T.H.E. ********************************** TALLER DE HISTORIA ECONÓMICA

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T.H.E.
TALLER DE HISTORIA ECONÓMICA
Facultad de Economía - PUCE
BOLETÍN ELECTRÓNICO
Coordinador: Dr. Juan J. Paz y Miño Cepeda
[email protected]
Asistente de coordinación: Tatiana Flores B.
[email protected]
Quito, noviembre 15 de 2002 - Año IV - No. 02
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El BOLETÍN ELECTRÓNICO del T.H.E. (mensual) es un sistema de información
preferentemente orientado a la economía y la historia económica del Ecuador en el contexto
Latinoamericano. Tiene el objetivo de contribuir al conocimiento y a la discusión académica
universitaria. En ese marco serán apreciadas las sugerencias y difundidas las colaboraciones.
(Queda autorizada la difusión del Boletín, citando la fuente).
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Sumario:
1. LA FUNDACIÓN DEL BANCO CENTRAL DEL ECUADOR Y SU SIGNIFICADO
HISTÓRICO A LOS 75 AÑOS. Juan J. Paz y Miño C.
2. EL ALCA EN EL CONTEXTO DEL “CRACK” DEL CAPITALISMO GLOBAL.
René Báez Tobar.
3. LA NECESIDAD DE REFUNDAMENTAR LA ECONOMÍA. Abstract. Disertación de
Grado. Diego A. Martinez V.
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1. LA FUNDACIÓN DEL BANCO CENTRAL DEL ECUADOR Y SU SIGNIFICADO
HISTÓRICO A LOS 75 AÑOS. Juan J. Paz y Miño Cepeda
* Banco Central del Ecuador. MEMORIA ANUAL 2001 – Cap. V (ps. 137-146)
1.
UN PUNTO DE PARTIDA: LA POLÉMICA SOBRE LA INCONVERTIBILIDAD
De acuerdo con la teoría monetaria de inicios del siglo XX, el patrón monetario fijaba el tipo
de metal “precioso” que debía ser acuñado como dinero. Bajo el bimetalismo, las monedas tuvieron
por base el oro y la plata. Pero el monometalismo oro (“patrón oro”) pasó a regir las transacciones
internacionales, aunque para el comercio interno en cada país se admitían monedas divisionarias
acuñadas en plata, níquel o cobre. Además, la emisión de billetes de banco estuvo referida al patrón
monetario, de manera que tal emisión debía respaldarse en una determinada cantidad de oro. Los
Estados admitían la CONVERTIBILIDAD de los billetes, o sea, la posibilidad de ser canjeados por
oro y se consideraba un "mal" al papel-moneda o billete sin respaldo y, por consiguiente, de curso
forzoso.
El Ecuador adoptó el primer patrón-oro (1900) y la convertibilidad, en una época en la cual
sólo existían bancos privados, a los que se impuso la obligación de mantener primero un 30% y
después el 50% de respaldo en oro para la emisión de billetes. Sin embargo, un Decreto Legislativo
del 30 de agosto de 1914, sancionado por el Presidente de la República General Leonidas Plaza
Gutiérrez (1912-1916), estableció que los bancos no estaban obligados a cambiar sus billetes en oro,
que tampoco estaban obligados a pagar en oro las cantidades que recibieron en depósitos y que
tampoco podría exigirse el pago en oro de las obligaciones comerciales o particulares vencidas o por
vencerse. Por esta llamada "Ley Moratoria" se estableció, en consecuencia, la
INCONVERTIBILIDAD.
La decisión gubernamental provocó aguda polémica en el país. A los pocos días, en un
extenso artículo ("El Decreto Legislativo de 30 de agosto de 1914"), N. Clemente Ponce fue de los
primeros en cuestionar la inconvertibilidad. Reconocía en los billetes de banco simples "pedazos de
papel que de suyo nada valen", porque la moneda legal era el oro. Según Ponce, la primera
consecuencia de la grave decisión gubernamental sería la inevitable depreciación de los billetes, que
perjudicaría injustamente a los tenedores pero beneficiaría a los bancos emisores. Realidad ya
palpable era la subida de precios frente a los billetes depreciados. "Los únicos que no pueden alzar el
precio de lo que dan por ellos -sostuvo Ponce-, son los que, en cambio de esos billetes depreciados,
se ven urgidos, con la urgencia de las necesidades de la vida, a dar su trabajo personal, los infelices
artesanos, los desgraciados jornaleros, para quienes es de todo punto imposible subir de un momento
a otro el precio de su trabajo".
Argumentando con aplicación de la "Ley de Gresham", según la cual la mala moneda
ahuyenta a la buena, N. Clemente Ponce también sostuvo que "el oro huirá, el oro saldrá de
nuestras fronteras, derrotado por los billetes inconvertibles". Finalmente sostuvo que el Decreto,
que supuestamente quería precautelar al país contra las consecuencias de la Primera Guerra
Mundial (1914-18), "no pasa ya ni por las creederas del más simple" y que "única y
exclusivamente se trata de un Banco (se refería al B. Comercial y Agrícola de Guayaquil) que,
por haber puesto en circulación cantidades de billetes excesivas, fuera de los límites de la ley, se
halla en mal estado; con la circunstancia de que ese Banco ha sido en mucho tiempo el proveedor
de sus billetes al Gobierno y sigue siéndolo, de lo cual resulta que el Gobierno le es deudor de
una muy fuerte suma: he ahí todo".
Uno de los grandes defensores de la INCONVERTIBILIDAD fue el banquero Víctor
Emilio Estrada ("Moneda y Bancos en el Ecuador"), quien la consideró como una medida
justificada y necesaria en medio de condiciones monetarias difíciles. Advirtió que si bien las
estadísticas comerciales parecían favorables, ocultaban una balanza de pagos contraria. Además
Ecuador demostraba retraso en el pago de su deuda externa, que "valía más que las Reservas de
Oro que poseían los Bancos en 1914". Pero, ante todo, dos factores políticos habían agravado la
situación: el conato de guerra con Perú en 1910 y luego la Revolución de Esmeraldas (1913-16),
que la dirigió el caudillo liberal radical Carlos Concha. A ello se sumaba la deuda del Estado a
los bancos y las exigencias gubernamentales por más dinero. Y, finalmente, el estallido de la
guerra europea, que condujo a las naciones a decretar la INCONVERTIBILIDAD para proteger
sus reservas de oro. De manera que en el Ecuador la sobreemisión de billetes se volvió inevitable
y una realidad el "curso forzoso" que, según los más destacados tratadistas, al decir de Estrada, se
impone cuando precisamente se presentan esas condiciones difíciles, como es la guerra. Añadía
Estrada que en nuestro país se suponía que el respaldo oro sólo cubre los billetes,
desconociéndose el hecho de que también cubre a los depósitos bancarios. Razones que
explicaban, por tanto, que para 1914 el respaldo oro haya equivalido únicamente al 20 % respecto
de las obligaciones de los bancos por billetes y depósitos.
Pero quien tuvo la mayor influencia contra la inconvertibilidad fue Luis Napoleón Dillon
("La Crisis Económico Financiera del Ecuador"), comerciante e industrial progresista. Dillon
consideró acertada la ley monetaria de 1898, que estableció el patrón-oro (se aplicó desde 1900) y
fijó el valor del Cóndor (10 sucres) equiparándolo a la libra esterlina y el del Sucre en 24 peniques
(hasta entonces valía 48). Pero reconoció que la aparente normalidad cambiaria estalló en 1914, al
conocerse "la existencia de crecidas emisiones clandestinas". Dillon acusó de ellas directamente al
poderoso Banco Comercial y Agrícola de Guayaquil (insinuado por N. Clemente Ponce), la cabeza
visible de la dominación bancaria, de la que eran cómplices los gobiernos. Se refería a los gobiernos
del liberalismo post-alfarista, reconocidos como "plutocráticos". Dillon negaba, además, actuación
"patriótica" a los bancos en los difíciles días de 1910 o bajo la problemática Revolución de
Esmeraldas y tildaba de especuladores a los bancos de emisión. Exigió, entonces, la más severa
intervención del Estado y la creación de un Banco Central destinado a liquidar los abusos bancarios.
2.
LA REVOLUCIÓN JULIANA
El golpe de estado que los jóvenes oficiales de la Liga Militar ejecutaron el 9 de julio de
1925, conocido como “Revolución Juliana”, fue la primera intervención institucional (no
“caudillista”) del Ejército para la conducción del Estado. Dos políticas decisivas para la vida
futura del país nacieron con dicha Revolución y marcaron, de este modo, la superación de la
conducción estatal característica del siglo XIX:


La imposición de los intereses nacionales en materia monetario-financiera, contra la
hegemonía de los intereses privados;
La institucionalización de la “cuestión social” ecuatoriana como política de Estado y no
únicamente como política de gobierno.
La Revolución Juliana expresó una reacción nacional contra lo que entonces se consideró
como dominio de la “bancocracia”, consolidado por los que fueron calificados como gobiernos
liberales “plutocráticos” (1912-1925). En aquella época, los grandes bancos privados de emisión
dominaron las finanzas del país, no sólo porque de sus créditos dependía el desarrollo
empresarial, sino porque también el propio Estado se hallaba sujeto, como deudor, a la
determinante influencia económica y política de los banqueros. Los historiadores recuerdan
constantemente que el Banco Comercial y Agrícola de Guayaquil fue el mayor acreedor del
Estado y que su Gerente General, Francisco Urbina Jado, era un consultor obligado en materia de
leyes económicas, decisiones monetario-financieras gubernamentales, candidaturas políticas y
nombramientos de altos funcionarios.
Quienes han defendido a los bancos y banqueros de aquella época, han argumentado que las
“sobreemisiones” monetarias, sin respaldo legal, técnicamente no eran mayores y, en todo caso,
de serlas, se debían a las exigencias de dinero que se habían hecho desde el Estado, crónicamente
ineficaz para imponer una administración recta y eficiente, por cuanto sus funciones son, ante
todo, “políticas”. Quienes han atacado a esos mismos bancos y banqueros han sostenido que ellos
no se sujetaron al encaje legal del primer patrón-oro, que presionaron y obtuvieron en su
beneficio la “Ley Moratoria” de 1914, que también lograron la suspensión definitiva del patrón
oro en 1917, lo cual disparó el descontrol de las emisiones inorgánicas y que todo ello produjo
jugosas ganancias para la bancocracia, en detrimento del Estado, convertido en simple eslabón de
sus intereses. Como el grueso de la actividad bancaria se concentró en Guayaquil, la polémica se
ha revestido con tintes regionalistas, presentándose como defensa de la costa y ataque al
centralismo serrano o como defensa del centralismo contra la corrupción bancaria costeña.
Aunque luzca paradójico, las dos posiciones debieran dejar en claro que el problema
monetario y financiero del Ecuador en 1925 pasaba por la política. Esto quiere decir que lo que
estuvo en disputa fue el interés privado de los bancos y los banqueros con respecto al interés del
Estado, que debía teóricamente expresar el interés nacional e institucional general. Se trataba, en
esencia, del primer intento de ruptura con el viejo “estado-corporativo”, en el cual los intereses de
grupos, sectores o clases sociales “privadas” se hacían pasar como interés general de la nación.
Tomando en cuenta las fuerzas políticas existentes al comenzar la segunda década del siglo
XX, cabría entender que el cambio hacia la representación del interés colectivo nacional no pudo
provenir de los liberales, pues ellos son los que habían consolidado el interés corporativo de los
bancos y banqueros. Tampoco podía provenir de los conservadores, que desde la Revolución
Liberal de 1895 permanecían marginados del acceso directo a la conducción gubernamental. El
movimiento de los trabajadores ecuatorianos era incipiente, pues campesinos, indígenas y
montubios seguían atados a las formas del trabajo precario-servil en las haciendas de la costa y de
la sierra; y las clases obrero-artesanales y jornaleros autónomos carecían de fuerza política para
imponerse, aunque ya hacían presencia con sus demandas salariales, sindicales y huelguísticas. El
socialismo, si bien se había inaugurado en el mundo con la Revolución Bolchevique en Rusia
(1917), crecía en influencia también en el Ecuador; pero los primeros núcleos socialistas del país
aparecieron entre 1923-24 y el Partido Socialista se fundó en 1926. En esas circunstancias,
absorbidos liberales y conservadores en una lucha entre elites sociales y en mucho
ideológicamente enajenante para el país, el Ejército pasó a ser, inevitablemente, la fuerza
determinante para el cambio en la conducción del estado, inclinando la balanza en contra de la
bancocracia, en un marco inevitablemente regional y con apoyo fundamental en las capas medias
y los trabajadores del país, esperanzados con cambios históricos trascendentes, que volvían
“reformistas” a los militares julianos. Ello explica que la Revolución haya debido nacer
clandestinamente en los cuarteles, entre la joven oficialidad no contagiada con la “alta política”
de sus superiores (comprometidos, a su vez, con la defensa del régimen plutocrático), y que la
intervención del Ejército se haya realizado bajo la forma de una ruptura del sistema
constitucional.
En este marco cabe explicar la polémica alrededor de la creación del Banco Central. Y el eje
de las acciones y las reacciones con respecto a este banco deben advertirse mucho más en los
primeros momentos de la Revolución Juliana, que fueron decisivos en la evolución posterior, ya
que la intervención de la Misión Kemmerer se produjo después que la primera Junta de Gobierno
Provisional ya había librado las batallas claves.
3.
LA PRIMERA JUNTA Y EL PRIMER BANCO CENTRAL
La primera Junta de Gobierno Provisional juliano, que duró apenas seis meses (fue
suplantada por una segunda Junta el 10 de enero de 1926) estuvo integrada por Luis N. Dillon,
José Rafael Bustamante, J. M. Larrea Jijón, F. Arízaga Luque, Francisco J. Boloña, Pedro P.
Garaicoa y el General Francisco Gómez de la Torre. Pero en ella fue Luis N. Dillon, considerado
el “ideólogo” de la Revolución, quien impulsó, con particular dinamismo y eficacia, los cambios
necesarios en aquellos momentos.
Puesto que el problema central constituía la grave crisis económica del país, atribuida, en
buena parte, al predominio de la “bancocracia”, se tomaron una serie de medidas monetarias y
financieras. Entre otras, la Junta obligó a la aceptación forzosa de los billetes en el mercado,
prohibió conceder u obtener créditos “cuyo objeto sea la realización de operaciones de
especulación sobre los giros internacionales”, impuso el uso de patentes para negociar letras de
cambio, fijó normas sobre depósitos, reembolsos, intereses, emisiones, prohibió la exportación de
oro y plata y fiscalizó a los bancos, a consecuencia de lo cual el Banco del Pichincha fue multado
en $. 55.276,50 y el Banco Comercial y Agrícola de Guayaquil en $. 2.237.083,33.
Pero el anuncio que hizo explotar la reacción bancaria fue el de la creación de un Banco
Central. La costa, en general y la ciudad de Guayaquil, en particular, estaban afectadas por el
derrumbe de las exportaciones del cacao. La Revolución Juliana cortó el ambiente proteccionista
de los gobiernos de la “plutocracia” con respecto a los sectores otrora dominantes ligados a la
economía agroexportadora. En Guayaquil se revivieron consignas federalistas y autonómicas. La
sierra lucía estable. Cuatro de los siete miembros de la primera Junta eran serranos, con lo que
esto podía interpretarse como una ventaja regional. Luis Napoleón Dillon, el “hombre fuerte” del
nuevo régimen llegó a ser considerado “enemigo” de Guayaquil, cuando el 3 de septiembre de
1925 propuso a la Junta la creación de un Banco Central en Quito, llegándose a decir que los
serranos querían llevarse el “oro de la costa”. Pero el propio Dillon se interesó por discutir el
proyecto con los banqueros, para lo cual se trasladó a Guayaquil, a pesar del ambiente hostil. Y él
mismo se sorprendió y calificó como “inconvenientes” algunas disposiciones del decreto de
creación del Banco Central que, sin su conocimiento ni firma, dictó la Junta el 9 de octubre de
1925, Día de la Independencia de Guayaquil.
La resistencia se agravó y, a pesar del decreto, ese Banco Central nunca entró a funcionar.
Incluso en febrero y marzo de 1926, con la nueva Junta de Gobierno Provisional, las conferencias
económicas bancarias fracasaron por el desacuerdo con la idea que persistía en la creación de un
Banco Central. La oposición continuó durante el gobierno de Isidro Ayora, quien asumió la
Presidencia Provisional el 1º. de abril de 1926. Sin embargo, Víctor Emilio Estrada, uno de los
banqueros más ilustres de Guayaquil, si bien defendió seriamente a los bancos privados, fue muy
claro en plantear la necesaria centralización de la emisión de billetes a través de una “Caja
Central de Emisión y Conversión”, es decir, de un banco central, llegando a criticar a la banca
nacional opuesta, a la que consideró “sumida en ideas que francamente ya no pertenecen a la
época”.
4.
UNA MISIÓN EXTRANJERA PARA CREAR EL BANCO
La posibilidad de traer una misión de expertos extranjeros para que ayuden al arreglo del
sistema monetario y financiero del Ecuador ya fue tratada en 1922, entre funcionarios
norteamericanos, banqueros y gerentes del ferrocarril. En 1923, el gobierno “plutocrático” de
José Luis Tamayo contrató los servicios de John Hord y solicitó a su embajador que propusiera
una misión a Kemmerer. Pocas semanas antes del “golpe juliano”, el 23 de junio, comerciantes y
banqueros de Guayaquil solicitaron al presidente Gonzalo S. Córdova la contratación de la
misión Kemmerer. La reacción antijuliana que se produjo después expresó, en consecuencia, que
las políticas económicas y las intenciones sociales del gobierno revolucionario no se ajustaban a
los requerimientos de la antigua “bancocracia”.
Se confió en que la misión Kemmerer obraría con imparcialidad, sin inclinación política
“revolucionaria” y hasta a favor de los intereses bancarios particulares de la época. Nunca tuvo la
resistencia que soportó la primera Junta juliana. La misión de expertos norteamericanos presidida
por el economista Edwin W. Kemmerer e integrada por Oliver C. Lockhart, Joseph T. Byrne,
Howard Jefferson, R.H. Vorfeld, B. B. Milner y F. Whitson Fetter, llegó a Quito el 20 de octubre
de 1926. Sin duda realizó un trabajo impecable y profesional. Pero su guía era, al propio tiempo,
la organización de la Reserva Federal, es decir, el banco central de los Estados Unidos. Y la
necesidad de creación de bancos centrales también era, en esa época, un asunto técnico y
económico en toda América. Por eso Kemmerer asesoró en otros países de la región. Y también
por ello la creación de un banco central en el Ecuador era una idea de modernización y de
avanzada, contra los criterios opuestos de la “bancocracia”.
El 4 de marzo de 1927 fue expedida la Ley Orgánica del definitivo Banco Central.
Atendiendo el consejo de Kemmerer, en el mes de abril llegó al Ecuador otro núcleo de expertos,
compuesto por: Harry L. Tompkins, para desempeñarse como Superintendente de Bancos; James
H. Edwards, como Contralor General; W. F. Roddy, Asesor de Aduanas; Earl B. Schwulst,
Asesor del Banco Central y R. B. Milner, experto en ferrocarriles. Gracias al concurso de la
misión Kemmerer había sido posible concretar la creación del Banco Central del Ecuador,
institución que comenzó a funcionar el 10 de agosto de 1927, fecha simbólica en la vida nacional,
por corresponder al movimiento de emancipación que los criollos de Quito realizaron en 1809,
que fue el punto de partida de la independencia de la Antigua Real Audiencia frente a España. El
primer Directorio del flamante Banco estuvo integrado así: Neptalí Bonifaz, Presidente; Federico
Malo; Luis Adriano Dillon, vocal por la Cámara de Comercio y Agricultura de Guayaquil; Luis
Napoleón Dillon, por la Cámara de Comercio, Agricultura e Industria de Quito; N. Clemente
Ponce, por la Sociedad de Agricultura de Quito; Luis Alberto Carbo y Enrique Cueva, por los
bancos privados; y Agustín Rendón, por los trabajadores, designado por el Ministro de Previsión
Social y Trabajo.
5.
EL SIGNIFICADO HISTÓRICO DEL BANCO CENTRAL
La Primera Junta de Gobierno Provisional juliana sentó las bases de las reformas
monetaria, financiera y fiscal, que pudo continuar el gobierno de Isidro Ayora (1926-1931) y que
incluso se adelantaron a los trabajos de la Misión Kemmerer. Esa Junta logró, además, revertir
los peligros de una reacción bancaria, empresarial y regionalista.
La Misión Kemmerer completó y concretó un vasto programa económico precariamente
esbozado por la Primera Junta juliana. La creación del Banco Central y de otras instituciones
como la Superintendencia de Bancos y la Contraloría General de la Nación, no solo impulsó la
modernización del Ecuador, que se introdujo así en el siglo XX “histórico”, sino que inauguró el
“intervencionismo” estatal, limitado en aquellos momentos a la esfera monetario-financiera. Así
se marcó el inicio de la superación de la conducción política liberal en materia económica,
afirmada con la Revolución de 1895, pero que derivó en el estado plutocrático.
Si se observa en una perspectiva de largo plazo, el “intervencionismo” estatal se amplió
en las siguientes décadas. Durante los años sesentas y los setentas, fue nuevamente el Estado el
que sirvió de instrumento para la modernización del Ecuador. La Junta Militar entre 1963-66 y
las dictaduras petroleras (El Nacionalismo Revolucionario entre 1972-76 y el Triunvirato Militar
entre 1976-79) extendieron el papel del Estado a la esfera de la producción, situación mantenida
por otros gobiernos. Su rol fue determinante para la realización de la reforma agraria, la
implementación del proceso industrial de sustitución de importaciones, la regulación y control
del capital extranjero, la participación del país en los procesos de integración regional
latinoamericana, la introducción de la planificación económica, la creación de un sector estatal de
economía, la provisión de servicios públicos, la extensión de obras de infraestructura y hasta el
decisivo amparo al crecimiento y fortalecimiento de la empresa privada ecuatoriana. Diversos
investigadores no han dudado en observar que gracias al intervencionismo estatal el Ecuador se
modernizó, que el Estado no fue un “enemigo” de la empresa privada, sino que ésta creció bajo
su amparo y que, sobre todo, ha sido el Estado el que ha permitido superar las formas de trabajo
más opresivas y tradicionales, para garantizar a los trabajadores con derechos y seguridad social,
que nunca pudieron atenderse satisfactoriamente en la esfera exclusivamente privada de las
relaciones entre el capital y el trabajo. El papel del Estado en la economía ecuatoriana cimentó un
“modelo nacional-estatal-desarrollista”, eje de la modernización del país hasta fines del siglo XX.
En la perspectiva anotada, el Banco Central del Ecuador, que nació inicialmente como
una sociedad que incluyó a los mismos bancos particulares y con independencia frente al
gobierno, superó, sin embargo, el manejo corporativista privado del régimen monetariofinanciero, existente antes de su creación. De ningún modo se convirtió en una institución
destinada a afectar el desarrollo de los bancos particulares, pues cada vez que fue necesario el
“intervencionismo” del Banco Central salvó situaciones de riesgo. Ello no puede ocultar que
también el Banco Central ha estado sujeto a presiones políticas, inclinadas a favorecer intereses
privados.
En lo de fondo, desde la Revolución Juliana en adelante, lo que cabe observar, es que la
historia del siglo XX ha transcurrido bajo una dialéctica en la cual el “interés privado”
constantemente ha intentado presentarse como “interés nacional”, mientras el Estado
intervencionista ha pugnado por hacer viable precisamente el interés general de la nación sobre
los intereses corporativistas. Esa tensión explica los ciclos del Estado como instrumento
modernizador, desarrollista, centralista, nacionalista o reformista. Y, sin duda, el papel del Banco
Central como instrumento clave en la institucionalización de la política monetaria como política
“nacional”.
Pero las dos últimas décadas del siglo XX afectaron el proceso de institucionalización del
propio Estado. Las ideas de “privatización”, mercado libre, retiro del Estado, etc., articuladas al
pensamiento neoliberal, en un mundo que pasó a la era de la globalización, volvieron inviable el
antiguo modelo de estado interventor nacional-desarrollista. Aprovechando de una coyuntura
mundial favorable, nuevamente las fuerzas del “interés privado” han querido aparecer como
interés de la nación. El cuestionamiento genérico al Estado se extiende a toda su institucionalidad
en un país como el Ecuador, en el que las propias instituciones y funciones (o poderes) del Estado
aún no han alcanzado, desde 1830, su presencia determinante en la sociedad, por encima de
ciertos intereses corporativos.
Lo que ha avanzado el Ecuador desde la Revolución Juliana entra en crisis y se reviven
momentos parecidos a los existentes antes de 1925. Por eso es que durante el último lustro del
siglo XX en el Ecuador otra vez se vuelve a hablar de dominio bancario y de “bancocracia”. Y
hasta durante el “golpe y contragolpe” de estado, del 21 de enero del año 2000, hubo voces
militares que hablaron de una nueva “Revolución Juliana”. Nada raro, en consecuencia, que el
Banco Central pase también a ser un blanco de las reformas o de los ataques desde la perspectiva
del “interés privado”, que contradice la institucionalización del interés nacional que buscó
representar el Banco Central desde su creación en 1927.
Durante los últimos 75 años, el Banco Central forma así parte de la dialéctica histórica
que enfrentó al interés nacional con los intereses privados. El siglo XX “histórico” del Ecuador
no se podría entender sin la presencia de esta institución. Y no únicamente en el plano de sus
específicas funciones económicas, sino también por el hecho de que, con el paso de las décadas,
el Banco Central también se convirtió en una fuente segura de la estadística nacional, un
promotor de la investigación científica y académica, un divulgador del conocimiento y los
valores intelectuales del país, un espacio de preservación de la arqueología y la historia
nacionales, un lugar de encuentro cultural, una institución de defensa de la identidad. Allí está la
clave de su ubicación como entidad creada en función del interés de la nación ecuatoriana.
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2. EL ALCA EN EL CONTEXTO DEL “CRACK” DEL CAPITALISMO GLOBAL. (Versión
Preliminar). René Báez Tobar.
* Ponencia para el II Congreso del Pensamiento Latinoamericano (Universidad de Nariño, PastoColombia, noviembre del 2002).
APOTEOSIS Y HUNDIMIENTO DE LA GLOBALIZACIÓN CORPORATIVA
Sucesos recientes en el escenario de las altas finanzas mundiales, con las emblemáticas
quiebras de las firmas Enron y WorldCom y los aparatosos desplomes de la Bolsa de Nueva
York, han resucitado el fantasma de la Gran Depresión de los años 30. De su lado, los
descalabros monetario-financieros en el Mercosur –mal atemperados por los blindajes del FMIhan venido a corroborar la presunción de que el capitalismo global ha devenido un caso clínico.
Los presagios sombríos se multiplican incluso entre los apologistas del establishment. ¿Qué hay
detrás de los espasmos cada vez más frecuentes que soporta el capitalismo tanto en sus núcleos
centrales como en la periferia? ¿Qué salidas explora el sistema?
Caracteriza al capitalismo su desigual desenvolvimiento en el espacio (países que crecen
y países que se estancan e incluso retroceden) y en el tiempo (ciclos con sus fases de auge, crisis,
recesión y reanimación). Las crisis constituyen el momento crucial para ese régimen económicosocial, puesto que ponen a prueba su capacidad de reproducción. E incluso, desde una perspectiva
temporal más amplia, interpelan sobre la validez del multisecular paradigma de la Modernidad y
el Progreso. ¿Por qué sobreviene una crisis? Las crisis capitalistas –independientemente de sus
circunstancias particulares y anecdóticas- obedecen siempre a su contradicción esencial, es decir,
al desajuste entre el valor de las mercancías producidas y el volumen de la demanda de las
mismas. Expuesto en otros términos, traslucen el desequilibrio entre el carácter social de la
producción y la forma privada de apropiación de los frutos de la actividad económica. Este punto
de vista, antes que expresar una anacrónica visión sindicalista, refleja la realidad más cruda de
este tornasiglo. ¿A qué aludimos?
Catapultado por sus grandes triunfos políticos (caída del “socialismo real”, cooptación
del movimiento obrero de las metrópolis y debilitamiento del nacionalismo tercermundista) y por
los espectaculares avances tecnológicos especialmente en los campos de la informática y las
comunicaciones –constitutivos de la denominada “nueva economía-, el capitalismo central vivió
una nueva apoteosis en la década de los noventa a horcajadas de un impetuoso proceso de
concentración y centralización de capital exacerbado por el crecimiento exponencial del capital
financiero especulativo. Dialécticamente, esa euforia del sistema habría incubado la crisis que
hoy padece paladinamente. Expliquémonos.
A consecuencia del referido proceso de concentración, la economía mundial se encuentra
actualmente bajo el dominio de unas 200 corporaciones globales -encabezadas por firmas como
la ExxonMobil, General Motors, Ford Motor, DaimlerCrysler- que controlan el 25 por ciento del
PIB mundial y conforman el “complejo totalitario” al que se refiere F. Clairmot. Este núcleo
duro del capitalismo global y sus círculos adyacentes venían robusteciéndose en los últimos
lustros blandiendo un liberalismo económico de una sola vía; es decir, avasallando países y
continentes, desregularizando a las economías “anfitrionas”, privatizando empresas estatales y
paraestatales, desmantelando sistemas de protección laboral, arruinando a competidores locales,
impulsando bloques de integración asimétrica (tipo TLC y ALCA). Y por supuesto –conforme se
insinuó- mediante operaciones especulativas adelantadas a escala planetaria. ¿Por qué la bonanza
de la economía estadounidense –la locomotora del capitalismo global- comenzó a hacer aguas
desde el año 2000 diseminando las turbulencias financieras, la recesión, el desempleo y el
escepticismo tanto en el centro como en la periferia? ¿Qué factores generales y específicos
concurrieron para agotar la fase expansiva de los Estados Unidos?
Aparte del debilitamiento de la demanda solvente, la inflexión del crecimiento tiene que
explicarse por la progresiva pérdida de la competitividad norteamericana frente a Europa, Japón y
China, tendencia que, en los últimos años, se ha traducido en déficit comerciales del rango de los
400 mil millones de dólares provocando devastadores efectos en la ocupación y los ingresos.
Asimismo, un factor contractivo de la economía de la potencia mundial se tiene que localizar en
la orientación capital intensiva de las tecnologías de punta, orientación que ha retroalimentado la
caída de la demanda y generado un desempleo de características estructurales y no solo
coyuntural. La extrapolación de estas condiciones a la economía internacional estaría en la base
de la brecha de dimensiones siderales entre la opulencia y la miseria a escala mundial. Según las
Naciones Unidas, tres hombres-corporación detentan una riqueza que supera al PIB total de los
48 países más pobres (600 millones de habitantes). ¿Cómo puede reproducirse normalmente un
capitalismo que miniaturiza de tal modo el mercado?
COLAPSO DE LA FINANCIERIZACIÓN: LA LÓGICA ECONÓMICA
El aspecto más perceptible de la crisis en curso constituyen los “cracks” bursátiles,
popularizados bajo la denominación de “explosiones” de la burbuja financiera. Además del
referido proceso de contracción de la demanda efectiva ¿qué factores determinan las debacles
financieras? “El problema con la globalización es que los globos se revientan”, apuntó el
subcomandante Marcos. ¿Por qué se desinfla el capital financiero?
Para comenzar, la financierización alude a un proceso de crecimiento exponencial del
capital ficticio. Maurice Allais, premio Nobel de Economía, ha calculado que los movimientos
internacionales de capital especulativo superan en 40 veces a las liquidaciones originadas en la
compraventa de bienes y servicios. De su lado, José Manuel Naredo, coautor del libro
Pensamiento crítico vs. pensamiento único (Debate, l998), anota que el volumen de las reservas
monetarias en el poder de los gobiernos apenas corresponde al que se intercambia diariamente en
el mercado de divisas, aproximadamente unos l.800 millones de millones de dólares. ¿Cómo
pudo edificarse esa colosal “economía de papel”?
La creación de capital ficticio es una tendencia innata del régimen capitalista. Un
innombrable economista alemán del siglo XIX la explicó asociada a la alienación que provoca
ese régimen productivo y que se traduce en que los hombres dejan de reconocerse en los objetos
que producen, dando pábulo a que el intercambio asuma formas fantasmagóricas. En la
actualidad, ese “fetichismo de la mercancía” ha llegado a niveles surrealistas bajo comando de las
corporaciones globales y los bancos de inversión y cabalgando en el descomunal crecimiento de
los mercados cambiarios, íntimamente relacionados con el mercado de los intereses. Como era de
esperarse, la expansión de estos mercados, fuente de ingresos extraordinarios para el Gran
Capital, ha dado origen a una variedad de “productos” financieros –“futuros”, “swaps”,
“opciones”- y a la consiguiente expansión de la famosa burbuja. ¿Por qué se rompió la pompa?
Al menos por las dos siguientes razones económicas:
° En primer lugar porque la financierización oculta la abismal disociación entre capital
financiero y capital productivo, lo cual significa que, en cualquier momento, los títulos
fiduciarios pueden perder su valor de cambio y convertirse en papeles para el basurero. Es
precisamente lo que han constatado recientemente millones de inversionistas estadounidenses (y
de otros países). ¿Cómo explicar el desplome de los valores bursátiles? Precisamente por el
sinceramiento que tarde o temprano se produce entre economía financiera y economía real. “La
pretensión de burlar las causas estructurales de la crisis –se lee en un documento reciente- con el
despegue de las bolsas de valores promovido en la década de los 90 en EE.UU. llegó a su límite.
En realidad, durante esa década el valor de las acciones creció en un l.000 %, pero la economía
real lo hizo solo en un 50%”. (Declaración del Comité Ecuatoriano contra el ALCA, 2002).
° Una segunda causa se relaciona con el hecho de que la hipertrofia del sector financiero coloca
las decisiones más importantes de la vida económica de continentes y naciones en manos de un
grupo numéricamente insignificante de personas, cuyos criterios se definen al margen de los
intereses de los grandes contingentes humanos y de los vitales equilibrios ecológicos, es decir, de
los componentes de la economía real. Tanto las colectividades humanas como la naturaleza están
reaccionando contra ese absolutismo cabalmente tipificado como “fascismo liberal” (I. Ramonet).
La victoria de Lula en las presidenciales brasileñas y los cataclismos ambientales cada vez más
globales tienen ese inequívoco significado.
LA “FALLA” ÉTICA DEL SISTEMA DE LA BURBUJA
Desde el enfoque de la economía, el actual “crack” financiero de los Estados Unidos y,
por extensión, de la economía-mundo puede explicarse sin lugar a equívoco por el agotamiento
de la estrategia encaminada a disfrazar las presiones recesivas estructurales del ciclo a través del
expediente de “cebar” la burbuja bursátil. Esta respuesta, sin embargo, no es suficiente para
comprender la complejidad de la crisis del capitalismo abstracto y cibernético y vislumbrar sus
implicaciones. ¿Cuál es el fondo último de los desastres financieros que tienen en vilo al planeta?
R. Garaudy anticipó una explicación del fenómeno en su ensayo aparecido en el libro
colectivo El Islam ante el Nuevo Orden Mundial (l996), donde plantea la tesis según la cual
nuestro tiempo describe una pugna entre el monoteísmo sórdido del mercado y los hombres que
creen que la vida tiene un sentido. Más recientemente, el citado F. Clairmont ha ensayado una
teoría similar. “La religión del mercado –dice- sigue siendo la libre circulación de capitales, pero
se empieza a materializar un nuevo mensaje cada vez más concreto y peligroso: hay que hacerlo
todo buscando ‘el mayor valor para el accionista’, por el crecimiento del valor de las acciones”.
Traducido a lenguaje corriente, esto no significa otra cosa que, en la lógica de este tornasiglo del
capitalismo y la modernidad, no son los balances de pérdidas y ganancias los que determinan el
valor de los títulos. Actualmente, las cotizaciones bursátiles han llegado a establecerse a partir de
estimaciones (especulaciones) sobre la situación futura de las empresas reales o imaginarias.
¿Cuál es el talón de Aquiles moral de este Mundo Feliz?
Samir Amin ha visualizado a la pompa fiduciaria como a una patología equiparable al
cáncer, enfermedad que –conforme se conoce- multiplica descontroladamente las células en un
proceso que conduce a la muerte del paciente. ¿Cuál es el cáncer del capitalismo contemporáneo?
Max Weber discurrió sobre la superioridad del capitalismo a partir de sus supuestos atributos
éticos como la frugalidad, el ascetismo, el sosiego. Semejante capitalismo, si existió alguna vez,
resulta evidente que no existe más. Actualmente, “la fría astucia rige las relaciones comerciales, e
incluso se ha convertido en un comportamiento normal. El ceder de alguna manera ante un
opositor o un competidor se considera un error imperdonable para la parte que tiene una ventaja
en cuanto a posición, poder o riqueza”. (A. Solzhenitsyn, Fin de Siglo, l996). Las elites
económicas y políticas mundiales –incluso sus congéneres del Sur- han abrazado frecuentemente
sin saberlo el fundamentalismo de la modernidad cifrado en la sentencia de Bentham para quien
“todo valor es un valor mercantil”.
El horizonte de ese apotegma utilitarista es temible y no únicamente por los efectos
derivados de las tormentas financieras. Si las acciones humanas van a tener como brújula
exclusiva el éxito económico, habrá que entender que todo está permitido. Seguramente este sea
el argumento que exhiban los sacerdotes de la “contabilidad creativa”, cuyos logros exagerados
terminaron por destapar la represada crisis de la economía estadounidense. ¿Cómo se proyecta
esta moral neodarwiniana a Nuestra América?
LA JUSTICIA INFINITA Y EL ALCA COMO SALIDAS A LA CRISIS
El boom de la economía estadounidense en los 90 tuvo su correlato en la ideología. Con
entusiasmo y fanatismo, los economistas metropolitanos proclamaron el crecimiento lineal y
ascendente del capitalismo central y el consiguiente fin del ciclo económico. Sus epígonos
latinoamericanos fueron todavía más lejos: pregonaron por todos los sistemas de propaganda del
establishment –algunos continúan haciéndolo- que la práctica del neoliberalismo diseminaría los
bienes terrenales en estas latitudes por la acción benevolente y civilizadora de entidades como
Mc’Donalds y Microsoft, a condición de que nuestros gobiernos “despoliticen la economía” y
pongan en vigor los desempolvados preceptos lesseferianos.
Más temprano que tarde las ilusiones se han venido al suelo. El derrumbe de las
empresas-estrellas de la “nueva economía”, las recurrentes caídas de Wall Street y los impactos
de los atentados contra el WTC y el Pentágono han provocado un triste despertar para los
cantores del sistema, y más grave que eso, un viraje en el pensamiento y en las acciones de la
Casa Blanca. El viraje se percibe en dos ámbitos cruciales.
En el orden más general de la política, la Pax Americana –forjada en operativos bélicos
localizados como la Guerra del Golfo o la intervención en Yugoslavia- ha devenido en la “lucha
mundial contra el terrorismo”. Capitalismo abstracto, enemigo abstracto. “¿Qué tipo de guerra es
esta?”, se pregunta la politóloga estadounidense Susan Sontag. Respuesta: “Hay algunos
precedentes de estas guerras sin final previsible. Las guerras contra enemigos como el cáncer, la
pobreza y las drogas también son guerras sin fin; siempre habrá cáncer, pobreza y drogas. Y
siempre habrá terroristas despreciables como los que perpetraron el ataque del ll-S. Cuando un
Presidente de EE.UU. declara una guerra contra el cáncer o la pobreza o las drogas, sabemos que
la palabra ‘guerra’ es una metáfora. También la guerra que Washington ha declarado al
terrorismo es una metáfora, aunque con poderosas consecuencias… Las guerras verdaderas no
son metáforas. Tienen principio y fin… Pero la guerra contra el terrorismo no terminará nunca.
Ese es un indicio de que no se trata de una guerra, sino más bien de un mandato para extender el
uso del poder estadounidense”. (“Estados Unidos se involucra en una seudoguerra”, Líderes, sept.
l6 del 2002).
¿Qué dice la economía política de esta guerra metafórica? ¿Cuál es el soporte material de
esa cruzada contra villanos fantasmales? ¿Cómo explicar la resurrección del intervencionismo
económico en una nación que venía evangelizando al mundo con un discurso ultraliberal
(ciertamente de una sola vía)?
La respuesta la encontramos cabalmente expuesta por el economista norteamericano D.
Dillard en su libro La teoría económica de John Maynard Keynes ( edición en castellano de l965),
cuando analiza la inflexión de la política de los Estados Unidos en los años posteriores a la II
Guerra Mundial. En el citado libro anota: “La industria de la guerra tiene una clara aunque
irónica ventaja sobre la industria de paz, consiste en que necesita producir cosas que han de
estallar y no quedan para competir con más producción del mismo tipo en una fecha posterior”.
Más terminante todavía: “Si la guerra y la amenaza de guerra fuesen eliminadas del mundo, los
países capitalistas del mundo se enfrentarían una vez más con la tarea de encontrar desembolsos
suficientes para nuevas inversiones, a fin de proporcionar empleo a todos sus millones de obreros
que no pueden ser empleados en las industrias de consumo”. De esta lógica keynesiana surgió el
“complejo industrial-militar” (D. Eisenhower) y la militarización de la economía norteamericana
bajo el pretexto de la “guerra fría”. La “guerra fría” no fue más que la justificación política para
mantener la producción bélica como soporte de la economía estadounidense. El mundo –se le dijo
entonces al pueblo norteamericano- ha podido librarse de Hitler pero los peligros subsisten. El
enemigo escogido fue la Unión Soviética; posteriormente la China de Mao. Las circunstancias
cambian, los fines últimos del Imperio no. En los albores del siglo XXI se busca enjugar la
recesión incrementando el vilipendiado gasto público. La administración de George W. Bush ha
aprobado para el 2003 un presupuesto de Defensa de 350 mil millones de dólares (casi el doble
del correspondiente al 2002)). ¿Cómo hacer que los contribuyentes norteamericanos expriman
sus bolsillos? Los justificativos se llaman Bin Laden y Saddam Hussein.
La consecuencia para América Latina de la falsa guerra mundial en que se han embarcado
la Casa Blanca es el ALCA. ¿Qué está detrás de esta “otra” guerra de Washington?
En la mencionada Declaración del Comité Ecuatoriano contra el ALCA puede leerse: “El
ALCA no es un instrumento distinto a la guerra. Es esencialmente una doble declaración de
guerra comercial y financiera. Por una parte, las corporaciones transnacionales norteamericanas
pretenden desplazar a sus competidores europeos y asiáticos de su actual participación en el
mercado subcontinental… (Por otra), pretende instituir la competencia de los megacapitales
norteamericanos con los minicapitales locales. El capital financiero norteamericano deglutirá a
los bancos locales como un tiburón a las sardinas. Y beneficiándose de la legislación de
‘excepción’ que contiene el ALCA, no podrá ser sujeto de competencia de los capitales europeos
o asiáticos. En consecuencia contiene además, una doble guerra financiera en contra de los
capitales externos e internos”. Pero no se trata únicamente de una guerra a librarse en la esfera de
la circulación de bienes y servicios, sino también en el propio ámbito productivo. En el mismo
documento se destaca: “El ALCA comporta un programa integral de recolonización, cuyas
previsibles consecuencias amenazan superar la tragedia del colonialismo español. Por lo tanto
atacan directamente a la producción en todos sus aspectos. Desde la imposición de un régimen de
flexibilización laboral dirigido a elevar las tasas de extracción de plusvalía absoluta y relativa…a
la reprimarización de nuestras economías que serán condenadas a abandonar toda estrategia de
desarrollo industrial, a cambio de su concentración exclusiva en la extracción de riquezas
naturales y en procesos de trabajo que demandan la explotación intensiva de fuerza laboral para
la producción no de mercancías terminadas, sino solamente de parte de ellas, en el contexto de la
internacionalización de la producción. La expectativa del ALCA es transformar al subcontinente
en una gigantesca zona franca donde operen libremente las maquilas”.
Desde luego, la guerra convencional tiene sus propios capítulos en el ALCA: Plan PueblaPanamá, Plan Colombia… ¿Consumatum est?
LA PREMURA DE GEORGE W. BUSH CON EL ALCA
La necesidad estratégica estadounidense de conformar su propio bloque económico (el
“área americana”) como soporte de su hegemonía político-militar mundial explican el interés de
la Casa Blanca por impulsar el ALCA. El gobierno de Bush Jr. le ha conferido al programa un
impulso fundamental con la reciente aprobación por el Congreso del texto denominado Autoridad
para la Promoción Comercial (TPA o “vía rápida”), ley que le faculta a negociar acuerdos
comerciales bilaterales sin el requisito anterior de la mediación parlamentaria.
¿Qué
motivaciones concretas están detrás de la urgencia del gobernante republicano para que el
acuerdo integracionista opere a plenitud a partir del cercano 2005? Al parecer, las tres siguientes:
enjugar la recesión estadounidense, contener la influencia europea en la región y neutralizar
políticas proteccionistas al sur del Río Grande y, finalmente, camuflar en las negociaciones
económicas el remozado intervencionismo militar norteamericano. Desglosemos estos factores.
El auge de la economía norteamericana durante la era Clinton –el más importante en la
posguerra después del “boom” Kennedy-Johnson- colapsó a fines del 2000, envuelto en la
debacle de la “nueva economía. Esta inflexión del ciclo económico norteamericano estuvo
signada no solo por la caída de las inversiones sino también por un espectacular descenso de las
exportaciones, tendencia que se agudizó en el 200l. En el segundo trimestre de este último año –
poco antes del ll-S- las ventas externas de Estados Unidos cayeron el l2%, lo que determinó que
la Casa Blanca enfatizara en la conveniencia de acelerar la conquista de nichos comerciales en
América Latina y el Caribe.
El segundo motivo tiene que ver con el hecho de que Washington y las corporaciones de
Estados Unidos no se encontraban precisamente felices con los acuerdos comerciales suscritos
por los europeos a la sombra de las cumbres iberoamericanas. Igualmente les incomoda una
eventual consolidación del MERCOSUR, proyecto de integración que reivindica principios de
proteccionismo comercial y financiero. Para desalojar a los intrusos y para que el libre mercado
opere conforme a las prescripciones de Washington, nada mejor que presionar por el ALCA,
cuyas bondades para Estados Unidos han sido demostradas ampliamente por el Tratado de Libre
Comercio (TLC), convenio en el cual se inspira el instrumento en ciernes.
Finalmente, las razones político-militares no son extrañas a la propuesta washingtoniana.
El investigador argentino Claudio Katz las expone de modo convincente: “Desde hace varios
años una escalada de rebeliones populares conmueve a muchos países de América Latina. Estos
movimientos acentúan la erosión de distintos sistemas políticos, que han perdido legitimidad por
su incapacidad para satisfacer los reclamos populares. El descreimiento en los regímenes vigentes
precipita la interrupción de mandatos (Perú), la disgregación de gobiernos (Ecuador), el colapso
de estados (Colombia) y la desintegración de partidos tradicionales (Venezuela, México). A
través del ALCA se intenta reforzar la intervención militar encubierta de Estados Unidos en
Colombia, el rearme regional asociado a ‘lucha contra el narcotráfico’, los ejercicios bélicos tipo
Vieques y la presión diplomática para alinear a los gobiernos latinoamericanos en sanciones
contra los países demonizados por la Casa Blanca (Cuba, Irak, Irán, Corea del Norte)”. En esta
vertiente habría que inscribir las presiones del Departamento de Estado para que algunas
naciones latinoamericanas, entre ellas el Ecuador, confieran patente de corso frente a la Corte
Penal Internacional a tropas y funcionarios estadounidenses por crímenes de guerra que pudieran
cometer en sus territorios.
PLANTEAMIENTOS PARA UN DEBATE FUERA (O DENTRO) DEL ALCA
En los albores del siglo XXI y a más de ciento setenta años de la independencia política
de la mayoría de las naciones que la conforman, la situación de América Latina colinda con la
catástrofe económica y social. Con sus aparatos productivos reprimarizados y desarticulados,
hipotecados a una deuda externa-interna de dimensiones siderales, aislados de las principales
corrientes de inversión productiva, comercio e innovación tecnológica y sometidos al diktat de
una potencia victoriosa y arrogante nuestros países parecen tener obstruidas todas las salidas.
Esta “crisis de alta intensidad”, conforme la caracterizó Agustín Cueva ya a fines de los 80, no
totaliza la realidad continental de este tornasiglo, que también aparece jalonada por una
multiplicada resistencia incluso empresarial al neoliberalismo y por posiciones defensivas de
corte institucional como la política antiinjerecista de Cuba, la revolución bolivariana en
Venezuela y la promisoria victoria del Partido de los Trabajadores y “Lula” da Silva en las
recientes presidenciales brasileñas.
En estas complejas condiciones, Nuestra América –la martiana, no la monroísta- enfrenta
el desafío del ALCA, es decir, el reto de su integración con la economía más poderosa del
planeta. Proyecto que ni remotamente tiene relación con un interés de Estados Unidos de
compartir con sus vecinos del sur su bienestar material o sus avances tecnológicos, sino que, por
el contrario, implica una estrategia de Washington para profundizar su dominio hemisférico en un
amplio espectro de actividades: comercio de bienes y servicios, movimiento de capitales y
tecnología, compras gubernamentales, recursos naturales y medio ambiente, propiedad intelectual
e incluso conductas políticas. De galvanizar tal propuesta ultraliberal –contenida germinalmente
en la Iniciativa Bush (l99l)- la región en su conjunto pasaría a desenvolverse dentro de un
estatuto más ominoso que el de los tiempos del coloniaje ibérico. Sería el “fin de América
Latina” que pronosticara Alain Rouquié.
Este indeseable horizonte impone, especialmente a quienes no militan en ningún
determinismo histórico, la urgente tarea de configurar y defender un proyecto alternativo. ¿Con
qué materiales construir la utopía viable?
El desafío mayor consiste, sin duda, en el rescate de la soberanía de nuestros Estados, tan
mellada en los últimos tiempos por el desbordamiento del poder estadounidense y de sus
gigantescas corporaciones, y por la sumisión de las elites criollas. Dado que la soberanía no es
una entelequia sino un planteamiento con soportes identificables, la reivindicación de ese
atributo supone reflexiones y acciones (al menos) en los siguientes ámbitos concretos: la deuda,
la lucha por la paz en la región y el impulso a una genuina integración.
En cuanto al primer ámbito, conviene no olvidar que, sin una resolución radical del
problema del endeudamiento, el futuro simplemente no existe para América Latina, salvo como
hundimiento de un archipiélago de Estados fallidos. En el mundo de la economía no existen
milagros: nadie puede sobrevivir con deudas que más se acrecientan mientras más se pagan. Si
Estados Unidos, la Unión Europea y los restantes acreedores institucionales o comerciales –
incluidos, por cierto, los Shyloks nativos- buscan realmente restañar esa ulceración del mundo
moderno, ¿por qué no discutir seriamente, en el ALCA o en el seno de cualquier otro foro, la
reimplantación de un régimen sabático? ¿No sería la mejor forma de honrar a nuestra tradición
de civilización occidental y cristiana y asegurar la pervivencia de nuestros pueblos? ¿O se quiere
que el genocidio económico llegue a sus últimas consecuencias? ¿No habrá llegado la hora de
conformar el “club” de parias de la globalización corporativa?
El derecho a la paz y a la autodeterminación es consustancial a la libertad, prosperidad y
felicidad de las naciones. Resueltas o atemperadas la práctica totalidad de controversias
fronterizas entre nuestros países –oprobioso legado del viejo colonialismo- ¿qué sentido tiene
despilfarrar los escasos recursos en guerras internas o regionalizadas por mandato metropolitano?
Aludimos a complementos del ALCA como el Plan Colombia. A este último respecto, ¿por qué
Latinoamérica no contribuye a desactivar el conflicto civil colombiano presionando a Estados
Unidos para que levante la prohibición de las drogas psicoactivas igual que lo hizo en l933? ¿Por
qué aceptar que se continúe criminalizando a las sociedades? ¿Por qué no formar un frente
latinoamericano en pro de la reanudación de las negociaciones pacificadoras en el hermano país?
Respecto de la cuestión específica de la integración-desintegradora (“anexionista”) que
representa el ALCA, creemos del caso cerrar este comentario con dos referencias históricas
atingentes a la materia de la fusión económica. Cuando el Libertador Bolívar convocó al
Congreso Anfictiónico de Panamá (l826), lo hizo buscando sustentar su sueño de la Patria
Grande en el proteccionismo de nuestros países frente al avizorado peligro de la emergente
potencia norteamericana. Cuando hace cuatro décadas los gobiernos de la época pusieron en
vigencia la ALALC y el MCCA, a nadie se le ocurría dudar de la filosofía defensiva de esos
tratados frente a la superioridad productiva y financiera de los monopolios estadounidenses. ¿Qué
razones económicas y políticas objetivas se han presentado en esta vuelta de siglo para echar al
basurero de la historia a ese principio defensivo y unificador de nuestras atribuladas naciones?
¿Por qué no incorporar estas inquietudes a las ríspidas agendas del ALCA?
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3. LA NECESIDAD DE REFUNDAMENTAR LA ECONOMÍA. Abstract. Disertación de
Grado. Diego A. Martínez V.
Octubre de 2002
En este trabajo se trata el tema de la racionalidad. del sistema económico capitalista, su
evolución y la necesidad de que la teoría reconozca y refleje esa realidad. En tal sentido, se busca
aquello que aclare el entendimiento de la realidad, que la haga más integral y comprensible, aunque
no necesariamente más formalizable.
La economía no ha llegado a ser una ciencia que refleje los procesos reales, abandonándose a
una serie de formalismos excesivamente restrictivos para hacer manejables sus argumentaciones
te6ricas e incluso reconociendo, que esos procedimientos no pueden aplicarse a la realidad.
La racionalidad es un concepto que no puede ser abordado exclusivamente desde la teoría
económica, ya que ésta ha dejado de lado dimensiones claves de los seres humanos y procesos
hist6ricos que han determinado conductas individuales y sociales. La economía como ciencia no es
capaz de escapar a los condicionantes de la realidad, derivando así en un producto hist6rico sujeto al
necesario cambio y a continuas reformulaciones.
Quizás sean esas las razones por las cuales la ciencia económica parece insuficiente e
incompleta, y las causas también de que cada vez sea más grande la porción de la realidad que se
contradice con lo que la teoría convencional sostiene.
EI análisis de la noción de racionalidad se aborda a partir de las bases sobre las cuales ella
tomó forma, lo que remite a una revisi6n de los aspectos fundamentales de la Modernidad, su
influencia en la formación de la ciencia económica y también su actual momento de crisis, muestra de
que los esquemas que guían ese ideario humano enfrentan el momento de su mayor agotamiento, lo
que agrava el alejamiento entre teoría y realidad.
Establecido el origen y estado actual de la ciencia económica, se muestra enfoques teóricos,
no siempre provenientes del seno de la economía, que permiten conseguir una mayor compenetración
entre esta ciencia y la realidad. Estos enfoques brindan perspectivas distintas, como el caso de los
análisis geopolíicos y de los sistemas mundiales, que originan sus argumentaciones en el entorno
social y no en el individualismo metodológico que tiene un alcance y pertinencia científicos muy
limitados.
Lo económico y el sistema capitalista son realidades históricas sujetas a cambio y
modificación, y el momento actual, dominado por los procesos de mundialización y globalización, es
un período de crisis sistémica y civilizatoria, que origina la crisis de los esquemas teóricos
tradicionales. En ese ámbito se revisa las premisas teóricas convencionales como el mecanismo de
mercado, la actividad estatal y la conducta de los agentes, intentando darles un lugar como
estructuras. complementarias en el funcionamiento histórico del capitalismo.
El sistema capitalista tiene relaciones internas complejas, con mecanismos de ajuste para
lograr sus equilibrios y su subsistencia; se lo analiza como un sistema no idealizado, destacando
aquello que no se reconoce en un principio: la desigualdad entre los seres humanos y sus
implicaciones.
De lado todo formalismo en la definici6n de lo económico, se muestra los esbozos de lo que
sería el futuro del capitalismo. Se argumenta sobre los posibles escenarios sociales, políticos y
productivos de la humanidad, desde donde se explica de mejor manera la situación actual del mundo
y de la 'caótica economía'; pues al asumirlo como un escenario de transformaciones sistémicas, lo
actual se entiende como el inestable paso hacia algo distinto de lo que la historia ha visto y de lo que
la teoría ha explicado.
Es indispensable comprender que en lo humano la actividad colectiva es mucho más que la
suma de las distintas individualidades; esto reclama dar la importancia que merecen a los distintos
tipos de organización social (sean de clase burocrática o no, lo que conduce al reconocimiento y
teorización conjunta tanto del Estado así como de las organizaciones de carácter privado). Estas
cosas, entre otras, deberían ser aceptadas en la teoría más allá que de manera marginal.
Finalmente, se explicita que no se puede hacer teoría a partir de lo particular solamente, que
se necesita un enfoque mayor, en principio no formalizable (lo que no es un obstáculo insuperable
para la ciencia), que reconozca al conjunto social, sus relaciones de poder, donde el orden y el
equilibrio de los sistemas se determinan por medio de la diferencia y no por la igualdad idealizada,
que no por eso hace impracticable un esquema civilizatorio más solidario e integrador.
El tema que se trata en este trabajo es inagotable en el sentido de que no puede llegar a puntos
de definición definitiva, por lo que no se pretende que la argumentación aquí propuesta agote, ni
mucho menos, lo que se pueda decir al respecto. Se desarrolla criterios que buscan mostrar que la
economía no puede sobrevivir como ciencia a menos que abandone el apriorismo y el formalismo que
solo le imponen limitantes que la obligan a dejar de lado la realidad.
Es necesaria la posterior reflexión, con mayor precisión y coherencia, de éstas y otras ideas;
mientras tanto, explicar y argumentar sobre la necesidad de refundamentaciones en la epistemología
de la ciencia económica es un paso importante, mas nunca un punto de llegada.
Este trabajo no pretende definir un nuevo paradigma teórico, cosa que rebasa
inconmensurablemente sus objetivos; se busca mostrar que una reformulación epistemo1ógica es
necesaria y posible. Esto sin perder de vista que tal abordaje requiere comprender que la racionalidad
es una noción no definitiva, y que la teoría científica social requiere reconocerla como tal,
reformulando continuamente su concepción epistemológica, pues solo así se puede lograr que la
teoría y la realidad no vayan por caminos divergentes.
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