COMENTARIO A LA STC 341/1993, DE 18 DE NOVIEMBRE

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Comentario a la STC 341/1993,
de 18 de noviembre.
Inconstitucionalidad parcial de la
Ley Orgánica de Protección de la
Seguridad Ciudadana
por
Fabio Pascua Mateo
Letrado de las Cortes Generales
1. Conceptos constitucionales examinados por la Sentencia
Derecho a la libertad. Detención y diligencias de ordenación en dependencias policiales.
Derecho a la inviolabilidad del domicilio. Entrada y registro domiciliario. Inconstitucionalidad parcial de la Ley Orgánica de Protección de Datos de Carácter Personal.
Artículo 17 CE
1. Toda persona tiene derecho a la libertad y a la seguridad. Nadie puede ser privado de
su libertad, sino con la observancia de lo establecido en este artículo y en los casos y en la
forma prevista en la ley.
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2. La detención preventiva no podrá durar más del tiempo estrictamente necesario para
la realización de las averiguaciones tendentes al esclarecimiento de los hechos, y, en todo
caso, en el plazo máximo de setenta y dos horas, el detenido deberá ser puesto en libertad
o a disposición de la autoridad judicial.
3. Toda persona detenida debe ser informada de forma inmediata, y de modo que le sea
comprensible, de sus derechos y de las razones de su detención, no pudiendo ser obligada
a declarar. Se garantiza la asistencia de abogado al detenido en las diligencias policiales y
judiciales en los términos que la ley establezca.
4. La ley regulará un procedimiento de habeas corpus para producir la inmediata
puesta a disposición judicial de toda persona detenida ilegalmente. Asimismo, por ley se
determinará el plazo máximo de duración de la prisión provisional.
Artículo 18.1 CE
1. Se garantiza el derecho al honor, a la intimidad personal y familiar y a la propia
imagen.
2. Contexto histórico-político de la Sentencia
La Sentencia 341/1993 da solución jurídica a uno de los conflictos de mayor resonancia
política a los que ha tenido que enfrentarse el Tribunal Constitucional a lo largo de sus ya
veinticinco años de historia. Se trata de la polémica Ley Orgánica 1/1992, de 21 de febrero,
de Protección de la Seguridad Ciudadana, conocida en los ambientes periodísticos como
Ley Corcuera, en atención al entonces Ministro del Interior y gran impulsor de la misma y,
de manera más despectiva, como Ley de la patada en la puerta. El contexto era, desde luego,
propicio para la contestación ciudadana que acompañó a su tramitación, puesto que, tras
obtener algunas victorias, parciales pero significativas, en las elecciones locales y autonómicas de 1991, y previstas en un futuro relativamente cercano las elecciones legislativas
de 1993, la oposición encontró, junto con algunos medios de comunicación contrarios
al Gobierno presidido por Felipe González, un tema bandera en el que, además de desgastar a la mayoría parlamentaria, podía presentarse como defensora de unos derechos
fundamentales puestos en cuestión por el Ejecutivo. De hecho, sea durante su tramitación
parlamentaria como proyecto, sea durante el poco más de año y medio durante el que la ley
estuvo vigente en su redacción originaria, fueron numerosos los actos y tomas de posición
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de partidos políticos y de distintos sectores sociales en contra de los puntos más polémicos
de esta norma. Uno de ellos -a la postre decisivo- fue, por supuesto, el planteamiento del
recurso de inconstitucionalidad por parte de varios diputados del Grupo Parlamentario
Popular, que más tarde se vería acompañado por el planteado por el Parlamento de las Islas Baleares y la Junta General del Principado de Asturias, así como por sendas cuestiones
de inconstitucionalidad planteadas por la Audiencia Provincial de Madrid y la de Sevilla.
Fruto de tal efervescencia política fue la dimisión del propio Ministro del Interior, quien
había vinculado su permanencia en el Gobierno a la suerte que corriese la Ley Orgánica
en el Tribunal Constitucional, comunicada en rueda de prensa el 23 de noviembre de 1993,
apenas cinco días después de dictarse la Sentencia objeto de estas líneas.
Tres fueron los puntos sobre los que con carácter principal debía pronunciarse el Tribunal Constitucional. En primer término, acerca de la legitimidad de la figura de la retención
a efectos de identificación del afectado que introducía el art. 20.2 de la ley. En segundo
lugar, la interpretación del concepto de flagrancia, hecha en el art. 21, como conocimiento
fundado que lleve a la constancia de la comisión de un delito, en cuanto fundamento de
una entrada domiciliaria sin necesidad de autorización judicial ni consentimiento del titular.
Por último, se recurrieron también dos remisiones al Reglamento contenidas en la ley, una,
prevista en el art. 25, acerca de las condiciones y duración del tratamiento de deshabituación que permite la suspensión de las sanciones impuestas en aplicación de la ley a drogodependientes y otra, establecida en el art. 26.j), para tipificar las infracciones leves.
Comencemos, pues, por el primer motivo del recurso, es decir, la compatibilidad del art.
20.2 de la ley con las diversas garantías del derecho a la libertad personal del art. 17 CE y,
en particular, con los derechos en el caso de detención previstos en los apartados 2 y 3. Recordemos, en líneas generales, el régimen controvertido. Lo que la Ley Orgánica establece,
en primer término, es la posibilidad de que las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado
requieran, en el ejercicio de sus funciones de indagación o prevención, la identificación de
personas y realizar las comprobaciones pertinentes en la vía pública o en el lugar donde
se hubiere hecho el requerimiento, siempre que el conocimiento de dicha identidad fuere
necesario para el ejercicio de las funciones de protección de la seguridad que les están encomendadas. Pues bien, el art. 20.2 establece que, siempre que resulte necesario a los mismos fines apuntados, los agentes, para impedir la comisión de un delito o falta o al objeto
de sancionar una infracción, pueden requerir, a quienes no pudieran ser identificados por
cualquier medio, que les acompañen a dependencias próximas y que cuenten con medios
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adecuados para realizar las diligencias de identificación a estos solos efectos y por el tiempo
imprescindible. El apartado 3 impone, finalmente, la llevanza de un Libro-Registro en el
que se han de hacer constar las diligencias de identificación realizadas, así como sus motivos y duración, y que ha de estar en todo momento a disposición de la autoridad judicial
competente y del Ministerio Fiscal.
Lo primero que determina el Tribunal Constitucional es la aplicabilidad del régimen de
garantías previsto en el art. 17, puesto que la medida expuesta supone, por las circunstancias de tiempo y lugar concurrentes, «una situación que va más allá de una mera inmovilización
de la persona, instrumental de prevención o de indagación, y por ello ha de ser considerada como una
modalidad de privación de libertad». Ahora bien, dicho esto, el Tribunal procede a declarar la
constitucionalidad de la retención examinada, ya que está justificada por la necesidad de
dar cumplimiento a una obligación legal, como es el referido deber de identificación. No
obstante, se cuida mucho de acotar taxativamente los supuestos que la legitiman. Así, se
dice que «la privación de libertad con fines de identificación sólo podrá afectar a personas no identificadas
de las que razonable y fundadamente pueda presumirse que se hallan en disposición actual de cometer un
ilícito penal» -pues considera que no de otro modo cabe entender la expresión legal «para
impedir la comisión de un delito o falta»- o a aquéllas, igualmente no identificables, que hayan
incurrido ya en una infracción administrativa. Pero, más aún, el Tribunal se ve obligado
a pronunciarse sobre la posible aplicación de las garantías concretas establecidas en los
apartados 2 y 3 del art. 17, y en todos los supuestos la decisión constriñe intensamente los
términos de la constitucionalidad de la retención. Ello sucede, por supuesto, cuando se
afirma el deber de los agentes de informar a la persona a quien se aplica esta medida de sus
derechos y de las razones que la motivan, pero también ocurre cuando se rechazan límites
a la restricción tales como su duración máxima de setenta y dos horas, la ausencia de todo
deber de declarar y la necesaria presencia de abogado. La paradoja es sólo aparente, puesto
que estas medidas, previstas para la detención preventiva, no son necesarias en la retención
para la identificación porque el margen de actuación de los agentes públicos es mucho
menor. Así, el plazo de setenta y dos horas no constituye una seguridad adicional, según el
Tribunal, porque en ningún caso la permanencia en dependencias policiales puede siquiera
aproximarse al mismo, de manera que quien sufriese una prolongación injustificada de su
retención podría acudir al juez a través del habeas corpus. La asistencia de letrado no es necesaria porque en ningún momento se puede interrogar a la persona sujeta a identificación,
más allá de los extremos imprescindibles para obtener los datos personales enumerados en
el art. 9.3 de la ley, es decir, aquéllos que reglamentariamente se determina que figuren en
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el Documento Nacional de Identidad, respetando el derecho a la intimidad de la persona,
y sin que, en ningún caso, pueden ser relativos a raza, religión, opinión, ideología, afiliación
política o sindical o creencias. Por la misma razón -imposibilidad de todo interrogatorio
ulterior- no se considera pertinente el reconocimiento de un derecho a no declarar que
sólo afectaría a los datos mencionados. De todos modos, y a pesar de los importantes
matices y restricciones introducidos o subrayados por el Tribunal, esta decisión de ratificar
la constitucionalidad del traslado a comisaría para la identificación, constituye el aspecto más contestado de la Sentencia, como lo demuestran los votos particulares firmados
por los Magistrados De la Vega Benayas y González Campos. En ambos se considera
desproporcionada la medida en relación con el fin perseguido -se señala que, si lo que
se persigue es evitar la comisión de un delito, la figura resulta superflua, puesto que ésa
es una de las causas que justifican la detención preventiva y, si se persigue sancionar una
infracción administrativa ya cometida, se está vulnerando el art. 25.3 CE que impide que
la Administración civil imponga sanciones que, directa o subsidiariamente, supongan una
privación de libertad- y en el segundo se formula una objeción certera a la jurisprudencia
de la mayoría, cual es lo sorprendente de que los límites apuntados a la medida de traslado
a comisaría no se hayan llevado al fallo de la Sentencia a través del simple procedimiento
de dictar una resolución interpretativa, omisión ésta que priva de cierta fuerza a las cautelas
introducidas en los fundamentos.
Por lo que se refiere a la segunda cuestión, nos encontramos con lo que es, seguramente,
el núcleo de la Sentencia, pues en él no sólo se aborda un aspecto esencial del derecho a la
intimidad personal, como es la inviolabilidad del domicilio, sino que también se aprovecha
para sentar doctrina respecto a la capacidad del legislador para definir los conceptos jurídicos utilizados por la Constitución, introduciendo variantes no necesariamente previstas
en el momento de aprobarse ésta. Ante todo se descarta que éste sea un mero problema
de técnica legislativa, lo cual hubiera dado como solución la desestimación del recurso,
puesto que, como señala la propia Sentencia -en una jurisprudencia ya sostenida en la
STC 37/1981 y reiterada desde entonces con relativa frecuencia, entre otras en las SSTC
164/1995 y 162/1996- el Tribunal Constitucional no es un juez de la corrección técnica,
oportunidad o utilidad de las leyes, toda vez que el juicio de constitucionalidad no lo es
de técnica legislativa. A continuación se recuerda, como no puede ser de otra manera, la
especial posición que ostenta la ley, como expresión de la voluntad popular, no vinculada
a una simple ejecución de la Constitución, para definir lo que sea el derecho ya subrayada
-para a continuación fijar sus límites- en la STC 76/1983. Ahora bien, va a apuntar la Sen-
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tencia, lo que no puede hacer la ley es alterar los enunciados constitucionales cuando ello
produzca el efecto indeseable, de introducir zonas oscuras en la protección de los derechos
fundamentales. Esto es, precisamente, lo que se considera que ocurre con la alteración
introducida en la concepción generalmente difundida de delito flagrante como causa que
permite a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado la entrada en un domicilio, sin el
consentimiento de su titular ni la autorización judicial en los términos previstos en el art.
18.2 CE. Tradicionalmente se ha venido entendiendo como tal aquella circunstancia en la
que el delincuente es sorprendido in fraganti o de cualquier modo que asegure a la policía
una percepción sensible de la comisión del hecho delictivo. El art. 21 de la Ley Orgánica
transformaba dicha exigencia en un mero conocimiento fundado que llevase a la constancia de su comisión. Pues bien, el Tribunal razona que «la interpretación y aplicación legislativa
de los conceptos constitucionales definidores de ámbitos de libertad o de inmunidad es tarea en extremo
delicada, en la que no puede el legislador disminuir o relativizar el rigor de los enunciados constitucionales
que establecen garantías de los derechos ni crear márgenes de incertidumbre sobre su modo de afectación» y
añade que «ello es no sólo inconciliable con la idea misma de garantía constitucional, sino contradictorio,
incluso, con la única razón de ser -muy plausible en sí- de estas ordenaciones legales, que no es otra que
la de procurar una mayor certeza y precisión en cuanto a los límites que enmarcan la actuación del poder
público» (STC 241/1993, FJ8). Al hilo de este razonamiento, se concluye que el art. 21 de la
Ley Orgánica 1/1992 es inconstitucional en cuanto pudiera haber permitido las entradas y
registros domiciliarios basadas en las simples conjeturas.
Es difícil exagerar la relevancia de esta doctrina, que ha encontrado un hueco también
en las relaciones entre el Estado y las Comunidades Autónomas. En este sentido, se considera que una cierta delimitación de lo que sea un término constitucional es imprescindible
en ocasiones para abordar una regulación, pues una cosa es aquélla aborde, «con pretensiones
normativas de validez general, una interpretación genérica y abstracta del sistema constitucional y estatutario de distribución de competencias, con pretensiones de vinculación a las Comunidades Autónomas
(tarea que, evidentemente, le está vedada), y otra muy distinta que, en el ejercicio de las competencias que la
Constitución y los Estatutos de Autonomía le atribuyen para la ordenación de un sector material concreto,
dicho legislador deba proceder a una interpretación del alcance y los límites de su propia competencia»
(STC 227/1988, de 29 de noviembre, FJ3). Es el caso de lo que se entiende por puerto
de interés general, piedra angular sobre la que construir la delimitación de competencias
entre el Estado y las Comunidades Autónomas en la materia, a tenor de la redacción del
art. 149.1.20, y que es lícito que se determine por el Estado mediante ley básica (STC
40/1998, de 19 de febrero). No es, en cambio, admisible, y así lo subrayó -al margen de la
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importante doctrina sentada sobre la extensión y límites de las leyes de armonización- que
éste se arrogue la facultad de aprobar una norma que imponga una interpretación de los
preceptos constitucionales como única posible, lo que el Tribunal denomina leyes interpretativas, puesto que ello significaría, además de alterar en este caso el régimen general
de competencias entre dos esferas territoriales, situarse en la misma posición que el poder
constituyente, lo cual sólo le es posible a las Cortes Generales en los supuestos específicos
en los que la Constitución se lo permite -como ocurre con los procedimientos de reforma
constitucional (STC 76/1983, de 5 de agosto, FJ4). En consecuencia, matizar y precisar los
conceptos constitucionales sí, pero sin desfigurarlos y de este modo alterar las garantías
que para las libertades de los ciudadanos y la ordenación de poderes del Estado introduce
la Constitución. Probablemente en el futuro el Tribunal Constitucional deba recordar esta
línea jurisprudencial cuando le toque examinar la compatibilidad con el art. 32 de la Constitución de la Ley 13/2005, de 1 de julio, por la que se modifica el Código Civil en materia
de derecho a contraer matrimonio y la nueva definición legal de esta institución que en ella
se contiene.
Al margen de la delimitación de la potestad legislativa del Estado comentada, la STC
341/1993 se inserta dentro de una fructífera cadena de resoluciones en las que el Tribunal
Constitucional ha tenido ocasión de asentar las garantías de las diversas modalidades del
derecho a la intimidad contiene el art. 18 CE. Sin ánimo de ser exhaustivos, recordemos
que la STC 22/1984 acuñó la noción amplia de domicilio, como proyección de la intimidad
de la persona, que se extiende incluso a las habitaciones de hotel o de residencias militares
para quienes en ellas pernocten (SSTC 10/2002 y 189/2004, respectivamente). Las SSTC
76/1992 y 199/1998 declararon que el privilegio de la autotutela ejecutiva de la Administración no se extendía a aquellos actos que para su cumplimiento necesitasen de la entrada
en el domicilio del administrado, de modo que es preceptiva la autorización judicial que
resuelva motivadamente, no sobre la legalidad de la actuación de la Administración, sino
sobre la procedencia de la entrada domiciliaria. En el ámbito del secreto de las comunicaciones, las SSTC 49/1996 y 49/1999, entre otras, han subrayado la fuerte carga de motivación que pesa sobre el órgano judicial que autorice unas escuchas telefónicas, el cual deberá
basarse en la habilitación que le confiera la ley, explicar el fin que las justifica, formular el
juicio correspondiente de proporcionalidad -necesidad, adecuación y ponderación entre
fines y medios- y delimitar la extensión temporal y demás circunstancias pertinentes de la
injerencia. Por último, en el ámbito de la protección de los datos de carácter personal, la
STC 292/2000 ha llegado a configurar un nuevo derecho fundamental a la intimidad infor-
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mática, cuyas proyecciones se extienden tanto al tratamiento informatizado de datos, como
a la intimidad de nuevas modalidades de comunicaciones, como el correo electrónico.
La tercera cuestión en orden de relevancia de la Sentencia comentada es la legitimidad
constitucional de la colaboración entre Ley Orgánica y Reglamento a la hora de tipificar
ilícitos penales o -en este caso- administrativos, es decir, el problema de las llamadas leyes
penales o sancionadoras en blanco. Lo cierto es que la solución tomada no es tan novedosa
como la aportada en el supuesto anterior, toda vez que la cuestión ya había sido objeto de
otros pronunciamientos. Así, de manera general, la STC 77/1985 admite la colaboración
entre la Ley Orgánica y el Reglamento ejecutivo en la misma medida que la que se da
con las leyes ordinarias, mientras que las SSTC 3/1988 y 101/1988, habían declarado de
manera taxativa que la Constitución prohíbe la remisión al Reglamento que haga posible
una regulación independiente y no claramente subordinada a la Ley, pero no impide la
colaboración reglamentaria en la normativa sancionadora. Desarrollando esta doctrina,
la Sentencia ratifica la constitucionalidad del art. 25.2, en cuanto remite al Reglamento la
determinación de la forma y tiempo del tratamiento de deshabituación al que deben someterse quienes hayan sido sancionados en virtud de esta ley y sean drogodependientes,
si desean ver suspendida su sanción. En cambio, la remisión que lleva a cabo el art. 26.j
a las disposiciones reglamentarias y normas de policía para la tipificación de infracciones
simples se declara inconstitucional. En este sentido, se exige que la ley que llame a la colaboración del Reglamento en la tipificación de conductas punibles contenga, al menos, los
elementos necesarios para su definición y la naturaleza y límites de la sanción, cosa que no
hace el precepto anulado. Esta doctrina respecto de la normas en blanco se ha reiterado
con posterioridad y se ha extendido incluso al ámbito de las relaciones especiales de sujeción -respecto de las cuales la construcción tradicional eliminaba la reserva de ley para la
imposición de sanciones- por medio de las SSTC 132/2001 y 26/2005.
En definitiva, por encima y más allá del inevitable trasfondo político en el que se dictó
la Sentencia comentada, nos encontramos ante una de las resoluciones jurídicamente más
interesantes adoptadas por el Tribunal Constitucional y, afortunadamente salvo las dudas
apuntadas sobre la retención con fines de identificación, con una de las más acertadas,
que justifica el prestigio que, no exento de algunos puntos más discutibles, ha adquirido el
supremo intérprete de la Constitución en su faceta de defensor y garante de los derechos
fundamentales.
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Comentario a la STC 49/1999, de 5 de abril. Recepción de la doctrina del TEDH
plasmada en el caso
Valenzuela contra España
por
Juan Barallat López
Fiscal de la Fiscalía Especial para la
Prevención y Represión del Tráfico Ilegal de Drogas de la Audiencia Nacional
1. Conceptos constitucionales examinados en la Sentencia
Artículo 18 .3 CE
Se garantiza el secreto de las comunicaciones y, en especial, de las postales, telegráficas y
telefónicas, salvo resolución judicial.
2. Contexto histórico-político de la Sentencia
El supuesto de hecho analizado en la STC 49/1999, expuesto de manera simplificada,
es el siguiente: en el último trimestre del año 1986 una concreta unidad investigadora de la
Guardia Civil recibe determinadas confidencias que originan la sospecha de que un grupo
organizado prepara una próxima operación de introducción de hachís en la costa malague-
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ña. Para confirmar o descartar tal sospecha, la Guardia Civil solicita de la autoridad judicial
del lugar en que los expresados teléfonos están instalados (Ceuta) las correspondientes
autorizaciones para intervenir los teléfonos de quienes iban apareciendo como posibles
responsables u organizadores de dicho tráfico ilícito. Estas solicitudes fueron atendidas
por el Juez mediante Auto judicial dictado en el seno de diferentes «diligencias indeterminadas» incoadas al efecto, procediéndose periódicamente, a medida que así lo solicitaba la
policía encargada de la investigación, a prorrogar por tiempo limitado las autorizaciones de
intervención telefónica concedidas.
Como consecuencia del contenido de los contactos telefónicos interceptados se pudo
conocer que el lugar en el que la organización planeaba descargar el hachís era un punto
próximo a un restaurante sito en una playa de Torremolinos (Málaga), solicitando entonces una unidad de la Guardia Civil distinta a la anteriormente mencionada autorización de
intervención del teléfono utilizado por su propietario al Juez de Instrucción de Málaga,
autorización que igualmente fue concedida en el marco de unas nuevas «diligencias indeterminadas» abiertas para ello. Las conversaciones mantenidas a través de este último número permitieron determinar la fecha de la operación, consiguiendo finalmente la unidad
policial incautar 400 kilogramos de hachís y detener a los presuntos responsables.
En la fase de juicio oral, la Audiencia Provincial de Málaga dictó Sentencia condenatoria, posteriormente confirmada por la Sala Segunda del Tribunal Supremo, tras fundar su
convicción en diversos elementos de prueba, entre ellos la transcripción del contenido de
las conversaciones telefónicas intervenidas y la declaración testifical de los agentes policiales que practicaron las escuchas.
La principal cuestión que con este planteamiento analiza el Tribunal Constitucional
consiste en determinar si la regulación existente al tiempo de autorizarse las intervenciones
telefónicas (finales de 1986 y principios de 1987) cumplía o no las exigencias de reserva de
ley que el artículo 53.1 CE establece para toda normativa que limite o condicione el ejercicio de los derechos y libertades reconocidos en el Capítulo segundo del Título Primero,
ley que ha de ser orgánica cuando tiene por objeto desarrollar los derechos fundamentales
y libertades públicas establecidos en la Sección Primera del Capítulo Segundo del Título
Primero de la Constitución (artículo 81.1 CE). A partir de esa determinación habría que establecer los requisitos que han de cumplimentarse en la solicitud, autorización y ejecución
de la observación telefónica para respetar el contenido esencial del derecho fundamental.
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Juan Barallat López
3. Comentario
El artículo 18 de la Constitución Española recoge en su apartado primero, dentro del
catálogo de derechos fundamentales de la persona39, el derecho al honor, a la intimidad personal y familiar y a la propia imagen, refiriéndose los apartados siguientes de este precepto
a la inviolabilidad del domicilio, el secreto de las comunicaciones y la necesaria limitación
del uso de la informática como meras garantías de aquellos derechos individuales40.
En concreto, en lo que se refiere a la privacidad de las comunicaciones personales, el
apartado 3 de este artículo 18 CE se limita a señalar que «se garantiza el secreto de las comunicaciones y, en especial, de las postales, telegráficas y telefónicas, salvo resolución judicial», viniendo así a
reflejar, de una parte, que la Constitución extiende su protección a las comunicaciones realizadas por cualquier medio técnico41, y de otra, que no se reconoce un derecho subjetivo
absoluto del individuo al secreto de las comunicaciones, en la medida en que la autoridad
judicial puede autorizar por resolución motivada la injerencia en este derecho.
De entre todos los medios técnicos de comunicación personal, son hasta la fecha
las comunicaciones telefónicas las que han venido produciendo un mayor número de
resoluciones judiciales que analizan con detenimiento los diferentes problemas que se
plantean a la hora de concretar los límites de este derecho fundamental, probablemente
porque su intervención u observación42 constituye una eficaz técnica de investigación en
39 Aquellos contenidos en la Sección Primera del Capítulo Segundo del Título Primero de la Constitución, artículos 15 a 29, que,
junto con los derechos expresados en el artículo 14 (derecho a la igualdad ante la ley) y en el artículo 30 (derecho a la objeción
de conciencia), son objeto de una tutela singular a través de recurso de amparo ante el Tribunal Constitucional.
40 No obstante la sistemática constitucional, que parece conectar en todo caso el secreto de las comunicaciones con el derecho
fundamental a la intimidad, el Tribunal Constitucional ha tenido oportunidad de subrayar la sustantividad y autonomía del
derecho fundamental al secreto de las comunicaciones, en el que el bien constitucionalmente protegido sería la libertad de las
comunicaciones con independencia de que el contenido de lo comunicado incida o no en la esfera de lo personal o íntimo
(SSTC 114/1984, de 29 de noviembre, Fundamento Jurídico 7º; 34/1996).
41 Así se deduce de la primera parte del enunciado de este apartado 18.3 CE y de la referencia a determinados medios de
comunicación personal «en especial», que son precisamente aquéllos más comúnmente utilizados en el momento en que se
redactó el texto constitucional (correo postal, telegráfico y comunicaciones telefónicas). Por otro lado, el propio Tribunal
Constitucional ha admitido que el secreto de las comunicaciones también se extiende a otros medios utilizados al efecto al
considerar englobada la comunicación realizada por medio de las nuevas tecnologías en el derecho fundamental del artículo
18.3 CE (STC 70/2002 de 3 de abril, FJ 9º). Romero Casabona realiza un minucioso tratamiento de esta cuestión en «La protección penal de los mensajes de correo electrónico y de otras comunicaciones de carácter personal a través de la red», Derecho
y Conocimiento, Anuario jurídico sobre la Sociedad de la Información y del Conocimiento, Facultad de Derecho, Universidad
de Huelva, http://www.uhu.es/derechoyconocimiento) Entre estos nuevos medios técnicos estarían los mensajes SMS, el
correo electrónico, los chats, la videoconferencia, el messenger, etc.
42 Emilio de Llera Suárez Bárcena («La observación o escucha de las comunicaciones telefónicas: una perspectiva constitucional», en Estudios Jurídicos del Ministerio Fiscal, núm. VI, 1997, págs. 461 y ss.) hace referencia a una tradicional distinción
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materia de crimen organizado, en particular cuando de operaciones de tráfico de drogas
se trata43.
Esa dificultad se extiende a la delimitación de los supuestos en los que es jurídicamente
posible levantar el secreto de las conversaciones telefónicas y a la determinación de los
requisitos que han de exigirse tanto de la solicitud de observación, como de la autorización
judicial, su ejecución y seguimiento y la incorporación al proceso del material probatorio
resultante. El análisis de estas exigencias se ha traducido en la existencia de un importante
número de resoluciones del Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH), el Tribunal Constitucional (TC) y el Tribunal Supremo (TS) dictadas al amparo de la alegación
de vulneración de este derecho fundamental, que han conformado la doctrina legal actual
sobre la materia.
Entre todas estas resoluciones, la Sentencia de nuestro Tribunal Constitucional 49/1999,
de 5 de abril que aquí comentamos representa la recepción de una rigorosa jurisprudencia
elaborada por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos con relación a los requisitos de
calidad que ha de reunir toda legislación que autorice la ingerencia de los poderes públicos
sobre el ejercicio de un derecho fundamental como es el derecho al secreto de las comunicaciones.
La cuestión así planteada había sido objeto de una parecida aproximación poco tiempo
antes por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos desde el punto de vista de la adecuación de la normativa española a los postulados del artículo 8º del Convenio Europeo
en la doctrina entre la interceptación o intervención del soporte que sirve de vehículo a la comunicación interrumpiendo la
misma, -supuesto aludido y regulado en el apartado 1 del vigente artículo 579 LECrim en relación con la comunicación postal
y telegráfica-; y la observación, consistente en el acceso a la comunicación para conocer su contenido sin interrumpir ésta,
que es propia de la comunicación telefónica y está regulada en el apartado 3 del mismo precepto.
Desde otro punto de vista debe tenerse en cuenta que, de acuerdo con la doctrina del TEDH (así, en el caso Malone vs. Reino
Unido, de 2 de agosto de 1984), la injerencia del derecho en comunicaciones telefónicas puede producirse no sólo a través
de la observación o escucha de conversaciones telefónicas, sino también a través del «recuento» de las llamadas recibidas y
enviadas. En este sentido ha declarado también nuestro Tribunal Constitucional que la protección del art. 18.3 «no cubre sólo
el contenido de la comunicación, sino también, en su caso, otros aspectos de la misma, como la identidad subjetiva de los interlocutores» (STC
70/2002, de 3 de abril) o la duración de las llamadas.
43 Como pone de relieve Zaragoza Aguado («Tratamiento penal y procesal de las organizaciones criminales en el derecho
español. Especial referencia al tráfico ilegal de drogas», Ponencia en «Delitos contra la salud pública y contrabando», Consejo
General del Poder Judicial, 2000), «hoy nadie pone en duda que los instrumentos penales y las técnicas de investigación tradicionales son
insuficientes para hacer frente a un tipo de criminalidad que generalmente actúa en ámbitos transnacionales, posee una capacidad operativa muy
superior a la de las clásicas organizaciones de delincuentes y dispone de ilimitados medios para la perpetración de los delitos, y que son necesarias
nuevas respuestas en el orden penal, en el plano procesal y en el marco de la cooperación internacional».
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para la Protección de los Derechos Humanos y de las Libertades Fundamentales, firmado
en Roma el 4 de noviembre de 1950, cuyo apartado 1 señala que «toda persona tiene derecho al
respeto de su vida privada y familiar, de su domicilio y de su correspondencia», añadiendo el apartado
2 que «no podrá haber injerencia de la autoridad publica en el ejercicio de este derecho, sino en tanto en
cuanto esta injerencia este prevista por la ley y constituya una medida que, en una sociedad democrática,
sea necesaria para la seguridad nacional, la seguridad pública, el bienestar económico del país, la defensa
del orden y la prevención del delito, la protección de la salud o de la moral, o la protección de los derechos
y las libertades de los demás».
En concreto, la Sentencia TEDH de 30 de julio de 1998 en el caso Valenzuela Contreras
vs. España apreció la vulneración del citado artículo 8º del Convenio Europeo en el asunto
enjuiciado44 tras analizar la legislación española existente en esta materia con anterioridad
a la entrada en vigor de la Ley Orgánica 4/1988, de 25 de mayo45. La doctrina contenida
en esta Sentencia tiene sus precedentes en la Sentencia dictada el 2 de agosto de 1984 en
el asunto Malone vs. Reino Unido y en las Sentencias Huvig y Kruslin vs. Francia, ambas de 24
de abril de 1990, en las que el Tribunal Europeo, al examinar la adecuación al artículo 8 del
Convenio de las legislaciones británica y francesa respectivamente, interpreta la referencia
que éste precepto hace de la injerencia «prevista por la ley» al señalar que la norma46 que
limita o condiciona el ejercicio del derecho ha de presentar unos estándares o exigencias
mínimas de «calidad», reuniendo un doble requisito de accesibilidad (el individuo ha de
poder conocer la norma por los cauces normales de difusión del Derecho) y previsibilidad
(la norma debe ser clara y precisa para permitir al ciudadano prever razonablemente en
qué circunstancias y bajo qué condiciones puede un órgano estatal llevar a cabo una injerencia en el ejercicio del derecho). De forma más específica, las Sentencias Huvig y Kruslin
44 El supuesto de hecho analizado en la Sentencia del caso Valenzuela versa sobre las intervenciones telefónicas autorizadas
entre los meses de enero y abril de 1985 y noviembre y diciembre de 1985 por un Juez de Instrucción español para investigar
la posible autoría de unas amenazas realizadas a través de llamadas telefónicas y por carta. Aunque la observación no reveló
conversaciones amenazantes, sí permitió conocer que numerosas llamadas habían sido hechas desde el teléfono del principal
imputado (que resultó condenado) a los de las personas afectadas y sus parientes próximos.
45 En concreto, el TEDH analizó el artículo 18.3 CE, los preceptos de la Ley de Enjuiciamiento Criminal entonces en vigor
relativos a la interceptación de la correspondencia postal y telegráfica (artículos 579 a 583, 586 y 588) y algunas importantes
decisiones del Tribunal Constitucional (como la ya aludida STC 114/1984, de 29 de noviembre) y del Tribunal Supremo
(como los Autos del Tribunal Supremo de 21 de febrero de 1991 y de 18 de junio de 1992 -caso Naseiro).
46 Como acertadamente expone Catalá i Bas («La problemática adecuación de la legislación española sobre escuchas telefónicas a las exigencias del Convenio Europeo de derechos humanos y sus consecuencias» Estudios, Serie Constitucional, Revista
del Poder Judicial nº 66. Segundo trimestre 2002, Consejo General del Poder Judicial), el término ley es entendido por el TEDH
no en sentido formal (como disposición general emanada del Parlamento) sino en sentido material, incluyendo no sólo leyes
propiamente dichas sino también disposiciones de rango infralegislativo y aún la jurisprudencia.
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señalaron que el requisito de la previsibilidad exige que la norma precise quiénes pueden
ser objeto de una intervención telefónica, la naturaleza de los delitos que la justifican, la
obligación del juez de fijar un límite a la duración de la medida, las condiciones para transcribir las conversaciones interceptadas, las precauciones exigibles para comunicar intactas y
completas las correspondientes grabaciones para su posible inspección por el juez y por la
defensa, y las circunstancias en que se pueda o deba borrar o destruir las cintas grabadas.
Aplicando esta doctrina en el caso Valenzuela, el TEDH llega a la conclusión de que,
aún cuando la previsión contenida en el artículo 18.3 CE para habilitar la injerencia en el
secreto de las comunicaciones telefónicas cumple por sí sola y sin necesidad de desarrollo
el requisito de la accesibilidad (párrafo 49 de su fundamentación jurídica), sin embargo la
normativa española no reúne las condiciones mínimas de calidad antes referidas derivadas
de las exigencias de previsibilidad (párrafo 59)47.
La Sentencia 49/1999 del Tribunal Constitucional recoge estas mismas consideraciones
del Tribunal Europeo acerca del derecho fundamental al secreto de las comunicaciones48
y señala que aunque desde un punto de vista formal la sola habilitación contenida en el
artículo 18.3 del texto constitucional es suficiente para considerar legalmente amparada la
injerencia sobre el derecho fundamental49, sin embargo las exigencias de certeza que han
de presidir cualquier injerencia en un derecho fundamental imponen que el contenido de
la norma que la autorice ha de precisar los presupuestos y condiciones de la injerencia50,
47 «(...)They include, in particular, the conditions regarding the definition of the categories of people liable to have their telephones tapped by judicial
order, the nature of the offences which may give rise to such an order, a limit on the duration of telephone tapping, the procedure for drawing up
the summary reports containing intercepted conversations and the use and destruction of the recordings made».
48 De acuerdo con lo establecido en el artículo 10.3 CE «las normas relativas a los derechos fundamentales y a las libertades que la Constitución reconoce se interpretarán de conformidad con la Declaración Universal de Derechos Humanos y los tratados y acuerdos internacionales
sobre las mismas materias ratificados por España», dentro de los cuales cobra particular relevancia el Convenio Europeo para la
protección de los derechos humanos y de las libertades fundamentales, cuya especificidad, como pone de relieve Catalá i Bas
(«La problemática adecuación de la legislación española sobre escuchas telefónicas a las exigencias del Convenio Europeo de
derechos humanos y sus consecuencias», obra citada), es la existencia de un Tribunal que aplica e interpreta el Convenio a
través un procedimiento especial de amparo de los derechos contemplados en el mismo que podrá ser utilizado una vez agotada la vía interna. Es por ello que en materia de derechos humanos la jurisprudencia del Tribunal Constitucional, y también
la del Tribunal Supremo, han venido prestando especial atención a la doctrina elaborada por el Tribunal Europeo de derechos
humanos, como la propia STC 49/1999 que aquí comentamos y la posterior STC 236/1999, de 20 de diciembre, refieren,
siguiendo el criterio de otras muchas anteriores (SSTC 36/1984, de 14 de marzo; 114/1984, de 29 de noviembre; 5/1985, de
23 de enero).
49 Señala en concreto el Fundamento Jurídico 4º de esta Sentencia 49/1999 que «(...) desde la exigencia de que una norma legal
habilite la injerencia, parece difícil negar que la propia Constitución contiene tal habilitación: desde esta perspectiva, los Jueces
y Tribunales pueden, pues, acordarla, cuando concurran los presupuestos materiales pertinentes».
50 Dice en este sentido el propio Tribunal Constitucional que «en diversas ocasiones, ya desde nuestras primeras Sentencias
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recordando en este sentido lo establecido por el TEDH51. En base a ello, el Tribunal Constitucional estima que la situación del ordenamiento jurídico español con anterioridad a la
entrada en vigor de la Ley Orgánica 4/1988, de 25 de mayo52, puesta de manifiesto en la
concreta actuación examinada, era contraria a lo dispuesto en el art. 18.3 CE, en la medida
en que ni definía las categorías de personas susceptibles de ser sometidas a escucha, ni
fijaba límite a la duración de la medida, ni determinaba las condiciones que hubieran de
reunir las transcripciones de las conversaciones interceptadas, ni las relativas a la utilización
de las mismas (FJ 5º), pero no entra a analizar si, en virtud de la reforma llevada a cabo por
la Ley 4/1988, de 25 de mayo, en el art. 579 de la LECrim se han cumplimentado o no,
desde la perspectiva de las exigencias de certeza dimanantes del principio de legalidad, las
condiciones mencionadas por el TEDH53.
La vulneración del derecho al secreto de las comunicaciones por insuficiencia de la ley
que el Tribunal Constitucional aprecia no le impide sin embargo analizar si también la
concreta actuación del Juez constituyó una trasgresión material del derecho fundamental
en cuestión54.
(SSTC 61/1981, 86/1982, 183/1984, entre otras), hemos afirmado que la reserva de ley no es una mera forma, sino que
implica exigencias respecto al contenido de la Ley que, naturalmente, son distintas según el ámbito material de que se trate».
51 Fundamento Jurídico 5º: «(...) por lo que respecta a la “accesibilidad” o “previsibilidad”, cuando se trata de la intervención de las comunicaciones por las autoridades públicas, el TEDH ha declarado que implica que el derecho interno debe usar términos suficientemente claros para indicar
a todos de manera suficiente en qué circunstancias y bajo qué condiciones se habilita a los poderes públicos a tomar tales medidas (Sentencia del
TEDH, de 30 de julio de 1998, caso Valenzuela, núm. 46 III, con cita de las resoluciones dictadas en los casos Malone, Kruslin y Huvig
(Sentencia del TEDH de 24 de abril de 1990), Haldford (STEDH, de 25 de mano de 1998) y Kopp, (Sentencia del TEDH de 25 de marzo
de 1998)». Y, especificando ese criterio, por remisión a lo dicho en las resoluciones de los casos Kruslin y Huvig, el TEDH, en
el caso Valenzuela concreta las exigencias mínimas relativas al, contenido o «calidad» de la ley en las siguientes: «la definición de
las categorías de personas susceptibles de ser sometidas a escucha judicial; la naturaleza de las infracciones susceptibles de poder dar lugar a ella; la
fijación de un límite a la duración de la ejecución de la medida, el procedimiento de transcripción de las conversaciones interceptadas; las precauciones
a observar, para comunicar, intactas y completas, las grabaciones realizadas a los fines de control eventual por el Juez y por la defensa; las circunstancias en las cuales puede o debe procederse a borrar o destruir las cintas, especialmente en caso de sobreseimiento o puesta en libertad» (núm. 46,
IV). Se trata, en definitiva, de que la regulación legal ofrezca la “protección adecuada contra los posibles abusos” (caso Kruslin, núm.
35, y caso Klass, núm. 50)..
52 Esta ley de reforma de la Ley de Enjuiciamiento Criminal estableció la vigente redacción de los apartados 2 y 3 del artículo
579 LECrim., según la cual «2. Asimismo, el Juez podrá acordar, en resolución motivada, la intervención de las comunicaciones telefónicas del
procesado, si hubiere indicios de obtener por estos medios el descubrimiento o la comprobación de algún hecho o circunstancia importante de la causa.
3. De igual forma, el Juez podrá acordar, en resolución motivada, por un plazo de hasta tres meses, prorrogable por iguales períodos, la observación
de las comunicaciones postales, telegráficas o telefónicas de las personas sobre las que existan indicios de responsabilidad criminal, así como de las
comunicaciones de las que se sirvan para la realización de sus fines delictivos». Con anterioridad a esta redacción el artículo 579 LECrim
únicamente hacía referencia a la aprehensión, apertura y examen de la correspondencia postal y telegráfica.
53 Este aspecto sí es analizado en la STC 272/2003, de 23 de octubre, como luego se expondrá.
54 En este sentido, señala la Sentencia que aquí comentamos (FJ 5) para justificar el concreto análisis de la resolución judicial
habilitante que «si, pese a la inexistencia de una ley que satisficiera las genéricas exigencias constitucionales de seguridad jurídica, los órganos
judiciales (...) hubieran actuado en el marco de la investigación de una infracción grave, para la que de modo patente hubiera sido necesaria, adecuada
y proporcionada la intervención telefónica y la hubiesen acordado respecto de personas presuntamente implicadas en el mismo, respetando, además,
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En este segundo análisis de la autorización judicial y ejecución material de la observación telefónica y de su incorporación al proceso, el Tribunal Constitucional sistematiza la
doctrina hasta entonces asentada sobre los requisitos y condiciones que han de concurrir
para que la injerencia se acomode a los postulados constitucionales con pleno respeto a los
derechos previstos en los artículos 18.3 y 24 CE, doctrina especialmente importante si se
tiene en cuenta que la misma viene a suplir la insuficiente precisión de la ley al respecto55.
Esta doctrina comprende los siguientes aspectos:
- La autorización ha de ser dictada en el marco de un proceso penal abierto (FJ 6º),
rechazándose la técnica de las «diligencias indeterminadas».
- La injerencia ha de ir dirigida a la consecución de un fin constitucionalmente legítimo
que pueda justificarlas (FJ 7)56 como sin duda es para el Tribunal Constitucional el
interés público propio de la investigación de un delito que nuestra legislación considera grave, y, más concretamente, «la determinación de hechos relevantes para la investigación
penal del expresado delito grave» (FJ 8).
- La observación telefónica ha de ser necesaria en una sociedad democrática para la
obtención de dicho fin, esto es, para la investigación de un delito grave, y proporcionada a su consecución. Ello implica a juicio del Tribunal Constitucional dos aspectos: de una parte, ha de existir una conexión entre el sujeto afectado por la medida y
el delito investigado, conexión que se traduce en la existencia de sospechas fundadas
en datos objetivos de que el delito pudiera estarse cometiendo o llegar a cometerse,
puestos de manifiesto en la solicitud policial57; y de otra, que la propia resolución
las exigencias constitucionales dimanantes del principio de proporcionalidad, no cabría entender que el Juez hubiese vulnerado, por la sola ausencia
de dicha ley, el derecho al secreto de las comunicaciones telefónicas».
55 En este sentido señala la STS de 19 de julio de 2001 que «la jurisprudencia de esta Sala, inspirada en la del Tribunal Constitucional, ha
sostenido reiterada y pacíficamente que esta situación de práctica “anomia” legislativa ha sido suficientemente colmada por la doctrina jurisprudencial de nuestros Tribunales, que han interpretado el art. 18.3 CE, de conformidad con el art. 8 del Convenio y de su órgano de aplicación que es
el Tribunal Europeo de Derechos Humanos».
56 Ya hemos visto cómo el apartado 2 del artículo 8 del Convenio Europeo considera una pluralidad de fines justificadores de la
injerencia, como son la protección de la seguridad nacional, la seguridad pública, el bienestar económico del país, la defensa
del orden y la prevención del delito, la protección de la salud o de la moral, o la protección de los derechos y las libertades de
los demás.
57 Se trata con ello de evitar que a través de las observaciones telefónicas se realicen investigaciones prospectivas. El TEDH
ha hecho también referencia a este requisito al señalar que la injerencia sólo pueda producirse allí donde «existan datos fácticos
o indicios que permitan suponer que alguien intenta cometer, está cometiendo o ha cometido una infracción grave» (caso Klass, párrafo 51) o
donde existan «fuertes presunciones de que las infracciones están a punto de cometerse» (caso Lucili de 15 de junio de 1992,
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judicial ha de fundamentar o motivar la idoneidad de la observación y las razones
fácticas y jurídicas de la limitación58, tras ponderar los datos proporcionados en la
solicitud policial, la gravedad del delito investigado y la idoneidad de la medida59.
- La justificación exigida para limitar el derecho al secreto de las comunicaciones ha de
ser observada también «en todas aquellas resoluciones en las que se acuerde la continuación o
modificación de la limitación del ejercicio del derecho, expresándose en todo momento las razones que
llevan al órgano judicial a estimar procedente lo acordado», ya que «la motivación ha de atender a
las circunstancias concretas concurrentes en cada momento» (FJ10).
- El desarrollo, prórroga y cese de la limitación del derecho fundamental deben estar
sometidos al control judicial, lo que se traduce en que «el juez conozca los resultados de la intervención acordada para, a su vista, ratificar o alzar el medio de investigación utilizado» (FJ 11)60.
- Para garantizar los principios de contradicción y defensa, todo lo útil para el debate
ha de acceder al proceso, y la determinación de qué es útil al proceso ha de hacerse
por el Juez, con participación de las partes. «De esta última exigencia se deriva la necesidad
de poner a disposición del Juez de Instrucción la totalidad de las comunicaciones intervenidas cuando
su contenido, más allá de ser fuente de conocimiento, se pretende utilizar como medio de prueba en el
juicio oral.»
La consecuencia
Esta elaboración doctrinal relativa a los requerimientos mínimos de contenido de la ley
que autoriza la injerencia sobre el derecho fundamental al secreto de las comunicaciones
párrafo 38).
58 Otras Sentencias del Tribunal Constitucional han venido señalando «que la resolución judicial en la que se acuerda la medida debe
expresar o exteriorizar cuáles son los indicios que existen acerca de la presunta comisión de un hecho delictivo grave por una determinada persona,
el número o números de teléfono y las personas cuyas conversaciones han de ser intervenidas (que, en principio, deberán serlo las personas sobre las
que recaigan los indicios referidos), el tiempo de duración de la intervención, quiénes han de llevarla a cabo y cómo, y los períodos en los que deba de
darse cuenta al Juez de sus resultados para controlar su ejecución» (SSTC 202/2001, FJ 4, 49/1996, FJ 3, y 236/1999, FJ 3).
59 La jurisprudencia del TS a propósito del requisito de la necesariedad ha señalado que «debe acreditarse una previa y suficiente
investigación policial que para avanzar necesita, por las dificultades del caso, de la intervención telefónica» (STS 881/2004, de 7 de julio, entre
otras muchas), siendo esta técnica de investigación excepcional y subsidiaria, de tal manera que sólo es utilizable cuando otros
medios no permitan avanzar en la investigación.
60 En el caso analizado, el TC expone que «ni se entregaron al Juez las cintas que recogían las escuchas, ni se entregaron transcripciones de las
mismas, ni en sus solicitudes se hacía referencia concreta alguna al resultado de la intervención».
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que, como hemos visto, adopta esta Sentencia 49/1999 del Tribunal Constitucional asumiendo la doctrina del Tribunal Europeo de derechos humanos en el caso Valenzuela, ha
sido reiterada en otras Sentencias de nuestro Tribunal de garantías incluso en relación a
la regulación de injerencias sobre otros derechos fundamentales. Entre tales resoluciones
destacan las siguientes:
- La Sentencia 47/2000, de 17 de febrero, en la que el Tribunal Constitucional acordó
el planteamiento de una «autocuestión» de inconstitucionalidad con respecto a la
anterior redacción de los arts. 503 y 504 LECrim61, señaló que «la comparación entre los
requerimientos dimanantes del art. 17 de nuestra Constitución, tal y como los ha delimitado nuestra
doctrina y las circunstancias bajo las que los preceptos transcritos permiten acordar la prisión, pone
de manifiesto, prima facie que la Ley ni exige la presencia de un fin constitucionalmente legítimo
para acordar tal medida, ni determina cuáles son los fines constitucionalmente legítimos que permiten acordarla ni, por lo tanto, exige que estos se expresen en la resolución que la acuerda. Quizás
bastaría esa insuficiencia de la Ley para entender vulnerado por ella el art. 17 CE en los términos
que señalamos, para el derecho al secreto de las comunicaciones, en la STC 49/1999, Fundamentos
Jurídicos 4º y 5º».
- En la Sentencia de 169/2001, de 16 de Julio, el Tribunal Constitucional, al delimitar
la existencia o no de cobertura legal para la restricción judicial de la libertad ambulatoria62 derivada de la imposición de una prohibición de abandonar el territorio
español con retirada del pasaporte, recuerda la doctrina antes expuesta al decir que
«las disposiciones alegadas deben ser examinadas desde la triple condición que exige nuestra Constitución sobre la previsión legal de las medidas limitadoras de derechos fundamentales: la existencia
de una disposición jurídica que habilite a la autoridad judicial para la imposición de la medida en el
caso concreto, el rango legal que ha de tener dicha disposición, y la calidad de Ley como garantía de
seguridad jurídica», y que su genérica habilitación en los preceptos aducidos63 «seguiría
siendo insuficiente desde la perspectiva de la calidad de ley exigida para la protección del derecho fundamental a la libertad personal, dado que no prevén específicamente como garantía de aseguramiento
61 Estos artículos han sido modificados por la Ley Orgánica 13/2003, de 24 de octubre, y puntualmente después por la Ley
Orgánica 15/2003, de 25 de noviembre, precisamente para adaptar la regulación a la doctrina del Tribunal Constitucional.
62 En este caso el derecho fundamental objeto de injerencia era el derecho a la libertad del artículo 17 CE.
63 Se alegaron como preceptos de cobertura de la limitación del derecho los arts. 528 y siguientes LECrim y el art. 21.2 de la
Ley Orgánica 7/1985, de 1 de julio, sobre Derechos y Libertades de los extranjeros en España. Hoy la expresa previsión de
la retirada de pasaporte viene contemplada en el artículo.
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personal del encausado la prohibición aquí considerada ni se precisan sus presupuestos y condiciones
y su duración máxima» (FJ 8º).
- En la STC 70/2002, de 3 de abril, el Alto Tribunal aplicó también la doctrina expuesta
en relación a las posibilidades de actuación de la policía en el momento de la detención respecto de la intimidad del detenido y, en concreto, respecto de la posibilidad
de examinar los efectos y documentos intervenidos, si bien en este caso denegó el
amparo por estimar que la habilitación legal viene establecido en el artículo 282 LECrim y en el artículo 11.1 de la LO 2/1986, de 13 de marzo, de Fuerzas y Cuerpos
de Seguridad del Estado64.
De otra parte, también en relación con la misma materia de intervenciones telefónicas
reiteró el Tribunal Constitucional en posteriores Sentencias la doctrina expuesta sobre la
calidad mínima de la ley habilitante mantenida en la Sentencia 49/1999, si bien con relación a la regulación que de las intervenciones telefónicas contenida en el artículo 579.2 y
3 de la Ley de Enjuiciamiento Criminal, redactados por la Ley Orgánica 4/1988, de 25 de
mayo65.
En este aspecto, debe tenerse en cuenta que la Sentencia dictada por el Tribunal Europeo de derechos humanos en el caso Prado Bugallo vs España de 18 de febrero de 2003 apreció la vulneración de la legislación española introducida en la citada Ley Orgánica 4/1988,
de 25 de mayo con relación a los postulados del artículo 8 del Convenio Europeo, considerando que, si bien se valoran favorablemente los cambios introducidos en la normativa, se
estima ésta aún insuficiente al no precisar la naturaleza de las infracciones que pueden dar
lugar a las intervenciones, la fijación de los límites temporales a la fijación de la duración
64 Junto a estas SSTC posteriores a la 49/1999, hay algunas otras resoluciones anteriores del TC que inciden también en la
necesidad de previsión legal para habilitar la injerencia de los poderes públicos en los derechos fundamentales y libertades
públicas, como SSTC 37/1989, de 15 de febrero; 207/1996, de 16 de febrero; 120/1990, de 27 de junio; 7/1994, de 17 de
enero; 35/1996, de 11 de marzo; 52/1995, de 23 de febrero; 85/1989, de 10 de mayo; 32/1987, de 12 de marzo; 86/1996, de
21 de mayo.
65 Esta ley de reforma de la Ley de Enjuiciamiento Criminal estableció la vigente redacción de los apartados 2 y 3 del artículo
579 LECrim., según la cual «2. Asimismo, el Juez podrá acordar, en resolución motivada, la intervención de las comunicaciones telefónicas del
procesado, si hubiere indicios de obtener por estos medios el descubrimiento o la comprobación de algún hecho o circunstancia importante de la causa.
3. De igual forma, el Juez podrá acordar, en resolución motivada, por un plazo de hasta tres meses, prorrogable por iguales períodos, la observación
de las comunicaciones postales, telegráficas o telefónicas de las personas sobre las que existan indicios de responsabilidad criminal, así como de las
comunicaciones de las que se sirvan para la realización de sus fines delictivos». Con anterioridad a esta redacción el artículo 579 LECrim
únicamente hacía referencia a la aprehensión, apertura y examen de la correspondencia postal y telegráfica.
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de la medida, el procedimiento de trascripción de las conversaciones interceptadas, ni las
precauciones a observar, para comunicar intactas y completas, las grabaciones realizadas, a
los fines del eventual control por el juez y la defensa66.
El Tribunal Constitucional se hace eco de esta nueva resolución del TEDH en la Sentencia 272/2003, de 23 de octubre y considera que «el art. 579 LECrim adolece de vaguedad e
indeterminación en aspectos esenciales, por lo que no satisface los requisitos necesarios exigidos por el art.
18.3 CE para la protección del derecho al secreto de las comunicaciones, interpretado, como establece el
art. 10.2 CE, de acuerdo con el art. 8.1 y 2 del CEDH» (FJ 5), ya que «de la lectura del precepto legal
resulta la insuficiencia de su regulación sobre el plazo máximo de duración de las intervenciones, puesto que
no existe un límite de las prórrogas que se pueden acordar; la delimitación de la naturaleza y gravedad de
los hechos en virtud de cuya investigación pueden acordarse; el control del resultado de las intervenciones telefónicas y de los soportes en los que conste dicho resultado, es decir, las condiciones de grabación, y custodia,
utilización y borrado de las grabaciones, y las condiciones de incorporación a los atestados y al proceso de
las conversaciones intervenidas. Por ello, hemos de convenir en que el art. 579 LECrim no es por sí mismo
norma de cobertura adecuada, atendiendo a las garantías de certeza y seguridad jurídica, para la restricción
del derecho fundamental al secreto de las comunicaciones telefónicas (art. 18.3 CE)».
En lo referente a los requisitos que ha de reunir la autorización de injerencia en el derecho fundamental al secreto de las comunicaciones y la práctica de las escuchas, contenida
en los casos del TEDH ya expuestos Malone, Kuslin y Huvig y Valenzuela, entre otros, y
asumida por el TC en la Sentencia 49/1999, los exigencias ya manifestadas por el Tribunal
Constitucional han sido reiterada en múltiples resoluciones posteriores de éste. Entre ellas
la STC 202/2001, de 15 de octubre, se refiere a esta doctrina y enumera las diferentes resoluciones del Tribunal Constitucional sobre la materia en los siguientes términos:
«(...) En el ámbito de las escuchas telefónicas nuestra doctrina mantiene que una medida restrictiva del
derecho al secreto de las comunicaciones sólo puede entenderse constitucionalmente legítima, desde la perspectiva de este derecho fundamental, si se realiza con estricta observancia del principio de proporcionalidad
(últimamente SSTC 81/1998, de 2 de abril, FJ 5; 121/1998, de 15 de junio, FJ 5; 151/1998, de 13
66 «(...) Il en va ainsi de la nature des infractions pouvant donner lieu aux écoutes, de la fixation d«une limite à la durée d’exécution de la mesure, et
des conditions d’établissement des procès-verbaux de synthèse consignant les conversations interceptées, tâche qui est laissée à la compétence exclusive
du greffier du Tribunal. Ces insuffisances concernent également les précautions à prendre pour communiquer intacts et complets les enregistrements
réalisés, aux fins d’un contrôle éventuel par le juge et par la défense (...)».
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de julio; 49/1999, de 5 de abril, FFJJ 7 y 8; 166/1999, de 27 de septiembre, FJ 2; 171/1999, de 27
de septiembre, FJ 5; y 236/1999, de 20 de diciembre, FJ 3; en este mismo sentido se ha pronunciado el
Tribunal Europeo de Derechos Humanos: casos Klass -Sentencia de 6 septiembre de 1978-, Malone Sentencia de 2 de agosto de 1984-, Kuslin y Huvig -Sentencia de 24 de abril de 1990-, Haldford -Sentencia de 25 de marzo de 1998-, Klopp -Sentencia de 25 de marzo de 1998- y Valenzuela -Sentencia
de 30 de julio de 1998). Es decir, si, como antes se ha observado, la medida se autoriza por ser necesaria
para alcanzar un fin constitucionalmente legítimo (como -entre otros-, la defensa del orden y la prevención
de delitos calificables de infracciones punibles graves) y resulta idónea e imprescindible para la investigación
(ATC 344/1990, de 1 de octubre; SSTC 85/1994, de 14 de marzo, FJ 3; 181/1995, de 11 de
diciembre, FJ 5; 49/1996, de 26 de marzo, FJ 3; 54/1996, de 26 de marzo, FFJJ 7 y 8; 123/1997,
de 1 de julio, FJ 4; 49/1999, de 5 de abril, FJ 8; y 166/1999, de 27 de septiembre, FJ 5). La comprobación de la proporcionalidad de la medida ha de efectuarse analizando las circunstancias concurrentes en
el momento de su adopción (SSTC 126/2000, FJ 8; 299/2000, FJ 2; y 14/2001, FJ 2)».
Por último también la jurisprudencia de la Sala Segunda del Tribunal Supremo ha venido haciendo una constante aplicación de la interpretación a que se ha hecho referencia del
TC como del TEDH sobre la materia, en Sentencias como las de 22/9/2004, 19/4/2004,
17/3/2004, 22/9/2003, 21/7/2003, 25/10/2002, 21/7/2000, entre otras muchas.
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