Siglo nuevo opinión MOVAMOS VOLUNTADES Leyes justas A pesar que desde el año 2005 se publicó la Ley General de Personas con Discapacidad, pensamos que no se ha cumplido, ni se cumple, con el cuidado que se debe, al que no puede valerse por sí mismo. En años pasados, una persona limitada en alguno de sus miembros por accidente o nacimiento, permanecía recluido en el hogar; era prácticamente prisionero de sus circunstancias, pero hoy, el que padece impedimento físico, se ha integrado a la vida a la que tiene derecho. Por eso hoy es común que en cines, teatros, salas de concierto, centros comerciales y hasta en oficinas, aparezcan sillas de ruedas, bastones ortopédicos o muletas utilizadas por adultos, niños y jóvenes, que se desplazan con ánimo sin que sus problemas físicos los inhiban de ratos de esparcimiento o de efectuar sus obligaciones de trabajo, estudio o negocios. Todos tratan de estar en activo. Tal es el caso de un querido amigo que en su infancia tuvo la desgracia de padecer poliomielitis. Sus años los pasó, como era natural, inactivo y al cuidado de su familia, pero llegado su tiempo, con gran esfuerzo, cursó sus estudios básicos y logró después la carrera de abogado. Pero recuerda con pena las vicisitudes pasadas, cuando no había señalamientos para guiar o proteger al impedido, época en la que se les consideraba inútiles o enfermos, y las autoridades ignoraban su presencia en la comunidad. Sólo contaban con el apoyo de familiares y amigos. Todo lo recuerda hoy sin amargura, pero no puede menos que rememo- 14 • Sn rar tiempos difíciles para los discapacitados que en el presente no son mejores. Hoy hemos avanzado un poco en materia de ayuda a las personas con capacidades diferentes, pero no es suficiente. Es cierto que existen señalamientos en múltiples puntos de la ciudad, pero las rampas son a veces demasiado estrechas para las sillas de ruedas o muy inclinadas y sobrepasan en mucho el 12 por ciento de pendiente para poder subirlas con bastones o muletas. Los que las diseñaron no se apegaron a los reglamentos. Otro problema común es que hay gente inconsciente que ocupa los cajones de estacionamiento para ellos destinados, lo que obliga al necesitado a deambular por la periferia para encontrar lugar donde él o sus familiares puedan dejar el automóvil. Varias veces, al darnos cuenta de esta situación, la hemos reportado a los vigilantes del lugar, pero ha sido inútil. La anomalía se repite constantemente a la vista de todos. Según la opinión de nuestro amigo con discapacidad motriz, en los edificios gubernamentales es donde se sufre más porque, o no hay rampas de acceso o están obstruidas; no hay escaleras con pasamanos a la altura adecuada, los elevadores no cubren ni los 15 segundos de apertura mínima y los pasillos no tienen el 1.20 metros libres para sillas de ruedas. Ya ni hablar de pisos desnivelados, baños en entrepisos con dificultad para llegar a ellos y al final, la falta de cajones especiales para su uso. Solamente los que sufren limitaciones físicas saben lo que es sentirse desprotegido. Archivo Siglo Nuevo Victoria Luisa de Terrazas Es por eso que, para entender lo que padece un discapacitado, yo propongo que por 24 horas nos imaginemos inválidos, baldados, impedidos de nuestros usuales movimientos e intentemos seguir la rutina de la vida diaria; subamos y bajemos escaleras, entremos a elevadores rápidos, crucemos calles sin guías, libremos banquetas y todo sin apoyo, sin protección alguna. ¿Lo soportaríamos? Sacudamos entonces conciencias, movamos voluntades para que se aprueben leyes justas para que protejan y ayuden a incapacitados a vivir una vida plena a la que tienen derecho. §