Nuestras muertes son los ríos - Corporación Viva la Ciudadanía

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Nuestras muertes son los ríos
Álvaro González Uribe
Abogado y columnista
@alvarogonzalezu
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Me producen un excepcional gozo los ríos, las montañas, los bosques y el mar;
son mis grandes pasiones. Toda la naturaleza, viva y hasta inerte o en estado
cataléptico siempre me ha maravillado; desde niño y por siempre me sorprende
y asombra sea la primera, la segunda y todas las veces que la vea, o mejor,
que la sienta con todos mis sentidos y mi alma.
Los ríos nacen en las montañas y bajan por las montañas; los bosques
mantienen vivos y disciplinados a los ríos; los ríos le dan vida verde a los
bosques; las montañas se dejan lamer por los ríos y, dóciles, se dejan también
horadar caminos por los ríos para que sigan pasando los ríos; el mar acoge en
su seno a los ríos. Cuatro compañeros inseparables que se necesitan, se
ayudan y se aman.
Por varias razones me deleito especialmente con los ríos, esos rumbos de
agua que en ocasiones bajan raudos o en veces descolgados en caída libre o
peinando cariñosamente laderas y montañas o serpenteando perezosos casi
quietos dibujados entre llanuras y valles…, esos ríos que en Colombia son
miles de hilos que entretejen la manta del territorio y hasta generosos se
derraman en otros países.
Esos ríos… ¿qué hemos hecho con esos ríos?, ¿con esas rutas de vida que
recorren largas extensiones de nuestro país contando las cuitas de riberas
arriba? ¿De qué las llenamos? ¿Qué clase de mensajes les enseñamos a
contar?
Empezamos a llenarlos con cientos de materias diferentes a sus aguas, de
residuos de ciudades, de sobras de banquetes, de despojos y restos de todo,
de bagazos, de sobrantes de vida de otras partes, de rescoldos, de miserias…
...y después alguien empezó a tirar a los muertos a los ríos, y cientos y miles
de cadáveres han bajado y bajan por los ríos… en eso convertimos esas
transparentes y vitales cintas: en cementerios ambulantes, en tumbas
alargadas, en agua-santas sin cruces, en mortajas estiradas, en sepulcros
errantes, en inmensos ataúdes que a la deriva recorren a Colombia.
En eso volvimos nuestros ríos, en sitios para esconder los odios, las
venganzas, las violencias, ¡qué destino paradójico: convertir rutas de vida en
rutas de muerte!
En vez de pescar de noche en los ríos, comenzamos a contar de día los
muertos que pasaban flotando por ellos en La Violencia que no bastó en los
años cincuenta hasta perder la cuenta, y contamos en los años sesentas hasta
los ochenta, los noventa y ahora en el nuevo siglo; ayer, hoy…
Colombia país de ríos: ríos por todas partes, grandes y pequeños, delgados y
anchos, cortos y largos, briosos y calmados, cristalinos, marrones y hasta de
siete colores. Ríos negros, ríos sucios, ríos grandes, ríos chiquitos, ríos fríos,
ríos claros, ríos de oro, ríos de hacha, ríos revueltos…
“Nuestras vidas son los ríos” es una bella y apasionante novela de Jaime
Manrique Ardila sobre la vida de Manuelita Sáenz, y su título es lo más
hermoso que tiene. Sin embargo, en Colombia nuestras vidas ni las de nadie
son los ríos. Nuestras muertes son los ríos, nuestras lágrimas, nuestra sangre venas abiertas-, nuestra incertidumbre, nuestra búsqueda, nuestra esperanza
de no encontrar allí al ser querido o nuestra esperanza de encontrar aunque
sea algo de su cuerpo.
Desconozco si algo tuvo que ver con el título de la novela de Jaime Manrique el
siguiente fragmento de un poema de Jorge Manrique (España, 1440-1479),
titulado “Coplas de don Jorge Manrique por la muerte de su padre”:
“Nuestras vidas son los ríos / que van a dar en la mar, / que es el morir; / allí
van los señoríos / derechos a se acabar / y consumir; / allí los ríos caudales, /
allí los otros medianos / y más chicos, / allegados, son iguales / los que viven
por sus manos / y los ricos. /…/ Partimos cuando nacemos, / andamos mientras
vivimos, / y llegamos / al tiempo que fenecemos; / así que, cuando morimos /
descansamos”.
Edición N° 00364 – Semana del 16 al 22 de Agosto de 2013
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