del período presupuestal, pero se obliga a gastar menos que sus
ingresos en algún periodo futuro. Por la otra parte, el acreedor gasta menos que sus ingresos en el
periodo inicial pero se ve capacitado para gastar más que los ingresos en los periodos durante los
cuales la deuda se amortiza. Como he sostenido a lo largo de tres décadas, el gobierno no es
fundamentalmente diferente en estos sentidos de cualquier otro deudor.
Se hace necesario volver a los orígenes debido a la inmensa confusión que priva en buena parte
de las discusiones sobre la deuda pública y los déficit. Si descartamos una suspensión en el
servicio de la deuda, la consecuencia económica primaria del gasto gubernamental financiado por
deuda es la necesidad garantizada de que nosotros, como ciudadanos contribuyentes y
beneficiarios de los programas positivos, deberemos renunciar a partes de nuestros ingresos en
periodos futuros para poder cubrir los gastos de intereses y amortizaciones sobre la deuda. Una
parte de nuestros ingresos futuros ha sido comprometida para satisfacer los legítimos reclamos de
los acreedores del gobierno. No importa en absoluto si estos acreedores son ellos mismos
ciudadanos o extranjeros.
El financiamiento de los gastos gubernamentales corrientes mediante endeudamientos equivale a
“devorar” el valor del capital nacional. Si definimos el valor capital descontando un flujo esperado
de ingresos futuros, entonces cualquier desviación de dichos ingresos reduce este valor. Y lo hace
de la misma manera como lo haría el consumo de bienes de capital. Al financiar los egresos
públicos actuales mediante endeudamientos, en realidad lo que estamos haciendo es cortar el
manzano para hacer leña, con lo cual reduciremos la cosecha del huerto para siempre.
Con frecuencia se rechaza la analogía entre el consumo público financiado por endeudamiento y la
destrucción del valor capital porque se argumenta que, siendo ciudadanos los acreedores de la
deuda interna, las obligaciones contra los ingresos futuros de ésta se balancean exactamente
contra las exigencias de quienes han comprado participaciones gubernamentales. Desde esta
lógica macroeconómica simplista, no hay efectos sobre los valores del capital sumados sobre toda
la economía. El absurdo de esta argumentación queda demostrado en cuanto reconocemos que
quienes compran las participaciones en el gobierno lo hacen en forma completamente voluntaria
en una transacción de intercambio y que, precisamente porque la compra es voluntaria, estas
mismas personas pudieron haber empleado esos fondos sea para comprar otros activos privados
que rindan ingresos o para el consumo privado durante el periodo inicial. En cualquier caso, los
valores de capital de los acreedores en manos de aquellos que compraron participaciones
gubernamentales no se pueden contra como contrapartes positivas del valor de capital negativo
que necesariamente entraña la obligación de satisfacer caros futuros por intereses y amortización.
Este valor negativo es un cargo contra la cartera de los ciudadanos, como miembros de la unidad
política, y no se balancea por ningún incremento positivo al valor de capital asignado
apropiadamente a este mismo portafolio. Este resultado es válido independientemente de las
fuentes de los fondos iniciales prestados al gobierno.
Deuda interna y deuda externa
Este error lógico básico en el análisis también anima el conocido argumento según el cual la deuda
en manos de extranjeros, así llamada deuda externa, es más onerosa que la deuda que está en
manos de ciudadanos o de organizaciones domésticas. El error aquí se origina por no considerar
las alternativas que inicialmente se ofrecen a quienes compran los títulos. Si son ciudadanos
quienes compran los instrumentos de la deuda, se hace imposible el empleo alternativo d los
fondos en la economía doméstica. Si los bonos son comprados por extranjeros, quedarían abiertas
estas alternativas en la economía doméstica. Las reclamaciones contra ingresos futuros por parte
de los extranjeros del segundo caso son exactamente equivalente al valor de los empleos de los
fondos que siguen estando disponibles para su explotación como inversiones privadas o como
oportunidades de consumo. Como ciudadanos, como miembros de la organización política del
gobierno, quedamos exactamente en la misma posición si la deuda nacional está en manos de
personas al interior o al exterior de la economía nacional.
Se sugiere con frecuencia que el régimen de los ochenta de déficit masivos ha podido sostenerse
sin perjuicios económicos mayores sólo gracias a que han sido extranjeros quienes han comprado
grandes lotes de las obligaciones emitidas para financiar los déficit. De otro modo, se sugiere, los
déficit presupuestarios de la magnitud experimentada habrían ejercido presiones ascendentes
inaceptables sobre las tasas de interés. Mi conclusión acerca de los efectos equivalentes de la
deuda externa y la doméstica o interna no contradicen tal sugerencia. El impacto de un déficit
financiado con endeudamiento de cualquier tamaño sobre las tasas de interés dependerá de la
oferta de fondos para prestar, y si los inversionistas extranjeros ofrecen fondos para los mercados
de préstamos locales, sean públicos o privados, las tasas de interés serán menores de lo que
serían de no disponerse de tales fondos de inversión extranjera. No hace ninguna diferencia si los
extranjeros compran obligaciones privadas o gubernamentales.
Arrinconamiento
Una segunda fuente de confusión mayor, o al menos de ambigüedad, tiene que ver con la cuestión
del “arrinconamiento”. Como el financiamiento de la deuda fuerza al gobierno a vender
obligaciones a cambio de los fondos que proveen los acreedores, fondos que se consumen cuando
gasta el gobierno, parece evidente que estos fondos podrían ser empleados por los prestadores
para comprar obligaciones privadas que rindan ingresos. Los vendedores potenciales de
obligaciones privadas (por ejemplo, firmas en busca de expandir sus facilidades de capital
mediante la emisión de acciones o bonos) quedan “arrinconados”. Las obligaciones privadas sólo
pueden entrar al mercado a tasas de interés que son muy superiores a aquella que prevalecerían
de no existir la operación de préstamo del gobierno.
Algunos economistas han cuestionado este argumento en apariencia simple; según ellos la
cuestión de la deuda pública, en sí misma, estimula nuevos ahorros. De acuerdo con esta
argumentación, los ciudadanos se darán cuenta de los gravámenes tributarios que están
implicados en cualquier operación de endeudamiento público del periodo futuro. En consecuencia,
ajustarán su comportamiento de tal manera que estos futuros pagos de gravámenes, que les serán
impuestos a ellos o a sus descendientes, puedan ser más fáciles de cumplir. Según este
escenario, el ciudadano, al poder observar el endeudamiento del gobierno hará ahorros adicionales
mediante la reducción de sus tasas actuales de sus gastos de consumo. El ahorro adicional, en la
medida en que ser realice, deberá equiparse con las demandas adicionales de fondos prestables
que representa la operación de endeudamiento público. En el extremo, si los nuevos ahorros
balancean completamente la situación, no habrá “arrinconamiento”. Y, aun de no ser completo,
cualquier ahorro que se genere como resultado de la cuestión de la deuda pública atenuará el
arrinconamiento de la formación de capital privada más allá de lo sugerido por el argumento inicial.
Mi propia posición es que el hecho de que el financiamiento por endeudamiento de los déficit
presupuestarios “arrincone” o no a la inversión privada y a la formación de capital es esencialmente
una cuestión no es mi intención sugerir que carezca de importancia. En vez de ello sugiero que es
inexcusable que los economistas se concentren injustificadamente en esta discusión, que suponga
que no ocurre ningún arrinconamiento. Supongamos que los déficit financiados por deuda no tiene
efectos sobre la tasa de interés, y por ende sobre la tasa de formación de capital en la economía.
Este resultado requeriría que los nuevos ahorros generados fueran suficientes para financiar por
completo todos los instrumentos de deuda gubernamental ofrecidos.
La consecuencia económica primaria del financiamiento por endeudamiento de los déficit seguiría
estando presente aun en este caso extremo y totalmente fuera de la realidad. Seguirá habiendo
una demanda neta contra los flujos de ingresos privados futuros en la economía, demanda
detentada por los acreedores del gobierno, todas aquellas personas, individuos u organizaciones,
domésticos o extranjeros, que posean títulos gubernamentales. Los impuestos, que por su propia
naturaleza son coercitivos, tendrán que imponerse en contra personas para poder generar los
ingresos necesarios para financiar el pago de intereses sobre la deuda. Por definición, aquella
parte de los ingresos privados que deba destinarse al pago de impuestos no puede estar
disponible para usos privados como podrían desear los individuos, tanto para efectos privados
como podrían desear los individuos, tanto para efectos privados como públicos. Se hará presente
la carga de tener que efectuar pagos de impuestos a partir del ingreso personal,
independientemente del comportamiento de aquellos que hagan las decisiones del periodo inicial
respeto a cuánto ahorrar y cuánto consumir. La persona que enfrente un impuesto para financiar el
pago de intereses no establecerá ninguna relación entre el ahorro que sus padres puedan o no
haber hecho y la deuda que se contrajo anteriormente. La persona que enfrente un impuesto para
financiar el pago de intereses no establecerá ninguna relación entre ahorro que sus padres puedan
o no haber hecho y la deuda que se contrajo anteriormente. La persona que encare un impuesto
así razonará simplemente a partir del hecho observado de que los ingresos que de otra manera
podría usar se le quitan así razonará simplemente a partir del hecho observado de que los ingresos
que de otra manera podría usar se le quitan mediante impuestos. El resultado es análogo
precisamente al ejemplo de la huerta de manzanas que mencionamos anteriormente. Si el
producto de tres de los árboles dentro de la propiedad nominal de un individuo se destinan al
servicio de la deuda, esto es completamente equivalente a tener una huerta con tres árboles
menos.
¿Cuánto tiempo podemos gravar el futuro?
Las implicaciones descriptivas del análisis más elemental son claras. El gobierno federal se ha
embarcado en un patrón de gastos financiados por endeudamiento que no puede sostenerse
indefinidamente. El hecho de que el gobierno no pueda caer en bancarrota en ningún sentido
análogo a la bancarrota de personas o de firmas comerciales no modifica nada la proposición
central. Por supuesto, los poderes últimos que el gobierno tiene para recaudar impuestos y crear
dinero garantizan que se respetarán todas las demandas por deudas a valor nominal, pero no nos
ofrecen una opción viable para una reforma permanente, ni un incremento continuado de la
proporción de la proporción de los impuestos recaudados, destinada al pago de intereses ni
tampoco una monetarización inflacionaria de las deudas nominales.
Es necesario reducir el déficit presupuestal. Pero, ¿cuáles son la consecuencias de esta
reducción? Es necesario recortar, tal vez dramáticamente, las tasas actuales de gasto
gubernamental, y/o incrementar quizá dramáticamente las tasas impositivas actuales. Cualquiera
de estas dos opciones, o cualquier combinación de ellas también debe tener serias consecuencias
económicas. Los recortes en el gasto reducirán los beneficios esperados por todas aquellas
personas y grupos que han anticipado programas de expansión continuos. Los aumentos en los
impuestos, reducirán los ingresos disponibles para los individuos
privados, una proporción de los cuales se habrían destinado a la inversión privada.
Podría predecirse que una reducción en el déficit, financiada por un recorte en las tasas del gasto
gubernamental o por un incremento en las tasas de los impuestos, haría descender la tasa de
interés, ya que la reducción de la demanda gubernamental de fondos prestables no quedaría
completamente compensada por una reducción en la oferta de tales fondos. Este efecto sobre la
tasa de interés es a su vez una consecuencia secundaria de la reducción o eliminación del déficit.
La consecuencia primaria es un desplazamiento de la incidencia del pago de los programas
gubernamentales que cambia de causantes futuros a aquellos que están activos durante el periodo
en que el gobierno hace realmente sus erogaciones.
En algún punto será necesario realizar este desplazamiento en la incidencia temporal del gasto
gubernamental. El crecimiento real de la economía nacional puede posponer el día en que se
llegue a esa decisión, pero el pago de intereses no puede absorber de manera permanente una
proporción creciente del presupuesto federal.
¿Es necesario cambiar las reglas?
¿Acaso hay buenos prospectos de que nuestros procedimientos democráticos de decisión puedan
lograr este cambio de incidencia? ¿No será necesario predecir que estos procesos operarán para
asegurar que el dilema del déficit empeore mucho antes de que mejore? ¿Después de haberse
embarcado en este patrón de gasto financiado por endeudamiento, podrá nuestra estructura
política, tal como está organizada hoy en día, salir airosa del desafío que enfrenta?
No creo que pueda ni que vaya a hacerlo. Como todos podemos observar, parece haber costos
políticos casi insuperables implicados tanto en una reducción de los gastos como en el aumento de
impuestos. La política moderna de Estados Unidos opera en concordancia con un conjunto de
reglas que vuelven casi imposible una resolución efectiva de la cuestión del déficit. Debe quedar
clara la implicación de esto. Sólo podemos esperar mejorías o reformas si se cambian las reglas.
Debido a esta convicción, desde hace mucho he apoyado resueltamente las proposiciones de
enmienda a la constitución que exijan un balance presupuestal.
No desarrollaré aquí el argumento a favor de tal enmienda. Lo he hecho en muchas ocasiones
anteriormente, y no es éste mi cometido actual. En vez de ello deseo adoptar una perspectiva
“realista” y examinar lo que parece hoy, a fines de los ochenta, el escenario más probable.
Independientemente de lo que yo pudiera esperar en lo personal hoy no puedo predecir la
instrumentación de una enmienda a la constitución que pueda asegurar un presupuesto
balanceado en el decenio próximo. Es más, no pienso que los compromisos congresionales en la
forma general Gramm-Rudman se vuelvan efectivos. Bien pueden darse esfuerzos del congreso
que sean casi exitosos en el corto plazo para reducir el tamaño de los déficit presupuestales sin
cambios en las reglas o procedimientos básicos de decisión. Incluso estos
esfuerzos pueden llegar a ser contraproducentes a largo plazo debido a que pueden, en la medida
en que tengan éxito en el corto plazo, servir sólo para distraer la atención de la reforma estructural
de procedimientos que se requiere. Cualquier restablecimiento del congreso como ese de una
disciplina fiscal efectiva podría y sería probablemente disipado de manera rápida por un retorno
hacia la intemperancia fiscal. Si se da credibilidad a este prospecto, ¿por qué habrían de incurrir
los dirigentes políticos en costos políticos y económicos presentes a fin de beneficiar a líderes
políticos y representantes que vendrán después?
Prospectos de incumplimiento
Así pues, ¿qué podemos esperar con realismo? ¿Las constantes expresiones de preocupación
harán algo sobre los déficit financiados por deuda, tomando en cuenta su magro éxito? ¿Lo harán
interesantes cada vez más gravosos que consumen porciones más y más grandes de los egresos
del presupuesto federal?
En algún punto de una secuencia como ésta, el incumplimiento o el repudio de la deuda nacional
debe convertirse en un tema político central. Como la deuda nacional de los Estados Unidos está
tasada casi exclusivamente en dólares, puede reducirse su valor real mediante la emisión de
dinero en su límite a cero, dramáticamente. Hay dos vías en las que puede tomar lugar el
incumplimiento mediante la monetarización. Primera, las autoridades monetarias de la Reserva
Federal podrían sencillamente comprar todas las obligaciones corrientes de gobierno con dólares
recién creados. Bajo tales circunstancias, se garantizaría a todos los acreedores el valor nominal
completo de sus créditos. La inflación generada por el dinero recién emitido reduciría los valores
reales de todas las obligaciones fijas de la economía; la operación sería equivalente a gravar con
impuestos a todos los tenedores de tales obligaciones. De manera alternativa, la autoridad
monetaria podría genera inflación expidiendo dinero adicional a través de los canales ordinarios,
reduciendo de esta forma los valores reales de todas las deudas nominales circulantes, tanto
pública como privadas. En este caso los efectos serían casi equivalentes a los de la primera
operación: la incidencia efectiva sería sobre los tenedores de obligaciones fijas. Es más probable
que ocurra la segunda de estas operaciones que la primera, acompañada por la negativa de todos
los involucrados en cuanto a que se trate de un intento explícito de no caer en incumplimiento
respecto a la deuda nacional.
La relación entre la deuda nacional y otra ronda de inflación merece ser observada más cerca. La
inflación efectuará una reducción del valor real de la deuda pública pendiente; la deuda como
proporción del PIB podría incluso nivelarse y hasta decrecer. Por esta razón, resultan muy
sospechosas todas las comparaciones entre el tamaño de la deuda nacional y el PIB, ya que la
proporción de deuda a producto se puede reducir dramáticamente mediante una inflación masiva.
No obstante, una política de tal envergadura puede resultar mucho menos efectúa (desde la
perspectiva del gobierno) a fines de los ochenta y
principios de los noventa de lo que resultó en el decenio de los setenta. Dado que hoy en día la
deuda circulante se concentra más en instrumentos de corto plazo, las expectativas inflacionarias
se verían rápidamente traducidas en las tasas de interés. A medida que el gobierno intentara dar
vuelta y refinanciar instrumentos de deuda que llegasen al vencimiento, los pagos de intereses se
elevarían para alcanzar la inflación anticipada. Los resultados fiscales aparentemente benéficos
tendrían efectos sobre todo en el corto plazo.
En algún punto de esta secuencia, es indudable que la discusión política tocaría en forma más
explícita el repudio de la deuda nacional; el hecho de que la mayoría de los comentaristas sobre el
déficit, incluyendo economistas, soslayen un examen serio del repudio de la deuda me parece
análogo a cruzar un cementerio silbando. Cuando consideramos el incumplimiento seriamente, nos
damos cuenta de que los argumentos contra un cambio de política drástico no son ni tan fuertes ni
tan auto evidentes como nos gustaría esperar. No me es posible en este lugar desarrollar por
completo los argumentos contra un cambio de política drástico no son ni tan fuertes ni tan auto
evidentes como nos gustaría esperar. No me es posible en este lugar desarrollar por completo los
argumentos de ambos bandos, pero permítaseme formular la cuestión como sigue: ¿Por qué
habría que coaccionar a los contribuyentes y a los beneficiarios de los impuestos que vivan en el
año 2000 a pagar los beneficios de los programas públicos que nosotros, los contribuyentes y los
beneficiarios de los ochenta hemos consumido? ¿Por qué habrían de pagar los contribuyentes de
un período futuro (que por supuesto puede incluirnos a muchos de nosotros) por los dispendios de
hoy? He examinado esta pregunta con cierto detalle, y el argumento más fuerte que pude
encontrar contra el incumplimiento estriba en el reconocimiento legítimo de los reclamos sostenidos
por los acreedores. Aquellos que están comprando obligaciones gubernamentales, y los que lo han
hecho en el pasado, lo hacen y lo han hecho bajo la expectativa de que sus derechos serán
respetados. Repudiar tales obligaciones equivaldría a una violación contractual, y nos gusta vivir
dentro de un sistema legal en el cual respetan los contratos. Sin embargo, los gobiernos nos han
roto contratos en muchas ocasiones anteriores, y, después de todo, ¿con quién celebraron el
contrato los acreedores? No deseo sugerir que los argumentos a favor del repudio de las deuda
nacional llegaran a ser dominantes en lo político. Lo que sugiero en cambio es que el
incumplimiento se volverá cada vez más discutido a medida que continúe el patrón de gasto
financiado por endeudamiento.
El incumplimiento, claro está, implicaría un alto a nuevos préstamos, al menos por un tiempo,
puesto que los prestamistas devendrían bastante escasos. No obstante, obsérvese que el repudio
de la deuda eliminaría el enorme componente que significan los intereses en el presupuesto. Así
pues, una vez que rebasemos el umbral donde los cargos anuales por intereses excedan el déficit
anual (lo cual no está lejos), realmente será el interés de los contribuyentes y beneficiarios de los
impuestos repudiar la deuda.
Conclusiones
Tanto nuestras estructuras fiscales como las monetarias se encuentran actualmente en desorden.
Como miembros del cuerpo político, todos nos estamos comportando irresponsablemente en
nuestro poco deseo por observar, analizar y por último apoyar reformas estructurales que ofrezcan
las únicas perspectivas de una mejoría permanente. Hemos permitido que, accidentalmente, unas
autoridades monetarias casi independientes se hicieran de un monopolio sobre los asuntos que
atañen al dinero fiduciario sin control efectivo de mercado o político. ¿Quién puede predecir un
camino aleatorio, que es la mejor forma de caracterizar la clase de sistema monetario que hoy
padecemos? Al lado de esta autoridad monetaria de camino aleatorio, tenemos una estructura
fiscal de la que ha sido prácticamente eliminada toda pretensión por balancear los costos de los
impuestos contra los beneficios de los gastos. Sin embargo, el problema no es la irresponsabilidad
de los dirigentes políticos, tanto en las ramas ejecutiva o legislativa del gobierno. El problema es
que las reglas del juego son tales que la prudencia y responsabilidad fiscales se encuentran más
allá de los límites de lo políticamente realizable. Los contribuyentes disfrutan los beneficios del
gasto público; no disfrutan con el pago de impuestos. La política del déficit es tan sencilla como
esto.
La tragedia es que tantos de nosotros nos demos cuenta con claridad de lo que está sucediendo y
sigamos siendo impotentes para hacer algo al respecto. Con frecuencia he hablado a favor de una
genuina “revolución constitucional”, pero ¿cómo podemos avanzar hacia su realización?
A pesar de todo, permítaseme terminar con una nota más bien optimista. A lo largo de una década
se ha discutido seriamente acerca de la propuesta de enmienda constitucional para un balance
presupuestario, y ello en niveles políticos importantes. Gramma-Rudman expresa por lo menos un
reconocimiento de la necesidad de varios tipos de pre-compromisos fiscales. Por último, los
economistas están a punto de darse cuenta de la necesidad de examinar cambios estructurales
básicos en nuestras instituciones económicas y políticas, y sobre todo en nuestra estructura
monetaria y fiscal. Todos estos probablemente sean precursores necesarios de una reforma a las
reglas fiscales y monetarias. Si, y se trata de un si muy grande, tan sólo pudiéramos iniciar esta
reforma antes de que sea demasiado tarde.
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