Si alguno quiere seguirme

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Si alguno quiere seguirme
Queridos hermanos y hermanas:
Después de la profesión de fe del apóstol Pedro –en el evangelio
de Mateo- tiene lugar un episodio desconcertante. Jesús anuncia
la subida a Jerusalén y su muerte en cruz. No hay ambigüedades.
El Mesías de Dios viene a salvar y el instrumento elegido es la
cruz. Este signo será en adelante el distintivo y contraseña de sus
discípulos, locura para unos, escándalo para otros y sabiduría de
Dios para los elegidos (1Cor 1,23-24).
La cruz es una exigencia del evangelio. Ninguna filosofía ni
movimiento liberador había tomado la cruz como distintivo ni la
había propuesto como tema y aspiración de las meditaciones
filosóficas. En la predicación de Jesús y en la ascética cristiana es
esencial e indispensable. Pero, podemos preguntarnos ¿Qué quiso
Jesús significar cuando habló de la necesidad de cargar con la
cruz de cada día?
La cruz fue primero un instrumento de tortura aceptado por
algunas culturas de la antigüedad. Cuando Jesús habla de su cruz
no la entiende como instrumento bárbaro de humillación, de
suplicio y de muerte. Significa todo esfuerzo libremente asumido
por amor para ser fieles a la voluntad del Padre celestial.
El Hijo de Dios se identificó con nuestras necesidades y
transformó su sentido. Tocó la carne humana mortal y la hizo
inmortal; tocó un día el barro del camino y con él devolvió la
vista a un ciego; tocó el pan y el vino como alimentos nutritivos
de la existencia humana y los convirtió en alimento de vida
eterna… También tocó esa gran realidad del sufrimiento, presente
en todos los rincones de la existencia humana, expresado en la
queja universal de las “cruces de la vida” y lo transformó. Tocada
por él se convirtió la cruz en signo de victoria, en fecunda semilla
de vida eterna, en triunfo del bien sobre el mal, del amor sobre el
odio, de la gracia santificadora sobre el poder destructor del
pecado. Por ello, en lenguaje cristiano no puede hablarse de la
cruz como una carga pesada que agobia. Es un signo que dignifica
y libera. Y más que de amor a la cruz debemos los cristianos
hablar de amor al crucificado. Si miramos la cruz por detrás
vemos dos palos cruzados y amenazantes. Pero si la miramos por
delante se nos aparece la persona de Jesús sujeto en ella por amos.
Entonces, todo cambia.
Hermanos y hermanas, que en esta eucaristía que celebramos nos
dejemos tocar por el Señor; que su Palabra toque nuestro oído
para que cambie nuestra vida, su cuerpo entregado y su sangre
derramada toquen nuestras vidas, para ser profetas de la
esperanza, hombres y mujeres constructores de paz, para bien de
nuestra sociedad nacional y mundial y podamos decir con fe cada
día:
“Señor Jesucristo,
que dijiste a tus apóstoles,
‘La paz les dejo, mi paz les doy’,
no tengas en cuenta nuestros pecados,
sino la fe de tu Iglesia y,
conforme a tu palabra,
concédele la paz y la unidad”.
Ignacio Ducasse Medina
Obispo de Valdivia
Secretario General de la CECh.
Talca, 8 de agosto de 2014
Capilla del Sagrario
Homilía en el IV Encuentro Teológico Pastoral.-
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