Descargar este archivo PDF

Anuncio
kaf 01 [ 27
Una aproximación
al concepto
de literatura en
Juan José Saer
y en Roland Barthes
a partir del proceso
de creación
Gustavo Esquivo
(Licenciado en Letras - FHUC/UNL)
Introducción
En este trabajo investigamos los conceptos de literatura en Juan José Saer presentes en su producción ensayística y en Roland Barthes en el Grado Cero de la Escritura (1954), con la intención de determinar las redes
de relaciones y significancias que se pueden establecer
entre los mismos. Como eje, hemos tomado el proceso
creativo del escritor a partir de su experiencia creadora.
Por lo tanto, nuestro análisis parte de la necesidad de
conocer los preceptos creadores que inducen a éste a
tomar determinados caminos para hacer su texto, acto
que necesariamente postula una idea de literatura. En
primer lugar, indagaremos la perspectiva de cada autor
y, en segundo lugar, estableceremos coincidencias o disidencias entre ambas.
Juan José Saer
Según Saer, el primer dilema a resolver por un narrador es el de cómo dar vida a una serie de pensa-
mientos que atraviesan su mente, que constituyen –de
hecho– el origen de todo relato. De ahí que piense que
la narración es un problema más que una posibilidad
de expresión. Para resolver esta cuestión el escritor:
“debe despojarse de todo rol social, se parte de cero,
debe consumar su estrategia día a día” (Saer: 1997),
porque cualquier ideología o estereotipo condiciona la
forma de escribir volviéndola una forma de reproducción
o imitación. La experiencia creadora, al no estar sujeta
a los condicionamientos exteriores, se convierte en un
proceso individual, único, que debe realizarse cada vez
que se escribe.
Entre los innumerables conceptos que condicionan la
escritura de antemano, Saer distingue dos que, a su
criterio, son los más frecuentes:
a. “La novela es lenguaje”. Esta noción convierte al
lenguaje en una tautología, una repetición cerrada, un
estereotipo que es proporcionado por las teorías lingüísticas (teoría de la enunciación, gramática textual, lin-
kaf 01 [ 28
güística estructural, etc.) donde el lenguaje ocupa un
primer plano. Es decir, el interés de la lectura se centra
en el modo que está escrito y no en el acontecimiento
que se narra. En contraposición, formula que el lenguaje
debe expresar la posibilidad –en la narración– de decir
lo que a primera vista resulta indecible, “lo que escapa
a las normas generales del lenguaje”, y lo despoja de
cualquier noción teórica que impida al escritor abrirse
paso entre “la selva de la lengua”.
b. “La literatura es un juego”. Sobre este concepto,
Saer realiza un planteo en dos direcciones: una negativa que considera al juego como un entretenimiento y/o
una búsqueda del placer y, otra positiva, que consiste
en igualar el hecho lúdico con la idea de creación. Esta
igualación ubica al narrador en la categoría del jugador,
cuya caracterización o, mejor dicho, su modo de jugar,
se suscribe de acuerdo a las características personales
de cada creador.
El espacio donde se gesta la narración es llamado por
este escritor como “somnolencia”. Ésta es un estado
intermedio entre lo “imaginario” y “lo real” que permite
al narrador despojarse de toda presión del sentido y de
todo plan preexistente. Lo imaginario es el número infinito de posibilidades que posee el escritor de representar
su relación con el mundo. Lo real son esas influencias
exteriores que están condicionando de forma directa al
escritor, “(…) que juegan el papel de verdaderos tabúes,
serán solas las que orientan la dirección de su trabajo”
(Saer, 1997). Cuando Saer plantea que se debe dejar
de lado todo influjo externo, no lo hace con la idea de
oposición o destrucción, sino de no quedar atrapado en
un dogmatismo que lleve a una clonación, a una estereotipo y convierta a la obra literaria en un objeto de
intercambio y se vea de esta forma invalidado el procedimiento de creación. Por tanto, lo que se busca es una
disposición propia. Al respecto, podemos citar la novela
La Pesquisa (1984c), donde el género policial sólo sirve
como excusa, como pre-texto, para dar origen a la estructura de la narración. Así, observamos que el desplazamiento del género –sumado a otros procedimientos
literarios que se combinan– constituye un relato híbrido,
que no es otra cosa que un nuevo orden de la forma.
Este concepto rompe con la idea de género como un
elemento dominante dentro del sistema literario, ya que
deja de ser un factor prescriptivo para ser más bien una
guía a la hora de crear.
El proceso de escritura debe situarse en la experien-
cia individual, como un hecho único e irrepetible que,
al desarrollarse, genera su propia praxis y teoría. Esto
significa que cada nueva narración genera sus propias
estructuras y sus propios sustentos de ideales. La ubicación de la obra como un acontecimiento individual de
creación no es otra cosa que pensar a la literatura como
una “antropología especulativa”. Es decir, cada escritor
posee –o debe poseer– un discurso que le es único, personal y que no debe asumir ningún papel representativo
puesto que se representa a sí mismo. Al señalar que lo
esencial se encuentra en las búsquedas individuales, se
postula a la experiencia poética como “la posibilidad de
una libertad radical”. En otras palabras, como “instrumento de conocimiento antropológico” porque se parte
desde una concepción particular, un proceso de creación cuyo foco principal es la experiencia, que medita,
reflexiona y cuestiona una realidad que le es ajena y
propia a la vez.
La ubicación temporal de este proceso creador lo podemos observar cuando Saer critica la noción del concepto
“novela”. Según él, en la época actual hay una serie de
ideas erróneas sobre la novela. La primera y la más importante es que todavía se sigue nominando como tal
a ciertas formas de narración que con el transcurrir del
tiempo se han modificado. La denominación “novela” se
suscribe exclusivamente a un tipo de relato que surge
entre los siglos XVII y XIX, que posee características bien
definidas y que coincide con el período de surgimiento
de la burguesía. Otro desacuerdo profundo de este autor
con la crítica es la hiperclasificación genérica a la que
someten “las novelas”: histórica, fantástica, realista, etc.
Esto provocaría a su criterio una tautología, es decir, una
categorización automatizada y general de las obras sin
tener en cuenta la peculiaridad de cada una. Pero uno de
los problemas más importantes que acarrea la novela en
la actualidad es el haberse convertido en una mercancía
pues se transforma, en ocasiones, en herramienta ideológica que reproduce determinadas pautas de autocomplacencia de la época. Al asegurar que determinados procedimientos y pautas se cumplen de antemano se está
reproduciendo un producto –que ya tuvo éxito– donde lo
que importa es el resultado comercial. Otro factor fuertemente ligado a la novela es la noción de realidad, desde
el cual se postula que toda su forma debería adecuarse
a ciertos principios estructurales que den cuenta de una
visión realista del mundo.
Su crítica se centra fundamentalmente en que la no-
kaf 01 [ 29
vela por ser un hecho diacrónico que corresponde a una
época, tiene su propia visión del mundo, diferente de la
actual (una realidad fragmentada donde conviven una
multiplicidad de tradiciones y búsquedas que coexisten
en un espacio heterogéneo de libertad). Por eso, es una
forma de narración desfasada en el tiempo que, al vaciarse de su sentido original, se ha convertido en un
producto de intercambio comercial que no responde a
sus intereses originales.
En efecto, al modificarse en el siglo XX las condiciones
y las nociones científicos-culturales del mundo que cuestionan el concepto de realidad como un hecho absoluto y sin discusiones, se transforman las condiciones de
percepción de la misma y, por ende, se altera la noción
de la realidad que se posee. Consecuentemente, la literatura al ser un fenómeno histórico-social se relaciona
con dichos cambios, los que llevan también a modificaciones en las formas de narrar. Tinianov (1928) da a este
fenómeno el nombre de cualidad diferencial, por el cual
todo hecho literario está condicionado por su ubicación
histórica de acuerdo a las relaciones que establece con
otros sistemas que pertenecen a la época donde se inscribe el mismo. Por lo tanto, se buscan nuevas formas de
expresar lo literario de acuerdo con el momento histórico
en que le toca actuar a cada obra.
En síntesis, podemos decir que la idea de la experiencia creadora de Juan José Saer se basa en la consideración del proceso de escritura como un hecho o un acto
individual, que al expandirse crea su propia práctica y su
propio sustento de ideas.
Si la obra es un acontecimiento único e irrepetible esto
nos lleva a pensar que el proceso creativo por el cual se
generan las obras literarias es un acto que permanentemente está modificándose, oponiéndose a la idea que la
literatura debe concebirse a partir de normas de producción preestablecidas.
Sin embargo, el acto de creación para Saer no es un
suceso que se cierra en sí mismo sino que el escritor, al
ser un hombre social, no puede dejar de sustraerse de
las influencias externas al momento de producir. Pero
esas influencias ya no actúan como fuerzas prescriptivas
o como un modelo a seguir, sino como guías que indican pautas generales de comportamiento creativo.
Este escritor, al postular la individualidad creadora
como parte del proceso de gestación de la obra literaria,
toma distancia de las teorías que predican la influencia externa –como determinante– al momento de crear
una narración. Por lo tanto, su idea de literatura es la
búsqueda permanente de un discurso literario individual
que está estrechamente vinculado con la idea de creación. En definitiva, la literatura es creación.
1) Barthes define a “la lengua como el corpus de prescripciones y hábitos
comunes a todos los escritores de una época” (Barthes 1954: 17). Podemos en tal sentido pensar que la lengua es el suceso por el cual penetra
lo social en la escritura y constituye el primer límite.
2) “Constituido por las imágenes, las locuciones, y el léxico que
posee el escritor. Son sucesos que funcionan por sí mismos. Es un
lenguaje independiente que surge desde los más íntimo y constituye el lugar donde se gestan las primeras ideas de las palabras y
las cosas, donde se encuentran las preocupaciones literarias de su
existencia” (Barthes 1954: 19-20)
Roland Barthes
La naturaleza del escritor está constituida por la lengua
que es lo social1 y el estilo que es lo individual.2 Esta naturaleza está dada de antemano, podría decirse que es
inherente a la condición del escritor y constituye un límite
porque no existe ninguna posibilidad de elección.
Entre la lengua y el estilo, se encuentra la escritura,
un posicionamiento desde donde se piensa y reflexiona
sobre la literatura. Esta posición implica una elección
que genera un compromiso, es decir, la reflexión estará
dada sobre el uso social que implica su forma y la posición que asume. En este sentido, Barthes aclara que
el compromiso no es político o ideológico sino que es
con la literatura misma. Es una manera de percibirla,
lo que presupone una moral de la forma. Esta forma de
elección reconoce una libertad, en este caso relativa, ya
que está condicionada por los límites de la historia. La
historia es un espacio temporal que incluye los posibles
que constituyen una o varias morales del lenguaje literario que en el caso del escritor lo obligan a ser expresión,
palabra, de una idea de literatura. Es el posicionamiento, la ubicuidad desde donde se piensa, lo que muestra
lo que se entiende por literatura.
Así, cada época impone una nueva problemática del
lenguaje literario, donde en cada escritura prevalecen
usos anteriores. En este aspecto, Barthes distingue las
siguientes etapas: objeto de una mirada, de un hacer,
destrucción y, por último, la ausencia, que denomina
como el grado cero de la escritura.
kaf 01 [ 30
Este proceso es analizado desde el surgimiento de la
escritura burguesa hasta nuestros días. La escritura burguesa, según Barthes, se desarrolla entre los siglos XVI
y comienzos del XVII. Tiene como característica sobresaliente que es una forma universal que se impone a todos,
no es objeto de propiedad de nadie, se piensa a la escritura por su valor-trabajo en oposición al valor-genialidad ,
ésta se torna artesanal y no perturba ningún orden. Pero
esa condición se va a ir modificando a partir de 1850,
conforme se suceden en la sociedad eventos que cuestionan la ideología burguesa. En consecuencia, aparecen
una serie de escrituras que conviven ya con la burguesa.
En este punto, los escritores siguen dos caminos: unos
proponen un caos de la lengua literaria para alcanzar un
objeto absolutamente privado de la historia, para reencontrarse con la frescura de un nuevo lenguaje. Es un
modo de pensar que, a criterio de Barthes, provoca un silencio, una imposibilidad de decir algo, al tornarse en un
hecho ilegible para la sociedad. En otros escritores, surge
una propuesta de liberación: crear una nueva escritura
blanca, libre de toda “sujeción con respecto a un orden
ya marcado del lenguaje” (Barthes 1954: 77). Esta nueva escritura neutra se ubica en medio de todo lenguaje y
de toda práctica literaria establecida, que torna a la forma
en un hecho inerte, carente de toda historia. Esto supone
un oscurecimiento que a la vez instaura una problemática
del lenguaje y de lo social. Según este crítico, se recuperaría la condición primera del arte clásico: su instrumentalidad. Pero esa instrumentalidad no se encuentra ya al
servicio de una ideología, sino que es un estatuto propio
del escritor, su manera de existir fuera de toda historia.
Sin embargo, la escritura blanca con el tiempo se automatiza, se convierte en lo que no quiere ser: una forma
solidificada, que absorbida por la sociedad la devuelve en
una forma establecida cargada de historia.
En la época actual el escritor puede crear su propia
forma, como un hecho individual y ese proceso se transforma en un acto, una ética de la escritura.
Al convertirse la escritura en un acto, las antiguas categorías literarias –vaciadas de toda tradición– se transforman en una forma específica de un orden lexical o
sintáctico, en una palabra, en lenguaje. Toda identidad
literaria de la obra se establece entonces por la escritura. La tradición literaria ya no opera como un mecanismo de poder que limita la creación del escritor, sino que
es un modelo especialmente destinado a ser desplazado, convertido.
Ante la nueva situación de su escritura, el escritor está
ante un dilema: la obra puede tener como centro una
forma vacía de toda historia o, por el contrario, asumir la
propuesta que le presenta el mundo. Seguir la segunda
opción es elegir problematizar el concepto de lo que es la
literatura, que a la vez establece en ese mismo acontecimiento una nueva significación, la cual posteriormente
–ante la aparición de un nueva escritura– será cuestionada en un proceso continuo. A tal punto que Barthes
señala: “Cada escritor que nace abre en sí el proceso de
la literatura, pero pese a condenarla siempre le otorga un
aplazamiento que la emplea para reconquistarlo” (Barthes 1954: 88). ¿Podemos pensar en este caso en una
total libertad, en que el escritor goza ya de una libertad
absoluta? No, porque a pesar de que los límites del lenguaje literario están superados se encuentra con uno: el
de la sociedad. Solo ese lenguaje es Utópico, porque intenta instaurar una posibilidad de lo que es la literatura.
A modo de conclusión, podemos decir que para Barthes el proceso de creación está constituido por dos
elementos: la lengua y el estilo. Éstos constituyen la
naturaleza del escritor, son inherentes a su condición,
no los puede elegir y establecen un límite. Entre ellos
se ubica la escritura que es la posibilidad de elección de
una forma para su obra. Esta elección se hace a partir
de lo que propone la historia –la idea o las ideas que se
tiene de la literatura en una determinada época son un
posicionamiento desde donde se piensa y se cuestiona
lo que es la literatura–, lo que implica un compromiso
con el hecho literario, una moral de la forma. En consecuencia, genera también un límite, la elección se hace
dentro de determinadas posibilidades. Como ese proceso es histórico, las posibilidades de elección se modifican de acuerdo a cada momento espaciotemporal.
Saer / Barthes
Podemos observar que, tanto para Saer como para
Barthes, el proceso de creación está constituido por dos
elementos que se articulan en un tercero, la escritura.
En ambos casos, por uno ingresa la sociedad: lo social
(Saer) y la lengua (Barthes) y, por otro, se encuentra
lo interior: lo imaginario (Saer) y el estilo (Barthes). La
diferencia radica en que para Saer estos elementos no
constituyen un límite, más bien son elementos de los
que se toma distancia a la hora de crear o en todo caso
pueden actuar como guías al momento de producir en
kaf 01 [ 31
un estado que se llama somnolencia, que no sería otra
cosa que la experiencia creadora. De esta manera, el
proceso de escritura se convierte en una libertad absoluta porque no posee ningún condicionamiento. En
cambio, para Barthes, estos elementos conforman un
límite porque están condicionando la creación, son un
cerco, lo que hace que la escritura sea de una libertad
relativa. Sin embargo, reconoce que la escritura del siglo XX rompe con esos límites para pasar a uno mayor:
el de la sociedad misma.
Los dos analizan los procedimientos creativos desde
una perspectiva histórica, fundamentalmente la del siglo
XX, y coinciden también en que cada escritura está determinada por el momento histórico en que le toca ser. En
consecuencia, la definición de literatura no es un hecho
estático, atemporal, dado para siempre, sino que se irá
modificando conforme se cambien las relaciones que definen la sociedad.
También acuerdan cuando definen a la escritura contemporánea como un proceso, un acto de creación que
cuestiona y problematiza su propia esencia, generando
en cada hecho una nueva significación de lo que es y
puede ser la literatura. Sin embargo, para Barthes este
proceso se estabiliza, es decir, ese desplazamiento en
un momento determinado es absorbido por lo “oficial”
y lo convierte en el concepto generalmente aceptado de
literatura. En cambio para Saer, lo que debe evitar cada
escritor es justamente eso, cualquier posibilidad de “institucionalización”, cada obra debe ser diferente a otra,
para no caer en la trampa de la esterotipación; por lo
tanto, su concepto de literatura se iguala al de creación.
Bibliografía
BARTHES, R. (1954): El grado cero de la escritura, Siglo XXI,
Buenos Aires, 2003.
–– (1964): Ensayos críticos, Seix Barral, Barcelona, 1983.
–– (1966): Crítica y verdad, Siglo XXI, Mexico, 1972.
ESQUIVO, G. (2005): “Las reflexiones sobre la literatura en
la producción ensayística de Juan José Saer” (2005) en La
Ventana nº 10, publicación de la Dirección de Cultura de la
UNL, Santa Fe.
SAER, J. (1988): Una literatura sin atributos, UNL, Santa Fe.
–– (1994a): EL río sin orillas, Alianza, Buenos Aires.
–– (1994b): “El valor del mito” en AAVV. La historia y la política
en la ficción argentina, UNL, Santa Fe, pp. 73-86.
–– (1994c): La pesquisa, Seix Barral, Buenos Aires.
–– (1997): El concepto de ficción, Ariel, Buenos Aires.
–– (1999): La narración-objeto, Seix Barral, Buenos Aires.
–– (2006): Trabajos, Seix Barral, Buenos Aires.
TINIANOV, J. (1928) “Sobre la evolución literaria” en TODOROV,
T. Teoría de la literatura de los formalista rusos, Siglo XXI, Buenos Aires, 2004, pp. 83-102.
Descargar