Era la víspera de la llegada. En Guayaquil había dejado Andrés el

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LA TIERRA
N ATIV A
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VIII
Era la víspera de la llegada.
En Guayaquil había dejado Andrés el vapor
Perú y tomado pasaje en uno de los barcos que
hacen la travesía entre ese puerto y el de Buenaventura, donde' debía desembarcar el peregrino que
diez años antes allí mismo había hecho rumbo al
acaso.
-Mañana,
pensaba Andrés, volveré a pisar la
tierra colombiana, por la que he' suspirado tánto
tiempo, siú que un solo día haya dejado de pensar
en volver. ¡Mañana!
Pero por un fenómeno extraño que aprieta la
garganta y humedece los ojos cuando ya se ve cerca
lo que más se ha deseado, el joven hallábase invadido por una emoción semejallte a la pena. Porque
hasta la alegría ¡.;e parece al dolor.
Llovía.
Era una tn nll' oscura, monótona, triste. Desde
temprano las lIubes habíall ido agrupáudose
hasta
formar sobre el océano una especie de techo bajo y
plomizo, sin luz, por dehajo del eual eonía el oleaje
bramando sordamente.
'
A la proximidad de la tormellta, las aves marilIas pasaron con presurosos aleteos y chillados de
espanto. Zumbaba ('1 viento entre las jarcias;
se
cerró el horizonte y la lluvia se desencadenó con
violencia.
Desde la puerta de su camarote miraba Andrés
el océano, que se movía pesadamente
en dilatadas
ondulaciones llenas de amenazas.
Las gotas de la
lluvia, como si fueran pequeños
cuerpos sólidos,
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ISAIAS G.A.lIlBOA
agujereaban al caer la tersa superficie de las aguas,
levantaIido chispas brillantes y sonoras, que al saltar en mil puntos parecían estrellas de plata que se
apagaran en el mar.
El chasquido del aguacero; el chirriar y quejarse de la arboladura azotada por el viento; el ruido sordo de la máquina; las voces de los marineros,
todo formaba una orquestación solemne y triste.
Iba pasando el buque por entre la niebla y de
momento en momento lanzaba pitazos prolo.ngados,
agudos, como gritos de angustia. Algo de siniestro
había en ellos. La oscuridad de la tarde anticipaba
la noche.
y Andrés, que había soñado divisar desde ese
día las costas de la pat~iá, contemplaba adustamente· la niebla enemiga, que si el sol la rompiera
dejaría destacarse contra el cielo los contornos
azules de las cordilleras del Cauca.
La lluvia era continua J' la oscuridad se hada
más densa. Sólo el viento, como cansado de rugir,
disminuía sus ímpetus, gimiendo en los eordajes y
metiéndose por las tuberías.
Sonó la campana del comedor y Andrés dejó el
sitio donde cruzado de brm>;os había permanecido
horas enteras.
Esa noche, la última de la navegación, estuvo
en su camarote arreglando el equipaje, pues sabía
que al día siguiente muy temprano fondearía el
vapor en Buenaventura. Quería tener todo listo,
para no perder un momento en la mañana feliz,
tánto tiempo esperada.
Crujía el maderamen del barco a los vaivenes
de una marcha lenta entre la oscuridad. Andrés
asomó la cabeza por la portezuela del camarote
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NATIVA
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para observar la noche: estaba negra; la lluvia persistía débilmente; el viento se había cambiado en
brisa quejumbrosa; las luces del barco alumbraban
entre la sombra penachos de olas, como si estuviesen pasando fantasmas.
.
Ninguna voz humana se sentía. El inquieto pasajero aseguró la puerta con el gancho que la deja
sujeta, y se tendió en la estrecha camilla, sin desvestirse. De espaldas, con los ojos abiertos y fijos,
ni él mismo habría podido saber en qué pensaba.
Era la inconsciencia de la meditación.
De tiempo en tiempo le distraía el sordo retumbo del mal'. El lllar amigo, que lo había llevado a
todas partes y que ya lo restituía al puerto de donde
lo tomó. Este pensamiento vino a fijarse con claridad entre lo vago de sus reflexiones.
El mal' amigo ... y a su arrullo, Andrés cerró
los ojos como un niño mecido por 1>1'<l7;OS amantes
al compás de Ulla dulce canción.
Era alta lloche cuando se despertó de improviso.
Había dejado encendida la luz. Sentía calor. Se
incorporó sobre la blanca sábana, y sentado como
un sonámbulo al borde del lecho, permaneció enervado por extrema fatiga, po'r un cansancio de todo
su sér.
"
Afuera, los rumores de las noches marinas; pero
ya no se percibía el caer de la lluvia.
Abrigado prudentemente, Andrés salió. Una
ráfaga de aire fresco le azotó la cara, devolviéndole el vigor y la conciencia que el sueño había debilitado.
No llovía ya.
La noche estaba oscurísima, negra. Andrés, apoyadas las manos en la banda, percibía abajo la
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!SAlAS
GAMBOA
corriente impetuosa de las aguas que murmuraban
sordamente o se rompían coléricas contra el casco
- del buque.
Inclinado
hacia ese fondo oscuro y rugiente,
sentía la fascinación
del abismo; creía oír voces
amenazadoras,
('OIUO eH una disputa
de monstruos
oceánicos, y las olas confusas y rápidas, entrevistas apenas en la sombra, eran semejantes a dorsos
encorvados y a cabezas enormes; y las rayas súbitas que aUll en lo oscuro atraviesan las ondas, parecían filos de puñales y miradas de ira. Un drama
en un antro.
-j El lllar! murmuró
Andrés; el mar poderoso
y soberbio.
.
Todo era sombrío en derredor. Sólo una luz en
lo más alto de los mástiles resplandecía como una
estrella en el fondo negro del cielo.
EntonceH tuvo la impresión de que era el único
sér viviente a bordo, el único pasajero, que iba solo
en un buque fantástico, a un viaje sin destino, sin
rumbo a tnlV('S de la noche pavorosa~
y sintió anheloH de gritar: un grito superior a
la voz humana, que reHonara entre la oscuridad
como U11a illlploraeión
de socorro, a alguien que
estuviera muy lejos, muy alto j un grito que se dilatara en ecos, dominando el rugir del' océano.
io Quién oiría ese grito?
Este pensamiento
de locura lo atrajo hacia la
realidad. Ya estaban cerca los seres queridos que
calmarían con HUafeeío las tormentas de su alma.
Ya no estaba solo, ya iba a ser feliz.
En ese momento, en el profundo seno del horizonte, empezaba a suceder ~na cosa maravillosa.
Primero fue una raya de fuego, como una grieta
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horizontal entre dos superpuestas rocas negras.
Un albor ligerísimo se escapó de allí y voló casi
invisible por la curva del piélago. Después, otra
raya paralela, casi roja, y entre las dos una cinta
de luto. Partían de aquellas aberturas· flechas veloces que se cruzaban entre las tinieblas e iban a
herir las crestas de las olas. Un agujero llameante,
como la boca de una caverna encendida, rompió el
linde del cielo y de las aguas, esparciendo por todas
partes resplandores vívidos, y pareció entonces que
se iban cayendo a pedazos los sombríos paredones
de un castillo que las llamas devoraban. Y el mar
reflejó aquel incendio... Era un vasto escenario
mura villoso y trágico.
'rodo quedó en escombros, y por sobre las ruinas
subió lentamente la luna, una luna deforme, como
una faz ensangrentªda.
y el mar había quedado inmóvil, todo resplandeciente. El cielo prendió sus antorchas. El viento
(1ormía.
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