LA TASA TOBIN Instrumento para la justicia global Joseba Segura Etxezarraga Bilbao - Enero 2003 INDICE Sumario ............................................................................... I. DESCONCIERTO Y ESPECULACIÓN EN LOS MERCADOS DE DIVISAS ........................................................................ 2 2 Los mercados de divisas: paraíso de la especulación financiera ................................................................... 2 Inestabilidad monetaria permanente ............................ 5 LA TASA TOBIN .............................................................. 7 Impuesto a las transacciones de divisas ........................ 7 Tasar la especulación financiera ................................... 8 Una poderosa fuente de recursos ................................. 9 Fondos al servicio del desarrollo ................................... 10 III. OBJECIONES Y RESPUESTAS ............................................ 11 II. IV. ¿Dificultades técnicas? ................................................ 11 Resistencia de los teóricos económicos neo-ortodoxos .... 12 Resistencia de los centros financieros internacionales ..... 14 ¿Puede adoptarse unilateralmente? .............................. 15 ¿Quién gestiona los recursos? ...................................... 15 CONCLUSIONES ............................................................. 17 1 LA TASA TOBIN Un instrumento para la justicia global Sumario La urgencia de los problemas globales, entre los que destacan la pobreza a escala mundial y la necesidad de limitar los abusos de los poderes económicos, requiere algo más que meras declaraciones de principios. Es necesario identificar propuestas concretas, significativas y viables que permitan lograr en torno a ellas un consenso político suficiente y la voluntad necesaria para promoverlas en el ámbito internacional. Este trabajo presenta una de esas propuestas concretas: la llamada “Tasa Tobin” que, poco a poco, está ganando apoyos cada vez más amplios en el concierto internacional. El estudio comienza analizando el funcionamiento actual de los mercados financieros, especialmente el de divisas, y sus efectos desestabilizadores en las economías débiles. A continuación explica, con lenguaje que intenta ser claro y riguroso al mismo tiempo, la propuesta Tobin, enriquecida y reforzada desde su primera formulación hace ya 20 años con muchas aportaciones. Por fin se intenta justificar la importancia de un posible impuesto de transacciones monetarias, sus posibilidades y los problemas que plantea su implementación. I. DESCONCIERTO Y ESPECULACIÓN EN LOS MERCADOS DE DIVISAS Los mercados de divisas: paraíso de la especulación financiera Joseph E. Stiglitz, Nobel de economía en el 2001 y, durante varios años alto ejecutivo del Banco Mundial, explica con un ejemplo sencillo en un libro reciente la manera de proceder de los especuladores financieros internacionales que deciden sacar partido de la debilidad económica por la que atraviesa un determinado país: «Supongamos que el especulador Fred acude a un banco tailandés, pide prestados 24.000 millones de baths que, al cambio original, pueden ser convertidos en 1.000 millones de dólares (y, de hecho, los convierte). Una semana más tarde el tipo de cambio cae de 24 a 40 baths por dólar. Ahora con 600 millones de dólares, convirtiéndolos a baths, obtiene los 24.000 necesarios para cancelar el préstamo. Los 400 millones de dólares restantes son sus beneficios – una ganancia cuantiosa para una semana de trabajo y una inversión minúscula de su propio dinero».1 Como vemos, se trata de una operación relativamente sencilla, potencialmente muy lucrativa y que supone escaso riesgo. Una operación que, desde que la liberalización de capitales es un hecho, puede hacerse y se viene haciendo de modo frecuente. Para realizarla sólo son necesarias dos cosas: tener crédito ante los bancos locales (algo que no está al alcance de muchos particulares pero sí de los poderosos agentes financieros internacionales) y, suponiendo que no se trabaja con información privilegiada, contar con buenos análisis para actuar cuando la devaluación resulta más probable. Si por lo que fuera no se produjera la esperada devaluación en un plazo razonable, la operación se salda con la cancelación del crédito, previo pago de los intereses oportunos. La diferencia entre los posibles costes y las 1 Joseph E. Stiglitz, “El malestar en la globalización”, Madrid: 2002, Taurus, p. 128. 2 inmensas ganancias es tan grande que los tiburones financieros internacionales dedican importantes recursos para detectar ocasiones similares a la referida. Como es lógico tales operaciones no se realizarán cuando la economía local goza de buena salud y cuando, consiguientemente, el valor relativo de la moneda en los mercados de divisas se mantiene estable. Serán mucho más probables cuando el país en cuestión atraviesa dificultades económicas. En ese caso la especulación sobre la moneda local se convertirá en un factor que agrava los problemas ya existentes. El efecto de un ataque masivo de poderosos agentes financieros internacionales sobre la divisa de un país hará que la “profecía de la devaluación inminente” se cumpla inevitablemente. La demanda de dólares a cambio de la moneda local debilitará a ésta y favorecerá a los que actuaron con rapidez cuando la mayoría de los agentes activos en los mercados no habían tenido tiempo para anticipar los acontecimientos. Esta explicación debería ser suficiente para comprender las consecuencias desestabilizadores de los ataques sobre la divisa de un país que atraviesa dificultades económicas. Es necesario señalar que los mercados de divisas desarrollan funciones esenciales en el sistema económico global. La primera función es obvia: a falta de otro mecanismo, hacen posible el intercambio internacional de bienes valorados en monedas diferentes al establecer en cada momento un precio relativo de las unidades monetarias. La segunda es más compleja de explicar pero podría presentarse así: permite la transmisión y el reparto del riesgo entre los que compran moneda para realizar inversiones y servicios en otro país y necesitan protegerse contra los riesgos de variaciones en su valor relativo y aquellos dispuestos a asumir esos riesgos con la intención de hacer dinero en la operación. La especulación es una parte integral de los mercados. Sin un cierto grado de “actividad especulativa” los ajustes de precios no podrían producirse. Pero la frenética actividad de compra venta en los mercados internacionales de divisas no puede explicarse por la necesidad legítima de cubrir riesgos de inversiones. Independientemente de la opinión más o menos favorable que unos u otros puedan tener sobre los efectos globales de la liberalización de los mercados de capitales, es esencial saber distinguir entre las distintas clases de movimientos de dinero que esta liberalización ha facilitado. Aunque no siempre resulte fácil separar las inversiones “productivas” de las “especulativas”, esta distinción es suficientemente clarificadora como para que sigamos haciendo uso de ella. Un ejemplo puede ayudarnos a identificar el valor de esta distinción. Supongamos que la empresa X del país A decide construir una nueva fábrica en el país B. No lo haría si determinadas restricciones financieras en ese país limitaran considerablemente su libertad para mover dinero hacia dentro y hacia fuera. Pero en todo caso la construcción de una fábrica en B refleja el compromiso de la empresa X con ese país por un periodo significativo de tiempo aunque solo sea porque, para sacar rentabilidad a las inversiones 3 realizadas en la nueva fábrica, es necesario situarse en un horizonte de varios años. Estas inversiones aportarán empleos a los ciudadanos de B y, razonablemente, se puede esperar que la renta del país aumente. En este caso estaríamos ante una inversión “productiva” que, en principio, traería beneficios para la población donde se asienta la nueva fábrica. Por el contrario, la ingeniería financiera de “Fred” no hace sino esquilmar a un país que ya se encuentra en una situación difícil. La población no obtiene beneficio alguno de esas operaciones. Es difícil sustraerse a la impresión de que los especuladores se han apropiado de parte de la riqueza del país en el que han operado, sin dejar a cambio beneficio alguno. El “pelotazo” de Fred no es sino un ejemplo sencillo y, en cierto sentido, excepcional de especulación financiera. En realidad los poderosos agentes financieros que se dedican a la especulación en los mercados monetarios no necesitan encontrar un país en condiciones extremas para sacar partido de las compras y ventas de divisas. Diariamente estos agentes, en su mayoría compañías especializadas, mueven cientos de miles de millones de dólares que buscan beneficios rápidos persiguiendo lo que eufemísticamente se denomina “oportunidades de arbitraje”. Estas “oportunidades de arbitraje” son ocasiones para hacer dinero explotando, antes que otros, “ineficiencias” en los precios relativos de los distintos productos de bienes y servicios. Los instrumentos financieros se hacen cada día más sofisticados y los requisitos necesarios para moverse con seguridad en esos mundos son cada vez mayores. Sólo un conjunto relativamente pequeño de empresas y particulares puede aspirar a sacar sistemáticamente rentabilidad en esa intrincada jungla. Los mercados internacionales de divisas constituyen una considerable porción de estas “oportunidades de arbitraje”. Algunos datos nos pueden ayudar a captar las dimensiones del problema. Según el “Bank for International Settlements” (BIS), en los mercados de divisas internacionales se cambiaron diariamente como media en 1998, aproximadamente 1,5 billones de dólares.2 Como término de comparación, en el año 1986 el mismo mercado movía tan sólo 0,2 billones. Aunque en los dos últimos años (2000 y 2001) se ha producido una ligera inflexión en la tendencia de crecimiento permanente de la actividad en este mercado, debida en gran parte a la puesta en marcha del euro (que reduce el volumen de transacciones en el contexto de la UE) y al cambio de clima económico, la lección de los últimos 20 años es clara: los mercados de divisas han experimentado un “boom” sin precedentes. Alguno podría pensar que el aumento de intercambio de bienes y servicios en un mundo globalizado es el causante de esta explosión en la compra-venta de monedas pero no es así. Dos datos importantes clarifican la información anterior: 1. Sólo el 20% de las operaciones en los mercados de divisas tiene alguna relación, directa o indirecta, con intercambios internacionales 2 Bank for International Settlements (BIS), “Central Bank Survey of Foreign Exchange and Derivatives Market Activity in 2001”, 18/03/2002 cf. http://www.bis.org/press/p020318.htm#pgtop 4 de mercancías, servicios o inversiones a medio o largo plazo. Ese 20% se distribuye entre pagos directos por intercambios de bienes y servicios (que sólo representan el 2% de los movimientos!!!!)3 y operaciones financieras a medio o largo plazo que buscan contrarrestar los riesgos de fluctuaciones en el precio de la moneda extranjera (“hedging” que explica el 18%). 2. El 80% restante son movimientos de compraventa de moneda en los que el comprador revierte la operación en menos 7 días. Los operadores especulan constantemente anticipando modificaciones, incluso muy pequeñas, de los tipos de interés y de los tipos de cambio. Se trata de variaciones que ellos anticipan o que incluso contribuyen a provocar. Al mover sumas considerables de dinero, una pequeña variación puede reportar grandes beneficios. Pero, dado el carácter errático e imprevisible de estos movimientos de capital para todos, excepto para los pocos que “están en el secreto”, no es raro que, en el espacio de pocas horas, pueda provocarse el colapso de una moneda con los consiguientes desastrosos efectos para la economía y la estabilidad social del país afectado. Jonathan Michie, por citar tan sólo un experto financiero de reconocido prestigio, calificaba en 1999 este estado de cosas del siguiente modo: «Pocas actividades se han demostrado más anti-sociales que la especulación en los mercados de divisas. Si alguna vez ha habido una actividad pidiendo a gritos ser tasada y controlada, aquí la tenemos. De hecho, roza el absurdo observar cómo cuando una gran proporción de bienes y servicios y, en general de actividades económicas, debe pagar impuestos, la especulación monetaria sigue siendo una de las escasas actividades que demanda y consigue exención total de tasas y controles... Hablando de medidas específicas para abordar el problema... las tres acciones más importantes que deberían ser abordadas todas ellas de modo conjunto son: impuesto sobre la especulación, controles en los mecanismos de intercambio monetario, y reforma de las instituciones financieras internacionales, particularmente del Fondo Monetario Internacional (FMI)».4 Inestabilidad monetaria permanente La incertidumbre que se inició en 1971 con el abandono del viejo sistema internacional de cambio de divisas establecido en los acuerdos de Bretton Woods5 de 1944 se ha visto reforzada en la última década con la expe3 Cf. Alex C. Michalos, “Tobin Tax: A Good Idea Whose Time Has Not Passed” en http://www.irpp.org/po/archive/oct99/michalos.pdf 4 Jonathan Michie, “Factors to Consider in Effecting Global Financial System Reforms”, http://www.globalpolicy.org/finance/alternat/currtax/michie99.htm 5 Los acuerdos de Bretton Woods establecían un sistema de tipos de cambio fijo entre la moneda local y el dólar. Ocasionalmente podían producirse y de hecho se producían ajustes, es decir, devaluaciones de algunas monedas con el fin de corregir los desequilibrios detectados. Pero el resto del tiempo los países miembros estaban obligados a intervenir en los mercados a fin de asegurar que los tipos de cambio se movían en el pequeño margen del 1% sobre o bajo la paridad establecida. Se abandonaba la “referencia oro”, o mejor dicho, el dólar pasaba a representar las reservas de oro existentes. La moneda americana se convertía a través de esta vinculación en el estándar respecto al cual se valoraba el precio 5 riencia de una inestabilidad permanente en los mercados monetarios. En efecto, los peligros derivados del nuevo sistema de “libre flotación” en los tipos de cambio de las monedas se han puesto de manifiesto con claridad, sobre todo en la última década. A lo largo de los 90 se han sucedido las crisis en los mercados internacionales de divisas. Los ataques especulativos de George Soros en 1992 contra la libra esterlina que le reportaron un beneficio de un millón de dólares en tan sólo una jornada, hicieron historia y suscitaron el interés público por este problema. En esas mismas fechas (19921993) Europa se asomó a lo que pudo haber sido el colapso definitivo del ERM (Exchange Rate Mechanism)6. En 1994-1995 una crisis financiera y monetaria en Méjico desembocó en una fuerte devaluación del peso, afectando muy negativamente a las economías de Argentina y Brasil (el llamado “efecto Tequila”). A mediados de 1997 les tocó el turno a las hasta entonces pujantes economías de los países del este asiático (Indonesia, Corea, Malasia, Tailandia y, en menor medida, Filipinas). La crisis se inició de manera aparentemente inocua con un ataque al “bath” (moneda local tailandesa) pero se extendió rápidamente a las monedas de la región. Posteriormente en 1998 le tocó el turno a Rusia, seguida en 1999 por la devaluación del “real” brasileño que perdió más de un 40% de su valor en tan sólo dos meses. Por último, la crisis Argentina del 2001, aunque de carácter más complejo, tampoco ha contribuido a recuperar la confianza en los mecanismos financieros internacionales. Todos estos acontecimientos han hecho que los descontentos con el sistema financiero internacional y con las organizaciones que lo representan, sobre todo el FMI, vayan en aumento. Este clima de oposición reflejado en la creciente pujanza del llamado “movimiento anti-globalización” ha acabado por captar el interés tanto de los responsables políticos como de los académicos. La presión de un sector creciente de la opinión pública mundial les ha forzado a reconocer, aunque todavía en términos genéricos, la necesidad de “reformar el sistema financiero internacional.” Ya no se puede del resto de las monedas. Pero en todo caso la vinculación entre el dólar y el oro era la piedra angular del sistema. Por eso cuando el 15 de agosto de 1971 Nixon anunció el fin de la convertibilidad dólar-oro, todo el mundo entendió que se cerraba una época. En realidad el sistema venía sufriendo presiones crecientes los años anteriores. Dos años después, el 11 de marzo de 1973 el sistema recibió la puntilla cuando los ministros de Finanzas de 9 países europeos, los últimos fieles a los tipos de cambio fijos, anunciaron que ponían sus monedas “en flotación”. A partir de ahí se habla de un régimen internacional de tipos de cambio “flotante” o “libre”. En todo caso la pura flotación no existe más que en la teoría ya que las intervenciones de los bancos centrales, o incluso del Fondo Monetario Internacional, para influir sobre los precios de las monedas son bastante frecuentes. Por este motivo en la jerga económica se habla de “flotación sucia” (dirty floating). Para los interesados, un resumen básico de la historia del sistema financiero internacional puede encontrarse en Sebastien Chauvin y otros, “Tobin Tax, Speculation and Poverty”, http://www.attac.org/fra/toil/doc/attacliegeen.htm.Una exposición más técnica de los acuerdos de Bretton Woods, su funcionamiento y las causas de su colapso final puede encontrarse en el capítulo 1 del libro de J. Orlin Grabbe, International Financial Markets, Englewood Cliffs (NY): 1996, Prentice-Hall, con el título: “The Rise and Fall of Bretton Woods”. Al momento de redactar este escrito, el texto completo del capítulo esta disponible en http://www.orlingrabbe.com/bretton_woods.htm 6 Junto con el ECU, el ERM fue una de las claves del proceso hacia la Unión Monetaria Europea. Proporcionaba un sistema de traducción de la moneda del país participante en Ecus y con el resto de las monedas miembro, siempre dentro de una banda fijada por límites máximos y mínimos de variación para cada moneda. El 16 de septiembre de 1992, en lo que se conoció como el miércoles negro (Black Wednesday), la libra esterlina y la lira italiana se vieron forzadas a salir del sistema, al tiempo que la peseta sufrió una considerable devaluación. La lira volvió a entrar pero la libra quedó desde entonces fuera. Un ataque en 1993 sobre el franco francés forzó la ampliación de los márgenes de fluctuación del sistema. 6 ocultar la existencia de graves problemas en esos mecanismos; problemas estos que reclaman la atención no sólo de los “pensadores radicales” sino de cualquier persona u organización que quiera abordar con seriedad los retos con que el mundo se enfrenta al inicio de este nuevo milenio. II. LA TASA TOBIN Impuesto a las transacciones de divisas El consenso sobre la necesidad de examinar la arquitectura financiera global a fin de reducir en el futuro la probabilidad de aparición de las crisis monetarias o, cuando menos, de limitar su severidad, es muy amplio. Pero, como suele suceder, cuando llega la hora de traducir las intenciones genéricas en procedimientos concretos, comienzan los problemas. Existen, en principio, dos maneras de controlar los riesgos que plantea la especulación financiera desorbitada. La primera consistiría en poner en marcha un procedimiento administrativo regulador que, imponiendo cuotas y controles, limite directamente los movimientos de capital. La segunda sería recurrir a un mecanismo que, utilizando un sistema de incentivos (en este caso de “desincentivos”), logre que los agentes financieros modifiquen su comportamiento. La complejidad de la primera vía, al requerir el establecimiento de una burocracia administrativa que no garantiza resultados eficaces, ha inclinado a los expertos a estudiar con más detenimiento las posibilidades de la segunda. Aquí aparece toda una serie de propuestas que buscan tasar, directa o indirectamente, los movimientos internacionales de capital. Entre ellas, la que ha logrado un mayor reconocimiento internacional recibe el nombre de “tasa Tobin”. Se denomina así la propuesta presentada y desarrollada en los años 70, por el Premio Nobel de economía de 1981, James Tobin. Al parecer Tobin se inspiró en una idea de J. M. Keynes.7 Así como Keynes había recomendado que se tasara el acceso al mercado de valores, Tobin proponía que la especulación monetaria debería pagar un impuesto análogo al que se cobra por entrar a ciertos casinos. En su formulación original se trata de un impuesto relativamente pequeño (generalmente se habla de cifras entre el 0,1% y el 0,25% del valor de la operación aunque otros autores han propuesto porcentajes menores), permanente y uniforme, que se carga sobre las transacciones realizadas en los mercados internacionales de divisas. Aunque el impuesto sea siempre el mismo, es obvio que si yo realizo transacciones de moneda con fines especulativos, es decir, si compro por ejemplo moneda extranjera y la vendo de nuevo a las pocas horas y esto lo hago varias veces al día, este pequeño impuesto tiene potencialmente para mí un coste considerable. Un coste en 7 Una breve pero adecuada presentación de la aproximación Keynesiana a los mercados de divisas puede encontrarse en el excelente artículo de Suzanne de Brunhoff y Bruno Jetin, “The Tobin Tax and the Regulation of Capital Movements” en http://www.attac.org/fra/list/doc/jetin2.htm 7 todo caso mucho mayor que si compro moneda extranjera porque la necesito para hacer una inversión a medio o largo plazo en el país de destino. Más en concreto una calculadora financiera nos permite ver que con un 0,1% de tasa, el coste anual de una operación diaria de “ida y vuelta” (compra y venta en menos de 24 horas) de moneda extranjera llega a suponer en un año el 48% del capital invertido; una operación semanal sitúa el impuesto a final de año en el 10%; si se realizara mensualmente, la cifra anualizada baja al 2,4%.8 Tasar la especulación financiera Dicho de otro modo, la característica más importante de este impuesto relativamente pequeño, unitario y técnicamente sencillo es que automáticamente penaliza operaciones de cambio de moneda a corto plazo, afectando en mucha menor medida a las operaciones que implican intercambio de bienes y servicios o inversiones de capital a largo plazo. Considerando, tal como ya hemos indicado más arriba, que el 80% de los movimientos de capitales en los mercados monetarios son transacciones de ida y vuelta completadas en menos de una semana, se ha argumentado que la “tasa Tobin” contribuiría a reducir la volatilidad (inestabilidad) de los tipos de cambio. De este modo se lograría limitar la intensidad de los ciclos económicos que, en parte, resultan de la entrada o salida masiva de capitales internacionales de uno o varios países. En todo caso, la idea es utilizar un impuesto lo suficientemente pequeño para no dificultar los cambios de moneda realmente necesarios, al tiempo que se tasa la especulación. Si el impuesto resultara eficaz en el control de la especulación, de ello podría derivarse otro importante efecto: aumentaría la capacidad de los bancos centrales y de los gobiernos a la hora de determinar una política monetaria adecuada a la situación económica del país. Estos podrían, por ejemplo, bajar los tipos de interés para facilitar una reactivación de la economía en un periodo de recesión sin temor a los efectos desestabilizadores que esa medida pudiera tener sobre el tipo de cambio de la moneda local. Algunos autores, sin embargo, cuestionarán la fuerza de este argumento. En su opinión el logro de mayores cotas de autonomía en materia financiera presupone algo más que la introducción de una pequeña tasa sobre transacciones monetarias. ¿Cómo un pequeño impuesto va a detener movimientos especulativos cuando una moneda inestable y bajo presión puede caer un 10% en un solo día? Por sí solo, nunca podrá impedir el ataque sistemático o concertado sobre la moneda de un país. Una tasa del 0,25 puede disuadir al especulador de entrar en operaciones con márgenes pequeños de beneficios pero no evitará que los tiburones actúen en situaciones de crisis y confusión, en las cuales hay mucho dinero que ganar. En todo caso, aunque este impuesto no 8 Tomado de James Tobin, Prólogo en Mahbub Ul Haq, Inge Kaul and Isabelle Grunberg (eds.), “The Tobin Tax: Coping with Financial Volatility” New York, Oxford: Oxford University Press 1996, p. XI. 8 es una “cura milagrosa”, capaz de eliminar completamente algunas prácticas indeseables, podría introducir un poco de “arena en los engranajes” del frenético movimiento internacional de capitales, ralentizando la inercia de las operaciones especulativas.9 Y, en todo caso, esta tasa es compatible con otras medidas que algunos países han adoptado para dificultar las entradas y salidas de capital a corto plazo. Más que una cura contra la especulación, la tasa funcionaría como una medida preventiva destinada a moderar la entrada excesiva de capitales a corto plazo en tiempos de bonanza económica. Podría ser utilizada, además, de un modo “contra-cíclico”, es decir, aumentando la tasa en periodos de “boom” económico y disminuyéndola (incluso eliminándola) en otros periodos. Este uso iría en la línea de experiencias realizadas en Chile desde principios de los 90 y en Malasia en 1998, tras la crisis monetaria que afectó a este país el año anterior. Ambos países, percibiendo claramente el peligro que el libre flujo internacional de capitales suponía para la estabilidad de sus economías, optaron por requerir el depósito, no remunerado por un determinado periodo de tiempo, de un porcentaje de la inversión realizada, porcentaje que variaba en función del contexto económico internacional.10 Se trata, en definitiva, de una medida que, además de alargar el periodo de maduración (de salida) de las inversiones, tasa indirectamente la entrada de capitales (al no remunerar un porcentaje de los mismos). Ambos países fueron duramente criticados por el FMI cuando adoptaron estos controles. Hoy incluso los que les criticaron reconocen el acierto de aquellas medidas. Sin embargo no existe todavía evidencia concluyente de que los depósitos obligatorios, aunque eficaces a la hora de restringir capitales especulativos, hayan logrado reducir considerablemente la entrada de capital extranjero. Una poderosa fuente de recursos Incluso si cuestionáramos la capacidad del impuesto para limitar la especulación, ¿existiría alguna razón para seguir defendiéndolo? Sí, una muy importante: la posibilidad de que esta tasa se constituya en una importantísima fuente de recursos para avanzar por el camino de la justicia global. Si los escépticos tienen razón y una ligera tasa sobre las operaciones en divisas no va a poder detener los movimientos especulativos y reducir la volatilidad de los mercados de capitales, entonces tanto mejor. Cuanta más volatilidad, mayores los ingresos. De cara a captar recursos, una baja “elas- 9 La expresión “sprinkling sand in the wheels of international finance” se ha convertido en una fórmula que identifica uno de los objetivos compartidos por el movimiento anti-globalización. No por casualidad “Sand in the Wheels” es el título del boletín semanal de ATTAC (Association pour une Taxation des Transactions financières pur l’Aide aux Citoyens), una de las organizaciones más importantes dentro del movimiento internacional de protesta contra las instituciones financieras internacionales, especialmente el FMI y el BM. Puede consultarse su página web en http://www.attac.org 10 Concretamente en el caso chileno, el requisito de depósito, conocido como “encaje”, se amplió en mayo de 1992 del 20% al 30%. Posteriormente, el 26 de junio de 1996 se redujo al 10% en respuesta a una disminución global de las inversiones de capital en las economías emergentes. 9 ticidad” entre tasación y movimiento de capitales es justamente lo más conveniente.11 Ésta es la grandeza de la tasa Tobin: una propuesta sencilla que resulta ganadora en cualquiera de los casos; o bien limitando la especulación financiera, o bien fracasando en el intento. Alguien ha comparado esta tasa, no sin fundamento, a los impuestos que los gobiernos acostumbran a poner sobre actividades que tienen costes ocultos (“externalidades”, en la jerga económica), tales como el fumar: si los impuestos logran reducir esa conducta indeseable, muy bien; si fracasan, tampoco está mal porque generan ingresos con los que poder financiar servicios de salud. Paralelamente en nuestro caso, si la “elasticidad” es alta (es decir, si la introducción del impuesto hace caer considerablemente las operaciones en los mercados de divisas), entonces se confirma el efecto estabilizador del impuesto, más como mecanismo preventivo de crisis futuras que como “curación” cuando la crisis se ha desatado, dado que entonces un impuesto bajo no podrá evitar la especulación. Si la “elasticidad” resulta relativamente baja, el impuesto resultaría ineficaz en materia de prevención pero lograría generar inevitablemente una considerable cantidad de ingresos. Las estimaciones sobre el volumen de ingresos resultante varían mucho porque dependen tanto del nivel de la tasa como de las expectativas que los diversos autores tienen sobre sus consecuencias en la contracción de movimientos de capitales. Existen muchos estudios centrados en este tema que no vamos a mencionar. Nos basta con señalar que estimaciones conservadoras hablan de ingresos anuales en torno a los 150.000 millones de dólares. Fondos al servicio del desarrollo Las ONGs que apoyan un impuesto tipo Tobin tienen claro el destino de los recursos generados por la puesta en marcha de la medida: financiar bienes públicos en un mundo globalizado. Más específicamente, este objetivo genérico presupone que una parte importante del dinero recaudado debería ser utilizada para facilitar el desarrollo de los países pobres. La lucha contra el subdesarrollo mundial no puede ser abordada con los escasos medios que para este fin destinan los países ricos. Actualmente tanto Gran Bretaña como los EEUU dedican tan sólo en el 0,2% de su presupuesto a este objetivo, muy por debajo del mínimo acordado internacionalmente establecido en el 0,7%. Aunque en el año 2002 y en un contexto de fuertes sentimientos “anti-globalización”, tanto los EEUU como la UE han anunciado incrementos en los fondos de ayuda al desarrollo (fondos ODA: La “elasticidad” es un concepto utilizado en economía. Nos habla del efecto mayor o menor que los cambios en una variable tienen en otra dependiente de ella. Una “alta elasticidad” significa que la variable dependiente es muy sensible a variaciones en la independiente. Por el contrario una “baja elasticidad” nos indica que alteraciones en la variable independiente producen escasa variación en la dependiente. 11 10 Overseas Development Assistance), los hechos cantan: las dos últimas décadas hemos asistido a su disminución progresiva. Una estimación conservadora de los recursos generables por una tasa tipo Tobin implementada globalmente (en torno a los 150.000 millones de dólares) significa hablar de una cantidad más de dos veces superior a lo que los países de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico) destinan a promover el desarrollo. Tobin tampoco resulta una panacea en esta materia. La solución global del subdesarrollo crónico de algunas zonas del planeta requiere inversión extranjera directa, un uso más adecuado de los recursos financieros locales y una reorganización del comercio mundial. Sin embargo, para impulsar de modo significativo bienes globales de primera necesidad, tales como la educación y la salud, se necesita financiación. Y la fiscalidad doméstica de muchos países no va a ser capaz de financiar las inversiones necesarias en las próximas décadas. Es imprescindible una inyección externa de recursos. III. OBJECIONES Y RESPUESTAS ¿Dificultades técnicas? La objeción más débil es la que aduce dificultades técnicas o administrativas para poner el impuesto en marcha. De hecho la tasa Tobin no plantea problemas que no puedan ser superados con los sistemas informáticos modernos. Estos sistemas no tienen problema alguno a la hora de recaudar otros impuestos ya existentes en la mayoría de los mercados financieros internacionales. Todo el mundo acepta esos impuestos porque están concebidos para cubrir los costes operativos de los mercados de divisas y captar recursos para dotar sus fondos de garantía. Así pues, la dificultad no es técnica sino de otro tipo. La deriva hacia una centralización cada vez mayor de los registros de operaciones a escala mundial facilita también el control de una medida de este tipo.12 Además, los últimos escándalos financieros protagonizados por grandes compañías norteamericanas, favorecen una tendencia general a la transparencia contable que, indirectamente, tiene el mismo efecto facilitador. Los “paraísos fiscales” han constituido un problema potencial para la puesta en marcha de sistemas impositivos ampliamente extendidos. Sin embargo, tras el ataque a las torres gemelas del 11 de septiembre del 2001, las dificultades para realizar operaciones opacas se han incrementado 12 De hecho el proceso de control centralizado se ha iniciado ya e, inevitablemente, se hará más riguroso en el futuro. Un nuevo mecanismo denominado CLS (Continuous Linked Settlement) ha entrado en vigor en septiembre de 2002. El CLS es un paso más en el proceso de control financiero internacional que hace todavía más factible la introducción de una tasa tipo Tobin a escala global. Ver David Hillman, “The Tobin tax has just moved a major step closer” en Sand in the Wheels n. 144 (11 September 2002). La versión “pdf” del documento puede encontrarse en http://attac.org/attacinfoen/attacnews144.pdf 11 considerablemente. Dado que la “guerra contra el terrorismo internacional” promete ser muy larga, no es arriesgado suponer que esas dificultades se harán todavía mayores en el futuro. Y, en todo caso, la perspectiva de que algunos logren evadir el impuesto no es razón para desautorizar su valor, del mismo modo que nadie argumenta contra el IRPF basándose en la existencia de fraude fiscal. Por último conviene señalar una importante tendencia global a la concentración monetaria que simplifica la complejidad actual de los mercados de divisas. Comienza a perfilarse con claridad la configuración de bloques de países que comparten una misma moneda. El euro es el caso más claro. Pero la “dolarización” del continente americano apunta también en esa dirección. En la reunión del Banco Mundial en Praga del 2000, incidentes aparte, se hablaba ya de la posibilidad de que estuviéramos caminando hacia un mundo con 4 ó 5 monedas globales: el dólar, el euro (cubriendo Europa, Rusia y África), la rupia, el yen y el yuan chino. Resistencia de los teóricos económicos neo-ortodoxos Según la doctrina dominante en los años 90, un impuesto tipo Tobin distorsionaría la operación eficiente en los mercados internacionales de capitales. Este argumento aplica al mundo de las finanzas el recurrido dogma del “laissez faire”. Tanto más cuanto que, dada su independencia virtual de barreras físicas y la rapidez con la que funcionan, los mercados financieros son vistos como la aproximación real más cercana al ideal del libro de texto: mercados en “competencia perfecta” que ajustan automáticamente los precios. La progresiva retirada de los controles de capital en los años 80 y 90 dejó vía libre a la especulación masiva. Esta operación fue acompañada de un asalto ideológico contra la legitimidad de cualquier tipo de barrera y la exaltación propagandística del llamado “Consenso de Washington”13, al que J. K. Galbraith ha bautizado como “credo apostólico de la globalización”.14 La tesis fundamental no es nueva: cualquier intervención externa en el libre funcionamiento de los mercados no crea sino “ineficiencias” indesea13 En abril de 1990 John Williamson llamó “consenso de Washington” al conjunto de condiciones que las instituciones de Washington habían impuesto a los países latinoamericanos afectados por la crisis de los 80. Este “consenso” así definido se convirtió en los 90 en una referencia fundamental que ha orientado las decisiones estratégicas de los miembros del G7 y de las instituciones financieras internacionales. Joseph E. Stiglitz, siguiendo a Williamson, y siendo todavía vicepresidente y economista jefe del Banco Mundial, se manifestaba en 1998 muy crítico con el “Consenso de Washington” al que definía en los siguientes términos: la teoría según la cual la eficiencia económica requiere “libre comercio, estabilidad macroeconómica y precios adecuados (es decir, no intervenidos). Cuando un gobierno logra estos objetivos, o lo que es lo mismo, cuando un gobierno no se mete donde no debe, entonces los mercados asignan, solitos y eficientemente, los recursos disponibles y ello genera un robusto crecimiento”. En Joseph E. Stiglitz , “More Instruments and Broader Goals: Moving Toward the Post-Washington Consensus”, http://www.wider.unu.edu/search/search.htm. Sobre el tema puede verse también Eisuke Sakakibara, “From the Washington Consensus to the New International Financial Architecture” en http://www.rba.gov.au/PublicationsAndResearch/Conferences/1999/Sakakibara.pdf 14 James K. Galbraith, “The Crisis of Globalization”, en http://www.igc.org/dissent/current/summer99/galbrait.html 12 bles y, en última instancia, contraproducentes. La teoría económica liberal se ha manifestado sistemáticamente en contra de cualquier medida que dificulte, condicione o ponga trabas a la libre circulación de capitales. Consiguientemente el instrumento de esta política económica a nivel global, el FMI, se ha opuesto a cualquier tasa o condición que pretenda imponerse sobre la libre entrada y salida de capitales. Como hemos visto más arriba, en su día y contra la opinión del FMI, primero Chile y más recientemente Malasia, decidieron imponer restricciones. Hoy un amplio consenso, que incluye expertos del BM y del mismo FMI, acepta los efectos positivos de esas medidas para los países en cuestión pero todavía se niega a cuestionar el principio general que desconfía de las “trabas”. Algo está cambiando pero aún no es posible echar las campanas al vuelo. La teoría neo-ortodoxa, aplicada a la propuesta que nos ocupa, sigue contando con notables defensores. Por ejemplo Robert Mundell, Nobel de economía en 1999, ha manifestado en varias ocasiones su temor a que el impuesto pueda ralentizar algunos movimientos de capital. Más que criticismo, la declaración podría considerarse un halago porque justamente de eso se trata: de ralentizar algunos movimientos de capital indeseables. En todo caso, el problema sería que la buscada ralentización dificultara inversiones convenientes o impidiera a los mercados establecer tipos de cambio que reflejen realidades económicas. No existe evidencia que sustente estos temores pero, incluso si el peligro fuese real, hay propuestas razonables para minimizarlo. John Langmore, jefe del “Departamento de Política Social y Desarrollo” de las Naciones Unidas, hacía pública el 21 de Agosto de 2001 en una nota técnica su posición sobre el problema15. Actualmente el valor de las transacciones de moneda a nivel global es 500 veces mayor que el la inversión extranjera. Aunque Langmore no considera que la tasa Tobin vaya a suponer una traba para el comercio internacional, propone introducirla de modo progresivo a fin de evitar que tenga efectos desestabilizadores o indeseables. Por eso, en una primera fase, aboga por utilizar una tasa muy baja cuyos efectos puedan ser evaluados basándose en la experiencia, de un modo realista. Poco a poco, el porcentaje de impuesto podría irse incrementando hasta dar con el tipo ideal, fijo y estable, que se quiere buscar. Por su parte Spahn,16 intentando abordar y dar respuesta a reticencias similares, ha propuesto una tasa de doble tipo que funcionaría del siguiente modo: en condiciones normales se aplicaría un tipo mínimo (por ejemplo del 0,02%) en todas las transacciones. En periodos de turbulencia monetaria y siguiendo criterios cuantitativos claramente establecidos, entraría en vigor un tipo significativamente superior, concebido como “instrumento antiespeculación”. La propuesta ha despertado el interés de los especialistas, recibiendo menciones explícitas en varios foros. Por ejemplo Ross, resu15 Citado en Tony Colman, “Tobin Tax: a Tool For Global Justice” en http://www.fabiansociety.org.uk/documents/ViewADocument.asp?ID=44&CatID=52 . 16 Paul Bernd Spahn, “The Tobin tax and Exchange Rate Stability”, Finance and Development, 33 (1996), pp. 24-27. Ver también del mismo autor, “Stabilisation des taux de change avec une Taxe Tobin <avec fusible>” en http://attac.org/fra/list/doc/spahn.htm . 13 miendo los resultados de una reunión internacional de expertos en octubre de 1999 en Amberes (Antwerp), refleja el interés de los asistentes por el tema con las siguientes palabras: «Un CTT (Currency Transaction Tax: Impuesto de transacciones monetarias) de doble tipo tendría la virtud de constituir una eficaz defensa contra las crisis monetarias de carácter especulativo sin impedir ajustes de mercado deseables o la autonomía de cada nación en política monetaria».17 Hoy sólo los más recalcitrantes “teóricos” de la economía sostienen, después de la evidencia acumulada, que toda la actividad especuladora se justifica por la necesidad de “ajustar” precios inadecuados. La mayoría de los expertos acepta que la actividad financiera provoca a veces una volatilidad monetaria excesiva, fluctuaciones que no tienen conexión directa o inmediata con las realidades de la economía productiva. Resistencia de los centros financieros internacionales En agosto del 2001 James Tobin expresaba dudas sobre la posibilidad de que su propuesta pudiera algún día verse realizada. Decía: “la adopción de un impuesto de este tipo requiere un acuerdo internacional, y como los EEUU están a muerte contra la medida, ese acuerdo no va a ser posible”.18 El hecho es que el 80% de las operaciones en los mercados de divisas se gestiona en 8 países y, más significativo todavía, el 50% tan sólo en dos: Los EEUU y el Reino Unido.19 Durante la campaña presidencial de 1995, Lionel Jospin fue el primer líder internacional en manifestarse a favor de un impuesto tipo Tobin. Sin embargo un informe de 1998 del ministerio de finanzas francés, refrendado por unas declaraciones de su titular en el año 2000, rechazaba la posibilidad de que pudiera adoptarse de modo unilateral: entre otras razones se aducían las dificultades añadidas que semejante medida supondría en la carrera de París por competir con la “City” londinense y, en menor medida, con los mercados fuera de Europa. El argumento era la versión francesa de lo que el ministro del tesoro británico había dicho a una delegación de miembros del Parlamento Europeo y de la Cámara de los Comunes justificando su oposición a la medida: las contrataciones se irían a otros mercados y ello supondría la pérdida de puestos de trabajo en la “City”.20 En el fondo se trata de un problema de costes relativos. Operar desde centros financieros mundiales, tales como Londres o Nueva York, tiene con17 Citado en Alex C. Michalos, “A Handful of Sand in the Wheels of Financial Speculation”, http://www.manitese.it/pavar/conv2000/cmichal.htm 18 Tony Colman, cf. nota 15. El último informe del BIS (ver nota número 2) aporta otros datos de interés: el dólar participó en el 90% del conjunto de las transacciones realizadas en 2001, el euro en el 38% y el yen el 23%. Los cambios de dólar a euro o viceversa fueron, con diferencia, las operaciones más realizadas, captando en ese año el 30% de los movimientos globales, seguidos por los dólar/yen, con un 20% y los dólar/libra esterlina con un 11%. 19 20 Cf. Harlem Désir, “Tobin Tax: The Discussion Is Not Closed”, http://www.globalpolicy.org/socecon/glotax/currtax/france.htm 14 siderables ventajas, muchas de las cuales van a desaconsejar el cambio de sede a pesar de la existencia de un impuesto, siempre que éste no sea demasiado elevado. En todo caso, estas dificultades nos llevan a plantearnos el siguiente tema crucial. ¿Puede adoptarse unilateralmente? No es posible pensar que un único país en un contexto internacional desfavorable, adopte una tasa tipo Tobin. Si así sucediera, las grandes empresas activas en los mercados de capitales tendrían serias razones para mover sus centros de operaciones a otro lugar y no les faltarían opciones. Para ser significativa y cumplir sus finalidades, la medida debería ser asumida por los grandes centros financieros internacionales. Pero aunque fuera deseable, la implementación a escala global no resulta necesaria. Dado que el 80% de las operaciones en los mercados de divisas se llevan a cabo en los centros financieros de 7 países21, un acuerdo entre ellos con respaldo de la Unión Europea, supondría un paso decisivo en la realización global. ¿Es posible ese acuerdo? Aunque desde la crisis monetaria del sudeste asiático, hemos escuchado en boca de los líderes de los G7 reiteradas declaraciones a favor de “una nueva estructura financiera internacional”, nada importante ha cambiado todavía. Lo que se presenta como “contra propuestas” destinadas a alcanzar los mismos objetivos que la tasa Tobin, son, en realidad, pías declaraciones que evitan cualquier compromiso significativo.22 Ciertamente, la presión de lo que se ha llamado “sociedad civil internacional”, la animadversión creciente hacia un modo unilateral de entender la globalización, está obligando a los gobiernos a reflexionar sobre algunos temas. Sin embargo, la marcada tendencia hacia una “derechización” de la política observada en muchos de los países más ricos no permite hacernos, hoy por hoy, grandes ilusiones. La resistencia de los centros financieros y de los estados más poderosos es todavía fuerte y todo parece indicar que sólo una presión social firme, sostenida y creciente logrará que la “nueva estructura” anunciada sea realmente distinta a la que todavía sigue en vigor. ¿Quién gestiona los recursos? Uno de los aspectos más controvertidos, incluso entre los partidarios del impuesto, es el de la gestión de los recursos generados. El tema consti- 21 La lista es, por orden de importancia: GB, EEUU, Japón, Singapur, Suiza, Hong Kong y Alemania. Tomado de Michalos, cf. nota 17. Ver también una entrevista de J. Tobin en Le Monde, 17 de noviembre de 1998. 22 20. Ver, p. ej., las “4 propuestas básicas” del ministro francés de finanzas en Harlem Désir, cf. nota 15 tuye, en sí mismo, un debate sobre el cual se está escribiendo ampliamente en los foros especializados.23 Se ha propuesto, por ejemplo, que los ingresos captados vayan directa e íntegramente a un fondo gestionado con independencia de la fuente recaudatoria. Una alternativa, en principio, difícil de aceptar por los países desde los que se controla la mayor parte de las operaciones de divisas, especialmente EEUU y Gran Bretaña. No se trata sólo de meros intereses económicos. La cesión del 100% de los recursos generados a un organismo internacional constituiría una decisión con consecuencias políticas de primer orden. Los EEUU se han opuesto sistemáticamente a cualquier esquema financiero que refuerce la independencia de las instituciones internacionales, particularmente de la ONU. Los problemas económicos de esta organización durante el mandato de Boutros Boutros-Ghali, resultantes de la negativa de los EEUU de hacer frente a sus compromisos económicos por desacuerdos con el Secretario General, fueron ilustrativos al respecto. La fuerza de las reservas existentes se ilustra, por ejemplo, en el caso que exponemos a continuación. El 22 de enero de 1996 un grupo de Senadores de los EEUU introdujeron en el Senado un proyecto de ley que en las consideraciones preliminares decía: «El 14 de enero de 1996 el secretario general de las ONU Boutros BoutrosGhali manifestaba que un impuesto internacional significaría que (la organización) dejaría de estar en materia financiera bajo la arbitrariedad cotidiana de los países miembros... (Asimismo) el “Informe de Desarrollo Humano” (HDR) de 1994 del programa de Desarrollo de la ONU afirmaba que “resulta apropiado que los ingresos de un impuesto internacional se dediquen a fines internacionales y sean puestos a disposición de las instituciones internacionales». Ante semejantes pretensiones, la iniciativa del Senado condicionaba en los términos más firmes cualquier fondo de los EEUU a la renuncia de la ONU a buscar financiación independiente. Veamos el texto en cuestión: «Ninguno de los fondos (existentes)... puede utilizarse para realizar contribución voluntaria alguna de los EEUU a la ONU (incluyendo su programa de desarrollo) a no ser que el Presidente certifique ante el Congreso, con 15 días de antelación al pago, que la ONU no está desarrollando ninguna estrategia concebida para imponer algún tipo de tasa sobre ciudadanos de los EEUU diseñada con el objetivo de buscar ingresos para la ONU o alguna de sus agencias especializadas».24 Otros, atendiendo a las dificultades señaladas, reconocen a los países recaudadores el derecho a decidir dentro de unos límites. Cada país asignaría una proporción de lo recaudado a inversiones en desarrollo y dispondría del resto. Así por ejemplo los países ricos, además del 0,7% del PNB que teóricamente han asumido, invertirían en desarrollo el 80% de lo recaudado 23 Una detallada discusión de los aspectos implicados en este tema puede encontrarse en un documento titulado “The Robin Hood Tax”, editado por la New Economics Foundation y publicado en http://www.neweconomics.org/uploadstore/pubs/3400.pdf 24 Citado en Michalos, cf. nota 17. 16 por la aplicación de la tasa. Por su parte, los países menos favorecidos podrían destinar gran parte de los recursos captados a inversiones locales en bienes públicos necesarios. Pero si cada país tiene libertad para decidir el destino de los fondos, es de temer que estos se distribuyan de modo arbitrario, como premios a “servicios prestados” y, en todo caso, de modo muy distinto a como una institución independiente sabría utilizarlos al servicio del desarrollo. Por eso, la mayoría de los autores plantea la necesidad de apostar por la primera opción, aunque sea políticamente más difícil. Suponiendo que la gestión de los recursos pudiera centralizarse a escala global: ¿sirven las instituciones existentes o es necesario pensar en otras nuevas? Algunos se decantan por renovar la confianza en un FMI reformado que, tras revisar los criterios de ayuda al desarrollo, podría cumplir una importante función al servicio de ese objetivo.25 IV. CONCLUSIONES La frecuencia e intensidad de las crisis financieras que se han venido sucediendo durante la última década no permiten ya considerarlas como anécdotas en un mercado de capitales que, por otra parte, gozaría de buena salud. Más allá de la necesidad de adoptar medidas que mejoren los mecanismos de supervisión de los sistemas bancarios y financieros nacionales e internacionales a fin de garantizar mejor su solidez, son cada vez más numerosas las voces que reclaman una “reforma global de la arquitectura financiera internacional”. Aunque el uso que muchos líderes políticos hacen de expresiones similares sea intencionalmente vago, no obstante se ha abierto espacio para el debate sobre medidas concretas que pongan alguna traba en los engranajes de los poderosos agentes financieros internacionales. Langmore, en nombre de la ONU, anima a los responsables políticos a superar los inconvenientes “técnicos y políticos” sin duda existentes, convencido de los grandes beneficios que para la estabilidad global podían derivarse de la introducción de un impuesto sobre transacciones monetarias.26 La Tasa Tobin, por sí sola, no puede corregir el desorden y la desigualdad existentes en el mundo. Supondría tan sólo “arrojar unos granos de arena en el poderoso fuego de las finanzas internacionales”. Sin embargo nadie duda de que su adopción constituiría un acto político de primera importancia. Sería un paso concreto en la dirección adecuada, la que busca una mayor justicia global; una medida significativa de cara a controlar los todopoderosos mercados de capitales y sentar las bases de un sistema fi25 Por ejemplo Graham Bird y Ramkishen S. Rajan en “Time to reconsider the Tobin Tax Proposal?”, http://searchpdf.adobe.com/proxies/0/82/16/41.html , aunque críticos con las políticas del FMI, se inclinan por esta opción. 26 194. John Langmore, “Restructuring Economic and Financial Power”, Futures, 27 (1995) pp. 189- 17 nanciero internacional más sólido; un contratiempo importante de la ideología liberal dominante y de las prácticas depredatorias que acompañan a la globalización económica; una inyección de esperanza capaz de contrarrestar el fatalismo en el que se hunden muchos de los discursos políticos actuales. La propuesta es técnicamente viable y en el ámbito político va ganando poco a poco aceptación. Por eso merece la consideración seria y el apoyo sólido de todas las personas y organizaciones que realmente apuestan por una arquitectura financiera global más estable y mejor estructurada. Las reformas políticas en el mundo financiero son demasiado importantes como para dejarlas en manos de los especialistas en economía o de los gobiernos de los países ricos. Las normas que rigen los movimientos internacionales de capital se dictan desde los intereses de un pequeño número de países. Es imprescindible implicar a muchos más afectados en los procesos de decisión en materia económica global. También en el terreno financiero, la loca competencia darwiniana debe dejar paso a un planteamiento basado en la cooperación, en la búsqueda de una calidad de vida sostenible para todos los habitantes de la tierra. Sólo así podremos garantizar una amplia base de “participación” que siente las bases de una paz global basada en la justicia. Cooperación y participación: dos términos importantes en la Doctrina Social Católica más reciente. Dos términos esenciales para orientar la búsqueda de un mundo estable basado, no en la dominación económica, militar y mediática, sino en una apuesta por la convivencia y el diálogo. Pero para tener voz en el laberinto de la economía moderna, para poder participar es indispensable quitar el miedo a estos temas, y hacer un esfuerzo por conocer, aunque sea elementalmente, el funcionamiento del mundo financiero, las opciones existentes y las propuestas significativas que se vienen realizando. Sin duda alguna, un “impuesto sobre transacciones monetar¡as” (CTT o Currency Transaction Tax) constituiría un importante paso adelante en el camino hacia la justicia global. 18