II Congreso de Familias EL FUTURO Testimonio de Amparo Mendo Mi hijo Javier tiene ocho años. Unos meses antes de cumplirlos, nuestra familia –su padre, José Luis, su hermano Daniel y yo- cerramos una puerta: atrás dejábamos una peregrinación de consulta en consulta buscando un diagnóstico, cambios cada curso de una a otra guardería, de un colegio a otro, pruebas con esta o aquella terapia que tan buenos resultados estaba dando... pero que no acababa de funcionar con él. Y en esta travesía del desierto -por la que imagino que muchos de vosotros habréis pasado-, miedo, incertidumbre, desesperanza, angustia, soledad, rabia, dolor de entrañas. Javier, nos dijeron hace unos meses, tiene un retraso madurativo moderado, como si los adjetivos quisieran suavizar el golpe del sustantivo. Así entramos en el mundo de la DISCAPACIDAD, con mayúsculas. Siguiendo consejos sabios, decidimos abrir una puerta nueva cada mañana, sin mirar más allá del día siguiente para alegrarnos con cada logro, con cada paso adelante, con cada risa de Javier. Y, sobre todo, con la creencia de que lo estábamos haciendo lo mejor posible. Nadie como nosotros, como vosotros, conoce el valor que para unos padres tiene esta frase tan sencilla cuando viene de un profesional que comprende a nuestros hijos y las circunstancias de cada familia. Por eso, cuando la organización de este congreso nos pidió escribir estas líneas sobre lo que esperamos del futuro para Javier, sentimos vértigo. ¿Cómo abrir esa puerta inmensa? Queremos para Javier lo mismo que para su hermano Daniel: que sea feliz. Para conseguirlo, lucharemos con todas nuestras fuerzas. Y para luchar, quizá sea más fácil plantearnos primero lo que no deseamos. No queremos incertidumbres. Muchas de ellas se han planteado durante este Congreso: ¿cómo enfocar la sexualidad de nuestro hijo?, ¿cuál es el papel de los hermanos?, ¿qué le sucederá cuando no estemos nosotros? Para contestar a estos y otros muchos interrogantes que vayan surgiendo en el camino, necesitamos sin duda la ayuda de los profesionales; pero también la experiencia de las familias que han pasado ya por muchas de esas situaciones y que pueden ayudarnos a afrontarlas. Tampoco queremos guetos. Javier, como todos vuestros hijos, tiene derecho a una vida en sociedad, a disfrutar de todo lo que nos ofrece. Y la sociedad tiene que aprender a vivir con la discapacidad. A medida que Javier crece, la ternura en la mirada de los desconocidos se va transformando en incomprensión, miedo o compasión. Queremos luchar para que, en el futuro, esas miradas sean de comprensión y complicidad. Queremos tener el valor suficiente para decirles: “Sí, Javier tiene retraso. ¡Y qué!” Como familia, nos gustaría contar con todos los recursos posibles para comprenderle mejor y ayudarle en todo lo que podamos. No queremos ser meros espectadores del trabajo de profesionales y educadores, sino participar activamente en todo el proceso. Como familia, necesitamos ayuda en tantas y tantas ocasiones!... A veces son cosas que parecen -sólo parecen-, sencillas (como, por ejemplo, superar el miedo a nuestra conciencia por escaparnos un fin de semana sin él). Otras (como elegir un centro y conseguir plaza), se convierten en una carrera imposible de obstáculos más allá de los interminables trámites burocráticos. Algunas, necesitamos una mano amiga que nos ofrezca consuelo en los momentos difíciles, ánimo para seguir luchando y luz sobre un camino que, de ven en cuando, se empeña en volverse tortuoso y oscuro. ¿Qué esperamos entonces del futuro? Muchas cosas: una educación que se vaya adaptando a las necesidades de Javier, una vida digna y autosuficiente en la medida de sus posibilidades, una atención médica y profesional especializada... Pero también amigos, amor, obligaciones, ocio y alegría. En definitiva, un lugar en el mundo para ser feliz, para querer y ser querido. Queremos para nosotros la seguridad de que pase lo que pase –y sin hipotecar el futuro de su hermano-, siempre habrá allí alguien para cogerle de la mano y guiarle por donde lo necesite. Queremos para Javier, y para todos los niños y niñas, hombres y mujeres con discapacidad que lleváis en el corazón, exactamente lo mismo que para aquellas personas a las que amamos. Ni más, ni menos. Parece sencillo, ¿verdad? Sabemos que no es una tarea fácil. La vida no lo es. Pero en estos meses hemos aprendido algo: que no estamos solos, que hay muchos niños como Javier, muchos hermanos como Daniel y muchos padres como nosotros. Que la angustia compartida es menos angustia y que la esperanza en el futuro será certeza cuantos más nos sumemos a esta lucha. Muchas gracias.