virgen maría, madre de dios

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VIRGEN MARÍA, MADRE DE DIOS
La Virgen María, Madre de Dios
He aquí una amplia recopilación de temas marianos.
Constituyen una síntesis magnífica de Juan Pablo II,
Benedicto XVI, San Francisco de Asís y otros teólogos
actuales de la Iglesia.
Son un excelente material para charlas, meditaciones,
foros...
Con cariño mariano, Felipe Santos, SDB
Pamplona- Septiembre-2008
«Salve, Señora, santa Reina, santa Madre de Dios,
María, que eres Virgen hecha Iglesia y elegida por el
santísimo Padre del cielo, a la cual consagró Él con
su santísimo amado Hijo y el Espíritu Santo
Paráclito, en la cual estuvo y está toda la plenitud de
la gracia y todo bien» (San Francisco, Saludo a la
B.V. María).
«Santa Virgen María, no ha nacido en el mundo
ninguna semejante a ti entre las mujeres, hija y
esclava del altísimo y sumo Rey, el Padre celestial,
Madre de nuestro santísimo Señor Jesucristo,
esposa del Espíritu Santo: ruega por nosotros... ante
tu santísimo amado Hijo, Señor y maestro» (San
Francisco, Antífona del Oficio de la Pasión).
«Francisco rodeaba de amor indecible a la Madre de
Jesús, por haber hecho hermano nuestro al Señor
de la majestad. Le tributaba peculiares alabanzas, le
multiplicaba oraciones, le ofrecía afectos, tantos y
tales como no puede expresar lengua humana» (2
Cel 198). «Francisco amaba con indecible afecto a la
Madre del Señor Jesús, por ser ella la que ha
convertido en hermano nuestro al Señor de la
majestad y por haber nosotros alcanzado
misericordia mediante ella. Después de Cristo,
depositaba principalmente en la misma su confianza;
por eso la constituyó abogada suya y de todos sus
hermanos» (LM 9,3).
«El misterio de la maternidad divina eleva a María
sobre todas las demás criaturas y la coloca en una
relación vital única con la santísima Trinidad. María
lo recibió todo de Dios. Francisco lo comprende muy
claramente. Jamás brota de sus labios una alabanza
de María que no sea al mismo tiempo alabanza de
Dios, uno y trino, que la escogió con preferencia a
toda otra criatura y la colmó de gracia». «Puesto que
la encarnación del Hijo de Dios constituía el
fundamento de toda la vida espiritual de Francisco, y
a lo largo de su vida se esforzó con toda diligencia
en seguir en todo las huellas del Verbo encarnado,
debía mostrar un amor agradecido a la mujer que no
sólo nos trajo a Dios en forma humana, sino que
hizo "hermano nuestro al Señor de la majestad"» (K.
Esser).
«El intenso amor a Cristo-Hombre, tal como lo
practicó San Francisco y como lo dejó en herencia a
su Orden, no podía dejar de alcanzar a María
Santísima. Las razones del corazón católico y de la
caballerosidad de San Francisco lo llevaban al amor
encendido de la Madre de Dios... San Francisco
cultivó con esmero y con toda su intensidad el
servicio a la Virgen Santísima dentro de los moldes
caballerescos y condicionado a su concepto y a su
práctica de la pobreza. Nada más conmovedor y
delicado en la vida de este santo que la fuerte y al
mismo tiempo dulce y suave devoción a la Madre de
Dios» (C. Koser).
María y la vida espiritual franciscana
por León Amorós, o.f.m.
.
Nuestro Seráfico Padre es uno de esos hombres insignes
previstos y predestinados en la mente divina para las grand
gestas de la gloria de Dios, y Asís el lugar preordenado por
Señor para irradiar su acción bienhechora sobre inmensa
muchedumbre de almas.
En fuerza de la asociación inseparable que existe entre Jesuc
y su Santísima Madre por virtud del misterio de la Encarnac
toda acción divina, allí donde obre, ha de ir siempre acompañ
de la cooperación de la Santísima Virgen, que será más o me
manifiesta a nuestros humanos ojos, pero realísima y hondam
radicada en este principio teológico, rector de la presente
economía de la gracia.
La pasmosa vida sobrenatural de Francisco, tan rica en divi
experiencias como favorecida en dones celestiales, que le ha
de constituir el gran cantor de las divinas alabanzas en e
acordado concierto de la creación y aptísimo al par que docilí
instrumento, manejado por manos divinas, para irradiar poder
corrientes de vida sobrenatural, debió tener, y tuvo, según
principio enunciado, una vida mariana abundante y opulen
radicada en lo más íntimo de su espíritu, con sabrosísima
experiencias de la presencia de la Virgen Santísima en su alm
el nacimiento de su obra, de prolongado y profundo apostola
había de tener también como cuna la ciudad de Asís y cabe
santuario de la Santísima Virgen de los Angeles, madre y ma
de aquella pequeña grey, origen y principio de la Orden Será
La Orden Franciscana es, en los planes de Dios, una pieza
excepcional importancia en la contextura de la historia de
Iglesia. Los hechos así lo han demostrado y siguen
demostrándolo. Forzoso era, que, siguiendo la ley natural, tam
estuviera presente la Virgen Santísima en el origen y ulteri
proceso y actividad de esta grande obra.
N. S. Padre, en quien, según venimos diciendo, los divino
carismas con tanta prodigalidad habían de darse cita, debió t
una vida mariana intensa, porque también fue muy subida su
divina interior, y porque era el fundador de una grande obra
irradiación de los dones divinos. Aunque los testimonios de la
mariana del Santo Padre que han llegado a nosotros no son
abundantes, son, sin embargo, muy significativos y elocuente
orden a esta espiritualidad.
Dice San Buenaventura: «Nunca he leído de santo alguno qu
haya profesado especial devoción a la gloriosa Virgen» (1). Y
San Francisco, el Santo Doctor no solamente leyó su vida, s
que fue escritor de sus gestas. Como biógrafo, pues, del Ser
Padre, cuyas fuentes de información fueron los propios
compañeros del Santo Padre, pudo sondear muy bien las
interioridades del espíritu del Pobrecillo, para descubrir allí
principios rectores de toda su esplendorosa vida espiritua
Naturalmente, éstos no podían ser más que Jesús y María
Es principio teológico inconcuso, como luego veremos, que
acción de la Santísima Virgen en el proceso de toda vida cris
a partir del santo Bautismo, y aun antes de él por la vocación
fe, es realísima y honda, como colaboradora que es del mis
principio fontal de donde dimanan todos los dones divinos, qu
Jesucristo. Esta actuación, real en todas las almas, puede ser
o menos consciente en el sujeto que la recibe y,
consiguientemente, con manifestaciones más o menos explíc
en el desarrollo normal de la vida espiritual del cristiano.
Nuestro Santo Padre, predestinado por el Señor para funda
Orden que, con el transcurso del tiempo había de vivir, sent
defender la gran prerrogativa de la Virgen Santísima, su
Concepción Inmaculada, forzoso era que la vida mariana fue
él intensa y plenamente consciente.
Cimabue: La Virgen en majestad (Basílica de Asís)
Nos dice su biógrafo San Buenaventura en la Leyenda Mayor
amor para con la bienaventurada Madre de Cristo, la Purísi
Virgen María, era realmente indecible, pues nacía en su coraz
considerar que Ella había convertido en hermano nuestro al m
Rey y Señor de la gloria, y que por Ella habíamos merecido
divina misericordia» (LM 9,3). Magnífico testimonio de conte
profundamente teológico de la vida mariana del Seráfico Pad
asociación de la Santísima Virgen al misterio de la Encarnac
Redención, y su cooperación como causa meritoria de la mis
Este «amor realmente indecible» del Santo Padre, de que n
habla San Buenaventura, tiene su magnífica y esplendoros
manifestación en el bellísimo Saludo que el Pobrecillo dirige
celestial Reina, el cual se halla en sus opúsculos o escrito
(SalVM).
Si bien la vida cristiana es sustancialmente una, tanto en lo
individuos como en las instituciones, sin embargo su fecund
divina es tal que, sin menoscabo de esta unidad, produce u
variadísima floración de celestiales matices por los cuales no
difícil reconocer en ellos los rasgos peculiares de la fisonom
moral de Jesucristo y, consiguientemente también, de su Ma
que da personalidad sobrenatural al individuo o la institución
se nutre de esta vida.
El rasgo divino que San Francisco reproduce de la fisonomía
Jesús y de su Madre, es la virtud de la pobreza evangélica,
lleva en sí contenidas, como las premisas contienen las
consecuencias, la humildad, la sencillez evangélica, la infan
espiritual, el desapego a todo lo terreno.
Es el propio San Buenaventura quien nos presenta este ma
divino de la vida del Seráfico Padre: «Frecuentemente -dice
ponía a meditar, sin poder contener las lágrimas, en la pobrez
Cristo y de su Madre Santísima, y después de haberla estud
en ellos, aseguraba ser la pobreza la reina de todas las virtu
pues tanto había resplandecido y tanto había sido amada po
Rey de los reyes y por su Madre la Reina de los Cielos» (LM
Lo mismo dicen otras fuentes biográficas: 2 Cel 83, 85, 200;
15; LP 51. Y el propio San Francisco, en la Carta dirigida a to
los fieles, dice: «Este Verbo del Padre..., siendo Él sobreman
rico, quiso, junto con la bienaventurada Virgen, su Madre, esc
en el mundo la pobreza» (2CtaF 4-5; [Jamás habla Francisc
señala el P. Iriarte- de la pobreza de Jesús sin que asocie a e
recuerdo de la pobreza de la Virgen, su Madre: 1 R 9,5; UltVo
Estos caracteres de la vida divina de Francisco no podían me
que pasar a su obra. Así que la Orden por él fundada había
estar asentada sobre la virtud de la pobreza evangélica, y me
su cuna al calor de la Santísima Virgen.
Quiso la divina Providencia que fuera esta pobrísima cuna
iglesita dedicada a Santa María de los Angeles.
Que el Seráfico Padre tuviera perfecto conocimiento de la ac
poderosa y decisiva de la Santísima Virgen en los principios
Orden Franciscana, lo atestigua San Buenaventura: «Francis
dice-, pastor amantísimo de aquella pequeña grey, siguiendo
impulsos de la divina gracia, condujo a sus doce hermanos
Santa María de la Porciúncula; siendo su fin al obrar de es
modo, el que así como en aquel lugar y por los méritos de
bienaventurada Virgen María había tenido principio la Orden d
Frailes Menores, así también allí mismo recibiese, con los au
de la bendita Madre de Dios, sus primeros progresos y aume
en la virtud» (LM 4,5). Lo mismo refieren otras fuentes biográ
1 Cel 21-23 y 106; 2 Cel 18-19; EP 83.
Profundamente radicadas ya en la devoción dulcísima de
Santísima Virgen la vida sobrenatural de Francisco y la de
doce primeros discípulos suyos, fundamentos sobre los que h
de sentarse la gran obra que él fundara, la Orden Seráfica log
ya desde su origen la plena conciencia del espíritu vital mari
que habría de ser su principio rector con el transcurso del tiem
Quedaba, pues, plenamente vinculada la Orden Franciscana
acción vivificadora de la Santísima Virgen. Como consecuen
lógica de este estado de cosas, y como coronamiento de e
obra, procedía ahora una declaración del Santo Fundado
poniendo la Orden bajo el amparo y plena tutela de María
Santísima, dedicándola a su gloria; o sea, hablando en térm
modernos, consagrando la Orden a la Santísima Virgen Ma
Que el Santo Padre cerrara su obra con este broche de oro n
dice el Seráfico Doctor con estas lacónicas palabras: «En Ma
después de Cristo, tenía Francisco puesta toda su confianza
lo cual la constituyó abogada suya y de sus religiosos, y a ho
suyo ayunaba devotamente desde la fiesta de los Apóstoles
Pedro y San Pablo hasta el día de la Asunción» (LM 9,3)
Y si queremos ahondar más en el conocimiento de la influen
poderosa de la oración de Francisco en el Corazón materna
María, no sólo en favor de sus religiosos, sino también de to
los fieles, cuya salud espiritual tanto conmovía el celo por l
almas del Seráfico Padre, recordemos la tierna y conmoved
escena del origen de la Indulgencia de la Porciúncula, en cu
capilla se instituye el primer Jubileo Mariano en la historia d
Iglesia, por el cual queda convertida esta bendita capilla e
potentísimo centro de irradiación de toda suerte de dones
celestiales que, dimanando de Jesús y pasando todos ellos
María, han santificado y siguen santificando a tantas alma
Espiritualidad mariana de San Buenaventura
Suele decirse de San Buenaventura que es el segundo fund
de la Orden Seráfica. Título ciertamente bien merecido, porq
fue quien dio cuerpo y figura a la herencia que recibiera de
antecesores, indecisa y vacilante después de la muerte de
Seráfico Padre, en su constitución jurídica y en su orientac
doctrinal. Fue la mano certera del Doctor Seráfico la que su
plasmar y dar estabilidad a esta persona moral que es la Or
Franciscana.
Pero también el Santo Doctor, el príncipe de los místicos, com
llama León XIII, había de actuar dando nuevo impulso y ener
la orientación espiritual que la Orden recibiera de su Sant
Fundador.
Ciñéndonos a lo que nos atañe, el espíritu vital mariano, infun
por el Seráfico Patriarca en la Orden, debía actuar como sa
vivificadora en los escritos espirituales de San Buenaventura
con el transcurso del tiempo habían de ser el aliento que hab
nutrir la vida divina de nuestros Santos.
Que el Santo Doctor haya dado a sus escritos una influencia e
y decisiva de la acción de la Virgen Santísima en el proces
desarrollo de la vida divina en las almas, es cosa clara. Estab
primeramente el Santo Doctor la ley general, profundamen
teológica, que rige en la actual economía de la gracia, el orde
que ésta se difunde a partir del principio fontal de ella, siguie
esa misteriosa cadena cuyo último eslabón es la Virgen beatí
por cuyas manos necesariamente ha de pasar todo bien cele
en las almas. Dice el Santo Doctor: «La bienaventurada Virge
llamada fuente por la manera como se originan los bienes. E
se originan principalmente de Dios, luego por Cristo, derivánd
después a la bienaventurada Virgen, por cuya razón es llam
fuente, y, por último, a cualquier otra persona a quien se com
algún bien» (2).
Para San Buenaventura es tal la conexión interna entre la v
sobrenatural y la Santísima Virgen, que aquélla necesita co
condición indispensable de su desarrollo estar hondamen
radicada en la Virgen benditísima. «La Virgen Madre -dice el S
Doctor- santifica a los que echan raíces en ella por el amo
devoción, alcanzándoles de su Hijo la santidad»; y precisame
raíz de este pasaje es cuando advierte San Buenaventura qu
conoce santidad alguna sin la Virgen: «Nunca he leído -dice
santo alguno que no haya profesado especial devoción a
gloriosa Virgen» (3).
Siendo Jesucristo acabado ejemplar y dechado perfecto de t
santidad, a Él debe tender todo anhelo y esfuerzo de santifica
en las almas. Precisa, pues, caminar hacia Jesús. La Virge
Santísima es el camino que a Él nos conduce y por eso sue
decirse: Ad Jesum per Mariam, a Jesús por María.
Esta función de conductora de las almas a Jesús, por la cu
quedan éstas indisolublemente vinculadas a la Santísima Vir
no escapa a San Buenaventura: «... incurriendo en la hipocr
de Herodes -dice-, se desvía de la dirección de la Virgen, rad
estrella, cuyo oficio es conducir a Cristo» (4).
Es clásica la división de la vida espiritual en las tres etapas d
purgativa, iluminativa y unitiva o perfecta. Para llegar a la m
posible en este mundo, de la perfección cristiana, es forzoso
el alma pase por estas tres penosas y dolorosas fases, dond
acción potente de la gracia paulatinamente va sobrenaturaliz
el alma en sus más hondas aficiones. Según el principio gen
de la cooperación directa e inmediata de la Virgen Santísima
esta obra de la santificación de las almas, es igualmente forzo
ineludible que la Santísima Virgen tenga colaboración juntam
con Jesús en estos procesos de la vida divina en las alma
San Buenaventura, maestro indiscutible en los caminos de la
espiritual, describe admirablemente la naturaleza y modos
estos tres estados de que acabamos de hablar. No escapa a
perspicacia, como teólogo insigne, esta acción directa e inme
de la Santísima Virgen en estos tres estados de la vida de
espíritu. Con harta frecuencia encontramos esta idea en su
escritos, que llega a constituir como un principio rector de s
tratados espirituales. «Ella, en efecto -dice-, es purificador
iluminadora y perfectiva... Es la estrella del mar que purific
ilumina y perfecciona a los que navegan por el mar de est
mundo» (5). Y en otra parte, aún con mayor firmeza, insiste s
el mismo punto: «Porque eres estrella del mar, ruega por nos
para que seamos iluminados; porque eres mar amargo, exen
podredumbre, ruega por nosotros para que seamos purificad
porque eres Señora, ruega por nosotros, desprovistos de
perfección, para que seamos perfeccionados. Necesitamos e
tres cosas para que la palabra divina sea eficaz en nosotros
que ella se dirige a iluminar nuestro entendimiento, a purific
nuestro afecto y perfeccionar nuestras obras. Y no podem
conseguir esto sin la intervención de la Virgen» (6).
Según el principio teológico que venimos enunciando, la Vir
Santísima coopera de una manera directa e inmediata a l
aplicación de la gracia a las almas, o sea a la redención subje
Pero ésta tiene su modo ordinario y normal de obrar por med
los Sacramentos, canales auténticos por donde fluye la gra
fruto legítimo de los méritos ganados en el Calvario por el gr
redentor, Jesús y María. Pero cada Sacramento lleva consig
propia gracia, la gracia sacramental, la vis sacramenti, fuen
raíz de toda vida cristiana.
Es lógico que el Santo Doctor lleve las premisas, en lo que va
diciendo, hasta las últimas consecuencias al fijar su atención
acción de la Santísima Virgen en este proceso profundamente
de la actuación de los sacramentos en las almas. Sírvanos c
ejemplo este bellísimo pasaje donde presenta a la Virgen en
actuación en la gracia sacramental o virtud del sacramento d
Eucaristía. «Sin su patrocinio -dice- no se comunica la virtud
este Sacramento. Y por eso, así como por medio de Ella se
dio este santísimo Cuerpo, así también se ha de ofrecer por
manos y recibir de sus manos, bajo las especies sacramental
que nació de su virginal seno y fue donado a nosotros» (7
Pasa por su pluma la acción de la Virgen en su cooperación
las almas en cada una de las virtudes. Como maestro de
espiritualidad franciscana, centra su atención en la acción d
Virgen Santísima en las grandes virtudes franciscanas: la pob
la sencillez evangélica, la caridad en su doble orientación, div
humana. Más aún, lo que constituye la esencia del estado
religioso, los tres votos, tiene su consistencia gracias a la ay
de María. «Los tres votos -dice- conducen al hombre al desier
la Religión, como por un camino de tres días, a saber: de
continencia, pobreza y obediencia, gracias a la ayuda de la V
María, que fue pobrísima, humildísima y castísima. Ella va de
y prepara el camino hasta introducir en la tierra de promisió
con el auxilio de la Virgen se hace fácil lo que antes parecía d
(8).
Y como remate de toda esta síntesis del pensamiento de S
Buenaventura acerca de la acción de la Virgen Santísima e
vida sobrenatural de las almas, todavía nos queda por decir lo
la Santísima Virgen obra en el momento de coronar la vid
cristiana con el logro de la gloria, a cuyo trance no debe an
ajena su actuación. «Llegaron al sepulcro salido ya el sol (M
16,2). Por la llegada al sepulcro -dice- se significa la consuma
final de los méritos, en la cual la bienaventurada Virgen s
manifiesta perfectamente ayudando a los Santos para que en
en la gloria» (9).
La vida espiritual mariana en nuestros santos
En el orden intelectual hay en la Orden Franciscana una
orientación doctrinal filosófico-teológica que, partiendo de l
experiencias místicas de la gran virtud de la caridad y amor d
del Seráfico Padre en sus celestiales transportes, sigue un
dirección homogénea, cristalizando en argumentos teológico
través de los grandes maestros de nuestra Seráfica Orden
constituyendo ese fondo doctrinal que se conoce en la Histor
la Filosofía con el nombre de la Escuela Franciscana. Seg
vamos viendo, en este cuerpo de doctrina ocupa un luga
eminente la mariología franciscana, que toma su origen en
Seráfico Padre, adquiere cuerpo doctrinal en San Buenaventu
queda finalmente como personificada por sus inmediatos
antecesores, y continuada y defendida por todos sus suceso
hasta culminar en la esplendorosa definición dogmática de Pí
Y así como la santidad de los alumnos que pertenecen a u
Orden religiosa toma, en no pequeñas dosis, las modalidade
contenido doctrinal que caracteriza a esta Orden, nuestra ser
Religión eminentemente mariana desde su origen, debía de
esta impronta en la vida espiritual de nuestros Santos. Su
orientación, francamente mariana, lógicamente debía llegar a
resultado, ya que los escritos de nuestros maestros eran e
alimento espiritual de que se nutrían nuestros religiosos.
Si, al decir de San Buenaventura, no hay santo alguno cuy
espíritu no esté orientado a la Santísima Virgen, en una Ord
eminentemente mariana como la nuestra, el espíritu de sus S
debe manifestar siempre estos caracteres inconfundibles de
mariana en su santidad. Toda nuestra numerosa y variad
hagiografía rezuma de esta suavísima devoción a María. Por
sólo algunos ejemplos, baste indicar a San Juan José de la C
cuya vida interior está toda ella radicada en la entrega a l
Santísima Virgen, y para todos los asuntos que se le confían
Ella su consejera en quien deposita toda su confianza, expira
en su regazo.
Santa Coleta de Corbeya, cuya familiaridad con la Virgen e
pasmosa. A ella confía su Reforma de religiosas y religiosos,
intercesión especial de la Virgen, en su misterio de la Concep
Inmaculada, le asegura el feliz logro de su Reforma.
Santa Catalina de Bolonia, cuyo nacimiento es preanunciado
la Santísima Virgen. Como reflejo de la intensidad de la vid
mariana de esta alma, son muchas las manifestaciones de
admirable trato con la Virgen Santísima.
B. Juan Righi de Fabriano, que pasaba largas horas en profu
meditación a los pies de la Virgen, entendiéndose a maravil
fundiéndose los dos corazones de Madre e hijo.
San Salvador de Horta, en cuyo espíritu caló tan hondo la v
mariana, que de él se ha podido escribir: los numerosos y son
milagros obrados por él no eran ni más ni menos que el fruto
oración y filial confianza en la Santísima Virgen.
Y modernamente tenemos a la M. María de los Angeles Sor
cuya vida admirable y rica en experiencias místicas, la pode
definir como fruto legítimo de una profunda y consciente acc
recíproca de esta alma y la Virgen Santísima, cuyas maravill
manifestaciones de vida mariana forman la contextura
sobrenatural de esta dichosa alma.
La piadosa devoción de la Esclavitud Mariana, propagada po
Luis María Griñón de Montfort, tiene su origen en nuestra Or
como brote natural de esa pujanza de vida mariana que siem
ha animado al gran árbol franciscano. Nacida en el convento
Santa Ursula de los Concepcionistas de Alcalá de Henares,
1575, se constituyó en cofradía en 1595, con la aprobación d
Constituciones, con la exposición de la idea esclavista, por e
Pedro de Mendoza, Comisario General de los Franciscanos
España, en 1608, y aparición de la interesante obra Exhortac
la devoción de la Virgen Madre de Dios, del P. Melchor de Ce
O. F. M., en 1618. Este escrito, inspirado todo él en la mariol
de San Buenaventura, a quien llama el P. Cetina «gran devo
Capellán de la Virgen Madre de Dios», es notable principalm
por la exposición que hace de todo cuanto se refiere a la teol
de la Esclavitud Mariana.
¡Cuántos Esclavos de la Virgen Santísima ha habido desde e
fechas, y cuántos han vivido como Esclavos antes de estas fe
en la Orden Franciscana!; porque, si bien antes de este tiemp
se conocía este nombre, existía, sin embargo, todo un siste
esclavista de espiritualidad mariana, tanto en la vida de
innumerables religiosos y religiosas que la vivían intensamen
la evolución de todos los procesos de su espíritu, como en
escritos mariológicos de nuestros tratadistas, sobre todo S
Buenaventura, de cuyos escritos extrae el P. Cetina todas
ideas fundamentales de su teología esclavista mariana.
La espiritualidad mariana en la dirección de las almas
Antes de indicar las normas de la dirección espiritual de las a
en función de la espiritualidad mariana, es conveniente qu
digamos algo de los fundamentos donde estriba la acción d
Santísima Virgen como formadora de la santidad de las alm
Cosa conocida es que el fundamento y raíz de donde diman
todos los privilegios de la Santísima Virgen es su asociación
misterio de la Encarnación por su maternidad divina. Quiso
Señor que esta asociación fuera tan honda y estrecha, que
Madre siguiera en todo, juntamente con el Hijo, las gestas de
gran Misterio con todas las consecuencias que de él se deriv
Según esto, el Hijo y la Madre integran en la obra de la creac
grupo glorificador de Dios en nombre de la misma y, después
pecado, el grupo restaurador de la gloria de Dios por la reden
de las almas.
Ciñéndonos ahora a este segundo momento de la obra de D
que es la Redención, Jesucristo nos recupera este atuendo d
que es la vestidura de la gracia, con el precio y méritos de
sangre derramada en el sacrificio de la cruz. Asociada estuv
este momento de la adquisición de las gracias su Santísim
Madre, no solamente con su cooperación mediata e indirecta
lo que Ella aportó a este gran misterio con su consentimiento
Maternidad y a la Redención, sino también de una maner
inmediata y directa con su propia compasión y méritos prop
que, juntamente con los de su Hijo, pesaban real y
verdaderamente en la balanza divina como precio, que en ple
de justicia, se ofrecía a Dios por nuestro rescate.
Ciertamente, esta aportación de la Virgen no era necesaria
igualmente principal con la de su Hijo, sino de libre voluntad
Señor que así le plugo, y secundaria y subordinada a la de su
pero real, directa, efectiva e inmediata. Si Jesucristo es Rede
puede decirse con plenitud de justicia, que la Santísima Virge
redentora con Él. Es ésta legítima consecuencia de todo cua
venimos diciendo. Es, pues, muy acertado y verdadero el títu
Corredentora con que la Teología Católica saluda a la
bienaventurada Virgen María.
La Redención tiene una segunda parte: la aplicación de los fr
de la misma a las almas. Si la primera, que hemos consider
ahora, se llama objetiva en atención al logro del objeto que en
se persigue, esta segunda se llama subjetiva en consideraci
los sujetos o individuos a quienes se aplican los frutos de
primera. Sin la segunda, la primera no nos sería de ningú
provecho.
En este segundo momento de la Redención, siguen obran
Jesús y María con la misma unión, íntima y apretada, que e
primera. Como propietarios y dueños que son de las gracias
adquirieron con sus penalidades y méritos mancomunados e
Redención objetiva, son Ellos los que los han de distribuir y a
ahora en las almas, cuya acción conjunta en este orden de
extenderse en el tiempo, en el espacio y a todas las almas y c
mismo orden de subordinación de que hemos hablado ante
La Santísima Virgen, pues, como mediadora universal, obra
una manera directa e indirecta en la aplicación de cada una d
gracias a cada una de las almas en todas las fases del proc
espiritual en que puedan encontrarse éstas. Según los princi
que hemos enunciado, estas gracias, por voluntad libérrima
Señor, no tienen otro camino para llegar y obrar en las almas
por la Virgen Santísima en su colaboración subordinada a Je
ya sea por medio de los Sacramentos, canales auténticos de
frutos de la redención, ya sea por los otros innumerables mo
extrasacramentales con que la gracia se difunde en las alma
santidad, en todas las formas y etapas en que se le consider
es más que el fruto de la operación de las gracias por Jesú
María con la cooperación libre de la voluntad humana, espole
también por la misma gracia divina.
Limitándonos ahora a lo que venimos tratando en orden a
Santísima Virgen, ésta es por voluntad del Señor un factor
primer plano en la santificación de las almas, desde el prim
momento de la vocación a la fe hasta el término de ella por
entrada en la gloria. Que nosotros tengamos conciencia de e
que no la tengamos, la acción de la Santísima Virgen en nue
almas es siempre honda, directa e inmediata. No olvidemos, p
según esto, que, cuanto más intensa y conscientemente
centremos nuestra atención en esta actuación santificadora d
Santísima Virgen en nuestro ser sobrenatural con una devoc
sentida y vivida, más y mejor dispondremos nuestro espíritu
que esta presencia misteriosa de la Virgen en nuestra alma
más eficaz y rápida en sus efectos de santificación.
Conocemos en las vidas de los santos, en qué manera y
frecuencia les ha dado el Señor a conocer y saborear los div
efectos de su presencia en ellos; hechos conocidos y catalog
por la teología mística.
La presencia íntima y admirable de la Santísima Virgen en
almas tiene también sus maravillosas y sabrosísimas experien
hechos todavía no suficientemente estudiados y catalogados
no estar explorada esta parte de la teología mariana con e
cuidado y detención que sería de desear. Encontramos en
hagiografía cristiana relaciones de la presencia mariana en
almas que serían capaces de desconcertar a más de un teó
poco avisado. Basta leer, por ejemplo, ciertos pasajes de Mar
los Angeles Sorazu, o bien de María Antonieta Geuser
(Consummata), por no citar otras. Es de advertir que estas a
siempre distinguen la diferencia de matiz de naturaleza y
profundidad de acción de Jesús y María en lo más hondo de
ser sobrenatural. Pero conocer, experimentar y saborear la a
de ambos en nosotros, es cosa que va necesariamente
encuadrada en la vida sobrenatural de las almas. Nuestra
relaciones con el Señor están bien grabadas en nuestro s
consciente. Nuestras relaciones con la Santísima Virgen de
estarlo más. La floración de cristianas virtudes que brotan d
acción de estos dos principios en nosotros está condicionad
nuestra aprehensión espiritual de los mismos, ciertamente y
primer término por fe, bien instruida y vivida en nosotros.
Siendo, pues, fundamentalísima para el normal desarrollo d
vida cristiana la devoción consciente y bien definida de la Vir
Santísima, como única norma y dirección espiritual de vid
mariana para las almas, yo daría ésta: el director espiritual d
instruir a las almas que él dirige, en lo referente a la función d
Santísima Virgen en la obra de nuestra santificación. Deb
despertar en ellas un estado de consciencia habitual de es
maravillosa acción continua e inmediata de la Virgen en nue
proceso sobrenatural. Tratará de formar en el alma un
convencimiento tal de esta transfusión de vida mariana a
nuestra, que la ponga en tensión continua hacia tan buena M
No cabe duda que esto creará en el alma un estado habitua
docilidad a las mociones de la gracia, que se manifestará pro
en la abundante copia de virtudes cristianas que la conduc
hasta las etapas más subidas de la perfección.
Por su parte, debe el alma corresponder con un acendrado a
filial operativo y eficaz como tributo obligado al singular afecto
tan buena Madre le dispensa; una devoción suavísima,
plenamente consciente y operante, que pueda en todas la
vicisitudes de su existencia cobijarse siempre al amparo
protección de Ella, conductora obligada de nuestras almas
Jesús.
1) Obras de San Buenaventura, «De Purificatione B. M. Virgi
Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1947, Tomo IV, p. 6
2) «De Assumptione B. M. Virginis», BAC, IV, 881.
3) «De Purificatione B. M. Virginis», BAC, IV, 663.
4) Obras de San Buenaventura, «In Epiphania Domini», Mad
BAC, 1946, Tomo II, p. 405.
5) «De Purificatione B. M. Virginis», BAC, IV, 639.
6) «De Purificatione B. M. Virginis», BAC, IV, 657-659.
7) «De Sanctissimo Corpore Christi», BAC, II, 517.
8) «De Nativitate B. M. V.», BAC, IV, 947.
9) «De Nativitate B. M. V.», BAC, IV, 927.
S. S. Benedicto XVI
ENSEÑANZAS SOBRE LA VIRGEN MARÍA (I)
.
LA VISITACIÓN, PRIMERA «PROCESIÓN EUCARÍSTICA
(En los jardines vaticanos, 31-V-2005)
Queridos amigos, habéis subido hasta la Gruta de Lourde
rezando el santo rosario, como respondiendo a la invitación d
Virgen a elevar el corazón al cielo. La Virgen nos acompaña
día en nuestra oración. En el Año especial de la Eucaristía,
estamos viviendo, María nos ayuda sobre todo a descubrir c
vez más el gran sacramento de la Eucaristía. El amado Papa
Pablo II, en su última encíclica, Ecclesia de Eucharistia, nos
presentó como «mujer eucarística» en toda su vida (cf. n. 5
«Mujer eucarística» en profundidad, desde su actitud interi
desde la Anunciación, cuando se ofreció a sí misma para
encarnación del Verbo de Dios, hasta la cruz y la resurrecci
«mujer eucarística» en el tiempo después de Pentecostés, cu
recibió en el Sacramento el Cuerpo que había concebido y lle
en su seno.
En particular hoy, con la liturgia, nos detenemos a meditar e
misterio de la Visitación de la Virgen a santa Isabel. María
llevando en su seno a Jesús recién concebido, va a casa de
anciana prima Isabel, a la que todos consideraban estéril y qu
cambio, había llegado al sexto mes de una gestación donada
Dios (cf. Lc 1,36). Es una muchacha joven, pero no tiene mie
porque Dios está con ella, dentro de ella. En cierto modo, pod
decir que su viaje fue -queremos recalcarlo en este Año de
Eucaristía- la primera «procesión eucarística» de la historia. M
sagrario vivo del Dios encarnado, es el Arca de la alianza, e
que el Señor visitó y redimió a su pueblo. La presencia de Jes
colma del Espíritu Santo. Cuando entra en la casa de Isabel
saludo rebosa de gracia: Juan salta de alegría en el seno de
madre, como percibiendo la llegada de Aquel a quien un d
deberá anunciar a Israel. Exultan los hijos, exultan las madr
Este encuentro, impregnado de la alegría del Espíritu, encue
su expresión en el cántico del Magníficat.
¿No es esta también la alegría de la Iglesia, que acoge sin ce
Cristo en la santa Eucaristía y lo lleva al mundo con el testim
de la caridad activa, llena de fe y de esperanza? Sí, acoge
Jesús y llevarlo a los demás es la verdadera alegría del cristi
Queridos hermanos y hermanas, sigamos e imitemos a María
alma profundamente eucarística, y toda nuestra vida podr
transformarse en un Magníficat (cf. Ecclesia de Eucharistia, 5
una alabanza de Dios. En esta noche, al final del mes de ma
pidamos juntos esta gracia a la Virgen santísima. Imparto a t
mi bendición.
[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español
3-V
***
LA ASUNCIÓN DE MARÍA
(Ángelus del 15-VIII-05)
En esta solemnidad de la Asunción de la Virgen contemplam
misterio del tránsito de María de este mundo al Paraíso: podrí
decir que celebramos su «pascua». Como Cristo resucitó de
los muertos con su cuerpo glorioso y subió al cielo, así tambi
Virgen santísima, a él asociada plenamente, fue elevada a la
celestial con toda su persona. También en esto la Madre sig
más de cerca a su Hijo y nos precedió a todos nosotros. Jun
Jesús, nuevo Adán, que es la «primicia» de los resucitados (
Co 15,20.23), la Virgen, nueva Eva, aparece como «figura
primicia de la Iglesia» (Prefacio), «señal de esperanza cierta»
todos los cristianos en la peregrinación terrena (cf. Lumen gen
68).
La fiesta de la Asunción de la Virgen María, tan arraigada e
tradición popular, constituye para todos los creyentes una oca
propicia para meditar sobre el sentido verdadero y sobre el v
de la existencia humana en la perspectiva de la eternidad
Queridos hermanos y hermanas, el cielo es nuestra morad
definitiva. Desde allí María, con su ejemplo, nos anima a acep
voluntad de Dios, a no dejarnos seducir por las sugestiones fa
de todo lo que es efímero y pasajero, a no ceder ante las
tentaciones del egoísmo y del mal que apagan en el corazó
alegría de la vida.
[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español
19-V
***
LA ASUNCIÓN DE MARÍA
(Homilía del 15-VIII-05)
La fiesta de la Asunción es un día
alegría. Dios ha vencido. El amor h
vencido. Ha vencido la vida. Se ha pu
de manifiesto que el amor es más fu
que la muerte, que Dios tiene la verda
fuerza, y su fuerza es bondad y am
María fue elevada al cielo en cuerp
alma: en Dios también hay lugar par
cuerpo. El cielo ya no es para nosotro
esfera muy lejana y desconocida. E
cielo tenemos una madre. Y la Madr
Dios, la Madre del Hijo de Dios, es nuestra madre. Él mismo lo
La hizo madre nuestra cuando dijo al discípulo y a todos noso
«He aquí a tu madre». En el cielo tenemos una madre. El c
está abierto; el cielo tiene un corazón.
En el evangelio de hoy hemos escuchado el Magníficat, esta
poesía que brotó de los labios, o mejor, del corazón de Mar
inspirada por el Espíritu Santo. En este canto maravilloso se r
toda el alma, toda la personalidad de María. Podemos decir
este canto es un retrato, un verdadero icono de María, en el
podemos verla tal cual es.
Quisiera destacar sólo dos puntos de este gran canto. Comie
con la palabra Magníficat: mi alma «engrandece» al Señor,
decir, proclama que el Señor es grande. María desea que Dio
grande en el mundo, que sea grande en su vida, que esté pre
en todos nosotros. No tiene miedo de que Dios sea un
«competidor» en nuestra vida, de que con su grandeza pue
quitarnos algo de nuestra libertad, de nuestro espacio vital.
sabe que, si Dios es grande, también nosotros somos grande
oprime nuestra vida, sino que la eleva y la hace grande:
precisamente entonces se hace grande con el esplendor de D
El hecho de que nuestros primeros padres pensaran lo contr
fue el núcleo del pecado original. Temían que, si Dios era
demasiado grande, quitara algo a su vida. Pensaban que de
apartar a Dios a fin de tener espacio para ellos mismos. Esta
sido también la gran tentación de la época moderna, de los úl
tres o cuatro siglos. Cada vez más se ha pensado y dicho: «
Dios no nos deja libertad, nos limita el espacio de nuestra vid
todos sus mandamientos. Por tanto, Dios debe desaparece
queremos ser autónomos, independientes. Sin este Dios nos
seremos dioses, y haremos lo que nos plazca».
Este era también el pensamiento del hijo pródigo, el cual n
entendió que, precisamente por el hecho de estar en la casa
padre, era «libre». Se marchó a un país lejano, donde malgas
vida. Al final comprendió que, en vez de ser libre, se había he
esclavo, precisamente por haberse alejado de su padre;
comprendió que sólo volviendo a la casa de su padre podría
libre de verdad, con toda la belleza de la vida.
Lo mismo sucede en la época moderna. Antes se pensaba y
creía que, apartando a Dios y siendo nosotros autónomos
siguiendo nuestras ideas, nuestra voluntad, llegaríamos a s
realmente libres, para poder hacer lo que nos apetezca sin te
que obedecer a nadie. Pero cuando Dios desaparece, el hom
no llega a ser más grande; al contrario, pierde la dignidad div
pierde el esplendor de Dios en su rostro. Al final se convierte
en el producto de una evolución ciega, del que se puede us
abusar. Eso es precisamente lo que ha confirmado la experie
de nuestra época.
El hombre es grande, sólo si Dios es grande. Con María debe
comenzar a comprender que es así. No debemos alejarnos
Dios, sino hacer que Dios esté presente, hacer que Dios s
grande en nuestra vida; así también nosotros seremos divin
tendremos todo el esplendor de la dignidad divina.
Apliquemos esto a nuestra vida. Es importante que Dios se
grande entre nosotros, en la vida pública y en la vida privada.
vida pública, es importante que Dios esté presente, por ejem
mediante la cruz en los edificios públicos; que Dios esté pres
en nuestra vida común, porque sólo si Dios está presente ten
una orientación, un camino común; de lo contrario, los contra
se hacen inconciliables, pues ya no se reconoce la dignida
común. Engrandezcamos a Dios en la vida pública y en la v
privada. Eso significa hacer espacio a Dios cada día en nue
vida, comenzando desde la mañana con la oración y luego d
tiempo a Dios, dando el domingo a Dios. No perdemos nues
tiempo libre si se lo ofrecemos a Dios. Si Dios entra en nues
tiempo, todo el tiempo se hace más grande, más amplio, más
Una segunda reflexión. Esta poesía de María -el Magníficat
totalmente original; sin embargo, al mismo tiempo, es un «tej
hecho completamente con «hilos» del Antiguo Testamento, h
de palabra de Dios. Se puede ver que María, por decirlo así,
sentía como en su casa» en la palabra de Dios, vivía de la pa
de Dios, estaba penetrada de la palabra de Dios. En efect
hablaba con palabras de Dios, pensaba con palabras de Dios
pensamientos eran los pensamientos de Dios; sus palabras
las palabras de Dios. Estaba penetrada de la luz divina; por
era tan espléndida, tan buena; por eso irradiaba amor y bond
María vivía de la palabra de Dios; estaba impregnada de la pa
de Dios. Al estar inmersa en la palabra de Dios, al tener tan
familiaridad con la palabra de Dios, recibía también la luz int
de la sabiduría. Quien piensa con Dios, piensa bien; y quien h
con Dios, habla bien, tiene criterios de juicio válidos para toda
cosas del mundo, se hace sabio, prudente y, al mismo tiem
bueno; también se hace fuerte y valiente, con la fuerza de D
que resiste al mal y promueve el bien en el mundo.
Así, María habla con nosotros, nos habla a nosotros, nos inv
conocer la palabra de Dios, a amar la palabra de Dios, a vivir
la palabra de Dios, a pensar con la palabra de Dios. Y podem
hacerlo de muy diversas maneras: leyendo la sagrada Escrit
sobre todo participando en la liturgia, en la que a lo largo del a
santa Iglesia nos abre todo el libro de la sagrada Escritura. Lo
a nuestra vida y lo hace presente en nuestra vida.
Pero pienso también en el Compendio del Catecismo de la Ig
católica, que hemos publicado recientemente, en el que la pa
de Dios se aplica a nuestra vida, interpreta la realidad de nue
vida, nos ayuda a entrar en el gran «templo» de la palabra de
a aprender a amarla y a impregnarnos, como María, de es
palabra. Así la vida resulta luminosa y tenemos el criterio p
juzgar, recibimos bondad y fuerza al mismo tiempo.
María fue elevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo, y con
es reina del cielo y de la tierra. ¿Acaso así está alejada d
nosotros? Al contrario. Precisamente al estar con Dios y en D
está muy cerca de cada uno de nosotros. Cuando estaba en
tierra, sólo podía estar cerca de algunas personas. Al estar
Dios, que está cerca de nosotros, más aún, que está «dentro
todos nosotros, María participa de esta cercanía de Dios. Al e
en Dios y con Dios, María está cerca de cada uno de nosotr
conoce nuestro corazón, puede escuchar nuestras oracion
puede ayudarnos con su bondad materna. Nos ha sido dada
«madre» -así lo dijo el Señor-, a la que podemos dirigirnos en
momento. Ella nos escucha siempre, siempre está cerca d
nosotros; y, siendo Madre del Hijo, participa del poder del Hij
su bondad. Podemos poner siempre toda nuestra vida en ma
de esta Madre, que siempre está cerca de cada uno de noso
En este día de fiesta demos gracias al Señor por el don de e
Madre y pidamos a María que nos ayude a encontrar el bu
camino cada día. Amén.
[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español
19-V
LA INMACULADA CONCEPCIÓN
(Homilía del 8-XII-05)
Queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio; que
hermanos y hermanas:
Hace cuarenta años, el 8 de diciembre de 1965, en la plaza de
Pedro, junto a esta basílica, el Papa Pablo VI concluyó
solemnemente el concilio Vaticano II. Había sido inaugurado
decisión de Juan XXIII, el 11 de octubre de 1962, entonces fi
de la Maternidad de María, y concluyó el día de la Inmaculada
marco mariano rodea al Concilio. En realidad, es mucho más
un marco: es una orientación de todo su camino. Nos remite,
remitía entonces a los padres del Concilio, a la imagen de la V
que escucha, que vive de la palabra de Dios, que guarda en
corazón las palabras que le vienen de Dios y, uniéndolas com
un mosaico, aprende a comprenderlas (cf. Lc 2,19.51); nos re
a la gran creyente que, llena de confianza, se pone en las ma
de Dios, abandonándose a su voluntad; nos remite a la hum
Madre que, cuando la misión del Hijo lo exige, se aparta; y,
mismo tiempo, a la mujer valiente que, mientras los discípu
huyen, está al pie de la cruz.
Pablo VI, en su discurso con ocasión de la promulgación de
constitución conciliar sobre la Iglesia, había calificado a Ma
como «tutrix huius Concilii», «protectora de este Concilio», y,
una alusión inconfundible al relato de Pentecostés, transmitid
san Lucas (cf. Hch 1,12-14), había dicho que los padres se ha
reunido en la sala del Concilio «con María, Madre de Jesús»,
también en su nombre saldrían ahora.
Permanece indeleble en mi memoria el momento en que, oye
sus palabras: «Declaramos a María santísima Madre de la Igle
los padres se pusieron espontáneamente de pie y aplaudier
rindiendo homenaje a la Madre de Dios, a nuestra Madre, a
Madre de la Iglesia. De hecho, con este título el Papa resum
doctrina mariana del Concilio y daba la clave para su compren
María no sólo tiene una relación singular con Cristo, el Hijo
Dios, que como hombre quiso convertirse en hijo suyo. Al e
totalmente unida a Cristo, nos pertenece también totalment
nosotros. Sí, podemos decir que María está cerca de nosot
como ningún otro ser humano, porque Cristo es hombre para
hombres y todo su ser es un «ser para nosotros».
Cristo, dicen los Padres, como Cabeza es inseparable de
Cuerpo que es la Iglesia, formando con ella, por decirlo así,
único sujeto vivo. La Madre de la Cabeza es también la Madr
toda la Iglesia; ella está, por decirlo así, por completo despoja
sí misma; se entregó totalmente a Cristo, y con él se nos da c
don a todos nosotros. En efecto, cuanto más se entrega la pe
humana, tanto más se encuentra a sí misma.
El Concilio quería decirnos esto: María está tan unida al gr
misterio de la Iglesia, que ella y la Iglesia son inseparables, c
lo son ella y Cristo. María refleja a la Iglesia, la anticipa en
persona y, en medio de todas las turbulencias que afligen a
Iglesia sufriente y doliente, ella sigue siendo siempre la estrel
la salvación. Ella es su verdadero centro, del que nos fiamo
aunque muy a menudo su periferia pesa sobre nuestra alm
El Papa Pablo VI, en el contexto de la promulgación de la
constitución sobre la Iglesia, puso de relieve todo esto median
nuevo título profundamente arraigado en la Tradición,
precisamente con el fin de iluminar la estructura interior de
enseñanza sobre la Iglesia desarrollada en el Concilio. El Vat
II debía expresarse sobre los componentes institucionales d
Iglesia: sobre los obispos y sobre el Pontífice, sobre los
sacerdotes, los laicos y los religiosos en su comunión y en s
relaciones; debía describir a la Iglesia en camino, la cual
«abrazando en su seno a los pecadores, es a la vez santa
siempre necesitada de purificación...» (Lumen gentium, 8). P
este aspecto «petrino» de la Iglesia está incluido en el «maria
En María, la Inmaculada, encontramos la esencia de la Iglesi
un modo no deformado. De ella debemos aprender a convert
nosotros mismos en «almas eclesiales» -así se expresaban
Padres-, para poder presentarnos también nosotros, según
palabra de san Pablo, «inmaculados» delante del Señor, tal c
él nos quiso desde el principio (cf. Col 1,21; Ef 1,4).
Pero ahora debemos preguntarnos: ¿Qué significa «María,
Inmaculada»? ¿Este título tiene algo que decirnos? La liturgi
hoy nos aclara el contenido de esta palabra con dos grand
imágenes. Ante todo, el relato maravilloso del anuncio a Mar
Virgen de Nazaret, de la venida del Mesías.
El saludo del ángel está entretejido con hilos del Antiguo
Testamento, especialmente del profeta Sofonías. Nos hac
comprender que María, la humilde mujer de provincia, qu
proviene de una estirpe sacerdotal y lleva en sí el gran patrim
sacerdotal de Israel, es el «resto santo» de Israel, al que hac
referencia los profetas en todos los períodos turbulentos
tenebrosos. En ella está presente la verdadera Sión, la pura
morada viva de Dios. En ella habita el Señor, en ella encuent
lugar de su descanso. Ella es la casa viva de Dios, que no ha
en edificios de piedra, sino en el corazón del hombre vivo
Ella es el retoño que, en la oscura noche invernal de la histo
florece del tronco abatido de David. En ella se cumplen la
palabras del salmo: «La tierra ha dado su fruto» (Sal 67,7). E
el vástago, del que deriva el árbol de la redención y de lo
redimidos. Dios no ha fracasado, como podía parecer al inicio
historia con Adán y Eva, o durante el período del exilio babiló
y como parecía nuevamente en el tiempo de María, cuando I
se había convertido en un pueblo sin importancia en una reg
ocupada, con muy pocos signos reconocibles de su santidad.
no ha fracasado. En la humildad de la casa de Nazaret vive
Israel santo, el resto puro. Dios salvó y salva a su pueblo. D
tronco abatido resplandece nuevamente su historia, convirtién
en una nueva fuerza viva que orienta e impregna el mundo. M
es el Israel santo; ella dice «sí» al Señor, se pone plenamente
disposición, y así se convierte en el templo vivo de Dios.
La segunda imagen es mucho más difícil y oscura. Esta metá
tomada del libro del Génesis, nos habla de una gran distan
histórica, que sólo con esfuerzo se puede aclarar; sólo a lo la
de la historia ha sido posible desarrollar una comprensión m
profunda de lo que allí se refiere. Se predice que, durante tod
historia, continuará la lucha entre el hombre y la serpiente,
decir, entre el hombre y las fuerzas del mal y de la muerte. P
también se anuncia que «el linaje» de la mujer un día vence
aplastará la cabeza de la serpiente, la muerte; se anuncia qu
linaje de la mujer -y en él la mujer y la madre misma- vencer
así, mediante el hombre, Dios vencerá. Si junto con la Igles
creyente y orante nos ponemos a la escucha ante este tex
entonces podemos comenzar a comprender qué es el peca
original, el pecado hereditario, y también cuál es la defensa c
este pecado hereditario, qué es la redención.
¿Cuál es el cuadro que se nos presenta en esta página? E
hombre no se fía de Dios. Tentado por las palabras de la serp
abriga la sospecha de que Dios, en definitiva, le quita algo d
vida, que Dios es un competidor que limita nuestra libertad, y
sólo seremos plenamente seres humanos cuando lo dejemo
lado; es decir, que sólo de este modo podemos realizar
plenamente nuestra libertad.
El hombre vive con la sospecha de que el amor de Dios crea
dependencia y que necesita desembarazarse de esta depend
para ser plenamente él mismo. El hombre no quiere recibir de
su existencia y la plenitud de su vida. Él quiere tomar por sí m
del árbol del conocimiento el poder de plasmar el mundo, d
hacerse dios, elevándose a su nivel, y de vencer con sus fuer
la muerte y las tinieblas. No quiere contar con el amor que n
parece fiable; cuenta únicamente con el conocimiento, puesto
le confiere el poder. Más que el amor, busca el poder, con el
quiere dirigir de modo autónomo su vida. Al hacer esto, se fía
mentira más que de la verdad, y así se hunde con su vida e
vacío, en la muerte.
Amor no es dependencia, sino don que nos hace vivir. La libe
de un ser humano es la libertad de un ser limitado y, por tant
limitada ella misma. Sólo podemos poseerla como liberta
compartida, en la comunión de las libertades: la libertad sólo p
desarrollarse si vivimos, como debemos, unos con otros y u
para otros. Vivimos como debemos, si vivimos según la verda
nuestro ser, es decir, según la voluntad de Dios. Porque l
voluntad de Dios no es para el hombre una ley impuesta de
fuera, que lo obliga, sino la medida intrínseca de su naturale
una medida que está inscrita en él y lo hace imagen de Dios,
criatura libre.
Si vivimos contra el amor y contra la verdad -contra Dios-
entonces nos destruimos recíprocamente y destruimos el mu
Así no encontramos la vida, sino que obramos en interés de
muerte. Todo esto está relatado, con imágenes inmortales, e
historia de la caída original y de la expulsión del hombre d
Paraíso terrestre.
Queridos hermanos y hermanas, si reflexionamos sincerame
sobre nosotros mismos y sobre nuestra historia, debemos d
que con este relato no sólo se describe la historia del inicio,
también la historia de todos los tiempos, y que todos llevam
dentro de nosotros una gota del veneno de ese modo de pen
reflejado en las imágenes del libro del Génesis. Esta gota
veneno la llamamos pecado original.
Precisamente en la fiesta de la Inmaculada Concepción brot
nosotros la sospecha de que una persona que no peca para n
en el fondo es aburrida; que le falta algo en su vida: la dimen
dramática de ser autónomos; que la libertad de decir no, el ba
las tinieblas del pecado y querer actuar por sí mismos forma
del verdadero hecho de ser hombres; que sólo entonces se p
disfrutar a fondo de toda la amplitud y la profundidad del hech
ser hombres, de ser verdaderamente nosotros mismos; qu
debemos poner a prueba esta libertad, incluso contra Dios, p
llegar a ser realmente nosotros mismos. En una palabra,
pensamos que en el fondo el mal es bueno, que lo necesitam
menos un poco, para experimentar la plenitud del ser. Pensa
que Mefistófeles -el tentador- tiene razón cuando dice que e
fuerza «que siempre quiere el mal y siempre obra el bien» (Jo
Wolfgang von Goethe, Fausto I, 3). Pensamos que pactar un
con el mal, reservarse un poco de libertad contra Dios, en el f
está bien, e incluso que es necesario.
Pero al mirar el mundo que nos rodea, podemos ver que no e
es decir, que el mal envenena siempre, no eleva al hombre,
que lo envilece y lo humilla; no lo hace más grande, más pu
más rico, sino que lo daña y lo empequeñece. En el día de
Inmaculada debemos aprender más bien esto: el hombre qu
abandona totalmente en las manos de Dios no se convierte e
títere de Dios, en una persona aburrida y conformista; no pier
libertad. Sólo el hombre que se pone totalmente en manos de
encuentra la verdadera libertad, la amplitud grande y creativa
libertad del bien. El hombre que se dirige hacia Dios no se h
más pequeño, sino más grande, porque gracias a Dios y junto
él se hace grande, se hace divino, llega a ser verdaderamen
mismo. El hombre que se pone en manos de Dios no se alej
los demás, retirándose a su salvación privada; al contrario, s
entonces su corazón se despierta verdaderamente y él se
transforma en una persona sensible y, por tanto, benévola
abierta.
Cuanto más cerca está el hombre de Dios, tanto más cerca es
los hombres. Lo vemos en María. El hecho de que está totalm
en Dios es la razón por la que está también tan cerca de lo
hombres. Por eso puede ser la Madre de todo consuelo y de
ayuda, una Madre a la que todos, en cualquier necesidad, pu
osar dirigirse en su debilidad y en su pecado, porque ella
comprende todo y es para todos la fuerza abierta de la bond
creativa.
En ella Dios graba su propia imagen, la imagen de Aquel que
la oveja perdida hasta las montañas y hasta los espinos y ab
de los pecados de este mundo, dejándose herir por la coron
espinas de estos pecados, para tomar a la oveja sobre su
hombros y llevarla a casa. Como Madre que se compadece, M
es la figura anticipada y el retrato permanente del Hijo. Y a
vemos que también la imagen de la Dolorosa, de la Madre q
comparte el sufrimiento y el amor, es una verdadera imagen
Inmaculada. Su corazón, mediante el ser y el sentir con Dios
ensanchó. En ella, la bondad de Dios se acercó y se acerca m
a nosotros. Así, María está ante nosotros como signo de cons
de aliento y de esperanza. Se dirige a nosotros, diciendo: «T
valentía de osar con Dios. Prueba. No tengas miedo de él. Te
valentía de arriesgar con la fe. Ten la valentía de arriesgar co
bondad. Ten la valentía de arriesgar con el corazón puro
Comprométete con Dios; y entonces verás que precisamente
vida se ensancha y se ilumina, y no resulta aburrida, sino llen
infinitas sorpresas, porque la bondad infinita de Dios no se a
jamás».
En este día de fiesta queremos dar gracias al Señor por el g
signo de su bondad que nos dio en María, su Madre y Madre
Iglesia. Queremos implorarle que ponga a María en nuest
camino como luz que nos ayude a convertirnos también noso
en luz y a llevar esta luz en las noches de la historia. Amé
[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español
16-X
HOMENAJE A LA INMACULADA
(Roma, Plaza de España, 8-XII-05)
En este día dedicado a María he venido, por primera vez co
Sucesor de Pedro, al pie de la estatua de la Inmaculada, aqu
la plaza de España, recorriendo idealmente la peregrinación
han realizado tantas veces mis predecesores. Siento que m
acompaña la devoción y el afecto de la Iglesia que vive en e
ciudad de Roma y en el mundo entero. Traigo conmigo los an
y las esperanzas de la humanidad de nuestro tiempo, y veng
depositarlas a los pies de la Madre celestial del Redentor
En este día singular, que recuerda el 40° aniversario de la cla
del concilio Vaticano II, vuelvo con el pensamiento al 8 de
diciembre de 1965, cuando, precisamente al final de la homil
la celebración eucarística en la plaza de San Pedro, el siervo
Dios Pablo VI dirigió su pensamiento a la Virgen, «la Madre
Dios y la Madre espiritual nuestra, (...) la criatura en la cual
refleja la imagen de Dios, con total nitidez, sin ninguna turbac
como sucede, en cambio, con las otras criaturas humanas»
Papa afirmó también: «Así, fijando nuestra mirada en esta m
humilde, hermana nuestra, y al mismo tiempo celestial, Mad
Reina nuestra, espejo nítido y sagrado de la infinita Belleza, p
(...) comenzar nuestro trabajo posconciliar. De esa forma, e
belleza de María Inmaculada se convierte para nosotros en
modelo inspirador, en una esperanza confortadora». Y conc
«Así lo pensamos para nosotros y para vosotros, y este es nu
saludo más expresivo, y, Dios lo quiera, el más eficaz». Pab
proclamó a María «Madre de la Iglesia» y le encomendó con v
al futuro la fecunda aplicación de las decisiones conciliare
Recordando los numerosos acontecimientos que han marcad
cuarenta años transcurridos, ¿cómo no revivir hoy los diver
momentos que han caracterizado el camino de la Iglesia en
período? La Virgen ha sostenido durante estos cuatro decen
los pastores y, en primer lugar, a los Sucesores de Pedro en
exigente ministerio al servicio del Evangelio; ha guiado a la Ig
hacia la fiel comprensión y aplicación de los documentos
conciliares. Por eso, haciéndome portavoz de toda la comun
eclesial, quisiera dar las gracias a la Virgen santísima y dirigir
ella con los mismos sentimientos que animaron a los padre
conciliares, los cuales dedicaron precisamente a María el últ
capítulo de la constitución dogmática Lumen gentium, subray
la relación inseparable que une a la Virgen con la Iglesia
Sí, queremos agradecerte, Virgen Madre de Dios y Madre nu
amadísima, tu intercesión en favor de la Iglesia. Tú, que abraz
sin reservas la voluntad divina, te consagraste con todas tu
energías a la persona y a la obra de tu Hijo, enséñanos a gua
en nuestro corazón y a meditar en silencio, como hiciste tú,
misterios de la vida de Cristo.
Tú, que avanzaste hasta el Calvario, siempre unida profundam
a tu Hijo, que en la cruz te donó como madre al discípulo Juan
que siempre te sintamos también cerca de nosotros en cad
instante de la existencia, sobre todo en los momentos de oscu
y de prueba.
Tú, que en Pentecostés, junto con los Apóstoles en oració
imploraste el don del Espíritu Santo para la Iglesia nacient
ayúdanos a perseverar en el fiel seguimiento de Cristo. A
dirigimos nuestra mirada con confianza, como «señal de
esperanza segura y de consuelo, hasta que llegue el día d
Señor» (Lumen gentium, 68).
A ti, María, te invocan con insistente oración los fieles de toda
partes del mundo, para que, exaltada en el cielo entre los áng
y los santos, intercedas por nosotros ante tu Hijo, «hasta
momento en que todas las familias de los pueblos, los que
honran con el nombre de cristianos, así como los que todaví
conocen a su Salvador, puedan verse felizmente reunidos en
concordia en el único pueblo de Dios, para gloria de la santísi
indivisible Trinidad» (ib., 69). Amén.
[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español
16-X
MARÍA, EJEMPLO DE CARIDAD
(De la Encíclica "Deus cáritas est", 25-XII-05)
40. Contemplemos, por último, a los santos, a quienes han eje
de modo ejemplar la caridad. (...)
41. Entre los santos, sobresale María, Madre del Señor y espe
toda santidad. El Evangelio de Lucas la muestra comprometid
un servicio de caridad a su prima Isabel, con la cual perman
«unos tres meses» (Lc 1,56) para atenderla durante la fase
del embarazo. «Magnificat anima mea Dominum», -«proclam
alma la grandeza del Señor» (Lc 1,46)-, dice con ocasión de
visita, y con ello expresa todo el programa de su vida: no pon
a sí misma en el centro, sino dejar espacio a Dios, a quie
encuentra tanto en la oración como en el servicio al prójimo;
entonces el mundo se hace bueno. María es grande precisam
porque quiere enaltecer a Dios y no a sí misma. Ella es hum
no quiere ser sino la sierva del Señor (cf. Lc 1,38.48). Sabe
contribuye a la salvación del mundo, no con una obra suya,
sólo poniéndose plenamente a disposición de la iniciativa de
Es una mujer de esperanza: sólo porque cree en las promesa
Dios y espera la salvación de Israel, el ángel puede presenta
ella y llamarla al servicio total de estas promesas. Es una muj
fe: «¡Dichosa tú, que has creído!», le dice Isabel (Lc 1,45
El Magníficat -un retrato de su alma, por decirlo así- está
completamente tejido por los hilos tomados de la Sagrada
Escritura, de la Palabra de Dios. Así se pone de relieve que
Palabra de Dios es verdaderamente su propia casa, de la cua
y entra con toda naturalidad. Habla y piensa con la Palabra
Dios; la Palabra de Dios se convierte en palabra suya, y su pa
nace de la Palabra de Dios. Además, así se pone de manifie
que sus pensamientos están en sintonía con el pensamiento
Dios, que su querer es un querer con Dios. Al estar íntimame
penetrada por la Palabra de Dios, puede convertirse en madr
la Palabra encarnada. María es, en fin, una mujer que am
¿Cómo podría ser de otro modo? Como creyente, que en la
piensa con el pensamiento de Dios y quiere con la voluntad
Dios, no puede ser más que una mujer que ama.
Lo intuimos en sus gestos silenciosos que nos narran los rel
evangélicos de la infancia. Lo vemos en la delicadeza con la
en Caná se percata de la necesidad en la que se encuentran
esposos, y la hace presente a Jesús. Lo vemos en la humilda
que acepta ser como olvidada en el período de la vida públic
Jesús, sabiendo que el Hijo tiene que fundar ahora una nue
familia y que la hora de la Madre llegará solamente en el mom
de la cruz, que será la verdadera hora de Jesús (cf. Jn 2,4; 1
Entonces, cuando los discípulos hayan huido, ella permanece
pie de la cruz (cf. Jn 19,25-27); más tarde, en el momento
Pentecostés, serán ellos los que se agrupen en torno a ella
espera del Espíritu Santo (cf. Hch 1,14).
42. La vida de los santos no comprende sólo su biografía terr
sino también su vida y actuación en Dios después de la muert
los santos es evidente que, quien va hacia Dios, no se aleja d
hombres, sino que se hace realmente cercano a ellos. En nad
vemos mejor que en María. La palabra del Crucificado al disc
-a Juan y, por medio de él, a todos los discípulos de Jesús: «
tienes a tu madre» (Jn 19,27)- se hace de nuevo verdadera
cada generación. María se ha convertido efectivamente en M
de todos los creyentes. A su bondad materna, así como a
pureza y belleza virginal, se dirigen los hombres de todos l
tiempos y de todas las partes del mundo en sus necesidade
esperanzas, en sus alegrías y sufrimientos, en su soledad y e
convivencia. Y siempre experimentan el don de su bondad
experimentan el amor inagotable que derrama desde lo má
profundo de su corazón.
Los testimonios de gratitud, que le manifiestan en todos lo
continentes y en todas las culturas, son el reconocimiento de
amor puro que no se busca a sí mismo, sino que sencillame
quiere el bien. La devoción de los fieles muestra al mismo tie
la intuición infalible de cómo es posible este amor: se alcan
merced a la unión más íntima con Dios, en virtud de la cual se
impregnado totalmente de él, una condición que permite a qui
bebido en el manantial del amor de Dios convertirse él mism
un manantial «del que manarán torrentes de agua viva» (Jn 7
María, la Virgen, la Madre, nos enseña qué es el amor, dónde
su origen y de dónde le viene su fuerza siempre nueva. A e
confiamos la Iglesia, su misión al servicio del amor:
Santa María, Madre de Dios,
tú has dado al mundo la verdadera luz,
Jesús, tu Hijo, el Hijo de Dios.
Te has entregado por completo
a la llamada de Dios
y te has convertido así en fuente
de la bondad que mana de Él.
Muéstranos a Jesús. Guíanos hacia Él.
Enséñanos a conocerlo y amarlo,
para que también nosotros
seamos capaces
de un verdadero amor
y ser fuentes de agua viva
en medio de un mundo sediento.
[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español
27
LA ANUNCIACIÓN DEL SEÑOR
(Homilía del 25-III-06)
Señores cardenales y patriarcas; venerados hermanos en
episcopado y en el sacerdocio; queridos hermanos y herman
Es para mí motivo de gran alegría presidir esta concelebració
los nuevos cardenales, después del consistorio de ayer, y
considero providencial que se realice en la solemnidad litúrgic
la Anunciación del Señor y bajo el sol que el Señor nos da.
efecto, en la encarnación del Hijo de Dios reconocemos lo
comienzos de la Iglesia. De allí proviene todo. Cada realizac
histórica de la Iglesia y también cada una de sus institucion
deben remontarse a aquel Manantial originario. Deben remon
a Cristo, Verbo de Dios encarnado. Es él a quien siempre
celebramos: el Emmanuel, el Dios-con-nosotros, por medio
cual se ha cumplido la voluntad salvífica de Dios Padre. Y,
embargo (precisamente hoy contemplamos este aspecto d
Misterio) el Manantial divino fluye por un canal privilegiado:
Virgen María. Con una imagen elocuente san Bernardo habl
respecto, de aquaeductus («acueducto») (cf. Sermo in Nativita
V. Mariae: PL 183, 437-448). Por tanto, al celebrar la encarna
del Hijo no podemos por menos de honrar a la Madre. A ella
dirigió el anuncio angélico; ella lo acogió y, cuando desde lo
hondo del corazón respondió: «He aquí la esclava del Señ
hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38), en ese momento
Verbo eterno comenzó a existir como ser humano en el tiem
De generación en generación sigue vivo el asombro ante e
misterio inefable. San Agustín, imaginando que se dirigía al á
de la Anunciación, pregunta: «¿Dime, oh ángel, por qué h
sucedido esto en María?». La respuesta, dice el mensajero,
contenida en las mismas palabras del saludo: «Alégrate, llen
gracia» (cf. Sermo 291,6). De hecho, el ángel, «entrando en
presencia», no la llama por su nombre terreno, María, sino po
nombre divino, tal como Dios la ve y la califica desde siemp
«Llena de gracia (gratia plena)», que en el original griego e
kecharitoméne, «llena de gracia», y la gracia no es más que
amor de Dios; por eso, en definitiva, podríamos traducir es
palabra así: «amada» por Dios (cf. Lc 1,28).
Orígenes observa que semejante título jamás se dio a un s
humano y que no se encuentra en ninguna otra parte de la sa
Escritura (cf. In Lucam 6,7). Es un título expresado en voz pa
pero esta «pasividad» de María, que desde siempre y par
siempre es la «amada» por el Señor, implica su libre
consentimiento, su respuesta personal y original: al ser amad
recibir el don de Dios, María es plenamente activa, porque ac
con disponibilidad personal la ola del amor de Dios que se der
en ella. También en esto ella es discípula perfecta de su Hijo
cual realiza totalmente su libertad en la obediencia al Padre
precisamente obedeciendo ejercita su libertad.
En la segunda lectura hemos escuchado la estupenda página
que el autor de la carta a los Hebreos interpreta el salmo 3
precisamente a la luz de la encarnación de Cristo: «Cuando C
entró en el mundo dijo: (...) "Aquí estoy, oh Dios, para hace
voluntad"» (Hb 10,5-7). Ante el misterio de estos dos «Aquí es
el «Aquí estoy» del Hijo y el «Aquí estoy» de la Madre, que
reflejan uno en el otro y forman un único Amén a la voluntad
amor de Dios, quedamos asombrados y, llenos de gratitud
adoramos.
¡Qué gran don, hermanos, poder realizar esta sugestiva
celebración en la solemnidad de la Anunciación del Señor! ¡C
luz podemos recibir de este misterio para nuestra vida de min
de la Iglesia! En particular vosotros, queridos nuevos carden
¡qué apoyo podréis tener para vuestra misión de eminent
«Senado» del Sucesor de Pedro!
Esta coincidencia providencial nos ayuda a considerar e
acontecimiento de hoy, en el que resalta de modo particula
principio petrino de la Iglesia, a la luz de otro principio, el mar
que es aún más originario y fundamental. La importancia d
principio mariano en la Iglesia fue puesta de relieve de mo
particular, después del Concilio, por mi amado predecesor el
Juan Pablo II, coherentemente con su lema Totus tuus. En
enfoque espiritual y en su incansable ministerio resultaba evid
a los ojos de todos la presencia de María como Madre y Rein
la Iglesia.
Esta presencia materna la sintió más que nunca en el atentad
13 de mayo de 1981, aquí, en la plaza de San Pedro. Com
recuerdo de aquel trágico suceso, quiso que dominara la plaz
San Pedro, desde lo alto del palacio apostólico, un mosaico c
imagen de la Virgen, para acompañar los momentos culminan
la trama ordinaria de su largo pontificado, que hace precisam
un año entraba en su última fase, dolorosa y al mismo tiem
triunfal, verdaderamente pascual.
El icono de la Anunciación, mejor que cualquier otro, nos per
percibir con claridad cómo todo en la Iglesia se remonta a e
misterio de acogida del Verbo divino, donde, por obra del Esp
Santo, se selló de modo perfecto la alianza entre Dios y l
humanidad. Todo en la Iglesia, toda institución y ministerio, in
el de Pedro y sus sucesores, está «puesto» bajo el manto d
Virgen, en el espacio lleno de gracia de su «sí» a la voluntad
Dios. Se trata de un vínculo que en todos nosotros tiene
naturalmente una fuerte resonancia afectiva, pero que tiene,
todo, un valor objetivo. En efecto, entre María y la Iglesia exis
vínculo connatural, que el concilio Vaticano II subrayó fuertem
con la feliz decisión de poner el tratado sobre la santísima Vi
como conclusión de la constitución Lumen gentium sobre la Ig
El tema de la relación entre el principio petrino y el marian
podemos encontrarlo también en el símbolo del anillo, que de
de poco os entregaré. El anillo es siempre un signo nupcial.
todos vosotros ya lo habéis recibido el día de vuestra ordena
episcopal, como expresión de fidelidad y de compromiso d
custodiar la santa Iglesia, esposa de Cristo (cf. Rito de la
ordenación de los obispos). El anillo que hoy os entrego, prop
la dignidad cardenalicia, quiere confirmar y reforzar dicho
compromiso partiendo, una vez más, de un don nupcial, que
recuerda que estáis ante todo íntimamente unidos a Cristo, p
cumplir la misión de esposos de la Iglesia.
Por tanto, que recibir el anillo sea para vosotros como reno
vuestro «sí», vuestro «aquí estoy», dirigido al mismo tiempo
Señor Jesús, que os ha elegido y constituido, y a su santa Igl
a la que estáis llamados a servir con amor esponsal. Así pues
dos dimensiones de la Iglesia, mariana y petrina, coinciden e
que constituye la plenitud de ambas, es decir, en el valor sup
de la caridad, el carisma «superior», el «camino más excelen
como escribe el apóstol san Pablo (1 Co 12,31; 13,13).
Todo pasa en este mundo. En la eternidad, sólo el Amor
permanece. Por eso, hermanos, aprovechando el tiempo pro
de la Cuaresma, esforcémonos por verificar que todas las co
tanto en nuestra vida personal como en la actividad eclesial e
que estamos insertados, estén impulsadas por la caridad y tie
a la caridad. Para ello, nos ilumina también el misterio que h
celebramos. En efecto, lo primero que hizo María después
acoger el mensaje del ángel fue ir «con prontitud» a casa de
prima Isabel para prestarle su servicio (cf. Lc 1,39). La iniciati
la Virgen brotó de una caridad auténtica, humilde y valient
movida por la fe en la palabra de Dios y por el impulso interio
Espíritu Santo. Quien ama se olvida de sí mismo y se pone
servicio del prójimo.
He aquí la imagen y el modelo de la Iglesia. Toda comunid
eclesial, como la Madre de Cristo, está llamada a acoger con
disponibilidad el misterio de Dios que viene a habitar en ella
impulsa por las sendas del amor. Este es el camino por el qu
querido comenzar mi pontificado, invitando a todos, con mi pr
encíclica, a edificar la Iglesia en la caridad, como «comunida
amor» (cf. Deus caritas est, segunda parte). Al buscar est
finalidad, venerados hermanos cardenales, vuestra cercan
espiritual y activa es para mí un gran apoyo y consuelo. Os do
gracias por ello, a la vez que os invito a todos, sacerdotes
diáconos, religiosos y laicos, a unirnos en la invocación del Es
Santo, a fin de que la caridad pastoral del Colegio de carden
sea cada vez más ardiente, para ayudar a toda la Iglesia a irr
en el mundo el amor de Cristo, para alabanza y gloria de
santísima Trinidad. Amén.
[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español
31***
DISCURSO AL FINAL DEL REZO DEL ROSARIO
EN EL SANTUARIO ROMANO DEL AMOR DIVINO (1-V-0
Queridos hermanos y hermanas: (...)
Hemos rezado el santo rosario, recorriendo los cinco mister
«gozosos», que nos han ayudado a revivir en nuestro corazó
inicios de nuestra salvación, desde la concepción de Jesús
obra del Espíritu Santo en el seno de la Virgen María hasta
misterio del Niño Jesús, a los doce años, perdido y encontrad
el templo de Jerusalén mientras escuchaba e interrogaba a
doctores.
Hemos repetido y hecho nuestras las palabras del ángel: «Di
salve, María, llena de gracia, el Señor está contigo» y tambié
exclamación con que santa Isabel acogió a la Virgen, que ha
acudido prontamente a su casa para ayudarle y servirle: «¡Be
tú eres entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!»
Hemos contemplado la fe dócil de María, que se fía sin reserv
Dios y se pone totalmente en sus manos. También nos hem
acercado, como los pastores, al Niño Jesús recostado en
pesebre y hemos reconocido y adorado en él al Hijo eterno de
que, por amor, se ha hecho nuestro hermano y así también nu
único Salvador.
Juntamente con María y José, también nosotros hemos entra
el templo para ofrecer a Dios al Niño y cumplir el rito de la
purificación; y aquí el anciano Simeón, con sus palabras, no
anticipado la salvación, pero también la contradicción y la cru
espada que, bajo la cruz del Hijo, traspasaría el alma de la Ma
precisamente así la hará no sólo madre de Dios sino tambi
nuestra madre común.
Queridos hermanos y hermanas, en este santuario veneram
María santísima con el título de Virgen del Amor Divino. Así q
plenamente de manifiesto el vínculo que une a María con
Espíritu Santo, ya desde el inicio de su existencia, cuando e
concepción, el Espíritu, el Amor eterno del Padre y del Hijo, hi
ella su morada y la preservó de toda sombra de pecado; lue
cuando por obra del mismo Espíritu concibió en su seno al Hi
Dios; después, también a lo largo de toda su vida, durante la
con la gracia del Espíritu, se cumplió en plenitud la exclamaci
María: «He aquí la esclava del Señor»; y, por último, cuando
la fuerza del Espíritu Santo, María fue llevada a los cielos con
su humanidad concreta para estar junto a su Hijo en la gloria
Dios Padre.
«María -escribí en la encíclica Deus caritas est- es una mujer
ama. Como creyente, que en la fe piensa con el pensamient
Dios y quiere con la voluntad de Dios, no puede ser más que
mujer que ama» (n. 41). Sí, queridos hermanos y hermanas, M
es el fruto y el signo del amor que Dios nos tiene, de su ternu
de su misericordia. Por eso, juntamente con nuestros herman
la fe de todos los tiempos y lugares, recurrimos a ella en nue
necesidades y esperanzas, en las vicisitudes alegres y dolor
de la vida. Mi pensamiento va, en este momento, con profun
participación, a la familia de la isla de Ischia, afectada por
desgracia que aconteció ayer.
Con el mes de mayo aumenta el número de los que, desde
parroquias de Roma y también desde muchos otros sitios, vie
aquí en peregrinación para orar y para gozar de la belleza y d
serenidad de estos lugares, que ayuda a descansar. Así pu
desde aquí, desde este santuario del Amor Divino esperamos
fuerte ayuda y un apoyo espiritual para la diócesis de Roma,
mí, su Obispo, y para los demás obispos colaboradores míos,
los sacerdotes, para las familias, para las vocaciones, para
pobres, para los que sufren y los enfermos, para los niños y
ancianos, para toda la nación italiana.
En especial, esperamos la fuerza interior para cumplir el voto
hicieron los romanos el 4 de junio de 1944, cuando pidiero
solemnemente a la Virgen del Amor Divino que esta ciudad f
preservada de los horrores de la guerra, y fueron escuchado
voto y la promesa de corregir y mejorar su conducta moral, p
hacerla más conforme a la del Señor Jesús.
También hoy es necesaria la conversión a Dios, a Dios Amor,
que el mundo se vea libre de las guerras y del terrorismo. No
recuerdan, por desgracia, las víctimas, como los militares q
murieron el jueves pasado en Nassiriya, Irak, a los que
encomendamos a la maternal intercesión de María, Reina d
paz.
Por tanto, queridos hermanos y hermanas, desde este santua
la Virgen del Amor Divino renuevo la invitación que hice en
encíclica Deus caritas est (n. 39): vivamos el amor y así haga
entrar la luz de Dios en el mundo. Amén.
[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español
5***
EN LA ESCUELA DE MARÍA
A los religiosos, seminaristas y movimientos eclesiales
(Czestochowa, 26 de mayo de 2006)
Queridos religiosos, religiosas, personas consagradas, tod
vosotros que, movidos por la voz de Jesús, lo habéis seguido
amor; queridos seminaristas, que os estáis preparando para
ministerio sacerdotal; queridos representantes de los Movimie
eclesiales, que lleváis la fuerza del Evangelio al mundo de vue
familias, de vuestros lugares de trabajo, de las universidade
mundo de los medios de comunicación social y de la cultura
vuestras parroquias:
Como los Apóstoles con María «subieron a la estancia superi
allí «perseveraban en la oración con un mismo espíritu» (H
1,12.14), así también hoy nos hemos reunido aquí, en Jasna
que es para nosotros, en esta hora, la «estancia superior», d
María, la Madre del Señor, está en medio de nosotros. Hoy
guía nuestra meditación; nos enseña a orar. Nos indica cómo
nuestra mente y nuestro corazón a la fuerza del Espíritu Sa
que viene a nosotros para que lo llevemos a todo el mundo.
Queridos hermanos, necesitamos un momento de silencio
recogimiento para entrar en la escuela de María, a fin de que
enseñe cómo vivir de fe, cómo crecer en ella, cómo permanec
contacto con el misterio de Dios en los acontecimientos ordin
diarios, de nuestra vida. Con delicadeza femenina y con «
capacidad de conjugar la intuición penetrante con la palabra
apoyo y de estímulo» (Redemptoris Mater, 46), María sostuvo
de Pedro y de los Apóstoles en el Cenáculo, y hoy sostiene m
la vuestra.
«La fe es un contacto con el misterio de Dios», dijo el Santo P
Juan Pablo II (ib., 17), porque creer «quiere decir "abandona
en la verdad misma de la palabra del Dios viviente, sabiend
reconociendo humildemente "cuán insondables son sus desig
e inescrutables sus caminos"» (ib., 14). La fe es el don, recibi
el bautismo, que hace posible nuestro encuentro con Dios. Di
oculta en el misterio: pretender comprenderlo significaría qu
circunscribirlo en nuestros conceptos y en nuestro saber, y
perderlo irremediablemente. En cambio, mediante la fe pode
abrirnos paso a través de los conceptos, incluso los teológico
podemos «tocar» al Dios vivo. Y Dios, una vez tocado, no
transmite inmediatamente su fuerza. Cuando nos abandonam
Dios vivo, cuando en la humildad de la mente recurrimos a él
invade interiormente como un torrente escondido de vida div
¡Cuán importante es para nosotros creer en la fuerza de la fe
su capacidad de entablar una relación directa con el Dios vi
Debemos cuidar con esmero el desarrollo de nuestra fe, para
penetre realmente todas nuestras actitudes, nuestros
pensamientos, nuestras acciones e intenciones. La fe ocupa
lugar no sólo en los estados de ánimo y en las experiencia
religiosas, sino ante todo en el pensamiento y en la acción, e
trabajo diario, en la lucha contra sí mismos, en la vida comun
y en el apostolado, puesto que hace que nuestra vida est
impregnada de la fuerza de Dios mismo. La fe puede llevarn
siempre a Dios, incluso cuando nuestro pecado nos hace da
En el Cenáculo los Apóstoles no sabían lo que les esperab
Atemorizados, estaban preocupados por su futuro. Seguía
experimentado aún el asombro provocado por la muerte
resurrección de Jesús, y estaban angustiados por habers
quedado solos después de su ascensión al cielo. María, «la
había creído que se cumplirían las palabras del Señor» (cf.
1,45), asidua con los Apóstoles en la oración, enseñaba l
perseverancia en la fe. Con toda su actitud los convencía de q
Espíritu Santo, con su sabiduría, conocía bien el camino por e
los estaba conduciendo y que, por tanto, podían poner su
confianza en Dios, entregándose sin reservas a él, y entregán
también sus talentos, sus límites y su futuro.
RELIGIOSOS Y CONSAGRADOS
Muchos de vosotros habéis reconocido esta llamada secreta
Espíritu Santo y habéis respondido con todo el entusiasmo
vuestro corazón. El amor a Jesús, «derramado en vuestro
corazones por el Espíritu Santo que os ha sido dado» (cf. Rm
os ha indicado el camino de la vida consagrada. No lo habé
buscado vosotros. Ha sido Jesús quien os ha llamado, invitán
a una unión más profunda con él. En el sacramento del san
bautismo habéis renunciado a Satanás y a sus obras, y hab
recibido las gracias necesarias para la vida cristiana y la sant
Desde ese momento brotó en vosotros la gracia de la fe, que
permitido uniros a Dios.
En el momento de la profesión religiosa o de la promesa, la f
llevó a una adhesión total al misterio del Corazón de Jesús, c
tesoros habéis descubierto. Renunciasteis entonces a cos
buenas, a disponer libremente de vuestra vida, a formar un
familia, a acumular bienes, para poder ser libres de entregaro
reservas a Cristo y a su reino. ¿Recordáis vuestro entusias
cuando emprendisteis la peregrinación de la vida consagra
confiando en la ayuda de la gracia? Procurad no perder el im
originario, y dejad que María os conduzca a una adhesión c
vez más plena.
Queridos religiosos, queridas religiosas, queridas persona
consagradas, cualquiera que sea la misión que se os ha
encomendado, cualquiera que sea el servicio conventual
apostólico que estéis prestando, conservad en el corazón
primado de vuestra vida consagrada. Que ella renueve vuest
La vida consagrada, vivida en la fe, une íntimamente a Dios,
los carismas y confiere una extraordinaria fecundidad a vue
servicio.
CANDIDATOS AL SACERDOCIO
Amadísimos candidatos al sacerdocio, la reflexión sobre el m
como María aprendía de Jesús puede ayudaros en gran me
también a vosotros. Desde su primer «fiat», durante los larg
ordinarios años de su vida oculta, mientras educaba a Jesú
cuando en Caná de Galilea solicitaba el primer milagro, o p
último cuando en el Calvario al pie de la cruz contemplaba a J
lo «aprendía» en cada momento. Había acogido, primero en l
después en su seno, el Cuerpo de Jesús y lo había dado a luz
a día lo había adorado extasiada, lo había servido con am
responsable, había cantado en su corazón el Magníficat.
En vuestro camino y en vuestro futuro ministerio sacerdotal d
guiar por María para «aprender» a Jesús. Contempladlo, deja
él os forme, para que un día, en vuestro ministerio, seáis cap
de mostrarlo a todos los que se acerquen a vosotros. Cuan
toméis en vuestras manos el Cuerpo eucarístico de Jesús p
alimentar con él al pueblo de Dios, y cuando asumáis la
responsabilidad de la parte del Cuerpo místico que se os
encomiende, recordad la actitud de asombro y de adoración
caracterizó la fe de María. Del mismo modo que ella en su a
responsable y materno a Jesús conservó el amor virginal llen
asombro, así también vosotros, al arrodillaros litúrgicamente
momento de la consagración, conservad en vuestro corazón
capacidad de asombraros y de adorar. Reconoced en el pueb
Dios que se os encomiende los signos de la presencia de Cr
Estad atentos para percibir los signos de santidad que Dios
muestre entre los fieles. No temáis por los deberes y las incóg
del futuro. No temáis que os falten las palabras o que os rech
El mundo y la Iglesia necesitan sacerdotes, santos sacerdo
MIEMBROS DE LOS NUEVOS
MOVIMIENTOS ECLESIALES
Queridos representantes de los nuevos Movimientos en la Igl
la vitalidad de vuestras comunidades es un signo de la prese
activa del Espíritu Santo. Vuestra misión ha nacido de la fe d
Iglesia y de la riqueza de los frutos del Espíritu Santo. Deseo
seáis cada vez más numerosos, para servir a la causa del rein
Dios en el mundo de hoy. Creed en la gracia de Dios que o
acompaña, y llevadla al entramado vivo de la Iglesia y, de m
particular, a donde no puede llegar el sacerdote, el religioso
religiosa. Son numerosos los Movimientos a los que pertene
Os alimentáis de doctrina proveniente de diversas escuelas
espiritualidad, reconocidas por la Iglesia. Aprovechad la sabid
de los santos, recurrid a la herencia que han dejado. Form
vuestra mente y vuestro corazón en las obras de los grand
maestros y de los testigos de la fe, recordando que las escuel
espiritualidad no deben ser un tesoro encerrado en las bibliot
de los conventos. La sabiduría evangélica, leída en las obra
los grandes santos y verificada en la propia vida, se ha de llev
modo maduro, no infantil ni agresivo, al mundo de la cultura
trabajo, al mundo de los medios de comunicación social y d
política, al mundo de la vida familiar y social. Para verificar
autenticidad de vuestra fe y de vuestra misión, que no atrae
atención hacia sí, sino que realmente irradia en torno a sí la f
amor, confrontadla con la fe de María. Reflejaos en su coraz
Permaneced en su escuela.
Cuando los Apóstoles, llenos del Espíritu Santo, se dispersaro
todo el mundo para anunciar el Evangelio, uno de ellos, Jua
apóstol del amor, de modo particular «acogió a María en su c
(cf. Jn 19,27). Precisamente gracias a su profunda relación
Jesús y con María pudo insistir tan eficazmente en la verdad
que «Dios es amor» (1 Jn 4,8.16). Yo mismo quise tomar es
palabras como inicio de la primera encíclica de mi pontifica
Deus caritas est. Esta verdad sobre Dios es la más importan
más central. A todos aquellos a quienes resulta difícil creer
Dios, les repito hoy: «Dios es amor». Sed vosotros mismo
queridos amigos, testigos de esta verdad. Lo seréis eficazme
permanecéis en la escuela de María. Junto a ella experiment
vosotros mismos que Dios es amor y transmitiréis su mensa
mundo con la riqueza y la variedad que el mismo Espíritu Sa
sabrá suscitar.
¡Alabado sea Jesucristo!
[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español
2-V
S. S. Benedicto XVI
ENSEÑANZAS SOBRE LA VIRGEN MARÍA (II)
.
LA VISITACIÓN. GRATITUD A MARÍA
(En los jardines vaticanos, 31-V-06)
Queridos hermanos y hermanas:
Me alegra unirme a vosotros al final de este sugestivo encue
de oración mariana. Así, ante la gruta de Lourdes que se
encuentra en los jardines vaticanos, concluimos el mes de m
caracterizado este año por la acogida de la imagen de la Virg
Fátima en la plaza de San Pedro, con motivo del 25° anivers
del atentado contra el amado Juan Pablo II, y marcado tambié
el viaje apostólico que el Señor me permitió realizar a Polon
donde pude visitar los lugares queridos por mi gran predece
De esta peregrinación, de la que hablé esta mañana durant
audiencia general, me vuelve ahora a la mente, en particula
visita al santuario de Jasna Góra, en Czestochowa, dond
comprendí más profundamente cómo nuestra Abogada cele
acompaña el camino de sus hijos y no deja de escuchar la
súplicas que se le dirigen con humildad y confianza. Deseo d
una vez más las gracias, juntamente con vosotros, por habe
acompañado durante la visita a la querida tierra de Poloni
También quiero expresar a María mi gratitud porque me sost
en mi servicio diario a la Iglesia. Sé que puedo contar con
ayuda en toda situación; más aún, sé que ella previene con
intuición materna todas las necesidades de sus hijos e interv
eficazmente para sostenerlos: esta es la experiencia del pue
cristiano desde sus primeros pasos en Jerusalén.
Hoy, en la fiesta de la Visitación, como en todas las páginas
Evangelio, vemos a María dócil a los planes divinos y en actit
amor previsor a los hermanos. La humilde joven de Nazaret,
sorprendida por lo que el ángel Gabriel le había anunciado -
será la madre del Mesías prometido-, se entera de que tambié
anciana prima Isabel espera un hijo en su vejez. Sin demora
pone en camino, como dice el evangelista (cf. Lc 1,39), para l
«con prontitud» a la casa de su prima y ponerse a su disposi
en un momento de particular necesidad.
¡Cómo no notar que, en el encuentro entre la joven María y l
anciana Isabel, el protagonista oculto es Jesús! María lo llev
su seno como en un sagrario y lo ofrece como el mayor don
Zacarías, a su esposa Isabel y también al niño que está creci
en el seno de ella. «Apenas llegó a mis oídos la voz de tu sal
le dice la madre de Juan Bautista-, saltó de gozo el niño en
seno» (Lc 1,44). Donde llega María, está presente Jesús. Qu
abre su corazón a la Madre, encuentra y acoge al Hijo y se lle
su alegría. La verdadera devoción mariana nunca ofusca
menoscaba la fe y el amor a Jesucristo, nuestro Salvador, ú
mediador entre Dios y los hombres. Al contrario, consagrarse
Virgen es un camino privilegiado, que han recorrido numero
santos, para seguir más fielmente al Señor. Así pues,
consagrémonos a ella con filial abandono.
[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español
9-V
***
LA ASUNCIÓN DE MARÍA
(Homilía del 15-VIII-06)
Venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio
queridos hermanos y hermanas:
En el Magníficat, el gran canto de la Virgen que acabamos
escuchar en el evangelio, encontramos unas palabras
sorprendentes. María dice: «Desde ahora me felicitarán toda
generaciones». La Madre del Señor profetiza las alabanza
marianas de la Iglesia para todo el futuro, la devoción marian
pueblo de Dios hasta el fin de los tiempos. Al alabar a María
Iglesia no ha inventado algo «ajeno» a la Escritura: ha respon
a esta profecía hecha por María en aquella hora de gracia
Y estas palabras de María no eran sólo palabras personales
vez arbitrarias. Como dice san Lucas, Isabel había exclama
llena de Espíritu Santo: «Dichosa la que ha creído». Y Mar
también llena de Espíritu Santo, continúa y completa lo que
Isabel, afirmando: «Me felicitarán todas las generaciones». Es
auténtica profecía, inspirada por el Espíritu Santo, y la Iglesi
venerar a María, responde a un mandato del Espíritu Sant
cumple un deber.
Nosotros no alabamos suficientemente a Dios si no alabamo
sus santos, sobre todo a la «Santa» que se convirtió en su mo
en la tierra, María. La luz sencilla y multiforme de Dios sólo se
manifiesta en su variedad y riqueza en el rostro de los santos
son el verdadero espejo de su luz. Y precisamente viendo el r
de María podemos ver mejor que de otras maneras la bellez
Dios, su bondad, su misericordia. En este rostro podemos pe
realmente la luz divina.
«Me felicitarán todas las generaciones». Nosotros podemos a
a María, venerar a María, porque es «feliz», feliz para siempr
este es el contenido de esta fiesta. Feliz porque está unida a
porque vive con Dios y en Dios. El Señor, en la víspera de
Pasión, al despedirse de los suyos, dijo: «Voy a prepararos
morada en la gran casa del Padre. Porque en la casa de mi P
hay muchas moradas» (cf. Jn 14,2). María, al decir: «He aqu
esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra», preparó
en la tierra la morada para Dios; con cuerpo y alma se transfo
en su morada, y así abrió la tierra al cielo.
San Lucas, en el pasaje evangélico que acabamos de escuc
nos da a entender de diversas maneras que María es la verda
Arca de la alianza, que el misterio del templo -la morada de D
aquí en la tierra- se realizó en María. En María Dios habit
realmente, está presente aquí en la tierra. María se convierte
tienda. Lo que desean todas las culturas, es decir, que Dios h
entre nosotros, se realiza aquí. San Agustín dice: «Antes d
concebir al Señor en su cuerpo, ya lo había concebido en
alma». Había dado al Señor el espacio de su alma y así s
convirtió realmente en el verdadero Templo donde Dios s
encarnó, donde Dios se hizo presente en esta tierra.
Así, al ser la morada de Dios en la tierra, ya está preparada e
su morada eterna, ya está preparada esa morada para siemp
este es todo el contenido del dogma de la Asunción de María
gloria del cielo en cuerpo y alma, expresado aquí en esta
palabras. María es «feliz» porque se ha convertido -totalmente
cuerpo y alma, y para siempre- en la morada del Señor. Si es
verdad, María no sólo nos invita a la admiración, a la venerac
además, nos guía, nos señala el camino de la vida, nos mue
cómo podemos llegar a ser felices, a encontrar el camino de
felicidad.
Escuchemos una vez más las palabras de Isabel, que se
completan en el Magníficat de María: «Dichosa la que ha cre
El acto primero y fundamental para transformarse en morada
Dios y encontrar así la felicidad definitiva es creer, es la fe en
en el Dios que se manifestó en Jesucristo y que se nos revela
palabra divina de la sagrada Escritura.
Creer no es añadir una opinión a otras. Y la convicción, la fe
que Dios existe, no es una información como otras. Mucha
informaciones no nos importa si son verdaderas o falsas, pue
cambian nuestra vida. Pero, si Dios no existe, la vida es vací
futuro es vacío. En cambio, si Dios existe, todo cambia, la vid
luz, nuestro futuro es luz y tenemos una orientación para sa
cómo vivir.
Por eso, creer constituye la orientación fundamental de nue
vida. Creer, decir: «Sí, creo que tú eres Dios, creo que en el
encarnado estás presente entre nosotros», orienta mi vida,
impulsa a adherirme a Dios, a unirme a Dios y a encontrar a
lugar donde vivir, y el modo como debo vivir. Y creer no es s
una forma de pensamiento, una idea; como he dicho, es u
acción, una forma de vivir. Creer quiere decir seguir la sen
señalada por la palabra de Dios.
María, además de este acto fundamental de la fe, que es un
existencial, una toma de posición para toda la vida, añade e
palabras: «Su misericordia llega a todos los que le temen d
generación en generación». Con toda la Escritura, habla d
«temor de Dios». Tal vez conocemos poco esta palabra, o no
gusta mucho. Pero el «temor de Dios» no es angustia, es algo
diferente. Como hijos, no tenemos miedo del Padre, pero tene
temor de Dios, la preocupación por no destruir el amor sobr
que está construida nuestra vida. Temor de Dios es el sentid
responsabilidad que debemos tener; responsabilidad por la po
del mundo que se nos ha encomendado en nuestra vida
responsabilidad de administrar bien esta parte del mundo y d
historia que somos nosotros, contribuyendo así a la auténti
edificación del mundo, a la victoria del bien y de la paz.
«Me felicitarán todas las generaciones»: esto quiere decir qu
futuro, el porvenir, pertenece a Dios, está en las manos de Dio
decir, que Dios vence. Y no vence el dragón, tan fuerte, del
habla hoy la primera lectura: el dragón que es la representaci
todas las fuerzas de la violencia del mundo. Parecen invenci
pero María nos dice que no son invencibles. La Mujer, como
muestran la primera lectura y el evangelio, es más fuerte por
Dios es más fuerte.
Ciertamente, en comparación con el dragón, tan armado, e
Mujer, que es María, que es la Iglesia, parece indefensa,
vulnerable. Y realmente Dios es vulnerable en el mundo, porq
el Amor, y el amor es vulnerable. A pesar de ello, él tiene el f
en la mano; vence el amor y no el odio; al final vence la pa
Este es el gran consuelo que entraña el dogma de la Asunció
María en cuerpo y alma a la gloria del cielo. Damos gracias
Señor por este consuelo, pero también vemos que este cons
nos compromete a estar del lado del bien, de la paz.
Oremos a María, la Reina de la paz, para que ayude a la vic
de la paz hoy: «Reina de la paz, ¡ruega por nosotros!». Am
CATEQUESIS SOBRE LA ASUNCIÓN DE MARÍA
(Miércoles, 16 de agosto de 2006)
Queridos hermanos y hermanas:
Nuestro tradicional encuentro semanal del miércoles se realiz
todavía en el clima de la solemnidad de la Asunción de la
santísima Virgen María. Por tanto, quisiera invitaros a dirigi
mirada, una vez más, a nuestra Madre celestial, que ayer la li
nos hizo contemplar triunfante con Cristo en el cielo.
Es una fiesta muy arraigada en el pueblo cristiano, ya desde
primeros siglos del cristianismo. Como es sabido, en ella s
celebra la glorificación, también corporal, de la criatura que Di
escogió como Madre y que Jesús en la cruz dio como Madr
toda la humanidad.
La Asunción evoca un misterio que nos afecta a cada uno
nosotros, porque, como afirma el concilio Vaticano II, María «
ante el pueblo de Dios en marcha como señal de esperanza c
y de consuelo» (Lumen gentium, 68). Ahora bien, estamos
inmersos en las vicisitudes de cada día, que a veces olvidam
esta consoladora realidad espiritual, que constituye una impor
verdad de fe.
Entonces, ¿cómo hacer que todos nosotros y la sociedad ac
percibamos cada vez más esta señal luminosa de esperanza?
quienes viven como si no tuvieran que morir o como si todo
acabara con la muerte; algunos se comportan como si el hom
fuera el único artífice de su propio destino, como si Dios n
existiera, llegando en ocasiones incluso a negar que haya esp
para él en nuestro mundo.
Sin embargo, los grandes progresos de la técnica y de la cie
que han mejorado notablemente la condición de la humanid
dejan sin resolver los interrogantes más profundos del alm
humana. Sólo la apertura al misterio de Dios, que es Amor, p
colmar la sed de verdad y felicidad de nuestro corazón. Sólo
perspectiva de la eternidad puede dar valor auténtico a lo
acontecimientos históricos y sobre todo al misterio de la fragi
humana, del sufrimiento y de la muerte.
Contemplando a María en la gloria celestial, comprendemos
tampoco para nosotros la tierra es una patria definitiva y que
vivimos orientados hacia los bienes eternos, un día compartir
su misma gloria y así se hace más hermosa también la tierra
esto, aun entre las numerosas dificultades diarias, no debem
perder la serenidad y la paz.
La señal luminosa de la Virgen María elevada al cielo brilla
más cuando parecen acumularse en el horizonte sombras tri
de dolor y violencia. Tenemos la certeza de que desde lo a
María sigue nuestros pasos con dulce preocupación, nos
tranquiliza en los momentos de oscuridad y tempestad, nos se
con su mano maternal. Sostenidos por esta certeza, prosiga
confiados nuestro camino de compromiso cristiano adonde
lleva la Providencia. Sigamos adelante en nuestra vida guiado
María. ¡Gracias!
***
SANTA MADRE DE DIOS,
GUÍANOS SIEMPRE HACIA JESÚS
(Homilía en el santuario mariano de Altötting, 11-IX-06)
Queridos hermanos en el ministerio episcopal y sacerdota
queridos hermanos y hermanas:
En la primera lectura, en el salmo responsorial y en el pasa
evangélico de hoy, se nos presenta tres veces y en forma sie
diferente a María, la Madre del Señor, como una mujer que or
el libro de los Hechos de los Apóstoles la encontramos en m
de la comunidad de los Apóstoles reunidos en el Cenáculo
invocando al Señor, que ascendió al Padre, para que cumpla
promesa: «Seréis bautizados en el Espíritu Santo dentro de p
días» (Hch 1,5). María guía a la Iglesia naciente en la oración
casi la Iglesia orante en persona. Y así, juntamente con la g
comunidad de los santos y como su centro, está también hoy
Dios intercediendo por nosotros, pidiendo a su Hijo que enví
Espíritu una vez más a la Iglesia y al mundo, y que renueve l
de la tierra.
Hemos respondido a esta lectura cantando con María el gr
himno de alabanza que ella entonó cuando Isabel la llam
bienaventurada a causa de su fe. Es una oración de acción
gracias, de alegría en Dios, de bendición por sus grandes haz
El tenor de este himno es claro desde sus primeras palabra
«Proclama mi alma la grandeza del Señor». Proclamar la gran
del Señor significa darle espacio en el mundo, en nuestra vi
permitirle entrar en nuestro tiempo y en nuestro obrar: esta e
esencia más profunda de la verdadera oración. Donde se proc
la grandeza de Dios, el hombre no queda empequeñecido:
también el hombre queda engrandecido y el mundo result
luminoso.
Por último, en el pasaje evangélico, María pide a su Hijo un f
para unos amigos que pasan dificultades. A primera vista, e
puede parecer una conversación enteramente humana entr
Madre y su Hijo; y, en efecto, también es un diálogo lleno d
profunda humanidad. Pero María no se dirige a Jesús simplem
como a un hombre, contando con su habilidad y disponibilida
ayudar. Ella confía una necesidad humana a su poder, a un p
que supera la habilidad y la capacidad humanas.
En este diálogo con Jesús la vemos realmente como Madre
pide, que intercede. Conviene profundizar un poco en este pa
del evangelio, para entender mejor a Jesús y a María, y tam
para aprender de María el modo correcto de orar. María
propiamente no hace una petición a Jesús; simplemente le d
«No tienen vino» (Jn 2,3). Las bodas en Tierra Santa se
celebraban durante una semana entera; todo el pueblo partici
y, por consiguiente, se consumía mucho vino. Los esposos
encuentran en dificultades y María simplemente se lo dice a J
No le pide nada en particular, y mucho menos, que Jesús utili
poder, que realice un milagro produciendo vino. Simplemen
informa a Jesús y le deja decidir lo que conviene hacer.
Así pues, en las sencillas palabras de la Madre de Jesús pod
apreciar dos cosas: por una parte, su afectuosa solicitud por
hombres, la atención maternal que la lleva a percibir los probl
de los demás. Vemos su cordial bondad y su disponibilidad
ayudar. Esta es la Madre a la que tantas personas, desde h
muchas generaciones, han venido aquí a Altötting en
peregrinación. A ella confiamos nuestras preocupaciones, nue
necesidades y nuestras dificultades. Aquí aparece, por primer
en la sagrada Escritura, la bondad y disponibilidad a ayudar d
Madre, en la que confiamos. Pero además de este primer asp
que a todos nos resulta muy familiar, hay otro, que podría
pasarnos fácilmente desapercibido: María lo deja todo al juic
Dios. En Nazaret, entregó su voluntad, sumergiéndola en la
Dios: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según
palabra» (Lc 1,38). Esta sigue siendo su actitud fundamental
nos enseña a rezar: no querer afirmar ante Dios nuestra volun
nuestros deseos, por muy importantes o razonables que n
parezcan, sino presentárselos a él y dejar que él decida lo q
quiera hacer. De María aprendemos la bondad y la disposici
ayudar, pero también la humildad y la generosidad para acep
voluntad de Dios, confiando en él, convencidos de que su
respuesta, sea cual sea, será lo mejor para nosotros.
Podemos comprender muy bien la actitud y las palabras de M
pero nos resulta difícil entender la respuesta de Jesús. Pa
comenzar, no nos gusta la palabra con que se dirige a ella
«Mujer». ¿Por qué no le dice «Madre»? En realidad, este tít
expresa el lugar que ocupa María en la historia de la salvac
Remite al futuro, a la hora de la crucifixión, cuando Jesús le
«Mujer, ahí tienes a tu hijo», «Hijo, ahí tienes a tu madre» (c
19,26-27). Por tanto, indica anticipadamente la hora en que
convertirá a la mujer, a su Madre, en Madre de todos sus
discípulos. Por otra parte, ese título evoca el relato de la crea
de Eva: Adán, en medio de la creación, con toda su magnifice
como ser humano se siente solo. Entonces Dios crea a Eva,
ella Adán encuentra la compañera que buscaba y le da el nom
de «mujer». Así, en el evangelio según san Juan, María repre
la mujer nueva, la mujer definitiva, la compañera del Reden
nuestra Madre: ese título, en apariencia poco afectuoso, exp
realmente la grandeza de su misión perenne.
Nos gusta menos aún lo que Jesús dice luego a María en Ca
«¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi ho
(Jn 2,4). Quisiéramos objetar: ¡tienes mucho con ella! Fue e
quien te dio la carne y la sangre, tu cuerpo; y no sólo tu cue
con su «sí», que pronunció desde lo más hondo de su coraz
ella te engendró en su vientre; con amor maternal te dio la vid
introdujo en la comunidad del pueblo de Israel.
Si así le hablamos a Jesús, ya vamos por buen camino pa
entender su respuesta. Porque todo esto debe hacernos reco
que en el contexto de la encarnación de Jesús hay dos diálo
que van juntos y se funden, se hacen uno. Está ante todo
diálogo de María con el arcángel Gabriel, en el que ella dic
«Hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38). Pero existe un t
paralelo a este, podríamos decir un diálogo dentro de Dios, qu
encuentra recogido en la carta a los Hebreos, cuando dice qu
palabras del salmo 40 son como un diálogo entre el Padre y
Hijo, un diálogo con el que se inicia la Encarnación. El Hijo et
dice al Padre: «Sacrificio y oblación no quisiste; pero me h
formado un cuerpo. (...) He aquí que vengo (...) para hacer,
Dios, tu voluntad» (Hb 10,5-7; cf. Sal 40,6-8).
El «sí» del Hijo -«He aquí que vengo para hacer tu voluntad»
«sí» de María -«Hágase en mí según tu palabra»- se conviert
un único «sí». De esta manera el Verbo se hace carne en M
En este doble «sí» la obediencia del Hijo se hace cuerpo, M
con su «sí» le da el cuerpo. «¿Qué tengo yo contigo, mujer?»
relación más profunda que tienen Jesús y María es este do
«sí», gracias a cuya coincidencia se realizó la encarnación. C
respuesta nuestro Señor alude a este punto de su profundís
unidad. A él remite a su Madre. Ahí, en este común «sí» a
voluntad del Padre, se encuentra la solución. También noso
debemos aprender a encaminarnos hacia este punto; ah
encontraremos la respuesta a nuestras preguntas.
Partiendo de ahí comprendemos ahora también la segunda f
de la respuesta de Jesús: «Todavía no ha llegado mi hora». J
nunca actúa solamente por sí mismo; nunca actúa para agrad
los otros. Actúa siempre partiendo del Padre, y esto es
precisamente lo que lo une a María, porque ahí, en esa unida
voluntad con el Padre, ha querido poner también ella su petic
Por eso, después de la respuesta de Jesús, que parece rech
la petición, ella sorprendentemente puede decir a los servido
con sencillez: «Haced lo que él os diga» (Jn 2,5).
Jesús no hace un prodigio, no juega con su poder en un asu
que, en el fondo, es totalmente privado. No; él realiza un signo
el que anuncia su hora, la hora de las bodas, la hora de la u
entre Dios y el hombre. Él no se limita a «producir» vino, sino
transforma las bodas humanas en una imagen de las boda
divinas, a las que el Padre invita mediante el Hijo y en las que
plenitud del bien, representada por la abundancia del vino. L
bodas se convierten en imagen del momento en que Jesús lle
amor hasta el extremo, permite que le desgarren el cuerpo, y
se entrega a nosotros para siempre, se hace uno con nosot
bodas entre Dios y el hombre.
La hora de la cruz, la hora de la que brota el Sacramento, e
que él se nos da realmente en carne y sangre, pone su cuerp
nuestras manos y en nuestro corazón; esta es la hora de l
bodas.
Así, de un modo verdaderamente divino, se resuelve la neces
del momento y se rebasa ampliamente la petición inicial. La
de Jesús no ha llegado aún, pero en el signo de la conversió
agua en vino, en el signo del don festivo, anticipa su hora ya
este momento.
Su «hora» es la cruz; su hora definitiva será su vuelta al final d
tiempos. Él anticipa continuamente esta hora definitiva
precisamente en la Eucaristía, en la cual ya ahora viene siemp
lo sigue haciendo siempre por intercesión de su Madre, po
intercesión de la Iglesia, que lo invoca en las plegarias
eucarísticas: «¡Ven, Señor Jesús!». En el canon, la Iglesia im
siempre nuevamente esta anticipación de la «hora», pide q
venga ya ahora y se entregue a nosotros.
Así queremos dejarnos guiar por María, por la Madre de la
gracias de Altötting, por la Madre de todos los fieles, hacia
«hora» de Jesús. Pidámosle a él el don de reconocerlo y
comprenderlo cada vez más. Y no nos limitemos a recibirlo só
el momento de la Comunión. Él permanece presente en la H
santa y nos espera continuamente. En Altötting la adoración
Señor en la Eucaristía ha encontrado un lugar nuevo en la an
capilla del tesoro. María y Jesús siempre van juntos. Mediant
queremos permanecer en diálogo con el Señor, aprendiendo
recibirlo mejor.
¡Santa Madre de Dios, ruega por nosotros, como rogaste en C
por los esposos! Guíanos siempre hacia Jesús. Amén.
[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español
22-I
***
LA INMACULADA CONCEPCIÓN
(Ángelus del 8-XII-06)
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy celebramos una de las fiestas de la santísima Virgen m
bellas y populares: la Inmaculada Concepción. María no sólo
cometió pecado alguno, sino que fue preservada incluso de
herencia común del género humano que es la culpa original, p
misión a la que Dios la destinó desde siempre: ser la Madre
Redentor.
Todo esto está contenido en la verdad de fe de la «Inmacula
Concepción». El fundamento bíblico de este dogma se encue
en las palabras que el ángel dirigió a la joven de Nazaret
«Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc 1,28). «
de gracia» -en el original griego kecharitoméne- es el nombre
hermoso de María, un nombre que le dio Dios mismo para in
que desde siempre y para siempre es la amada, la elegida,
escogida para acoger el don más precioso, Jesús, «el am
encarnado de Dios» (Deus caritas est, 12).
Podemos preguntarnos: ¿por qué entre todas las mujeres D
escogió precisamente a María de Nazaret? La respuesta e
oculta en el misterio insondable de la voluntad divina. Sin emb
hay un motivo que el Evangelio pone de relieve: su humildad
subraya bien Dante Alighieri en el último canto del «Paraíso
«Virgen Madre, hija de tu Hijo, la más humilde y más alta de t
las criaturas, término fijo del designio eterno» (Paraíso XXXIII
Lo dice la Virgen misma en el Magníficat, su cántico de alaba
«Proclama mi alma la grandeza del Señor, (...) porque ha mira
humildad de su esclava» (Lc 1,46.48). Sí, Dios quedó prendad
la humildad de María, que encontró gracia a sus ojos (cf. Lc 1
Así llegó a ser la Madre de Dios, imagen y modelo de la Igle
elegida entre los pueblos para recibir la bendición del Seño
difundirla a toda la familia humana.
Esta «bendición» es Jesucristo. Él es la fuente de la gracia, d
que María quedó llena desde el primer instante de su existen
Acogió con fe a Jesús y con amor lo donó al mundo. Esta
también nuestra vocación y nuestra misión, la vocación y la m
de la Iglesia: acoger a Cristo en nuestra vida y donarlo al mu
«para que el mundo se salve por él» (Jn 3,17).
Queridos hermanos y hermanas, la fiesta de la Inmaculada ilu
como un faro el período de Adviento, que es un tiempo de vig
y confiada espera del Salvador. Mientras salimos al encuentr
Dios que viene, miramos a María que «brilla como signo d
esperanza segura y de consuelo para el pueblo de Dios e
camino» (Lumen gentium, 68). Con esta certeza os invito a u
a mí cuando, por la tarde, renueve en la plaza de España
tradicional homenaje a esta dulce Madre por gracia y de la gr
A ella nos dirigimos ahora con la oración que recuerda el anu
del ángel.
[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español
15-X
***
HOMENAJE A LA INMACULADA
(Roma, Plaza de España, 8-XII-06)
Oh María, Virgen Inmaculada: También este año nos volvem
encontrar con amor filial al pie de tu imagen para renovarte
homenaje de la comunidad cristiana y de la ciudad de Rom
Hemos venido a orar, siguiendo la tradición iniciada por los P
anteriores, en el día solemne en el que la liturgia celebra t
Inmaculada Concepción, misterio que es fuente de alegría y
esperanza para todos los redimidos.
Te saludamos y te invocamos con las palabras del ángel: «L
de gracia» (Lc 1,28), el nombre más bello, con el que Dios m
te llamó desde la eternidad.
«Llena de gracia» eres tú, María, colmada del amor divino des
primer instante de tu existencia, providencialmente predestina
ser la Madre del Redentor e íntimamente asociada a él en
misterio de la salvación.
En tu Inmaculada Concepción resplandece la vocación de
discípulos de Cristo, llamados a ser, con su gracia, santos
inmaculados en el amor (cf. Ef 1,4).
En ti brilla la dignidad de todo ser humano, que siempre e
precioso a los ojos del Creador.
Quien fija en ti su mirada, Madre toda santa, no pierde la
serenidad, por más duras que sean las pruebas de la vida
Aunque es triste la experiencia del pecado, que desfigura
dignidad de los hijos de Dios, quien recurre a ti redescubre
belleza de la verdad y del amor, y vuelve a encontrar el cam
que lleva a la casa del Padre.
«Llena de gracia» eres tú, María, que al acoger con tu «sí»
proyectos del Creador, nos abriste el camino de la salvació
Enséñanos a pronunciar también nosotros, siguiendo tu ejem
nuestro «sí» a la voluntad del Señor.
Un «sí» que se une a tu «sí» sin reservas y sin sombras, qu
Padre quiso necesitar para engendrar al Hombre nuevo, Cri
único Salvador del mundo y de la historia.
Danos la valentía para decir «no» a los engaños del poder,
dinero y del placer; a las ganancias ilícitas, a la corrupción y
hipocresía, al egoísmo y a la violencia.
«No» al Maligno, príncipe engañador de este mundo.
«Sí» a Cristo, que destruye el poder del mal con la omnipote
del amor.
Sabemos que sólo los corazones convertidos al Amor, que
Dios, pueden construir un futuro mejor para todos.
«Llena de gracia» eres tú, María. Tu nombre es para todas
generaciones prenda de esperanza segura.
Sí, porque, como escribe el sumo poeta Dante, para nosotros
mortales, tú «eres fuente viva de esperanza» (Paraíso, XXXIII
Como peregrinos confiados, acudimos una vez más a esta fu
al manantial de tu Corazón inmaculado, para encontrar en ella
consuelo, alegría y amor, seguridad y paz.
Virgen «llena de gracia», muéstrate Madre tierna y solícita co
habitantes de esta ciudad tuya, para que el auténtico espír
evangélico anime y oriente su comportamiento.
Muéstrate Madre y guardiana vigilante de Italia y Europa, para
de las antiguas raíces cristianas los pueblos sepan tomar nu
linfa para construir su presente y su futuro.
Muéstrate Madre providente y misericordiosa con el mundo en
para que, respetando la dignidad humana y rechazando toda
de violencia y de explotación, se pongan bases firmes para
civilización del amor.
Muéstrate Madre especialmente de los más necesitados: de
indefensos, de los marginados y los excluidos, de las víctima
una sociedad que con demasiada frecuencia sacrifica al hom
por otros fines e intereses.
Muéstrate Madre de todos, oh María, y danos a Cristo, esper
del mundo.
«Monstra te esse Matrem», oh Virgen Inmaculada, llena de gr
Amén.
[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español
15-X
***
LA MATERNIDAD Y VIRGINIDAD DE MARÍA
Jornada mundial de la paz
(Homilía del 1-I-07)
Queridos hermanos y hermanas:
La liturgia de hoy contempla, como en un mosaico, varios hec
realidades mesiánicas, pero la atención se concentra de mo
especial en María, Madre de Dios. Ocho días después de
nacimiento de Jesús recordamos a su Madre, la Theotókos
«Madre del Rey que gobierna cielo y tierra por los siglos de
siglos» (Antífona de entrada; cf. Sedulio). La liturgia medita ho
el Verbo hecho hombre y repite que nació de la Virgen. Refle
sobre la circuncisión de Jesús como rito de agregación a
comunidad, y contempla a Dios que dio a su Hijo unigénito c
cabeza del «pueblo nuevo» por medio de María. Recuerda
nombre que dio al Mesías y lo escucha pronunciado con tie
dulzura por su Madre. Invoca para el mundo la paz, la paz
Cristo, y lo hace a través de María, mediadora y cooperador
Cristo (cf. Lumen gentium, 60-61).
Comenzamos un nuevo año solar, que es un período ulterio
tiempo que nos ofrece la divina Providencia en el contexto d
salvación inaugurada por Cristo. Pero ¿el Verbo eterno no en
el tiempo precisamente por medio de María? Lo recuerda e
segunda lectura, que acabamos de escuchar, el apóstol san P
afirmando que Jesús nació «de una mujer» (cf. Ga 4,4). En
liturgia de hoy destaca la figura de María, verdadera Madre
Jesús, hombre-Dios. Por tanto, en esta solemnidad no se cel
una idea abstracta, sino un misterio y un acontecimiento histó
Jesucristo, persona divina, nació de María Virgen, la cual es,
sentido más pleno, su madre.
Además de la maternidad, hoy también se pone de relieve
virginidad de María. Se trata de dos prerrogativas que siempr
proclaman juntas y de manera inseparable, porque se integran
califican mutuamente. María es madre, pero madre virgen; M
es virgen, pero virgen madre. Si se descuida uno u otro aspe
no se comprende plenamente el misterio de María, tal como n
presentan los Evangelios. María, Madre de Cristo, es tamb
Madre de la Iglesia, como mi venerado predecesor el siervo
Dios Pablo VI proclamó el 21 de noviembre de 1964, durant
concilio Vaticano II. María es, por último, Madre espiritual de
la humanidad, porque en la cruz Jesús dio su sangre por tod
desde la cruz a todos encomendó a sus cuidados materno
Así pues, contemplando a María comenzamos este nuevo a
que recibimos de las manos de Dios como un «talento» prec
que hemos de hacer fructificar, como una ocasión providen
para contribuir a realizar el reino de Dios. En este clima de or
y de gratitud al Señor por el don de un nuevo año, me alegra
mi cordial saludo a... (...) Con ocasión de la actual Jornada mu
de la paz, dirigí a los gobernantes y a los responsables de
naciones, así como a todos los hombres y mujeres de bue
voluntad, el tradicional Mensaje, que este año tiene por tema
persona humana, corazón de la paz».
Estoy profundamente convencido de que «respetando a la pe
se promueve la paz, y de que construyendo la paz se ponen
bases para un auténtico humanismo integral» (Mensaje, 15-X
n. 1). Este compromiso compete de modo peculiar al cristia
llamado «a ser un incansable artífice de paz y un valiente defe
de la dignidad de la persona humana y de sus derechos
inalienables» (ib., n. 16). Precisamente por haber sido cread
imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1,27), todo individuo hum
sin distinción de raza, cultura y religión, está revestido de la m
dignidad de persona. Por eso ha de ser respetado, y ninguna
puede justificar jamás que se disponga de él a placer, como
fuera un objeto.
Ante las amenazas contra la paz, lamentablemente siemp
presentes; ante las situaciones de injusticia y de violencia, q
permanecen en varias regiones de la tierra; ante la persistenc
conflictos armados, a menudo olvidados por la mayor parte d
opinión pública; y ante el peligro del terrorismo, que perturb
seguridad de los pueblos, resulta más necesario que nunc
trabajar juntos en favor de la paz. Como recordé en el Mensa
paz es «al mismo tiempo un don y una tarea» (n. 3): un don q
preciso invocar con la oración, y una tarea que hay que real
con valentía, sin cansarse jamás.
El relato evangélico que hemos escuchado muestra la escen
los pastores de Belén que se dirigen a la cueva para adora
Niño, después de recibir el anuncio del ángel (cf. Lc 2,16). ¿C
no dirigir la mirada una vez más a la dramática situación q
caracteriza precisamente esa Tierra donde nació Jesús? ¿C
no implorar con oración insistente que también a esa región ll
cuanto antes el día de la paz, el día en que se resuelva
definitivamente el conflicto actual, que persiste ya desde ha
demasiado tiempo? Un acuerdo de paz, para ser duradero, d
apoyarse en el respeto de la dignidad y de los derechos de t
persona.
El deseo que formulo ante los representantes de las naciones
presentes es que la comunidad internacional aúne sus esfue
para que en nombre de Dios se construya un mundo en el qu
derechos esenciales del hombre sean respetados por todos.
embargo, para que esto acontezca, es necesario que el
fundamento de esos derechos sea reconocido no en simpl
pactos humanos, sino «en la naturaleza misma del hombre y
dignidad inalienable de persona creada por Dios» (Mensaje, n
En efecto, si los elementos constitutivos de la dignidad hum
quedan dependiendo de opiniones humanas mudables, tam
sus derechos, aunque sean proclamados solemnemente, aca
por debilitarse y por interpretarse de modos diversos. «Por ta
es importante que los Organismos internacionales no pierda
vista el fundamento natural de los derechos del hombre. Eso
pondría a salvo del peligro, por desgracia siempre al acecho,
cayendo hacia una interpretación meramente positivista de
mismos» (ib.).
«El Señor te bendiga y te proteja, (...). El Señor se fije en ti
conceda la paz» (Nm 6,24.26). Esta es la fórmula de bendició
hemos escuchado en la primera lectura. Está tomada del libr
los Números; en ella se repite tres veces el nombre del Señor
significar la intensidad y la fuerza de la bendición, cuya últim
palabra es «paz».
El término bíblico shalom, que traducimos por «paz», indica
conjunto de bienes en que consiste «la salvación» traída p
Cristo, el Mesías anunciado por los profetas. Por eso los crist
reconocemos en él al Príncipe de la paz. Se hizo hombre y n
en una cueva, en Belén, para traer su paz a los hombres de b
voluntad, a los que lo acogen con fe y amor. Así, la paz e
verdaderamente el don y el compromiso de la Navidad: un d
que es preciso acoger con humilde docilidad e invocar
constantemente con oración confiada; y un compromiso qu
convierte a toda persona de buena voluntad en un «canal de
Pidamos a María, Madre de Dios, que nos ayude a acoger a
Hijo y, en él, la verdadera paz. Pidámosle que ilumine nuest
ojos, para que sepamos reconocer el rostro de Cristo en el ro
de toda persona humana, corazón de la paz.
[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español
5
LA MATERNIDAD DIVINA DE MARÍA
Y EL DON DE LA PAZ
(Ángelus del 1-I-07)
Queridos hermanos y hermanas:
Al inicio del nuevo año me alegra dirigiros a todos vosotro
presentes en la plaza de San Pedro, y a cuantos están unido
nosotros mediante la radio y la televisión, mis más cordiale
deseos de paz y de bien. ¡Felicidades a todos! Os deseo pa
bien. Que la luz de Cristo, Sol que surgió en el horizonte de
humanidad, ilumine vuestro camino y os acompañe durante to
año 2007.
Con una feliz intuición, mi venerado predecesor el siervo de
Pablo VI quiso que el año comenzara bajo la protección de M
santísima, venerada como Madre de Dios. La comunidad cris
que durante estos días ha permanecido en oración y adorac
ante el belén, mira hoy con particular amor a la Virgen Madre
identifica con ella mientras contempla al Niño recién nacid
envuelto en pañales y recostado en el pesebre. Como Mar
también la Iglesia permanece en silencio para captar y custo
las resonancias interiores del Verbo encarnado, conservand
calor divino y humano que emana de su presencia. Él es l
bendición de Dios. La Iglesia, como la Virgen, no hace más
mostrar a todos a Jesús, el Salvador, y sobre cada uno refle
luz de su Rostro, esplendor de bondad y de verdad.
Hoy contemplamos a Jesús, nacido de María Virgen, en s
prerrogativa de verdadero «Príncipe de la paz» (Is 9,5). Él
«nuestra paz»; vino para derribar el «muro de separación» q
divide a los hombres y a los pueblos, es decir, «la enemistad
2,14). Por eso, el mismo Papa Pablo VI, de venerada memo
quiso que el 1 de enero fuera también la Jornada mundial d
paz: para que cada año comience con la luz de Cristo, el gr
pacificador de la humanidad.
Renuevo hoy mi deseo de paz a los gobernantes y a los
responsables de las naciones y de los organismos internacion
y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad. Lo hago
particular con el Mensaje especial que preparé juntamente co
colaboradores del Consejo pontificio Justicia y paz, y que este
tiene por tema: «La persona humana, corazón de la paz». E
Mensaje aborda un punto esencial, el valor de la persona hum
la columna que sostiene todo el gran edificio de la paz.
Hoy se habla mucho de derechos humanos, pero a menudo
olvida que necesitan un fundamento estable, no relativo, n
opinable. Y ese fundamento sólo puede ser la dignidad de
persona. El respeto a esta dignidad comienza con el
reconocimiento y la protección de su derecho a vivir y a prof
libremente su religión.
A la santa Madre de Dios dirigimos con confianza nuestra ora
para que se desarrolle en las conciencias el respeto sagrad
toda persona humana y el firme rechazo de la guerra y de
violencia.
María, tú que diste al mundo a Jesús, ayúdanos a acoger de
don de la paz y a ser sinceros y valientes constructores de p
[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español
5
***
ORACIÓN A LA VIRGEN DE LORETO
(Audiencia general del 14-II-07)
María, Madre del «sí»,
tú escuchaste a Jesús
y conoces el timbre de su voz
y el latido de su corazón.
Estrella de la mañana,
háblanos de él
y descríbenos tu camino
para seguirlo por la senda de la fe.
María, que en Nazaret habitaste con Jesús,
imprime en nuestra vida tus sentimientos,
tu docilidad, tu silencio que escucha
y hace florecer la Palabra
en opciones de auténtica libertad.
María, háblanos de Jesús,
para que el frescor de nuestra fe
brille en nuestros ojos
y caliente el corazón de aquellos
con quienes nos encontremos,
como tú hiciste al visitar a Isabel,
que en su vejez se alegró contigo
por el don de la vida.
María, Virgen del Magníficat,
ayúdanos a llevar la alegría al mundo
y, como en Caná, impulsa a todos los jóvenes
comprometidos en el servicio a los hermanos
a hacer sólo lo que Jesús les diga.
María, dirige tu mirada al ágora de los jóvenes,
para que sea el terreno fecundo de la Iglesia italiana.
Ora para que Jesús, muerto y resucitado,
renazca en nosotros
y nos transforme en una noche llena de luz,
llena de él.
María, Virgen de Loreto, puerta del cielo,
ayúdanos a elevar nuestra mirada a las alturas.
Queremos ver a Jesús, hablar con él
y anunciar a todos su amor.
[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español
16
LA ANUNCIACIÓN DE LA VIRGEN MARÍA
(Ángelus del 25-III-07)
Queridos hermanos y hermanas:
El 25 de marzo se celebra la solemnidad de la Anunciación d
Bienaventurada Virgen María. Este año coincide con un dom
de Cuaresma y por eso se celebrará mañana. De todas form
quisiera reflexionar ahora sobre este estupendo misterio de l
que contemplamos todos los días en el rezo del Ángelus. L
Anunciación, narrada al inicio del evangelio de san Lucas, e
acontecimiento humilde, oculto -nadie lo vio, nadie lo conoc
salvo María-, pero al mismo tiempo decisivo para la historia d
humanidad. Cuando la Virgen dijo su «sí» al anuncio del án
Jesús fue concebido y con él comenzó la nueva era de la his
que se sellaría después en la Pascua como «nueva y etern
alianza».
En realidad, el «sí» de María es el reflejo perfecto del de Cr
mismo cuando entró en el mundo, como escribe la carta a
Hebreos interpretando el Salmo 39: «He aquí que vengo -pue
mí está escrito en el rollo del libro- a hacer, oh Dios, tu volun
(Hb 10,7). La obediencia del Hijo se refleja en la obediencia d
Madre, y así, gracias al encuentro de estos dos «sí», Dios p
asumir un rostro de hombre. Por eso la Anunciación es tamb
una fiesta cristológica, porque celebra un misterio central de C
su Encarnación.
«He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra
respuesta de María al ángel se prolonga en la Iglesia, llamad
manifestar a Cristo en la historia, ofreciendo su disponibilidad
que Dios pueda seguir visitando a la humanidad con su
misericordia. De este modo, el «sí» de Jesús y de María s
renueva en el «sí» de los santos, especialmente de los márt
que son asesinados a causa del Evangelio. Lo subrayo record
que ayer, 24 de marzo, aniversario del asesinato de monse
Óscar Romero, arzobispo de San Salvador, se celebró la Jor
de oración y ayuno por los misioneros mártires: obispos,
sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos asesinados en e
cumplimiento de su misión de evangelización y promoció
humana.
Los misioneros mártires, como reza el tema de este año, s
«esperanza para el mundo», porque testimonian que el amo
Cristo es más fuerte que la violencia y el odio. No buscaron
martirio, pero estuvieron dispuestos a dar la vida para perman
fieles al Evangelio. El martirio cristiano solamente se justifica
acto supremo de amor a Dios y a los hermanos.
En este tiempo cuaresmal contemplamos con mayor frecuen
la Virgen, que en el Calvario sella el «sí» pronunciado en Naz
Unida a Jesús, el Testigo del amor del Padre, María vivió
martirio del alma. Invoquemos con confianza su intercesión,
que la Iglesia, fiel a su misión, dé al mundo entero testimon
valiente del amor de Dios.
[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español
30***
VISITACIÓN DE MARÍA A SU PRIMA ISABEL
(En los jardines vaticanos, 31-V-07)
Queridos hermanos y hermanas:
Con alegría me uno a vosotros al término de esta vigilia mari
siempre sugestiva, con la que se concluye en el Vaticano el
de mayo en la fiesta litúrgica de la Visitación de la santísima V
María. (...)
Meditando los misterios luminosos del santo rosario, habéis s
a esta colina donde habéis revivido espiritualmente, en el rela
evangelista san Lucas, la experiencia de María, que desde Na
de Galilea «se puso en camino hacia la montaña» (Lc 1,39)
llegar a la aldea de Judea donde vivía Isabel con su marid
Zacarías.
¿Qué impulsó a María, una joven, a afrontar aquel viaje? So
todo, ¿qué la llevó a olvidarse de sí misma, para pasar lo
primeros tres meses de su embarazo al servicio de su prim
necesitada de ayuda? La respuesta está escrita en un Salm
«Corro por el camino de tus mandamientos (Señor), pues tú
corazón dilatas» (Sal 118,32). El Espíritu Santo, que hizo pres
al Hijo de Dios en la carne de María, ensanchó su corazón ha
dimensión del de Dios y la impulsó por la senda de la carid
La Visitación de María se comprende a la luz del acontecimi
que, en el relato del evangelio de san Lucas, precede
inmediatamente: el anuncio del ángel y la concepción de Jesú
obra del Espíritu Santo. El Espíritu Santo descendió sobre
Virgen, el poder del Altísimo la cubrió con su sombra (cf. Lc 1
Ese mismo Espíritu la impulsó a «levantarse» y partir sin tard
(cf. Lc 1,39), para ayudar a su anciana pariente.
Jesús acaba de comenzar a formarse en el seno de María, pe
Espíritu ya ha llenado el corazón de ella, de forma que la Mad
empieza a seguir al Hijo divino: en el camino que lleva de Gal
Judea es el mismo Jesús quien «impulsa» a María, infundién
el ímpetu generoso de salir al encuentro del prójimo que tie
necesidad, el valor de no anteponer sus legítimas exigencias
dificultades y los peligros para su vida. Es Jesús quien la ayu
superar todo, dejándose guiar por la fe que actúa por la carida
Ga 5,6).
Meditando este misterio, comprendemos bien por qué la car
cristiana es una virtud «teologal». Vemos que el corazón de M
es visitado por la gracia del Padre, es penetrado por la fuerza
Espíritu e impulsado interiormente por el Hijo; o sea, vemos
corazón humano perfectamente insertado en el dinamismo d
santísima Trinidad. Este movimiento es la caridad, que en Ma
perfecta y se convierte en modelo de la caridad de la Iglesia,
manifestación del amor trinitario (cf. Deus caritas est, 19)
Todo gesto de amor genuino, incluso el más pequeño, contien
sí un destello del misterio infinito de Dios: la mirada de atenci
hermano, estar cerca de él, compartir su necesidad, curar s
heridas, responsabilizarse de su futuro, todo, hasta en los m
mínimos detalles, se hace «teologal» cuando está animado p
Espíritu de Cristo.
Que María nos obtenga el don de saber amar como ella su
amar. A María encomendamos esta singular porción de la Ig
que vive y trabaja en el Vaticano; le encomendamos la Cu
romana y las instituciones vinculadas a ella, para que el Espír
Cristo anime todo deber y todo servicio. Pero desde esta co
ampliamos la mirada a Roma y al mundo entero, y oramos
todos los cristianos, para que puedan decir con san Pablo:
amor de Cristo nos apremia» (2 Co 5,14), y con la ayuda de M
sepan difundir en el mundo el dinamismo de la caridad.
Os agradezco nuevamente vuestra devota y fervorosa
participación. Transmitid mi saludo a los enfermos, a los anci
y a cada uno de vuestros seres queridos. A todos imparto
corazón mi bendición.
[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español
15-V
LA ASUNCIÓN DE MARÍA
(Homilía del 15-VIII-07)
Queridos hermanos y hermanas:
En su gran obra «La ciudad de Dios», san Agustín dice una
que toda la historia humana, la historia del mundo, es una lu
entre dos amores: el amor a Dios hasta la pérdida de sí mis
hasta la entrega de sí mismo, y el amor a sí mismo hasta
desprecio de Dios, hasta el odio a los demás. Esta misma
interpretación de la historia como lucha entre dos amores, en
amor y el egoísmo, aparece también en la lectura tomada d
Apocalipsis, que acabamos de escuchar. Aquí estos dos am
se presentan en dos grandes figuras. Ante todo, está el dragó
fortísimo, con una manifestación impresionante e inquietante
poder sin gracia, sin amor, del egoísmo absoluto, del terror, d
violencia.
Cuando san Juan escribió el Apocalipsis, para él este drag
personificaba el poder de los emperadores romanos anticristia
desde Nerón hasta Domiciano. Este poder parecía ilimitado
poder militar, político y propagandístico del Imperio romano er
grande que ante él la fe, la Iglesia, parecía una mujer inerme
posibilidad de sobrevivir, y mucho menos de vencer. ¿Quién p
oponerse a este poder omnipresente, que aparentemente e
capaz de hacer todo? Y, sin embargo, sabemos que al final v
la mujer inerme; no venció el egoísmo ni el odio, sino el amo
Dios, y el Imperio romano se abrió a la fe cristiana.
Las palabras de la sagrada Escritura trascienden siempre
momento histórico. Así, este dragón no sólo indica el pode
anticristiano de los perseguidores de la Iglesia de aquel tiem
sino también las dictaduras materialistas anticristianas de todo
tiempos. Vemos de nuevo que este poder, esta fuerza del dra
rojo, se personifica en las grandes dictaduras del siglo pasad
dictadura del nazismo y la dictadura de Stalin tenían todo el p
penetraban en todos los lugares, hasta los últimos rincone
Parecía imposible que, a largo plazo, la fe pudiera sobrevivir
ese dragón tan fuerte, que quería devorar al Dios hecho niño
mujer, a la Iglesia. Pero en realidad, también en este caso, al
el amor fue más fuerte que el odio.
También hoy el dragón existe con formas nuevas, diversas. E
en la forma de ideologías materialistas, que nos dicen: es abs
pensar en Dios; es absurdo cumplir los mandamientos de Dio
algo del pasado. Lo único que importa es vivir la vida para
mismo, tomar en este breve momento de la vida todo lo que n
posible tomar. Sólo importa el consumo, el egoísmo, la diver
Esta es la vida. Así debemos vivir. Y, de nuevo, parece absu
parece imposible oponerse a esta mentalidad dominante, con
su fuerza mediática, propagandística. Parece imposible aún
pensar en un Dios que ha creado al hombre, que se ha hecho
y que sería el verdadero dominador del mundo.
También ahora este dragón parece invencible, pero también a
sigue siendo verdad que Dios es más fuerte que el dragón,
triunfa el amor y no el egoísmo.
Habiendo considerado así las diversas representaciones histó
del dragón, veamos ahora la otra imagen: la mujer vestida de
con la luna bajo sus pies, coronada por doce estrellas. Tamb
esta imagen presenta varios aspectos. Sin duda, un prime
significado es que se trata de la Virgen María vestida totalmen
sol, es decir, de Dios; es María, que vive totalmente en Dio
rodeada y penetrada por la luz de Dios. Está coronada por d
estrellas, es decir, por las doce tribus de Israel, por todo el pu
de Dios, por toda la comunión de los santos, y tiene bajo sus
la luna, imagen de la muerte y de la mortalidad. María super
muerte; está totalmente vestida de vida, elevada en cuerpo y
a la gloria de Dios; así, en la gloria, habiendo superado la mu
nos dice: «¡Ánimo, al final vence el amor! En mi vida dije: "¡He
la esclava del Señor!". En mi vida me entregué a Dios y al pró
Y esta vida de servicio llega ahora a la vida verdadera. Ten
confianza; tened también vosotros la valentía de vivir así co
todas las amenazas del dragón».
Este es el primer significado de la mujer, es decir, María. La «
vestida de sol» es el gran signo de la victoria del amor, de
victoria del bien, de la victoria de Dios. Un gran signo de
consolación. Pero esta mujer que sufre, que debe huir, que d
luz con gritos de dolor, también es la Iglesia, la Iglesia peregri
todos los tiempos. En todas las generaciones debe dar a luz
nuevo a Cristo, darlo al mundo con gran dolor, con gran
sufrimiento. Perseguida en todos los tiempos, vive casi en
desierto perseguida por el dragón. Pero en todos los tiempo
Iglesia, el pueblo de Dios, también vive de la luz de Dios y -c
dice el Evangelio- se alimenta de Dios, se alimenta con el pa
la sagrada Eucaristía. Así, la Iglesia, sufriendo, en todas la
tribulaciones, en todas las situaciones de las diversas épocas
las diferentes partes del mundo, vence. Es la presencia, la ga
del amor de Dios contra todas las ideologías del odio y de
egoísmo.
Ciertamente, vemos cómo también hoy el dragón quiere devo
Dios que se hizo niño. No temáis por este Dios aparenteme
débil. La lucha es algo ya superado. También hoy este Dios
es fuerte: es la verdadera fuerza. Así, la fiesta de la Asunció
María es una invitación a tener confianza en Dios y también
invitación a imitar a María en lo que ella misma dijo: «¡He aq
esclava del Señor!, me pongo a disposición del Señor». Esta
lección: seguir su camino; dar nuestra vida y no tomar la vid
Precisamente así estamos en el camino del amor, que consis
perderse, pero en realidad este perderse es el único camino
encontrarse verdaderamente, para encontrar la verdadera v
Contemplemos a María elevada al cielo. Renovemos nuestra
celebremos la fiesta de la alegría: Dios vence. La fe,
aparentemente débil, es la verdadera fuerza del mundo. El am
más fuerte que el odio. Y digamos con Isabel: «Bendita tú e
entre todas las mujeres». Te invocamos con toda la Iglesia: S
María, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora d
nuestra muerte. Amén.
[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español
24-V
***
LA ASUNCIÓN DE MARÍA
(Ángelus del 15-VIII-07)
Queridos hermanos y hermanas:
Celebramos hoy la solemnidad de la Asunción de la santísi
Virgen María. Se trata de una fiesta antigua, que tiene su
fundamento último en la sagrada Escritura. En efecto, la sag
Escritura presenta a la Virgen María íntimamente unida a su
divino y siempre solidaria con él. Madre e Hijo aparecen
estrechamente asociados en la lucha contra el enemigo infe
hasta la plena victoria sobre él. Esta victoria se manifiesta,
particular, con la derrota del pecado y de la muerte, es decir, c
derrota de aquellos enemigos que san Pablo presenta siem
unidos (cf. Rm 5,12.15-21; 1 Co 15,21-26). Por eso, como
resurrección gloriosa de Cristo fue el signo definitivo de es
victoria, así la glorificación de María, también en su cuerpo vir
constituye la confirmación final de su plena solidaridad con su
tanto en la lucha como en la victoria.
De este profundo significado teológico del misterio se hiz
intérprete el siervo de Dios Papa Pío XII, al pronunciar, el 1
noviembre de 1950, la solemne definición dogmática de es
privilegio mariano. Declaró: «Por eso, la augusta Madre de D
misteriosamente unida a Jesucristo desde toda la eternidad,
un solo y mismo decreto" de predestinación, inmaculada en
concepción, virgen integérrima en su divina maternidad,
generosamente asociada al Redentor divino, que alcanzó pl
triunfo sobre el pecado y sus consecuencias, consiguió, al
como corona suprema de sus privilegios, ser conservada inm
de la corrupción del sepulcro y, del mismo modo que antes su
vencida la muerte, ser levantada en cuerpo y alma a la supre
gloria del cielo, donde brillaría como Reina a la derecha de
propio Hijo, Rey inmortal de los siglos» (Const. Munificentiss
Deus: AAS 42 [1950] 768-769).
Queridos hermanos y hermanas, María, al ser elevada a los c
no se alejó de nosotros, sino que está aún más cercana, y su
se proyecta sobre nuestra vida y sobre la historia de la human
entera. Atraídos por el esplendor celestial de la Madre de
Redentor, acudimos con confianza a ella, que desde el cielo
mira y nos protege.
Todos necesitamos su ayuda y su consuelo para afrontar l
pruebas y los desafíos de cada día. Necesitamos sentirla ma
hermana en las situaciones concretas de nuestra existencia
para poder compartir, un día, también nosotros para siempre
mismo destino, imitémosla ahora en el dócil seguimiento de C
y en el generoso servicio a los hermanos. Este es el único m
de gustar, ya durante nuestra peregrinación terrena, la alegría
paz que vive en plenitud quien llega a la meta inmortal del par
[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español
17-V
S. S. Benedicto XVI
ENSEÑANZAS SOBRE LA VIRGEN MARÍA (III)
.
DISCURSO DURANTE LA VIGILIA DE ORACIÓN
CELEBRADA CON LOS JÓVENES EN LORETO (1-IX-07
Queridos jóvenes, que constituís la esperanza de la Iglesia
Italia:
Me alegra encontrarme con vosotros en este lugar tan singula
esta velada especial, en la que se entrelazan oraciones, can
silencios, una velada llena de esperanzas y profundas emocio
Este valle, donde en el pasado también mi amado predece
Juan Pablo II se encontró con muchos de vosotros, ya se h
convertido en vuestra «ágora», en vuestra plaza sin muros y
barreras, donde convergen y de donde parten mil caminos.
Cualquiera que sea el motivo que os ha traído aquí, quiero de
que quien nos ha reunido aquí, aunque hace falta valentía p
decirlo, es el Espíritu Santo. Sí, esto es lo que ha sucedido. Q
os ha guiado hasta aquí es el Espíritu. Habéis venido con vue
dudas y vuestras certezas, con vuestras alegrías y vuestra
preocupaciones. Ahora nos toca a todos nosotros, a todo
vosotros, abrir el corazón y ofrecer todo a Jesús.
Decidle: «Heme aquí. Ciertamente no soy todavía como t
quisieras que fuera; ni siquiera logro entenderme a fondo a
mismo, pero con tu ayuda estoy dispuesto a seguirte. Señ
Jesús, esta tarde quisiera hablarte, haciendo mía la actitud in
y el abandono confiado de aquella joven que hace dos mil a
pronunció su "sí" al Padre, que la escogía para ser tu Madre
Padre la eligió porque era dócil y obediente a su voluntad». C
ella, como la pequeña María, cada uno de vosotros, querid
jóvenes amigos, diga con fe a Dios: «Heme aquí, hágase en
según tu palabra».
¡Qué espectáculo tan admirable de fe joven y comprometed
estamos viviendo esta tarde! Esta tarde, gracias a vosotros, L
se ha convertido en la capital espiritual de los jóvenes, en el c
hacia el que convergen idealmente las multitudes de jóvenes
pueblan los cinco continentes. (...)
Permitidme que os repita esta tarde: cada uno de vosotros
permanece unido a Cristo, puede realizar grandes cosas. Por
queridos amigos, no debéis tener miedo de soñar, con los o
abiertos, en grandes proyectos de bien y no debéis desalent
ante las dificultades. Cristo confía en vosotros y desea qu
realicéis todos vuestros sueños más nobles y elevados d
auténtica felicidad.
Nada es imposible para quien se fía de Dios y se entrega a D
Mirad a la joven María. El ángel le propuso algo realment
inconcebible: participar del modo más comprometedor posibl
el más grandioso de los planes de Dios, la salvación de la
humanidad. Como hemos escuchado en el evangelio, ante
propuesta María se turbó, pues era consciente de la pequeñe
su ser frente a la omnipotencia de Dios, y se preguntó: ¿Cóm
posible? ¿Por qué precisamente yo? Sin embargo, dispuest
cumplir la voluntad divina, pronunció prontamente su «sí», q
cambió su vida y la historia de la humanidad entera. Gracias
«sí» hoy también nosotros nos encontramos reunidos esta ta
Me pregunto y os pregunto: lo que Dios nos pide, por más ar
que pueda parecernos, ¿podrá equipararse a lo que pidió a
joven María? Queridos muchachos y muchachas, aprendamo
María a pronunciar nuestro «sí», porque ella sabe de verda
que significa responder con generosidad a lo que pide el Se
María, queridos jóvenes, conoce vuestras aspiraciones má
nobles y profundas. Conoce bien, sobre todo, vuestro gran an
de amor, vuestra necesidad de amar y ser amados. Mirándo
ella, siguiéndola dócilmente, descubriréis la belleza del amor,
no de un amor que se usa y se tira, pasajero y engañoso
prisionero de una mentalidad egoísta y materialista, sino del a
verdadero y profundo.
En lo más íntimo del corazón, todo muchacho y toda mucha
que se abre a la vida cultiva el sueño de un amor que dé ple
sentido a su futuro. Para muchos este sueño se realiza en
opción del matrimonio y en la formación de una familia, dond
amor entre un hombre y una mujer se vive como don recípro
fiel, como entrega definitiva, sellada por el «sí» pronunciado
Dios el día del matrimonio, un «sí» para toda la vida.
Sé bien que este sueño hoy es cada vez más difícil de realiz
¡Cuántos fracasos del amor contempláis en vuestro entorn
¡Cuántas parejas inclinan la cabeza, rindiéndose, y se sepa
¡Cuántas familias se desintegran! ¡Cuántos muchachos, incl
entre vosotros, han visto la separación y el divorcio de sus pa
A quienes se encuentran en situaciones tan delicadas y comp
quisiera decirles esta tarde: la Madre de Dios, la comunidad d
creyentes, el Papa están cerca de vosotros y oran para que
crisis que afecta a las familias de nuestro tiempo no se transf
en un fracaso irreversible. Ojalá que las familias cristianas, c
ayuda de la gracia divina, se mantengan fieles al solemne
compromiso de amor asumido con alegría ante el sacerdote y
la comunidad cristiana el día solemne del matrimonio.
Frente a tantos fracasos con frecuencia se formula esta preg
«¿Soy yo mejor que mis amigos y que mis parientes, que lo
intentado y han fracasado? ¿Por qué yo, precisamente yo, de
triunfar donde tantos otros se rinden?». Este temor humano p
frenar incluso a los corazones más valientes, pero en esta no
que nos espera, a los pies de su Santa Casa, María os repet
cada uno de vosotros, queridos jóvenes amigos, las palabras
el ángel le dirigió a ella: «¡No temáis! ¡No tengáis miedo! E
Espíritu Santo está con vosotros y no os abandona jamás. N
es imposible para quien confía en Dios».
Eso vale para quien está llamado a la vida matrimonial, y mu
más para aquellos a quienes Dios propone una vida de tot
desprendimiento de los bienes de la tierra a fin de entregars
tiempo completo a su reino. Algunos de entre vosotros hab
emprendido el camino del sacerdocio, de la vida consagrad
algunos aspiráis a ser misioneros, conscientes de cuántos
cuáles peligros implica. Pienso en los sacerdotes, en las relig
y en los laicos misioneros que han caído en la trinchera del a
al servicio del Evangelio.
Nos podría decir muchas cosas al respecto el padre Gianca
Bossi, por el que oramos durante el tiempo de su secuestro
Filipinas, y hoy nos alegramos de que esté aquí con nosotro
través de él quisiera saludar y dar las gracias a todos los q
consagran su vida a Cristo en las fronteras de la evangelizac
Queridos jóvenes, si el Señor os llama a vivir más íntimamen
su servicio, responded con generosidad. Tened la certeza de
la vida dedicada a Dios nunca se gasta en vano. Querido
jóvenes, antes de concluir estas palabras, quiero abrazaros
corazón de padre. Os abrazo a cada uno, y os saludo
cordialmente. (...)
[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español
7-I
***
A LOS JÓVENES:
«TENED LA VALENTÍA DE LA HUMILDAD»
(Homilía del 2-IX-07 en Loreto)
Queridos hermanos y hermanas; que
jóvenes amigos:
Después de la vigilia de anoche, nue
encuentro en Loreto se concluye aho
torno al altar con la solemne celebra
eucarística. Una vez más os salud
cordialmente a todos. (...)
Este es realmente un día de gracia.
lecturas que acabamos de escuchar
ayudan a comprender cuán maravillo
la obra que ha realizado el Señor
reunirnos aquí, en Loreto, en tan gran número y en un clim
jubiloso de oración y de fiesta. Con nuestro encuentro en
santuario de la Virgen se hacen realidad, en cierto sentido,
palabras de la carta a los Hebreos: «Os habéis acercado al m
Sión, a la ciudad de Dios vivo» (Hb 12,22).
Al celebrar la Eucaristía a la sombra de la Santa Casa, tamb
nosotros nos hemos acercado a la «reunión solemne y asam
de los primogénitos inscritos en los cielos» (Hb 12,23). As
podemos experimentar la alegría de encontrarnos ante «Dios
universal, y los espíritus de los justos llegados ya a su
consumación» (Hb 12,23). Con María, Madre del Redentor
Madre nuestra, vamos sobre todo al encuentro del «mediado
la nueva Alianza» (Hb 12,24).
El Padre celestial, que muchas veces y de muchos modos ha
los hombres (cf. Hb 1,1), ofreciendo su alianza y encontrand
menudo resistencias y rechazos, en la plenitud de los tiemp
quiso establecer con los hombres un pacto nuevo, definitivo
irrevocable, sellándolo con la sangre de su Hijo unigénito, mu
resucitado para la salvación de la humanidad entera.
Jesucristo, Dios hecho hombre, asumió en María nuestra mi
carne, tomó parte en nuestra vida y quiso compartir nuest
historia. Para realizar su alianza, Dios buscó un corazón jove
encontró en María, «una joven».
También hoy Dios busca corazones jóvenes, busca jóvenes
corazón grande, capaces de hacerle espacio a él en su vida
ser protagonistas de la nueva Alianza. Para acoger una propu
fascinante como la que nos hace Jesús, para establecer u
alianza con él, hace falta ser jóvenes interiormente, capaces
dejarse interpelar por su novedad, para emprender con él cam
nuevos.
Jesús tiene predilección por los jóvenes, como lo pone de
manifiesto el diálogo con el joven rico (cf. Mt 19,16-22; Mc 10
22); respeta su libertad, pero nunca se cansa de proponerl
metas más altas para su vida: la novedad del Evangelio y
belleza de una conducta santa. Siguiendo el ejemplo de su S
la Iglesia tiene esa misma actitud. Por eso, queridos jóvenes
mira con inmenso afecto; está cerca de vosotros en los mome
de alegría y de fiesta, al igual que en los de prueba y desvarí
sostiene con los dones de la gracia sacramental y os acomp
en el discernimiento de vuestra vocación.
Queridos jóvenes, dejaos implicar en la vida nueva que brota
encuentro con Cristo y podréis ser apóstoles de su paz e
vuestras familias, entre vuestros amigos, en el seno de vues
comunidades eclesiales y en los diversos ambientes en los
vivís y actuáis.
Pero, ¿qué es lo que hace realmente «jóvenes» en sentid
evangélico? Este encuentro, que tiene lugar a la sombra de
santuario mariano, nos invita a contemplar a la Virgen. Por e
nos preguntamos: ¿Cómo vivió María su juventud? ¿Por qué
ella se hizo posible lo imposible? Nos lo revela ella misma e
cántico del Magníficat: Dios «ha puesto los ojos en la humilda
su esclava» (Lc 1,48).
Dios aprecia en María la humildad, más que cualquier otra co
precisamente de la humildad nos hablan las otras dos lectura
la liturgia de hoy. ¿No es una feliz coincidencia que se nos d
este mensaje precisamente aquí, en Loreto? Aquí, nuestr
pensamiento va naturalmente a la Santa Casa de Nazaret, qu
el santuario de la humildad: la humildad de Dios, que se hi
carne, se hizo pequeño; y la humildad de María, que lo acogi
su seno. La humildad del Creador y la humildad de la criatu
De ese encuentro de humildades nació Jesús, Hijo de Dios e
del hombre. «Cuanto más grande seas, tanto más debes
humillarte, y ante el Señor hallarás gracia, pues grande es
poderío del Señor, y por los humildes es glorificado», nos dic
pasaje del Sirácida (Si 3,18-20); y Jesús, en el evangelio, des
de la parábola de los invitados a las bodas, concluye: «Todo
que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será
ensalzado» (Lc 14,11).
Esta perspectiva que nos indican las Escrituras choca fuertem
hoy con la cultura y la sensibilidad del hombre contemporáne
humilde se le considera un abandonista, un derrotado, uno qu
tiene nada que decir al mundo. Y, en cambio, este es el cam
real, y no sólo porque la humildad es una gran virtud huma
sino, en primer lugar, porque constituye el modo de actuar de
mismo. Es el camino que eligió Cristo, el mediador de la nue
Alianza, el cual, «actuando como un hombre cualquiera, se re
hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz»
2,8).
Queridos jóvenes, me parece que en estas palabras de Dios s
la humildad se encierra un mensaje importante y muy actual
vosotros, que queréis seguir a Cristo y formar parte de su Igl
El mensaje es este: no sigáis el camino del orgullo, sino el d
humildad. Id contra corriente: no escuchéis las voces interesa
persuasivas que hoy, desde muchas partes, proponen modelo
vida marcados por la arrogancia y la violencia, por la prepoten
el éxito a toda costa, por el aparecer y el tener, en detrimento
ser.
Vosotros sois los destinatarios de numerosos mensajes, que
llegan sobre todo a través de los medios de comunicación so
Estad vigilantes. Sed críticos. No vayáis tras la ola producida
esa poderosa acción de persuasión. No tengáis miedo, quer
amigos, de preferir los caminos «alternativos» indicados po
amor verdadero: un estilo de vida sobrio y solidario; relacion
afectivas sinceras y puras; un empeño honrado en el estudio
el trabajo; un interés profundo por el bien común.
No tengáis miedo de ser considerados diferentes y de se
criticados por lo que puede parecer perdedor o pasado de m
vuestros coetáneos, y también los adultos, especialmente los
parecen más alejados de la mentalidad y de los valores d
Evangelio, tienen profunda necesidad de ver a alguien que
atreva a vivir de acuerdo con la plenitud de humanidad
manifestada por Jesucristo.
Así pues, queridos jóvenes, el camino de la humildad no es
camino de renuncia, sino de valentía. No es resultado de u
derrota, sino de una victoria del amor sobre el egoísmo y de
gracia sobre el pecado. Siguiendo a Cristo e imitando a Ma
debemos tener la valentía de la humildad; debemos
encomendarnos humildemente al Señor, porque sólo así
podremos llegar a ser instrumentos dóciles en sus manos, y
permitiremos hacer en nosotros grandes cosas.
En María y en los santos el Señor obró grandes prodigios. Pie
por ejemplo, en san Francisco de Asís y santa Catalina de Si
patronos de Italia. Pienso también en jóvenes espléndidos, c
santa Gema Galgani, san Gabriel de la Dolorosa, san Lui
Gonzaga, santo Domingo Savio, santa María Goretti, que na
cerca de aquí, y los beatos Piergiorgio Frassati y Alberto Mar
Y pienso también en numerosos muchachos y muchachas q
pertenecen a la legión de santos «anónimos», pero que no
anónimos para Dios. Para él cada persona es única, con s
nombre y su rostro. Como sabéis bien, todos estamos llamad
ser santos.
Como veis, queridos jóvenes, la humildad que el Señor nos
enseñado y que los santos han testimoniado, cada uno segú
originalidad de su vocación, no es ni mucho menos un modo
vivir abandonista. Contemplemos sobre todo a María: en s
escuela, también nosotros podemos experimentar, como ella
«sí» de Dios a la humanidad del que brotan todos los «sí»
nuestra vida.
En verdad, son numerosos y grandes los desafíos que deb
afrontar. Pero el primero sigue siendo siempre seguir a Cris
fondo, sin reservas ni componendas. Y seguir a Cristo signi
sentirse parte viva de su cuerpo, que es la Iglesia. No podem
llamarnos discípulos de Jesús si no amamos y no seguimos
Iglesia. La Iglesia es nuestra familia, en la que el amor al Señ
los hermanos, sobre todo en la participación en la Eucaristía,
hace experimentar la alegría de poder gustar ya desde ahor
vida futura, que estará totalmente iluminada por el Amor.
Nuestro compromiso diario debe consistir en vivir aquí abajo c
si estuviéramos allá arriba. Por tanto, sentirse Iglesia es pa
todos una vocación a la santidad; es compromiso diario d
construir la comunión y la unidad venciendo toda resistenci
superando toda incomprensión. En la Iglesia aprendemos a a
educándonos en la acogida gratuita del prójimo, en la atenc
solícita a quienes atraviesan dificultades, a los pobres y a l
últimos.
La motivación fundamental de todos los creyentes en Cristo n
el éxito, sino el bien, un bien que es tanto más auténtico cua
más se comparte, y que no consiste principalmente en el ten
en el poder, sino en el ser. Así se edifica la ciudad de Dios co
hombres, una ciudad que crece desde la tierra y a la vez
desciende del cielo, porque se desarrolla con el encuentro y
colaboración entre los hombres y Dios (cf. Ap 21,2-3).
Seguir a Cristo, queridos jóvenes, implica además un esfue
constante por contribuir a la edificación de una sociedad más
y solidaria, donde todos puedan gozar de los bienes de la tie
Sé que muchos de vosotros os dedicáis con generosidad
testimoniar vuestra fe en varios ámbitos sociales, colaborand
el voluntariado, trabajando por la promoción del bien común,
paz y de la justicia en cada comunidad. Uno de los campos e
que parece urgente actuar es, sin duda, el de la conservació
la creación.
A las nuevas generaciones está encomendado el futuro d
planeta, en el que son evidentes los signos de un desarrollo
no siempre ha sabido tutelar los delicados equilibrios de l
naturaleza. Antes de que sea demasiado tarde, es preciso to
medidas valientes, que puedan restablecer una fuerte alian
entre el hombre y la tierra. Es necesario un «sí» decisivo a
tutela de la creación y un compromiso fuerte para invertir l
tendencias que pueden llevar a situaciones de degradació
irreversible.
Por eso, he apreciado la iniciativa de la Iglesia italiana de
promover la sensibilidad frente a los problemas de la conserv
de la creación estableciendo una Jornada nacional, que se ce
precisamente el 1 de septiembre. Este año la atención se ce
sobre todo en el agua, un bien preciosísimo que, si no se
comparte de modo equitativo y pacífico, se convertirá po
desgracia en motivo de duras tensiones y ásperos conflicto
Queridos jóvenes amigos, después de escuchar vuestras
reflexiones de ayer por la tarde y de esta noche, dejándome
por la palabra de Dios, he querido comunicaros ahora esta
consideraciones, que pretenden ser un estímulo paterno a se
Cristo para ser testigos de su esperanza y de su amor. Por
parte, seguiré acompañándoos con mi oración y con mi afec
para que prosigáis con entusiasmo el camino del Ágora, es
singular itinerario trienal de escucha, diálogo y misión. Al con
hoy el primer año con este estupendo encuentro, no puedo
menos de invitaros a mirar ya a la gran cita de la Jornada mu
de la juventud, que se celebrará en julio del año próximo e
Sydney.
Os invito a prepararos para esa gran manifestación de fe juv
meditando en mi Mensaje, que profundiza el tema del Espí
Santo, para vivir juntos una nueva primavera del Espíritu. O
espero, por tanto, en gran número también en Australia, al co
vuestro segundo año del Ágora.
Por último, volvamos una vez más nuestra mirada a María, m
de humildad y de valentía. Ayúdanos, Virgen de Nazaret, a
dóciles a la obra del Espíritu Santo, como lo fuiste tú. Ayúdan
ser cada vez más santos, discípulos enamorados de tu Hijo J
Sostén y acompaña a estos jóvenes, para que sean misione
alegres e incansables del Evangelio entre sus coetáneos, en
los lugares de Italia. Amén.
[El Papa pronunció las siguientes palabras antes de imparti
bendición apostólica:]
Queridos hermanos y hermanas, estamos para despedirnos
este lugar en el que hemos celebrado los santos misterios, lu
donde se hace memoria de la encarnación del Verbo. El sant
lauretano nos recuerda también hoy que para acoger plenam
la Palabra de vida no basta conservar el don recibido: tambié
que ir, con solicitud, por otros caminos y a otras ciudades,
comunicarlo con gozo y agradecimiento, como la joven Marí
Nazaret. Queridos jóvenes, conservad en el corazón el recue
de este lugar y, como los setenta y dos discípulos designado
Jesús, id con determinación y libertad de espíritu: comunica
paz, sostened al débil, preparad los corazones a la novedad
Cristo. Anunciad que el reino de Dios está cerca.
[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español
7-I
***
ENCUENTRO DE ORACIÓN
ANTE LA «COLUMNA DE MARÍA»
(Plaza «Am Hof», Viena, 7-IX-07)
Venerado y querido señor cardenal; ilustre señor alcalde; que
hermanos y hermanas:
Como primera etapa de mi peregrinación hacia Mariazell h
elegido la Mariensäule («Columna de María») para reflexiona
momento con vosotros sobre el significado de la Madre de D
para la Austria del pasado y del presente, así como sobre
significado para cada uno de nosotros. (...)
Ya desde los primeros tiempos, a la fe en Jesucristo, el Hijo
Dios encarnado, está unida una veneración particular a su M
la Mujer en cuyo seno asumió la naturaleza humana,
compartiendo incluso el latido de su corazón, la Mujer que
acompañó con delicadeza y respeto durante su vida, hasta
muerte en cruz, y a cuyo amor materno él, al final, encomend
discípulo predilecto y con él a toda la humanidad.
Con su sentimiento materno, María acoge también hoy bajo
protección a personas de todas las lenguas y culturas, par
llevarlas a Cristo juntas, en una multiforme unidad. A ella pod
recurrir en nuestras preocupaciones y necesidades. Pero tam
debemos aprender de ella a acogernos mutuamente con el m
amor con que ella nos acoge a todos: a cada uno en su
singularidad, querido como tal y amado por Dios. En la fam
universal de Dios, en la que cada persona tiene reservado
puesto, cada uno debe desarrollar sus dones para el bien
todos.
La «Columna de María», erigida por el emperador Fernando
acción de gracias por la liberación de Viena de un gran pelig
por él inaugurada hace exactamente 360 años, debe ser tam
para nosotros hoy un signo de esperanza. ¡Cuántas person
desde entonces, se han detenido ante esta columna y, oran
han elevado los ojos hacia María! ¡Cuántos han experimentad
las dificultades personales la fuerza de su intercesión! Per
nuestra esperanza cristiana va mucho más allá de la realiza
de nuestros deseos pequeños y grandes. Nosotros elevamos
ojos hacia María, que nos muestra a qué esperanza estam
llamados (cf. Ef 1,18), pues ella personifica lo que el hombre
verdad.
Como hemos escuchado en la lectura bíblica, ya antes de
creación del mundo Dios nos había elegido en Cristo. Él n
conoce y ama a cada uno desde la eternidad. Y ¿para qué no
elegido? Para ser santos e inmaculados en su presencia, en
amor. Y eso no es una tarea imposible de cumplir, ya que Dio
ha concedido, en Cristo, su realización. Hemos sido redimido
virtud de nuestra comunión con Cristo resucitado, Dios nos
bendecido con toda clase de bendiciones espirituales.
Abramos nuestro corazón; acojamos esa herencia tan valio
Entonces podremos entonar, juntamente con María, el himno
alabanza de su gracia. Y si seguimos poniendo nuestras
preocupaciones diarias ante la Madre inmaculada de Cristo,
nos ayudará a abrir siempre nuestras pequeñas esperanzas h
la esperanza grande y verdadera, que da sentido a nuestra v
puede colmarnos de una alegría profunda e indestructible
En este sentido, quisiera ahora, juntamente con vosotros, ele
los ojos hacia la Inmaculada, para encomendarle a ella la
oraciones que acabáis de rezar y pedirle su protección mate
para este país y para sus habitantes:
Santa María,
Madre inmaculada de nuestro Señor Jesucristo,
en ti Dios nos ha dado el prototipo de la Iglesia
y el modo mejor de realizar nuestra humanidad.
A ti te encomiendo a Austria y a sus habitantes:
ayúdanos a todos a seguir tu ejemplo
y a orientar totalmente nuestra vida hacia Dios.
Haz que, contemplando a Cristo,
lleguemos a ser cada vez más semejantes a él,
verdaderos hijos de Dios.
Entonces también nosotros,
llenos de toda clase de bendiciones espirituales,
podremos corresponder cada vez mejor a su voluntad
y ser así instrumentos de paz para Austria,
para Europa y para el mundo. Amén.
[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español
14-I
LA ANUNCIACIÓN DE LA VIRGEN MARÍA
(Ángelus del 9-IX-07)
Queridos hermanos y hermanas: (...)
En la homilía he tratado de decir algo sobre el sentido del dom
y sobre el pasaje evangélico de hoy, y creo que esto nos h
llevado a descubrir que el amor de Dios, que «se perdió a
mismo» por nosotros entregándose a nosotros, nos da la libe
interior para «perder» nuestra vida, para encontrar de este m
la vida verdadera.
La participación en este amor dio a María la fuerza para su «
sin reservas. Ante el amor respetuoso y delicado de Dios, q
para la realización de su proyecto de salvación espera la
colaboración libre de su criatura, la Virgen superó toda vacila
y, con vistas a ese proyecto grande e inaudito, se puso
confiadamente en sus manos. Plenamente disponible, totalm
abierta en lo íntimo de su alma y libre de sí, permitió a Dio
colmarla con su Amor, con el Espíritu Santo. Así María, la m
sencilla, pudo recibir en sí misma al Hijo de Dios y dar al mun
Salvador que se había donado a ella.
También a nosotros, en la celebración eucarística, se nos
donado hoy el Hijo de Dios. Quien ha recibido la Comunión l
ahora en sí de un modo particular al Señor resucitado. Com
María lo llevó en su seno -un ser humano pequeño, inerme
totalmente dependiente del amor de la madre-, así Jesucristo
la especie del pan, se ha entregado a nosotros, queridos
hermanos y hermanas. Amemos a este Jesús que se pon
totalmente en nuestras manos. Amémoslo como lo amó Mar
llevémoslo a los hombres como María lo llevó a Isabel, suscit
alegría y gozo. La Virgen dio al Verbo de Dios un cuerpo hum
para que pudiera entrar en el mundo. Demos también nosot
nuestro cuerpo al Señor, hagamos que nuestro cuerpo sea c
vez más un instrumento del amor de Dios, un templo del Esp
Santo. Llevemos el domingo con su Don inmenso al mund
Pidamos a María que nos enseñe a ser, como ella, libres d
nosotros mismos, para encontrar en la disponibilidad a Dio
nuestra verdadera libertad, la verdadera vida y la alegría auté
y duradera.
[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español
21-I
***
MARÍA, ESTRELLA DE LA ESPERANZA
(De la Encíclica "Spe salvi", 30-XI-07)
49. Con un himno del siglo VIII/IX, por tanto de hace más de
años, la Iglesia saluda a María, la Madre de Dios, como «est
del mar»: Ave maris stella. La vida humana es un camino. ¿H
qué meta? ¿Cómo encontramos el rumbo? La vida es como
viaje por el mar de la historia, a menudo oscuro y borrascoso
viaje en el que escudriñamos los astros que nos indican la r
Las verdaderas estrellas de nuestra vida son las personas qu
sabido vivir rectamente. Ellas son luces de esperanza. Jesuc
es ciertamente la luz por antonomasia, el sol que brilla sobre
las tinieblas de la historia. Pero para llegar hasta él necesita
también luces cercanas, personas que dan luz reflejando la lu
Cristo, ofreciendo así orientación para nuestra travesía. Y ¿q
mejor que María podría ser para nosotros estrella de esperan
Ella, que con su «sí» abrió la puerta de nuestro mundo a D
mismo; ella, que se convirtió en el Arca viviente de la Alianza
la que Dios se hizo carne, se hizo uno de nosotros, plantó
tienda entre nosotros (cf. Jn 1,14).
50. Por eso, la invocamos: Santa María, tú fuiste una de aqu
almas humildes y grandes en Israel que, como Simeón, espe
«el consuelo de Israel» (Lc 2,25) y esperaron, como Ana, «
redención de Jerusalén» (Lc 2,38). Tú viviste en contacto ínt
con las Sagradas Escrituras de Israel, que hablaban de la
esperanza, de la promesa hecha a Abrahán y a su descende
(cf. Lc 1,55). Así comprendemos el santo temor que te sobre
cuando el ángel de Dios entró en tu aposento y te dijo que da
luz a Aquel que era la esperanza de Israel y la esperanza d
mundo. Por ti, por tu «sí», la esperanza de milenios debía hac
realidad, entrar en este mundo y en su historia. Tú te inclina
ante la grandeza de esta misión y pronunciaste tu «sí»: «He
la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,
Cuando llena de santa alegría, fuiste aprisa por los montes
Judea para visitar a tu pariente Isabel, te convertiste en la im
de la futura Iglesia que, en su seno, lleva la esperanza del m
por los montes de la historia.
Pero junto con la alegría que en tu Magnificat, con las palabr
el canto, has difundido a lo largo de los siglos, conocías tam
las afirmaciones oscuras de los profetas sobre el sufrimiento
siervo de Dios en este mundo. Sobre su nacimiento en el est
de Belén brilló el resplandor de los ángeles que llevaron la bu
nueva a los pastores, pero al mismo tiempo se hizo de sob
palpable la pobreza de Dios en este mundo. El anciano Sime
habló de la espada que traspasaría tu corazón (cf. Lc 2,35),
signo de contradicción que tu Hijo sería en este mundo. Cua
comenzó después la actividad pública de Jesús, debiste qued
a un lado para que pudiera crecer la nueva familia que él ha
venido a instituir y que se desarrollaría con la aportación de
que escucharían y cumplirían su palabra (cf. Lc 11,27-28).
obstante toda la grandeza y la alegría de los primeros pasos
actividad de Jesús, ya en la sinagoga de Nazaret experiment
la verdad de aquellas palabras sobre el «signo de contradicc
(cf. Lc 4,28ss). Así viste el poder creciente de la hostilidad y
rechazo que progresivamente fue creándose en torno a Jes
hasta la hora de la cruz, en la que viste morir como un fracas
expuesto al escarnio, entre los delincuentes, al Salvador d
mundo, el heredero de David, el Hijo de Dios.
Acogiste entonces las palabras: «Mujer, ahí tienes a tu hijo»
19,26). Desde la cruz recibiste una nueva misión. A partir de
cruz te convertiste en madre de una manera nueva: madre
todos los que quieren creer en tu Hijo Jesús y seguirlo. La es
del dolor traspasó tu corazón. ¿Había muerto la esperanza?
había quedado el mundo definitivamente sin luz, la vida sin m
Probablemente en aquella hora habrás escuchado de nuevo
interior las palabras del ángel, con las que respondió a tu tem
el momento de la anunciación: «No temas, María» (Lc 1,30
¡Cuántas veces el Señor, tu Hijo, dijo lo mismo a sus discípu
«No temáis»! En la noche del Gólgota, oíste una vez más es
palabras en tu corazón. A sus discípulos, antes de la hora d
traición, él les dijo: «Tened valor: Yo he vencido al mundo»
16,33). «No tiemble vuestro corazón ni se acobarde» (Jn 14,
«No temas, María».
En la hora de Nazaret el ángel también te dijo: «Su reino no te
fin» (Lc 1,33). ¿Acaso había terminado antes de empezar?
junto a la cruz, según las palabras de Jesús mismo, te conve
en madre de los creyentes. Con esta fe, que en la oscuridad
Sábado Santo fue también certeza de la esperanza, llegaste
mañana de Pascua. La alegría de la resurrección conmovió
corazón y te unió de modo nuevo a los discípulos, destinado
convertirse en familia de Jesús mediante la fe. Así, estuviste
comunidad de los creyentes que en los días después de l
Ascensión oraban unánimes en espera del don del Espíritu S
(cf. Hch 1,14), que recibieron el día de Pentecostés. El «reino
Jesús era distinto de como lo habían podido imaginar los hom
Este «reino» comenzó en aquella hora y ya nunca tendría fin
eso tú permaneces con los discípulos como madre suya, co
Madre de la esperanza. Santa María, Madre de Dios, Mad
nuestra, enséñanos a creer, esperar y amar contigo. Indícan
camino hacia su reino. Estrella del mar, brilla sobre nosotro
guíanos en nuestro camino.
[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español
7-X
***
LA INMACULADA CONCEPCIÓN
(Ángelus del 8-XII-07)
Queridos hermanos y hermanas:
En el camino del Adviento brilla la estrella de María Inmacula
«señal de esperanza cierta y de consuelo» (Lumen gentium,
Para llegar a Jesús, luz verdadera, sol que disipó todas la
tinieblas de la historia, necesitamos luces cercanas a nosotr
personas humanas que reflejen la luz de Cristo e iluminen a
camino por recorrer. ¿Y qué persona es más luminosa que M
¿Quién mejor que ella, aurora que anunció el día de la salva
(cf. Spe salvi, 49), puede ser para nosotros estrella de espera
Por eso la liturgia nos hace celebrar hoy, cerca de la Navida
fiesta solemne de la Inmaculada Concepción de María: el mis
de la gracia de Dios que envolvió desde el primer instante de
existencia a la criatura destinada a convertirse en la Madre
Redentor, preservándola del contagio del pecado original.
contemplarla, reconocemos la altura y la belleza del proyecto
Dios para todo hombre: ser santos e inmaculados en el amo
Ef 1,4), a imagen de nuestro Creador.
¡Qué gran don tener por madre a María Inmaculada! Una ma
resplandeciente de belleza, transparente al amor de Dios. Pie
en los jóvenes de hoy, que han crecido en un ambiente satu
de mensajes que proponen falsos modelos de felicidad. Es
muchachos y muchachas corren el peligro de perder la esper
porque a menudo parecen huérfanos del verdadero amor, q
colma de significado y alegría la vida.
Este era uno de los temas preferidos de mi venerado predec
Juan Pablo II, el cual propuso en repetidas ocasiones a la juv
de nuestro tiempo a María como «Madre del amor hermoso»
desgracia, muchas experiencias nos demuestran que los
adolescentes, los jóvenes e incluso los niños son víctimas fá
de la corrupción del amor, engañados por adultos sin escrúp
que, mintiéndose a sí mismos y a ellos, los atraen a los callej
sin salida del consumismo. Incluso las realidades más sagra
como el cuerpo humano, templo del Dios del amor y de la vid
convierten así en objetos de consumo; y esto cada vez má
pronto, ya en la pre-adolescencia. ¡Qué tristeza cuando lo
muchachos pierden el asombro, el encanto de los sentimien
más hermosos, el valor del respeto del cuerpo, manifestación
persona y de su misterio insondable!
A todo esto nos exhorta María, la Inmaculada, a la que
contemplamos en toda su hermosura y santidad. Desde la c
Jesús la encomendó a Juan y a todos los discípulos (cf. Jn 19
y desde entonces se ha convertido para toda la humanidad
Madre, Madre de la esperanza. A ella le dirigimos con fe nue
oración, mientras vamos idealmente en peregrinación a Lour
donde precisamente hoy comienza un año jubilar especial c
ocasión del 150° aniversario de sus apariciones en la gruta
Massabielle. María Inmaculada, «estrella del mar, brilla sob
nosotros y guíanos en nuestro camino» (Spe salvi, 50).
[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español
14-X
***
HOMENAJE A LA INMACULADA
MARÍA, SIGNO DE ESPERANZA
(Roma, Plaza de España, 8-XII-07
Queridos hermanos y hermanas:
En una cita que ya ha llegado a se
tradicional, nos volvemos a encontrar
en la plaza de España, para ofrec
nuestra ofrenda floral a la Virgen, en e
en el que toda la Iglesia celebra la fi
de su Inmaculada Concepción. Siguie
los pasos de mis predecesores, tam
yo me uno a vosotros, queridos fiele
Roma, para recogerme con afecto y a
filiales ante María, que desde hace ciento cincuenta años v
sobre nuestra ciudad desde lo alto de esta columna. Por tant
trata de un gesto de fe y de devoción que nuestra comunid
cristiana repite cada año, como para reafirmar su compromis
fidelidad con respecto a María, que en todas las circunstancia
la vida diaria nos garantiza su ayuda y su protección mater
Esta manifestación religiosa es, al mismo tiempo, una ocas
para brindar a cuantos viven en Roma o pasan en ella algun
días como peregrinos y turistas, la oportunidad de sentirse, au
medio de la diversidad de las culturas, una única familia que
reúne en torno a una Madre que compartió las fatigas diarias
toda mujer y madre de familia.
Pero se trata de una madre del todo singular, elegida por D
para una misión única y misteriosa, la de engendrar para la
terrena al Verbo eterno del Padre, que vino al mundo para
salvación de todos los hombres. Y María, Inmaculada en s
concepción virginal -así la veneramos hoy con devoción y gra
, realizó su peregrinación terrena sostenida por una fe intrép
una esperanza inquebrantable y un amor humilde e ilimitad
siguiendo las huellas de su hijo Jesús. Estuvo a su lado co
solicitud materna desde el nacimiento hasta el Calvario, don
asistió a su crucifixión agobiada por el dolor, pero inquebrant
en la esperanza. Luego experimentó la alegría de la resurrec
al alba del tercer día, del nuevo día, cuando el Crucificado de
sepulcro venciendo para siempre y de modo definitivo el pode
pecado y de la muerte.
María, en cuyo seno virginal Dios se hizo hombre, es nues
Madre. En efecto, desde lo alto de la cruz Jesús, antes de
consumar su sacrificio, nos la dio como madre y a ella no
encomendó como hijos suyos. Misterio de misericordia y de a
don que enriquece a la Iglesia con una fecunda maternida
espiritual.
Queridos hermanos y hermanas, sobre todo hoy, dirijamos nu
mirada a ella e, implorando su ayuda, dispongámonos a ates
todas sus enseñanzas maternas. ¿No nos invita nuestra Ma
celestial a evitar el mal y a hacer el bien, siguiendo dócilmen
ley divina inscrita en el corazón de todo hombre, de todo crist
Ella, que conservó la esperanza aun en la prueba extrema,
nos pide que no nos desanimemos cuando el sufrimiento y
muerte llaman a la puerta de nuestra casa? ¿No nos pide q
miremos con confianza a nuestro futuro? ¿No nos exhorta
Virgen Inmaculada a ser hermanos unos de otros, todos uni
por el compromiso de construir juntos un mundo más justo
solidario y pacífico?
Sí, queridos amigos. Una vez más, en este día solemne, la Ig
señala al mundo a María como signo de esperanza cierta y
victoria definitiva del bien sobre el mal. Aquella a quien invoca
como «llena de gracia» nos recuerda que todos somos herm
y que Dios es nuestro Creador y nuestro Padre. Sin él, o peor
contra él, los hombres no podremos encontrar jamás el cam
que conduce al amor, no podremos derrotar jamás el poder
odio y de la violencia, no podremos construir jamás una pa
estable.
Es necesario que los hombres de todas las naciones y cultu
acojan este mensaje de luz y de esperanza: que lo acojan co
don de las manos de María, Madre de toda la humanidad. S
vida es un camino, y este camino a menudo resulta oscuro, d
fatigoso, ¿qué estrella podrá iluminarlo? En mi encíclica Spe
publicada al inicio del Adviento, escribí que la Iglesia mira a M
y la invoca como «Estrella de esperanza» (n. 49).
Durante nuestro viaje común por el mar de la historia necesita
«luces de esperanza», es decir, personas que reflejen la luz
Cristo, «ofreciendo así orientación para nuestra travesía» (ib.
quién mejor que María puede ser para nosotros «Estrella d
esperanza»? Ella, con su «sí», con la ofrenda generosa de
libertad recibida del Creador, permitió que la esperanza d
milenios se hiciera realidad, que entrara en este mundo y en
historia. Por medio de ella, Dios se hizo carne, se convirtió en
de nosotros, puso su tienda en medio de nosotros.
Por eso, animados por una confianza filial, le decimos:
«Enséñanos, María, a creer, a esperar y a amar contigo; indíc
el camino que conduce a la paz, el camino hacia el reino de J
Tú, Estrella de esperanza, que con conmoción nos esperas e
luz sin ocaso de la patria eterna, brilla sobre nosotros y guían
los acontecimientos de cada día, ahora y en la hora de nues
muerte. Amén».
[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español
14-X
***
LA MATERNIDAD DIVINA DE MARÍA
(Homilía del 1-I-08)
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy comenzamos un año nuevo y n
lleva de la mano la esperanza cristian
comenzamos invocando sobre él
bendición divina e implorando, po
intercesión de María, Madre de Dios
don de la paz para nuestras familias,
nuestras ciudades y para el mundo entero. Con este deseo
saludo a todos. (...)
Nuestro pensamiento se dirige ahora, naturalmente, a la Vir
María, a la que hoy invocamos como Madre de Dios. Fue el P
Pablo VI quien trasladó al día 1 de enero la fiesta de la Mater
divina de María, que antes caía el 11 de octubre. En efecto, a
de la reforma litúrgica realizada después del concilio Vatican
en el primer día del año se celebraba la memoria de la circunc
de Jesús en el octavo día después de su nacimiento -como s
de sumisión a la ley, su inserción oficial en el pueblo elegido-
domingo siguiente se celebraba la fiesta del nombre de Jes
De esas celebraciones encontramos algunas huellas en la pá
evangélica que acabamos de proclamar, en la que san Luc
refiere que, ocho días después de su nacimiento, el Niño f
circuncidado y le pusieron el nombre de Jesús, «el que le di
ángel antes de ser concebido en el seno de su madre» (Lc 2
Por tanto, esta solemnidad, además de ser una fiesta mariana
significativa, conserva también un fuerte contenido cristológ
porque, podríamos decir, antes que a la Madre, atañe
precisamente al Hijo, a Jesús, verdadero Dios y verdader
hombre.
Al misterio de la maternidad divina de María, la Theotokos, h
referencia el apóstol san Pablo en la carta a los Gálatas. «Al l
la plenitud de los tiempos -escribe- envió Dios a su Hijo, nacid
mujer, nacido bajo la ley» (Ga 4,4). En pocas palabras se
encuentran sintetizados el misterio de la encarnación del Ve
eterno y la maternidad divina de María: el gran privilegio de
Virgen consiste precisamente en ser Madre del Hijo, que es D
Así pues, ocho días después de la Navidad, esta fiesta mari
encuentra su lugar más lógico y adecuado. En efecto, en la n
de Belén, cuando «dio a luz a su hijo primogénito» (Lc 2,7),
cumplieron las profecías relativas al Mesías. «Una virgen
concebirá y dará a luz un hijo», había anunciado Isaías (Is 7
«Concebirás en tu seno y darás a luz un hijo» (Lc 1,31), dij
María el ángel Gabriel. Y también un ángel del Señor -narra
evangelista san Mateo-, apareciéndose en sueños a José,
tranquilizó diciéndole: «No temas tomar contigo a María tu m
porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a lu
hijo» (Mt 1,20-21).
El título de Madre de Dios es, juntamente con el de Virgen sa
el más antiguo y constituye el fundamento de todos los dem
títulos con los que María ha sido venerada y sigue siendo
invocada de generación en generación, tanto en Oriente com
Occidente. Al misterio de su maternidad divina hacen refere
muchos himnos y numerosas oraciones de la tradición cristia
como por ejemplo una antífona mariana del tiempo navideño
Alma Redemptoris Mater, con la que oramos así: «Tu qua
genuisti, natura mirante, tuum sanctum Genitorem, Virgo priu
posterius», «Tú, ante el asombro de toda la creación, engend
a tu Creador, Madre siempre virgen».
Queridos hermanos y hermanas, contemplemos hoy a Mar
Madre siempre virgen del Hijo unigénito del Padre. Aprendam
de ella a acoger al Niño que por nosotros nació en Belén. Si
Niño nacido de ella reconocemos al Hijo eterno de Dios y
acogemos como nuestro único Salvador, podemos ser llamad
seremos realmente, hijos de Dios: hijos en el Hijo. El Após
escribe: «Envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo l
para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que
recibiéramos la filiación adoptiva» (Ga 4,4-5).
El evangelista san Lucas repite varias veces que la Virge
meditaba silenciosamente esos acontecimientos extraordinari
los que Dios la había implicado. Lo hemos escuchado tambié
el breve pasaje evangélico que la liturgia nos vuelve a propo
hoy. «María conservaba todas estas cosas meditándolas en
corazón» (Lc 2,19). El verbo griego usado, sumbállousa, en
sentido literal significa «poner juntamente», y hace pensar e
gran misterio que es preciso descubrir poco a poco.
El Niño que emite vagidos en el pesebre, aun siendo en apari
semejante a todos los niños del mundo, al mismo tiempo e
totalmente diferente: es el Hijo de Dios, es Dios, verdadero D
verdadero hombre. Este misterio -la encarnación del Verbo
maternidad divina de María- es grande y ciertamente no es fá
comprender con la sola inteligencia humana.
Sin embargo, en la escuela de María podemos captar con
corazón lo que los ojos y la mente por sí solos no logran perc
pueden contener. En efecto, se trata de un don tan grande q
sólo con la fe podemos acoger, aun sin comprenderlo todo. Y
precisamente en este camino de fe donde María nos sale
encuentro, nos ayuda y nos guía. Ella es madre porque enge
en la carne a Jesús; y lo es porque se adhirió totalmente a
voluntad del Padre. San Agustín escribe: «Ningún valor hub
tenido para ella la misma maternidad divina, si no hubiera lle
a Cristo en su corazón, con una suerte mayor que cuando
concibió en la carne» (De sancta Virginitate 3,3). Y en su cor
María siguió conservando, «poniendo juntamente», los
acontecimientos sucesivos de los que fue testigo y protagon
hasta la muerte en la cruz y la resurrección de su Hijo Jesú
Queridos hermanos y hermanas, sólo conservando en el cora
es decir, poniendo juntamente y encontrando una unidad de
lo que vivimos, podemos entrar, siguiendo a María, en el mis
de un Dios que por amor se hizo hombre y nos llama a segu
por la senda del amor, un amor que es preciso traducir cada
en un servicio generoso a los hermanos.
Ojalá que el nuevo año, que hoy comenzamos con confianza
un tiempo en el que progresemos en ese conocimiento de
corazón, que es la sabiduría de los santos. Oremos para qu
como hemos escuchado en la primera lectura, el Señor «ilum
su rostro sobre nosotros» y nos «sea propicio» (cf. Nm 6,25)
bendiga.
Podemos estar seguros de que, si buscamos sin descanso
rostro, si no cedemos a la tentación del desaliento y de la dud
incluso en medio de las numerosas dificultades que encontra
permanecemos siempre anclados en él, experimentaremos
fuerza de su amor y de su misericordia. El frágil Niño que la V
muestra hoy al mundo nos haga agentes de paz, testigos de
Príncipe de la paz. Amén.
[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español
4
LA MATERNIDAD DIVINA DE MARÍA
(Catequesis del miércoles 2 de enero de 2008)
Queridos hermanos y hermanas:
Una fórmula de bendición muy antigua, recogida en el libro d
Números, reza así: «El Señor te bendiga y te guarde. El Se
ilumine su rostro sobre ti y te sea propicio. El Señor te muest
rostro y te conceda la paz» (Nm 6, 24-26). Con estas palabra
la liturgia nos hizo volver a escuchar ayer, primer día del año
expreso mis mejores deseos a vosotros, aquí presentes, y a t
los que en estas fiestas navideñas me han enviado testimonio
afectuosa cercanía espiritual.
Ayer celebramos la solemne fiesta de María, Madre de Dio
«Madre de Dios», Theotokos, es el título que se atribuyó
oficialmente a María en el siglo V, exactamente en el concilio
Éfeso, del año 431, pero que ya se había consolidado en
devoción del pueblo cristiano desde el siglo III, en el context
las fuertes disputas de ese período sobre la persona de Cris
Con ese título se subrayaba que Cristo es Dios y que realme
nació como hombre de María. Así se preservaba su unidad
verdadero Dios y de verdadero hombre. En verdad, aunque
debate parecía centrarse en María, se refería esencialment
Hijo. Algunos Padres, queriendo salvaguardar la plena human
de Jesús, sugerían un término más atenuado: en vez de
Theotokos, proponían Christotokos, Madre de Cristo. Per
precisamente eso se consideró una amenaza contra la doctrin
la plena unidad de la divinidad con la humanidad de Cristo.
eso, después de una larga discusión, en el concilio de Éfeso
año 431, como he dicho, se confirmó solemnemente, por u
parte, la unidad de las dos naturalezas, la divina y la humana
la persona del Hijo de Dios (cf. DS 250) y, por otra, la legitim
de la atribución a la Virgen del título de Theotokos, Madre de
(cf. ib., 251).
Después de ese concilio se produjo una auténtica explosión
devoción mariana, y se construyeron numerosas iglesias
dedicadas a la Madre de Dios. Entre ellas sobresale la basílic
Santa María la Mayor, aquí en Roma. La doctrina relativa a M
Madre de Dios, fue confirmada de nuevo en el concilio de
Calcedonia (año 451), en el que Cristo fue declarado «verda
Dios y verdadero hombre (...), nacido por nosotros y por nue
salvación de María, Virgen y Madre de Dios, en su humanid
(DS 301). Como es sabido, el concilio Vaticano II recogió en
capítulo de la constitución dogmática Lumen gentium sobre
Iglesia, el octavo, la doctrina acerca de María, reafirmando
maternidad divina. El capítulo se titula: «La bienaventurada V
María, Madre de Dios, en el misterio de Cristo y de la Iglesi
El título de Madre de Dios, tan profundamente vinculado a
festividades navideñas, es, por consiguiente, el apelativo
fundamental con que la comunidad de los creyentes honra
podríamos decir, desde siempre a la Virgen santísima. Expr
muy bien la misión de María en la historia de la salvación. To
los demás títulos atribuidos a la Virgen se fundamentan en
vocación de Madre del Redentor, la criatura humana elegida
Dios para realizar el plan de la salvación, centrado en el gr
misterio de la encarnación del Verbo divino.
En estos días de fiesta nos hemos detenido a contemplar e
belén la representación del Nacimiento. En el centro de es
escena encontramos a la Virgen Madre que ofrece al Niño Je
la contemplación de quienes acuden a adorar al Salvador:
pastores, la gente pobre de Belén, los Magos llegados de Ori
Más tarde, en la fiesta de la «Presentación del Señor», qu
celebraremos el 2 de febrero, serán el anciano Simeón y l
profetisa Ana quienes recibirán de las manos de la Madre
pequeño Niño y lo adorarán. La devoción del pueblo cristia
siempre ha considerado el nacimiento de Jesús y la materni
divina de María como dos aspectos del mismo misterio de
encarnación del Verbo divino. Por eso, nunca ha considerad
Navidad como algo del pasado. Somos «contemporáneos» d
pastores, de los Magos, de Simeón y Ana, y mientras vamos
ellos nos sentimos llenos de alegría, porque Dios ha querido
Dios con nosotros y tiene una madre, que es nuestra madr
Del título de «Madre de Dios» derivan luego todos los dem
títulos con los que la Iglesia honra a la Virgen, pero este es
fundamental. Pensemos en el privilegio de la «Inmaculad
Concepción», es decir, en el hecho de haber sido inmune d
pecado desde su concepción. María fue preservada de tod
mancha de pecado, porque debía ser la Madre del Redentor
mismo vale con respecto a la «Asunción»: no podía estar suj
la corrupción que deriva del pecado original la Mujer que ha
engendrado al Salvador.
Y todos sabemos que estos privilegios no fueron concedido
María para alejarla de nosotros, sino, al contrario, para qu
estuviera más cerca. En efecto, al estar totalmente con Dios,
Mujer se encuentra muy cerca de nosotros y nos ayuda com
madre y como hermana. También el puesto único e irrepetible
María ocupa en la comunidad de los creyentes deriva de es
vocación suya fundamental a ser la Madre del Redentor.
Precisamente en cuanto tal, María es también la Madre del Cu
místico de Cristo, que es la Iglesia. Así pues, justamente, dur
el concilio Vaticano II, el 21 de noviembre de 1964, Pablo
atribuyó solemnemente a María el título de «Madre de la Igle
Precisamente por ser Madre de la Iglesia, la Virgen es tamb
Madre de cada uno de nosotros, que somos miembros del Cu
místico de Cristo. Desde la cruz Jesús encomendó a su Mad
cada uno de sus discípulos y, al mismo tiempo, encomendó a
uno de sus discípulos al amor de su Madre. El evangelista s
Juan concluye el breve y sugestivo relato con las palabras:
desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa» (Jn 19
Así es la traducción española del texto griego: eis ta ídia; la a
en su propia realidad, en su propio ser. Así forma parte de su
y las dos vidas se compenetran. Este aceptarla en la propia
(eis ta ídia) es el testamento del Señor. Por tanto, en el mom
supremo del cumplimiento de la misión mesiánica, Jesús de
cada uno de sus discípulos, como herencia preciosa, a su m
Madre, la Virgen María.
Queridos hermanos y hermanas, en estos primeros días del
se nos invita a considerar atentamente la importancia de l
presencia de María en la vida de la Iglesia y en nuestra existe
personal. Encomendémonos a ella, para que guíe nuestros p
en este nuevo período de tiempo que el Señor nos concede v
nos ayude a ser auténticos amigos de su Hijo, y así tambié
valientes artífices de su reino en el mundo, reino de luz y d
verdad.
¡Feliz año a todos! Este es el deseo que os expreso a vosot
aquí presentes, y a vuestros seres queridos durante esta prim
audiencia general del año 2008. Que el nuevo año, iniciado b
signo de la Virgen María, nos haga sentir más vivamente s
presencia materna, de forma que, sostenidos y confortados p
protección de la Virgen, podamos contemplar con ojos renov
el rostro de su Hijo Jesús y caminar más ágilmente por la se
del bien.
Una vez más: ¡Feliz año a todos!
[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español
4
***
MENSAJE PARA LA XVI JORNADA
MUNDIAL DEL ENFERMO
que se celebrará el 11 de febrero de 2008 (11-I-08)
Queridos hermanos y hermanas:
1. El 11 de febrero, memoria litúrgica de Nuestra Señora d
Lourdes, se celebra la Jornada mundial del enfermo, ocasi
propicia para reflexionar sobre el sentido del dolor y sobre el d
cristiano de salir a su encuentro en cualquier circunstancia qu
presente. Este año, en esa fecha coinciden dos importante
acontecimientos para la vida de la Iglesia, como se puede apr
ya en el tema elegido -«La Eucaristía, Lourdes y la atenció
pastoral a los enfermos»-: el 150° aniversario de las aparicio
de la Inmaculada en Lourdes y la celebración del Congres
eucarístico internacional en Quebec (Canadá). De ese modo
brinda una ocasión singular para considerar la íntima unión
existe entre el misterio eucarístico, el papel de María en el p
salvífico y la realidad del dolor y del sufrimiento del hombr
El 150° aniversario de las apariciones de Lourdes nos invita
dirigir la mirada hacia la Virgen santísima, cuya Inmaculad
Concepción constituye el don sublime y gratuito de Dios a u
mujer, para que pudiera adherirse plenamente a los design
divinos con fe firme e inquebrantable, a pesar de las pruebas
sufrimientos que debía afrontar.
Por eso, María es modelo de abandono total a la voluntad de
acogió en su corazón al Verbo eterno y lo concibió en su se
virginal; se fió de Dios y, con el alma traspasada por la espad
dolor (cf. Lc 2,35), no dudó en compartir la pasión de su Hi
renovando en el Calvario, al pie de la cruz, el «sí» de la
Anunciación.
Meditar en la Inmaculada Concepción de María es, por
consiguiente, dejarse atraer por el «sí» que la unió
admirablemente a la misión de Cristo, Redentor de la human
es dejarse asir y guiar por su mano, para pronunciar el mism
a la voluntad de Dios con toda la existencia entretejida de ale
y tristezas, de esperanzas y desilusiones, convencidos de qu
pruebas, el dolor y el sufrimiento dan un sentido profundo
nuestra peregrinación en la tierra.
2. No se puede contemplar a María sin ser atraídos por Cristo
se puede mirar a Cristo sin descubrir inmediatamente la prese
de María. Existe un nexo inseparable entre la Madre y el H
engendrado en su seno por obra del Espíritu Santo, y este vín
lo percibimos, de manera misteriosa, en el sacramento de
Eucaristía, como pusieron de relieve desde los primeros siglo
Padres de la Iglesia y los teólogos.
«La carne nacida de María, procediendo del Espíritu Santo, e
pan bajado del cielo», afirma san Hilario de Poitiers; y en
Sacramentario Bergomense, del siglo IX, leemos: «Su seno
florecer un fruto, un pan que nos ha colmado de un don angé
María restituyó a la salvación lo que Eva destruyó con su cul
Asimismo, san Pedro Damián dice: «Aquel cuerpo que la
santísima Virgen engendró y alimentó en su seno con solici
materna, aquel cuerpo sin duda, y no otro, ahora lo recibimos
sagrado altar y bebemos la sangre como sacramento de nue
redención. Esto es lo que nos dice la fe católica; esto es lo q
enseña fielmente la santa Iglesia».
El vínculo de la Virgen santísima con su Hijo, Cordero inmol
que quita el pecado del mundo, se extiende a la Iglesia, Cue
místico de Cristo. Como afirma el siervo de Dios Juan Pablo
María es «mujer eucarística» con toda su vida, por lo cual
Iglesia, contemplándola a ella como su modelo, «ha de imita
también en su relación con este santísimo Misterio» (Ecclesi
Eucharistia, 53).
Desde esta perspectiva se comprende mucho mejor por qué
Lourdes el culto a la santísima Virgen María va unido a un fue
constante culto a la Eucaristía, con celebraciones eucarístic
diarias, con la adoración del santísimo Sacramento y la bend
a los enfermos, que constituye uno de los momentos más fue
de la visita de los peregrinos a la gruta de Massabielle.
La presencia en Lourdes de muchos peregrinos enfermos y
voluntarios que los acompañan ayuda a reflexionar sobre
solicitud materna y tierna que la Virgen manifiesta con respec
dolor y a los sufrimientos del hombre. La comunidad cristia
siente que María, Mater dolorosa, asociada al sacrificio de C
sufriendo al pie de la cruz con su Hijo divino, está particularm
cerca de ella cuando se congrega en torno a sus miembros
sufren, llevando los signos de la pasión del Señor.
María sufre con quienes pasan por la prueba, con ellos espe
es su consuelo, sosteniéndolos con su ayuda materna. ¿No
verdad que la experiencia espiritual de tantos enfermos llev
comprender cada vez más que «el divino Redentor quiere pen
en el ánimo de todo paciente a través del corazón de su Ma
santísima, primicia y vértice de todos los redimidos»? (Salv
doloris, 26).
3. Si Lourdes nos impulsa a meditar en el amor materno de
Virgen Inmaculada por sus hijos enfermos y que sufren, el pró
Congreso eucarístico internacional será ocasión para adora
Jesucristo presente en el Sacramento del altar, para
encomendarnos a él como Esperanza que no defrauda y pa
recibirlo como medicina de inmortalidad que cura el cuerpo
alma. (...)
5. (...) La próxima Jornada mundial del enfermo ha de ser
además, una circunstancia propicia para invocar de modo esp
la protección materna de María sobre quienes se encuentr
probados por la enfermedad, sobre los agentes sanitarios y s
todos los que trabajan en la pastoral de la salud. Pienso, e
particular, en los sacerdotes comprometidos en este campo, e
religiosas y en los religiosos, en los voluntarios y en todos los
con una entrega efectiva se dedican a servir, en cuerpo y alm
los enfermos y a los necesitados.
Encomiendo a todos a María, Madre de Dios y Madre nues
Inmaculada Concepción. Que ella ayude a cada uno a testim
que la única respuesta válida al dolor y al sufrimiento human
Cristo, el cual al resucitar venció la muerte y nos dio la vida qu
tiene fin.
Con estos sentimientos, imparto de corazón a todos una bend
apostólica especial.
Vaticano, 11 de enero de 2008
[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español
25
Devoción de San Francisco a María Santísima
por Kajetan Esser, o.f.m.
Mucho se ha solido hablar del amor de san Francisco a Mar
muchos han sido los que en tono encendido lo han celebrado
. Las más de las veces los que han tratado el tema se han limit
reunir con más o menos sentido crítico lo que las diversa
tradiciones franciscanas nos han legado acerca de la devoc
mariana del santo. Como es natural, en estos trabajos se h
podido atribuir a Francisco lo que generaciones posteriores
buen grado hubieran querido ver en él para poder ensalzarlo
esto se ha de añadir que con frecuencia se ha considerad
demasiado aisladamente la devoción mariana del santo. Ni
trataba de situarla en el conjunto de la vida espiritual de sa
Francisco, ni se buscaban en la vida de la Iglesia las raíces d
devoción que se hundía en tiempos más remotos que los d
Bernardo de Claraval (3). Por todo ello, puede parecer conven
dedicar una particular atención a la piedad mariana del santo
Asís (4).
Este estudio no se propone «a priori» metas muy elevadas, po
se ha de reconocer honradamente que san Francisco no fu
teólogo de escuela. No se puede, por consiguiente, esperar d
expresiones claramente formuladas a nivel de escuela teoló
acerca de María. Carece de sentido pretenderlo de un santo
letras. También en éste, como en otros campos, Francisco es
de su tiempo, fuertemente condicionado por la vida espiritua
religiosa contemporánea. A través de la predicación y con un
absoluta va él asimilando las verdades acerca de la Madre
Dios; sobre ellas va creciendo su piedad mariana.
Por testimonios unánimes de sus biógrafos, sabemos que
Francisco era amartelado devoto de la Virgen, y que su devo
era superior a la corriente. Su piedad mariana no era product
la ciencia de los libros, sino de la oración y la meditación cada
más profunda del misterio de María y del puesto excepcional
ella ocupa en la obra de la salvación (5).
Lo que él dijo e hizo como fruto de esa oración y devoción, lle
sello tan personal y está acuñado de tal forma con su origina
espiritual, que aún hoy se merece una atención especial
I. Estructura teológica de la devoción mariana de San Franc
«Rodeaba de amor indecible a la madre de Jesús, por haber h
hermano nuestro al Señor de la majestad» (2 Cel 198), «y p
habernos alcanzado misericordia» (LM 9,3).
1.-- María y Cristo
Estas sencillas
palabras de sus
biógrafos expresan el
motivo más profundo
de la devoción de san
Francisco a la Virgen.
Puesto que la
encarnación del Hijo de Dios constituía el fundamento de tod
vida espiritual, y a lo largo de su vida se esforzó con toda dilig
en seguir en todo las huellas del Verbo encarnado, debía mo
un amor agradecido a la mujer que no sólo nos trajo a Dios
forma humana, sino que hizo «hermano nuestro al Señor de
majestad» (6). Esto hacía que ella estuviera en íntima relació
la obra de nuestra redención; y le agradecemos el que por
medio hayamos conseguido la misericordia de Dios.
Francisco expresa esta gratitud en su gran Credo, cuando,
proclamar las obras de salvación, dice: «Omnipotente, santís
altísimo y sumo Dios, Padre santo y justo, Señor rey del cielo
la tierra, te damos gracias por ti mismo... Por el santo amor
que nos amaste, quisiste que Él, verdadero Dios y verdade
hombre, naciera de la gloriosa siempre Virgen beatísima sa
María» (1 R 23,1-3).
Aquí, «el homenaje que el hombre rinde a la majestad divina d
lo más profundo de su ser», característica de la antigua ed
media, se funde en desbordante plenitud con el amor recono
del hombre atraído a la intimidad de Dios. Otro tanto sucede
salmo navideño que Francisco, a tono con la piedad sálmica
primera edad media, compuso valiéndose de los himnos
redactados por los cantores del Antiguo Testamento: «Glorific
Dios, nuestra ayuda; cantad al Señor, Dios vivo y verdadero,
voz de alegría. Porque el Señor es excelso, terrible, rey gra
sobre toda la tierra. Porque el santísimo Padre del cielo, nue
rey antes de los siglos, envió a su amado Hijo de lo alto, y nac
la bienaventurada Virgen santa María. Él me invocó: "Tú ere
Padre"; y yo lo haré mi primogénito, el más excelso de los rey
la tierra» (7).
Con alabanza desbordante de alegría, Francisco da gracias
Padre celestial por el don de la maternidad divina concedid
María. Este es el primero y más importante motivo de su devo
mariana: «Escuchad, hermanos míos; si la bienaventurada V
es tan honrada, como es justo, porque lo llevó en su santísi
seno...» (CtaO 21). En aquella época campeaba por sus resp
la herejía cátara, que, aferrada a su principio dualista, explica
encarnación del Hijo de Dios en sentido docetista y, por
consiguiente, anulaba la participación de María en la obra d
salvación. Para manifestar su oposición a la herejía, Francis
devoto de María, no se cansaba de proclamar, con extrem
claridad, la verdad de la maternidad divina real de María: «E
Verbo del Padre, tan digno, tan santo y glorioso, anunciándo
santo ángel Gabriel, fue enviado por el mismo altísimo Pad
desde el cielo al seno de la santa y gloriosa Virgen María, y e
recibió la carne verdadera de nuestra humanidad y fragilidad»
Y en el Saludo a la bienaventurada Virgen María celebra es
verdadera y real maternidad con frases siempre nuevas,
dirigiéndose a ella de un modo exquisitamente concreto y
expresivo, llamándola: «palacio de Dios», «tabernáculo de D
«casa de Dios», «vestidura de Dios», «esclava de Dios», «M
de Dios» (9).
Estos calificativos, tan altamente realistas, nos dan a compre
con qué celo tan grande defiende ortodoxamente Francisco
figura auténtica de María en una cristiandad tan fuertemen
amenazada por la herejía.
No estará de más recordar aquí que el santo no trató de com
la herejía con la lucha o la confrontación, sino con la oración
vez también en esto seguía el mismo principio que estable
respecto al honor de Dios: «Y si vemos u oímos decir o hace
o blasfemar contra Dios, nosotros bendigamos, hagamos bie
alabemos a Dios, que es bendito por los siglos» (1 R 17,19
Cosa sorprendente: la mayor parte de las afirmaciones de
Francisco sobre la Madre de Dios se encuentran en sus oraci
y cantos espirituales. A su aire, sigue con sencillez y simplicid
exhortación del Apóstol: «No os dejéis vencer por el mal, s
venced el mal con el bien» (Rom 12,21).
Tal vez esto explique su exquisita predilección por la fiesta
navidad y su amor al misterio navideño: «Con preferencia a
demás solemnidades, celebraba con inefable alegría la de
nacimiento del niño Jesús; la llamaba fiesta de las fiestas, e
que Dios, hecho niño pequeñuelo, se crió a los pechos de m
humana» (10).
Esta «preferencia» parece advertirse también en su ya
mencionado salmo de navidad: «En aquel día, el Señor Dios
su misericordia, y en la noche su canto. Este es el día que hi
Señor; alegrémonos y gocémonos en él. Porque se nos ha d
un niño santísimo amado y nació por nosotros fuera de casa
colocado en un pesebre, porque no había sitio en la posada. G
al Señor Dios de las alturas, y en la tierra, paz a los hombres
buena voluntad. Alégrese el cielo y exulte la tierra, conmuéva
mar y cuanto lo llena; se gozarán los campos y todo lo que ha
ellos. Cantadle un cántico nuevo, cante al Señor toda la tier
(11).
Pero Francisco da todavía un paso más importante. En la con
celebración de la navidad en Greccio trata de explicar a los f
con evidencia tangible este misterio, y habla profundamen
emocionado del Niño de Belén (véase el relato completo en 1
84-86). A este propósito es de una claridad meridiana la concl
del relato de Tomás de Celano: «Un varón virtuoso tiene u
admirable visión. Había un niño que, exánime, estaba recosta
el pesebre; se acerca el santo de Dios y lo despierta como d
sopor de sueño». Y prosigue: «No carece esta visión de sen
puesto que el niño Jesús, sepultado en el olvido en mucho
corazones, resucitó por su gracia, por medio de su siervo
Francisco, y su imagen quedó grabada en los corazones
enamorados» (12). Mediante el amor que él tenía al Hijo de
hecho hombre y a su Madre la Virgen, y que lo hizo paten
precisamente ese día, encendió en muchos corazones el amo
se había enfriado por completo. Lo que hizo en Greccio y cu
manifestó en muchos detalles de su pensamiento y
comportamiento (cf. 2 Cel 199-200), no era más que la
concretización de su principio general: «Tenemos que amar m
el amor del que nos ha amado mucho» (2 Cel 196).
Si intentamos con todo cuidado explicar la siempre válida
significación de este primer rasgo fundamental de la devoc
mariana de Francisco, tendremos primero que subrayar que
ve a María aisladamente, separadamente del misterio de s
maternidad divina, que es la que justifica la importancia de M
en el cristianismo. Para san Francisco la veneración de la Vi
quiere decir colocar en su lugar preciso el misterio divino-hum
de Cristo. Hasta podría tal vez decirse, para salvar ortodoxam
este misterio, que «se ha hecho nuestro hermano el Señor d
majestad». Por otro lado, bien podemos añadir que, al subra
con vigor la maternidad física de María respecto de Dios, se
sin más afirmando el Jesucristo histórico, que, no pudiendo s
la Escritura ser disociado del Jesús resucitado y glorificado,
presente y actúa operante en la vida cristiana, en la oración,
el seguimiento. Por eso, la devoción de Francisco a María ca
de toda abstracción y era todo menos conocimiento concept
ella brota siempre y fundamentalmente de algo que es palpab
concreto e histórico, y, por consiguiente, de la revelación de
que se manifiesta en hechos tangibles y concretos de la histo
la salvación. Será esto precisamente lo que posibilitará a
devoción mariana de Francisco su influencia viva en el futuro
Iglesia.
2.-- María y la santísima Trinidad
El misterio de la maternidad divina eleva a María sobre todas
demás criaturas y la coloca en una relación vital única con
santísima Trinidad.
María lo recibió todo de Dios. Francisco lo comprende mu
claramente. Jamás brota de sus labios una alabanza de María
no sea al mismo tiempo alabanza de Dios, uno y trino, que
escogió con preferencia a toda otra criatura y la colmó de gra
Francisco no ve ni contempla a María en sí misma, sino que
considera siempre en esa relación vital concreta que la vincul
la santísima Trinidad: «¡Salve, Señora, santa Reina, santa M
de Dios, María, Virgen hecha iglesia, y elegida por el santís
Padre del cielo, consagrada por Él con su santísimo Hijo ama
el Espíritu Santo Paráclito; que tuvo y tiene toda la plenitud d
gracia y todo bien!» (13). También esto nos deja ver que cua
Francisco dice de la Virgen y las alabanzas que le dirige, todo
de ese misterio central de la vida de María, de su maternid
divina; pero ésta es la obra de Dios en ella, la Virgen. Inclus
perpetua virginidad de María ha de ser comprendida sólo e
relación con su maternidad divina. La virginidad hace de ella
vaso «puro», donde Dios puede derramarse con la plenitud d
gracia, para realizar el gran misterio de la encarnación. L
virginidad no es, pues, un valor en sí -muy fácilmente podr
significar esterilidad-, sino pura disponibilidad para la acción d
que la hace fecunda de forma incomprensible para el homb
«consagrada por Él con su santísimo Hijo amado y el Espír
Santo Paráclito».
Esta fecundidad es mantenida por la acción de Dios-Trinidad:
tuvo y tiene toda la plenitud de la gracia y todo bien».
Esta relación vital entre María y la Trinidad la expresa Franc
aún más claramente en la antífona compuesta por el santo pa
oficio, llamado con poca exactitud Oficio de la pasión del Se
antífona que quería se rezara en todas las horas canónica
«Santa Virgen María, no ha nacido en el mundo entre las mu
ninguna semejante a ti, hija y esclava del altísimo Rey sum
Padre celestial, madre de nuestro santísimo Señor Jesucris
esposa del Espíritu Santo» (OfP Ant). También estas afirmac
se fundan en lo que la gracia de Dios ha obrado en María. L
alabanzas a la Virgen son al mismo tiempo alabanzas y
glorificación de aquel que tuvo a bien realizar tantas maravilla
una criatura humana.
Si los dos primeros atributos son claros e inteligibles sin más,
usaron con frecuencia en la tradición anterior de la Iglesia
tendremos que detenernos un poco más en el tercero, «espos
Espíritu Santo», tan común hoy día. Lampen, después de
minucioso estudio de los seiscientos títulos aplicados a María
autores eclesiásticos de Oriente y Occidente, recogidos por
Passaglia en su obra De Immaculato Deiparae Virginis conc
(14), hace constar que no aparece entre ellos este título. Est
hace suponer con un cierto derecho que fue san Francisco
primero en emplearlo (15). Como tantas otras veces, tambié
este caso pudo Francisco haber penetrado con profundidad e
que el evangelio dice de María, y haber expresado clarament
su oración lo que veladamente se contenía en el anuncio del
según san Lucas (Lc 1,35). María se convierte en madre de
por obra del Espíritu Santo. Ya que ella, la Virgen, se abrió
reservas -o, para decirlo con san Francisco, en «total pureza
esta acción del Espíritu, en calidad de «esposa del Espíritu Sa
llegó a ser madre del Hijo de Dios. Esta manera de ver est
misterios nos puede descubrir en Francisco un fruto de su ora
contemplativa. Según Tomás de Celano, «tenía tan presente
memoria la humildad de la encarnación..., que difícilmente qu
pensar en otra cosa» (1 Cel 84). Por eso no se cansaba d
sumergirse en este misterio por medio de la oración. Podía p
toda la noche en oración «alabando al Señor y a la gloriosís
Virgen, su madre» (1 Cel 24).
Todo esto lo inundaba de una inmensa veneración y era para
más íntima y pura realidad de Dios. En todo esto redescubr
Dios en su acción incomparable; y esta consideración lo hacía
de rodillas para una oración de alabanza y agradecimiento. E
acción del divino amor, que María había acogido y aceptado
un corazón tan creyente, la elevaba, según Francisco, sobre t
las criaturas a la más íntima proximidad de Dios. Por esto
Francisco ensalzaba tanto a la «Señora, santa Reina»,
proclamándola «Señora del mundo» (LM 2,8).
3.-- María y el plan de la salvación
Siendo María la madre
Jesús, Francisco la honr
especialmente como «m
de toda bondad» (1 Cel
Fue lo que le indujo a
establecerse junto a la e
de la Madre de Dios en
Porciúncula. Todo lo espe
de su bondad. «Despué
Cristo, depositaba
principalmente en ella
confianza» (LM 9,3)
Según esta profunda fras
san Buenaventura, Franc
concibió y dio a luz el es
de la verdad evangélica en esta iglesita, por los méritos de
madre de la misericordia. El santo doctor subraya esta explica
aludiendo a que esto ocurrió al amparo de aquella que «enge
al Verbo lleno de gracia y de verdad» (LM 3,1; cf. Lm 7,3). C
esta alusión se ha tocado con seguridad lo más profundo ac
del amor y veneración marianos en Francisco. Esta devoción
termina en ardientes oraciones ni en cánticos de alabanza;
realiza más bien y llega a su culminación en el esfuerzo d
Francisco por asimilar en todo la actitud de María ante el Verb
Dios (16). Como primera cosa, el «concepit», «concibió»: co
María, el hombre debe acoger al Verbo de Dios, aceptarlo
actitud de obediencia creyente y dejarse llenar totalmente de
Pero el «concepit» -y este es el segundo momento- debe
convertirse en «peperit», «dio a luz»: el hombre, obediente
creyente, de nuevo como María, debe dar a luz al Verbo de D
darle vida y forma. San Buenaventura atribuye estos dos
momentos a María y Francisco. No podía él expresar y expl
con mayor acierto y profundidad la fundamental actitud mari
que existía en la vida evangélica de san Francisco.
No; san Buenaventura no introdujo en la vida de Francisc
pensamientos teológicos extraños. Lo demuestra palmariame
magnífica carta que Francisco escribió a los fieles de todo
mundo, en la que desarrolló abundantemente los pensamient
su corazón (2CtaF 4-15, 15-60-, 63-71). En ella (v. 4) el san
describe el nacimiento del Verbo divino de las entrañas de la
y gloriosa Virgen María. Pero este nacimiento divino no acon
sólo en María; debe realizarse también en los corazones de
fieles. Los Padres de la Iglesia, desde Hipólito y Orígenes
meditaron largamente sobre este íntimo misterio de la vid
cristiana y trataron de aclararlo con explicaciones siempre nu
(H. Rahner). En la misma citada carta (v. 53), Francisco hac
comentario muy condensado en un lenguaje que le es prop
somos «madres, cuando lo llevamos en el corazón y en nue
cuerpo por el amor y por una conciencia pura y sincera; lo
alumbramos por las obras santas, que deben ser luz para eje
de otros».
En un primer momento podría parecer que estas palabra
representan una visión ascética del misterio, que remontaría a
Ambrosio y que fue la que privó en el occidente hasta la ed
media (H. Rahner). Pero se ha de tener en cuenta que poco a
(v. 51) Francisco ha dicho algo que no se puede separar de lo
ha afirmado acerca de la maternidad espiritual: «Somos espo
[de Cristo] cuando el alma fiel se une, por el Espíritu Santo
Jesucristo». El misterio de la maternidad espiritual se funda
radica en el misterio del desposorio que se le regala al alma
mediante el Espíritu Santo (17) y que no se desarrolla por
esfuerzo voluntarista y ascético. Es un don gratuito del amo
Dios en el Espíritu Santo.
Si Francisco canta a la Madre de Dios como «esposa del Esp
Santo», también coloca junto a la maternidad del alma fiel
desposorio en el Espíritu Santo (18). Es Él quien por su grac
por su iluminación infunde todas las virtudes en los corazone
los fieles, para de infieles hacerlos fieles (SalVM 6). Tampoc
de casualidad que esta alusión se encuentre en el Saludo a
bienaventurada Virgen María. Así como por la acción del Esp
Santo el Verbo del Padre se hizo carne en María, de modo an
la gracia y la iluminación del mismo Espíritu engendran a Cris
las almas, y las van conformando a una vida cada vez má
cristiana (19), hasta que, como dice la misma carta en su v. 6
tener en sí al Hijo de Dios, llegan a poseer la sabiduría espiri
pues el Hijo es la sabiduría del Padre.
Pero el nacimiento de Dios en el corazón de los fieles es sól
aspecto de esta maternidad. Francisco indica también otro:
fuerza de esta vida cristiana, es decir, «por las obras santas,
deben ser luz para ejemplo de otros», Cristo es engendrado e
otros hombres. De esta forma, la función maternal de la vid
cristiana, como testimonio vivo, se extiende a la Iglesia (20
Francisco habló de buen grado y con frecuencia acerca de e
misión maternal de los fieles en la Iglesia; así, por ejemplo
cuando, aplicando a sus hermanos, sencillos e ignorantes,
palabras de la sagrada Escritura: «la estéril tuvo muchos hijo
Sam 2,5), las explica de la forma siguiente: «Estéril es mi herm
pobrecillo, que no tiene el cargo de engendrar hijos en la Igle
Ese parirá muchos en el día del juicio, porque a cuantos conv
ahora con sus oraciones privadas, el Juez los inscribirá enton
gloria de él» (21).
Lo que se realizó en la maternidad de María para la salvación
mundo se prolonga en los corazones de los fieles, por la acc
sobrenatural del Espíritu Santo. En última instancia se trata
misterio mismo de la Iglesia, del que participan los fieles. Fran
se sabe agraciado con el mismo don gratuito que admira en M
Y este don, concedido a él y a sus hermanos, lo considera c
tarea en la Iglesia. María es para él, ante todo y sobre todo, M
de Cristo, y por esto la ama amarteladamente. Madre de Crist
también para él los fieles «que escuchan la palabra de Dios
ponen en práctica» (Lc 8,21), y de esta manera participan d
misión de la Madre Iglesia.
Así vista la devoción mariana de Francisco, la podemos cond
en esta fórmula: vivir en la Iglesia como vivió María.
La realización de la obra de la salvación y su transmisión -de
se trata en la devoción mariana de Francisco- tiene como fin h
visible en el misterio de la encarnación del Verbo la divinid
invisible. Pero Francisco conoce otra forma de hacerse visib
Dios invisible: la que él tanto aprecia y venera en la santísim
eucaristía. Tal como dice en su primera Admonición, donde
una clara oposición a la herejía cátara contemporánea, en
eucaristía se ha de ver en fe a aquel que, siendo hombre, di
sus discípulos: «El que me ve a mí, ve también a mi Padre»
14,9). Por eso exclama san Francisco: «Por eso, ¡oh hijos de
hombres!, ¿hasta cuándo seréis duros de corazón? ¿Por qu
reconocéis la verdad y creéis en el Hijo de Dios? Ved que
diariamente se humilla (22), como cuando desde el trono re
descendió al seno de la Virgen; diariamente viene a nosotro
mismo en humilde apariencia; diariamente desciende del sen
Padre al altar en manos del sacerdote». Pero también aquí in
Francisco que depende del «Espíritu del Señor», «que habit
sus fieles», el poder participar de ese misterio, el poder creer
«secundum spiritum», «según el espíritu». Esta advertencia
muestra que no ha sido por casualidad que Francisco haya h
mención de la encarnación de Cristo en María. Porque se abr
reservas a la acción del Espíritu Santo -podemos recordar
nuevo a la «esposa del Espíritu Santo»-, pudo mediante Ma
convertirse en visible y palpable el Dios invisible. Y el que, c
ella, se abre con fe al Espíritu del Señor, contemplará «con
espirituales» al mismo Señor en el misterio de la eucaristía,
colmado por Él y se hará un espíritu con Él (cf. 1 Cor 6,17).
este misterio verá unitariamente el comienzo y el fin de la obr
la salvación, pues «de esta manera está siempre el Señor co
fieles, como Él mismo dice: Ved que estoy con vosotros has
consumación del siglo» (Adm 1,22).
II. Expresiones concretas de la piedad mariana de San Franc
Las formas prácticas de la piedad mariana de san Francisco
inspiran en lo que de concreto conocemos de la vida históric
María. También en esto deja de lado todo lo abstracto y gené
Su piedad se inflama y aviva en la contemplación de los hec
históricos de la vida de María unida a la de Cristo y del pue
concreto que ella ocupa en los planes salvíficos de Dios.
1.-- María, la «Señora pobre»
Francisco no se limita a contemplar las relaciones íntimas d
vida cristiana con la vida de María; quiere asemejársele tambi
la vida externa. Por eso destaca en primer lugar su maternid
divina, y, como consecuencia de ella, subraya fuertemente o
título de gloria de María: es para él «la Señora pobre» (23
Tampoco este título tiene para él un valor independiente;
pobreza de María es una concretización de la pobreza de Cris
señal de que ella, como madre, ha compartido el destino de s
y ha participado plenamente en él (24).
En la Carta a los fieles, después de describir el misterio de
encarnación (cf. 2CtaF 4), inmediatamente prosigue el Santo
siendo Él sobremanera rico, quiso, junto con la bienaventura
Virgen, su Madre, escoger en el mundo la pobreza» (25). E
texto revela en Francisco una plena conciencia de la funció
redentora de la pobreza, como aparece en este versículo de
Pablo que cita tan a menudo: «Conocéis la obra de gracia
nuestro Señor Jesucristo: siendo rico, se hizo pobre por voso
para enriqueceros con su pobreza» (26).
María y los discípulos participan de esta pobreza redentora
Cristo; también Francisco quiere compartirla, como la debe
compartir todos los que quieran seguirle. Cuando, en
consecuencia, exige de sus hermanos una vida en pobrez
mendicante, les pone delante el ejemplo de Cristo, que «vivi
limosna tanto Él como la Virgen bienaventurada y sus discípu
(1 R 9,5). Y en la Última voluntad a santa Clara y sus herma
reafirma expresamente: «Yo el hermano Francisco, pequeñu
quiero seguir la vida y la pobreza de nuestro altísimo Seño
Jesucristo y de su santísima Madre y perseverar en ella has
fin»; y las hermanas deben atenerse a ella a pesar de todas
dificultades (UltVol). Por eso, llamaba a la pobreza reina de
virtudes, «pues con tal prestancia había resplandecido en el
de los reyes y en la Reina, su madre» (27).
Siempre le impresionaba profundamente la pobreza compar
por María con Cristo en su vida terrena, y lo estimulaba a u
participación total en la misma: «Frecuentemente evocaba -n
lágrimas- la pobreza de Cristo Jesús y de su madre» (LM 7,1
navidad no podía menos de llorar recordando a la Virgen po
que en aquel día sufrió las más amargas privaciones: «Suce
una vez que, al sentarse a la mesa para comer, un herman
recuerda la pobreza de la bienaventurada Virgen y hace
consideraciones sobre la falta de todo lo necesario en Cristo
Hijo. Se levanta al momento de la mesa, no cesan los solloz
doloridos, y, bañado en lágrimas, termina de comer sentado s
la desnuda tierra» (2 Cel 200).
Tampoco aquí se trataba simplemente de sentimientos de
compasión, sino de crudeza y de realismo en una responsabi
cristiana que afloraba en él cuando consideraba tales sufrimie
La pobreza de Cristo y de su madre no eran para él sólo hec
históricos dignos de compasión; eran realidad presente en
Iglesia. En una interacción mutua, la realidad presente sirve
evocar la pobreza de Cristo y de su madre, y ésta a su vez e
al pobre de nuestros días. «El alma de Francisco desfallecía
vista de los pobres; y a los que no podía echar una mano,
mostraba el afecto. Toda indigencia, toda penuria que veía
arrebataba hacia Cristo, centrándolo plenamente en Él. En to
los pobres veía al Hijo de la Señora pobre llevando desnudo
corazón a quien ella llevaba desnudo en los brazos» (28). A
ojos de Francisco, el pobre tiene la misión de reflejar la pobre
Cristo y de su madre. Cuando alguno de sus hermanos er
descortés con algún pobre, le castigaba severamente y despu
amonestaba: «Hermano, cuando ves a un pobre, ves un espe
Señor y de su madre pobre» (29). Así, pues, cuando la
contemplación de la vida pobre de Cristo y de su madre no
estimula al amor, ese amor debe volcarse en los pobres que
«los hijos de la Señora pobre».
Francisco ve en María a la enamorada de la vida evangélica
pobreza. Según él la Virgen estima más una vida en pobreza
cualquier otro culto exterior que se le rinda: «El hermano Pe
Cattani, vicario del santo, venía observando que eran muchís
los hermanos que llegaban a Santa María de la Porciúncula y
no bastaban las limosnas para atenderlos en lo indispensable
día le dijo a san Francisco: "Hermano, no sé qué hacer cuand
alcanzo a atender como conviene a los muchos hermanos qu
concentran aquí de todas partes en tanto número. Te pido q
tengas a bien que se reserven algunas cosas de los novicios
entran como recurso para poder distribuirlas en ocasione
semejantes". "Lejos de nosotros esa piedad, carísimo herma
respondió el santo-, que, por favorecer a los hombres, actue
impíamente contra la regla". "Y ¿qué hacer?", replicó el vicari
no puedes atender de otro modo a los que vienen -le respon
quita los atavíos y las variadas galas a la Virgen. Créeme:
Virgen verá más a gusto observado el evangelio de su Hijo
despojado su altar, que adornado su altar y despreciado su H
Señor enviará quien restituya a la Madre lo que ella nos h
prestado"» (30).
Estas palabras, que revelan una profunda confianza, muest
también con claridad meridiana la seriedad con que Francis
tomaba la imitación de la pobreza de María y la importancia q
pobreza tenía para él en el conjunto de la vida según el evang
Se ha de reconocer también que la piedad mariana de sa
Francisco no era un elemento extraño y aislado en su vida.
estaba fundida en una sólida unidad con el ideal de imitaci
exterior e interior de la vida de Cristo, a través sobre todo de
amor a la altísima pobreza.
2.-- María, protectora de la Orden
Las reflexiones precedentes han demostrado que en toda su
interior y exterior Francisco se sentía particularmente ligado
Madre de Dios. El santo expresó esta vinculación en la form
propia del tiempo y según le nacía de su personalidad.
San Buenaventura cuenta que en los primeros años después
conversión, Francisco vivía a gusto en la Porciúncula, la igles
la Virgen Madre de Dios, y le pedía en sus fervorosas oracio
que fuera para él una «abogada» llena de misericordia (LM 3
Poniendo en ella toda su confianza, «la constituyó abogada s
de todos sus hermanos» (LM 9,3). Tomás de Celano refiere
mismo al hablar de los últimos años del santo: «Pero lo que
alegra es que la constituyó abogada de la orden y puso bajo
alas, para que los nutriese y protegiese hasta el fin, los hijos
estaba a punto de abandonar» (2 Cel 198).
En el lenguaje medieval la palabra «advocata» tenía el sentid
protectora. El protector representaba en el tribunal secular
monasterio a él confiado. Debía protegerlo y, en caso de
necesidad, defenderlo de las violencias y usurpaciones exteri
Sin embargo, con el tiempo hubo abusos e inconvenientes.
eso los Cistercienses renunciaron sistemáticamente, no siem
con fortuna, a dichos protectores. Y eligieron a la Virgen co
protectora de su orden. Es verdad que este título, aplicado a M
(31), aparecía en la antífona que comienza «Salve, Regin
misericordiae» (32) y que es anterior a este hecho. No obsta
parece que tiene su importancia recordar que los Cisterciense
su capítulo general de 1218 determinaron cantar diariamente
antífona. San Francisco la conocía y la tenía en alta estima, c
nos demuestra el relato de Celano al que todavía hemos d
referirnos (3 Cel 106).
Para Francisco y para los hermanos menores, que había
renunciado a toda propiedad terrena, este término podía te
desde luego sólo una significación espiritual. María debía
representar a los hermanos menores ante el Señor; debía cu
de los mismos y protegerlos en todas las circunstancias difíci
problemas de su vida (33). Debía intervenir en su favor, cua
ellos no pudieran valerse. Francisco se dirige a la «gloriosa m
y beatísima Virgen María» para pedirle que junto con todos
ángeles y santos le ayuden a él y a todos los hermanos meno
dar gracias al sumo Dios verdadero, eterno y vivo, como a É
agrada (1 R 23,6), por el beneficio de la redención y salvación
ella, en la cumbre de toda la Iglesia triunfante, presente en lu
nuestro este agradecimiento a la eterna Trinidad. Después q
Dios, trino y único Señor, y antes que a todos los santos con
él «a la bienaventurada María, perpetua virgen» todos su
pecados, particularmente las faltas cometidas contra la vida s
el evangelio tal como lo exige la regla, y en lo referente a
alabanza de Dios por no haber dicho el oficio, según manda
regla, por negligencia, o por enfermedad, o por ser ignorant
indocto (34). Por estas faltas contra Dios, lleno de confianza
dirige a su «abogada», para que interceda ella en su favo
Esta petición aparece también en la Paráfrasis del Padrenue
que, aunque con seguridad no es obra de san Francisco, s
embargo la ha rezado el santo muy a placer y con mucha
frecuencia: «Y perdónanos nuestras deudas: por tu inefab
misericordia, por la virtud de la pasión de tu amado Hijo y, po
méritos e intercesión de la beatísima Virgen y de todos tu
elegidos» (ParPN 7). Suplica insistentemente a ella, la criat
elegida y colmada de gracia con preferencia a toda otra, q
interceda en su favor ante el «santísimo Hijo amado, Seño
maestro» (OfP Ant 2). La única vez que Francisco alude a C
como a «Señor y maestro» en el Oficio de la pasión, que recit
diario (OfP introducción), es en la antífona de dicho oficio
ciertamente la razón es que, en la oración que hace mediante
oficio, no busca él sino la imitación de Cristo, cuya fiel realiza
pide por intercesión de María, ya que la identificación que se
entre María y Cristo era para Francisco la meta última de su
evangélica.
Estos pensamientos tomados de los escritos del santo coinc
en cuanto al contenido con lo que en rimas artísticas cantó el
de Francisco, Enrique de Avranches, pocos decenios despué
la muerte del santo. Cuando los hermanos piden a Francisco
les enseñe a orar, él les responde: «Al estar todos envueltos
pecados, no puede vuestra oración elevarse al cielo por mér
vuestros. Tendrá ella que apoyarse en el patrocinio de los sa
Ante todo sea la bienaventurada Virgen la mediadora ante Cri
sea Cristo el mediador ante el Padre» (35). Sin duda ha qued
aquí formulado lo que Francisco intentó expresar en aquel len
rudo que era con frecuencia el suyo.
Este segundo aspecto de la piedad práctica de Francisco re
también que en toda su piedad hay una ordenación verdade
viva: María, la «abogada», es para él la que maternalmen
conduce a Cristo, el Dios-hombre, y Cristo es para él el medi
único en todas las cosas ante el Padre. ¿Puede haber una fór
más exacta y precisa: María «mediatrix ad Christum» y Cris
«mediator ad Patrem»?
3.-- Vivencia de la piedad mariana
Las biografías destacan con acentos particulares la predilecci
Francisco por los lugares marianos, por las iglesias puestas b
protección de la Virgen. Tres de estas iglesitas las restaur
personalmente. La más significativa e importante para la vi
futura de Francisco y de su orden fue la ermita de Santa Mar
los Angeles, cerca de Asís, llamada Porciúncula. El santo no
cansaba de contárselo a sus hermanos: «Solía decir que p
revelación de Dios sabía que la Virgen santísima amaba c
especial amor aquella iglesia entre todas las construidas en
honor a lo ancho del mundo, y por eso el santo la amaba más
a todas» (2 Cel 19). Este relato resalta inequívocamente q
Francisco se afanaba con infantil sencillez en amar todo lo q
sabía que María amaba. Y este amor era particularmente prem
precisamente en la Porciúncula (36). Por eso, lleno de confia
llevó a sus doce primeros hermanos a esta iglesita, «con el fi
que allí donde, por los méritos de la madre de Dios, había te
su origen la orden de los menores, recibiera también -con
auxilio- un renovado incremento» (37). Y aquí fijó su prime
residencia, por su entrañable amor a la Madre bendita del Sal
(38). Y cuando se sintió morir, se hizo conducir allá, para m
«donde por mediación de la Virgen madre de Dios había conc
el espíritu de perfección y de gracia» (Lm 7,3).
Por así decirlo, quiso pasar toda su vida en la casa de María,
encontrarse siempre cerca de su solicitud maternal. Y lo de
también para sus seguidores. Por eso, ya moribundo, recome
de modo especialísimo a sus hermanos este lugar santo: «M
hijos míos, que nunca abandonéis este lugar. Si os expulsan
un lado, volved a entrar por el otro» (1 Cel 106; cf. LM 2,8
Sintiéndose muy íntimamente vinculado a la Madre de Dios y
profundamente obligado con ella a lo largo de su vida, se mos
particularmente agradecido: «Le tributaba peculiarmente
alabanzas, le multiplicaba oraciones, le ofrecía afectos, tanto
tales como no puede expresar lengua humana» (2 Cel 198). C
lo demuestran las rúbricas para el Oficio de la pasión, diariam
rezaba especiales «salmos a santa María» (OfP introducción)
probablemente el así llamado Officium parvum beatae Mar
Virginis, compuesto ya en el siglo XII y que con frecuencia
rezaba juntamente con las horas canónicas. Enseñaba a s
hermanos a decir también el Ave María, en la forma breve d
edad media, cuando rezaban el Pater noster. Debían medi
particularmente las alegrías de María, «para que Cristo le
concediese un día las alegrías eternas» (39).
Parece que entre todas las fiestas de la Virgen, Francisco te
predilección por la de la Asunción. Acostumbraba prepararse
con un ayuno especial de cuarenta días (40). Puede que se d
él el que los hermanos de la penitencia (los terciarios) estuvi
dispensados de la abstinencia este día, como ocurría en las fi
más grandes, si coincidía con alguno de los días que según
regla fueran de abstinencia. En esta fiesta debía prevalece
alegría por el honor concedido a María.
Poseído por la más completa confianza en la Virgen, Franci
realizó obras maravillosas. Así, cierto día cogió unas migas de
las amasó con un poco de aceite tomado de la lámpara que «
junto al altar de la Virgen» y se lo mandó a un enfermo, que «
fuerza de Cristo» curó perfectamente (LM 4,8). Se aparec
también a una señora, aquejada por los dolores de un par
dificilísimo, y le dijo que rezara la «Salve, Regina misericordi
Mientras la rezaba, dio felizmente a luz un niño (3 Cel 106
Aunque estos relatos pudieran ser dejados de lado por
legendarios, demuestran cuando menos hasta qué punto l
contemporáneos de Francisco apreciaban su confianza en Ma
con qué delicadeza la han asociado a su imagen.
La piedad mariana de Francisco, acuñada en muchos detalle
la corriente de la tradición cristiana, pero nacida especialmen
la espiritualidad de este gran santo, fue recogida vitalmente p
orden, y transmitida a través de los siglos. Si un examen m
amplio y una reflexión más profunda han aportado alguna
novedades y han introducido algunas diferencias, con tod
permanecen como columnas firmes aquellas verdades qu
Francisco transmitió con tanta convicción a los hermanos men
María es la madre de Jesús, y, como tal, es el instrument
escogido por la Trinidad para su obra de salvación; María e
«Señora pobre», y, como tal, la protectora de la orden. Su cul
la historia es la actualización de una corta y admirable orac
compuesta por Tomás de Celano: «¡Ea, abogada de los pob
cumple en nosotros tu misión de tutora hasta el día señalado
Padre» (2 Cel 198).
1. Cf. la abundante literatura sobre el tema en B. Kleinschm
Maria und Franziskus in Kunst und Geschichte, Düsseldorf 19
136; y, en parte, también en H. Felder, Los ideales de san
Francisco de Asís, Buenos Aires 1948, p. 409s.
2. Entre muchos ejemplos, citamos el señalado por Kleinsch
(o.c., p. 137s) o por Felder (o.c., p. 411 n. 76): Wadingo ha
remontar a san Francisco la misa sabatina en honor de la Vir
cuando se sabe que fue introducida por san Buenaventura.
estudioso de la tradición franciscana encontrará numerosa
«transposiciones» parecidas. Por eso, en este capítulo no
basaremos sobre todo en los Escritos de san Francisco,
consultaremos además las fuentes franciscanas del siglo X
solamente así puede haber un sólido fundamento histórico
3. Pueden servir de ejemplo las indicaciones ofrecidas por Fe
o.c., pp. 409-413.
4. M. Brlek, Legislatio ordinis fratrum minorum de Immacula
Conceptione B. V. Mariae, en Antonianum 20 (1954) 3-44, cre
ser necesario tal estudio porque considera resueltas todas
cuestiones relativas al tema.
5. Ya Kleinschmidt (o.c., XIII) distingue entre los grandes doc
y panegiristas de la Virgen y sus sencillos devotos. Su libro tra
demostrar que el arte cristiano ha concedido a san Francisco
palma del amor a María dentro del grupo de los que la ha
venerado con sencillez de corazón».
6. Este pensamiento precisamente nos muestra a Francisco c
a quien ha llevado a la cumbre la piedad medieval y como a q
ha impreso una orientación a esa misma piedad. Al igual que
la piedad precedente, ve todavía a Cristo como al «Domin
maiestatis», al Señor que domina sobre todos y sobre todas
cosas; así está representado en la «maiestas Domini» del a
cristiano antiguo y del alto medievo. Pero Francisco sabe tam
y con ello queda ligado a la nueva forma de piedad cristiana-
según el evangelio (Mt 12,50; 25,40.45), el Hijo de Dios encar
es el hermano de todos los redimidos (cf. 1 R 22). La matern
divina de María le ha dado la posibilidad de unir y fusionar los
aspectos.
7. OfP 15,1-4. No insistimos sobre la expresión «el santísim
Padre del cielo... antes de los siglos envió a su amado Hijo d
alto», que parece ser como un preludio de la doctrina de Ju
Duns Escoto sobre la predestinación absoluta de Cristo. Ta
pensamientos evidentemente no eran extraños a Francisco, c
lo insinúa el texto de la Adm 5: «Repara, ¡oh hombre!, en cu
grande excelencia te ha constituido el Señor Dios, pues te cr
formó a imagen de su querido Hijo según el cuerpo y a su
semejanza según el espíritu».
8. 2CtaF 4.-- También aquí marchan unidos los dos aspectos
Señor de la majestad», hecho en todo semejante a nosotros.
interesante estudiar más detalladamente en qué medida la im
de Cristo como «Señor glorificado», contemplado solamente
esplendor de su majestad divina, favoreció el brote de la her
docetista cátara en los albores de la edad media; cf. Fr. He
Aufgang Europas, Wien-Zürich, 1949, p. 110: «Es muy signific
que, desde los días de Notker hasta el comienzo del siglo X
nunca encontremos en la literatura alemana el nombre de Je
que Cristo llevaba como hombre». En todo caso puede pare
sorprendente que, con la expansión del catarismo y frente a
amenazas, se desarrollase dentro de la Iglesia una forma d
piedad que tratase de comprender de nuevo seriamente l
naturaleza humana de Cristo, que ayudó a la Iglesia a vence
herejía desde dentro. Vale lo mismo para la devoción a la
eucaristía, floreciente en aquel tiempo, que para los cátaros
algo abominable por la vinculación estrecha de lo divino con
material. Para la cristología y mariología de los cátaros cf. A. B
Die Katharer, Stuttgart 1953). No podemos imaginar la raigam
de la herejía cátara y los daños que ella hubiera podido caus
la alta edad media de no haberse producido en la piedad popu
evolución a la que hemos aludido, y de la que Francisco fue u
los representantes más importantes e influyentes. Este proc
jugó un papel relevante incluso dentro del arte cristiano. Per
podemos detenernos a estudiar esta influencia; sería salirno
los límites de nuestro propósito.
9. SalVM.-- W. Lampen, De s. Francisci cultu angelorum e
sanctorum, en AFH 20 (1957) 3-23, afirma que diversas
expresiones usadas en esta alabanza se encuentran ya en
literatura de la primera edad media, particularmente en Ped
Damiano (p. 13s). Lampen reúne también todos los títulos co
que Francisco honra a María, y llega a la curiosa constatació
que jamás ha usado el mismo título dos veces. Ve en ello u
señal de una originalidad poética y de un amor lleno de inven
en Francisco.
10. 2 Cel 199.-- Véase también en este texto el realismo de
expresiones que hacen imposible cualquier sublimación
espiritualizante y toda interpretación docetista.
11. OfP 15,5-10.-- En estos textos escogidos no se puede pa
por alto que todo, hasta el mundo material, inorgánico, particip
la alabanza de la encarnación; muy lejos están de la posició
los cátaros, para quienes el mundo inanimado era obra del prí
del mal y estaba en sí condenado.
12. 1 Cel 86.-- Naturalmente no queremos afirmar que la
celebración de Greccio tuviese el carácter de una demostrac
anticátara. Está demasiado profundamente enraizada en la pi
de san Francisco (cf. 1 Cel 84). Pero a su vez es innegable qu
los planes de la divina Providencia pudo tener gran importan
aun cuando san Francisco no tuviese conciencia de ello.
13. SalVM 1-3.-- Tal vez no sea inútil advertir una vez por to
que cuanto conservamos de san Francisco está desprovisto
todo sentimentalismo y que en cambio está informado de un
sobria que penetra siempre hasta lo más hondo de los miste
14. Tomo I, Nápoles 1855.
15. W. Lampen, o.c., p. 15.
16. «Y mientras no llevaba a la práctica lo que había concebid
su corazón, no hallaba descanso» (1 Cel 6). Cf. también 1Ce
17. Parece que estos pensamientos no se encuentran entre
Padres sino en Cirilo de Alejandría, aunque en forma un po
distinta. Cf. Hugo Rahner.
18. También la Forma de vida para santa Clara, demuestra q
había comprendido muy vivamente esta idea.
19. Los escritos de santa Clara, la más fiel discípula de Franc
demuestran cómo la primera generación franciscana vivió es
verdades.
20. Hugo Rahner aporta un solo testimonio de la literatura
patrística y de la primera edad media: de Gregorio Magno:
mater eius efficitur, si per eius vocem amor Dei in proximi me
generatur». Pero este texto se refiere sólo a la proclamación
palabra de Dios, mientras que Francisco se refiere a toda la
cristiana como tal.
21. 2 Cel 164.-- Expresiones análogas en 2 Cel 174; LM 8,1;
22. Cf. 1 Cel 84: «la humildad de la encarnación».
23. 2 Cel 83; cf. 2 Cel 85, 200, etc.
24. Por eso no podemos compartir la opinión de Felder, segú
cual la vida pobre de María, como modelo particular de lo
hermanos menores, fue un motivo especial del amor de Fran
hacia ella (o.c., p. 410). La «Señora pobre» no debe separars
la «Madre de Dios». Los dos aspectos van inseparablemen
unidos.
25. 2CtaF 5.-- Nótese que en ésta y en las citas siguiente
Francisco habla siempre al mismo tiempo de la pobreza de Cr
de la de María.
26. 2 Cor 8,9.-- Cf. 2 Cel 73,74, etc. Respecto al sentido rede
de la pobreza cristiana, como pobreza de Cristo, cf. el capít
Mysterium paupertatis en este mismo libro, pp. 73-96.
27. LM 7,1; cf. también 2 Cel 200.-- Para comprender el ple
significado de este pensamiento, hay que considerarlo dentr
una visión total de la pobreza de san Francisco (Cf. el capít
Mysterium paupertatis de este mismo libro, pp. 73-96.
28. 2 Cel 83.-- Pocas veces se ha visto tan claramente como
la presencia de la pobreza de Cristo y de su madre en el mis
de la Iglesia.
29. 2 Cel 85.-- Para Celano, speculum significa siempre lo q
hace visible y permite ver en sí otra cosa.
30. 2 Cel 67.-- El pasaje de la regla a que se alude en el rela
el de 1 R 2.
31. Sobre María como «protectora» en la piedad del siglo XI
Fr. Heer, o.c., p. 113s. Para el hombre del siglo XII la «abog
nuestra» era una «poderosa protectora». Con ella se estable
una relación estrictamente vinculante: la reina prometía prote
y gracia a cambio de que el hombre se empeñara en servirla
la tierra (p. 116). En Francisco no se aprecia rastro alguno de
relación. La relación jurídica queda transformada en relación
amor y de confianza. Por otra parte Celano nota expresament
los hermanos menores no buscaban «la protección de nadie
Cel 40).
32. Así comienza la antífona en la edad media. La palabra «m
fue añadida más tarde.
33. Francisco nunca llama a María «patrona» de la orden.
patrono principal es el mismo Señor, como claramente aparec
el relato de 2 Cel 158. Para él, María es la «abogada». Esto s
también a través de otros muchos testimonios sobre la vida d
Francisco.
34. CtaO 38-39.-- Felder (o.c., p. 413) reduce esta confesión
pecados a los que «él creía haber cometido». Pero, ¿tenem
derecho a atenuar tan honrada declaración del santo?
35. Analecta Franciscana X, p. 418: «Immo mediatrix Virgo b
ad Christum, Christus ad Patrem sit mediator».
36. No vamos a estudiar aquí los problemas históricos referen
la indulgencia de la Porciúncula. Nos remitimos a la literatura
existente.
37. LM 4,5.-- No se ve por qué Felder (o.c., p. 411) tenga q
extender a los demás hermanos lo que san Buenaventura dice
de los doce primeros.
38. 1 Cel 21; cf. también LM 2,8.
39. Enrique de Avranches, Legenda versificata 7, v. 9-15 (AF
449). Este pasaje es el testimonio más antiguo de la devoció
los hermanos menores a las «alegrías de María», y permi
suponer que esta devoción se remonta al mismo san Franci
40. LM 9,3; cf. la nota escrita por el hermano León en el perga
que le entregó san Francisco, y que contiene dos breves esc
del santo, las Alabanzas de Dios y la Bendición al hermano L
Francisco y Clara de Asís contemplan el misterio de María
por Michel Hubaut, o.f.m.
En los escritos de Francisco y de Clara aparece una
contemplación equilibrada, profunda, teológicamente
.
certera y en ocasiones original del misterio de María. Ella
«la Virgen pobrecilla», será el faro luminoso que alumbre
la vida cristiana de Clara y de Francisco.
1. Aquella por quien Dios recibió la carne de nuestra humanid
fragilidad
En los escritos de Francisco y de
Clara no hay indicio alguno de
«mariolatría» o de devoción
sensiblera. En ellos aparece una
contemplación equilibrada y
profunda de María, esa mujer que
ocupa un lugar único en la historia
de la salvación. Francisco expresa lo
esencial de su piedad mariana en
dos textos admirables por su
concisión y densidad espiritual.
El primero es una antífona que él
recitaba al principio y al final de cada una de las Horas de su
de la Pasión:
«Santa Virgen María, no ha nacido en el mundo entre las mu
ninguna semejante a ti, hija y esclava del altísimo Rey sum
Padre celestial, madre de nuestro santísimo Señor Jesucris
esposa del Espíritu Santo: ruega por nosotros, junto con e
arcángel san Miguel y todas las virtudes del cielo y con todos
santos, ante tu santísimo Hijo amado, Señor y maestro.»
La oración de Francisco asocia inmediatamente a la Virgen M
a la obra de la salvación realizada por Dios trino. Nunca l
contempla sola; siempre la ve en relación con las tres divin
personas. Es la hija elegida del Padre creador, el gran logro d
creación. Dios quiso a María para darle la carne a su Hijo. Ma
la esclava del plan de amor del Padre. Es, título bastante rar
esposa del Espíritu Santo, llena de gracia y totalmente dispon
su acción creadora (1). Y es, sobre todo, la madre del santís
Señor Jesucristo, el Hijo amado del Padre. Si Clara se sien
hondamente conmovida porque «un Señor tan grande y de
calidad» quiso encarnarse «en el seno de la Virgen» (cf. Car
3b), Francisco, por su parte, rebosa de gratitud a la mujer que
posible este abajamiento de Dios y en cuyo seno «recibió la c
verdadera de nuestra humanidad y fragilidad» (2CtaF 4; cf. C
21; 1 R 23,3).
En María, Dios plantó su tienda entre nosotros. María es e
tabernáculo de la Nueva Alianza (cf. Carta III, 3). María no e
mito ni un ídolo, sino nuestra humanidad que recibe a Cristo
nombre de todos y antes que todos. Ella da nuestra humanid
Dios y Dios a nuestra humanidad. ¡María es la humanización
inculturación carnal de Dios! ¡No le da una naturaleza huma
ficticia o aparente! Como todo hijo, Cristo recibe de María s
rasgos, sus gestos, sus actitudes, su entonación... María hac
Cristo un hombre. «Naturaliza» a Dios en la condición humana
mismo tiempo, diviniza nuestra naturaleza. María es, de hech
modelo perfecto de la Iglesia y de todo cristiano, cuya misi
consiste en «humanizar» a Dios y en «divinizar» al hombr
Así, pues, Francisco y Clara contemplan en María ese realis
permanente del misterio de la encarnación. En efecto, si l
separamos de su madre, Jesús corre peligro de perder su
humanidad y convertirse en el mito de un rey glorioso sin
consistencia ni raíces históricas, o en la mera ideología de
reformador genial sin ascendencia divina. Sin María, dejan
unirse en Cristo Dios y la humanidad. En María, todo está
relación con Cristo y depende de Cristo. Es imposible compre
la misión de la Madre sin contemplar la del Hijo.
Por todas estas razones, Francisco «rodeaba de amor indeci
la Madre de Jesús, por haber hecho hermano nuestro al Señ
la majestad. Le tributaba peculiares alabanzas, le multiplica
oraciones, le ofrecía afectos, tantos y tales como no pued
expresar lengua humana» (2 Cel 198).
El segundo texto, el Saludo a la bienaventurada Virgen María
a la vez, un ejemplo de la creación lírica de Francisco en hon
María y una expresión de su veneración filial. Utiliza en él
método preferido, la oración litánica, y casi todas sus imáge
expresan la maternidad de María, es decir, su excepciona
intimidad con Dios:
«¡Salve, Señora, santa Reina, santa Madre de Dios,
María,
que eres virgen hecha Iglesia,
y elegida por el santísimo Padre del cielo,
consagrada por Él con su santísimo Hijo amado
y el Espíritu Santo Paráclito;
en la que estuvo y está toda la plenitud de la gracia y tod
bien!
¡Salve, palacio de Dios!
¡Salve, tabernáculo de Dios!
¡Salve, casa de Dios!
¡Salve, vestidura de Dios!
¡Salve, esclava de Dios!
¡Salve, Madre de Dios!
¡Salve también todas vosotras, santas virtudes,
que, por la gracia e iluminación del Espíritu Santo,
sois infundidas en los corazones de los fieles,
para hacerlos, de infieles, fieles a Dios!»
La alabanza de Francisco, como su contemplación, se centra
función materna de María. ¡Ella es el palacio, el tabernáculo
casa, la vestidura de Dios! Francisco no se cansa de salud
cortésmente a esta santa Señora que tuvo la gracia inaudita
acoger en su seno al Dios tres veces santo, a Aquel que es
Bien. En el Saludo a la bienaventurada Virgen María oímos c
un eco del Saludo a las virtudes:
«¡Salve, reina sabiduría, el Señor te salve con tu herman
la santa sencillez!
¡Señora santa pobreza, el Señor te salve con tu hermana
la santa humildad!
¡Señora santa caridad, el Señor te salve con tu hermana
la santa obediencia!
¡Santísimas virtudes, a todas os salve el Señor, de quien
venís y procedéis!
Nadie hay absolutamente en el mundo entero que pueda
poseer a una de vosotras si antes no muere. Quien posee
una y no ofende a las otras, las posee todas...» (SalVir 1
6).
Para Francisco, hombre concreto y visual, las virtudes evangé
no son simples conceptos o ejercicios morales, sino dones
Espíritu Santo, dinámicos y llenos de vida (2). A sus ojos, la V
María es el espejo y ejemplo perfecto de todas las virtudes.
María, Francisco y Clara contemplan todas las virtudes de la
cristiana. El paralelismo entre ambos Saludos se manifiesta in
en la elección del vocabulario. María es Señora, como la pob
la humildad, la caridad y la obediencia. Es Reina, como la
sabiduría y su hermana la pura sencillez. María es la
personificación suma de todas las cualidades evangélicas. Un
más, Francisco se aproxima a la gran tradición ortodoxa, que
la Virgen María a «Santa Sofía», la Sabiduría encarnada
La Virgen María, pura, disponible, simplificada y unificada po
amor, es la morada de «Aquel que es todo Bien», de «Aque
quien los cielos no pueden contener». A los ojos asombrado
Francisco y de Clara, María realiza lo que ellos pretendiero
buscaron y anhelaron durante toda su vida: ser ese corazón
convertido en pura casa de adoración donde el Espíritu ora
espíritu y en verdad. Contemplan en esta mujer a la Virgen e
sentido profundo del término: la criatura virgen de todo replie
sobre sí misma, de cualquier pecado de apropiación de los d
de Dios. Su deseo es puro impulso, puro retorno al Creador.
es la tierra virgen fecundada por la semilla de la Palabra de D
la que, excepcionalmente, le dio carne, consistencia human
2. Vivir el Evangelio a la sombra deMaría
La fecundidad de María es una realidad espiritual permanente
intimidad, única, con Dios, la convierte en mediadora privileg
en fuente de gracia actual. En ella «estuvo y está toda la plen
de la gracia», escribe Francisco (SalVM 3).
¿Fue una casualidad que él y Clara vivieran el principio de
aventura humana y espiritual a la sombra materna de esta m
de misericordia? De hecho, junto a ella acogió Francisco y dio
el Evangelio. Junto a ella recibió también su misión apostóli
Tras haber reparado dos iglesias en ruinas, llegó al lugar llam
«Porciúncula» o Santa María de los Ángeles, «una antigua ig
construida en honor de la beatísima Virgen María, que entonc
hallaba abandonada, sin que nadie se hiciera cargo de la mis
Al verla el varón de Dios en semejante situación, movido po
ferviente devoción que sentía hacia la Señora del mundo, com
a morar de continuo en aquel lugar con intención de emprend
reparación...» (LM 2, 8a). «Mientras moraba en la iglesia de
Virgen, madre de Dios, su siervo Francisco insistía, con conti
gemidos ante aquella que engendró al Verbo lleno de gracia
verdad, en que se dignara ser su abogada, y al fin logró -por
méritos de la madre de misericordia- concebir y dar a luz el es
de la verdad evangélica» (LM 3, 1a). «Amó el varón santo d
lugar con preferencia a todos los demás del mundo -escribe
biógrafo-, pues aquí comenzó humildemente, aquí progresó e
virtud, aquí terminó felizmente el curso de su vida; en fin, e
lugar lo encomendó encarecidamente a sus hermanos a la ho
su muerte, como una mansión muy querida de la Virgen» (LM
8a; cf. LM 4, 5; 14, 3).
También fue en este santuario donde Francisco y sus herma
recibieron a Clara, cuando ésta abandonó la casa paterna. A
despojó Clara de todas sus joyas y consagró su vida a Cristo
este modo -comenta su biógrafo- quedaba bien de manifiesto
era la Madre de la misericordia la que en su morada daba a
ambas Órdenes» (LCl 8b). Esta iglesia de Santa María de
Ángeles es, pues, la cuna de toda la familia franciscana.
Por eso, María será siempre para Francisco y para Clara u
camino privilegiado, una mediación materna que conduce a
Hijo. Aunque fuertemente unidos a Cristo como único Salva
jamás dudarán en recurrir a la intercesión de esta madre d
bondad. «Ruega por nosotros... ante tu santísimo Hijo ama
Señor y maestro», repitieron varias veces al día (3).
3. La permanente fecundidad de María
La contemplación del misterio de la madre de Dios enrique
constantemente la vida evangélica y la oración de Francisco
Clara. María es la inspiradora de su vida. ¿No fue ella la prim
en dejarse transformar por la imprevisible irrupción del Espíri
Dios en su vida? ¿No fue acaso ella la primera en conocer
alegrías y las angustias, las certezas e interrogantes de to
buscador de Dios? ¿No tuvo que caminar también María en
claroscuro de la fe: «¿Cómo será esto, puesto que no cono
varón?» (Lc 1,13); «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira
padre y yo, angustiados, te andábamos buscando» (Lc 2,39)?
tuvo que caminar, también ella, en la noche de la duda y de
pruebas hasta llegar al alba de Pascua? De la anunciación a
asunción gloriosa, pasando por el Calvario, María es ya tod
aventura de la Iglesia y de cada uno de los creyentes. Co
asombrosa y precoz intuición teológica, Francisco escribe: «¡S
Señora, santa Reina, santa Madre de Dios, María, que eres v
hecha Iglesia!» (SalVM 1). Esta intuición será ampliament
desarrollada en el concilio Vaticano II (LG VIII).
María, ejemplo perfecto de todas las virtudes evangélicas, e
primera criatura humana que acoge con fe y con amor
incondicional el don de la salvación y los bienes del reino. De
que, habiendo recibido en plenitud todas las «santas virtudes,
por la gracia e iluminación del Espíritu Santo, son infundidas e
corazones de los fieles, para hacerlos, de infieles, fieles a D
(SalVM 6), María sea para Francisco y para Clara el faro lumi
de su vida cristiana. María, espejo purísimo de las exigencias
Evangelio de Cristo, nos arrastra a seguir sus huellas.
Ella ilumina los dos grandes polos de la misión de la Iglesia
cada uno de nosotros. El primero de ellos consiste en acoge
Cristo y los tesoros de su reino. El segundo es el deber de d
luz a Cristo en el corazón de los hombres mediante la radiació
nuestra vida. Francisco y Clara comparan con frecuencia, con
realismo, la misión del cristiano y la maternidad de María. Inv
sus hermanos y hermanas a vivir espiritualmente lo que la Vi
vivió en su carne.
Escribe Clara a Inés de Praga: «La gloriosa Virgen de las vírg
lo llevó materialmente: tú, siguiendo sus huellas, principalmen
de la humildad y la pobreza, puedes llevarlo espiritualmen
siempre, fuera de toda duda, en tu cuerpo casto y virginal» (C
III, 4b; cf. Carta I, 2b y 3b).
Por su parte, Francisco no duda en afirmar: Somos «madre
cuando lo llevamos en el corazón y en nuestro cuerpo por el
y por una conciencia pura y sincera; lo damos a luz por las o
santas, que deben ser luz para ejemplo de otros» (2CtaF 5
Según Francisco y Clara, toda vida cristiana, abierta y fiel a
fuerza del Espíritu, es teofanía de Dios, portadora de vida.
mismo san Pablo empleó este lenguaje refiriéndose a su
apostolado entre sus hermanos: «Yo... os engendré en Cris
Jesús» (1 Cor 4,15).
Si Clara se declara con frecuencia esclava de Cristo, no tem
llamarse también madre, en el Espíritu, de sus hermanas: «
bendigo en mi vida y después de mi muerte, en cuanto pued
más aún de lo que puedo, con todas las bendiciones... con la
el padre y la madre espirituales bendijeron y bendecirán a sus
e hijas espirituales» (BendCl).
Y uno de los biógrafos de Francisco escribe refiriéndose a é
«Alza en todo momento las manos al cielo por los verdader
israelitas, y, aun olvidándose de sí, busca, antes que todo,
salvación de los hermanos... compadece con amor a la pequ
grey atraída en pos de él... Le parecía desmerecer la gloria pa
si no hacía gloriosos a una con él a los que se le habían conf
a quienes su espíritu engendraba más trabajosamente que
entrañas de la madre cuando los había dado a luz» (2 Cel 1
Así, contemplando la virginidad y la maternidad de María
Francisco y Clara comprendieron mejor la misteriosa y secr
fecundidad de la paternidad y de la maternidad espiritual. S
celibato consagrado no es esterilidad. La multitud de herman
hermanas que ellos han engendrado desde hace siete sigl
manifiesta que la fecundidad de una vida supera la simple
procreación carnal. A sus ojos, la maternidad de María reba
ampliamente el misterio de la Natividad. Ella es la figura vivien
la Iglesia, esclava y pobre, que da a Jesús al mundo y, luego
eclipsa. Junto a la Virgen descubrieron los fundamentos de t
vida misionera y contemplativa: el amor, la fe, la adoración
pobreza (cf. 2 Cel 164). Como la Virgen madre, vivir para da
Cristo al mundo: ¡He aquí toda la piedad mariana de Francis
de Clara!
4. Por los caminos del mundo en compañía de María
Francisco es incapaz de centrar su oración en abstracciones
eso, su contemplación no disocia nunca el rostro de María
rostro de Cristo, su Hijo. Cristo es el siervo. María, la esclava.
el Pobre (el Poverello). Ella es la Poverella. Él es el Seño
(Dominus). Ella, la Señora (Domina). Ignora, sin duda, palab
eruditas como «corredentora», pero sabe que, sin María,
redención hubiera sido imposible. Esta hija de nuestra raza
nuestra humanidad que acepta la redención de Dios y se abr
fin enteramente a su iniciativa salvadora. Por eso, a Francisc
gusta contemplar en sus meditaciones a María viviendo junto
Hijo todos los misterios de la salvación. Incluso se la imagi
«misionando» por los caminos con Jesús y los apóstoles
compartiendo la precariedad de su situación.
De buena gana compara su propia pobreza itinerante y la de
hermanos con la de Jesús y María: «Y, cuando sea menest
vayan los hermanos por limosna. Y no se avergüencen, y más
recuerden que nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios vi
omnipotente, puso su faz como piedra durísima y no se averg
y fue pobre y huésped y vivió de limosna tanto Él como la vir
bienaventurada y sus discípulos» (1 R 9,3-5).
Francisco asocia, pues, a María a la pobreza y la misión itine
de su Hijo. Para él, María será siempre la madre pobre de C
pobre. La «Dama pobrecilla» se adhiere al destino de su H
Comparte su anonadamiento, como compartirá su gloria. «Si
Él sobremanera rico, quiso, junto con la bienaventurada Virge
Madre, escoger en el mundo la pobreza», escribe tambié
Francisco (2CtaF 5).
Clara tiene idéntica visión. Asocia con frecuencia la pobreza
María a la de su Hijo, considerando a la Virgen como el mode
las «Damas Pobres» que ella y sus hermanas quieren ser.
cuida bien de insertar en su Regla una de las últimas volunta
de Francisco: «Yo, el hermano Francisco, pequeñuelo, quie
seguir la vida y la pobreza de nuestro altísimo Señor Jesucris
de su santísima Madre y perseverar en ella hasta el fin; y os r
mis señoras, y os aconsejo que viváis siempre en esta santís
vida y pobreza. Y estad muy alerta para que de ninguna mane
apartéis jamás de ella por la enseñanza o consejo de quien s
(RCl 6,18a).
De hecho, Clara concluye su Regla deseando que ella y su
hermanas observen siempre «la pobreza y humildad de nue
Señor Jesucristo y de su santísima Madre» (RCl 12,31a) (4)
como Francisco, tampoco puede disociar a la Madre del Hijo
misterio de nuestra redención: «Meditad asiduamente en l
misterios de su Pasión y en los dolores que sufrió su santís
Madre al pie de la cruz», escribe a Ermentrudis de Brujas (Ca
12).
En fin, numerosos relatos biográficos ilustran esta peculiarida
su piedad mariana. Francisco está convencido de que Mar
atribuye más valor a la pobreza evangélica de su Hijo que
cualquier signo de veneración hacia ella, su Madre. A pesar d
fervor mariano, Francisco nunca convertirá a la Virgen en u
diosa pagana cubierta de oro y joyas. Cuando el hermano
responsable de la comunidad de Santa María de la Porciúncu
pide conservar parte de los bienes de los novicios para aten
convenientemente a los numerosos hermanos de paso por
santuario, Francisco le responde: «Si no puedes atender de
modo a los que vienen, quita los atavíos y las variadas galas
Virgen. Créeme: la Virgen verá más a gusto observado e
Evangelio de su Hijo y despojado su altar, que adornado su a
despreciado su Hijo. El Señor enviará quien restituya a la Mad
que ella nos ha prestado» (2 Cel 67).
Francisco enraíza su vida apostólica, y Clara su vida monástic
la contemplación del despojamiento y de la simplicidad de la
de Cristo Jesús y de su Madre. ¡Ser pobres de todo y ricos
Dios! ¡Ahí radica su alegría! Puede, pues, afirmarse sin
exageración que la pobreza de Cristo y de su madre ocupa
lugar muy importante en la contemplación franciscana. Es
pobreza asombra y fascina al Pobre de Asís. Relata uno de
biógrafos: «Con preferencia a las demás solemnidades, cele
con inefable alegría la del nacimiento del niño Jesús; la llam
fiesta de las fiestas, en la que Dios, hecho niño pequeñuelo, s
a los pechos de madre humana... Quería que en ese día los
den de comer en abundancia a los pobres y hambrientos y qu
bueyes y los asnos tengan más pienso y hierba de lo
acostumbrado... No recordaba sin lágrimas la penuria que ro
aquel día a la Virgen pobrecilla. Así, sucedió una vez que,
sentarse para comer, un hermano recuerda la pobreza de
bienaventurada Virgen y hace consideraciones sobre la falta
todo lo necesario en Cristo, su Hijo. Se levanta al momento d
mesa, no cesan los sollozos doloridos, y, bañado en lágrim
termina de comer el pan sentado sobre la desnuda tierra. De
que afirmase que esta virtud es virtud regia, pues ha brillado
tales resplandores en el Rey y en la Reina» (2 Cel 199-200
Su predilección por los pobres brota también de esta
contemplación: «Hermano, cuando ves a un pobre, ves un es
del Señor y de su madre pobre. Y mira igualmente en los enfe
las enfermedades que tomó Él sobre sí por nosotros» (2 Cel
En la Regla de Clara oímos como un eco de esta idea: «Y p
amor del santísimo y amadísimo Niño, envuelto en pobrísim
pañales y reclinado en el pesebre, y de su santísima Madr
amonesto, ruego y exhorto a mis hermanas que se vistan sie
de vestiduras viles» (RCl 2,6b; cf. TestCl 7).
Por último, Clara no olvida que, poco antes de morir, Francisc
escribió a ella y sus hermanas un último mensaje que empez
con estas palabras: «Ya que, por divina inspiración, os hab
hecho hijas y siervas del altísimo sumo Rey Padre celestial
habéis desposado con el Espíritu Santo, eligiendo vivir segú
perfección del santo Evangelio...» (RCl 6,17b). Hijas y sierva
Padre, esposas del Espíritu Santo, son, como vimos antes,
títulos que Francisco daba a la Virgen María en su oració
cotidiana. No podía expresarse mejor la semejanza entre la vi
María y la de Clara y sus hermanas.
***
Para estos dos místicos, la piedad mariana no es en absoluto
devocioncilla suplementaria; al contrario, está vitalmente integ
en su contemplación del misterio de la salvación, en su vid
cristiana y en su misión. Sí, María tiene su propio lugar en
espiritualidad franciscana, puesto que, «después de Cristo
Francisco depositaba principalmente en la misma su confianz
eso la constituyó abogada suya y de todos sus hermanos» (
9,3a). De ahí que sus hermanos y hermanas celebren las fie
marianas con particular devoción. Por lo demás, conociendo
austeridad de Clara, Francisco le pedirá que las Damas Pobre
ayunen «en las festividades de santa María» (Carta III, 5)
Se comprende que teólogos, músicos y poetas de la gran fam
franciscana pongan su talento al servicio de la madre de Cri
San Buenaventura y Duns Escoto serán los primeros en defe
cuatro siglos antes de la proclamación oficial por parte de
Iglesia, la Inmaculada Concepción. San Bernardino, san Lore
de Brindis y san Leonardo de Porto Mauricio serán predicad
convencidos de la fecundidad pastoral de una buena mariolo
Fray Jacopone de Todi escribirá el Stabat Mater. Los herma
introducirán y harán populares la fiesta de la Visitación, el rez
Ángelus, la petición del Avemaría «Ruega por nosotros,
pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte», haciendo
María la compañera materna de nuestro camino en seguimien
las huellas de su Hijo, hasta el umbral del Reino.
1) Según los historiadores, a excepción de san Ildefonso, ob
de Toledo en el siglo VII, Francisco sería el primero en atribui
Virgen María el título de «Esposa del Espíritu Santo». El Esp
Santo es la fuente de la intimidad que, en distintos grados, u
los creyentes con Cristo. Francisco escribe en otro lugar: «Y
esposos, hermanos y madres de nuestro Señor Jesucristo. So
esposos cuando el alma fiel se une, por el Espíritu Santo,
Jesucristo» (2CtaF 50-51). Cf. I. Pyfferoen - O. Van Asseldo
OFMCap, María santísima y el Espíritu Santo en san Francisc
Asís, en Selecciones de Franciscanismo n. 47 (1987) 187-2
2) Es verosímil que ambos Saludos, a la Virgen y a las virtud
constituyeran un conjunto. Así lo atestiguarían dos manuscr
que titulaban el Saludo a las virtudes: «Saludo a las virtudes
que fue adornada Santa María Virgen, y que deberían adorn
toda alma santa». Téngase en cuenta, además, que la pala
latina «virtus» tiene un sentido dinámico y no simplemente m
En san Pablo, la virtud es una energía espiritual, una fuerza in
recibida del Espíritu que inclina al hombre hacia el bien y lo q
bueno para él según el designio de Dios. Sobre este Saludo p
verse: M. Steiner, El «Saludo a las virtudes» de san Francisc
Asís, en Selecciones de Franciscanismo n. 46 (1987) 129-1
3) Antífona del Oficio de la Pasión que compuso Francisco y
Clara adoptó. Cf. también TestCl 11c.
4) Clara repite varias veces esta expresión en su Regla y en
Testamento: RCl 2,6b; 6,18a; 8,20a; TestCl 7; 11b-c.
MARÍA, «LA VIRGEN HECHA
IGLESIA»[1]
En la época de Francisco de Asís
el culto y la devoción a la Madre
de Dios había alcanzado una
grande expansión y había hallado
una noble manifestación en la
poesía religiosa de los
trovadores, de la cual hará suyas
el santo algunas expresiones de
loor a santa María.[2]
Efectivamente, después de su
conversión «entonaba loores al Señor y a la gloriosa
Virgen su Madre» (1 Cel 24). El motivo por el cual
escogió para restaurar, en tercer lugar, la iglesia de
la Porciúncula fue, como dice el biógrafo, «por la
grande devoción que profesaba a la Madre de toda
bondad» (1 Cel 21). Más tarde se sentirá feliz de
poder fijar junto a Santa María de los Ángeles el
centro de encuentro de su fraternidad. Y fue aquí,
«en la iglesia de la Virgen Madre de Dios -observa
san Buenaventura- donde él suplicaba
insistentemente, con gemidos continuados, a aquella
que concibió al Verbo lleno de gracia y de verdad,
que se dignara ser su abogada. Y la Madre de la
misericordia obtuvo con sus méritos que él mismo
concibiera y diera a luz el espíritu de la verdad
evangélica».[3]
Allí, ante el altar de la misma iglesita, bajo la mirada
de la imagen de María, la joven Clara, aquella noche
de la fuga de la casa paterna, prometió obediencia a
Francisco y se comprometió en el seguimiento del
Señor crucificado.
Trataremos de trazar, a base de los escritos
personales de Francisco y de Clara y de otros datos
históricos, las líneas fundamentales de la que
podemos llamar la espiritualidad mariana
franciscana.
ELEGIDA Y CONSAGRADA POR LA TRINIDAD
Francisco considera a la Virgen como el instrumento
privilegiado del don central de la Encarnación. La
contempla formando parte del designio salvífico de
la Trinidad:
«Te damos gracias porque, así como nos
creaste por medio de tu Hijo, así también,
por el santo amor tuyo con que nos amaste,
hiciste nacer a ese mismo verdadero Dios y
verdadero hombre de la gloriosa siempre
Virgen la beatísima santa María y, mediante
la cruz, la sangre y la muerte de él, quisiste
rescatarnos de nuestra cautividad» (1 R
23,3).
De la meditación del evangelio de la Anunciación
toma Francisco los conceptos que después él
asimila y expresa en formas diversas. Así cuando
habla a los cristianos de ese mismo gran don del
Padre, su Palabra, Jesucristo:
«Esta Palabra del Padre, tan digna, tan
santa y gloriosa, la anunció el altísimo
Padre desde el cielo por medio de su
arcángel san Gabriel a la santa y gloriosa
Virgen María, de cuyo seno recibió la
verdadera carne de nuestra humanidad y
fragilidad. Siendo rico, quiso por encima de
todo elegir la pobreza en este mundo,
juntamente con la beatísima Virgen María,
su Madre» (2CtaF 4-5).
En los salmos natalicios del Oficio de la Pasión
canta a este don del Hijo que el Padre nos ha
mandado, haciéndolo «nacer de la bienaventurada
Virgen María» (OfP 15,3). Y es precisamente esta
excelsa maternidad el título por el cual María debe
ser honrada: «Escuchad, hermanos míos: si la
bienaventurada Virgen es tan honrada, y muy
justamente, porque le llevó en su santísimo seno...»
(CtaO 21).
En cierto sentido Francisco halla el origen de la
hermandad de la familia de Dios en la misma
maternidad de María:
«Rodeaba de amor indecible a la Madre de
Jesús, por haber hecho hermano nuestro al
Señor de la majestad. Le tributaba
peculiares alabanzas (cf. SalVM y OfP ant),
le multiplicaba oraciones, le ofrecía afectos,
tantos y tales como no puede expresar
lengua humana. Pero lo que más alegra es
que la constituyó abogada de la Orden y
puso bajo sus alas, para que los nutriese y
protegiese hasta el fin, a los hijos que
estaba a punto de abandonar. ¡Ea,
Abogada de los pobres!, cumple con
nosotros tu misión de tutora hasta el día
señalado por el Padre (Gal 4,2)».[4]
De esas alabanzas o loores -laudas trovadorescashan sido conservadas dos de profundo contenido
teológico: el Saludo a la Virgen María y la Antífona
que Francisco recitaba al final de cada hora del
Oficio de la Pasión. En ambas cabe destacar la
relación singular de María con las tres personas de
la santísima Trinidad, tipo y modelo de la relación
que Dios quiere establecer con cada uno de los
creyentes:
«¡Salve, Señora, Reina santa, Madre santa
de Dios, María! Eres Virgen hecha Iglesia,
elegida por el santísimo Padre del cielo,
consagrada por él con su santísimo amado
Hijo y con el Espíritu Santo Paráclito. En ti
existió y existe la plenitud de toda gracia y
todo el bien. ¡Salve, palacio de Dios! ¡Salve,
tabernáculo suyo! ¡Salve, casa suya!
¡Salve, vestidura suya! ¡Salve, esclava
suya! ¡Salve, madre suya! ¡Salve, también
vosotras, santas virtudes todas, que, por
gracia e iluminación del Espíritu Santo, sois
infundidas en los corazones de los fieles,
para hacerlos, de infieles, fieles a Dios!»
(SalVM).
«Santa Virgen María, no ha nacido en el
mundo ninguna semejante a ti entre las
mujeres, hija y esclava del altísimo y sumo
Rey, el Padre celestial, Madre de nuestro
santísimo Señor Jesucristo, esposa del
Espíritu Santo: ruega por nosotros con san
Miguel arcángel y con todas las virtudes de
los cielos y con todos los santos ante tu
santísimo amado Hijo, Señor y Maestro»
(OfP Ant).
La santa Virgen, en efecto, es proclamada: elegida
por el santísimo Padre del cielo y por él, con su
santísimo amado Hijo y con el Espíritu Santo,
consagrada. Conceptos que derivan de la
contemplación del diálogo de Gabriel con María (cf.
Lc 1,26-38).
De la misma contemplación evangélica ha extraído
el sentido, tan fecundo para él, de las expresiones
del otro texto, si bien no han sido inventadas por él:
Hija y esclava del altísimo y sumo Rey, el Padre
celestial; Madre de nuestro santísimo Señor
Jesucristo; Esposa del Espíritu Santo.
Parece que Francisco haya sido el primero, entre los
escritores, en dar a la Virgen María el título de
Esposa del Espíritu Santo, hoy normal en la teología
mariana. No sólo en María, sino aun en la unión
mística de cada cristiano con Dios, la relación
nupcial se realiza, según un concepto repetidamente
expresado por él, por obra del Espíritu Santo. Es
interesante, a este respecto, el paralelismo con la
Forma de vida dada a Clara y a las hermanas
pobres: «Por inspiración divina os habéis hecho hijas
y esclavas del altísimo sumo Rey el Padre celestial y
os habéis desposado con el Espíritu Santo» (FVCl
1). La elección divina de una mujer consagrada es
vista por Francisco según el tipo ideal de la Virgen
María. Más aún, parece directamente inspirada en la
misma Forma de vida la hermosa carta de Gregorio
IX de 1228, ya citada, a Clara y a las hermanas, que
comienza: «Dios Padre, al cual os habéis ofrecido
como esclavas, os ha adoptado en su misericordia
como hijas, y os ha desposado, por obra y gracia del
Espíritu Santo, con su Hijo unigénito
Jesucristo...».[5]
ASOCIADA AL MISTERIO DE LA POBREZA DEL
HIJO
Son muy numerosos los textos en que presenta
Francisco a la Virgen pobrecita compartiendo con
Jesús la condición de los pobres, en conformidad
con la opción hecha por el Hijo de Dios desde la
Encarnación:
«Siendo rico (2Cor 8, 9), quiso él por
encima de todo elegir la pobreza en este
mundo, juntamente con la beatísima Virgen
María, su Madre» (2CtaF 5; cf. OfP 15,7).
«Recuerden los hermanos que nuestro
Señor Jesucristo, hijo de Dios vivo y
omnipotente..., fue pobre y huésped, y vivió
de limosna, tanto él como la
bienaventurada Virgen y sus discípulos».[6]
Esta motivación la repetía para animar a los
hermanos que se avergonzaban de ir pidiendo
limosna:
«Carísimos hermanos, no os avergoncéis
de salir por la limosna, pues el Señor se
hizo pobre por nosotros en este mundo. A
ejemplo suyo y de su Madre santísima
hemos escogido el camino de una pobreza
verdadera» (LP 51).
Como hemos visto, era sobre todo el misterio del
Nacimiento el que más le hablaba de la situación en
que se halló la Virgen por falta de lo necesario:
«No recordaba sin lágrimas la penuria en
que se vio aquel día [el de Navidad] la
Virgen pobrecita. Sucedió que una vez, al
sentarse para comer, un hermano hizo
mención de la pobreza de la
bienaventurada Virgen y de Cristo su hijo.
Se levantó al momento de la mesa, estalló
en sollozos y, bañado en lágrimas, terminó
de comer el pan sobre la desnuda tierra. De
ahí que llamase a la pobreza virtud regia,
porque brilló con tanto esplendor en el Rey
y en la Reina» (2 Cel 200).
Enseñaba a saber descubrir en cada necesitado, no
sólo al Cristo pobre, sino también a su Madre pobre:
«En cada pobre reconocía al Hijo de la
Señora pobre y llevaba desnudo en el
corazón a aquel que ella había llevado
desnudo en sus brazos» (2 Cel 83).
«Hermano, cuando ves a un pobre -decía-,
se te pone delante el espejo del Señor y de
su Madre pobre» (2 Cel 85).
De modo especial menciona la pobreza de María al
proponer el compromiso de la pobreza evangélica a
Clara y las hermanas, y así escribe en el testamento
dictado para ellas:
«Yo, el hermano Francisco, el pequeñuelo,
quiero seguir la vida y pobreza del altísimo
Señor nuestro Jesucristo y de su santísima
Madre, y perseverar en ella hasta el fin. Y
os ruego a vosotras, señoras mías, y os
recomiendo que viváis siempre en esta
santísima vida y pobreza» (UltVol 1-2).
Por su parte, santa Clara se identificó de lleno con
esa manera de ver la pobreza evangélica, como
aparece en su Regla y en su Testamento. El
cardenal protector, Rinaldo, escribió en la
aprobación de la Regla: «Siguiendo las huellas de
Cristo y de su santísima Madre, habéis elegido
vivir... en pobreza suma». En el texto de la Regla se
hace mención expresa cuatro veces de la pobreza
de Cristo y de su santísima Madre, aun en aquellos
lugares en que san Francisco, en su Regla, habla
sólo de la de Cristo:
«Y, por amor del santísimo y amadísimo
Niño, envuelto en pobrísimos pañales y
reclinado en un pesebre (cf. Lc 2,7.12) y de
su santísima Madre, amonesto, ruego y
exhorto que se vistan siempre de vestidos
viles» (RCl 2,25).
«Y, a fin de que jamás nos separásemos de
la santísima pobreza que habíamos
abrazado, ni tampoco las que habían de
venir después de nosotras, poco antes de
su muerte el bienaventurado Francisco nos
escribió de nuevo su última voluntad, con
estas palabras: "Yo, el hermano Francisco,
el pequeñuelo, quiero seguir la vida y
pobreza del altísimo Señor Jesucristo y de
su santísima Madre, y perseverar en ella
hasta el fin"» (RCl 6,6-7).
«Ésta es la celsitud de la altísima pobreza...
Sea ésta vuestra porción... Adheríos a ella
totalmente, amadísimas hermanas, y, por el
nombre de nuestro Señor Jesucristo y de su
santísima Madre, ninguna otra cosa queráis
tener jamás bajo el cielo» (RCl 8,4-6).
«... a fin de que, sumisas y sujetas siempre
a los pies de la misma santa Iglesia, firmes
en la fe católica (cf. Col 1, 23), observemos
perpetuamente la pobreza y humildad de
nuestro Señor Jesucristo y de su santísima
Madre, y el santo Evangelio que firmemente
hemos prometido» (RCl 12,13).
En su Testamento, santa Clara indica como
compromiso fundamental «la pobreza y la humildad
de Cristo y de la gloriosa Virgen María su Madre»
(TestCl 46-47). Y también ella, en su primera carta a
santa Inés de Praga, contempla la misión maternal
de María marcada con la pobreza en el punto mismo
de la Encarnación:
«Si, pues, tal y tan gran señor,
descendiendo al seno de la Virgen, quiso
aparecer en el mundo hecho despreciable,
indigente y pobre, a fin de que los
hombres... llegaran a ser ricos..., regocijaos
y alegraos grandemente... una vez que
habéis preferido el desprecio del mundo a
los honores, la pobreza a las riquezas..., y
os habéis hecho merecedora de ser
llamada hermana, esposa y madre del Hijo
del Padre altísimo y de la gloriosa Virgen»
(1CtaCl 19-24).
Así escribe en la primera carta a Inés de Praga; y en
la tercera, siempre en el contexto del anonadamiento
de la Encarnación, le dice:
«Llégate a esta dulcísima Madre, que
engendró un Hijo que los cielos no podían
contener, pero ella lo acogió en el estrecho
claustro de su vientre sagrado y lo llevó en
su seno virginal» (3CtaCl 18-19).
El biógrafo de la santa recuerda las fervorosas
exhortaciones que hacía ella a las hermanas,
presentando como ejemplo Belén:
«Mediante pláticas frecuentes inculca a las
hermanas que su comunidad sería
agradable a Dios cuando viviera rebosante
de pobreza, y que perduraría firme a
perpetuidad si estuviera defendida con la
torre de la altísima pobreza. Anímalas a
conformarse, en el pequeño nido de la
pobreza, con Cristo pobre, a quien su
pobrecilla Madre acostó niño en un mísero
pesebre» (LCl 14).
TIPO Y MODELO DE RESPUESTA A DIOS
En el Saludo a la Virgen aparece una invocación
poco común, que debió de antojárseles inverosímil a
los copistas de los antiguos manuscritos, y se
tomaron la libertad de modificarla. Pero la crítica
textual la ha restablecido en su forma original: Ave
Domina..., quae es virgo Ecclesia facta, esto es:
Virgen hecha Iglesia.[7]
Semejante concepto teológico no era extraño a la
tradición patrística, tradición que ha recogido el
concilio Vaticano II para afirmar: «La Madre de Dios,
como ya enseñaba san Ambrosio, es tipo de la
Iglesia, por lo que hace a la fe, a la caridad y a la
perfecta unión con Cristo... En tanto que la Iglesia ha
alcanzado ya en la beatísima Virgen la perfección,
con la cual ella es sin mancha, los fieles se
esfuerzan todavía por crecer en la santidad luchando
contra el pecado; por esto elevan sus ojos a María,
que refulge como modelo de virtud ante toda la
comunidad de los elegidos...» (LG 63 y 65).
Así se comprende por qué Francisco asocia al
Saludo a la Virgen el de «todas las santas virtudes
que, por gracia e iluminación del Espíritu Santo, son
infundidas en los corazones de los fieles»; María, en
efecto, es cifra y modelo de toda virtud. Santa Clara
escribe a santa Inés de Praga, en un contexto muy
semejante al de la carta de san Francisco a los fieles
sobre la morada de la Trinidad en nosotros:
«A la manera que la gloriosa Virgen de las
vírgenes llevó a Cristo materialmente en su
seno, así también tú, siguiendo sus huellas,
especialmente las de su humildad y
pobreza, puedes llevarlo siempre
espiritualmente en tu cuerpo casto y
virginal...» (3CtaCl 24-25).
Clara proponía a la Virgen María como modelo de
entrega a Dios y de fidelidad a Cristo, pero las
hermanas y los demás vieron en ella una perfecta
imitadora de la misma santa Virgen. Dei Matris
vestigium -impronta de la Madre de Dios- la
designan el autor de la Leyenda y el antiguo oficio
litúrgico; con el tiempo, lo mismo que Francisco fue
llamado alter Christus, Clara será celebrada como
altera Maria.[8]
ABOGADA Y PROTECTORA
Francisco y Clara invocan frecuentemente la
intercesión y los méritos de la Virgen María.[9]
Escribe Tomás de Celano:
«Pero lo que más alegra es que la
constituyó abogada de la Orden y puso bajo
sus alas, para que los nutriese y protegiese
hasta el fin, a los hijos que estaba a punto
de abandonar. ¡Ea, Abogada de los
pobres!, cumple con nosotros tu misión de
tutora hasta el día señalado por el Padre
(Gal 4,2)» (2 Cel 198).
Santa Clara, que había invocado sobre sus
hermanas pobres, en el Testamento y en la
Bendición última, la protección de María, tuvo el
consuelo de ser visitada por la Virgen de las
vírgenes, acompañada de un coro de santas
vírgenes: la envolvió con un velo blanco finísimo y la
besó dulcemente, tres días antes de su muerte,
según la visión tenida por sor Benvenuta:
« Mientras la testigo se entretenía
pensando e imaginando esto, vio de pronto
con los ojos de su cuerpo una gran multitud
de vírgenes, vestidas de blanco, con
coronas sobre sus cabezas, que se
acercaban y entraban por la puerta de la
habitación en que yacía la dicha madre
santa Clara. Y en medio de estas vírgenes
había una más alta, y, por encima de lo que
se puede decir, bellísima entre todas las
otras, la cual tenía en la cabeza una corona
mayor que las demás. Y sobre la corona
tenía una bola de oro, a modo de un
incensario, del que salía tal resplandor, que
parecía iluminar toda la casa. Y las
vírgenes se acercaron al lecho de la dicha
madonna santa Clara. Y la que parecía más
alta la cubrió primero en el lecho con una
tela finísima, tan fina que, por su sutileza,
se veía a madonna Clara, aun estando
cubierta con ella. Luego, la Virgen de las
vírgenes, la más alta, inclinó su rostro sobre
el rostro de la virgen santa Clara, o quizá
sobre su pecho, pues la testigo no pudo
distinguir bien si sobre el uno o sobre el
otro. Hecho esto, desaparecieron todas.
Preguntada sobre si la testigo entonces
velaba o dormía, contestó que estaba
despierta, y bien despierta, y que eso fue
entrando la noche, como se ha dicho».[10]
NOTAS:
[1] Pueden verse varios estudios sobre el tema en
La Virgen María, Madre de Dios.- R. Brown, Notre
Dame et St. François, Montreal 1960; Feliciano de
Ventosa, La devoción a María en la espiritualidad de
san Francisco, en Estudios Franciscanos 62 (1961)
5-21, 227-296; AA. VV., La Madonna nella spiritualità
francescana, en Quaderni di Spiritualità Francescana
5, Asís 1963; K. Esser, Devoción de san Francisco a
María santísima, en Temas espirituales, Aránzazu
1980, 281-309; H. Pyfferoen, Ave... Dei Genitrix,
quae est Virgo Ecclesia facta, en Laurentianum 12
(1971) 413-434; H. Pyfferoen - O. van Asseldonk,
María santissima e lo Spirito Santo in san Francesco
d'Assisi, en Laurentianum 16 (1975) 446-474; O. Van
Asseldonk, María, sposa dello Spirito Santo,
secondo san Francesco, en Laurentianum 23 (1982)
414-423; una refundición de los dos artículos
precedentes: María santísima y el Espíritu Santo en
san Francisco de Asís, en Selecciones de
Franciscanismo, vol. XVI, núm. 47 (1987) 187-216,
que puede verse también en versión informática; F.
Uricchio, S. Francesco e il vangelo dell'Infanzia di
Luca, en AA. VV., Parola di Dio e Francesco d'Assisi,
Asís 1982, 90-154; A. Pompei, María, en DF, 931952.
[2] Cf. F. X. Cheriyapattaparambil, Francesco
d'Assisi e i trovatori, Perusa 1985, 65-72.
[3] LM 3, 1. Sobre el significado mariano de la
Porciúncula, como centro de la Orden, en los
primeros biógrafos véase: 1 Cel 106; 2 Cel 18-20;
LM 2,8; 3,1; TC 54-56; LP 56; EP 55 y 82-84.
[4] 2 Cel 198. Este pensamiento no era extraño a la
piedad medieval. En la Oratio 52, atribuida a san
Anselmo, se lee: O. María per quam talem fratrem
habemus [María por la que tal hermano tenemos]
(PL 158, 958).
[5] I. Omaechevarría, Escritos de santa Clara...,
Madrid, BAC, 19994, 360-361.
[6] 1 R 9,4-5; cf. 2 R 6,2-3. No consta en los
evangelios canónicos que Cristo y María hayan
practicado la mendicidad.
[7] SalVM 1. Hay quienes transcriben ecclesia, con
minúscula, en el sentido de la iglesia material o
templo, sentido que encajaría en la serie de figuras
que luego siguen -«tabernáculo suyo, casa suya»-,
pero precisamente porque no forma parte de esa
enumeración, sino de los conceptos teológicos
iniciales, es más seguro el sentido de Iglesia
universal. Cf. H. Pyfferoen, Ave... Dei Genitrix, quae
est Virgo Ecclesia facta, en Laurentianum 12 (1971)
413-434.
[8] LCl Introducción: «... imiten las doncellas a Clara,
impronta de la Madre de Dios, nueva capitana de
mujeres» (Omaechevarría, p. 134). La expresión se
halla en el himno Concinat plebs fidelium, de
Alejandro IV, de las primeras vísperas del Oficio
antiguo de santa Clara.
[9] 1 R 23,6; ParPN 7; OfP Ant 3; TestCl 77; BenCl 7.
[10] Proc 11, 4. Tomás de Celano refiere ese mismo
hecho en la Leyenda de Santa Clara de la siguiente
manera: «La mano del Señor se posó también sobre
otra de las hermanas, quien con sus ojos corporales,
entre lágrimas, contempló esta feliz visión: estando
en verdad traspasada por el dardo del más hondo
dolor, dirige su mirada hacia la puerta de la
habitación, y he aquí que ve entrar una procesión de
vírgenes vestidas de blanco, llevando todas en sus
cabezas coronas de oro. Marcha entre ellas una que
deslumbra más que las otras, de cuya corona, que
en su remate presenta una especie de incensario
con orificios, irradia tanto esplendor que convierte la
noche en día luminoso dentro de la casa. Se
adelanta hasta el lecho donde yace la esposa de su
Hijo e, inclinándose amorosísimamente sobre ella, le
da un dulcísimo abrazo. Las vírgenes llevan un palio
de maravillosa belleza y, extendiéndolo entre todas a
porfía, dejan el cuerpo de Clara cubierto y el tálamo
adornado» (LCl 46).
María en la Anunciación del Señor
Catequesis de Juan Pablo II
.
Relato de la Anunciación
Evangelio según San Lucas (Lc 1,26-38)
Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciud
de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un
hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la vi
era María. Y entrando, le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Se
está contigo.» Ella se conturbó por estas palabras, y discurría
significaría aquel saludo. El ángel le dijo: «No temas, María,
porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en
seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Je
Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dio
dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jac
por los siglos y su reino no tendrá fin.» María respondió al áng
«¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?» El ángel
respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del
Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer
santo y será llamado Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu
pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sex
mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es
imposible para Dios.» Dijo María: «He aquí la esclava del Señ
hágase en mí según tu palabra.» Y el ángel, dejándola, se fue
La fe de la Virgen María
Catequesis de Juan Pablo II (3-VII-96)
1. En la narración evangélica de la Visitación, Isabel, «llena
Espíritu Santo», acogiendo a María en su casa, exclama: «¡Fe
que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dicha
parte del Señor!» (Lc 1,45). Esta bienaventuranza, la primera
refiere el evangelio de san Lucas, presenta a María como la m
que con su fe precede a la Iglesia en la realización del espírit
las bienaventuranzas.
El elogio que Isabel hace de la fe de María se refuerza
comparándolo con el anuncio del ángel a Zacarías. Una lect
superficial de las dos anunciaciones podría considerar semeja
las respuestas de Zacarías y de María al mensajero divino: «
qué lo conoceré? Porque yo soy viejo y mi mujer avanzada
edad», dice Zacarías; y María: «¿Cómo será esto, puesto qu
conozco varón?» (Lc 1,18.34). Pero la profunda diferencia ent
disposiciones íntimas de los protagonistas de los dos relatos
manifiesta en las palabras del ángel, que reprocha a Zacaría
incredulidad, mientras que da inmediatamente una respuesta
pregunta de María. A diferencia del esposo de Isabel, María
adhiere plenamente al proyecto divino, sin subordinar su
consentimiento a la concesión de un signo visible.
Al ángel que le propone ser madre, María le hace presente
propósito de virginidad. Ella, creyendo en la posibilidad de
cumplimiento del anuncio, interpela al mensajero divino sólo s
la modalidad de su realización, para corresponder mejor a
voluntad de Dios, a la que quiere adherirse y entregarse con
disponibilidad. «Buscó el modo; no dudó de la omnipotencia
Dios», comenta san Agustín (Sermo 291).
2. También el contexto en el que se realizan las dos anunciac
contribuye a exaltar la excelencia de la fe de María. En la narr
de san Lucas captamos la situación más favorable de Zacaría
inadecuado de su respuesta. Recibe el anuncio del ángel en
templo de Jerusalén, en el altar delante del «Santo de los San
(cf. Ex 30,6-8); el ángel se dirige a él mientras ofrece el incie
por tanto, durante el cumplimiento de su función sacerdotal, e
momento importante de su vida; se le comunica la decisión d
durante una visión. Estas circunstancias particulares favorece
comprensión más fácil de la autenticidad divina del mensaje y
un motivo de aliento para aceptarlo prontamente.
Por el contrario, el anuncio a María tiene lugar en un contexto
simple y ordinario, sin los elementos externos de carácter sag
que están presentes en el anuncio a Zacarías. San Lucas no i
el lugar preciso en el que se realiza la anunciación del nacim
del Señor; refiere, solamente, que María se hallaba en Naza
aldea poco importante, que no parece predestinada a ese
acontecimiento. Además, el evangelista no atribuye espec
importancia al momento en que el ángel se presenta, dado qu
precisa las circunstancias históricas. En el contacto con e
mensajero celestial, la atención se centra en el contenido de
palabras, que exigen a María una escucha intensa y una fe p
Esta última consideración nos permite apreciar la grandeza de
de María, sobre todo si la comparamos con la tendencia a p
con insistencia, tanto ayer como hoy, signos sensibles para c
Al contrario, la aceptación de la voluntad divina por parte de
Virgen está motivada sólo por su amor a Dios.
3. A María se le propone que acepte una verdad mucho más
que la anunciada a Zacarías. Éste fue invitado a creer en u
nacimiento maravilloso que se iba a realizar dentro de una u
matrimonial estéril, que Dios quería fecundar. Se trata de u
intervención divina análoga a otras que habían recibido algu
mujeres del Antiguo Testamento: Sara (Gn 17,15-21; 18,10-
Raquel (Gn 30,22), la madre de Sansón (Jc 13,1-7) y Ana,
madre de Samuel (1 S 1,11-20). En estos episodios se subra
sobre todo, la gratuidad del don de Dios.
María es invitada a creer en una maternidad virginal, de la qu
Antiguo Testamento no recuerda ningún precedente. En real
el conocido oráculo de Isaías: «He aquí que una doncella e
encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre
Emmanuel» (Is 7,14), aunque no excluye esta perspectiva, ha
interpretado explícitamente en este sentido sólo después de
venida de Cristo, y a la luz de la revelación evangélica.
A María se le pide que acepte una verdad jamás enunciada a
Ella la acoge con sencillez y audacia. Con la pregunta: «¿Có
será esto?», expresa su fe en el poder divino de conciliar
virginidad con su maternidad única y excepcional.
Respondiendo: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder
Altísimo te cubrirá con su sombra» (Lc 1,35), el ángel da la ine
solución de Dios a la pregunta formulada por María. La virgin
que parecía un obstáculo, resulta ser el contexto concreto en
el Espíritu Santo realizará en ella la concepción del Hijo de D
encarnado. La respuesta del ángel abre el camino a la cooper
de la Virgen con el Espíritu Santo en la generación de Jesú
4. En la realización del designio divino se da la libre colabora
de la persona humana. María, creyendo en la palabra del Se
coopera en el cumplimiento de la maternidad anunciada.
Los Padres de la Iglesia subrayan a menudo este aspecto d
concepción virginal de Jesús. Sobre todo san Agustín, comen
el evangelio de la Anunciación, afirma: «El ángel anuncia, la V
escucha, cree y concibe» (Sermo 13 in Nat. Dom.). Y añad
«Cree la Virgen en el Cristo que se le anuncia, y la fe le trae
seno; desciende la fe a su corazón virginal antes que a su
entrañas la fecundidad maternal» (Sermo 293).
El acto de fe de María nos recuerda la fe de Abraham, que
comienzo de la antigua alianza creyó en Dios, y se convirtió a
padre de una descendencia numerosa (cf. Gn 15,6; Redemp
Mater, 14). Al comienzo de la nueva alianza también María, c
fe, ejerce un influjo decisivo en la realización del misterio de
Encarnación, inicio y síntesis de toda la misión redentora de J
La estrecha relación entre fe y salvación, que Jesús puso d
relieve durante su vida pública (cf. Mc 5,34; 10,52; etc.), nos a
a comprender también el papel fundamental que la fe de Mar
desempeñado y sigue desempeñando en la salvación del gé
humano.
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5-V
La esclava obediente del Señor
Catequesis de Juan Pablo II (4-IX-96)
1. Las palabras de María en la Anunciación: «He aquí la esc
del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38), ponen
manifiesto una actitud característica de la religiosidad hebre
Moisés, al comienzo de la antigua alianza, como respuesta
llamada del Señor, se había declarado su siervo (cf. Ex 4,1
14,31). Al llegar la nueva alianza, también María responde a
con un acto de libre sumisión y de consciente abandono a
voluntad, manifestando plena disponibilidad a ser «la esclava
Señor».
La expresión «siervo» de Dios se aplica en el Antiguo Testam
a todos los que son llamados a ejercer una misión en favor
pueblo elegido: Abraham (Gn 26,24), Isaac (Gn 24,14) Jacob
32,13; Ez 37,25), Josué (Jos 24,29), David (2 Sm 7,8) etc. S
siervos también los profetas y los sacerdotes, a quienes s
encomienda la misión de formar al pueblo para el servicio fie
Señor. El libro del profeta Isaías exalta en la docilidad del «S
sufriente» un modelo de fidelidad a Dios con la esperanza
rescate por los pecados del pueblo (cf, Is 42-53). También alg
mujeres brindan ejemplos de fidelidad, como la reina Ester, q
antes de interceder por la salvación de los hebreos, dirige u
oración a Dios, llamándose varias veces «tu sierva» (Est 4,1
2. María, la «llena de gracia», al proclamarse «esclava del Se
desea comprometerse a realizar personalmente de modo per
el servicio que Dios espera de todo su pueblo. Las palabras:
aquí la esclava del Señor» anuncian a Aquel que dirá de sí m
«El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir
dar su vida como rescate por muchos» (Mc 10,45; cf. Mt 20,
Así, el Espíritu Santo realiza entre la Madre y el Hijo una arm
de disposiciones íntimas, que permitirá a María asumir plenam
su función materna con respecto a Jesús, acompañándolo e
misión de Siervo.
En la vida de Jesús, la voluntad de servir es constante y
sorprendente. En efecto, como Hijo de Dios, hubiera podido
razón hacer que le sirvieran. Al atribuirse el título de «Hijo d
hombre», a propósito del cual el libro de Daniel afirma: «Todo
pueblos, naciones y lenguas le servirán» (Dn 7,14), hubiera p
exigir el dominio sobre los demás. Por el contrario, al rechaz
mentalidad de su tiempo manifestada mediante la aspiración d
discípulos a ocupar los primeros lugares (cf. Mc 9,34) y medi
la protesta de Pedro durante el lavatorio de los pies (cf. Jn 1
Jesús no quiere ser servido, sino que desea servir hasta el p
de entregar totalmente su vida en la obra de la redención
3. También María, aun teniendo conciencia de la altísima dign
que se le había concedido, ante el anuncio del ángel se decla
forma espontánea «esclava del Señor». En este compromiso
servicio ella incluye también su propósito de servir al prójimo,
lo demuestra la relación que guardan el episodio de la Anunci
y el de la Visitación: cuando el ángel le informa de que Isab
espera el nacimiento de un hijo, María se pone en camino y
prisa» (Lc 1,39) acude a Galilea para ayudar a su prima en
preparativos del nacimiento del niño, con plena disponibilidad
brinda a los cristianos de todos los tiempos un modelo sublim
servicio.
Las palabras «Hágase en mi según tu palabra» (Lc 1,38)
manifiestan en María, que se declara esclava del Señor, u
obediencia total a la voluntad de Dios. El optativo «hágase
(génoito), que usa san Lucas, no sólo expresa aceptación, s
también acogida convencida del proyecto divino, hecho propio
el compromiso de todos sus recursos personales.
4. María, acogiendo plenamente la voluntad divina, anticipa y
suya la actitud de Cristo que, según la carta a los Hebreos,
entrar en el mundo, dice: «Sacrificio y oblación no quisiste; p
me has formado un cuerpo (...). Entonces dije: ¡He aquí que v
(...) a hacer, oh Dios, tu voluntad!» (Hb 10,5-7; Sal 40,7-9
Además, la docilidad de María anuncia y prefigura la que
manifestará Jesús durante su vida pública hasta el Calvario. C
dirá: «Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviad
llevar a cabo su obra» (Jn 4,34). En esta misma línea, María
de la voluntad del Padre el principio inspirador de toda su vi
buscando en ella la fuerza necesaria para el cumplimiento d
misión que se le confió.
Aunque en el momento de la Anunciación María no conoce a
sacrificio que caracterizará la misión de Cristo, la profecía
Simeón le hará vislumbrar el trágico destino de su Hijo (cf. Lc
35). La Virgen se asociará a él con íntima participación. Con
obediencia plena a la voluntad de Dios, María está dispuesta
todo lo que el amor divino tiene previsto para su vida, hasta
«espada» que atravesará su alma.
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6-I
María, nueva Eva
Catequesis de Juan Pablo II (18-IX-96)
1. El concilio Vaticano II, comentando el episodio de la
Anunciación, subraya de modo especial el valor del consentim
de María a las palabras del mensajero divino. A diferencia
cuanto sucede en otras narraciones bíblicas semejantes, el á
lo espera expresamente: «El Padre de las misericordias quiso
el consentimiento de la que estaba predestinada a ser la Ma
precediera a la Encarnación para que, así como una muje
contribuyó a la muerte, así también otra mujer contribuyera
vida» (Lumen gentium, 56).
La Lumen gentium recuerda el contraste entre el modo de ac
de Eva y el de María, que san Ireneo ilustra así: «De la mis
manera que aquella -es decir, Eva- había sido seducida po
discurso de un ángel, hasta el punto de alejarse de Dios
desobedeciendo a su palabra, así ésta -es decir, María- recib
buena nueva por el discurso de un ángel, para llevar en su se
Dios, obedeciendo a su palabra; y como aquélla había sid
seducida para desobedecer a Dios, ésta se dejó convence
obedecer a Dios; por ello, la Virgen María se convirtió en abo
de la virgen Eva. Y de la misma forma que el género huma
había quedado sujeto a la muerte a causa de una virgen, f
librado de ella por una Virgen; así la desobediencia de una vi
fue contrarrestada por la obediencia de una Virgen...» (Adv. H
5, 19, 1).
2. Al pronunciar su «sí» total al proyecto divino, María es
plenamente libre ante Dios. Al mismo tiempo, se siente
personalmente responsable ante la humanidad, cuyo futuro
vinculado a su respuesta.
Dios pone el destino de todos en las manos de una joven. El
de María es la premisa para que se realice el designio que Dio
su amor, trazó para la salvación del mundo.
El Catecismo de la Iglesia católica resume de modo sintétic
eficaz el valor decisivo para toda la humanidad del consentim
libre de María al plan divino de la salvación: «La Virgen Ma
colaboró por su fe y obediencia libres a la salvación de lo
hombres. Ella pronunció su "fiat" "ocupando el lugar de toda
naturaleza humana". Por su obediencia, ella se convirtió en
nueva Eva, madre de los vivientes» (n. 511).
3. Así pues, María, con su modo de actuar, nos recuerda la g
responsabilidad que cada uno tiene de acoger el plan divino s
la propia vida. Obedeciendo sin reservas a la voluntad salvífic
Dios que se le manifestó a través de las palabras del ángel,
presenta como modelo para aquellos a quienes el Señor proc
bienaventurados, porque «oyen la palabra de Dios y la guard
(Lc 11,28). Jesús, respondiendo a la mujer que, en medio d
multitud, proclama bienaventurada a su madre, muestra l
verdadera razón de ser de la bienaventuranza de María: s
adhesión a la voluntad de Dios, que la llevó a aceptar la
maternidad divina.
En la encíclica Redemptoris Mater puse de relieve que la nu
maternidad espiritual, de la que habla Jesús, se refiere ante
precisamente a ella. En efecto, «¿no es tal vez María la prim
entre "aquellos que escuchan la palabra de Dios y la cumplen
por consiguiente, ¿no se refiere sobre todo a ella aquella bend
pronunciada por Jesús en respuesta a las palabras de la mu
anónima?» (n. 20). Así, en cierto sentido, a María se la procla
primera discípula de su Hijo (cf. ib.) y, con su ejemplo, invit
todos los creyentes a responder generosamente a la gracia
Señor.
4. El concilio Vaticano II destaca la entrega total de María a
persona y a la obra de Cristo: «Se entregó totalmente a sí mi
como esclava del Señor, a la persona y a la obra de su Hijo. C
y en dependencia de él, se puso, por la gracia de Dios
todopoderoso, al servicio del misterio de la redención» (Lum
gentium, 56).
Para María, la entrega a la persona y a la obra de Jesús signi
unión íntima con su Hijo, el compromiso materno de cuidar d
crecimiento humano y la cooperación en su obra de salvaci
María realiza este último aspecto de su entrega a Jesús e
dependencia de él, es decir, en una condición de subordinac
que es fruto de la gracia. Pero se trata de una verdadera
cooperación, porque se realiza con él e implica, a partir de
anunciación, una participación activa en la obra redentora. «
razón, pues, -afirma el concilio Vaticano II- creen los santos P
que Dios no utilizó a María como un instrumento puramen
pasivo, sino que ella colaboró por su fe y obediencia libres a
salvación de los hombres. Ella, en efecto, como dice san Ire
"por su obediencia fue causa de la salvación propia y de la de
el género humano" (Adv. Haer., 3, 22, 4)» (ib.)
María, asociada a la victoria de Cristo sobre el pecado de nue
primeros padres, aparece como la verdadera «madre de lo
vivientes» (ib.). Su maternidad, aceptada libremente por
obediencia al designio divino, se convierte en fuente de vida
la humanidad entera.
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20La Inmaculada Concepción de la Virgen María
Catequesis de Juan Pablo II
.
María en el Protoevangelio
Catequesis de Juan Pablo II (24-I-96)
1. «Los libros del Antiguo Testamento describen la historia d
salvación en la que se va preparando, paso a paso, la venid
Cristo al mundo. Estos primeros documentos, tal como se lee
la Iglesia y se interpretan a la luz de la plena revelación ulte
iluminan poco a poco con más claridad la figura de la mujer, M
del Redentor» (Lumen gentium, 55).
Con estas afirmaciones, el concilio Vaticano II nos recuerda c
se fue delineando la figura de María desde los comienzos d
historia de la salvación. Ya se vislumbra en los textos del Ant
Testamento, pero sólo se entiende plenamente cuando es
textos se leen en la Iglesia y se comprenden a la luz del Nu
Testamento.
En efecto, el Espíritu Santo, al inspirar a los diversos autor
humanos, orientó la Revelación veterotestamentaria hacia Cr
que se encarnaría en el seno de la Virgen María.
2. Entre las palabras bíblicas que preanunciaron a la Madre
Redentor, el Concilio cita, ante todo, aquellas con las que D
después de la caída de Adán y Eva, revela su plan de salvac
El Señor dice a la serpiente, figura del espíritu del mal:
«Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su lin
él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar» (Gn 3
Esas expresiones, denominadas por la tradición cristiana, des
siglo XVI, Protoevangelio, es decir, primera buena nueva, de
entrever la voluntad salvífica de Dios ya desde los orígenes d
humanidad. En efecto, frente al pecado, según la narración
autor sagrado, la primera reacción del Señor no consistió e
castigar a los culpables, sino en abrirles una perspectiva d
salvación y comprometerlos activamente en la obra redento
mostrando su gran generosidad también hacia quienes lo ha
ofendido.
Las palabras del Protoevangelio revelan, además, el singu
destino de la mujer que, a pesar de haber precedido al homb
ceder ante la tentación de la serpiente, luego se convierte,
virtud del plan divino, en la primera aliada de Dios. Eva fue
aliada de la serpiente para arrastrar al hombre al pecado. D
anuncia que, invirtiendo esta situación, él hará de la mujer
enemiga de la serpiente.
3. Los exegetas concuerdan en reconocer que el texto de
Génesis, según el original hebreo, no atribuye directamente
mujer la acción contra la serpiente, sino a su linaje. De tod
modos, el texto da gran relieve al papel que ella desempeñar
la lucha contra el tentador: su linaje será el vencedor de l
serpiente.
¿Quién es esta mujer? El texto bíblico no refiere su nombr
personal, pero deja vislumbrar una mujer nueva, querida por
para reparar la caída de Eva: ella está llamada a restaurar el
y la dignidad de la mujer, y a contribuir al cambio del destino
humanidad, colaborando mediante su misión materna a la vic
divina sobre Satanás.
4. A la luz del Nuevo Testamento y de la tradición de la Igle
sabemos que la mujer nueva anunciada por el Protoevangeli
María, y reconocemos en «su linaje» (Gn 3,15), su hijo, Jes
triunfador en el misterio de la Pascua sobre el poder de Sata
Observemos, asimismo, que la enemistad puesta por Dios en
serpiente y la mujer se realiza en María de dos maneras. E
aliada perfecta de Dios y enemiga del diablo, fue librada
completamente del dominio de Satanás en su concepción
inmaculada, cuando fue modelada en la gracia por el Espír
Santo y preservada de toda mancha de pecado. Además, M
asociada a la obra salvífica de su Hijo, estuvo plenament
comprometida en la lucha contra el espíritu del mal.
Así, los títulos de Inmaculada Concepción y Cooperadora d
Redentor, que la fe de la Iglesia ha atribuido a María para
proclamar su belleza espiritual y su íntima participación en la
admirable de la Redención, manifiestan la oposición irreduct
entre la serpiente y la nueva Eva.
5. Los exegetas y teólogos consideran que la luz de la nueva
María, desde las páginas del Génesis se proyecta sobre tod
economía de la salvación, y ven ya en ese texto el vínculo q
existe entre María y la Iglesia. Notemos aquí con alegría qu
término mujer, usado en forma genérica por el texto del Gén
impulsa a asociar con la Virgen de Nazaret y su tarea en la o
de la salvación especialmente a las mujeres, llamadas, segú
designio divino, a comprometerse en la lucha contra el espírit
mal.
Las mujeres que, como Eva, podrían ceder ante la seducció
Satanás, por la solidaridad con María reciben una fuerza sup
para combatir al enemigo, convirtiéndose en las primeras alia
de Dios en el camino de la salvación.
Esta alianza misteriosa de Dios con la mujer se manifiesta
múltiples formas también en nuestros días: en la asiduidad d
mujeres a la oración personal y al culto litúrgico, en el servici
la catequesis y en el testimonio de la caridad, en las numero
vocaciones femeninas a la vida consagrada, en la educaci
religiosa en familia...
Todos estos signos constituyen una realización muy concreta
oráculo del Protoevangelio, que, sugiriendo una extensión
universal de la palabra mujer, dentro y más allá de los confi
visibles de la Iglesia, muestra que la vocación única de Marí
inseparable de la vocación de la humanidad y, en particular,
de toda mujer, que se ilumina con la misión de María, proclam
primera aliada de Dios contra Satanás y el mal.
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26
María, la «llena de gracia»
Catequesis de Juan Pablo II (8-V-96)
1. En el relato de la Anunciación, la primera palabra del salud
ángel -Alégrate- constituye una invitación a la alegría que rem
los oráculos del Antiguo Testamento dirigidos a la hija de Sió
hemos puesto de relieve en la catequesis anterior, explican
también los motivos en los que se funda esa invitación: la
presencia de Dios en medio de su pueblo, la venida del re
mesiánico y la fecundidad materna. Estos motivos encuentra
María su pleno cumplimiento.
El ángel Gabriel, dirigiéndose a la Virgen de Nazaret, despué
saludo «alégrate», la llama «llena de gracia». Esas palabras
texto griego: «alégrate» y «llena de gracia», tienen entre sí
profunda conexión: María es invitada a alegrarse sobre tod
porque Dios la ama y la ha colmado de gracia con vistas a
maternidad divina.
La fe de la Iglesia y la experiencia de los santos enseñan qu
gracia es la fuente de alegría y que la verdadera alegría vien
Dios. En María, como en los cristianos, el don divino es caus
un profundo gozo.
2. «Llena de gracia»: esta palabra dirigida a María se prese
como una calificación propia de la mujer destinada a conver
en la madre de Jesús. Lo recuerda oportunamente la constitu
Lumen gentium, cuando afirma: «La Virgen de Nazaret e
saludada por el ángel de la Anunciación, por encargo de Di
como "llena de gracia"» (n. 56).
El hecho de que el mensajero celestial la llame así confiere
saludo angélico un valor más alto: es manifestación del miste
plan salvífico de Dios con relación a María. Como escribí en
encíclica Redemptoris Mater: «La plenitud de gracia indica
dádiva sobrenatural, de la que se beneficia María porque ha
elegida y destinada a ser Madre de Cristo» (n. 9).
Llena de gracia es el nombre que María tiene a los ojos de D
En efecto, el ángel, según la narración del evangelista san Lu
lo usa incluso antes de pronunciar el nombre de María, ponie
así de relieve el aspecto principal que el Señor ve en la
personalidad de la Virgen de Nazaret.
La expresión «llena de gracia» traduce la palabra griega
"kexaritomene", la cual es un participio pasivo. Así pues, pa
expresar con más exactitud el matiz del término griego, no
debería decir simplemente llena de gracia, sino «hecha llena
gracia» o «colmada de gracia», lo cual indicaría claramente q
trata de un don hecho por Dios a la Virgen. El término, en la f
de participio perfecto, expresa la imagen de una gracia perfe
duradera que implica plenitud. El mismo verbo, en el significa
«colmar de gracia», es usado en la carta a los Efesios para in
la abundancia de gracia que nos concede el Padre en su H
amado (cf. Ef 1,6). María la recibe como primicia de la Reden
(cf. Redemptoris Mater, 10).
3. En el caso de la Virgen, la acción de Dios resulta ciertame
sorprendente. María no posee ningún título humano para reci
anuncio de la venida del Mesías. Ella no es el sumo sacerdo
representante oficial de la religión judía, y ni siquiera un hom
sino una joven sin influjo en la sociedad de su tiempo. Ademá
originaria de Nazaret, aldea que nunca cita el Antiguo Testam
y que no debía gozar de buena fama, como lo dan a entende
palabras de Natanael que refiere el evangelio de san Juan: «
Nazaret puede salir algo bueno?» (Jn 1,46).
El carácter extraordinario y gratuito de la intervención de D
resulta aún más evidente si se compara con el texto del evan
de san Lucas que refiere el episodio de Zacarías. Ese pasaje
de relieve la condición sacerdotal de Zacarías, así como l
ejemplaridad de vida, que hace de él y de su mujer Isabel mo
de los justos del Antiguo Testamento: «Caminaban sin tacha
todos los mandamientos y preceptos del Señor» (Lc 1,6)
En cambio, ni siquiera se alude al origen de María. En efecto
expresión «de la casa de David» (Lc 1,27) se refiere sólo a J
No se dice nada de la conducta de María. Con esa elecció
literaria, san Lucas destaca que en ella todo deriva de una gr
soberana. Cuanto le ha sido concedido no proviene de ning
título de mérito, sino únicamente de la libre y gratuita predilec
divina.
4. Al actuar así, el evangelista ciertamente no desea poner
duda el excelso valor personal de la Virgen santa. Más bie
quiere presentar a María como puro fruto de la benevolencia
Dios, quien tomó de tal manera posesión de ella, que la hiz
como dice el ángel, llena de gracia. Precisamente la abunda
de gracia funda la riqueza espiritual oculta en María.
En el Antiguo Testamento, Yahveh manifiesta la sobreabunda
de su amor de muchas maneras y en numerosas circunstanc
En María, en los albores del Nuevo Testamento, la gratuidad
misericordia divina alcanza su grado supremo. En ella la
predilección de Dios, manifestada al pueblo elegido y en parti
a los humildes y a los pobres, llega a su culmen.
La Iglesia, alimentada por la palabra del Señor y por la experi
de los santos, exhorta a los creyentes a dirigir su mirada hac
Madre del Redentor y a sentirse como ella amados por Dios.
invita a imitar su humildad y su pobreza, para que, siguiendo
ejemplo y gracias a su intercesión, puedan perseverar en la g
divina que santifica y transforma los corazones.
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10-
La santidad perfecta de María
Catequesis de Juan Pablo II (15-V-96)
1. En María, llena de gracia, la Iglesia ha reconocido a la «to
santa, libre de toda mancha de pecado, (...) enriquecida desd
primer instante de su concepción con una resplandecient
santidad del todo singular» (Lumen gentium, 56).
Este reconocimiento requirió un largo itinerario de reflexió
doctrinal, que llevó a la proclamación solemne del dogma d
Inmaculada Concepción.
El término «hecha llena de gracia» que el ángel aplica a Marí
la Anunciación se refiere al excepcional favor divino concedid
joven de Nazaret con vistas a la maternidad anunciada, pe
indica más directamente el efecto de la gracia divina en Ma
pues fue colmada, de forma íntima y estable, por la gracia div
por tanto, santificada. El calificativo «llena de gracia» tiene
significado densísimo, que el Espíritu Santo ha impulsado sie
a la Iglesia a profundizar.
2. En la catequesis anterior puse de relieve que en el saludo
ángel la expresión llena de gracia equivale prácticamente a
nombre: es el nombre de María a los ojos de Dios. Según
costumbre semítica, el nombre expresa la realidad de las pers
y de las cosas a que se refiere. Por consiguiente, el título llen
gracia manifiesta la dimensión más profunda de la personalid
la joven de Nazaret: de tal manera estaba colmada de gracia
objeto del favor divino, que podía ser definida por esta predile
especial.
El Concilio recuerda que a esa verdad aludían los Padres d
Iglesia cuando llamaban a María la toda santa, afirmando al m
tiempo que era «una criatura nueva, creada y formada por
Espíritu Santo» (Lumen gentium, 56).
La gracia, entendida en su sentido de gracia santificante que
a cabo la santidad personal, realizó en María la nueva creac
haciéndola plenamente conforme al proyecto de Dios.
3. Así, la reflexión doctrinal ha podido atribuir a María una
perfección de santidad que, para ser completa, debía abarc
necesariamente el origen de su vida.
A esta pureza original parece que se refería un obispo de
Palestina, que vivió entre los años 550 y 650, Theoteknos
Livias. Presentando a María como «santa y toda hermosa», «
y sin mancha», alude a su nacimiento con estas palabras: «N
como los querubines la que está formada por una arcilla pur
inmaculada» (Panegírico para la fiesta de la Asunción, 5-6
Esta última expresión, recordando la creación del primer hom
formado por una arcilla no manchada por el pecado, atribuy
nacimiento de María las mismas características: también el o
de la Virgen fue puro e inmaculado, es decir, sin ningún peca
Además, la comparación con los querubines reafirma la excel
de la santidad que caracterizó la vida de María ya desde el in
de su existencia.
La afirmación de Theoteknos marca una etapa significativa d
reflexión teológica sobre el misterio de la Madre del Señor.
Padres griegos y orientales habían admitido una purificació
realizada por la gracia en María tanto antes de la Encarnac
(san Gregorio Nacianceno, Oratio 38,16) como en el mome
mismo de la Encarnación (san Efrén, Javeriano de Gabala
Santiago de Sarug). Theoteknos de Livias parece exigir para M
una pureza absoluta ya desde el inicio de su vida. En efecto
mujer que estaba destinada a convertirse en Madre del Salv
no podía menos de tener un origen perfectamente santo, s
mancha alguna.
4. En el siglo VIII, Andrés de Creta es el primer teólogo que v
el nacimiento de María una nueva creación. Argumenta así: «
la humanidad, en todo el resplandor de su nobleza inmacula
recibe su antigua belleza. Las vergüenzas del pecado habí
oscurecido el esplendor y el atractivo de la naturaleza huma
pero cuando nace la Madre del Hermoso por excelencia, es
naturaleza recupera, en su persona, sus antiguos privilegios,
formada según un modelo perfecto y realmente digno de Dios
Hoy comienza la reforma de nuestra naturaleza, y el mund
envejecido, que sufre una transformación totalmente divina, r
las primicias de la segunda creación» (Sermón I, sobre e
nacimiento de María).
Más adelante, usando la imagen de la arcilla primitiva, afirma
cuerpo de la Virgen es una tierra que Dios ha trabajado, la
primicias de la masa adamítica divinizada en Cristo, la imag
realmente semejante a la belleza primitiva, la arcilla modelad
las manos del Artista divino» (Sermón I, sobre la dormición
María).
La Concepción pura e inmaculada de María aparece así com
inicio de la nueva creación. Se trata de un privilegio person
concedido a la mujer elegida para ser la Madre de Cristo, q
inaugura el tiempo de la gracia abundante, querido por Dios
la humanidad entera.
Esta doctrina, recogida en el mismo siglo VIII por san Germá
Constantinopla y por san Juan Damasceno, ilumina el valor d
santidad original de María, presentada como el inicio de l
redención del mundo.
De este modo, la reflexión eclesial ha recibido y explicitado
sentido auténtico del título llena de gracia, que el ángel atribu
la Virgen santa. María está llena de gracia santificante, y lo e
desde el primer momento de su existencia. Esta gracia, segú
carta a los Efesios (Ef 1,6), es otorgada en Cristo a todos l
creyentes. La santidad original de María constituye el mode
insuperable del don y de la difusión de la gracia de Cristo en
mundo.
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17*****
La Inmaculada Concepción
Catequesis de Juan Pablo II (29-V-96)
1. En la reflexión doctrinal de la Iglesia
de Oriente, la expresión llena de gracia,
como hemos visto en las anteriores
catequesis, fue interpretada, ya desde
el siglo VI, en el sentido de una
santidad singular que reina en María
durante toda su existencia. Ella
inaugura así la nueva creación.
Además del relato lucano de la
Anunciación, la Tradición y el
Magisterio han considerado el así
llamado Protoevangelio (Gn 3,15) como
una fuente escriturística de la verdad
de la Inmaculada Concepción de María.
Ese texto, a partir de la antigua versión latina: «Ella te aplasta
cabeza», ha inspirado muchas representaciones de la Inmacu
que aplasta a la serpiente bajo sus pies.
Ya hemos recordado con anterioridad que esta traducción
corresponde al texto hebraico, en el que quien pisa la cabeza
serpiente no es la mujer, sino su linaje, su descendiente. E
texto, por consiguiente, no atribuye a María, sino a su Hijo
victoria sobre Satanás. Sin embargo, dado que la concepci
bíblica establece una profunda solidaridad entre el progenitor
descendencia, es coherente con el sentido original del pasa
representación de la Inmaculada que aplasta a la serpiente, n
virtud propia sino de la gracia del Hijo.
2. En el mismo texto bíblico, además, se proclama la enemis
entre la mujer y su linaje, por una parte, y la serpiente y s
descendencia, por otra. Se trata de una hostilidad expresam
establecida por Dios, que cobra un relieve singular si
consideramos la cuestión de la santidad personal de la Virg
Para ser la enemiga irreconciliable de la serpiente y de su lin
María debía estar exenta de todo dominio del pecado. Y es
desde el primer momento de su existencia.
A este respecto, la encíclica Fulgens corona, publicada por
Papa Pío XII en 1953 para conmemorar el centenario de l
definición del dogma de la Inmaculada Concepción, argume
así: «Si en un momento determinado la santísima Virgen Ma
hubiera quedado privada de la gracia divina, por haber sid
contaminada en su concepción por la mancha hereditaria d
pecado, entre ella y la serpiente no habría ya -al menos dura
ese período de tiempo, por más breve que fuera- la enemis
eterna de la que se habla desde la tradición primitiva hasta
solemne definición de la Inmaculada Concepción, sino más
cierta servidumbre» (AAS 45 [1953], 579).
La absoluta enemistad puesta por Dios entre la mujer y el dem
exige, por tanto, en María la Inmaculada Concepción, es decir
ausencia total de pecado, ya desde el inicio de su vida. El Hi
María obtuvo la victoria definitiva sobre Satanás e hizo benefi
anticipadamente a su Madre, preservándola del pecado. Co
consecuencia, el Hijo le concedió el poder de resistir al demo
realizando así en el misterio de la Inmaculada Concepción el
notable efecto de su obra redentora.
3. El apelativo llena de gracia y el Protoevangelio, al atraer nu
atención hacia la santidad especial de María y hacia el hech
que fue completamente librada del influjo de Satanás, nos ha
intuir en el privilegio único concedido a María por el Señor el
de un nuevo orden, que es fruto de la amistad con Dios y q
implica, en consecuencia, una enemistad profunda entre l
serpiente y los hombres.
Como testimonio bíblico en favor de la Inmaculada Concepció
María, se suele citar también el capítulo 12 del Apocalipsis, e
que se habla de la «mujer vestida de sol» (Ap 12,1). La exég
actual concuerda en ver en esa mujer a la comunidad del pu
de Dios, que da a luz con dolor al Mesías resucitado. Pero
además de la interpretación colectiva, el texto sugiere también
individual, cuando afirma: «La mujer dio a luz un hijo varón, e
ha de regir a todas las naciones con cetro de hierro» (Ap 12
Así, haciendo referencia al parto, se admite cierta identificació
la mujer vestida de sol con María, la mujer que dio a luz al Me
La mujer-comunidad está descrita con los rasgos de la muj
Madre de Jesús.
Caracterizada por su maternidad, la mujer «está encinta, y g
con los dolores del parto y con el tormento de dar a luz» (Ap 1
Esta observación remite a la Madre de Jesús al pie de la cruz
Jn 19,25), donde participa, con el alma traspasada por la esp
(cf. Lc 2,35), en los dolores del parto de la comunidad de l
discípulos. A pesar de sus sufrimientos, está vestida de sol,
decir, lleva el reflejo del esplendor divino, y aparece como si
grandioso de la relación esponsal de Dios con su pueblo
Estas imágenes, aunque no indican directamente el privilegio
Inmaculada Concepción, pueden interpretarse como expresió
la solicitud amorosa del Padre que llena a María con la graci
Cristo y el esplendor del Espíritu.
Por último, el Apocalipsis invita a reconocer más particularme
dimensión eclesial de la personalidad de María: la mujer ves
de sol representa la santidad de la Iglesia, que se realiza
plenamente en la santísima Virgen, en virtud de una graci
singular.
4. A esas afirmaciones escriturísticas, en las que se basan
Tradición y el Magisterio para fundamentar la doctrina de
Inmaculada Concepción, parecerían oponerse los textos bíb
que afirman la universalidad del pecado.
El Antiguo Testamento habla de un contagio del pecado qu
afecta a «todo nacido de mujer» (Sal 50,7; Jb 14,2). En el Nu
Testamento, san Pablo declara que, como consecuencia de
culpa de Adán, «todos pecaron» y que «el delito de uno solo a
sobre todos los hombres la condenación» (Rm 5,12.18). P
consiguiente, como recuerda el Catecismo de la Iglesia católi
pecado original «afecta a la naturaleza humana», que se
encuentra así «en un estado caído». Por eso, el pecado s
transmite «por propagación a toda la humanidad, es decir, p
transmisión de una naturaleza humana privada de la santidad
la justicia originales» (n. 404). San Pablo admite una excepció
esa ley universal: Cristo, que «no conoció pecado» (2 Cor 5,2
así pudo hacer que sobreabundara la gracia «donde abund
pecado» (Rm 5,20).
Estas afirmaciones no llevan necesariamente a concluir que M
forma parte de la humanidad pecadora. El paralelismo que
Pablo establece entre Adán y Cristo se completa con el qu
establece entre Eva y María: el papel de la mujer, notable e
drama del pecado, lo es también en la redención de la human
San Ireneo presenta a María como la nueva Eva que, con su
su obediencia, contrapesa la incredulidad y la desobediencia
Eva. Ese papel en la economía de la salvación exige la ause
de pecado. Era conveniente que, al igual que Cristo, nuevo A
también María, nueva Eva, no conociera el pecado y fuera as
apta para cooperar en la redención.
El pecado, que como torrente arrastra a la humanidad, se de
ante el Redentor y su fiel colaboradora. Con una diferenci
sustancial: Cristo es totalmente santo en virtud de la gracia qu
su humanidad brota de la persona divina; y María es totalme
santa en virtud de la gracia recibida por los méritos del Salva
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31*****
María Inmaculada, redimida por preservación del pecado
Catequesis de Juan Pablo II (5-VI-96)
1. La doctrina de la santidad perfecta de María desde el prim
instante de su concepción encontró cierta resistencia en
Occidente, y eso se debió a la consideración de las afirmacio
de san Pablo sobre el pecado original y sobre la universalida
pecado, recogidas y expuestas con especial vigor por san Ag
El gran doctor de la Iglesia se daba cuenta, sin duda, de qu
condición de María, madre de un Hijo completamente santo, e
una pureza total y una santidad extraordinaria. Por esto, en
controversia con Pelagio, declaraba que la santidad de Ma
constituye un don excepcional de gracia, y afirmaba a est
respecto: «Exceptuando a la santa Virgen María, acerca de
cual, por el honor debido a nuestro Señor, cuando se trata
pecados, no quiero mover absolutamente ninguna cuestió
porque sabemos que a ella le fue conferida más gracia pa
vencer por todos sus flancos al pecado, pues mereció conce
dar a luz al que nos consta que no tuvo pecado alguno» (D
natura et gratia, 42).
San Agustín reafirmó la santidad perfecta de María y la ause
en ella de todo pecado personal a causa de la excelsa dignida
Madre del Señor. Con todo, no logró entender cómo la afirma
de una ausencia total de pecado en el momento de la concep
podía conciliarse con la doctrina de la universalidad del pec
original y de la necesidad de la redención para todos los
descendientes de Adán. A esa consecuencia llegó, luego,
inteligencia cada vez más penetrante de la fe de la Iglesia
aclarando cómo se benefició María de la gracia redentora
Cristo ya desde su concepción.
2. En el siglo IX se introdujo también en Occidente la fiesta d
Concepción de María, primero en el sur de Italia, en Nápole
luego en Inglaterra.
Hacia el año 1128, un monje de Cantorbery, Eadmero, escrib
el primer tratado sobre la Inmaculada Concepción, lamentaba
la relativa celebración litúrgica, grata sobre todo a aquellos «e
que se encontraba una pura sencillez y una devoción más hu
a Dios» (Tract. de conc. B.M.V., 1-2), había sido olvidada
suprimida. Deseando promover la restauración de la fiesta,
piadoso monje rechaza la objeción de san Agustín contra
privilegio de la Inmaculada Concepción, fundada en la doctrin
la transmisión del pecado original en la generación human
Recurre oportunamente a la imagen de la castaña «que e
concebida, alimentada y formada bajo las espinas, pero qu
pesar de eso queda al resguardo de sus pinchazos» (ib., 1
Incluso bajo las espinas de una generación que de por sí deb
transmitir el pecado original -argumenta Eadmero-, María
permaneció libre de toda mancha, por voluntad explícita de D
que «lo pudo, evidentemente, y lo quiso. Así pues, si lo quis
hizo» (ib.).
A pesar de Eadmero, los grandes teólogos del siglo XIII hicie
suyas las dificultades de san Agustín, argumentando así:
redención obrada por Cristo no sería universal si la condición
pecado no fuese común a todos los seres humanos. Y si Mar
hubiera contraído la culpa original, no hubiera podido ser
rescatada. En efecto, la redención consiste en librar a quien
encuentra en estado de pecado.
3. Duns Escoto, siguiendo a algunos teólogos del siglo XII, br
la clave para superar estas objeciones contra la doctrina de
Inmaculada Concepción de María. Sostuvo que Cristo, el med
perfecto, realizó precisamente en María el acto de mediación
excelso, preservándola del pecado original.
De ese modo, introdujo en la teología el concepto de redenc
preservadora, según la cual María fue redimida de modo aún
admirable: no por liberación del pecado, sino por preservació
pecado.
La intuición del beato Juan Duns Escoto, llamado a continuac
«doctor de la Inmaculada», obtuvo, ya desde el inicio del siglo
una buena acogida por parte de los teólogos, sobre todo
franciscanos. Después de que el Papa Sixto IV aprobara, en 1
la misa de la Concepción, esa doctrina fue cada vez más ace
en las escuelas teológicas.
Ese providencial desarrollo de la liturgia y de la doctrina prepa
definición del privilegio mariano por parte del Magisterio supr
Ésta tuvo lugar sólo después de muchos siglos, bajo el impuls
una intuición de fe fundamental: la Madre de Cristo debía s
perfectamente santa desde el origen de su vida.
4. La afirmación del excepcional privilegio concedido a María
claramente de manifiesto que la acción redentora de Cristo no
libera, sino también preserva del pecado. Esa dimensión d
preservación, que es total en María, se halla presente en
intervención redentora a través de la cual Cristo, liberando
pecado, da al hombre también la gracia y la fuerza para venc
influjo en su existencia.
De ese modo, el dogma de la Inmaculada Concepción de Mar
ofusca, sino que más bien contribuye admirablemente a po
mejor de relieve los efectos de la gracia redentora de Cristo e
naturaleza humana.
A María, primera redimida por Cristo, que tuvo el privilegio d
quedar sometida ni siquiera por un instante al poder del mal
pecado, miran los cristianos como al modelo perfecto y a
imagen de la santidad (cf. Lumen gentium, 65) que están llam
a alcanzar, con la ayuda de la gracia del Señor, en su vida
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7-V
La Virginidad de María, Madre de Dios
Catequesis de Juan Pablo II
.
La Virginidad de María, verdad de fe
Catequesis de Juan Pablo II (10-VII-96)
1. La Iglesia ha considerado constantemente la virginidad de M
una verdad de fe, acogiendo y profundizando el testimonio d
evangelios de san Lucas, san Marcos y, probablemente, tam
san Juan.
En el episodio de la Anunciación, el evangelista san Lucas lla
María «virgen», refiriendo tanto su intención de perseverar e
virginidad como el designio divino, que concilia ese propósito
su maternidad prodigiosa. La afirmación de la concepción virg
debida a la acción del Espíritu Santo, excluye cualquier hipót
de partenogénesis natural y rechaza los intentos de explica
narración lucana como explicitación de un tema judío o com
derivación de una leyenda mitológica pagana.
La estructura del texto lucano (cf. Lc 1,26-38; 2,19.51), no ad
ninguna interpretación reductiva. Su coherencia no permit
sostener válidamente mutilaciones de los términos o de la
expresiones que afirman la concepción virginal por obra d
Espíritu Santo.
2. El evangelista san Mateo, narrando el anuncio del ángel a
afirma, al igual que san Lucas, la concepción por obra «de
Espíritu Santo» (Mt 1,20), excluyendo las relaciones conyuga
Además, a José se le comunica la generación virginal de Jesú
un segundo momento: no se trata para él de una invitación a
su consentimiento previo a la concepción del Hijo de María,
de la intervención sobrenatural del Espíritu Santo y de la
cooperación exclusiva de la madre. Sólo se le invita a acep
libremente su papel de esposo de la Virgen y su misión pate
con respecto al niño.
San Mateo presenta el origen virginal de Jesús como cumplim
de la profecía de Isaías: «Ved que la virgen concebirá y dará
un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que traducid
significa "Dios con nosotros"» (Mt 1,23; cf. Is 7,14). De ese m
san Mateo nos lleva a la conclusión de que la concepción vir
fue objeto de reflexión en la primera comunidad cristiana, q
comprendió su conformidad con el designio divino de salvaci
su nexo con la identidad de Jesús, «Dios con nosotros».
3. A diferencia de san Lucas y san Mateo, el evangelio de s
Marcos no habla de la concepción y del nacimiento de Jesús
embargo, es digno de notar que san Marcos nunca mencion
José, esposo de María. La gente de Nazaret llama a Jesús «e
de María» o, en otro contexto, muchas veces «el Hijo de Dio
(Mc 3,11; 5,7; cf. 1,1.11; 9,7; 14,61-62; 15,39). Estos datos e
en armonía con la fe en el misterio de su generación virginal.
verdad, según un reciente redescubrimiento exegético, esta
contenida explícitamente en el versículo 13 del Prólogo de
evangelio de san Juan, que algunas voces antiguas autoriza
(por ejemplo, Ireneo y Tertuliano) no presentan en la forma p
usual, sino en la singular: «Él, que no nació de sangre, ni de d
de carne, ni de deseo de hombre, sino que nació de Dios». E
traducción en singular convertiría el Prólogo del evangelio de
Juan en uno de los mayores testimonios de la generación vir
de Jesús, insertada en el contexto del misterio de la Encarna
La afirmación paradójica de Pablo: «Al llegar la plenitud de
tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer (…), para q
recibiéramos la filiación adoptiva» (Ga 4,4-5), abre el camin
interrogante sobre la personalidad de ese Hijo y, por tanto, s
su nacimiento virginal.
Este testimonio uniforme de los evangelios confirma que la fe
concepción virginal de Jesús estaba enraizada firmemente e
diversos ambientes de la Iglesia primitiva. Por eso carecen de
fundamento algunas interpretaciones recientes, que no consid
la concepción virginal en sentido físico o biológico, sino
únicamente simbólico o metafórico: designaría a Jesús como
de Dios a la humanidad. Lo mismo hay que decir de la opinió
otros, según los cuales el relato de la concepción virginal se
por el contrario, un theologoumenon, es decir, un modo d
expresar una doctrina teológica, en este caso la filiación divin
Jesús, o sería su representación mitológica.
Como hemos visto, los evangelios contienen la afirmación exp
de una concepción virginal de orden biológico, por obra de
Espíritu Santo, y la Iglesia ha hecho suya esta verdad ya desd
primeras formulaciones de la fe (cf. Catecismo de la Igles
católica, n. 496).
4. La fe expresada en los evangelios es confirmada, sin
interrupciones, en la tradición posterior. Las fórmulas de fe d
primeros autores cristianos postulan la afirmación del nacimi
virginal: Arístides, Justino, Ireneo y Tertuliano están de acue
con san Ignacio de Antioquía, que proclama a Jesús «naci
verdaderamente de una virgen» (Smirn. 1,2). Estos autores h
explícitamente de una generación virginal de Jesús real e
histórica, y de ningún modo afirman una virginidad solamen
moral o un vago don de la gracia, que se manifestó en e
nacimiento del niño.
Las definiciones solemnes de fe por parte de los concilios
ecuménicos y del Magisterio pontificio, que siguen a las prim
fórmulas breves de fe, están en perfecta sintonía con esta ve
El concilio de Calcedonia (451), en su profesión de fe, redac
esmeradamente y con contenido definido de modo infalible, a
que Cristo «en lo últimos días, por nosotros y por nuestra
salvación, (fue) engendrado de María Virgen, Madre de Dios
cuanto a la humanidad» (DS 301). Del mismo modo, el terc
concilio de Constantinopla (681) proclama que Jesucristo «n
del Espíritu Santo y de María Virgen, que es propiamente y s
verdad madre de Dios, según la humanidad» (DS 555). Otr
concilios ecuménicos (Constantinopolitano II, Lateranense I
Lugdunense II) declaran a María «siempre virgen», subrayand
virginidad perpetua (cf. DS 423, 801 y 852). El concilio Vatica
ha recogido esas afirmaciones, destacando el hecho de qu
María, «por su fe y su obediencia, engendró en la tierra al H
mismo del Padre, ciertamente sin conocer varón, cubierta co
sombra del Espíritu Santo» (Lumen gentium, 63).
A las definiciones conciliares hay que añadir las del Magiste
pontificio, relativas a la Inmaculada Concepción de la «santís
Virgen María» (DS 2.803) y a la Asunción de la «Inmacula
Madre de Dios, siempre Virgen María» (DS 3.903).
5. Aunque las definiciones del Magisterio, con excepción d
concilio de Letrán del año 649, convocado por el Papa Martín
precisan el sentido del apelativo «virgen», se ve claramente
este término se usa en su sentido habitual: la abstención
voluntaria de los actos sexuales y la preservación de la integ
corporal. En todo caso, la integridad física se considera esen
para la verdad de fe de la concepción virginal de Jesús (c
Catecismo de la Iglesia católica, n. 496).
La designación de María como «santa, siempre Virgen e
Inmaculada», suscita la atención sobre el vínculo entre santid
virginidad. María quiso una vida virginal, porque estaba anim
por el deseo de entregar todo su corazón a Dios.
La expresión que se usa en la definición de la Asunción, «
Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen», sugiere tambié
conexión entre la virginidad y la maternidad de María: do
prerrogativas unidas milagrosamente en la generación de Je
verdadero Dios y verdadero hombre. Así, la virginidad de M
está íntimamente vinculada a su maternidad divina y a su san
perfecta.
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12-V
*****
El propósito de virginidad de María
Catequesis de Juan Pablo II (24-VII-96)
1. Al ángel, que le anuncia la concepción y
el nacimiento de Jesús, María le dirige una
pregunta: «¿Cómo será esto, puesto que
no conozco varón?» (Lc 1,34). Esa
pregunta resulta, por lo menos,
sorprendente si recordamos los relatos
bíblicos que refieren el anuncio de un
nacimiento extraordinario a una mujer
estéril. En esos casos se trata de mujeres
casadas, naturalmente estériles, a las que
Dios ofrece el don del hijo a través de la vida conyugal norma
1 S 1,19-20), como respuesta a oraciones conmovedoras (cf
15,2; 30,22-23; 1 S 1,10; Lc 1,13).
Es diversa la situación en que María recibe el anuncio del án
No es una mujer casada que tenga problemas de esterilidad
elección voluntaria quiere permanecer virgen. Por consiguien
propósito de virginidad, fruto de amor al Señor, constituye,
parecer, un obstáculo a la maternidad anunciada.
A primera vista, las palabras de María parecen expresar
solamente su estado actual de virginidad: María afirmaría qu
«conoce» varón, es decir, que es virgen. Sin embargo, el con
en el que plantea la pregunta «¿cómo será eso?» y la afirma
siguiente: «no conozco varón», ponen de relieve tanto la virgi
actual de María como su propósito de permanecer virgen.
expresión que usa, con la forma verbal en presente, deja tras
la permanencia y la continuidad de su estado.
2. María, al presentar esta dificultad, lejos de oponerse al pro
divino, manifiesta la intención de aceptarlo totalmente. Por
demás, la joven de Nazaret vivió siempre en plena sintonía c
voluntad divina y optó por una vida virginal con el deseo d
agradar al Señor. En realidad, su propósito de virginidad l
disponía a acoger la voluntad divina «con todo su yo, huma
femenino, y en esta respuesta de fe estaban contenidas un
cooperación perfecta con la gracia de Dios que previene y so
y una disponibilidad perfecta a la acción del Espíritu Santo
(Redemptoris Mater, 13).
A algunos, las palabras e intenciones de María les parece
inverosímiles, teniendo presente que en el ambiente judío
virginidad no se consideraba un valor ni un ideal. Los mism
escritos del Antiguo Testamento lo confirman en varios episod
expresiones conocidos. El libro de los Jueces refiere, por ejem
que la hija de Jefté, teniendo que afrontar la muerte siendo
joven núbil, llora su virginidad, es decir, se lamenta de no ha
podido casarse (cf. Jc 11,38). Además, en virtud del manda
divino: «Sed fecundos y multiplicaos» (Gn 1,28), el matrimon
considerado la vocación natural de la mujer, que conlleva l
alegrías y los sufrimientos propios de la maternidad.
3. Para comprender mejor el contexto en que madura la deci
de María, es preciso tener presente que, en el tiempo que pre
inmediatamente el inicio de la era cristiana, en algunos ambie
judíos se comienza a manifestar una orientación positiva hac
virginidad. Por ejemplo, los esenios, de los que se han encon
numerosos e importantes testimonios históricos en Qumrán, v
en el celibato o limitaban el uso del matrimonio, a causa de la
común y para buscar una mayor intimidad con Dios.
Además, en Egipto existía una comunidad de mujeres que
siguiendo la espiritualidad esenia, vivían en continencia. Es
mujeres, las Terapeutas, pertenecientes a una secta descrita
Filón de Alejandría (cf. De vita contemplativa, 21-90), se
dedicaban a la contemplación y buscaban la sabiduría.
Tal vez María no conoció esos grupos religiosos judíos qu
seguían el ideal del celibato y de la virginidad. Pero el hecho
que Juan Bautista viviera probablemente una vida de celibat
que la comunidad de sus discípulos la tuviera en gran estim
podría dar a entender que también el propósito de virginidad
María entraba en ese nuevo contexto cultural y religioso.
4. La extraordinaria historia de la Virgen de Nazaret no debe
embargo, hacernos caer en el error de vincular completament
disposiciones íntimas a la mentalidad del ambiente, subestim
la unicidad del misterio acontecido en ella. En particular, n
debemos olvidar que María había recibido, desde el inicio de
vida, una gracia sorprendente, que el ángel le reconoció en
momento de la Anunciación. María, «llena de gracia» (Lc 1,
fue enriquecida con una perfección de santidad que, según
interpretación de la Iglesia, se remonta al primer instante de
existencia: el privilegio único de la Inmaculada Concepción in
en todo el desarrollo de la vida espiritual de la joven de Naza
Así pues, se debe afirmar que lo que guió a María hacia el ide
la virginidad fue una inspiración excepcional del mismo Esp
Santo que, en el decurso de la historia de la Iglesia, impulsa
tantas mujeres a seguir el camino de la consagración virgin
La presencia singular de la gracia en la vida de María lleva
conclusión de que la joven tenía un compromiso de virginid
Colmada de dones excepcionales del Señor desde el inicio d
existencia, está orientada a una entrega total, en alma y cuer
Dios con el ofrecimiento de su virginidad.
Además, la aspiración a la vida virginal estaba en armonía c
aquella «pobreza» ante Dios, a la que el Antiguo Testamen
atribuye gran valor. María, al comprometerse plenamente en
camino, renuncia también a la maternidad, riqueza personal
mujer, tan apreciada en Israel. De ese modo, «ella misma
sobresale entre los humildes y los pobres del Señor, que esp
de él con confianza la salvación y la acogen» (Lumen gentiu
55). Pero, presentándose como pobre ante Dios, y buscando
fecundidad sólo espiritual, fruto del amor divino, en el momen
la Anunciación María descubre que el Señor ha transformad
pobreza en riqueza: será la M
virgen del Hijo del Altísimo. M
tarde descubrirá también que
maternidad está destinada
extenderse a todos los homb
que el Hijo ha venido a salvar
Catecismo de la Iglesia católic
501).
[L'Osservatore Romano, ed
semanal en lengua español
26-V
*****
La concepción virginal de Jesús
Catequesis de Juan Pablo II (31-VII-96)
1. Dios ha querido, en su designio salvífico, que el Hijo unigé
naciera de una Virgen. Esta decisión divina implica una profu
relación entre la virginidad de María y la encarnación del Ve
«La mirada de la fe, unida al conjunto de la revelación, pue
descubrir las razones misteriosas por las que Dios, en su des
salvífico, quiso que su Hijo naciera de una virgen. Estas razo
se refieren tanto a la persona y a la misión redentora de Cri
como a la aceptación por María de esta misión para con lo
hombres» (Catecismo de la Iglesia católica, n. 502).
La concepción virginal, excluyendo una paternidad humana, a
que el único padre de Jesús es el Padre celestial, y que en
generación temporal del Hijo se refleja la generación eterna
Padre, que había engendrado al Hijo en la eternidad, lo enge
también en el tiempo como hombre.
2. El relato de la Anunciación pone de relieve el estado de Hi
Dios, consecuente con la intervención divina en la concepción
Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrir
su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llam
Hijo de Dios» (Lc 1,35).
Aquel que nace de María ya es, en virtud de la generación et
Hijo de Dios; su generación virginal, obrada por la intervenció
Altísimo, manifiesta que, también en su humanidad, es el Hij
Dios.
La revelación de la generación eterna en la generación virgina
la sugieren también las expresiones contenidas en el Prólogo
evangelio de san Juan, que relacionan la manifestación de D
invisible, por obra del «Hijo único, que está en el seno del Pa
(Jn 1,18), con su venida en la carne: «Y la Palabra se hizo ca
puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su glo
gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia
verdad» (Jn 1,14).
San Lucas y san Mateo, al narrar la generación de Jesús, afir
también el papel del Espíritu Santo. Éste no es el padre del n
Jesús es hijo únicamente del Padre eterno (cf. Lc 1,32.35) q
por medio del Espíritu, actúa en el mundo y engendra al Verb
la naturaleza humana. En efecto, en la Anunciación el ángel l
al Espíritu «poder del Altísimo» (Lc 1,35), en sintonía con
Antiguo Testamento, que lo presenta como la energía divina
actúa en la existencia humana, capacitándola para realiza
acciones maravillosas. Este poder, que en la vida trinitaria de
es Amor, manifestándose en su grado supremo en el misterio
Encarnación, tiene la tarea de dar el Verbo encarnado a l
humanidad.
3. El Espíritu Santo, en particular, es la persona que comunic
riquezas divinas a los hombres y los hace participar en la vid
Dios. Él, que en el misterio trinitario es la unidad del Padre y
Hijo, obrando la generación virginal de Jesús, une la humanid
Dios.
El misterio de la Encarnación muestra también la incompara
grandeza de la maternidad virginal de María: la concepción
Jesús es fruto de su cooperación generosa en la acción d
Espíritu de amor, fuente de toda fecundidad.
En el plan divino de la salvación, la concepción virginal es,
tanto, anuncio de la nueva creación: por obra del Espíritu Sa
en María es engendrado aquel que será el hombre nuevo. C
afirma el Catecismo de la Iglesia católica: «Jesús fue conceb
por obra del Espíritu Santo en el seno de la Virgen María, po
él es el nuevo Adán que inaugura la nueva creación» (n. 50
En el misterio de esta nueva creación resplandece el papel d
maternidad virginal de María. San Ireneo, llamando a Cris
«primogénito de la Virgen» (Adv. Haer. 3, 16, 4), recuerda q
después de Jesús, muchos otros nacen de la Virgen, en el se
de que reciben la vida nueva de Cristo. «Jesús es el Hijo únic
María. Pero la maternidad espiritual de María se extiende a t
los hombres a los cuales él vino a salvar: "Dio a luz al Hijo, a
Dios constituyó el mayor de muchos hermanos" (Rm 8,29),
decir, de los creyentes, a cuyo nacimiento y educación colab
con amor de madre» (Catecismo de la Iglesia católica, n. 50
4. La comunicación de la vida nueva es transmisión de la filia
divina. Podemos recordar aquí la perspectiva abierta por san
en el Prólogo de su evangelio: aquel a quien Dios engendró,
los creyentes el poder de hacerse hijos de Dios (cf. Jn 1,12-13
generación virginal permite la extensión de la paternidad divin
los hombres se les hace hijos adoptivos de Dios en aquel qu
Hijo de la Virgen y del Padre.
Así pues, la contemplación del misterio de la generación virg
nos permite intuir que Dios ha elegido para su Hijo una Mad
virgen, para dar más ampliamente a la humanidad su amor
Padre.
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2-V
*****
María, modelo de virginidad
Catequesis de Juan Pablo II (7-VIII-96)
1. El propósito de virginidad, qu
vislumbra en las palabras de M
en el momento de la Anunciació
sido considerado tradicionalme
como el comienzo y el acontecim
inspirador de la virginidad cristian
la Iglesia.
San Agustín no reconoce en e
propósito el cumplimiento de
precepto divino, sino un voto em
libremente. De ese modo, se
podido presentar a María como ejemplo a las santas vírgene
el curso de toda la historia de la Iglesia. María «consagró s
virginidad a Dios, cuando aún no sabía lo que debía concebir,
que la imitación de la vida celestial en el cuerpo terrenal y m
se haga por voto, no por precepto, por elección de amor, no
necesidad de servicio» (De Sancta Virg., IV, 4; PL 40, 398
El ángel no pide a María que permanezca virgen; es María q
revela libremente su propósito de virginidad. En este compro
se sitúa su elección de amor, que la lleva a consagrarse
totalmente al Señor mediante una vida virginal.
Al subrayar la espontaneidad de la decisión de María, no deb
olvidar que en el origen de toda vocación está la iniciativa de
La doncella de Nazaret, al orientarse hacia la vida virgina
respondía a una vocación interior, es decir, a una inspiración
Espíritu Santo que la iluminaba sobre el significado y el valor
entrega virginal de sí misma. Nadie puede acoger este don
sentirse llamado y sin recibir del Espíritu Santo la luz y la fue
necesarias.
2. Aunque san Agustín utiliza la palabra voto para mostrar
quienes llama santas vírgenes el primer modelo de su estad
vida, el Evangelio no testimonia que María haya formulad
expresamente un voto, que es la forma de consagración y en
de la propia vida a Dios, en uso ya desde los primeros siglos
Iglesia. El Evangelio nos da a entender que María tomó la dec
personal de permanecer virgen, ofreciendo su corazón al Se
Desea ser su esposa fiel, realizando la vocación de la «hija
Sión». Sin embargo, con su decisión se convierte en el arque
de todos los que en la Iglesia han elegido servir al Señor c
corazón indiviso en la virginidad.
Ni los evangelios, ni otros escritos del Nuevo Testamento, n
informan acerca del momento en el que María tomó la decisió
permanecer virgen. Con todo, de la pregunta que hace al áng
deduce con claridad que, en el momento de la Anunciación, d
propósito era ya muy firme. María no duda en expresar su de
de conservar la virginidad también en la perspectiva de la
maternidad que se le propone, mostrando que había madur
largamente su propósito.
En efecto, María no eligió la virginidad en la perspectiva,
imprevisible, de llegar a ser Madre de Dios, sino que maduró
elección en su conciencia antes del momento de la Anunciac
Podemos suponer que esa orientación siempre estuvo presen
su corazón: la gracia que la preparaba para la maternidad vir
influyó ciertamente en todo el desarrollo de su personalida
mientras que el Espíritu Santo no dejó de inspirarle, ya desde
primeros años, el deseo de la unión más completa con Dio
3. Las maravillas que Dios hace, también hoy, en el corazón
la vida de tantos muchachos y muchachas, las hizo, ante tod
el alma de María. También en nuestro mundo, aunque esté
distraído por la fascinación de una cultura a menudo superfic
consumista, muchos adolescentes aceptan la invitación qu
proviene del ejemplo de María y consagran su juventud al Se
al servicio de sus hermanos.
Esta decisión, más que renuncia a valores humanos, es elec
de valores más grandes. A este respecto, mi venerado predec
Pablo VI, en la exhortación apostólica Marialis cultus, subray
cómo quien mira con espíritu abierto el testimonio del Evang
«se dará cuenta de que la opción del estado virginal por part
María (...) no fue un acto de cerrarse a algunos de los valore
estado matrimonial, sino que constituyó una opción valient
llevada a cabo para consagrarse totalmente al amor de Dios
37).
En definitiva, la elección del estado virginal está motivada po
plena adhesión a Cristo. Esto es particularmente evidente
María. Aunque antes de la Anunciación no era consciente de
el Espíritu Santo le inspira su consagración virginal con vista
Cristo: permanece virgen para acoger con todo su ser al Me
Salvador. La virginidad comenzada en María muestra así su p
dimensión cristocéntrica, esencial también para la virginidad v
en la Iglesia, que halla en la Madre de Cristo su modelo subl
Aunque su virginidad personal, vinculada a la maternidad div
es un hecho excepcional, ilumina y da sentido a todo don virg
4. ¡Cuántas mujeres jóvenes, en la historia de la Iglesia,
contemplando la nobleza y la belleza del corazón virginal de
Madre del Señor, se han sentido alentadas a responder
generosamente a la llamada de Dios, abrazando el ideal de
virginidad! «Precisamente esta virginidad -como he recordad
la encíclica Redemptoris Mater-, siguiendo el ejemplo de la V
de Nazaret, es fuente de una especial fecundidad espiritual
fuente de la maternidad en el Espíritu Santo» (n. 43).
La vida virginal de María suscita en todo el pueblo cristiano
estima por el don de la virginidad y el deseo de que se multip
en la Iglesia como signo del primado de Dios sobre toda realid
como anticipación profética de la vida futura. Demos gracias j
al Señor por quienes aún hoy consagran generosamente su
mediante la virginidad, al servicio del reino de Dios.
Al mismo tiempo, mientras en diversas zonas de antigua
evangelización el hedonismo y el consumismo parecen disua
los jóvenes de abrazar la vida consagrada, es preciso ped
incesantemente a Dios, por intercesión de María, un nuev
florecimiento de vocaciones religiosas. Así, el rostro de la Ma
de Cristo, reflejado en muchas vírgenes que se esfuerzan p
seguir al divino Maestro, seguirá siendo para la humanidad
signo de la misericordia y de la ternura divinas.
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9-V
*****
La unión virginal de María y José
Catequesis de Juan Pablo II (21-VIII-96)
1. El evangelio de Lucas, al presentar a María como virgen, a
que estaba «desposada con un hombre llamado José, de la
de David» (Lc 1,27). Estas informaciones parecen, a primera
contradictorias.
Hay que notar que el término griego utilizado en este pasaje
indica la situación de una mujer que ha contraído el matrimon
por tanto vive en el estado matrimonial, sino la del noviazgo.
a diferencia de cuanto ocurre en las culturas modernas, en
costumbre judaica antigua la institución del noviazgo preveía
contrato y tenía normalmente valor definitivo: efectivament
introducía a los novios en el estado matrimonial, si bien e
matrimonio se cumplía plenamente cuando el joven conducía
muchacha a su casa.
En el momento de la Anunciación, María se halla, pues, en
situación de esposa prometida. Nos podemos preguntar por
había aceptado el noviazgo, desde el momento en que tení
propósito de permanecer virgen para siempre. Lucas es
consciente de esta dificultad, pero se limita a registrar la situa
sin aportar explicaciones. El hecho de que el evangelista, a
poniendo de relieve el propósito de virginidad de María, la
presente igualmente como esposa de José constituye un sign
que ambas noticias son históricamente dignas de crédito
2. Se puede suponer que entre José y María, en el momento
comprometerse, existiese un entendimiento sobre el proyect
vida virginal. Por lo demás, el Espíritu Santo, que había inspi
en María la opción de la virginidad con miras al misterio de
Encarnación y quería que ésta acaeciese en un contexto fam
idóneo para el crecimiento del Niño, pudo muy bien suscit
también en José el ideal de la virginidad.
El ángel del Señor, apareciéndosele en sueños, le dice: «José
de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque
engendrado en ella es del Espíritu Santo» (Mt 1,20). De esta f
recibe la confirmación de estar llamado a vivir de modo totalm
especial el camino del matrimonio. A través de la comunió
virginal con la mujer predestinada para dar a luz a Jesús, Dio
llama a cooperar en la realización de su designio de salvaci
El tipo de matrimonio hacia el que el Espíritu Santo orienta a M
y a José es comprensible sólo en el contexto del plan salvífico
el ámbito de una elevada espiritualidad. La realización conc
del misterio de la Encarnación exigía un nacimiento virginal
pusiese de relieve la filiación divina y, al mismo tiempo, una fa
que pudiese asegurar el desarrollo normal de la personalidad
Niño.
José y María, precisamente en vista de su contribución al mis
de la Encarnación del Verbo, recibieron la gracia de vivir junt
carisma de la virginidad y el don del matrimonio. La comunió
amor virginal de María y José, aun constituyendo un caso
especialísimo, vinculado a la realización concreta del misterio
Encarnación, sin embargo fue un verdadero matrimonio (c
Exhortación apostólica, Redemptoris custos, 7).
La dificultad de acercarse al misterio sublime de su comuni
esponsal ha inducido a algunos, ya desde el siglo II, a atribu
José una edad avanzada y a considerarlo el custodio de Ma
más que su esposo. Es el caso de suponer, en cambio, que
fuese entonces un hombre anciano, sino que su perfecció
interior, fruto de la gracia, lo llevase a vivir con afecto virgina
relación esponsal con María.
3. La cooperación de José en el misterio de la Encarnació
comprende también el ejercicio del papel paterno respecto
Jesús. Dicha función le es reconocida por el ángel que,
apareciéndosele en sueños, le invita a poner el nombre al N
«Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porqu
salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1,21).
Aun excluyendo la generación física, la paternidad de José fu
paternidad real, no aparente. Distinguiendo entre padre y
progenitor, una antigua monografía sobre la virginidad de Mar
De Margarita (siglo IV)- afirma que «los compromisos adquir
por la Virgen y José como esposos hicieron que él pudiese
llamado con este nombre (de padre); un padre, sin embargo,
no ha engendrado». José, pues, ejerció en relación con Jesú
función de padre, gozando de una autoridad a la que el Rede
libremente se «sometió» (Lc 2,51), contribuyendo a su educac
transmitiéndole el oficio de carpintero.
Los cristianos han reconocido siempre en José a aquel que v
una comunión íntima con María y Jesús, deduciendo que tam
en la muerte gozó de su presencia consoladora y afectuosa.
esta constante tradición cristiana se ha desarrollado en muc
lugares una especial devoción a la santa Familia y en ella a
José, Custodio del Redentor. El Papa León XIII, como es sab
le encomendó el patrocinio de toda la Iglesia.
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23-V
*****
María siempre virgen
Catequesis de Juan Pablo II (28-VIII-96)
1. La Iglesia ha manifestado de modo constante su fe en l
virginidad perpetua de María. Los textos más antiguos, cuand
refieren a la concepción de Jesús, llaman a María sencillame
Virgen, pero dando a entender que consideraban esa cualid
como un hecho permanente, referido a toda su vida.
Los cristianos de los primeros siglos expresaron esa convicció
fe mediante el término griego «siempre virgen», creado pa
calificar de modo único y eficaz la persona de María, y expres
una sola palabra la fe de la Iglesia en su virginidad perpetua
encontramos ya en el segundo símbolo de fe de san Epifanio
el año 374, con relación a la Encarnación: el Hijo de Dios «
encarnó, es decir, fue engendrado de modo perfecto por sa
María, la siempre virgen, por obra del Espíritu Santo» (Ancor
119, 5: DS 44).
La expresión siempre virgen fue recogida por el segundo con
de Constantinopla, que afirmó: el Verbo de Dios «se encarnó
santa gloriosa Madre de Dios y siempre Virgen María, y naci
ella» (DS 422). Esta doctrina fue confirmada por otros do
concilios ecuménicos, el cuarto de Letrán, año 1215 (DS 801)
segundo de Lyón, año 1274 (DS 852), y por el texto de la
definición del dogma de la Asunción, año 1950 (DS 3.903), e
que la virginidad perpetua de María es aducida entre los mot
de su elevación en cuerpo y alma a la gloria celeste.
2. Usando una fórmula sintética, la tradición de la Iglesia h
presentado a María como «virgen antes del parto, durante el
y después del parto», afirmando, mediante la mención de es
tres momentos, que no dejó nunca de ser virgen.
De las tres, la afirmación de la virginidad antes del parto es,
duda, la más importante, ya que se refiere a la concepción
Jesús y toca directamente el misterio mismo de la Encarnac
Esta verdad ha estado presente desde el principio y de form
constante en la fe de la Iglesia.
La virginidad durante el parto y después del parto, aunque se
contenida implícitamente en el título de virgen atribuido a Mar
en los orígenes de la Iglesia, se convierte en objeto de
profundización doctrinal cuando algunos comienzan explícitam
a ponerla en duda. El Papa Hormisdas precisa que «el Hijo
Dios se hizo Hijo del hombre y nació en el tiempo como hom
abriendo al nacer el seno de su madre (cf. Lc 2,23) y, por el p
de Dios, sin romper la virginidad de su madre» (DS 368). E
doctrina fue confirmada por el concilio Vaticano II, en el que
afirma que el Hijo primogénito de María «no menoscabó s
integridad virginal, sino que la santificó» (Lumen gentium, 57)
lo que se refiere a la virginidad después del parto, es preci
destacar ante todo que no hay motivos para pensar que l
voluntad de permanecer virgen, manifestada por María en
momento de la Anunciación (cf. Lc 1,34), haya cambiado
posteriormente. Además, el sentido inmediato de las palabr
«Mujer, ahí tienes a tu hijo», «ahí tienes a tu madre» (Jn 19
27), que Jesús dirige desde la cruz a María y al discípulo
predilecto, hace suponer una situación que excluye la prese
de otros hijos nacidos de María.
Los que niegan la virginidad después del parto han pensad
encontrar un argumento probatorio en el término «primogéni
que el evangelio atribuye a Jesús (cf. Lc 2,7), como si esa
expresión diera a entender que María engendró otros hijo
después de Jesús. Pero la palabra «primogénito» signific
literalmente «hijo no precedido por otro» y, de por sí, prescind
la existencia de otros hijos. Además, el evangelista subraya
característica del Niño, pues con el nacimiento del primogén
estaban vinculadas algunas prescripciones de la ley judaic
independientemente del hecho de que la madre hubiera dado
otros hijos. A cada hijo único se aplicaban, por consiguiente,
prescripciones por ser «el primogénito» (cf. Lc 2,23).
3. Según algunos, contra la virginidad de María después del p
estarían aquellos textos evangélicos que recuerdan la existe
de cuatro «hermanos de Jesús»: Santiago, José, Simón y Ju
(cf. Mt 13,55-56; Mc 6,3), y de varias hermanas.
Conviene recordar que, tanto en la lengua hebrea como en
aramea, no existe un término particular para expresar la pala
primo y que, por consiguiente, los términos hermano y herm
tenían un significado muy amplio, que abarcaba varios grado
parentesco. En realidad, con el término hermanos de Jesús
indican los hijos de una María discípula de Cristo (cf. Mt 27,
que es designada de modo significativo como «la otra María»
28,1). Se trata de parientes próximos de Jesús, según un
expresión frecuente en el Antiguo Testamento (cf. Catecismo
Iglesia católica, n. 500).
Así pues, María santísima es la siempre Virgen. Esta prerrog
suya es consecuencia de la maternidad divina, que la consa
totalmente a la misión redentora de Cristo.
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30-V
La Visitación de la Virgen a Santa Isabel
Catequesis de Juan Pablo II
La Visitación y el Magníficat
Evangelio según San Lucas (Lc 1,39-56)
En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la
región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de
.
Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isab
saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel qu
llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: «Be
tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde
mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas lle
mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi sen
¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fue
dichas de parte del Señor!» Y dijo María:
«Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espír
en Dios mi salvador; porque ha mirado la humillación de su
esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el
Poderoso ha hecho obras grandes por mí; su nombre es sant
su misericordia llega a sus fieles de generación en generación
Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de
corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los
humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos
despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia -co
lo había prometido a nuestros padres- en favor de Abrahán y
descendencia por siempre.»
María permaneció con ella unos tres meses y se volvió a su c
El misterio de la Visitación, preludio de la misión del Salvad
Catequesis de Juan Pablo II (2-X-96)
1. En el relato de la Visitación, san Lucas muestra cómo la gr
de la Encarnación, después de haber inundado a María, lle
salvación y alegría a la casa de Isabel. El Salvador de los
hombres, oculto en el seno de su Madre, derrama el Espír
Santo, manifestándose ya desde el comienzo de su venida
mundo.
El evangelista, describiendo la salida de María hacia Judea, u
verbo anístemi, que significa levantarse, ponerse en movimie
Considerando que este verbo se usa en los evangelios pa
indicar la resurrección de Jesús (cf. Mc 8,31; 9,9.31; Lc 24,7.
acciones materiales que comportan un impulso espiritual (cf
5,27-28; 15,18.20), podemos suponer que Lucas, con est
expresión, quiere subrayar el impulso vigoroso que lleva a M
bajo la inspiración del Espíritu Santo, a dar al mundo el Salva
2. El texto evangélico refiere, además, que María realiza el v
«con prontitud» (Lc 1,39). También la expresión «a la regió
montañosa» (Lc 1,39), en el contexto lucano, es mucho más
una simple indicación topográfica, pues permite pensar en
mensajero de la buena nueva descrito en el libro de Isaías: «
hermosos son sobre los montes los pies del mensajero qu
anuncia la paz, que trae buenas nuevas, que anuncia salvac
que dice a Sión: "Ya reina tu Dios"!» (Is 52,7).
Así como manifiesta san Pablo, que reconoce el cumplimient
este texto profético en la predicación del Evangelio (cf. Ro
10,15), así también san Lucas parece invitar a ver en María
primera evangelista, que difunde la buena nueva, comenzand
viajes misioneros del Hijo divino.
La dirección del viaje de la Virgen santísima es particularme
significativa: será de Galilea a Judea, como el camino mision
de Jesús (cf. Lc 9,51).
En efecto, con su visita a Isabel, María realiza el preludio de
misión de Jesús y, colaborando ya desde el comienzo de s
maternidad en la obra redentora del Hijo, se transforma en
modelo de quienes en la Iglesia se ponen en camino para llev
luz y la alegría de Cristo a los hombres de todos los lugares
todos los tiempos.
3. El encuentro con Isabel presenta rasgos de un gozoso
acontecimiento salvífico, que supera el sentimiento espontáne
la simpatía familiar. Mientras la turbación por la incredulida
parece reflejarse en el mutismo de Zacarías, María irrumpe c
alegría de su fe pronta y disponible: «Entró en casa de Zacar
saludó a Isabel» (Lc 1,40).
San Lucas refiere que «cuando oyó Isabel el saludo de Mar
saltó de gozo el niño en su seno» (Lc 1,41). El saludo de Ma
suscita en el hijo de Isabel un salto de gozo: la entrada de Je
en la casa de Isabel, gracias a su Madre, transmite al profeta
nacerá la alegría que el Antiguo Testamento anuncia como s
de la presencia del Mesías.
Ante el saludo de María, también Isabel sintió la alegría mesiá
y «quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz
"Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno"»
1,41-42).
En virtud de una iluminación superior, comprende la grandez
María que, más que Yael y Judit, quienes la prefiguraron en
Antiguo Testamento, es bendita entre las mujeres por el fruto
su seno, Jesús, el Mesías.
4. La exclamación de Isabel «con gran voz» manifiesta un
verdadero entusiasmo religioso, que la plegaria del Avema
sigue haciendo resonar en los labios de los creyentes, com
cántico de alabanza de la Iglesia por las maravillas que hizo
Poderoso en la Madre de su Hijo.
Isabel, proclamándola «bendita entre las mujeres», indica la r
de la bienaventuranza de María en su fe: «¡Feliz la que ha cr
que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte d
Señor!» (Lc 1,45). La grandeza y la alegría de María tienen o
en el hecho de que ella es la que cree.
Ante la excelencia de María, Isabel comprende también qué h
constituye para ella su visita: «¿De dónde a mí que la madre
Señor venga a mí?» (Lc 1,43). Con la expresión «mi Señor
Isabel reconoce la dignidad real, más aún, mesiánica, del Hij
María. En efecto, en el Antiguo Testamento esta expresión
usaba para dirigirse al rey (cf. 1 R 1, 13, 20, 21, etc.) y habla
rey-mesías (Sal 110,1). El ángel había dicho de Jesús: «El S
Dios le dará el trono de David, su padre» (Lc 1,32). Isabel, «l
de Espíritu Santo», tiene la misma intuición. Más tarde, la
glorificación pascual de Cristo revelará en qué sentido hay q
entender este título, es decir, en un sentido trascendente (cf
20,28; Hch 2,34-36).
Isabel, con su exclamación llena de admiración, nos invita
apreciar todo lo que la presencia de la Virgen trae como don
vida de cada creyente.
En la Visitación, la Virgen lleva a la madre del Bautista el Cr
que derrama el Espíritu Santo. Las mismas palabras de Isa
expresan bien este papel de mediadora: «Porque, apenas lle
mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi se
(Lc 1,44). La intervención de María, junto con el don del Esp
Santo, produce como un preludio de Pentecostés, confirman
una cooperación que, habiendo empezado con la Encarnac
está destinada a manifestarse en toda la obra de la salvaci
divina.
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4-
En el Magníficat María celebra la obra admirable de Dios
Catequesis de Juan Pablo II (6-XI-96)
1. María, inspirándose en la tradición del Antiguo Testamen
celebra con el cántico del Magníficat las maravillas que Dio
realizó en ella. Ese cántico es la respuesta de la Virgen al mis
de la Anunciación: el ángel la había invitado a alegrarse; ah
María expresa el jubilo de su espíritu en Dios, su salvador.
alegría nace de haber experimentado personalmente la mira
benévola que Dios le dirigió a ella, criatura pobre y sin influjo
historia.
Con la expresión Magníficat, versión latina de una palabra gr
que tenía el mismo significado, se celebra la grandeza de D
que con el anuncio del ángel revela su omnipotencia, supera
las expectativas y las esperanzas del pueblo de la alianza
incluso los más nobles deseos del alma humana.
Frente al Señor, potente y misericordioso, María manifiesta
sentimiento de su pequeñez: «Proclama mi alma la grandeza
Señor; se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador, porque h
mirado la humillación de su esclava» (Lc 1,46-48). Probablem
el término griego tapeinosis está tomado del cántico de Ana
madre de Samuel. Con él se señalan la «humillación» y la
«miseria» de una mujer estéril (cf. 1 S 1,11), que encomiend
pena al Señor. Con una expresión semejante, María present
situación de pobreza y la conciencia de su pequeñez ante D
que, con decisión gratuita, puso su mirada en ella, joven hum
de Nazaret, llamándola a convertirse en la madre del Mesía
2. Las palabras «desde ahora me felicitarán todas las
generaciones» (Lc 1,48), toman como punto de partida la
felicitación de Isabel, que fue la primera en proclamar a Ma
«dichosa» (Lc 1,45). El cántico, con cierta audacia, predice
esa proclamación se irá extendiendo y ampliando con un
dinamismo incontenible. Al mismo tiempo, testimonia la vener
especial que la comunidad cristiana ha sentido hacia la Madr
Jesús desde el siglo I. El Magníficat constituye la primicia de
diversas expresiones de culto, transmitidas de generación
generación, con las que la Iglesia manifiesta su amor a la Vir
de Nazaret.
3. «El Poderoso ha hecho obras grandes por mí; su nombre
santo y su misericordia llega a sus fieles de generación e
generación» (Lc 1,49-50).
¿Qué son esas «obras grandes» realizadas en María por
Poderoso? La expresión aparece en el Antiguo Testamento
indicar la liberación del pueblo de Israel de Egipto o de Babilo
En el Magníficat se refiere al acontecimiento misterioso de
concepción virginal de Jesús, acaecido en Nazaret después
anuncio del ángel.
En el Magníficat, cántico verdaderamente teológico porque re
la experiencia del rostro de Dios hecha por María, Dios no só
el Poderoso, pare el que nada es imposible, como había decla
Gabriel (cf. Lc 1,37), sino también el Misericordioso, capaz
ternura y fidelidad para con todo ser humano.
4. «Él hace proezas con su brazo; dispersa a los soberbios
corazón; derriba del trono a los poderosos y enaltece a lo
humildes; a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos
despide vacíos» (Lc 1,51-53).
Con su lectura sapiencial de la historia, María nos lleva a des
los criterios de la misteriosa acción de Dios. El Señor, trastroc
los juicios del mundo, viene en auxilio de los pobres y los
pequeños, en perjuicio de los ricos y los poderosos, y, de m
sorprendente, colma de bienes a los humildes, que le
encomiendan su existencia (cf. Redemptoris Mater, 37).
Estas palabras del cántico, a la vez que nos muestran en Mar
modelo concreto y sublime, nos ayudan a comprender que lo
atrae la benevolencia de Dios es sobre todo la humildad d
corazón.
5. Por ultimo, el cántico exalta el cumplimiento de las promes
la fidelidad de Dios hacia el pueblo elegido: «Auxilia a Israel
siervo, acordándose de la misericordia, como lo había promet
nuestros padres, en favor de Abraham y su descendencia p
siempre» (Lc 1,54-55).
María, colmada de dones divinos, no se detiene a contemp
solamente su caso personal, sino que comprende que esos d
son una manifestación de la misericordia de Dios hacia todo
pueblo. En ella Dios cumple sus promesas con una fidelida
generosidad sobreabundantes.
El Magníficat, inspirado en el Antiguo Testamento y en la
espiritualidad de la hija de Sión, supera los textos proféticos
están en su origen, revelando en la «llena de gracia» el inicio
una intervención divina que va mas allá de las esperanza
mesiánicas de Israel: el misterio santo de la Encarnación d
Verbo.
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8-X
María en la infancia y vida oculta de Jesús
Catequesis de Juan Pablo II
Presentación de Jesús en el templo
Relato del Evangelio según San Lucas (Lc 2,22-40)
Cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos,
según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para
presentarle al Señor, como está escrito en la Ley del Señor:
Todo varón primogénito será consagrado al Señor y para
ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones, conform
. a lo que se dice en la Ley del Señor. Y he aquí que había en
Jerusalén un hombre llamado Simeón: este hombre era justo
piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él e
Espíritu Santo. Le había sido revelado por el Espíritu Santo q
no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor.
Movido por el Espíritu vino al Templo; y cuando los padres
introdujeron al niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescrib
sobre él, le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora
Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya
paz, porque han visto mis ojos tu salvación, la que has
preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a
los gentiles y gloria de tu pueblo Israel.» Su padre y su madre
estaban admirados de lo que se decía de él. Simeón les bend
y dijo a María, su madre: «Éste está puesto para caída y
elevación de muchos en Israel, y para ser señal de
contradicción –¡y a ti misma una espada te atravesará el alma
a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos
corazones.» Había también una profetisa, Ana, hija de Fanue
de la tribu de Aser, de edad avanzada; después de casarse
había vivido siete años con su marido, y permaneció viuda
hasta los ochenta y cuatro años; no se apartaba del Templo,
sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones. Como se
presentase en aquella misma hora, alababa a Dios y hablaba
del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén
Así que cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor,
volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño crecía y s
fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba
sobre él.
La Presentación de Jesús en el templo
Catequesis de Juan Pablo II (11-XII-96)
1. En el episodio de la presentación de Jesús en el templo, S
Lucas subraya el destino mesiánico de Jesús. Según el text
lucano, el objetivo inmediato del viaje de la Sagrada Familia d
Belén a Jerusalén es el cumplimiento de la Ley: «Cuando se
cumplieron los días de la purificación de ellos, según la Ley d
Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señ
como está escrito en la Ley del Señor: "Todo varón primogén
será consagrado al Señor", y para ofrecer en sacrificio un par
tórtolas o dos pichones, conforme a lo que se dice en la Ley d
Señor» (Lc 2,22-24).
Con este gesto, María y José manifiestan su propósito de
obedecer fielmente a la voluntad de Dios, rechazando toda
forma de privilegio. Su peregrinación al templo de Jerusalén
asume el significado de una consagración a Dios, en el lugar
su presencia.
María, obligada por su pobreza a ofrecer tórtolas o pichones
entrega en realidad al verdadero Cordero que deberá redimir
la humanidad, anticipando con su gesto lo que había sido
prefigurado en las ofrendas rituales de la antigua Ley.
2. Mientras la Ley exigía sólo a la madre la purificación despu
del parto, Lucas habla de «los días de la purificación de ellos
(Lc 2,22), tal vez con la intención de indicar a la vez las
prescripciones referentes a la madre y a su Hijo primogénito
La expresión «purificación» puede resultarnos sorprendente
pues se refiere a una Madre que, por gracia singular, había
obtenido ser inmaculada desde el primer instante de su
existencia, y a un Niño totalmente santo. Sin embargo, es
preciso recordar que no se trataba de purificarse la concienc
de alguna mancha de pecado, sino solamente de recuperar
pureza ritual, la cual, de acuerdo con las ideas de aquel tiemp
quedaba afectada por el simple hecho del parto, sin que
existiera ninguna clase de culpa.
El evangelista aprovecha la ocasión para subrayar el víncul
especial que existe entre Jesús, en cuanto «primogénito» (L
2,7.23), y la santidad de Dios, así como para indicar el espíri
de humilde ofrecimiento que impulsaba a María y a José (cf.
2,24). En efecto, el «par de tórtolas o dos pichones» era la
ofrenda de los pobres (cf. Lv 12,8).
3. En el templo, José y María se encuentran con Simeón,
«hombre justo y piadoso, que esperaba la consolación de
Israel» (Lc 2,25).
La narración lucana no dice nada de su pasado y del servici
que desempeña en el templo; habla de un hombre
profundamente religioso, que cultiva en su corazón grandes
deseos y espera al Mesías, consolador de Israel. En efecto
«estaba en él el Espíritu Santo» (Lc 2,25), y «le había sido
revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes d
haber visto al Mesías del Señor» (Lc 2,26). Simeón nos invita
contemplar la acción misericordiosa de Dios, que derrama e
Espíritu sobre sus fieles para llevar a cumplimiento su misterio
proyecto de amor.
Simeón, modelo del hombre que se abre a la acción de Dios
«movido por el Espíritu» (Lc 2,27), se dirige al templo, donde
encuentra con Jesús, José y María. Tomando al Niño en su
brazos, bendice a Dios: «Ahora, Señor, puedes, según tu
palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz» (Lc 2,29).
Simeón, expresión del Antiguo Testamento, experimenta la
alegría del encuentro con el Mesías y siente que ha logrado
finalidad de su existencia; por ello, dice al Altísimo que lo pue
dejar irse a la paz del más allá.
En el episodio de la Presentación se puede ver el encuentro
la esperanza de Israel con el Mesías. También se puede
descubrir en él un signo profético del encuentro del hombre c
Cristo. El Espíritu Santo lo hace posible, suscitando en el
corazón humano el deseo de ese encuentro salvífico y
favoreciendo su realización.
Y no podemos olvidar el papel de María, que entrega el Niño
santo anciano Simeón. Por voluntad de Dios, es la Madre qui
da a Jesús a los hombres.
4. Al revelar el futuro del Salvador, Simeón hace referencia a
profecía del «Siervo», enviado al pueblo elegido y a las
naciones. A él dice el Señor: «Te formé, y te he destinado a s
alianza del pueblo y luz de las gentes» (Is 42,6). Y también
«Poco es que seas mi siervo, en orden a levantar las tribus d
Jacob, y hacer volver los preservados de Israel. Te voy a pon
por luz de las gentes, para que mi salvación alcance hasta lo
confines de la tierra» (Is 49,6).
En su cántico, Simeón cambia totalmente la perspectiva,
poniendo el énfasis en el universalismo de la misión de Jesú
«Han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vi
de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria
tu pueblo Israel» (Lc 2,30-32).
¿Cómo no asombrarse ante esas palabras? «Su padre y su
madre estaban admirados de lo que se decía de él» (Lc 2,33
Pero José y María, con esta experiencia, comprenden más
claramente la importancia de su gesto de ofrecimiento: en e
templo de Jerusalén presentan a Aquel que, siendo la gloria
su pueblo, es también la salvación de toda la humanidad.
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del 13-XII*****
La profecía de Simeón asocia a María al destino doloroso de
Hijo
Catequesis de Juan Pablo II (18-XII-96)
1. Después de haber reconocido en Jesús la «luz para alumb
a las naciones» (Lc 2,32), Simeón anuncia a María la gran
prueba a la que está llamado el Mesías y le revela su
participación en ese destino doloroso.
La referencia al sacrificio redentor, ausente en la Anunciació
ha impulsado a ver en el oráculo de Simeón casi un «segund
anuncio» (Redemptoris Mater, 16), que llevará a la Virgen a u
entendimiento más profundo del misterio de su Hijo.
Simeón, que hasta ese momento se había dirigido a todos lo
presentes, bendiciendo en particular a José y María, ahora
predice sólo a la Virgen que participará en el destino de su Hi
Inspirado por el Espíritu Santo, le anuncia: «Éste está puest
para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal
contradicción -¡y a ti misma una espada te atravesará el alma
fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos
corazones» (Lc 2,34-35).
2. Estas palabras predicen un futuro de sufrimiento para el
Mesías. En efecto, será el «signo de contradicción», destinad
encontrar una dura oposición en sus contemporáneos. Pero
Simeón une al sufrimiento de Cristo la visión del alma de Mar
atravesada por la espada, asociando de ese modo a la Madre
destino doloroso de su Hijo.
Así, el santo anciano, a la vez que pone de relieve la crecien
hostilidad que va a encontrar el Mesías, subraya las
repercusiones que esa hostilidad tendrá en el corazón de la
Madre. Ese sufrimiento materno llegará al culmen en la pasió
cuando se unirá a su Hijo en el sacrificio redentor.
Las palabras de Simeón, pronunciadas después de una alusi
a los primeros cantos del Siervo del Señor (cf. Is 42,6; 49,6)
citados en Lc 2,32, nos hacen pensar en la profecía del Sierv
paciente (cf. Is 52,13 - 53,12), el cual, «molido por nuestros
pecados» (Is 53,5), se ofrece «a sí mismo en expiación» (Is
53,10) mediante un sacrificio personal y espiritual, que super
con mucho los antiguos sacrificios rituales.
Podemos advertir aquí que la profecía de Simeón permite
vislumbrar en el futuro sufrimiento de María una semejanza
notable con el futuro doloroso del «Siervo».
3. María y José manifiestan su admiración cuando Simeón
proclama a Jesús «luz para alumbrar a las naciones y gloria
tu pueblo Israel» (Lc 2,32). María, en cambio, ante la profecí
de la espada que le atravesará el alma, no dice nada. Acoge
silencio, al igual que José, esas palabras misteriosas que hac
presagiar una prueba muy dolorosa y expresan el significad
más auténtico de la presentación de Jesús en el templo.
En efecto, según el plan divino, el sacrificio ofrecido entonces
«un par de tórtolas o dos pichones, conforme a lo que se dic
en la Ley» (Lc 2,24), era un preludio del sacrificio de Jesús
«manso y humilde de corazón» (Mt 11,29); en él se haría la
verdadera «presentación» (cf. Lc 2,22), que asociaría a la
Madre a su Hijo en la obra de la redención.
4. Después de la profecía de Simeón se produce el encuentr
con la profetisa Ana, que también «alababa a Dios y hablaba
niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén» (
2,38). La fe y la sabiduría profética de la anciana que, «sirvien
a Dios noche y día» (Lc 2,37), mantiene viva con ayunos y
oraciones la espera del Mesías, dan a la Sagrada Familia u
nuevo impulso a poner su esperanza en el Dios de Israel. En
momento tan particular, María y José seguramente considera
el comportamiento de Ana como un signo del Señor, un
mensaje de fe iluminada y de servicio perseverante.
A partir de la profecía de Simeón, María une de modo intenso
misterioso su vida a la misión dolorosa de Cristo: se converti
en la fiel cooperadora de su Hijo para la salvación del géner
humano.
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del 20-XII-
La cooperación de la mujer en el misterio de la Redención
Catequesis de Juan Pablo II (8-I-97)
1. Las palabras del anciano Simeón, anunciando a María su
participación en la misión salvífica del Mesías, ponen de
manifiesto el papel de la mujer en el misterio de la redención
En efecto, María no es sólo una persona individual; también
la «hija de Sión», la mujer nueva que, al lado del Redentor,
comparte su pasión y engendra en el Espíritu a los hijos de
Dios. Esa realidad se expresa mediante la imagen popular d
las «siete espadas» que atraviesan el corazón de María. Es
representación pone de relieve el profundo vínculo que exist
entre la madre, que se identifica con la hija de Sión y con la
Iglesia, y el destino de dolor del Verbo encarnado.
Al entregar a su Hijo, recibido poco antes de Dios, para
consagrarlo a su misión de salvación, María se entrega tambi
a sí misma a esa misión. Se trata de un gesto de participació
interior, que no es sólo fruto del natural afecto materno, sino q
sobre todo expresa el consentimiento de la mujer nueva a la
obra redentora de Cristo.
2. En su intervención, Simeón señala la finalidad del sacrific
de Jesús y del sufrimiento de María: se harán «a fin de que
queden al descubierto las intenciones de muchos corazones
(Lc 2,35).
Jesús, «signo de contradicción» (Lc 2,34), que implica a su
madre en su sufrimiento, llevará a los hombres a tomar posici
con respecto a él, invitándolos a una decisión fundamental. E
efecto, «está puesto para caída y elevación de muchos en
Israel» (Lc 2,34).
Así pues, María está unida a su Hijo divino en la
«contradicción», con vistas a la obra de la salvación.
Ciertamente, existe el peligro de caída para quien no acoge
Cristo, pero un efecto maravilloso de la redención es la
elevación de muchos. Este mero anuncio enciende gran
esperanza en los corazones a los que ya testimonia el fruto d
sacrificio.
Al poner bajo la mirada de la Virgen estas perspectivas de l
salvación antes de la ofrenda ritual, Simeón parece sugerir
María que realice ese gesto para contribuir al rescate de la
humanidad. De hecho, no habla con José ni de José: sus
palabras se dirigen a María, a quien asocia al destino de su H
3. La prioridad cronológica del gesto de María no oscurece e
primado de Jesús. El concilio Vaticano II, al definir el papel d
María en la economía de la salvación, recuerda que ella «se
entregó totalmente a sí misma (...) a la persona y a la obra de
Hijo. Con él y en dependencia de él, se puso (...) al servicio d
misterio de la redención» (Lumen gentium, 56).
En la presentación de Jesús en el templo, María se pone a
servicio del misterio de la Redención con Cristo y en
dependencia de él: en efecto, Jesús, el protagonista de la
salvación, es quien debe ser rescatado mediante la ofrenda
ritual. María está unida al sacrificio de su Hijo por la espada q
le atravesará el alma.
El primado de Cristo no anula, sino que sostiene y exige el
papel propio e insustituible de la mujer. Implicando a su mad
en su sacrificio, Cristo quiere revelar las profundas raíces
humanas del mismo y mostrar una anticipación del ofrecimien
sacerdotal de la cruz.
La intención divina de solicitar la cooperación específica de
mujer en la obra redentora se manifiesta en el hecho de que
profecía de Simeón se dirige sólo a María, a pesar de que
también José participa en el rito de la ofrenda.
4. La conclusión del episodio de la presentación de Jesús en
templo parece confirmar el significado y el valor de la presenc
femenina en la economía de la salvación. El encuentro con u
mujer, Ana, concluye esos momentos singulares, en los que
Antiguo Testamento casi se entrega al Nuevo.
Al igual que Simeón, esta mujer no es una persona socialmen
importante en el pueblo elegido, pero su vida parece posee
gran valor a los ojos de Dios. San Lucas la llama «profetisa»
probablemente porque era consultada por muchos a causa d
su don de discernimiento y por la vida santa que llevaba bajo
inspiración del Espíritu del Señor.
Ana era de edad avanzada, pues tenía ochenta y cuatro años
era viuda desde hacía mucho tiempo. Consagrada totalmente
Dios, «no se apartaba del templo, sirviendo a Dios noche y d
en ayunos y oraciones» (Lc 2,37). Por eso, representa a todo
los que, habiendo vivido intensamente la espera del Mesías, s
capaces de acoger el cumplimiento de la Promesa con gran
júbilo. El evangelista refiere que, «como se presentase en
aquella misma hora, alababa a Dios» (Lc 2,38).
Viviendo de forma habitual en el templo, pudo, tal vez con
mayor facilidad que Simeón, encontrar a Jesús en el ocaso d
una existencia dedicada al Señor y enriquecida por la escuch
de la Palabra y por la oración.
En el alba de la Redención, podemos ver en la profetisa Ana
todas las mujeres que, con la santidad de su vida y con su
actitud de oración, están dispuestas a acoger la presencia d
Cristo y a alabar diariamente a Dios por las maravillas que
realiza su eterna misericordia.
5. Simeón y Ana, escogidos para el encuentro con el Niño, viv
intensamente ese don divino, comparten con María y José l
alegría de la presencia de Jesús y la difunden en su ambient
De forma especial, Ana demuestra un celo magnífico al habl
de Jesús, testimoniando así su fe sencilla y generosa, una f
que prepara a otros a acoger al Mesías en su vida.
La expresión de Lucas: «Hablaba del niño a todos los que
esperaban la redención de Jerusalén» (Lc 2,38), parece
acreditarla como símbolo de las mujeres que, dedicándose a
difusión del Evangelio, suscitan y alimentan esperanzas de
salvación.
[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua españo
del 10-I-
Jesús entre los doctores
Relato del Evangelio según San Lucas (Lc 2,41-52)
Sus padres iban todos los años a Jerusalén a la fiesta de la
Pascua. Cuando tuvo doce años, subieron ellos como de
costumbre a la fiesta y, al volverse, pasados los días, el niño
Jesús se quedó en Jerusalén, sin saberlo sus padres. Pero
creyendo que estaría en la caravana, hicieron un día de
camino, y le buscaban entre los parientes y conocidos; pero a
no encontrarle, se volvieron a Jerusalén en su busca.
Y sucedió que, al cabo de tres días, le encontraron en el
Templo sentado en medio de los maestros, escuchándoles y
preguntándoles; todos los que le oían, estaban estupefactos p
su inteligencia y sus respuestas. Cuando le vieron, quedaron
sorprendidos, y su madre le dijo: «Hijo, ¿por qué nos has hec
esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos
buscando.» Él les dijo: «Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabía
que yo debía estar en la casa de mi Padre?» Pero ellos no
comprendieron la respuesta que les dio.
Bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos. Su mad
conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón.
Jesús progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante
Dios y ante los hombres.
Jesús, perdido y hallado en el templo
Catequesis de Juan Pablo II (15-I-97)
1. Como última página de los relatos de la infancia, antes de
comienzo de la predicación de Juan el Bautista, el evangelis
Lucas pone el episodio de la peregrinación de Jesús
adolescente al templo de Jerusalén. Se trata de una
circunstancia singular, que arroja luz sobre los largos años de
vida oculta de Nazaret.
En esa ocasión Jesús revela, con su fuerte personalidad, la
conciencia de su misión, confiriendo a este segundo «ingreso
en la «casa del Padre» el significado de una entrega completa
Dios, que ya había caracterizado su presentación en el temp
Este pasaje da la impresión de que contradice la anotación d
Lucas, que presenta a Jesús sumiso a José y a María (cf. L
2,51). Pero, si se mira bien, Jesús parece aquí ponerse en un
consciente y casi voluntaria antítesis con su condición normal
hijo, manifestando repentinamente una firme separación de
María y José. Afirma que asume como norma de su
comportamiento sólo su pertenencia al Padre, y no los víncul
familiares terrenos.
2. A través de este episodio, Jesús prepara a su madre para
misterio de la Redención. María, al igual que José, vive en es
tres dramáticos días, en que su Hijo se separa de ellos para
permanecer en el templo, la anticipación del triduo de su pasi
muerte y resurrección.
Al dejar partir a su madre y a José hacia Galilea, sin avisarles
su intención de permanecer en Jerusalén, Jesús los introduc
en el misterio del sufrimiento que lleva a la alegría, anticipand
lo que realizaría más tarde con los discípulos mediante el
anuncio de su Pascua.
Según el relato de Lucas, en el viaje de regreso a Nazaret,
María y José, después de una jornada de viaje, preocupados
angustiados por el niño Jesús, lo buscan inútilmente entre su
parientes y conocidos. Vuelven a Jerusalén y, al encontrarlo
el templo, quedan asombrados porque lo ven «sentado en
medio de los doctores, escuchándoles y preguntándoles» (L
2,46). Su conducta es muy diversa de la acostumbrada. Y
seguramente el hecho de encontrarlo al tercer día revela a su
padres otro aspecto relativo a su persona y a su misión.
Jesús asume el papel de maestro, como hará más tarde en
vida pública, pronunciando palabras que despiertan admiració
«Todos los que lo oían estaban estupefactos por su inteligenc
y sus respuestas» (Lc 2,47). Manifestando una sabiduría qu
asombra a los oyentes, comienza a practicar el arte del diálog
que será una característica de su misión salvífica.
Su madre le pregunta: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto?
Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando» (
2,48). Se podría descubrir aquí el eco de los «porqués» de
tantas madres ante los sufrimientos que les causan sus hijos
así como los interrogantes que surgen en el corazón de tod
hombre en los momentos de prueba.
3. La respuesta de Jesús, en forma de pregunta, es densa d
significado: «Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo
debía ocuparme de las cosas de mi Padre?» (Lc 2,49).
Con esa expresión, Jesús revela a María y a José, de modo
inesperado e imprevisto, el misterio de su Persona, invitándol
a superar las apariencias y abriéndoles perspectivas nueva
sobre su futuro.
En la respuesta a su madre angustiada, el Hijo revela ensegu
el motivo de su comportamiento. María había dicho: «Tu padr
designando a José; Jesús responde: «Mi Padre», refiriéndose
Padre celestial.
Jesús, al aludir a su ascendencia divina, más que afirmar que
templo, casa de su Padre, es el «lugar» natural de su presenc
lo que quiere dejar claro es que él debe ocuparse de todo lo q
atañe al Padre y a su designio. Desea reafirmar que sólo la
voluntad del Padre es para él norma que vincula su obedienc
El texto evangélico subraya esa referencia a la entrega total
proyecto de Dios mediante la expresión verbal «debía», que
volverá a aparecer en el anuncio de la Pasión (cf. Mc 8,31)
Así pues, a sus padres se les pide que le permitan cumplir s
misión donde lo lleve la voluntad del Padre celestial.
4. El evangelista comenta: «Pero ellos no comprendieron la
respuesta que les dio» (Lc 2,50).
María y José no entienden el contenido de su respuesta, ni e
modo, que parece un rechazo, como reacciona a su
preocupación de padres. Con esta actitud, Jesús quiere reve
los aspectos misteriosos de su intimidad con el Padre, aspect
que María intuye, pero sin saberlos relacionar con la prueba q
estaba atravesando.
Las palabras de Lucas nos permiten conocer cómo vivió Mar
en lo más profundo de su alma este episodio realmente singu
«Conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón
(Lc 2,51). La madre de Jesús vincula los acontecimientos a
misterio de su Hijo, tal como se le reveló en la Anunciación,
ahonda en ellos en el silencio de la contemplación, ofreciend
su colaboración con el espíritu de un renovado «fiat».
Así comienza el primer eslabón de una cadena de
acontecimientos que llevará a María a superar progresivamen
el papel natural que le correspondía por su maternidad, para
ponerse al servicio de la misión de su Hijo divino.
En el templo de Jerusalén, en este preludio de su misión
salvífica, Jesús asocia a su Madre a sí; ya no será solamente
madre que lo engendró, sino la Mujer que, con su obediencia
plan del Padre, podrá colaborar en el misterio de la Redenció
De este modo, María, conservando en su corazón un evento t
rico de significado, llega a una nueva dimensión de su
cooperación en la salvación.
[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua españo
del 17-I-
María en la vida oculta de Jesús
Catequesis de Juan Pablo II (29-I-97)
1. Los evangelios ofrecen pocas y escuetas noticias sobre lo
años que la Sagrada Familia vivió en Nazaret. San Mateo refi
que san José, después del regreso de Egipto, tomó la decisió
de establecer la morada de la Sagrada Familia en Nazaret (c
Mt 2,22-23), pero no da ninguna otra información, excepto qu
José era carpintero (cf. Mt 13,55). Por su parte, san Lucas ha
dos veces de la vuelta de la Sagrada Familia a Nazaret (cf. L
2,39.51) y da dos breves indicaciones sobre los años de la niñ
de Jesús, antes y después del episodio de la peregrinación
Jerusalén: «El niño crecía y se fortalecía, llenándose de
sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre él» (Lc 2,40), y
«Jesús progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ant
Dios y ante los hombres» (Lc 2,52).
Al hacer estas breves anotaciones sobre la vida de Jesús, sa
Lucas refiere probablemente los recuerdos de María acerca d
ese período de profunda intimidad con su Hijo. La unión entr
Jesús y la «llena de gracia» supera con mucho la que
normalmente existe entre una madre y un hijo, porque está
arraigada en una particular condición sobrenatural y está
reforzada por la especial conformidad de ambos con la volunt
divina.
Así pues, podemos deducir que el clima de serenidad y paz q
existía en la casa de Nazaret y la constante orientación hacia
cumplimiento del proyecto divino conferían a la unión entre l
madre y el hijo una profundidad extraordinaria e irrepetible.
2. En María la conciencia de que cumplía una misión que Dio
le había encomendado atribuía un significado más alto a su v
diaria. Los sencillos y humildes quehaceres de cada día
asumían, a sus ojos, un valor singular, pues los vivía como
servicio a la misión de Cristo.
El ejemplo de María ilumina y estimula la experiencia de tant
mujeres que realizan sus labores diarias exclusivamente ent
las paredes del hogar. Se trata de un trabajo humilde, oculto
repetitivo que, a menudo, no se aprecia bastante. Con todo, l
muchos años que vivió María en la casa de Nazaret revelan s
enormes potencialidades de amor auténtico y, por consiguien
de salvación. En efecto, la sencillez de la vida de tantas ama
de casa, que consideran como misión de servicio y de amor
encierra un valor extraordinario a los ojos del Señor.
Y se puede muy bien decir que para María la vida en Nazaret
estaba dominada por la monotonía. En el contacto con Jesú
mientras crecía, se esforzaba por penetrar en el misterio de s
Hijo, contemplando y adorando. Dice san Lucas: «María, por
parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su
corazón» (Lc 2,19; cf. 2,51).
«Todas estas cosas» son los acontecimientos de los que ell
había sido, a la vez, protagonista y espectadora, comenzand
por la Anunciación, pero sobre todo es la vida del Niño. Cad
día de intimidad con él constituye una invitación a conocerlo
mejor, a descubrir más profundamente el significado de su
presencia y el misterio de su persona.
3. Alguien podría pensar que a María le resultaba fácil creer
dado que vivía a diario en contacto con Jesús. Pero es precis
recordar, al respecto, que habitualmente permanecían oculto
los aspectos singulares de la personalidad de su Hijo. Aunqu
su manera de actuar era ejemplar, él vivía una vida semejante
la de tantos coetáneos suyos.
Durante los treinta años de su permanencia en Nazaret, Jesú
no revela sus cualidades sobrenaturales y no realiza gestos
prodigiosos. Ante las primeras manifestaciones extraordinaria
de su personalidad, relacionadas con el inicio de su predicaci
sus familiares (llamados en el evangelio «hermanos») se
asumen -según una interpretación- la responsabilidad de
devolverlo a su casa, porque consideran que su comportamie
no es normal (cf. Mc 3,21).
En el clima de Nazaret, digno y marcado por el trabajo, María
esforzaba por comprender la trama providencial de la misión
su Hijo. A este respecto, para la Madre fue objeto de particul
reflexión la frase que Jesús pronunció en el templo de Jerusa
a la edad de doce años: «¿No sabíais que debo ocuparme d
las cosas de mi Padre?» (Lc 2,49). Meditando en esas palabr
María podía comprender mejor el sentido de la filiación divina
Jesús y el de su maternidad, esforzándose por descubrir en
comportamiento de su Hijo los rasgos que revelaban su
semejanza con Aquel que él llamaba «mi Padre».
4. La comunión de vida con Jesús, en la casa de Nazaret, lle
a María no sólo a avanzar «en la peregrinación de la fe» (Lum
gentium, 58), sino también en la esperanza. Esta virtud,
alimentada y sostenida por el recuerdo de la Anunciación y d
las palabras de Simeón, abraza toda su existencia terrena, pe
la practicó particularmente en los treinta años de silencio y
ocultamiento que pasó en Nazaret.
Entre las paredes del hogar la Virgen vive la esperanza de
forma excelsa; sabe que no puede quedar defraudada, aunqu
no conoce los tiempos y los modos con que Dios realizará s
promesa. En la oscuridad de la fe, y a falta de signos
extraordinarios que anuncien el inicio de la misión mesiánica
su Hijo, ella espera, más allá de toda evidencia, aguardando
Dios el cumplimiento de la promesa.
La casa de Nazaret, ambiente de crecimiento de la fe y de l
esperanza, se convierte en lugar de un alto testimonio de la
caridad. El amor que Cristo deseaba extender en el mundo s
enciende y arde ante todo en el corazón de la Madre; es
precisamente en el hogar donde se prepara el anuncio del
evangelio de la caridad divina.
Dirigiendo la mirada a Nazaret y contemplando el misterio de
vida oculta de Jesús y de la Virgen, somos invitados a medit
una vez más en el misterio de nuestra vida misma que, com
recuerda san Pablo, «está oculta con Cristo en Dios» (Col 3,3
A menudo se trata de una vida humilde y oscura a los ojos d
mundo, pero que, en la escuela de María, puede revelar
potencialidades inesperadas de salvación, irradiando el amor
la paz de Cristo.
[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua españo
del 31-I-
María en la vida pública de Jesús
Catequesis de Juan Pablo II
Las bodas de Caná
Relato del Evangelio según San Juan (Jn 2,1-12)
Tres días después se celebraba una boda en Caná de Galilea
estaba allí la madre de Jesús. Fue invitado también a la boda
Jesús con sus discípulos. Y, como faltara vino, porque se hab
acabado el vino de la boda, le dice a Jesús su madre: «No tie
vino.» Jesús le responde: «¿Qué tengo yo contigo, mujer?
. Todavía no ha llegado mi hora.» Dice su madre a los sirviente
«Haced lo que él os diga.»
Había allí seis tinajas de piedra, puestas para las purificacion
de los judíos, de dos o tres medidas cada una. Les dice Jesús
«Llenad las tinajas de agua.» Y las llenaron hasta arriba.
«Sacadlo ahora, les dice, y llevadlo al maestresala.» Ellos lo
llevaron. Cuando el maestresala probó el agua convertida en
como ignoraba de dónde era (los sirvientes, los que habían
sacado el agua, sí que lo sabían), llama el maestresala al nov
le dice: «Todos sirven primero el vino bueno y cuando ya está
bebidos, el inferior. Pero tú has guardado el vino bueno hasta
ahora.» Así, en Caná de Galilea, dio Jesús comienzo a sus
señales. Y manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos
Después bajó a Cafarnaúm con su madre y sus hermanos y s
discípulos, pero no se quedaron allí muchos días.
María en las bodas de Caná
Catequesis de Juan Pablo II (26-II-97)
1. En el episodio de las bodas de Caná, san Juan presenta
primera intervención de María en la vida pública de Jesús y p
de relieve su cooperación en la misión de su Hijo.
Ya desde el inicio del relato, el evangelista anota que «estab
la madre de Jesús» (Jn 2,1) y, como para sugerir que esa
presencia estaba en el origen de la invitación dirigida por l
esposos al mismo Jesús y a sus discípulos (cf. Redemptoris M
21), añade: «Fue invitado a la boda también Jesús con su
discípulos» (Jn 2,2). Con esas palabras, san Juan parece ind
que en Caná, como en el acontecimiento fundamental de
Encarnación, María es quien introduce al Salvador.
El significado y el papel que asume la presencia de la Virgen
manifiestan cuando llega a faltar el vino. Ella, como experta
solícita ama de casa, inmediatamente se da cuenta e intervi
para que no decaiga la alegría de todos y, en primer lugar, p
ayudar a los esposos en su dificultad.
Dirigiéndose a Jesús con las palabras: «No tienen vino» (Jn
María le expresa su preocupación por esa situación, espera
una intervención que la resuelva. Más precisamente, segú
algunos exégetas, la Madre espera un signo extraordinario, d
que Jesús no disponía de vino.
2. La opción de María, que habría podido tal vez conseguir en
parte el vino necesario, manifiesta la valentía de su fe porq
hasta ese momento, Jesús no había realizado ningún milagr
en Nazaret ni en la vida pública.
En Caná, la Virgen muestra una vez más su total disponibilid
Dios. Ella que, en la Anunciación, creyendo en Jesús antes
verlo, había contribuido al prodigio de la concepción virginal,
confiando en el poder de Jesús aún sin revelar, provoca s
«primer signo», la prodigiosa transformación del agua en vi
De ese modo, María precede en la fe a los discípulos que, c
refiere San Juan, creerán después del milagro: Jesús «manif
su gloria, y creyeron en él sus discípulos» (Jn 2,11). Más aú
obtener el signo prodigioso, María brinda un apoyo a su fe
3. La respuesta de Jesús a las palabras de María: «Mujer, ¿
nos va a mí y a ti? Todavía no ha llegado mi hora» (Jn 2,4
expresa un rechazo aparente, como para probar la fe de su m
Según una interpretación, Jesús, desde el inicio de su misió
parece poner en tela de juicio su relación natural de hijo, ant
intervención de su madre. En efecto, en la lengua hablada
ambiente, esa frase da a entender una distancia entre las
personas, excluyendo la comunión de vida. Esta lejanía no el
el respeto y la estima; el término «mujer», con el que Jesús
dirige a su madre, se usa en una acepción que reaparecerá e
diálogos con la cananea (cf. Mt 15,28), la samaritana (cf. Jn 4
la adúltera (cf. Jn 8,10) y María Magdalena (cf. Jn 20,13), e
contextos que manifiestan una relación positiva de Jesús con
interlocutoras.
Con la expresión: «Mujer, ¿qué nos va a mí y a ti?», Jesús d
poner la cooperación de María en el plano de la salvación q
comprometiendo su fe y su esperanza, exige la superación d
papel natural de madre.
4. Mucho más fuerte es la motivación formulada por Jesús
«Todavía no ha llegado mi hora» (Jn. 2,4).
Algunos estudiosos del texto sagrado, siguiendo la interpreta
de San Agustín, identifican esa «hora» con el acontecimiento
Pasión. Para otros, en cambio, se refiere al primer milagro en
se revelaría el poder mesiánico del profeta de Nazaret. Hay o
por último, que consideran que la frase es interrogativa y prol
la pregunta anterior: «¿Qué nos va a mí y a ti?, ¿no ha llegad
mi hora?» (Jn 2,4). Jesús da a entender a María que él ya
depende de ella, sino que debe tomar la iniciativa para realiz
obra del Padre. María, entonces, dócilmente deja de insistir a
y, en cambio, se dirige a los sirvientes para invitarlos a cumpl
órdenes.
En cualquier caso, su confianza en el Hijo es premiada. Jesú
que ella ha dejado totalmente la iniciativa, hace el milagro
reconociendo la valentía y la docilidad de su madre: «Jesús
dice: "Llenad las tinajas de agua". Y las llenaron hasta el bor
(Jn 2,7). Así, también la obediencia de los sirvientes contribu
proporcionar vino en abundancia.
La exhortación de María: «Haced lo que él os diga», conserv
valor siempre actual para los cristianos de todos los tiempo
está destinada a renovar su efecto maravilloso en la vida de
uno. Invita a una confianza sin vacilaciones, sobre todo cuand
se entienden el sentido y la utilidad de lo que Cristo pide
De la misma manera que en el relato de la cananea (cf. Mt 15
26) el rechazo aparente de Jesús exalta la fe de la mujer, tam
las palabras del Hijo «Todavía no ha llegado mi hora», junto c
realización del primer milagro, manifiestan la grandeza de la
la Madre y la fuerza de su oración.
El episodio de las bodas de Caná nos estimula a ser valiente
la fe y a experimentar en nuestra vida la verdad de las palab
del Evangelio: «Pedid y se os dará» (Mt 7,7; Lc 11,9).
[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español
28-
En Caná, María induce a Jesús a realizar el primer milagr
Catequesis de Juan Pablo II (5-III-97)
1. Al referir la presencia de María en la vida pública de Jesú
concilio Vaticano II recuerda su participación en Caná con oc
del primer milagro: «En las bodas de Caná de Galilea (...), mo
por la compasión, consiguió, intercediendo ante él, el primer
los milagros de Jesús el Mesías (cf. Jn 2,1-11)» (Lumen gent
58).
Siguiendo al evangelista Juan, el Concilio destaca el pape
discreto y, al mismo tiempo, eficaz de la Madre, que con s
palabra consigue de su Hijo «el primero de los milagros». Ella
ejerciendo un influjo discreto y materno, con su presencia es
último término, determinante.
La iniciativa de la Virgen resulta aún más sorprendente si s
considera la condición de inferioridad de la mujer en la socie
judía. En efecto, en Caná Jesús no sólo reconoce la dignidad
papel del genio femenino, sino que también, acogiendo la
intervención de su madre, le brinda la posibilidad de participa
su obra mesiánica. El término «Mujer», con el que se dirige
María (cf. Jn 2,4), no contradice esta intención de Jesús, pue
encierra ninguna connotación negativa y Jesús lo usará de nu
refiriéndose a su madre, al pie de la cruz (cf. Jn 19,26). Seg
algunos intérpretes, el título «Mujer» presenta a María como
nueva Eva, madre en la fe de todos los creyentes.
El Concilio, en el texto citado, usa la expresión: «Movida po
compasión», dando a entender que María estaba impulsada p
corazón misericordioso. Al prever el posible apuro de los esp
y de los invitados por la falta de vino, la Virgen compasiva su
a Jesús que intervenga con su poder mesiánico.
A algunos la petición de María les parece desproporcionad
porque subordina a un acto de compasión el inicio de los mila
del Mesías. A la dificultad responde Jesús mismo, quien, al ac
la solicitud de su madre, muestra la superabundancia con qu
Señor responde a las expectativas humanas, manifestand
también el gran poder que entraña el amor de una madre
2. La expresión «dar comienzo a los milagros», que el Conc
recoge del texto de san Juan, llama nuestra atención. El térm
griego árxé, que se traduce por inicio, principio, se encuentra
en el Prólogo de su evangelio: «En el principio existía la Pala
(Jn 1,1). Esta significativa coincidencia nos lleva a establece
paralelismo entre el primer origen de la gloria de Cristo en
eternidad y la primera manifestación de la misma gloria en
misión terrena.
El evangelista, subrayando la iniciativa de María en el prim
milagro y recordando su presencia en el Calvario, al pie de la
ayuda a comprender que la cooperación de María se extiend
toda la obra de Cristo. La petición de la Virgen se sitúa dentr
designio divino de salvación.
En el primer milagro obrado por Jesús los Padres de la Iglesia
vislumbrado una fuerte dimensión simbólica, descubriendo, e
transformación del agua en vino, el anuncio del paso de la an
alianza a la nueva. En Caná, precisamente el agua de las tin
destinada a la purificación de los judíos y al cumplimiento de
prescripciones legales (cf. Mc 7,1-15), se transforma en el v
nuevo del banquete nupcial, símbolo de la unión definitiva e
Dios y la humanidad.
3. El contexto de un banquete de bodas, que Jesús eligió par
primer milagro, remite al simbolismo matrimonial, frecuente e
Antiguo Testamento para indicar la alianza entre Dios y su pu
(cf. Os 2,21; Jr 2,1-8; Sal 44; etc.) y en el Nuevo Testamento
significar la unión de Cristo con la Iglesia (cf. Jn 3,28-30; Ef 5
32; Ap 21,1-2; etc.).
La presencia de Jesús en Caná manifiesta, además, el proy
salvífico de Dios con respecto al matrimonio. En esa perspec
la carencia de vino se puede interpretar como una alusión a la
de amor, que lamentablemente es una amenaza que se cier
menudo sobre la unión conyugal. María pide a Jesús que
intervenga en favor de todos los esposos, a quienes sólo un a
fundado en Dios puede librar de los peligros de la infidelidad,
incomprensión y de las divisiones. La gracia del sacramento o
a los esposos esta fuerza superior de amor, que puede robus
su compromiso de fidelidad incluso en las circunstancias difíc
Según la interpretación de los autores cristianos, el milagro
Caná encierra, además, un profundo significado eucarístico
realizarlo en la proximidad de la solemnidad de la Pascua jud
Jn 2,13), Jesús manifiesta, como en la multiplicación de los p
(cf. Jn 6,4), la intención de preparar el verdadero banquet
pascual, la Eucaristía. Probablemente, ese deseo, en las bod
Caná, queda subrayado aún más por la presencia del vino,
alude a la sangre de la nueva alianza, y por el contexto de
banquete.
De este modo María, después de estar en el origen de la
presencia de Jesús en la fiesta, consigue el milagro del vin
nuevo, que prefigura la Eucaristía, signo supremo de la prese
de su Hijo resucitado entre los discípulos.
4. Al final de la narración del primer milagro de Jesús, que h
posible la fe firme de la Madre del Señor en su Hijo divino,
evangelista Juan concluye: «Sus discípulos creyeron en él»
2,11). En Caná María comienza el camino de la fe de la Igle
precediendo a los discípulos y orientando hacia Cristo la aten
de los sirvientes.
Su perseverante intercesión anima, asimismo, a quienes lleg
encontrarse a veces ante la experiencia del «silencio de Dio
Los invita a esperar más allá de toda esperanza, confiand
siempre en la bondad del Señor.
[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español
7-
La participación de María en la vida pública de Jesús
Catequesis de Juan Pablo II (12-III-97)
1. El concilio Vaticano II, después de recordar la intervención
María en las bodas de Caná, subraya su participación en la
pública de Jesús: «Durante la predicación de su Hijo, acogió
palabras con las que éste situaba el Reino por encima de l
consideraciones y de los lazos de la carne y de la sangre,
proclamaba felices (cf. Mc 3,35 par.; Lc 11,27-28) a los qu
escuchaban y guardaban la palabra de Dios, como ella lo ha
fielmente (cf. Lc 2,19.51)» (Lumen gentium, 58).
El inicio de la misión de Jesús marcó también su separación
Madre, la cual no siempre siguió al Hijo durante su peregrina
por los caminos de Palestina. Jesús eligió deliberadamente
separación de su Madre y de los afectos familiares, como
demuestran las condiciones que pone a sus discípulos pa
seguirlo y para dedicarse al anuncio del reino de Dios.
No obstante, María escuchó a veces la predicación de su Hijo
puede suponer que estaba presente en la sinagoga de Naza
cuando Jesús, después de leer la profecía de Isaías, comentó
texto aplicándose a sí mismo su contenido (cf. Lc 4,18-30
¡Cuánto debe de haber sufrido en esa ocasión, después de h
compartido el asombro general ante las «palabras llenas de g
que salían de su boca» (Lc 4,22), al constatar la dura hostilida
sus conciudadanos, que arrojaron a Jesús de la sinagoga
incluso intentaron matarlo! Las palabras del evangelista Luc
ponen de manifiesto el dramatismo de ese momento:
«Levantándose, le arrojaron fuera de la ciudad, y le llevaron a
altura escarpada del monte sobre el cual estaba edificada
ciudad, para despeñarlo. Pero él, pasando por medio de ello
marchó» (Lc 4,29-30).
María, después de ese acontecimiento, intuyendo que vend
más pruebas, confirmó y ahondó su total adhesión a la volun
del Padre, ofreciéndole su sufrimiento de madre y su soled
2. De acuerdo con lo que refieren los evangelios, es posible
María escuchara a su Hijo también en otras circunstancias. A
todo en Cafarnaúm, adonde Jesús se dirigió después de las b
de Caná, «con su madre y sus hermanos y sus discípulos»
2,12). Además, es probable que lo haya seguido también, c
ocasión de la Pascua, a Jerusalén, al templo, que Jesús de
como casa de su Padre, cuyo celo lo devoraba (cf. Jn 2,16-1
Ella se encuentra asimismo entre la multitud cuando, sin log
acercarse a Jesús, escucha que él responde a quien le anunc
presencia suya y de sus parientes: «Mi madre y mis hermano
aquellos que oyen la palabra de Dios y la cumplen» (Lc 8,2
Con esas palabras, Cristo, aun relativizando los vínculos
familiares, hace un gran elogio de su Madre, al afirmar un vín
mucho más elevado con ella. En efecto, María, poniéndose
escucha de su Hijo, acoge todas sus palabras y las cump
fielmente.
Se puede pensar que María, aun sin seguir a Jesús en su ca
misionero, se mantenía informada del desarrollo de la activi
apostólica de su Hijo, recogiendo con amor y emoción las no
sobre su predicación de labios de quienes se habían encontr
con él.
La separación no significaba lejanía del corazón, de la mism
manera que no impedía a la madre seguir espiritualmente a
Hijo, conservando y meditando su enseñanza, como ya hab
hecho en la vida oculta de Nazaret. En efecto, su fe le perm
captar el significado de las palabras de Jesús antes y mejor
sus discípulos, los cuales a menudo no comprendían sus
enseñanzas y especialmente las referencias a la futura pasió
Mt 16,21-23; Mc 9,32; Lc 9,45).
3. María, siguiendo de lejos las actividades de su Hijo, particip
su drama de sentirse rechazado por una parte del pueblo ele
Ese rechazo, que se manifestó ya desde su visita a Nazaret
hace cada vez más patente en las palabras y en las actitude
los jefes del pueblo.
De este modo, sin duda habrán llegado a conocimiento de
Virgen críticas, insultos y amenazas dirigidas a Jesús. Inclus
Nazaret se habrá sentido herida muchas veces por la incredu
de parientes y conocidos, que intentaban instrumentalizar a J
(cf. Jn 7,2-5) o interrumpir su misión (cf. Mc 3,21).
A través de estos sufrimientos, soportados con gran dignidad
forma oculta, María comparte el itinerario de su Hijo «haci
Jerusalén» (Lc 9,51) y, cada vez más unida a él en la fe, en
esperanza y en el amor, coopera en la salvación.
4. La Virgen se convierte así en modelo para quienes acoge
palabra de Cristo. Ella, creyendo ya desde la Anunciación e
mensaje divino y acogiendo plenamente a la Persona de su
nos enseña a ponernos con confianza a la escucha del Salva
para descubrir en él la Palabra divina que transforma y renu
nuestra vida. Asimismo, su experiencia nos estimula a acepta
pruebas y los sufrimientos que nos vienen por la fidelidad a C
teniendo la mirada fija en la felicidad que ha prometido Jesú
quienes escuchan y cumplen su palabra.
[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español
14María en el Calvario
Catequesis de Juan Pablo II
María al pie de la cruz
Evangelio según San Juan (Jn 19,25-30)
Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de s
madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Jesús,
viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba,
. dice a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo.» Luego dice al
discípulo: «Ahí tienes a tu madre.» Y desde aquella hora el
discípulo la acogió en su casa.
Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplid
para que se cumpliera la Escritura, dice: «Tengo sed.» Había
allí una vasija llena de vinagre. Sujetaron a una rama de hisop
una esponja empapada en vinagre y se la acercaron a la boca
Cuando tomó Jesús el vinagre, dijo: «Todo está cumplido.» E
inclinando la cabeza entregó el espíritu.
María, al pie de la cruz, partícipe del drama de la Redención
Catequesis de Juan Pablo II (2-IV-97)
1. Regina caeli laetare, alleluia! ¡Reina del cielo, alégrate,
aleluya!
Así canta la Iglesia durante este tiempo de Pascua, invitando
los fieles a unirse al gozo espiritual de María, madre del
Resucitado. La alegría de la Virgen por la resurrección de Cri
es más grande aún si se considera su íntima participación e
toda la vida de Jesús.
María, al aceptar con plena disponibilidad las palabras del án
Gabriel, que le anunciaba que sería la madre del Mesías,
comenzó a tomar parte en el drama de la Redención. Su
participación en el sacrificio de su Hijo, revelado por Simeón
durante la presentación en el templo, prosigue no sólo en e
episodio de Jesús perdido y hallado a la edad de doce años
sino también durante toda su vida pública.
Sin embargo, la asociación de la Virgen a la misión de Crist
culmina en Jerusalén, en el momento de la pasión y muerte d
Redentor. Como testimonia el cuarto evangelio, en aquellos d
ella se encontraba en la ciudad santa, probablemente para l
celebración de la Pascua judía.
2. El Concilio subraya la dimensión profunda de la presencia
la Virgen en el Calvario, recordando que «mantuvo fielmente
unión con su Hijo hasta la cruz» (Lumen gentium, 58), y afirm
que esa unión «en la obra de la salvación se manifiesta desde
momento de la concepción virginal de Cristo hasta su muerte
(ib., 57).
Con la mirada iluminada por el fulgor de la Resurrección, no
detenemos a considerar la adhesión de la Madre a la pasión
redentora del Hijo, que se realiza mediante la participación e
su dolor. Volvemos de nuevo, ahora en la perspectiva de la
Resurrección, al pie de la cruz, donde María «sufrió
intensamente con su Hijo y se unió a su sacrificio con corazó
de Madre que, llena de amor, daba su consentimiento a la
inmolación de su Hijo como víctima» (ib., 58).
Con estas palabras, el Concilio nos recuerda la «compasión
María», en cuyo corazón repercute todo lo que Jesús padece
el alma y en el cuerpo, subrayando su voluntad de participar
el sacrificio redentor y unir su sufrimiento materno a la ofrend
sacerdotal de su Hijo.
Además, el texto conciliar pone de relieve que el consentimien
que da a la inmolación de Jesús no constituye una aceptació
pasiva, sino un auténtico acto de amor, con el que ofrece a s
Hijo como «víctima» de expiación por los pecados de toda l
humanidad.
Por último, la Lumen gentium pone a la Virgen en relación co
Cristo, protagonista del acontecimiento redentor, especificand
que, al asociarse «a su sacrificio», permanece subordinada a
Hijo divino.
3. En el cuarto evangelio, san Juan narra que «junto a la cruz
Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María,
mujer de Cleofás, y María Magdalena» (Jn 19,25). Con el ver
«estar», que etimológicamente significa «estar de pie», «esta
erguido», el evangelista tal vez quiere presentar la dignidad y
fortaleza que María y las demás mujeres manifiestan en su
dolor.
En particular, el hecho de «estar erguida» la Virgen junto a l
cruz recuerda su inquebrantable firmeza y su extraordinaria
valentía para afrontar los padecimientos. En el drama del
Calvario, a María la sostiene la fe, que se robusteció durante
acontecimientos de su existencia y, sobre todo, durante la vid
pública de Jesús. El Concilio recuerda que «la bienaventurad
Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmen
la unión con su Hijo hasta la cruz» (Lumen gentium, 58).
A los crueles insultos lanzados contra el Mesías crucificado, e
que compartía sus íntimas disposiciones, responde con la
indulgencia y el perdón, asociándose a su súplica al Padre:
«Perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34).
Partícipe del sentimiento de abandono a la voluntad del Padr
que Jesús expresa en sus últimas palabras en la cruz: «Padre
tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23,46), ella da así, co
observa el Concilio, un consentimiento de amor «a la inmolac
de su Hijo como víctima» (Lumen gentium, 58).
4. En este supremo «sí» de María resplandece la esperanza
confiada en el misterioso futuro, iniciado con la muerte de s
Hijo crucificado. Las palabras con que Jesús, a lo largo del
camino hacia Jerusalén, enseñaba a sus discípulos «que el H
del hombre debía sufrir mucho y ser reprobado por los ancian
los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar
los tres días» (Mc 8,31), resuenan en su corazón en la hora
dramática del Calvario, suscitando la espera y el anhelo de l
Resurrección.
La esperanza de María al pie de la cruz encierra una luz má
fuerte que la oscuridad que reina en muchos corazones: ante
sacrificio redentor, nace en María la esperanza de la Iglesia y
la humanidad.
[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua españo
del 4-IV-
La Virgen María, cooperadora en la obra de la Redención
Catequesis de Juan Pablo II (9-IV-97)
1. A lo largo de los siglos la Iglesia ha reflexionado en la
cooperación de María en la obra de la salvación, profundizan
el análisis de su asociación al sacrificio redentor de Cristo. Y
san Agustín atribuye a la Virgen la calificación de
«colaboradora» en la Redención (cf. De Sancta Virginitate, 6;
40, 399), título que subraya la acción conjunta y subordinada
María a Cristo redentor.
La reflexión se ha desarrollado en este sentido, sobre todo
desde el siglo XV. Algunos temían que se quisiera poner a
María al mismo nivel de Cristo. En realidad, la enseñanza de
Iglesia destaca con claridad la diferencia entre la Madre y el H
en la obra de la salvación, ilustrando la subordinación de la
Virgen, en cuanto cooperadora, al único Redentor.
Por lo demás, el apóstol Pablo, cuando afirma: «Somos
colaboradores de Dios» (1 Co 3,9), sostiene la efectiva
posibilidad que tiene el hombre de colaborar con Dios. La
cooperación de los creyentes, que excluye obviamente toda
igualdad con él, se expresa en el anuncio del Evangelio y en
aportación personal para que se arraigue en el corazón de lo
seres humanos.
2. El término «cooperadora» aplicado a María cobra, sin
embargo, un significado específico. La cooperación de los
cristianos en la salvación se realiza después del acontecimien
del Calvario, cuyos frutos se comprometen a difundir median
la oración y el sacrificio. Por el contrario, la participación de
María se realizó durante el acontecimiento mismo y en calida
de madre; por tanto, se extiende a la totalidad de la obra
salvífica de Cristo. Solamente ella fue asociada de ese modo
sacrificio redentor, que mereció la salvación de todos los
hombres. En unión con Cristo y subordinada a él, cooperó pa
obtener la gracia de la salvación a toda la humanidad.
El particular papel de cooperadora que desempeñó la Virge
tiene como fundamento su maternidad divina. Engendrando
Aquel que estaba destinado a realizar la redención del hombr
alimentándolo, presentándolo en el templo y sufriendo con é
mientras moría en la cruz, «cooperó de manera totalmente
singular en la obra del Salvador» (Lumen gentium, 61). Aunq
la llamada de Dios a cooperar en la obra de la salvación se
dirige a todo ser humano, la participación de la Madre del
Salvador en la redención de la humanidad representa un hec
único e irrepetible.
A pesar de la singularidad de esa condición, María es tambié
destinataria de la salvación. Es la primera redimida, rescatad
por Cristo «del modo más sublime» en su concepción
inmaculada (cf. bula Ineffabilis Deus, de Pío IX: Acta 1,605),
llena de la gracia del Espíritu Santo.
3. Esta afirmación nos lleva ahora a preguntamos: ¿cuál es
significado de esa singular cooperación de María en el plan d
la salvación? Hay que buscarlo en una intención particular d
Dios con respecto a la Madre del Redentor, a quien Jesús llam
con el título de «mujer» en dos ocasiones solemnes, a saber,
Caná y al pie de la cruz (cf. Jn 2,4; 19,26). María está asocia
a la obra salvífica en cuanto mujer. El Señor, que creó al
hombre «varón y mujer» (cf. Gn 1,27), también en la Redenci
quiso poner al lado del nuevo Adán a la nueva Eva. La pareja
los primeros padres emprendió el camino del pecado; una
nueva pareja, el Hijo de Dios con la colaboración de su Madr
devolvería al género humano su dignidad originaria.
María, nueva Eva, se convierte así en icono perfecto de la
Iglesia. En el designio divino, representa al pie de la cruz a l
humanidad redimida que, necesitada de salvación, puede da
una contribución al desarrollo de la obra salvífica.
4. El Concilio tiene muy presente esta doctrina y la hace suy
subrayando la contribución de la Virgen santísima no sólo a
nacimiento del Redentor, sino también a la vida de su Cuerp
místico a lo largo de los siglos y hasta el ésxaton: en la Iglesi
María «colaboró» y «colabora» (cf. Lumen gentium, 53 y 63)
la obra de la salvación. Refiriéndose misterio, de la Anunciaci
el Concilio declara que la Virgen de Nazaret, «abrazando la
voluntad salvadora de Dios (...), se entregó totalmente a sí
misma, como esclava del Señor, a la persona y a la obra de
Hijo. Con él y en dependencia de él, se puso, por la gracia d
Dios todopoderoso, al servicio del misterio de la Redención»
(ib., 56).
Además, el Vaticano II no sólo presenta a María como la
«madre del Redentor», sino también como «compañera
singularmente generosa entre todas las demás criaturas», qu
colabora «de manera totalmente singular a la obra del Salvad
con su obediencia, fe, esperanza y ardiente amor». Recuerd
asimismo, que el fruto sublime de esa colaboración es la
maternidad universal: «Por esta razón es nuestra madre en
orden de la gracia» (Lumen gentium, 61).
Por tanto, podemos dirigirnos con confianza a la Virgen
santísima, implorando su ayuda, conscientes de la misión
singular que Dios le confió: colaboradora de la redención, mis
que cumplió durante toda su vida y, de modo particular, al pie
la cruz.
[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua españo
del 11-IV*****
«Mujer, he ahí a tu hijo»
Catequesis de Juan Pablo II (23-IV-97)
1. Después de recordar la presencia de María y de las demá
mujeres al pie de la cruz del Señor, san Juan refiere: «Jesús
viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, d
a su madre: "Mujer, he ahí a tu hijo". Luego dice al discípulo
"He ahí a tu madre"» (Jn 19,26-27).
Estas palabras, particularmente conmovedoras, constituyen u
«escena de revelación»: revelan los profundos sentimientos d
Cristo en su agonía y entrañan una gran riqueza de significad
para la fe y la espiritualidad cristiana. En efecto, el Mesías
crucificado, al final de su vida terrena, dirigiéndose a su madr
al discípulo a quien amaba, establece relaciones nuevas de
amor entre María y los cristianos.
Esas palabras, interpretadas a veces únicamente como
manifestación de la piedad filial de Jesús hacia su madre,
encomendada para el futuro al discípulo predilecto, van much
más allá de la necesidad contingente de resolver un problem
familiar. En efecto, la consideración atenta del texto, confirma
por la interpretación de muchos Padres y por el común sent
eclesial, con esa doble entrega de Jesús, nos sitúa ante uno
los hechos más importantes para comprender el papel de la
Virgen en la economía de la salvación.
Las palabras de Jesús agonizante, en realidad, revelan que s
principal intención no es confiar su madre a Juan, sino entreg
el discípulo a María, asignándole una nueva misión materna
Además, el apelativo «mujer», que Jesús usa también en la
bodas de Caná para llevar a María a una nueva dimensión d
su misión de Madre, muestra que las palabras del Salvador n
son fruto de un simple sentimiento de afecto filial, sino que
quieren situarse en un plano más elevado.
2. La muerte de Jesús, a pesar de causar el máximo sufrimien
en María, no cambia de por sí sus condiciones habituales d
vida. En efecto, al salir de Nazaret para comenzar su vida
pública, Jesús ya había dejado sola a su madre. Además, la
presencia al pie de la cruz de su pariente María de Cleofás
permite suponer que la Virgen mantenía buenas relaciones c
su familia y sus parientes, entre los cuales podía haber
encontrado acogida después de la muerte de su Hijo.
Las palabras de Jesús, por el contrario, asumen su significad
más auténtico en el marco de la misión salvífica. Pronunciad
en el momento del sacrificio redentor, esa circunstancia les
confiere su valor más alto. En efecto, el evangelista, después
las expresiones de Jesús a su madre, añade un inciso
significativo: «Sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido»
19,28), como si quisiera subrayar que había culminado su
sacrificio al encomendar su madre a Juan y, en él, a todos lo
hombres, de los que ella se convierte en Madre en la obra de
salvación.
3. La realidad que producen las palabras de Jesús, es decir,
maternidad de María con respecto al discípulo, constituye u
nuevo signo del gran amor que impulsó a Jesús a dar su vid
por todos los hombres. En el Calvario ese amor se manifiesta
entregar una madre, la suya, que así se convierte también e
madre nuestra.
Es preciso recordar que, según la tradición, de hecho, la Virg
reconoció a Juan como hijo suyo; pero ese privilegio fue
interpretado por el pueblo cristiano, ya desde el inicio, como
signo de una generación espiritual referida a la humanidad
entera.
La maternidad universal de María, la «Mujer» de las bodas d
Caná y del Calvario, recuerda a Eva, «madre de todos los
vivientes» (Gn 3,20). Sin embargo, mientras ésta había
contribuido al ingreso del pecado en el mundo, la nueva Eva
María, coopera en el acontecimiento salvífico de la Redenció
Así, en la Virgen, la figura de la «mujer» queda rehabilitada y
maternidad asume la tarea de difundir entre los hombres la vi
nueva en Cristo.
Con miras a esa misión, a la Madre se le pide el sacrificio, pa
ella muy doloroso, de aceptar la muerte de su Unigénito. La
palabras de Jesús: «Mujer, he ahí a tu hijo», permiten a Mar
intuir la nueva relación materna que prolongaría y ampliaría
anterior. Su «sí» a ese proyecto constituye, por consiguiente
una aceptación del sacrificio de Cristo, que ella generosamen
acoge, adhiriéndose a la voluntad divina. Aunque en el design
de Dios la maternidad de María estaba destinada desde el ini
a extenderse a toda la humanidad, sólo en el Calvario, en virt
del sacrificio de Cristo, se manifiesta en su dimensión univers
Las palabras de Jesús: «He ahí a tu hijo», realizan lo que
expresan, constituyendo a María madre de Juan y de todos l
discípulos destinados a recibir el don de la gracia divina.
4. Jesús en la cruz no proclamó formalmente la maternidad
universal de María, pero instauró una relación materna concre
entre ella y el discípulo predilecto. En esta opción del Señor s
puede descubrir la preocupación de que esa maternidad no s
interpretada en sentido vago, sino que indique la intensa y
personal relación de María con cada uno de los cristianos.
Ojalá que cada uno de nosotros, precisamente por esta
maternidad universal concreta de María, reconozca plenamen
en ella a su madre, encomendándose con confianza a su am
materno.
[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua españo
del 25-IV-
«He ahí a tu madre»
Catequesis de Juan Pablo II (7-V-97)
1. Jesús, después de haber confiado el discípulo Juan a Mar
con las palabras: «Mujer, he ahí a tu hijo», desde lo alto de l
cruz se dirige al discípulo amado, diciéndole: «He ahí a tu
madre» (Jn 19,26-27). Con esta expresión, revela a María la
cumbre de su maternidad: en cuanto madre del Salvador,
también es la madre de los redimidos, de todos los miembro
del Cuerpo místico de su Hijo.
La Virgen acoge en silencio la elevación a este grado máxim
de su maternidad de gracia, habiendo dado ya una respuesta
fe con su «sí» en la Anunciación.
Jesús no sólo recomienda a Juan que cuide con particular am
de María; también se la confía, para que la reconozca como
propia madre.
Durante la última cena, «el discípulo a quien Jesús amaba»
escuchó el mandamiento del Maestro: «Que os améis los un
a los otros como yo os he amado» (Jn 15,12) y, recostando s
cabeza en el pecho del Señor, recibió de él un signo singular
amor. Esas experiencias lo prepararon para percibir mejor en
palabras de Jesús la invitación a acoger a la mujer que le fu
dada como madre y a amarla como él con afecto filial.
Ojalá que todos descubran en las palabras de Jesús: «He ah
tu madre», la invitación a aceptar a María como madre,
respondiendo como verdaderos hijos a su amor materno.
2. A la luz de esta consigna al discípulo amado, se puede
comprender el sentido auténtico del culto mariano en la
comunidad eclesial, pues ese culto sitúa a los cristianos en l
relación filial de Jesús con su Madre, permitiéndoles crecer en
intimidad con ambos.
El culto que la Iglesia rinde a la Virgen no es sólo fruto de un
iniciativa espontánea de los creyentes ante el valor excepcion
de su persona y la importancia de su papel en la obra de la
salvación; se funda en la voluntad de Cristo.
Las palabras: «He ahí a tu madre» expresan la intención de
Jesús de suscitar en sus discípulos una actitud de amor y
confianza en María, impulsándolos a reconocer en ella a su
madre, la madre de todo creyente.
En la escuela de la Virgen, los discípulos aprenden, como Jua
a conocer profundamente al Señor y a entablar una íntima y
perseverante relación de amor con él. Descubren, además,
alegría de confiar en el amor materno de María, viviendo com
hijos afectuosos y dóciles.
La historia de la piedad cristiana enseña que María es el cam
que lleva a Cristo y que la devoción filial dirigida a ella no qui
nada a la intimidad con Jesús; por el contrario, la acrecienta y
lleva a altísimos niveles de perfección.
Los innumerables santuarios marianos esparcidos por el mun
testimonian las maravillas que realiza la gracia por intercesió
de María, Madre del Señor y Madre nuestra.
Al recurrir a ella, atraídos por su ternura, también los hombres
las mujeres de nuestro tiempo encuentran a Jesús, Salvador
Señor de su vida.
Sobre todo los pobres, probados en lo más íntimo, en los
afectos y en los bienes, encontrando refugio y paz en la Mad
de Dios, descubren que la verdadera riqueza consiste para
todos en la gracia de la conversión y del seguimiento de Cris
3. El texto evangélico, siguiendo el original griego, prosigue: «
desde aquella hora el discípulo la acogió entre sus bienes» (
19,27), subrayando así la adhesión pronta y generosa de Jua
las palabras de Jesús, e informándonos sobre la actitud que
mantuvo durante toda su vida como fiel custodio e hijo dócil d
la Virgen.
La hora de la acogida es la del cumplimiento de la obra de
salvación. Precisamente en ese contexto, comienza la
maternidad espiritual de María y la primera manifestación de
nuevo vínculo entre ella y los discípulos del Señor.
Juan acogió a María «entre sus bienes». Esta expresión, má
bien genérica, pone de manifiesto su iniciativa, llena de respe
y amor, no sólo de acoger a María en su casa, sino sobre tod
de vivir la vida espiritual en comunión con ella.
En efecto, la expresión griega, traducida al pie de la letra «en
sus bienes», no se refiere a los bienes materiales, dado que
Juan -como observa san Agustín (In Ioan. Evang. tract., 119,3
«no poseía nada propio», sino a los bienes espirituales o don
recibidos de Cristo: la gracia (Jn 1,16), la Palabra (Jn 12,48
17,8), el Espíritu (Jn 7,39; 14,17), la Eucaristía (Jn 6,32-58).
Entre estos dones, que recibió por el hecho de ser amado po
Jesús, el discípulo acoge a María como madre, entablando c
ella una profunda comunión de vida (cf. Redemptoris Mater, 4
nota 130).
Ojalá que todo cristiano, a ejemplo del discípulo amado, «aco
a María en su casa» y le deje espacio en su vida diaria,
reconociendo su misión providencial en el camino de la
salvación.
[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua españo
del 9-VMaría, miembro eminente y modelo de la Iglesia
Catequesis de Juan Pablo II
María, miembro muy eminente de la Iglesia
Catequesis de Juan Pablo II (30-VII-97)
1. El papel excepcional que María desempeña en la obra de
salvación nos invita a profundizar en la relación que existe e
ella y la Iglesia.
.
Según algunos, María no puede considerarse miembro de
Iglesia, pues los privilegios que se le concedieron: la inmacu
concepción, la maternidad divina y la singular cooperación e
obra de la salvación, la sitúan en una condición de superiori
con respecto a la comunidad de los creyentes.
Sin embargo, el concilio Vaticano II no duda en presentar a M
como miembro de la Iglesia, aunque precisa que ella lo es
modo «muy eminente y del todo singular» (Lumen gentium,
María es figura, modelo y madre de la Iglesia. A pesar de s
diversa de todos los demás fieles, por los dones excepciona
que recibió del Señor, la Virgen pertenece a la Iglesia y e
miembro suyo con pleno título.
2. La doctrina conciliar halla un fundamento significativo en
sagrada Escritura. Los Hechos de los Apóstoles refieren que M
está presente desde el inicio en la comunidad primitiva (cf. H
1,14), mientras comparte con los discípulos y algunas muje
creyentes la espera, en oración, del Espíritu Santo, que ven
sobre ellos.
Después de Pentecostés, la Virgen sigue viviendo en comun
fraterna en medio de la comunidad y participa en las oracione
la escucha de la enseñanza de los Apóstoles y en la «fracció
pan», es decir, en la celebración eucarística (cf. Hch 2,42
Ella, que vivió en estrecha unión con Jesús en la casa de Naz
vive ahora en la Iglesia en íntima comunión con su Hijo, pres
en la Eucaristía.
3. María, Madre del Hijo unigénito de Dios, es Madre de l
comunidad que constituye el Cuerpo místico de Cristo y l
acompaña en sus primeros pasos.
Ella, al aceptar esa misión, se compromete a animar la vid
eclesial con su presencia materna y ejemplar. Esa solidarid
deriva de su pertenencia a la comunidad de los rescatados.
efecto, a diferencia de su Hijo, ella tuvo necesidad de ser redi
pues «se encuentra unida, en la descendencia de Adán, a to
los hombres que necesitan ser salvados» (Lumen gentium, 5
privilegio de la inmaculada concepción la preservó de la man
del pecado, por un influjo salvífico especial del Redentor
María, «miembro muy eminente y del todo singular» de la Igl
utiliza los dones que Dios le concedió para realizar una solida
más completa con los hermanos de su Hijo, ya convertido
también ellos en sus hijos.
4. Como miembro de la Iglesia, María pone al servicio de l
hermanos su santidad personal, fruto de la gracia de Dios y d
fiel colaboración. La Inmaculada constituye para todos lo
cristianos un fuerte apoyo en la lucha contra el pecado y u
impulso perenne a vivir como redimidos por Cristo, santifica
por el Espíritu e hijos del Padre.
«María, la madre de Jesús» (Hch 1,14), insertada en la comu
primitiva, es respetada y venerada por todos. Cada uno
comprende la preeminencia de la mujer que engendró al Hijo
Dios, el único y universal Salvador. Además, el carácter virgin
su maternidad le permite testimoniar la extraordinaria aporta
que da al bien de la Iglesia quien, renunciando a la fecundid
humana por docilidad al Espíritu Santo, se consagra totalmen
servicio del reino de Dios.
María, llamada a colaborar de modo íntimo en el sacrificio de
Hijo y en el don de la vida divina a la humanidad, prosigue su
materna después de Pentecostés. El misterio de amor que
encierra en la cruz inspira su celo apostólico y la comprome
como miembro de la Iglesia, en la difusión de la buena nue
Las palabras de Cristo crucificado en el Gólgota: «Mujer, he a
tu Hijo» (Jn 19,26), con las que se le reconoce su función d
madre universal de los creyentes, abrieron horizontes nuevo
ilimitados a su maternidad. El don del Espíritu Santo, que rec
en Pentecostés para el ejercicio de esa misión, la impulsa
ofrecer la ayuda de su corazón materno a todos los que está
camino hacia el pleno cumplimiento del reino de Dios.
5. María, miembro muy eminente de la Iglesia, vive una rela
única con las personas divinas de la santísima Trinidad: con
Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo. El Concilio, al llam
«Madre del Hijo de Dios y, por tanto, (...) hija predilecta del P
y templo del Espíritu Santo» (Lumen gentium, 53), recuerda
efecto primario de la predilección del Padre, que es la divin
maternidad.
Consciente del don recibido, María comparte con los creyente
actitudes de filial obediencia y profunda gratitud, impulsand
cada uno a reconocer los signos de la benevolencia divina e
propia vida.
El Concilio usa la expresión «templo» (sacrarium) del Espír
Santo. Así quiere subrayar el vínculo de presencia, de amor
colaboración que existe entre la Virgen y el Espíritu Santo.
Virgen, a la que ya san Francisco de Asís invocaba como «es
del Espíritu Santo» (cf. Antífona, del Oficio de la Pasión), esti
con su ejemplo a los demás miembros de la Iglesia a
encomendarse generosamente a la acción misteriosa del Par
y a vivir en perenne comunión de amor con él.
[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español
1-V
*****
María, tipo y modelo de la Iglesia
Catequesis de Juan Pablo II (6-VIII-97)
1. La constitución dogmática Lumen gentium
concilio Vaticano II, después de haber presen
a María como «miembro muy eminente y del
singular de la Iglesia», la declara «prototipo y modelo
destacadísimo en la fe y en el amor» (n. 53).
Los padres conciliares atribuyen a María la función de «tipo»
decir, de figura «de la Iglesia», tomando el término de san
Ambrosio, quien, en el comentario a la Anunciación, se expr
así: «Sí, ella [María] es novia, pero virgen, porque es tipo de
Iglesia, que es inmaculada, pero es esposa: permaneciendo v
nos concibió por el Espíritu, permaneciendo virgen nos dio a
sin dolor» (In Ev. sec. Luc., II, 7: CCL 14, 33, 102-106). Por ta
María es figura de la Iglesia por su santidad inmaculada, s
virginidad, su «esponsalidad» y su maternidad.
San Pablo usa el vocablo «tipo» para indicar la figura sensibl
una realidad espiritual. En efecto, en el paso del pueblo de Isr
través del Mar Rojo vislumbra un «tipo» o imagen del bautis
cristiano; y en el maná y en el agua que brota de la roca, un «
o imagen del alimento y de la bebida eucarística (cf. 1 Co 10,1
El Concilio, al referirse a María como tipo de la Iglesia, nos in
reconocer en ella la figura visible de la realidad espiritual de
Iglesia y, en su maternidad incontaminada, el anuncio de
maternidad virginal de la Iglesia.
2. Además, es necesario precisar que, a diferencia de las
imágenes o de los tipos del Antiguo Testamento, que son s
prefiguraciones de realidades futuras, en María la realida
espiritual significada ya está presente, y de modo eminent
El paso a través del mar Rojo, que refiere el libro del Éxodo, e
acontecimiento salvífico de liberación, pero no era ciertamen
bautismo capaz de perdonar los pecados y de dar la vida nu
De igual modo, el maná, don precioso de Yahveh a su pue
peregrino en el desierto, no contenía nada de la realidad futu
la Eucaristía, Cuerpo del Señor, y tampoco el agua que brotab
la roca tenía ya en sí la sangre de Cristo, derramada por l
multitud.
El Éxodo es la gran hazaña realizada por Yalveh en favor de
pueblo, pero no constituye la redención espiritual y definitiva,
llevará a cabo Cristo en el misterio pascual.
Por lo demás, refiriéndose al culto judío, san Pablo recuerd
«Todo esto es sombra de lo venidero; pero la realidad es el cu
de Cristo» (Col 2,17). Lo mismo afirma la carta a los Hebreos
desarrollando sistemáticamente esta interpretación, present
culto de la antigua alianza como «sombra y figura de realida
celestiales» (Hb 8,5).
3. Así pues, cuando el Concilio afirma que María es figura d
Iglesia, no quiere equipararla a las figuras o tipos del Antig
Testamento; lo que desea es afirmar que en ella se cumple
modo pleno la realidad espiritual anunciada y representad
En efecto, la Virgen es figura de la Iglesia, no en cuanto
prefiguración imperfecta, sino como plenitud espiritual, que
manifestará de múltiples maneras en la vida de la Iglesia. L
particular relación que existe aquí entre imagen y realidad
representada encuentra su fundamento en el designio divino,
establece un estrecho vínculo entre María y la Iglesia. El pla
salvación que establece que las prefiguraciones del Antigu
Testamento se hagan realidad en la Nueva Alianza, determ
también que María viva de modo perfecto lo que se realiza
sucesivamente en la Iglesia.
Por tanto, la perfección que Dios confirió a María adquiere
significado más auténtico, si se la considera como preludio d
vida divina en la Iglesia.
4. Tras haber afirmado que María es «tipo de la Iglesia», e
Concilio añade que es «modelo destacadísimo» de ella, y eje
de perfección que hay que seguir e imitar. María es, en efect
«modelo destacadísimo», puesto que su perfección supera l
todos los demás miembros de la Iglesia.
El Concilio añade, de manera significativa, que ella realiza e
función «en la fe y en el amor». Sin olvidar que Cristo es el p
modelo, el Concilio sugiere de ese modo que existen disposic
interiores propias del modelo realizado en María, que ayuda
cristiano a entablar una relación auténtica con Cristo. En efe
contemplando a María, el creyente aprende a vivir en una
comunión más profunda con Cristo, a adherirse a él con fe viv
poner en él su confianza y su esperanza, amándolo con l
totalidad de su ser.
Las funciones de «tipo y modelo de la Iglesia» hacen referen
en particular, a la maternidad virginal de María, y ponen de re
el lugar peculiar que ocupa en la obra de la salvación. Est
estructura fundamental del ser de María se refleja en la
maternidad y en la virginidad de la Iglesia.
[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español
8-V
*****
La Virgen María, modelo de la maternidad de la Iglesia
Catequesis de Juan Pablo II (13-VIII-97)
1. En la maternidad divina es precisamente donde el Conc
descubre el fundamento de la relación particular que une a M
con la Iglesia. La constitución dogmática Lumen gentium afi
que «la santísima Virgen, por el don y la función de ser Madr
Dios, por la que está unida al Hijo Redentor, y por sus singul
gracias y funciones, está también íntimamente unida a la Igle
(n. 63). Ese mismo argumento utiliza la citada constitució
dogmática para ilustrar las prerrogativas de «tipo» y «mode
que la Virgen ejerce con respecto al Cuerpo místico de Cris
«Ciertamente, en el misterio de la Iglesia, que también es llam
con razón madre y virgen, la santísima Virgen María fue p
delante mostrando de forma eminente y singular el modelo
virgen y madre» (ib.).
El Concilio define la maternidad de María «eminente y singu
dado que constituye un hecho único e irrepetible: en efecto, M
antes de ejercer su función materna con respecto a los homb
es la Madre del unigénito Hijo de Dios hecho hombre. En cam
la Iglesia es madre en cuanto engendra espiritualmente a Cris
los fieles y, por consiguiente, ejerce su maternidad con respe
los miembros del Cuerpo místico.
Así, la Virgen constituye para la Iglesia un modelo superio
precisamente por su prerrogativa de Madre de Dios.
2. La constitución Lumen gentium, al profundizar en la matern
de María, recuerda que se realizó también con disposicion
eminentes del alma: «Por su fe y su obediencia engendró e
tierra al Hijo mismo del Padre, ciertamente sin conocer varó
cubierta con la sombra del Espíritu Santo, como nueva Ev
prestando fe no adulterada por ninguna duda al mensaje de D
y no a la antigua serpiente» (n. 63).
Estas palabras ponen claramente de relieve que la fe y la
obediencia de María en la Anunciación constituyen para la Ig
virtudes que se han de imitar y, en cierto sentido, dan inicio
itinerario maternal en el servicio a los hombres llamados a
salvación.
La maternidad divina no puede aislarse de la dimensión unive
atribuida a María por el plan salvífico de Dios, que el Concilio
duda en reconocer: «Dio a luz al Hijo, al que Dios constituyó
mayor de muchos hermanos (cf. Rm 8,29), es decir, de lo
creyentes, a cuyo nacimiento y educación colabora con amo
madre» (Lumen gentium, 63).
3. La Iglesia se convierte en madre, tomando como modelo
María. A este respecto, el Concilio afirma: «Contemplando
misteriosa santidad, imitando su amor y cumpliendo fielment
voluntad del Padre, también la Iglesia se convierte en madre p
palabra de Dios acogida con fe, ya que, por la predicación y
bautismo, engendra para una vida nueva e inmortal a los hi
concebidos por el Espíritu Santo y nacidos de Dios» (ib., 6
Analizando esta descripción de la obra materna de la Igles
podemos observar que el nacimiento del cristiano queda un
aquí, en cierto modo, al nacimiento de Jesús, como un reflejo
mismo: los cristianos son «concebidos por el Espíritu Santo»
su generación, fruto de la predicación y del bautismo, se ase
a la del Salvador.
Además, la Iglesia, contemplando a María, imita su amor, su
acogida de la Palabra de Dios y su docilidad al cumplir la volu
del Padre. Siguiendo el ejemplo de la Virgen, realiza una fecu
maternidad espiritual.
4. Ahora bien, la maternidad de la Iglesia no hace superflua a
María que, al seguir ejerciendo su influjo sobre la vida de l
cristianos, contribuye a dar a la Iglesia un rostro materno. A l
de María, la maternidad de la comunidad eclesial, que pod
parecer algo general, está llamada a manifestarse de modo
concreto y personal hacia cada uno de los redimidos por Cri
Por ser Madre de todos los creyentes, María suscita en ell
relaciones de auténtica fraternidad espiritual y de diálogo
incesante.
La experiencia diaria de fe, en toda época y en todo lugar, po
relieve la necesidad que muchos sienten de poner en manos
María las necesidades de la vida de cada día y abren confiad
corazón para solicitar su intercesión maternal y obtener s
tranquilizadora protección.
Las oraciones dirigidas a María por los hombres de todos l
tiempos, las numerosas formas y manifestaciones del cult
mariano, las peregrinaciones a los santuarios y a los lugares
recuerdan las hazañas realizadas por Dios Padre mediante
Madre de su Hijo, demuestran el extraordinario influjo que ej
María sobre la vida de la Iglesia. El amor del pueblo de Dios
Virgen percibe la exigencia de entablar relaciones personales
la Madre celestial. Al mismo tiempo, la maternidad espiritua
María sostiene e incrementa el ejercicio concreto de la matern
de la Iglesia.
5. Las dos madres, la Iglesia y María, son esenciales para la
cristiana. Se podría decir que la una ejerce una maternidad m
objetiva, y la otra más interior.
La Iglesia actúa como madre en la predicación de la palabra
Dios, en la administración de los sacramentos, y en particular
bautismo, en la celebración de la Eucaristía y en el perdón d
pecados.
La maternidad de María se expresa en todos los campos de
difusión de la gracia, particularmente en el marco de las relac
personales.
Se trata de dos maternidade
inseparables, pues ambas lleva
reconocer el mismo amor divino
desea comunicarse a los homb
[L'Osservatore Romano, ed
semanal en lengua española, d
V
*****
La Virgen María, modelo de
virginidad de la Iglesia
Catequesis de Juan Pablo II (20-VIII-97)
1. La Iglesia es madre y virgen. El Concilio, después de afirm
que es madre, siguiendo el modelo de María, le atribuye el t
de virgen, y explica su significado: «También ella es virgen
guarda íntegra y pura la fidelidad prometida al Esposo, e imit
a la Madre de su Señor, con la fuerza del Espíritu Santo, cons
virginalmente la fe íntegra, la esperanza firme y la caridad sin
(Lumen gentium, 64).
Así pues, María es también modelo de la virginidad de la Igles
este respecto, conviene precisar que la virginidad no pertene
la Iglesia en sentido estricto, dado que no constituye el estad
vida de la gran mayoría de los fieles. En efecto, en virtud d
providencial plan divino, el camino del matrimonio es la cond
más general y, podríamos decir, la más común de los que han
llamados a la fe. El don de la virginidad está reservado a u
número limitado de fieles, llamados a una misión particular de
de la comunidad eclesial.
Con todo, el Concilio, refiriendo la doctrina de san Agustín
sostiene que la Iglesia es virgen en sentido espiritual de integ
en la fe, en la esperanza y en la caridad. Por ello, la Iglesia n
virgen en el cuerpo de todos sus miembros, pero posee la
virginidad del espíritu («virginitas mentis»), es decir, «la fe ínt
la esperanza firme y la caridad sincera» (In Ioannem Tractatu
12: PL 35, 1.499).
2. La constitución Lumen gentium recuerda, a continuación, q
virginidad de María, modelo de la de la Iglesia, incluye tambié
dimensión física, por la que concibió virginalmente a Jesús
obra del Espíritu Santo, sin intervención del hombre.
María es virgen en el cuerpo y virgen en el corazón, como
manifiesta su intención de vivir en profunda intimidad con el S
expresada firmemente en el momento de la Anunciación. P
tanto, la que es invocada como «Virgen entre las vírgenes
constituye sin duda para todos un altísimo ejemplo de pureza
entrega total al Señor. Pero, de modo especial, se inspiran en
las vírgenes cristianas y los que se dedican de modo radica
exclusivo al Señor en las diversas formas de vida consagra
Así, después de desempeñar un papel importante en la obra
salvación, la virginidad de María sigue influyendo benéficam
en la vida de la Iglesia.
3. No conviene olvidar que el primer ejemplar, y el más excels
toda vida casta es ciertamente Cristo. Sin embargo, Marí
constituye el modelo especial de la castidad vivida por amo
Jesús Señor.
Ella estimula a todos los cristianos a vivir con especial esme
castidad según su propio estado, y a encomendarse al Seño
las diferentes circunstancias de la vida. María, que es po
excelencia santuario del Espíritu Santo, ayuda a los creyente
redescubrir su propio cuerpo como templo de Dios (cf. 1 Co 6
y a respetar su nobleza y santidad.
A la Virgen dirigen su mirada los jóvenes que buscan un am
auténtico e invocan su ayuda materna para perseverar en
pureza.
María recuerda a los esposos los valores fundamentales d
matrimonio, ayudándoles a superar la tentación del desalient
dominar las pasiones que pretenden subyugar su corazón.
entrega total a Dios constituye para ellos un fuerte estímulo a
en fidelidad recíproca, para no ceder nunca ante las dificulta
que ponen en peligro la comunión conyugal.
4. El Concilio exhorta a los fieles a contemplar a María, para
imiten su fe «virginalmente íntegra», su esperanza y su carid
Conservar la integridad de la fe representa una tarea ardua pa
Iglesia, llamada a una vigilancia constante, incluso a costa
sacrificios y luchas. En efecto, la fe de la Iglesia no sólo se
amenazada por los que rechazan el mensaje del Evangelio,
sobre todo por los que, acogiendo sólo una parte de la verd
revelada, se niegan a compartir plenamente todo el patrimon
fe de la Esposa de Cristo.
Por desgracia, esa tentación, que se encuentra ya desde l
orígenes de la Iglesia, sigue presente en su vida, y la impuls
aceptar sólo en parte la Revelación o a dar a la palabra de D
una interpretación restringida y personal, de acuerdo con
mentalidad dominante y los deseos individuales. María, qu
aceptó plenamente la palabra del Señor, constituye para la Ig
un modelo insuperable de fe «virginalmente íntegra», que ac
con docilidad y perseverancia toda la verdad revelada. Y, co
constante intercesión, obtiene a la Iglesia la luz de la esperan
el fuego de la caridad, virtudes de las que ella, en su vida terr
fue para todos ejemplo inigualable.
[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español
22-V
*****
La Virgen María, modelo de la santidad de la Iglesia
Catequesis de Juan Pablo II (3-IX-97)
1. En la carta a los Efesios san Pablo explica la relación espo
que existe entre Cristo y la Iglesia con las siguientes palabr
«Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, pa
santificarla, purificándola mediante el baño del agua, en virtu
la palabra, y presentársela resplandeciente a sí mismo; sin
tenga mancha ni arruga ni cosa parecida, sino que sea sant
inmaculada» (Ef 5,25-27).
El concilio Vaticano II recoge las afirmaciones del Apóstol
recuerda que «la Iglesia en la santísima Virgen llegó ya a
perfección», mientras que «los creyentes se esfuerzan todav
vencer el pecado para crecer en la santidad» (Lumen gentiu
65).
Así se subraya la diferencia que existe entre los creyentes y M
a pesar de que tanto ella como ellos pertenecen a la Iglesia s
que Cristo hizo «sin mancha ni arruga». En efecto, mientras
creyentes reciben la santidad por medio del bautismo, María
preservada de toda mancha de pecado original y redimid
anticipadamente por Cristo. Además, los creyentes, a pesar
estar libres «de la ley del pecado» (Rm 8,2), pueden aún cae
la tentación, y la fragilidad humana se sigue manifestando e
vida. «Todos caemos muchas veces», afirma la carta de San
(St 3,2). Por esto, el concilio de Trento enseña: «Nadie pued
su vida entera evitar todos los pecados, aun los veniales» (
1.573). Con todo, la Virgen inmaculada, por privilegio divino, c
recuerda el mismo Concilio, constituye una excepción a esa r
(cf. ib.).
2. A pesar de los pecados de sus miembros, la Iglesia es, a
todo, la comunidad de los que están llamados a la santidad
esfuerzan cada día por alcanzarla.
En este arduo camino hacia la perfección, se sienten estimul
por la Virgen, que es «modelo de todas las virtudes». El Con
afirma que «la Iglesia, meditando sobre ella con amor y
contemplándola a la luz del Verbo hecho hombre, llena d
veneración, penetra más íntimamente en el misterio supremo
Encarnación y se identifica cada vez más con su Esposo» (Lu
gentium, 65).
Así pues, la Iglesia contempla a María. No sólo se fija en el
maravilloso de su plenitud de gracia, sino que también se esfu
por imitar la perfección que en ella es fruto de la plena adhes
mandato de Cristo: «Sed, pues, perfectos como es perfec
vuestro Padre celestial» (Mt 5,48). María es la toda santa
Representa para la comunidad de los creyentes el modelo d
santidad auténtica, que se realiza en la unión con Cristo. La
terrena de la Madre de Dios se caracteriza por una perfec
sintonía con la persona de su Hijo y por una entrega total a la
redentora que él realizó.
La Iglesia, reflexionando en la intimidad materna que se estab
en el silencio de la vida de Nazaret y se perfeccionó en la hor
sacrificio, se esfuerza por imitarla en su camino diario. De e
modo, se conforma cada vez más a su Esposo. Unida, com
María, a la cruz del Redentor, la Iglesia, a través de las
dificultades, las contradicciones y las persecuciones que renu
en su vida el misterio de la pasión de su Señor, busca
constantemente la plena configuración con él.
3. La Iglesia vive de fe, reconociendo en «la que ha creído qu
cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor»
1,45), la expresión primera y perfecta de su fe. En este itiner
de confiado abandono en el Señor, la Virgen precede a lo
discípulos, aceptando la Palabra divina en un continuo
«crescendo», que abarca todas las etapas de su vida y s
extiende también a la misión de la Iglesia.
Su ejemplo anima al pueblo de Dios a practicar su fe, y a
profundizar y desarrollar su contenido, conservando y medita
en su corazón los acontecimientos de la salvación.
María se convierte, asimismo, en modelo de esperanza par
Iglesia. Al escuchar el mensaje del ángel, la Virgen orient
primeramente su esperanza hacia el Reino sin fin, que Jesús
enviado a establecer.
La Virgen permanece firme al pie de la cruz de su Hijo, a la es
de la realización de la promesa divina. Después de Pentecost
Madre de Jesús sostiene la esperanza de la Iglesia, amenaz
por las persecuciones. Ella es, por consiguiente, para la
comunidad de los creyentes y para cada uno de los cristiano
Madre de la esperanza, que estimula y guía a sus hijos a la e
del Reino, sosteniéndolos en las pruebas diarias y en medio d
vicisitudes, algunas trágicas, de la historia.
En María, por último, la Iglesia reconoce el modelo de su car
Contemplando la situación de la primera comunidad cristian
descubrimos que la unanimidad de los corazones, que se
manifestó en la espera de Pentecostés, está asociada a l
presencia de la Virgen santísima (cf. Hch 1,14). Precisame
gracias a la caridad irradiante de María es posible conserva
todo tiempo dentro de la Iglesia la concordia y el amor frater
4. El Concilio subraya expresamente el papel ejemplar qu
desempeña María con respecto a la Iglesia en su misión
apostólica, con las siguientes palabras: «En su acción apostó
la Iglesia con razón mira hacia aquella que engendró a Cris
concebido del Espíritu Santo y nacido de la Virgen, para que
medio de la Iglesia nazca y crezca también en el corazón de
creyentes. La Virgen fue en su vida ejemplo de aquel amor
madre que debe animar a todos los que colaboran en la mis
apostólica de la Iglesia para engendrar a los hombres a una
nueva» (Lumen gentium, 65).
Después de cooperar en la obra de la salvación con su
maternidad, con su asociación al sacrificio de Cristo y con
ayuda materna a la Iglesia que nacía, María sigue sosteniend
comunidad cristiana y a todos los creyentes en su generos
compromiso de anunciar el Evangelio.
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5-I
*****
La Virgen María, modelo de la Iglesia en el culto divino
Catequesis de Juan Pablo II (10-IX-97)
1. En la exhortación apostólica Ma
cultus el siervo de Dios Pablo VI,
venerada memoria, presenta a la V
como modelo de la Iglesia en e
ejercicio del culto. Esta afirmaci
constituye casi un corolario de la ve
que indica en María el paradigma
pueblo de Dios en el camino de
santidad: «La ejemplaridad de
santísima Virgen en este campo dimana del hecho que ella
reconocida como modelo extraordinario de la Iglesia en el or
de la fe, de la caridad y de la perfecta unión con Cristo, esto e
aquella disposición interior con que la Iglesia, Esposa amadís
estrechamente asociada a su Señor, lo invoca y por su me
rinde culto al Padre eterno» (n. 16).
2. Aquella que en la Anunciación manifestó total disponibilida
proyecto divino, representa para todos los creyentes un mod
sublime de escucha y de docilidad a la palabra de Dios.
Respondiendo al ángel: «Hágase en mí según tu palabra»
1,38), y declarándose dispuesta a cumplir de modo perfecto
voluntad del Señor, María entra con razón en la bienaventura
proclamada por Jesús: «Dichosos (...) los que escuchan la pa
de Dios y la cumplen» (Lc 11,28).
Con esa actitud, que abarca toda su existencia, la Virgen indi
camino maestro de la escucha de la palabra del Señor, mom
esencial del culto, que caracteriza a la liturgia cristiana. Su eje
permite comprender que el culto no consiste ante todo en exp
los pensamientos y los sentimientos del hombre, sino en pon
a la escucha de la palabra divina para conocerla, asimilarla
hacerla operativa en la vida diaria.
3. Toda celebración litúrgica es memorial del misterio de Cris
su acción salvífica por toda la humanidad, y quiere promove
participación personal de los fieles en el misterio pascua
expresado nuevamente y actualizado en los gestos y en la
palabras del rito.
María fue testigo de los acontecimientos de la salvación en
desarrollo histórico, culminado en la muerte y resurrección
Redentor, y guardó «todas estas cosas, y las meditaba en
corazón» (Lc 2,19).
Ella no se limitaba a estar presente en cada uno de los
acontecimientos; trataba de captar su significado profundo
adhiriéndose con toda su alma a cuanto se cumplía
misteriosamente en ellos.
Por tanto, María se presenta como modelo supremo de
participación personal en los misterios divinos. Guía a la Igles
la meditación del misterio celebrado y en la participación en
acontecimiento de salvación, promoviendo en los fieles el de
de una íntima comunión personal con Cristo, para cooperar c
entrega de la propia vida a la salvación universal.
4. María constituye, además, el modelo de la oración de la Ig
Con toda probabilidad, María estaba recogida en oración cua
el ángel Gabriel entró en su casa de Nazaret y la saludó. E
ambiente de oración sostuvo ciertamente a la Virgen en s
respuesta al ángel y en su generosa adhesión al misterio de
Encarnación.
En la escena de la Anunciación, los artistas han representado
siempre a María en actitud orante. Recordemos, entre todos
beato Angélico. De aquí proviene, para la Iglesia y para tod
creyente, la indicación de la atmósfera que debe reinar en
celebración del culto.
Podemos añadir asimismo que María representa para el pueb
Dios el paradigma de toda expresión de su vida de oración.
particular, enseña a los cristianos cómo dirigirse a Dios pa
invocar su ayuda y su apoyo en las varias situaciones de la v
Su intercesión materna en las bodas de Caná y su presencia
cenáculo junto a los Apóstoles en oración, en espera de
Pentecostés, sugieren que la oración de petición es una for
esencial de cooperación en el desarrollo de la obra salvífica e
mundo. Siguiendo su modelo, la Iglesia aprende a ser auda
pedir, a perseverar en su intercesión y, sobre todo, a implora
don del Espíritu Santo (cf. Lc 11,13).
5. La Virgen constituye también para la Iglesia el modelo de
participación generosa en el sacrificio.
En la presentación de Jesús en el templo y, sobre todo, al pie
cruz, María realiza la entrega de sí, que la asocia como Mad
sufrimiento y a las pruebas de su Hijo. Así, tanto en la vida d
como en la celebración eucarística, la «Virgen oferente» (Ma
cultus, 20) anima a los cristianos a «ofrecer sacrificios espiritu
aceptos a Dios por mediación de Jesucristo» (1 P 2,5).
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12-I
María, Madre de la Iglesia y Mediadora de la gracia
Catequesis de Juan Pablo II
Presencia de María en el origen de la Iglesia
Catequesis de Juan Pablo II (6-IX-95)
1. Después de haberme dedicado en las anteriores cateques
profundizar la identidad y la misión de la Iglesia, siento ahor
necesidad de dirigir la mirada hacia la santísima Virgen, que
perfectamente la santidad y constituye su modelo.
Es lo mismo que hicieron los padres del concilio Vaticano
.
después de haber expuesto la doctrina sobre la realidad histó
salvífica del pueblo de Dios, quisieron completarla con la
ilustración del papel de María en la obra de la salvación. En e
el capítulo VIII de la constitución conciliar Lumen gentium tie
como finalidad no sólo subrayar el valor eclesiológico de l
doctrina mariana, sino también iluminar la contribución que
figura de la santísima Virgen ofrece a la comprensión del mis
de la Iglesia.
2. Antes de exponer el itinerario mariano del Concilio, deseo d
una mirada contemplativa a María, tal como, en el origen de
Iglesia, la describen los Hechos de los Apóstoles. San Lucas
comienzo de este escrito neotestamentario que presenta la vi
la primera comunidad cristiana, después de haber recordado
por uno los nombres de los Apóstoles (Hch 1,13), afirma: «To
ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu e
compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús,
sus hermanos» (Hch 1,14).
En este cuadro destaca la persona de María, la única a quie
recuerda con su propio nombre, además de los Apóstoles. E
representa un rostro de la Iglesia diferente y complementario
respecto al ministerial o jerárquico.
3. En efecto, la frase de Lucas se refiere a la presencia, en
cenáculo, de algunas mujeres, manifestando así la importanc
la contribución femenina en la vida de la Iglesia, ya desde l
primeros tiempos. Esta presencia se pone en relación directa
la perseverancia de la comunidad en la oración y con la conco
Estos rasgos expresan perfectamente dos aspectos
fundamentales de la contribución específica de las mujeres
vida eclesial. Los hombres, más propensos a la actividad exte
necesitan la ayuda de las mujeres para volver a las relacion
personales y progresar en la unión de los corazones.
«Bendita tú entre las mujeres» (Lc 1,42), María cumple de m
eminente esta misión femenina. ¿Quién, mejor que María, im
en todos los creyentes la perseverancia en la oración? ¿Qu
promueve, mejor que ella, la concordia y el amor?
Reconociendo la misión pastoral que Jesús había confiado a
Once, las mujeres del cenáculo, con María en medio de ellas
unen a su oración y, al mismo tiempo, testimonian la presenc
la Iglesia de personas que, aunque no hayan recibido una mi
son igualmente miembros, con pleno título, de la comunida
congregada en la fe en Cristo.
4. La presencia de María en la comunidad, que orando espe
efusión del Espíritu (cf. Hch 1,14), evoca el papel que desem
en la encarnación del Hijo de Dios por obra del Espíritu Santo
Lc 1,35). El papel de la Virgen en esa fase inicial y el que
desempeña ahora, en la manifestación de la Iglesia en
Pentecostés, están íntimamente vinculados.
La presencia de María en los primeros momentos de vida d
Iglesia contrasta de modo singular con la participación basta
discreta que tuvo antes, durante la vida pública de Jesús. Cu
el Hijo comienza su misión, María permanece en Nazaret, au
esa separación no excluye algunos contactos significativos, c
en Caná, y, sobre todo, no le impide participar en el sacrificio
Calvario.
Por el contrario, en la primera comunidad el papel de María c
notable importancia. Después de la ascensión, y en espera
Pentecostés, la Madre de Jesús está presente personalment
los primeros pasos de la obra comenzada por el Hijo.
5. Los Hechos de los Apóstoles ponen de relieve que María
encontraba en el cenáculo «con los hermanos de Jesús» (H
1,14), es decir, con sus parientes, como ha interpretado siemp
tradición eclesial. No se trata de una reunión de familia, sino
hecho de que, bajo la guía de María, la familia natural de Je
pasó a formar parte de la familia espiritual de Cristo: «Quie
cumpla la voluntad de Dios -había dicho Jesús-, ése es m
hermano, mi hermana y mi madre» (Mc 3,34).
En esa misma circunstancia, Lucas define explícitamente a M
«la madre de Jesús» (Hch 1,14), como queriendo sugerir que
de la presencia de su Hijo elevado al cielo permanece en
presencia de la madre. Ella recuerda a los discípulos el rostr
Jesús y es, con su presencia en medio de la comunidad, el s
de la fidelidad de la Iglesia a Cristo Señor.
El título de Madre, en este contexto, anuncia la actitud de dilig
cercanía con la que la Virgen seguirá la vida de la Iglesia. Ma
abrirá su corazón para manifestarle las maravillas que Dio
omnipotente y misericordioso obró en ella.
Ya desde el principio María desempeña su papel de Madre d
Iglesia: su acción favorece la comprensión entre los Apóstole
quienes Lucas presenta con un mismo espíritu y muy lejano
las disputas que a veces habían surgido entre ellos.
Por último, María ejerce su maternidad con respecto a la
comunidad de creyentes no sólo orando para obtener a la Ig
los dones del Espíritu Santo, necesarios para su formación y
futuro, sino también educando a los discípulos del Señor en
comunión constante con Dios.
Así, se convierte en educadora del pueblo cristiano en la orac
en el encuentro con Dios, elemento central e indispensable p
que la obra de los pastores y los fieles tenga siempre en el S
su comienzo y su motivación profunda.
6. Estas breves consideraciones muestran claramente que
relación entre María y la Iglesia constituye una relación fascin
entre dos madres. Ese hecho nos revela nítidamente la mis
materna de María y compromete a la Iglesia a buscar siempr
verdadera identidad en la contemplación del rostro de la
Theotókos.
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8-I
María, Madre de la Iglesia
Catequesis de Juan Pablo II (17-IX-97)
1. El concilio Vaticano II, después de haber proclamado a M
«miembro muy eminente», «prototipo» y «modelo» de la Igle
afirma: «La Iglesia católica, instruida por el Espíritu Santo, la h
como a madre amantísima con sentimientos de piedad filia
(Lumen gentium, 53).
A decir verdad, el texto conciliar no atribuye explícitamente
Virgen el título de «Madre de la Iglesia», pero enuncia de m
irrefutable su contenido, retornando una declaración que hi
hace más de dos siglos, en el año 1748, el Papa Benedicto
(Bullarium romanum, serie 2, t. 2, n. 61, p. 428).
En dicho documento, mi venerado predecesor, describiendo
sentimientos filiales de la Iglesia, que reconoce en María a
madre amantísima, la proclama, de modo indirecto, Madre d
Iglesia.
2. El uso de dicho apelativo en el pasado ha sido más bien r
pero recientemente se ha hecho más común en las enseñan
del Magisterio de la Iglesia y en la piedad del pueblo cristiano
fieles han invocado a María ante todo con los títulos de «Mad
Dios», «Madre de los fieles» o «Madre nuestra», para subray
relación personal con cada uno de sus hijos.
Posteriormente, gracias a la mayor atención dedicada al mis
de la Iglesia y a las relaciones de María con ella, se ha comen
a invocar más frecuentemente a la Virgen como «Madre de
Iglesia».
La expresión está presente, antes del concilio Vaticano II, e
magisterio del Papa León XIII, donde se afirma que María ha
«con toda verdad madre de la Iglesia» (Acta Leonis XIII, 15, 3
Sucesivamente, el apelativo ha sido utilizado varias veces en
enseñanzas de Juan XXIII y de Pablo VI.
3. El título de «Madre de la Iglesia», aunque se ha atribuido t
a María, expresa la relación materna de la Virgen con la Igles
como la ilustran ya algunos textos del Nuevo Testamento
María, ya desde la Anunciación, está llamada a dar su
consentimiento a la venida del reino mesiánico, que se cump
con la formación de la Iglesia.
María, en Caná, al solicitar a su Hijo el ejercicio del pode
mesiánico, da una contribución fundamental al arraigo de la f
la primera comunidad de los discípulos y coopera a la instaur
del reino de Dios, que tiene su «germen» e «inicio» en la Igl
(cf. Lumen gentium, 5).
En el Calvario María, uniéndose al sacrificio de su Hijo, ofrece
obra de la salvación su contribución materna, que asume la f
de un parto doloroso, el parto de la nueva humanidad.
Al dirigirse a María con las palabras «Mujer, ahí tienes a tu h
el Crucificado proclama su maternidad no sólo con respecto
apóstol Juan, sino también con respecto a todo discípulo.
mismo Evangelista, afirmando que Jesús debía morir «para r
en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos» (Jn 11,5
indica en el nacimiento de la Iglesia el fruto del sacrificio rede
al que María está maternalmente asociada.
El evangelista san Lucas habla de la presencia de la Madre
Jesús en el seno de la primera comunidad de Jerusalén (cf.
1,14). Subraya, así, la función materna de María con respecto
Iglesia naciente, en analogía con la que tuvo en el nacimiento
Redentor. Así, la dimensión materna se convierte en eleme
fundamental de la relación de María con respecto al nuevo pu
de los redimidos.
4. Siguiendo la sagrada Escritura, la doctrina patrística recono
maternidad de María respecto a la obra de Cristo y, por tanto
la Iglesia, si bien en términos no siempre explícitos.
Según san Ireneo, María «se ha convertido en causa de salva
para todo el género humano» (Adv. haer., III, 22, 4: PG 7, 95
el seno puro de la Virgen «vuelve a engendrar a los hombre
Dios» (Adv. haer., IV, 33, 11: PG 7, 1.080). Le hacen eco s
Ambrosio, que afirma: «Una Virgen ha engendrado la salvació
mundo, una Virgen ha dado la vida a todas las cosas» (Ep. 63
PL 16, 1.198); y otros Padres, que llaman a María «Madre d
salvación» (Severiano de Gabala, Or. 6 de mundi creatione,
PG 54, 4; Fausto de Riez, Max Bibl. Patrum VI, 620-621)
En el medievo, san Anselmo se dirige a María con estas pala
«Tú eres la madre de la justificación y de los justificados, la m
de la reconciliación y de los reconciliados, la madre de la salv
y de los salvados» (Or. 52, 8: PL 158, 957), mientras que ot
autores le atribuyen los títulos de «Madre de la gracia» y «M
de la vida».
5. El título «Madre de la Iglesia» refleja, por tanto, la profun
convicción de los fieles cristianos, que ven en María no sólo
madre de la persona de Cristo, sino también de los fieles. Aq
que es reconocida como madre de la salvación, de la vida y d
gracia, madre de los salvados y madre de los vivientes, con
derecho es proclamada Madre de la Iglesia.
El Papa Pablo VI habría deseado que el mismo concilio Vatica
proclamase a «María, Madre de la Iglesia, es decir, Madre de
el pueblo de Dios, tanto de los fieles como de los pastores»
hizo él mismo en el discurso de clausura de la tercera sesi
conciliar (21 de noviembre de 1964), pidiendo, además, que,
ahora en adelante, la Virgen sea honrada e invocada por tod
pueblo cristiano con este gratísimo título» (AAS 56 [1964], 3
De este modo, mi venerado predecesor enunciaba explícitam
la doctrina ya contenida en el capítulo VIII de la Lumen gent
deseando que el título de María, Madre de la Iglesia, adquirie
puesto cada vez más importante en la liturgia y en la piedad
pueblo cristiano.
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19-I
*****
La intercesión celestial de la Madre de la divina gracia
Catequesis de Juan Pablo II (24-IX-97)
1. María es madre de la humanidad en el orden de la gracia
concilio Vaticano II destaca este papel de María, vinculándolo
cooperación en la redención de Cristo.
Ella, «por decisión de la divina Providencia, fue en la tierra
excelsa Madre del divino Redentor, la compañera más gene
de todas y la humilde esclava del Señor» (Lumen gentium, 6
Con estas afirmaciones, la constitución Lumen gentium prete
poner de relieve, como se merece, el hecho de que la Virg
estuvo asociada íntimamente a la obra redentora de Cristo
haciéndose «la compañera» del Salvador «más generosa
todas».
A través de los gestos de toda madre, desde los más senci
hasta los más arduos, María coopera libremente en la obra d
salvación de la humanidad, en profunda y constante sintonía
su divino Hijo.
2. El Concilio pone de relieve también que la cooperación de M
estuvo animada por las virtudes evangélicas de la obedienci
fe, la esperanza y la caridad, y se realizó bajo el influjo del Es
Santo. Además, recuerda que precisamente de esa cooperac
deriva el don de la maternidad espiritual universal: asociada
Cristo en la obra de la redención, que incluye la regeneraci
espiritual de la humanidad, se convierte en madre de los hom
renacidos a vida nueva.
Al afirmar que María es «nuestra madre en el orden de la gra
(ib.), el Concilio pone de relieve que su maternidad espiritual
limita solamente a los discípulos, como si se tuviese que
interpretar en sentido restringido la frase pronunciada por Jes
el Calvario: «Mujer, ahí tienes a tu hijo» (Jn 19,26). Efectivam
con estas palabras el Crucificado, estableciendo una relació
intimidad entre María y el discípulo predilecto, figura tipológic
alcance universal, trataba de ofrecer a su madre como mad
todos los hombres.
Por otra parte, la eficacia universal del sacrificio redentor y
cooperación consciente de María en el ofrecimiento sacrificia
Cristo, no tolera una limitación de su amor materno.
Esta misión materna universal de María se ejerce en el cont
de su singular relación con la Iglesia. Con su solicitud hacia
cristiano, más aún, hacia toda criatura humana, ella guía la fe
Iglesia hacia una acogida cada vez más profunda de la palab
Dios, sosteniendo su esperanza, animando su caridad y s
comunión fraterna, y alentando su dinamismo apostólico
3. María, durante su vida terrena, manifestó su maternida
espiritual hacia la Iglesia por un tiempo muy breve. Sin emba
esta función suya asumió todo su valor después de la Asunci
está destinada a prolongarse en los siglos hasta el fin del mu
El Concilio afirma expresamente: «Esta maternidad de Ma
perdura sin cesar en la economía de la gracia, desde el
consentimiento que dio fielmente en la Anunciación, y qu
mantuvo sin vacilar al pie de la cruz, hasta la realización ple
definitiva de todos los escogidos» (Lumen gentium, 62).
Ella, tras entrar en el reino eterno del Padre, estando más ce
de su divino Hijo y, por tanto, de todos nosotros, puede ejerce
el Espíritu de manera más eficaz la función de intercesión ma
que le ha confiado la divina Providencia.
4. El Padre ha querido poner a María cerca de Cristo y en
comunión con él, que puede «salvar perfectamente a los que
él se llegan a Dios, ya que está siempre vivo para interceder e
favor» (Hb 7,25): a la intercesión sacerdotal del Redentor h
querido unir la intercesión maternal de la Virgen. Es una fun
que ella ejerce en beneficio de quienes están en peligro y tie
necesidad de favores temporales y, sobre todo, de la salvac
eterna: «Con su amor de madre cuida de los hermanos de su
que todavía peregrinan y viven entre angustias y peligros ha
que lleguen a la patria feliz. Por eso la santísima Virgen e
invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliado
Socorro, Mediadora» (Lumen gentium, 62).
Estos apelativos, sugeridos por la fe del pueblo cristiano, ayud
comprender mejor la naturaleza de la intervención de la Madr
Señor en la vida de la Iglesia y de cada uno de los fieles
5. El título de «Abogada» se remonta a san Ireneo. Tratando
desobediencia de Eva y de la obediencia de María, afirma qu
el momento de la Anunciación «la Virgen María se convierte
Abogada» de Eva (Adv. haer. V, 19, 1: PG VII, 1.175-1.176
Efectivamente, con su «sí» defendió y liberó a la progenitora
las consecuencias de su desobediencia, convirtiéndose en ca
de salvación para ella y para todo el género humano.
María ejerce su papel de «Abogada», cooperando tanto con
Espíritu Paráclito como con Aquel que en la cruz intercedía
sus perseguidores (cf. Lc 23,34) y al que Juan llama nuest
«abogado ante el Padre» (cf. 1 Jn 2,1). Como madre, ella def
a sus hijos y los protege de los daños causados por sus mis
culpas.
Los cristianos invocan a María como «Auxiliadora», reconoci
su amor materno, que ve las necesidades de sus hijos y es
dispuesto a intervenir en su ayuda, sobre todo cuando está
juego la salvación eterna.
La convicción de que María está cerca de cuantos sufren o
hallan en situaciones de peligro grave, ha llevado a los fiele
invocarla como «Socorro». La misma confiada certeza se exp
en la más antigua oración mariana con las palabras: «Bajo
amparo nos acogemos, santa Madre de Dios; no deseches
súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades, antes bi
líbranos siempre de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendi
(Breviario romano).
Como mediadora maternal, María presenta a Cristo nuestr
deseos, nuestras súplicas, y nos transmite los dones divino
intercediendo continuamente en nuestro favor.
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26-I
María Mediadora
Catequesis de Juan Pablo II (1-X-97)
1. Entre los títulos atribuidos a María en el culto de la Iglesia
capítulo VIII de la Lumen gentium recuerda el de «Mediador
Aunque algunos padres conciliares no compartían plenament
elección (cf. Acta Synodalia III, 8, 163-164), este apelativo
incluido en la constitución dogmática sobre la Iglesia, confirm
el valor de la verdad que expresa. Ahora bien, se tuvo cuidad
no vincularlo a ninguna teología de la mediación, sino sólo
enumerarlo entre los demás títulos que se le reconocían a M
Por lo demás, el texto conciliar ya refiere el contenido del títu
«Mediadora» cuando afirma que María «continúa procurándo
con su múltiple intercesión los dones de la salvación etern
(Lumen gentium, 62).
Como recuerdo en la encíclica Redemptoris Mater, «la media
de María está íntimamente unida a su maternidad y posee
carácter específicamente materno que la distingue del de l
demás criaturas» (n. 38).
Desde este punto de vista, es única en su género y singularm
eficaz.
2. El mismo Concilio quiso responder a las dificultades
manifestadas por algunos padres conciliares sobre el térmi
«Mediadora», afirmando que María «es nuestra madre en el o
de la gracia» (Lumen gentium, 61). Recordemos que la media
de María es cualificada fundamentalmente por su maternid
divina. Además, el reconocimiento de su función de mediad
está implícito en la expresión «Madre nuestra», que propon
doctrina de la mediación mariana, poniendo el énfasis en
maternidad. Por último, el título «Madre en el orden de la gra
aclara que la Virgen coopera con Cristo en el renacimient
espiritual de la humanidad.
3. La mediación materna de María no hace sombra a la únic
perfecta mediación de Cristo. En efecto, el Concilio, después
haberse referido a María «mediadora», precisa a renglón seg
«Lo cual, sin embargo, se entiende de tal manera que no qui
añada nada a la dignidad y a la eficacia de Cristo, único
Mediador» (ib., 62). Y cita, a este respecto, el conocido texto
primera carta a Timoteo: «Porque hay un solo Dios, y tambié
solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hom
también, que se entregó a sí mismo como rescate por todos
Tm 2,5-6).
El Concilio afirma, además, que «la misión maternal de María
con los hombres de ninguna manera disminuye o hace somb
la única mediación de Cristo, sino que manifiesta su eficaci
(Lumen gentium, 60).
Así pues, lejos de ser un obstáculo al ejercicio de la única
mediación de Cristo, María pone de relieve su fecundidad y
eficacia. «En efecto, todo el influjo de la santísima Virgen en
salvación de los hombres no tiene su origen en ninguna nece
objetiva, sino en que Dios lo quiso así. Brota de la
sobreabundancia de los méritos de Cristo, se apoya en s
mediación, depende totalmente de ella y de ella saca toda
eficacia» (ib.).
4. De Cristo deriva el valor de la mediación de María, y, po
consiguiente, el influjo saludable de la santísima Virgen «favo
y de ninguna manera impide, la unión inmediata de los creye
con Cristo» (ib.).
La intrínseca orientación hacia Cristo de la acción de la
«Mediadora» impulsa al Concilio a recomendar a los fieles q
acudan a María «para que, apoyados en su protección mate
se unan más íntimamente al Mediador y Salvador» (ib., 62
Al proclamar a Cristo único Mediador (cf. 1 Tm 2,5-6), el text
la carta de san Pablo a Timoteo excluye cualquier otra media
paralela, pero no una mediación subordinada. En efecto, ante
subrayar la única y exclusiva mediación de Cristo, el auto
recomienda «que se hagan plegarias, oraciones, súplicas
acciones de gracias por todos los hombres» (1 Tm 2,1). ¿No
acaso, las oraciones una forma de mediación? Más aún, se
san Pablo, la única mediación de Cristo está destinada a prom
otras mediaciones dependientes y ministeriales. Proclamand
unicidad de la de Cristo, el Apóstol tiende a excluir sólo cualq
mediación autónoma o en competencia, pero no otras form
compatibles con el valor infinito de la obra del Salvador.
5. Es posible participar en la mediación de Cristo en vario
ámbitos de la obra de la salvación. La Lumen gentium, despu
afirmar que «ninguna criatura puede ser puesta nunca en el m
orden con el Verbo encarnado y Redentor», explica que la
criaturas pueden ejercer algunas formas de mediación en
dependencia de Cristo. En efecto, asegura: «Así como en
sacerdocio de Cristo participan de diversa manera tanto lo
ministros como el pueblo creyente, y así como la única bonda
Dios se difunde realmente en las criaturas de distintas mane
así también la única mediación del Redentor no excluye sino
suscita en las criaturas una colaboración diversa que particip
la única fuente» (n. 62).
En esta voluntad de suscitar participaciones en la única medi
de Cristo se manifiesta el amor gratuito de Dios que quier
compartir lo que posee.
6. ¿Qué es, en verdad, la mediación materna de María sino u
del Padre a la humanidad? Por eso, el Concilio concluye: «
Iglesia no duda en atribuir a María esta misión subordinada
experimenta sin cesar y la recomienda al corazón de sus fie
(ib.).
María realiza su acción materna en continua dependencia d
mediación de Cristo y de él recibe todo lo que su corazón qu
dar a los hombres.
La Iglesia, en su peregrinación terrena, experimenta
«continuamente» la eficacia de la acción de la «Madre en el o
de la gracia».
[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español
3-
EL TEMA MARIANO EN LOS ESCRITOS DE FRANCISCO DE
por Sebastián López, o.f.m.
Cuando Francisco quiere expresar su opción fundamental
. cristiana, dice así: «Yo, el hermano Francisco, pequeñuelo, qu
seguir la vida y pobreza de nuestro altísimo Señor Jesucristo y
su santísima Madre y perseverar en ella hasta el fin» (UltVol 1
Con esto dice y proclama dos cosas: la centralidad del seguim
de Jesucristo en su experiencia cristiana, referida además y
enteramente, como veremos, al Padre, al Hijo y al Espíritu Sa
protagonistas decisivos y principales de la salvación, y la inev
y forzosa implicación de la Virgen en la persona, vida y destin
Jesús.
Desde esta doble constatación toman camino precisamente e
páginas, que quieren acercarse al tema mariano en los escrito
Francisco. Y dos etapas tendrá nuestro caminar por las peque
y humildes páginas de los textos del Pobrecillo: en la primera,
que dedicamos este artículo, haremos el inventario de lo que l
escritos dicen sobre la Señora, teniendo en cuenta además el
contexto mariológico del siglo XII y también algunas de las
instancias mariológicas de hoy. En la segunda, que será objet
un próximo artículo, presentaremos la contemplación mariana
Francisco dentro de su confesión y experiencia cristiana, a la
de estas palabras de la Exhortación Apostólica de Pablo VI
Marialis cultus, n. 25: «Ante todo, es sumamente conveniente
los ejercicios de piedad a la Virgen María expresen clarament
nota trinitaria y cristológica que les es intrínseca y esencial. En
efecto, el culto cristiano es por su naturaleza culto al Padre, al
y al Espíritu Santo, o, como se dice en la liturgia, al Padre por
Cristo en el Espíritu».
En los escritos de Francisco encontramos, además de las dos
oraciones dirigidas a la Virgen (SalVM y OfP Ant), las siguient
referencias a ella:
-- «Salve, María, llena de gracia, el Señor está contigo (Lc 1,2
(ExhAD 4).
-- «... y por los méritos e intercesión de la beatísima Virgen...»
(ParPN 7).
-- «... y nació de la bienaventurada Virgen santa María» (OfP 1
-- «Este Verbo del Padre, tan digno, tan santo y glorioso,
anunciándolo el santo ángel Gabriel, fue enviado por el mismo
altísimo Padre desde el cielo al seno de la santa y gloriosa Vir
María, y en él recibió la carne verdadera de nuestra humanida
fragilidad. Y, siendo Él sobremanera rico, quiso, junto con la
bienaventurada Virgen, su Madre, escoger en el mundo la
pobreza» (2CtaF 4-5).
-- «... si la bienaventurada Virgen es tan honrada, como es jus
porque lo llevó en su santísimo seno...» (CtaO 21).
-- «Además, yo confieso todos los pecados al Señor Dios..., a
bienaventurada María, perpetua virgen...» (CtaO 38).
-- «Ved que diariamente se humilla (el Hijo de Dios), como cua
desde el trono real descendió al seno de la Virgen» (Adm 1,16
-- «Y (nuestro Señor Jesucristo) fue pobre y huésped y vivió d
limosna tanto Él como la Virgen bienaventurada y sus discípul
(1 R 9,5).
-- «Y los ministros... vendrán al capítulo de Pentecostés junto
iglesia de Santa María de la Porciúncula» (1 R 18,2).
-- «Y te damos gracias porque... quisiste que Él, verdadero Di
verdadero hombre, naciera de la gloriosa siempre Virgen beat
santa María» (1 R 23,3).
-- «Y a la gloriosa madre y beatísima siempre Virgen María, a
bienaventurados..., les suplicamos humildemente, por tu amor
que, como te agrada, por estas cosas te den gracias a ti, sum
Dios...» (1 R 23,6).
-- «... porque cada una será reina en el cielo coronada con la
Virgen María» (ExhCl 6).
-- «Y tampoco estamos obligadas a ayunar en las Pascuas, co
lo ordena el escrito de san Francisco; ni en las festividades de
Santa María y de los santos apóstoles...» (3CtaCl 36).
-- «Yo, el hermano Francisco, pequeñuelo, quiero seguir la vid
pobreza de nuestro altísimo Señor Jesucristo y de su santísim
Madre...» (UltVol 1).
La lectura de las oraciones y de los textos que acabamos de
transcribir nos permiten hacer ya las siguientes constatacione
1. María desde la fe y en lo esencial de su misterio
En contraste con el siglo XII, tan abundante y fervoroso en su
contemplación mariana, la referencia a la Virgen en los escrito
Francisco, según se desprende de los textos que acabamos d
transcribir y exceptuadas las oraciones, es rápida, de pasada
y como de quien recita el Credo que sólo quiere decir su fe y l
esencial de la misma. Ateniéndonos por tanto a lo que dicen lo
escritos que poseemos de Francisco, éstas serían las dos not
más principales que caracterizan su contemplación mariana:
Contemplación desde la fe. Francisco nombra, celebra y conte
a la Virgen en cuanto tiene que ver con Dios y su salvación, e
cuanto relacionada con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo en
comunicación, por nosotros y por nuestra salvación, en Jesuc
quien tomó la verdadera carne de nuestra humanidad y fragilid
en el seno de María (2CtaF 4). Las demás posibles
contemplaciones de la Virgen (como personaje histórico, como
mujer o como ideal de perfección, etc.), aun afirmándolas y
proclamándolas como veremos, están vistas y contempladas
desde el santo amor del Padre, que quiso que su Hijo naciera
nuestra salvación, de la gloriosa siempre Virgen beatísima san
María (1 R 23,3), resumen de toda la fe y de todo el Credo
cristiano. Lo mismo hay que decir de la relación de Francisco
la Virgen que los escritos recogen y señalan. Cuando Francisc
alaba, confía y se encomienda a María, lo hace también desde
fe que sabe que ella está presente y cercana en lo que llamam
la comunión de los santos: en la comunión de todos con Cristo
la fe y el Espíritu Santo, de la que ella fue la primera y principa
beneficiaria por su vinculación a su Hijo en el Espíritu Santo y
sí de su fe y de su entrega.
Para Francisco, que tanto en el tema mariano como en los de
de su confesión cristiana «remite indefectiblemente a la fe», é
es el espacio en el que la Virgen tiene interés y sentido, está
presente e interviene a nuestro favor.
Y la fe es también la que le permitió ver y contemplar lo esenc
del misterio mariano, segundo punto que queríamos destacar
como característica general de su visión de María. Desde la fe
Francisco ha acertado a contemplar a la Virgen en su relación
vinculación, única e insuperable, con Jesucristo, la Palabra de
Padre que recibió en su seno la verdadera carne de nuestra
humanidad y fragilidad; y, desde ella, en su relación con la
Trinidad, y en su relación con los hombres. Y aunque no se
entretenga en su desarrollo, como sucede con otros temas de
confesión cristiana que contienen sus escritos y como además
lógico en quien no intenta exponer un capítulo de teología sino
expresar, junto con sus hermanos, la fe que vivían y que
respaldaba su vida de seguimiento de Jesús, la verdad es que
tema mariano está vinculado en sus escritos con los temas ra
y fundamentales de su vida al estilo y forma de Jesús: el
seguimiento, la vida en desapropiación y desinstalación de los
pobres, Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo en su acción y
comunicación salvadora en Jesucristo, y la obligada respuesta
la criatura en acción de gracias y operación. Por supuesto que
es todo lo que, desde la fe, cabe decir de la Virgen; pero es lo
fundamental y lo más principal del misterio de la que, con el á
Francisco saluda: «Salve, María, llena de gracia, el Señor está
contigo».
2. Títulos de la Virgen
En las oraciones y textos a que nos estamos refiriendo se
encuentran trece títulos o nombres de la Virgen, que aparecen
total de veintiséis veces en sólo seis de los escritos de Francis
Los siguientes: Virgen, Madre, Hija, Esclava, Esposa, Señora,
Reina, Virgen hecha Iglesia, Palacio de Dios, Tabernáculo de
Casa de Dios, Vestidura de Dios. Once de ellos en el Saludo d
Virgen María; cuatro en la Antífona del Oficio de la Pasión; cu
en la primera Regla; tres en la segunda Carta a los Fieles; dos
la Carta a toda la Orden, y uno en la primera Admonición. La
imagen que dichos títulos o nombres esbozan de María acent
sobre todo lo que Dios ha hecho en ella y con ella; lo que ella
desde la acción de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, y desde
relación con ellos, más que su actitud acogedora y responsiva
que neguemos que también esta dimensión está presente en
Imagen que está en línea con la primacía y anterioridad de la
acción de Dios, de lo objetivo sobre lo subjetivo, que Francisc
confiesa tantas veces en sus escritos. En ellos, como es sabid
Señor es el que da la gracia de hacer penitencia, el que condu
los leprosos, el que da la fe, o el que hace y dice todo bien.
3. Los adjetivos que coronan su nombre
El nombre y los títulos a que nos hemos referido en el número
anterior van acompañados en los escritos, como sucede cuan
nombra a Dios, a las personas de la Trinidad y a Jesucristo, d
o más adjetivos que los califican. Los siguientes: Santa, Glorio
Beatísima, Bienaventurada, Perpetua Virgen, siempre Virgen,
Santísima, santísimo seno.
Francisco proclama con ellos, como hace la Iglesia en su liturg
gloria, la bienaventuranza y la santidad de la Virgen por su
referencia a Jesucristo bienaventurado, santo y glorioso, y, de
Él y por Él, a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo que sin principi
fin es bendito y glorioso. Sólo desde la fe en Jesús, Hijo de Di
Hijo de María, se llega a descubrir la grandeza y dignidad de
María, su Madre, viene a decir Francisco.
4. Privilegios y misterios marianos
Las oraciones y los textos de los escritos a que nos venimos
refiriendo recogen los siguientes privilegios y misterios marian
maternidad divina, la perpetua virginidad, la plenitud de gracia
mediación. Pero los recogen sin entretenerse en precisar su
contenido y significado como hacía la teología de su tiempo, e
que san Bernardo, por ejemplo, se detiene en explicar el senti
de la maternidad divina, los distintos momentos de su virginida
su plenitud de gracia y su mediación.
No se recogen, sin embargo, otros privilegios marianos como
Inmaculada Concepción, su glorificación corporal en la Asunci
su maternidad espiritual.
En cuanto a los distintos misterios de la vida de la Virgen o de
vida de Jesús en los que ella está presente, y de los cuales la
liturgia de la Iglesia celebraba ya algunos en aquel tiempo,
Francisco en sus escritos sólo se refiere a la Anunciación y al
Nacimiento de Jesús. Poco o muy poco en comparación con l
los Evangelios presentan y sobre todo con lo que el siglo XII, t
rico y generoso en obras mariológicas, ofrece.
5. La dimensión humana e histórica de María
Los escritos subrayan la dimensión humana e histórica de la
Virgen con la alusión a su nacimiento, al colocarla entre las
mujeres de este mundo, con la repetición, por nueve veces, de
nombre; al referirse a su realidad corporal con la expresión «in
útero»; y al contemplarla ligada al destino de pobreza de su H
Sin ser mucho, es suficiente como testimonio de que la Virgen
la contemplación de Francisco era de carne y hueso, vivió en
nuestro mundo y fue parte de nuestra historia y no algo irreal o
mítico. Contemplación de María en su real e histórica humanid
que tiene que ver con la preocupación de Francisco por subra
verdadera carne de nuestra humanidad y fragilidad que la Pal
del Padre recibió en su seno (2CtaF 4). Aspecto de su confesi
cristológica repetidamente proclamado en sus escritos y con u
clara postura anticátara además.
6. Primacía y principalidad de la maternidad divina
Los escritos se refieren a ella, con el nombre expreso de «Ma
en cinco lugares; cuatro textos hablan del descenso del Hijo d
Dios al seno de la Virgen o de su nacimiento del seno de Marí
texto llama a Jesucristo, dirigiéndose a María, «tu Hijo»; en ot
dos la cercanía de la Virgen a su Hijo está suponiendo, nos
parece, la maternidad; y, por fin, el Saludo a la Virgen está
polarizado en el título y en la realidad de Madre del Señor que
según los comentaristas, constituye la cumbre de todo el escr
lo que los distintos «ave» después cantan y admiran. Francisc
confiesa con ello, y de una forma además sencilla y concreta,
que la teología no ha dejado de proclamar, más o menos
claramente, desde el principio: la maternidad divina de María,
relación única que, desde ella, tiene con Jesucristo, el Hijo am
del Padre, es la raíz y la razón de la Virgen en lo cristiano y es
también su explicación. María está vinculada para siempre a l
persona de Jesús. María tiene toda su razón de ser en Jesús.
María está ligada y comprometida con su vida, condición y de
María manifiesta a Jesús. María es la gloria de Jesús.
7. Subrayado de su maternidad fisiológica
El repetido «in útero» (en el útero, o en el seno), al que ya nos
hemos referido, lo proclama con claridad y con la intención ad
de confesar, como también hemos indicado ya, la real e histór
humanidad del Hijo de Dios, frente a los cátaros, única forma
confesar uno de los artículos fundamentales de su cristología:
Hijo de Dios es nuestro hermano.
8. El título de Virgen
Es uno de los títulos que los escritos dan con más frecuencia
María. Catorce veces. Frecuencia debida, con toda probabilida
influjo en Francisco de la liturgia, uno de los caminos más
principales de su profundización en la confesión y experiencia
cristiana. Para G. Lauriola, sin embargo, el repetido uso del tít
de Virgen en los escritos se debería a que Francisco consider
don de la virginidad, más como una función o signo de la divin
del Hijo de Dios encarnado, que como un estado o manera de
sobre todo teniendo en cuenta el contexto en el que dicho títu
aparece.
9. Funcionalidad de la Virgen santa y gloriosa
La fe y la teología saben gozosamente que también la Virgen,
persona, vida y destino, es para la salvación, como lo es
Jesucristo, nacido de su seno, que por nosotros y por nuestra
salvación bajó del cielo. Ni Jesús ni María, su Madre, son para
Son para los demás, para la salvación de todos. Francisco ha
acertado a presentar a María como la encrucijada en la que se
encuentran la Palabra del Padre que desciende de su seno, y
verdadera carne de nuestra humanidad y fragilidad que recibe
seno de la Virgen. María es, aunque no se diga expresamente
para la salvación que realiza y es Jesús, que quiso el Padre q
naciera del seno de la Virgen. Con ello afirma Francisco la
fundamental funcionalidad de María, además de señalar las o
dos que realiza en la comunión de los santos: dar gracias al P
e interceder por nosotros.
10. Relación de María con la Trinidad
En las dos oraciones de Francisco a la Señora, su contemplac
se centra fundamentalmente en la relación del Padre, del Hijo
Espíritu Santo con la Virgen, a quien el Padre elige, y con el H
amado y el Espíritu Santo Paráclito consagra (SalVM 2); y en
relación de la Virgen con el Padre, de quien es esclava e Hija;
el Hijo, de quien es Madre, y con el Espíritu Santo, de quien e
Esposa (OfP Ant 2). Dicha contemplación es frecuente en los
autores del Siglo XII. En Francisco tiene además un contexto
abundante de textos trinitarios. Y, aunque no sea posible seña
hasta qué punto dichos textos responden a una experiencia re
la Trinidad en su vida cristiana y evangélica, sí es cierto que, t
en ellos como en las dos oraciones a la Virgen, Francisco asu
proclama la fe de la Iglesia en lo que es «lo específicamente
cristiano», la Trinidad. Sus escritos permiten además afirmar q
lectura o la escucha del Evangelio de san Juan, el capítulo XV
sobre todo, le ha servido para ahondar y profundizar su fe en
Trinidad por el camino de la contemplación de las relaciones d
Padre y del Hijo que dicho Evangelio tanto destaca y que son,
parecer, la fuente de su visión de la vida cristiana, de la vida d
penitentes, como vida de relación con el Padre, con el Hijo en
Espíritu Santo, el Espíritu del Señor que mora en ellos. El tem
referido a santa Clara y sus hermanas, aparece ya en la Form
vida para santa Clara, primer escrito que se nos conserva de
Francisco (1212-1213). Indudable la importancia en Francisco
la confesión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo como orig
principio de todo; de la contemplación de Jesús en su relación
el Padre; del Espíritu Santo como Espíritu del Señor y como q
habitando en nosotros, nos relaciona con el Padre como hijos
con el Hijo como hermanos, madres y esposos. De ahí que la
contemplación de la Virgen en sus relaciones con la Trinidad e
en consonancia con una de las dimensiones más principales d
confesión y experiencia cristiana de Francisco.
11. Señora pero cercana
Por razones sociológicas y por el redescubrimiento de la verda
carne de nuestra humanidad y fragilidad que el Hijo de Dios re
del seno de la Virgen y que lo hizo hermano nuestro, existe ho
como una especie de alergia a todo lo que aparezca con ribet
singularidad y eminencia. Así se llamaban precisamente dos d
principios mariológicos de los que se servían los teólogos en s
estudio de la Virgen. Hoy preferimos la igualdad y nivelación d
todos en todo. Desde aquí, entre otras causas, hemos descub
a la Virgen mujer y hermana; a la Virgen de la noche oscura d
fe; a la Virgen de quien el Señor miró su humillación.
En cuanto a Francisco, ya lo hemos indicado, hay en él una
decidida contemplación de María desde el quehacer salvador
Dios que se le entrega en la comunión de personas de la Trini
eligiéndola y consagrándola como habitación y morada suya,
puede dar la impresión de que la aleja y distancia de nosotros
Pero los títulos del Saludo a la Virgen, como los de la Antífona
Oficio de la Pasión, además de ser antes florones de Dios que
María, aunque por supuesto la coronen de gloria y de
bienaventuranza, son también, aunque en otro orden, gloria y
bienaventuranza de todos los elegidos que, por la habitación d
Espíritu del Señor en ellos, son hijos del Padre, y esposos,
hermanos y madres de nuestro Señor Jesucristo (2CtaF 48-53
Teniendo en cuenta, además, que Francisco contempla a la V
ligada y comprometida en la vida de pobreza de su Hijo, hay q
decir que los títulos de Señora, Reina, y los demás que se
contienen en el Saludo a la Virgen y en la Antífona del Oficio d
Pasión, no le han hecho olvidar la cercanía y vecindad que tie
con nosotros por su vinculación con el que, «siendo sobreman
rico, quiso, junto con la bienaventurada Virgen, su Madre, esc
en el mundo la pobreza» (2CtaF 5).
12. Más Madre que Reina
Así decía santa Teresa del Niño Jesús que se figuraba a la Vi
Francisco, que tenía por delante casi un siglo de fervor marian
el que los nombres de Madre de misericordia y Madre nuestra
repetían con frecuencia, nunca da a la Virgen el nombre de M
de los hombres. Pero, creemos que tampoco se puede afirma
prevalezca en él una visión de María como Reina y Señora, ya
sólo una vez recibe María en los escritos dichos nombres. Por
teniendo en cuenta la imagen de la Virgen que intercede por
nosotros, imagen dos veces presente en sus escritos, el
paralelismo entre la Antífona del Oficio de la Pasión y 2CtaF 4
junto con FVCl 1, y que, según el Saludo a la Virgen, nos hace
participar en sus virtudes (SalVM 6), nos inclinamos a pensar
la actitud maternal de María hacia nosotros no está ausente d
escritos de Francisco.
13. La enteramente fiel
El Padre santo y justo..., que quiso que su Hijo naciera de la
gloriosa siempre Virgen beatísima santa María (1 R 23,3), no
sirvió de ella como si fuese sólo un mero instrumento útil para
fines salvadores. «El santísimo Padre del cielo la eligió y la
consagró con su santísimo Hijo amado y el Espíritu Santo
Paráclito» (SalVM 2), pero también habló con ella: «Esta Pala
del Padre, tan digna, tan santa y gloriosa, la anunció el altísim
Padre desde el cielo, por medio de su santo ángel Gabriel, en
seno de la santa y gloriosa Virgen María, de cuyo seno recibió
verdadera carne de nuestra humanidad y fragilidad» (2CtaF 4
María respondió, nos dice la revelación en palabras de Lucas
Hubo por tanto un diálogo entre el Padre y la Virgen, revelado
respeto de Dios frente a la libertad de María y de la respuesta
consciente y responsable de ella a Dios. Así lo ha destacado
desde el principio la reflexión de la fe de la Iglesia. El tema de
Virgen, nueva Eva, subraya precisamente, desde san Justino
Ireneo, la fe y obediencia de María frente a la desobediencia d
Eva. Y el tema de la Virgen que concibe la carne de Cristo en
tan repetido por san Agustín y otros, proclama lo mismo. Tem
que encontramos también, ampliamente desarrollados, en los
autores del siglo XII, entre ellos san Bernardo. El Concilio Vati
II recoge ambos temas, consagrándolos con su autoridad y
proclamando en consecuencia la importancia de la fe de María
acoge y consiente, libre y conscientemente, a la Palabra de D
en este estupendo texto: «Pero el Padre de la misericordia qu
que precediera a la encarnación la aceptación de la Madre
predestinada... Así María, hija de Adán, al aceptar el mensaje
divino, se convirtió en Madre de Jesús, y al abrazar de todo
corazón y sin entorpecimiento de pecado alguno la voluntad
salvífica de Dios, se consagró totalmente como esclava del Se
a la persona y a la obra de su Hijo, sirviendo con diligencia al
misterio de la redención con Él y bajo Él, con la gracia de Dios
omnipotente. Con razón, pues, piensan los santos padres que
María no fue un instrumento puramente pasivo en las manos d
Dios, sino que cooperó a la salvación de los hombres con fe y
obediencia libres» (LG 56). Los escritos de Francisco no son
demasiado explícitos en señalar el asentimiento y consentimie
de María al anuncio del Padre. Ciertamente lo apuntan al llam
esclava e hija del Padre, madre del Hijo y esposa del Espíritu
Santo (OfP Ant), teniendo en cuenta, sobre todo, los lugares
paralelos de 2CtaF 48-53 y FVCl, en los que la respuesta del
hombre a la acción de Dios se indica con toda claridad; tambié
presentar a María vinculada y comprometida en la vida y desti
de pobreza de su Hijo, con lo que extiende y alarga expresam
su consentimiento más allá del momento de la anunciación. T
la vida de María es comunión con la persona y la vida de la
Palabra del Padre que recibió en su seno la verdadera carne d
nuestra humanidad y fragilidad. Pero, además, pocas cosas h
acentuado Francisco tanto en la vida del Evangelio de sus
hermanos como la respuesta en adoración, alabanza, fe-
esperanza-caridad y en operación, a la comunicación salvado
Dios Trino en Jesucristo, que tiene en los temas fundamentale
la vida del Evangelio su expresión mayor: el seguimiento, la
observancia del Evangelio y el deseo del Espíritu del Señor y
santa operación, coreada por otros muchos textos de sus escr
como, por ejemplo, la segunda Carta a los fieles, vv. 14-62, y
capítulo 23 de la primera Regla.
14. María en la comunión de los santos
A lo largo de estas páginas hemos destacado varias veces, en
contemplación mariana de Francisco, la relación que María tie
que además la constituye, con Jesucristo y, desde Él y por Él,
la Trinidad y con los hombres, dentro del designio de salvació
santo amor del Padre, de su generosidad. Pero hay en los esc
unas pocas frases que lo subrayan con una fuerza especial y
nos obligan a insistir en ello. Éstas: «Con la santísima Virgen,
Madre» (2CtaF 5); «Ruega por nosotros junto con el arcángel
Miguel y todas las virtudes del cielo y con todos los santos, an
santísimo Hijo amado, Señor y maestro» (OfP Ant 2); «Y a la
gloriosa Madre y beatísima siempre Virgen María... y a todos l
santos... les suplicamos humildemente que... por estas cosas
den gracias a ti, sumo Dios verdadero... con tu queridísimo Hi
nuestro Señor Jesucristo y el Espíritu Santo Paráclito» (1 R 23
Frases en las que la preposición «con» señala claramente la
compañía, la unión, la comunión, al fin, de María con Jesucris
con el Espíritu Santo y con todos los santos: lo que llamamos
comunión de los santos, que tiene una espléndida expresión e
último texto citado.
Texto en el que María aparece, junto con todos los santos que
fueron, y serán, y son, arrastrada en la acción de gracias del
queridísimo Hijo, Jesucristo, y del Espíritu Santo al Padre porq
envuelta antes en el santo amor del Padre que ha querido nue
salvación por el nacimiento de Jesucristo de su seno (1 R 23,3
Así ve Francisco a la Virgen y también todas las cosas: envue
en la luz del amor con que el Padre ama al Hijo (1 R 23,54), y
acción de gracias con que el Hijo, junto con el Espíritu Santo,
responde al Padre (1 R 23,5). Francisco es el hombre comuni
hombre con los demás. Y así ha visto también a la Virgen: con
Jesús, con el Espíritu Santo, con los santos y con los hombres
desde su mediación. La Virgen solidaria, fraterna, en comunió
por eso precisamente, la Virgen Iglesia, la Virgen acogedora d
gloria de Dios, manifestada en la humillación del camino y vida
Jesús, que la convierte en templo suyo.
15. María y la capilla de Santa María de los Ángeles
La capilla de Santa María de los Ángeles fue para Francisco c
para expresar su devoción a María, y medio también para
profundizar en su piedad hacia ella. De lo primero dan fe sus
biógrafos, y de lo segundo tenemos como testimonio comprob
el Saludo a la Virgen compuesto precisamente en honor de nu
Señora de los Ángeles, la de la ermita de la Porciúncula.
Síntesis conclusiva
Nos habíamos propuesto ofrecer en esta primera parte un
inventario del tema mariano en los escritos de Francisco: texto
que se refieren a la Virgen, títulos que se le dan, misterios
principales de su vida que se contemplan, aspectos y detalles
se subrayan. Recoger, al fin, todo lo que en los escritos hace
referencia a la Señora. Resumiendo nuestro camino por las
páginas de los escritos, cabe recoger en los siguientes puntos
ideas principales:
a) La imagen de la Virgen que en ellos se perfila: La Virgen co
mujer de nuestro mundo y de nuestra historia; la Virgen como
Madre en la doble dimensión de su maternidad, la biológica y
divina; la Virgen en su vinculación singular con Jesucristo y en
seguimiento de lo que resume y define la vida de su Hijo, la
pobreza; la Virgen en su relación con la Trinidad y en su relac
con nosotros, desde la comunión de los santos.
b) El desde dónde de su contemplación mariana: Desde la fe,
como única forma de descubrir su relación singular con Jesuc
como salvador y, desde Él y por Él, con el Padre, el Hijo y el
Espíritu Santo en su comunicación salvadora a nosotros; y de
descubrir también su comunión con nosotros que, como ella,
aunque después de ella y gracias a su maternidad, hemos sid
admitidos también, por el Espíritu del Señor, a ser hijos del Pa
hermanos y madres de Jesús. Y desde la gratuidad del santo
del Padre que le obligó a contemplarla como obra de la gracia
como la que tampoco puede gloriarse sino en su Señor.
c) La conexión del tema mariano con los temas mayores de su
experiencia cristiana: La Trinidad, en su comunicación salvado
hombre; Jesucristo, en su realidad humana e histórica, en su
camino de pobreza y humillación; Jesucristo, en la dimensión
divina de su filiación; y Jesucristo, en su triunfo que lo constitu
Señor y Rey, y al que asocia a la Virgen, la Señora y santa Re
la Iglesia, como la comunión de los que creen, se convierten y
siguen a Cristo, de la que María forma parte, en la que alaba y
gracias al Padre, y en la que intercede por nosotros.
[Sebastián López, O.F.M., El tema mariano en los escrit
Francisco de Asís, en Selecciones de Franciscanismo, vol. X
47 (1987) 171-186.- En esta versión electrónica hemos supr
las notas y muchas de las citas que lleva el or
MARÍA, SIGNO DEL AMOR DEL PADRE
1. Una estrella en el camino
El camino de la fe es el camino de la vuelta al Padre. Es el ca
que recorremos todos los creyentes, desde el momento en qu
Padre nos regala el don de la vida y deja inscrita en nosotros,
como su firma, el ansia de regresar a su seno para verle cara
. cara: «Nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto
mientras no descansa en ti» (San Agustín, Confesiones, 1,1).
Ese camino, revelado en plenitud por Cristo, ha sido recorrido
María, la primera discípula, que ya ha llegado a la casa del Pa
nos muestra la posibilidad del seguimiento desde la debilidad
condición humana.
Pero, al realizar este camino de forma ejemplar, María nos ha
desvelado también en su misterio cotidiano un lado inédito y c
inexplorado del mismo Dios, cuyas entrañas se describen en e
Antiguo Testamento con las imágenes de una mujer que se
conmueve, agita, gime y da a luz, quedando atada para siemp
su criatura. María nos muestra permanentemente el rostro
maternal del Padre amoroso y compasivo, cuya misericordia ll
a sus fieles de generación en generación. Por saber ser hija, D
le ha concedido ser testigo e icono de su paternidad.
De ahí que los cristianos, al recorrer ese itinerario, largo y a ve
incomprensible, de nuestra fe personal y también de la fe de
nuestra comunidad eclesial, necesitemos volver nuestra mirad
María, testigo de la misericordia de Aquel que está al final del
camino. Ella nos hace comprender también nuestro destino de
hijos y testigos.
2. «Lanza gritos de gozo, hija de Sión» (Sof 3,14; Lc 1,46-55)
María nace en el seno de una comunidad creyente, es hija de
Israel. Su historia es la historia concreta de un pueblo que con
la esclavitud, la tribulación por el desierto, su infidelidad, el
destierro… Pero, sobre todo, de un pueblo que conoce la Alia
de Dios, su promesa de salvación universal y su fidelidad
misericordiosa de generación en generación. Desde pequeña
aprendido a conocer y esperar en Yahvé como su salvador. E
heredera de una tradición que ha visto cómo el designio salvíf
de Dios se revelaba en sus mujeres, Sara, Rebeca, Raquel,
Miriam, Débora, Ana, Judit, Esther… como anuncio del
cumplimiento de la promesa hecha a Eva.
En María se encarna y condensa, sobre todo, la historia del R
de Israel, de esos pobres de Yahvé que ya no tienen nada que
perder y por ello lo esperan todo del Señor; que no tienen dón
agarrarse y por ello están siempre abiertos a la acción de Dios
sus vidas: «Yo dejaré en medio de ti un pueblo humilde y pobr
en el nombre de Yahvé se cobijará el resto de Israel. Lanza gr
de gozo, hija de Sión, lanza clamores, Israel, alégrate y exulta
todo corazón, hija de Jerusalén» (Sof 3,12-14).
María representa el ansia de plenitud del cumplimiento de la
promesa, ansia generada en ese pequeño rebaño que ha creí
en Yahvé. Ella ha experimentado el amor de Dios, ese amor
misericordioso que la hace siempre nueva, convirtiéndola en l
joven virgen con quien el mismo Dios quiere desposarse. Por
en María se va a suprimir el pasado adúltero de Israel y va a
comenzar una historia nueva, virgen; un pueblo nuevo, la Igles
Dice una profecía de Oseas: «Yo te desposaré conmigo para
siempre, te desposaré conmigo en justicia y en derecho, en am
en compasión, te desposaré conmigo en fidelidad, y tú conoce
Yahvé» (Os 2,21-22). Este anuncio se cumple en María, quien
proclama con gozo en el Magníficat (cf. Lc 1,46-55).
María nos hace ver que nosotros, como creyentes, somos tam
hijos de un pueblo, del pueblo de Dios; y además, de lo mejor
ese pueblo: del amor de Dios creído y experimentado, de la
confianza en él a través de todas las dificultades. Una larga
cadena de creyentes, la mayoría anónimos y sencillos, nos ha
transmitiendo la experiencia de Dios. De ahí que digamos con
Pablo: «Damos gracias a Dios Padre, que nos ha hecho comp
la herencia del pueblo santo en la luz» (Col 1,12). Pero tambié
como sucedió en María, se espera de nosotros que seamos
capaces de asumir esa tradición, purificarla y transmitirla a otr
Dios espera de nosotros que seamos capaces de hacer una Ig
más esposa fiel del Señor, una Iglesia que reconozca el amor
responda con amor.
3. «Hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,26-38)
En el momento histórico de la Anunciación, la promesa se hac
historia; la Palabra se hace carne. Ese momento histórico y
concreto, que acontece en el corazón y en la carne de María,
comienzo en el tiempo de la misión del Hijo y del Espíritu San
Por eso María, en la encarnación, es la primera que conoce a
Yahvé como misterio trinitario; y, durante un tiempo, sólo ella
conocerá este misterio. Yahvé es el Padre de Aquel que ella h
aceptado llevar en su seno. Y el poder del Altísimo que la fecu
es el Espíritu Santo. La respuesta confiada y libre de María no
abre al conocimiento de la intimidad de Dios: la comunión trini
Y este conocimiento tan profundo de Dios implica el
descubrimiento de la riqueza insondable de su amor, que no s
se realiza en las relaciones intradivinas, sino que desea
encontrarse también con cada ser humano. El encuentro con
revela el misterio del amor de Dios: «Porque tanto amó Dios a
mundo que dio a su Hijo único para que todo el que crea en é
perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3,16).
Ante la revelación suprema del amor, María responde también
amor total. Porque ella no dice simplemente «sí», sino «hágas
voluntad», como una aceptación de lo desconocido, como un
de entrega incondicional a Aquél por quien es amada. María p
decir «hágase tu voluntad», no porque la conoce, sino porque
mucho. Su respuesta es posible porque, ante la llamada del P
no se mira a sí misma, ni mide sus fuerzas, sino que se fía de
en este diálogo amoroso se va gestando una armonía de
voluntades que permite que el abandono y la confianza en el O
se encarne en lo cotidiano. Es la aceptación de un itinerario no
marcado, donde la entrega mutua se renueva en cada instante
se entremezcla con un discernimiento no exento de dudas y
dificultades.
En María comprendemos que todo nuestro itinerario es tambié
una historia de amor. Una historia en la que la iniciativa ha sid
otro, que se nos revela y nos invita a la confianza. En la medid
que somos capaces de fiarnos de Él y nos abandonamos a su
designios, Él nos va descubriendo cada día más el insondable
misterio de su amor. Pero no somos nosotros los que hemos d
marcar ni el modo ni el ritmo: hemos de aceptar «ser llevados
además, por caminos no siempre previstos ni comprendidos. Y
que el amor siempre exige morir a mí mismo.
4. «Y a ti misma una espada te atravesará el alma» (Lc 2,33-3
Durante la gestación, la Palabra que habita en el seno de Mar
cubriéndose de huesos, nervios, carne, piel. Pero la maternida
María no acaba en el parto. La maternidad de María es un «sí
constante, una continua donación, no sólo de vida física, sino
algo más. Es la donación de un modo de ser humano. María e
aquella que enseña a Jesús a ser humano: le enseña a sonre
hablar, a responder, a rezar… le enseña la intimidad, la ternur
le enseña a mirar y a vivir. Jesús aprende a querer. Es Dios q
deja ser humano por y en un ser humano.
Esta historia rutinaria propia de cualquier madre, en María va
entrelazada con la experiencia de saberse elegida por Dios pa
una misión que no siempre entiende. El «no temas» del anunc
del ángel recorre toda esta historia desde Nazaret hasta la cru
Porque a María le alcanzará también la espada de la prueba y
duda. Así se lo profetiza Simeón: «Y a ti misma, una espada t
atravesará el alma» (Lc 2,35). En efecto, la experiencia de su
maternidad es una experiencia ambivalente en el tiempo. Por
parte, durante el largo tiempo que dura la gestación y después
vida oculta de Jesús, María descubre muchas veces cómo se
ratifica la elección de Dios. Pero por otra parte, el tiempo pare
jugar en contra: a medida que el acontecimiento de la anuncia
se aleja, el tiempo se convierte en desierto, y como en la histo
de Abrahán o del Éxodo, la voluntad de Dios se desdibuja a p
de la promesa. El período que transcurre desde la promesa ha
el cumplimiento, es un tiempo de prueba y también, como Jes
el desierto, el tiempo de la tentación.
Entre los momentos de desconcierto por las maneras de cump
la voluntad del Padre, se encuentran las tres ocasiones en qu
Jesús, en presencia de María, cambia los parentescos. La prim
es el episodio de Jesús adolescente en el Templo: «Mira, tu p
y yo, angustiados, te andábamos buscando. Él les dijo: Y ¿po
me buscabais? ¿No sabíais que yo debo estar en la casa de m
Padre?» (Lc 2,48-49). La segunda sucede en pleno ministerio
público de Jesús: «Llegan su madre y sus hermanos, y
quedándose fuera, le envían a llamar… Le dicen: "Oye, tu ma
tus hermanos están fuera y te buscan". Él les responde: "¡Qui
mi madre y mis hermanos?" Y mirando en torno a los que esta
sentados a su alrededor, dice: "Estos son mi madre y mis
hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi herm
mi hermana y mi madre"» (Mc 3,31-35). Este aparente despeg
Jesús, que imaginamos muy duro para su madre, nos descub
una maternidad vivida en tensión: un hijo que es y no es al mi
tiempo. Y este cuestionamiento de las certezas más profunda
los lazos de la carne por las exigencias de la voluntad del Pad
avanza de modo progresivo hasta alcanzar su culmen en el
Calvario. «Mujer, ahí tienes a tu hijo» (Jn 19,26). Y María acep
cambio. A los pies de la cruz, María, unida perfectamente a C
en su despojamiento, manifiesta el amor incondicional que no
abandona nunca.
Toda la obra de la redención tiene como finalidad el hacernos
verdaderos hijos. María es la hija perfecta del Padre, que nos
enseña a ser hijos por su identificación total de su Hijo en la c
Allí se inaugura un orden nuevo, en el que los que aman y cum
la voluntad de Dios son la madre y los hermanos de Jesús, y
donde la madre de Jesús es la madre de los que la cumplen.
Como su Hijo, María «aprendió sufriendo a obedecer» (Hb 5,8
enseñándonos así que sólo la cruz hace verdaderos hijos.
Y también en esto, por saber ser hija, se convertirá en madre:
hija dolorosa se convertirá en madre de todos los que sufren.
5. «Haced lo que Él os diga» (Jn 2,1-12)
Las bodas de Caná se sitúan en la primera semana del minist
de Jesús, y prefiguran la última. En Caná, María cumple la mis
de acercar el Salvador a los necesitados de salvación. Por un
parte, muestra a Jesús la necesidad del mundo: «No tienen vi
es decir, son incapaces de amar porque les falta el Espíritu. P
por otra, dirige la mirada de los hombres hacia el dador de la v
autor de la salvación: «Haced lo que él os diga». De este mod
propicia el encuentro salvador convirtiéndose en intercesora, e
«Madre de misericordia».
Pero sólo al pie de la cruz descubrirá el costo de esta sublime
misión: la restauración de la amistad entre Dios y los hombres
va a suponer a María, como a Jesús, ser víctima. Para ser ma
de amor es preciso convertirse en ofrenda de amor.
El proceso que vemos en María, su paso de hija a madre, de
receptora del amor de Dios a transmisora del mismo amor, se
cumple también en cada uno de los creyentes. Todos somos
llamados a ser hijos de Dios e instrumentos de su paternidad.
Pero, como en María, la participación en la paternidad de Dios
exige «darlo todo», hasta el extremo; nadie puede dar vida sin
«su» vida. Es la ley que hemos descubierto en Jesús: si no qu
sufrir, no ames, pero, si no amas… ¿para qué quieres vivir?
6. Reunidos con María (Hch 1,12-14)
«Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espír
compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y
sus hermanos» (Hch 1,14). Después de haber visto al Resucit
los discípulos esperan en oración la llegada del Espíritu. Y no
saben hacerlo sin la presencia de María, recuerdo vivo, image
perfecta de Jesús.
En Caná, en el Calvario, en Pentecostés, María aparece
acompañando a los discípulos. Y, de escena en escena, su fu
se va desvelando y enriqueciendo. En Caná comenzó como m
humana de Jesús y acabó siendo intermediaria de la salvación
el Calvario, al identificarse con la suprema entrega de Jesús, s
convirtió en madre de los discípulos, engendradora de creyen
En Pentecostés, cuando el Espíritu que ella poseía desde el
principio se difunde sobre los apóstoles, se transforma en
portadora del Espíritu para los demás, en «Madre de la Iglesia
Toda esta trayectoria personal de María nos descubre la funci
de la Iglesia, a la que ella encarna y representa: ser mediador
madre de creyentes, transmisora de la vida del Espíritu. Pero
desde el servicio y la entrega, desde la asociación a la muerte
Jesús. La Iglesia, como María, está llamada a ser fuente de am
canal por el que llega el amor del Padre. Y, para ello, necesita
también testigo y ejemplo de amor.
María, la excelsa hija de Sión, ayuda a todos los hijos, donde
como quiera que vivan, a encontrar en Cristo el camino hacia
casa del Padre; ella es «Hodoghitria», «indicadora del camino
como expresa bellamente la iconografía de Oriente y Occiden
Pero es también algo más: icono de la meta, signo y
representación viva del amor del Padre que nos espera.
Oración (Juan Pablo II)
Oh Virgen santísima,
madre de Cristo y madre de la Iglesia,
con alegría y admiración
nos unimos a tu Magníficat,
a tu canto de amor agradecido.
Tú que has sido,
con humildad y magnanimidad,
«la esclava del Señor»,
danos tu misma disponibilidad
para el servicio de Dios
y para la salvación del mundo.
En tu corazón de madre
están siempre presentes los muchos peligros
y los muchos males
que aplastan a los hombres y mujeres
de nuestro tiempo.
Pero también están presentes
tantas iniciativas de bien,
las grandes aspiraciones a los valores,
los progresos realizados
en el producir frutos abundantes de salvación.
Virgen valiente,
inspira en nosotros fortaleza de ánimo
y confianza en Dios,
para que sepamos superar
todos los obstáculos que encontremos
en el cumplimiento de nuestra misión.
Virgen madre,
guíanos y sosténnos para que vivamos siempre
como auténticos hijos e hijas
de la Iglesia de tu Hijo
y podamos contribuir a establecer sobre la tierra
la civilización de la verdad y del amor,
según el deseo de Dios
y para su gloria. Amén.
*****
Sugerencias para la oración personal
¿Orar a la Virgen? ¿Por qué no? Los cristianos del siglo II ya
dirigían a María, con esta hermosa plegaria, la más antigua qu
conocemos:
«Bajo tu protección nos acogemos,
santa Madre de Dios;
no deseches las súplicas
que te dirigimos en nuestras necesidades;
antes bien, líbranos de todo peligro,
oh Virgen gloriosa y bendita».
María, es nuestra madre; María está junto a su Hijo y junto al
Padre; ¿cómo no les va a pedir por nosotros? Y cuando las
mujeres se empeñan… Ya lo vimos en las Bodas de Caná.
¿Y a los santos? En una de las visiones del cielo que aparece
el libro del Apocalipsis se dice: «Los veinticuatro ancianos se
postraron delante del Cordero. Tenía cada uno una cítara y co
de oro llenas de perfumes, que son las oraciones de los santo
(Ap 5,8). Los que ya disfrutan de la gloria de Dios participan
plenamente de su amor hacia todos los hombres y, por ello,
interceden constantemente por ellos. A nosotros nos es dado
invocarles para que suplan la pobreza de nuestra oración. De
modo, se hace efectivo ese intercambio maravilloso de mérito
la Iglesia llama «comunión de los santos
LA MADRE DE JESÚS
María no es una
especie de
añadidura piadosa
y sentimental al
evangelio. Su
persona forma
parte esencial de
la vida de Jesús y
de su misión. En
ella Dios ha
realizado cosas
que nos afectan a
todos. Y, además,
a través de ella
Dios nos quiere decir cosas que importan mucho a
nuestra vida. En una palabra, María es también,
junto a Jesús, evangelio de Dios para nuestra
salvación, «Buena Noticia» para la humanidad.
Ante todo, porque es la madre de Jesús y, como tal,
el lugar donde se realizó el misterio de la
encarnación. Su función maternal nos permite
descubrir la verdad del Verbo de Dios que asume la
naturaleza humana, sin destruirla, en la unidad de la
persona divina. Y por esta relación tan íntima con el
misterio de Cristo, María ocupa también un lugar
privilegiado y único en la vida de la Iglesia y de cada
uno de los creyentes. Ella es la primera y la más
perfecta discípula de Cristo, modelo de fe y espejo
en que se mira todo el pueblo de Dios. Ella, por
voluntad expresa de Cristo, es también la madre de
todos los discípulos, a los que acompaña en su
peregrinación por este mundo hasta la identificación
plena con Cristo.
1. Elegida desde toda la eternidad
«Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su
Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para
rescatar a los que se hallaban bajo la ley, para que
recibieran la filiación adoptiva (Gál 4,4-5). Con estas
palabras, que constituyen el texto mariano más
antiguo del Nuevo Testamento, San Pablo explica el
cumplimiento del plan divino de salvación; un plan
concebido desde toda la eternidad, que abarca a
todos los hombres y en el que María ocupa un lugar
privilegiado. En efecto, si es verdad que Dios «nos
eligió en la persona de Cristo, antes de crear el
mundo, para que fuésemos santos e irreprochables
ante él por el amor» (Ef 1,4), estas palabras se
aplican de manera especial a la mujer destinada a
ser madre del Autor de la salvación. Desde toda la
eternidad Dios escogió a una hija de Israel para ser
la madre de su Hijo.
2. Hija de Sión
«Al sexto mes, envió Dios al ángel Gabriel a una
ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una joven
prometida a un hombre llamado José, de la estirpe
de David; el nombre de la joven era María» (Lc 1,2627). En esta joven judía de Nazaret se cumplen
todas las promesas de esa etapa preparatoria,
prevista en el plan divino de salvación, que es el
Antiguo Testamento. Así lo reconoce la propia
Virgen cuando, al dar gracias a Dios por las
maravillas que ha obrado en ella, afirma que, de este
modo, Dios «auxilia a Israel, su siervo, acordándose
de su misericordia, como lo había prometido a
nuestros padres, en favor de Abraham y su
descendencia para siempre» (Lc 1,54-55). No es
extraño, pues, que la misión de María la veamos
anunciada y preparada a lo largo de toda la Antigua
Alianza. Ya en los albores de la humanidad es
insinuada proféticamente en la promesa dada a
nuestros primeros padres caídos en el pecado (cf.
Gén 3,15). Será también prefigurada en todas
aquellas historias de mujeres en las que Dios
muestra la fidelidad a su promesa escogiendo lo que
se consideraba impotente y débil: Sara, Ana,
Débora, Rut, Judit, Ester… En ella se reflejará la fe
contra toda esperanza de Abraham y la fidelidad de
David, sus antepasados. Ella será la verdadera
«virgen que concebirá y dará a luz un hijo, cuyo
nombre será Emmanuel» (Is 7,14). Y ella encarnará
la humildad y la confianza de los «pobres de
Yahvé», que todo lo esperaban de Dios. Por todo
ello, María es la excelsa «hija de Sión» en la que,
después de la larga espera de la promesa, se
cumple el plazo y se inaugura el nuevo plan de
salvación. En María culmina el Antiguo Testamento y
comienza el Nuevo.
3. Llena de gracia
«Y entrando el ángel a donde ella estaba, le dijo:
Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc
1,28). Para ser la Madre del Salvador, María fue
dotada por Dios con dones a la medida de una
misión tan importante. El Padre la ha bendecido
«con toda clase de bendiciones espirituales, en los
cielos, en Cristo» (Ef 1,3), más que a ninguna
persona creada. Cuando el ángel Gabriel la llama
«llena de gracia», como si este fuera su verdadero
nombre, está manifestándole una predilección
especial de Dios, que ha elevado su ser por la
participación plena en la vida divina, convirtiéndola
en «mujer nueva». Y como esta plenitud de vida
divina es incompatible con el pecado, María fue
preservada de la herencia del pecado original en el
primer instante de su concepción, por singular gracia
y privilegio de Dios omnipotente.
Esta santidad singular que recibió desde el principio
de su ser, le vino toda ella de Cristo. Ella fue
redimida de la manera más sublime en atención a
los méritos futuros de su Hijo. De modo que María
recibió la vida sobrenatural de Aquel al que ella
misma iba a dar la vida natural.
4. Madre de Dios
«El ángel le dijo: No temas, María, pues Dios te ha
concedido su favor. Concebirás y darás a luz un hijo,
al que pondrás por nombre Jesús. Él será grande,
será llamado Hijo del Altísimo» (Lc 1,30-32). El que
María concibe como hombre y se hace
verdaderamente su hijo según la carne, no es otro
que el Hijo eterno del Padre, la segunda Persona de
la Santísima Trinidad. Con ello Dios realiza la
plenitud de su donación, ya que se da a sí mismo
haciéndose uno de nosotros. El Verbo, que desde
siempre estaba en Dios y era Dios, se hizo carne y
habitó entre nosotros (cf. Jn 1,1-14). Y esto sucedió
en las entrañas de María, que vivió el privilegio
misterioso y tremendo de «engendrar a quien la
creó», como canta la Iglesia. Por eso, ya Isabel la
saludó como «la Madre de mi Señor» (Lc 1,43), y la
Iglesia confiesa que es verdaderamente «Madre de
Dios».
La maternidad divina de María es el origen y la
explicación de todos sus privilegios, y el fundamento
de su misión única en la historia de la salvación.
Para ser Madre de Dios, el Eterno la predestinó, la
eligió y le concedió la plenitud de gracia. Por ser
Madre de Dios, María es instrumento y cauce de la
entrega de Dios a la humanidad, portadora de la
salvación, Madre de los hombres, y especialmente
de los creyentes.
5. Siempre Virgen
«María dijo al ángel: ¿Cómo será esto, si yo no
conozco varón? El ángel le contestó: El Espíritu
Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te
cubrirá con su sombra; por eso el que va a nacer
será santo y se llamará Hijo de Dios» (Lc 1,34-35).
Jesús fue concebido sin intervención de varón, por
obra del Espíritu Santo, como explicó también un
ángel a José, con quien María estaba prometida:
«Lo concebido en ella viene del Espíritu Santo» (Mt
1,20). Las palabras del ángel sugieren la explicación
de esta obra divina que sobrepasa toda comprensión
y toda posibilidad humana: la concepción virginal de
Jesús es el signo de que es verdaderamente el Hijo
de Dios el que ha venido en una humanidad como la
nuestra, y, además, por iniciativa absoluta de Dios.
Por eso Jesús no tiene más Padre que a Dios: es
Hijo de Dios en sus dos naturalezas, la divina y la
humana. Con ello se anuncia también el nuevo
nacimiento de los hijos de Dios por adopción, que
somos nosotros. Nuestra participación en la vida
divina tampoco nace «de la sangre, ni de deseo
carnal, ni de deseo de hombre, sino de Dios» (Jn
1,13).
La profundización de la fe en la maternidad virginal
ha llevado también a la Iglesia a confesar la
virginidad real y perpetua de María: «Virgen antes
del parto, en el parto y después del parto.» Esta
virginidad perpetua es un signo de la fe de María, es
decir, de su entrega total y exclusiva a Dios.
6. Modelo de fe
«Dichosa la que ha creído que se cumplirían las
cosas que le fueron dichas de parte del Señor» (Lc
1,45). La plenitud de gracia, anunciada por el ángel,
significa el don de Dios; la fe de María, proclamada
en estas palabras de Isabel en la visitación, indica
cómo ha respondido a este don la Virgen de
Nazaret. Ya en el momento de la anunciación María
responde a la palabra divina proclamada por el ángel
con la entrega de todo su ser: «Aquí está la esclava
del Señor, hágase en mí según tu palabra» (Lc
1,38). Por medio de la fe, María se confió a Dios sin
reservas y se consagró totalmente a sí misma, como
esclava del Señor, a la persona y a la obra de su
Hijo. Esto fue como su bautismo.
Pero ese momento culminante de la anunciación no
fue más que el inicio de todo un camino de fe, en el
que María tuvo que ir reconociendo progresivamente
con humildad «cuán insondables son los designios
de Dios e inescrutables sus caminos» (Rom 11,13).
Así, en el anuncio de Simeón (cf. Lc 2,34-35), en la
persecución de Herodes (cf. Mt 2,13), en el exilio (cf.
Mt 2,15) y en la pérdida del niño (cf. Lc 2,41-52),
María aprende, meditando los acontecimientos en lo
hondo de su corazón, que tendrá que vivir su
obediencia de fe en el sufrimiento, al lado del
Salvador que sufre, y que su misión será oscura y
dolorosa. Y este abandono total en el Dios
imprevisible culminará para ella al pie de la cruz,
cuando tenga que acoger con fe el desconcertante
misterio del total rebajamiento de Dios en la muerte
de su Hijo. Aquí vivió de forma plena la verdad de su
bautismo: la participación en la muerte de Cristo.
Esta fe de María, que la convirtió en Madre del Hijo,
hizo también de ella la primera discípula de Jesús y
el modelo viviente para la Iglesia y para todo
cristiano. Como ella y con ella, todos los demás
discípulos, incorporados por el bautismo al destino
de Cristo, escuchamos con fe la palabra de Dios, la
acogemos, la proclamamos y la testimoniamos, e
interpretamos a su luz los acontecimientos de la
vida, entregándonos con total confianza en manos
de Aquel que, por caminos oscuros y muchas veces
dolorosos, nos construye y conduce.
7. Madre de todos los hombres
«Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo a
quien tanto quería, dijo a la madre: Mujer, ahí tienes
a tu hijo. Después dijo al discípulo: Ahí tienes a tu
madre. Y desde aquel momento, el discípulo la
recibió como suya» (Jn 19,26-27). Esta escena
emocionante nos descubre otra gran verdad sobre
María: de su maternidad divina ha surgido su
maternidad respecto a todos los hombres en el
orden de la gracia. Ella, en efecto, colaboró de
manera totalmente singular en la obra del Salvador
por su fe, esperanza y ardiente amor, para
restablecer la vida sobrenatural de los hombres; y
esta maternidad perdura hasta la plena realización
de todos los escogidos, como nos enseña la misma
palabra de Dios.
Ya en el primer episodio de la actividad pública de
Jesús, las bodas de Caná, la vemos incorporada a la
misión salvífica de Jesús abogando en favor de las
necesidades y privaciones de los hombres, «No
tienen vino» (Jn 2,3), e indicando las exigencias que
deben cumplirse para que pueda manifestarse el
poder de Jesús, «Haced lo que él os diga» (Jn 2,5).
Pero es al pie de la cruz, en el momento culminante
de la salvación, donde María es entregada por Jesús
como madre a todos y a cada uno de sus discípulos,
y, en ellos, a todos los hombres, destinatarios de la
entrega sacrificial de Jesús. Esta nueva maternidad
de María es fruto del nuevo amor que maduró en ella
junto a la cruz por medio de su participación en el
amor redentor de su Hijo. Porque la misión maternal
de María hacia los hombres no oscurece ni
disminuye la única mediación de Cristo, sino que
muestra su eficacia, como proclamó el Concilio
Vaticano II: «Todo el influjo de la Santísima Virgen
en la salvación de los hombres brota de la
sobreabundancia de los méritos de Cristo, se apoya
en su mediación, depende totalmente de ella y de
ella saca toda su eficacia» (Lumen gentium, 60). En
otras palabras, es Cristo quien nos ama y nos salva
a través de la solicitud maternal de María.
8. Aclamada por todas las generaciones
«Todas las generaciones me llamarán
bienaventurada» (Lc 1,48). Esta predicción de la
misma Virgen en el «Magníficat» se cumple
efectivamente en el amor y la veneración con que el
pueblo cristiano de todos los tiempos y latitudes ha
honrado a María.
La piedad de la Iglesia hacia la Santísima Virgen es
un elemento intrínseco del culto cristiano.
Ciertamente, este culto se dirige fundamentalmente
al Padre por el Hijo en el Espíritu Santo, reflejando
así el mismo plan salvador de Dios. Pero, como
María ocupa un puesto singular dentro de este plan
salvador, el culto cristiano dedica también una
atención singular a la Virgen María. Manifestación de
este culto mariano son las numerosas fiestas
litúrgicas dedicadas a la Madre de Dios, las
bellísimas oraciones con que la tradición se ha
dirigido constantemente a ella, y las múltiples
devociones con que el pueblo cristiano honra la
presencia y protección de la que considera su
Abogada.
La devoción a María es, ante todo, derivación del
culto al único Mediador, Cristo, y, a su vez, es
instrumento eficaz para incrementarlo. Este es el
sentido de esa doble fórmula acuñada por una
espiritualidad ya secular: «A Jesús por María y a
María por Jesús»; expresión sencilla y admirable de
la unidad inseparable de Madre e Hijo. Sólo desde
María entendemos el misterio de Jesús, y sólo
desde Jesús entendemos la importancia de María.
Por otra parte, el culto y devoción a María nos hace
recordar constantemente la misión del Espíritu
Santo, autor de la encarnación, de su santificación y
de la nuestra. Francisco de Asís tuvo el atrevimiento
sublime de llamar a María «Esposa del Espíritu
Santo».
Y, por último, el amor a María contribuye a fortalecer
en nosotros el amor a la Iglesia, ya que nos hace
sentir más profundamente los lazos que nos unen a
todos los creyentes y percibir la misión de la Iglesia
en el mundo como continuación de la solicitud
maternal de María. El Concilio Vaticano II la
proclamó como «miembro muy eminente y del todo
singular de la Iglesia», como «prototipo y modelo de
la Iglesia» y como «Madre de la Iglesia». Es decir, lo
que fue María en el hogar de Nazaret, lo sigue
siendo en esta nueva familia universal que reúne a
todos los hermanos de Jesús.
Historia del dogma de la Inmaculada Concepción
por Pascual Rambla, o.f.m.
1.- ¿Evolucionan los dogmas de la Iglesia? Tal podría ser la
pregunta que se formulase el lector. Sí y no. No evolucionan
su contenido, es decir, lo que hoy es verdadero, mañana o
dentro de un siglo no vendrá a ser falso; pero sin evolucionar
lo que afirman o niegan, pueden evolucionar y evolucionan en
conciencia que de ellos va adquiriendo la misma Iglesia. Par
poner una comparación, cada dogma (que vale lo mismo qu
una verdad revelada por Dios) es una semillita que el mism
Cristo ha sembrado en el campo fecundo de su Iglesia; semi
.
que germina, crece y se desarrolla cuando las circunstancias
favorecen. Sino que, en nuestro caso, el tempero lo da el mis
Espíritu Santo, aquel espíritu de verdad del que decía Cristo
los Apóstoles: «Cuando yo me vaya, Él os guiará y os enseña
toda verdad, recordándoos cuanto os dije». No todo lo que Je
hizo o dijo quedó escrito, ni tampoco cuanto enseñaron los
Apóstoles que de Él recibieron el depósito de la fe. Pero nada
perdió. Parte de sus enseñanzas, las no escritas, quedaron
como en el subconsciente de la Iglesia, y aflora cuando suena
hora de la Providencia, en forma tan clara y patente, que muc
veces no puede ser ahogada ni por la autoridad de los Doctor
como en el caso de nuestro dogma.
2.- Porque el dogma de la Inmaculada Concepción de María
de los clásicos para demostrar la fuerza inmanente que llev
toda doctrina divina depositada en la parcela de Dios, que es
reunión de los fieles con sus Pastores y el Sumo Pontífice
romano, que los preside.
3.- Lo vamos a constatar en la Historia del dogma. No siend
éste de los que la Sagrada Escritura consigna con claridad
absoluta, fue necesario, para llegar a la definición del mismo
escudriñar lo que enseñó la tradición y acudir al común sentir
la Iglesia.
I.- La Inmaculada Concepción en los primeros siglos
En los primeros siglos del cristianismo, los Santos Padres no
propusieron el problema de la Concepción Inmaculada de Ma
Recuérdese lo que hemos dicho en el capítulo primero de
nuestro Tratado, al propósito. Pero la doctrina sobre el privile
de María está contenida, como el árbol en la semilla, en las
enseñanzas de los mismos Padres al contraponer la figura d
María a la de Eva en relación con la caída y la reparación de
género humano; al exaltar, con palabras sumamente
encomiásticas, la pureza admirable de la Virgen; y al tratar so
la realidad de su maternidad divina. Tres principios de la cien
sobre María que dejaron firmísimamente sentados los primer
Doctores de la Iglesia.
1.º El principio de recapitulación
1.- Con estas palabras: principio de recapitulación, recirculaci
o reversión, es conocida la doctrina patrística sobre el plan div
de la salvación del género humano.
2.- A los antiguos Padres llamó poderosísimamente la atenció
no menos que a nosotros, el bello vaticinio sobre la Redenció
humana contenido en el Protoevangelio. Y habiendo escrito S
Pablo que Cristo es el nuevo Adán, completaron sin esfuerzo
paralelismo, contraponiendo María a Eva. Apenas podrá halla
un Santo Padre que no eche mano de este recurso al hablar
la Redención. Y es tan constante la doctrina, tan universal e
principio, que no es posible no admitir que arranque de la mis
tradición apostólica.
3.- Citemos, por todos, a San Ireneo: «Así como aquella Eva
teniendo a Adán por varón, pero permaneciendo aún virgen
desobediente, fue la causa de la muerte, así también María
teniendo ya un varón predestinado, y, sin embargo, virgen
obediente, fue causa de salvación para sí y para todo el géne
humano... De este modo, el nudo de la desobediencia de Ev
quedó suelto por la obediencia de María. Lo que ató por su
incredulidad la virgen Eva, lo desató la fe de María Virgen». E
decir, que como un nudo no se desata sino pasando los cabo
por el mismo lugar, pero a la inversa, así la redención se obró
modo idéntico, pero a la inversa de la caída.
4.- Este paralelismo, que contiene dos aspectos, semejanza
contraposición, está repetido, según acabamos de decir, com
un principio básico al tratar de María. Y como es fácil
comprender, no alcanza toda su fuerza sino poniendo los
extremos de la contraposición en igualdad de circunstancias
Eva, virgen e inocente, es causa de la ruina del género huma
María, Virgen e inocente también, causa de su salvación; Ev
adornada desde el momento de su existencia de la gracia,
reclama, en la comparación, a María, también con la gracia
desde el primer momento de su ser.
La legitimidad del principio de recapitulación ha sido declarad
por el Papa Pío IX en su Bula dogmática sobre la Inmaculad
2.º Exaltación de la pureza de María
1.- Un coro unánime de voces proclama a María purísima, s
mancha, la más sublime de las criaturas, etc. En esta univers
aclamación de la pureza de María ha de haber, necesariamen
un principio general que la impulse. Los Santos Padres de l
antigüedad no estaban mucho más informados que nosotro
sobre la vida de la Virgen. ¿Qué les mueve, pues, a afirmar c
tanto énfasis, con tanta seguridad, que María no admite
comparación en su grandeza y elevación moral con criatura
alguna? Su divina Maternidad. Evidentemente, sus alabanza
arrancan del principio que más tarde formuló San Anselmo: «
Madre de Dios debía brillar con pureza tal, cual no es posibl
imaginar mayor fuera de la de Dios». Ahora bien, para admitir
Concepción Inmaculada, caso de proponerse la pregunta, n
necesitaban cambiar de rumbo. Bastaba sacar las
consecuencias del principio sentado y admitido.
2.- Leamos algo de estas loas dedicadas a la Virgen.
San Hipólito, mártir, dice: «Ciertamente que el arca de mader
incorruptibles era el mismo Salvador. Y por esta arca, exenta
podredumbre y corrupción, se significa su tabernáculo, que n
engendró corrupción de pecado. Pues el Señor estaba exento
pecado y estaba, en cuanto hombre, revestido de maderas
incorruptibles, es decir, de la Virgen y del Espíritu Santo, po
dentro y por fuera, como de oro purísimo del Verbo de Dios».
en otra parte llama a María, «toda santa, siempre Virgen, san
inmaculada Virgen».
En las actas del martirio de San Andrés, apóstol, se leen esta
palabras que el Santo dirigió al Procónsul: «Y puesto que d
tierra fue formado el primer hombre, quien por la prevaricació
del árbol viejo trajo al mundo la muerte, fue necesario que, d
una virgen Inmaculada, naciera hombre perfecto el Hijo de Di
para que restituyera la vida eterna que por Adán perdieron lo
hombres». Aunque estas actas, como algunos opinan, no se
genuinas, es decir, contemporáneas de San Andrés, tienen u
venerable antigüedad y nos atestiguan lo que entonces se
pensaba de la Santísima Virgen.
San Efrén de Siria, apellidado Arpa del Espíritu Santo, canta
este modo a la Virgen: «Ciertamente tú (Cristo) y tu Madre so
los únicos que habéis sido completamente hermosos; pues en
Señor, no hay defecto, ni en tu Madre mancha alguna». Y e
otras partes llama a María, Inmaculada, incorrupta, santa,
alejada de toda corrupción y mancha, mucho más
resplandeciente que el sol, etc.
San Ambrosio pone en labios del pecador: «Ven, pues, Seño
Jesús, y busca a tu cansada oveja, búscala, no por los siervos
por los mercenarios, sino por ti mismo. Recíbeme, no en aque
carne que cayó en Adán. No de Sara, sino de María, virgen
incorrupta, íntegra y limpia de toda mancha de pecado».
Y San Jerónimo: «Proponte por modelo a la gloriosa Virgen
cuya pureza fue tal, que mereció ser Madre del Señor».
La lista podría alargarse muchísimo más. La conclusión es l
siguiente: los Santos Padres no se proponen la pregunta sob
la Inmaculada Concepción, pero son tales las alabanzas qu
dirigen a la pureza de María, que, caso de plantearse la
cuestión, hubieran llegado a la verdad por el mismo camino q
seguían. Y desde luego, lo que les impulsa a la alabanza ta
unánime y fervorosa de la pureza de María es la existencia d
una tradición que puede calificarse de apostólica, derivada de
enseñanzas de los Apóstoles.
II.- La Inmaculada Concepción hasta la Edad Media
A partir del siglo IV, la Iglesia occidental no corre parejas con
oriental en profesar la Concepción Inmaculada de María. La
herejía nestoriana que atacó directamente, única en la historia
prerrogativa máxima de la Virgen, su divina maternidad, y qu
iba extendiéndose en el siglo V, ofreció más frecuente ocasió
aun necesidad de exaltar la soberana figura de la
Bienaventurada Madre de Dios; al paso que en Occidente, e
esta misma época, el hereje Pelagio desfiguraba el concepto
pecado original y sus funestas consecuencias en los hombre
por lo que los Padres se ven constreñidos a tratar antes de l
universalidad del pecado que de la gloriosa excepción que
representa la Virgen.
Leamos algunos testimonios de una y otra Iglesia.
1.º La Iglesia oriental
1.- En la Iglesia oriental encontramos el esforzado defensor de
maternidad divina de María, San Cirilo, que escribe: «¿Cuán
se ha oído jamás que un arquitecto se edifique una casa y l
deje ocupar por su enemigo?». No se puede expresar más
claramente la idea de la Concepción Inmaculada.
Y Teodoto de Ancira: «Virgen inocente, sin mancha, santa d
alma y cuerpo, nacida como lirio entre espinas». Y en otra pa
«María aventaja en pureza a los serafines y querubines».
Proclo, secretario de San Juan Crisóstomo, en el mismo siglo
dice de María que está formada «de barro limpio», es decir, d
naturaleza humana, pero incontaminada.
2.- En el siglo VI, leemos en un himno compuesto por San Jai
Nisibeno: «Si el Hijo de Dios hubiera encontrado en María un
mancha, un defecto cualquiera, sin duda se escogiera una
madre exenta de toda inmundicia». Y a la santidad de María
califica de «Justicia jamás rota».
San Teófanes alaba así a María: «Oh, incontaminada de tod
mancha». Y en otra parte: «El purísimo Hijo de Dios, como t
hallase a Ti sola purísima de toda mancha, o totalmente inmu
de pecado, engendrado de tus entrañas, limpia de pecados a
creyentes».
San Andrés de Creta: «No temas, encontraste gracia ante Dio
la gracia que perdió Eva... Encontraste la gracia que ningún o
encontró como Tú jamás».
Y en la carta a Sergio, aprobada por el Concilio Ecuménico V
Sofronio dice de María: «Santa, inmaculada de alma y cuerp
libre totalmente de todo contagio».
En adelante, la palabra Inmaculada, Purísima, ya no se refie
directamente a la sola virginidad de María. A medida que va
adelantando los siglos se va perfilando con mayor precisión
idea de la Concepción Inmaculada.
Y así en el siglo VIII podemos leer estas palabras tan claras
San Juan Damasceno: «En este paraíso (María) no tuvo entra
la serpiente, por cuyas ansias de falsa divinidad hemos sido
asemejados a las bestias».
En los siglos IX y X se contornea aún con mayor claridad la
Concepción sin mancha de María. San José el Himnógrafo
«Inmune de toda mancha y caída, la única Inmaculada, sin
mancha, sola sin mancha», dice de la Virgen.
Y San Juan el Geómetra en un hermoso verso: «Alégrate, T
que diste a Cristo el cuerno mortal; alégrate, Tú, que fuiste lib
de la caída del primer hombre».
No es necesario proseguir porque en adelante la palabra
Inmaculada, entre los orientales, ya tiene un significado precis
concreto: la exención de María del pecado original. Además
desde el siglo VII la Iglesia oriental celebraba la fiesta de la
Inmaculada Concepción, aunque no fuera universalmente. So
el significado de la fiesta oigamos a San Juan de Eubea: «Si
celebra la dedicación de un nuevo templo, ¿cómo no se
celebrará con mayor razón esta fiesta tratándose de la
edificación del templo de Dios, no con fundamentos de piedra
por mano de hombre? Se celebra la concepción en el seno d
Ana, pero el mismo Hijo de Dios la edificó con el beneplácito
Dios Padre, y con la cooperación del santísimo y vivificante
Espíritu». Como se observará, en estas palabras se menciona
creación de María y, asimismo, su santificación, como insinúa
alusión al Espíritu Santo a quien se apropia.
2.º En la Iglesia occidental
1.- En la Iglesia occidental, el proceso hasta llegar a la confes
clara y paladina de la Concepción Inmaculada de María resu
más lento debido a circunstancias especiales que lo
entorpecieron. Pero el concepto que los Santos Padres
manifiestan tener de la grandeza espiritual y moral de la exce
Madre de Dios no desmerece ni cede en nada al de los
orientales. La admisión de una mancha en María hubiera
producido en Occidente, al igual que en el Oriente, un escánd
entre los fieles, y hubiera chocado con la idea que se profesa
sobre la santidad eximia de la Bienaventurada Virgen. Y en
efecto, de ello echó mano el hereje Pelagio para atacar a su
contrincante San Agustín, en la discusión sobre el pecado
original que aquél negaba. Juliano, discípulo del hereje, escrib
dirigiéndose al Obispo de Hipona: «Tú entregas a María al dia
por razón del nacimiento», es decir, si afirmas que el pecad
original se trasmite por generación natural, María fue súbdita
diablo, porque de esta manera descendió y de este modo fu
concebida por sus padres.
A esto contestó el Santo Doctor: «La condición del nacimiento
destruye por la gracia del renacimiento». Se discute si, con es
palabras, el santo Obispo admitió la Inmaculada Concepción
Pero es lo cierto que nuestro Doctor enseña que los pecado
actuales tienen su origen en el pecado original. «Nadie, dice
está sin pecado actual, porque nadie fue libre del original».
Ahora bien, opina que María no tuvo pecado actual alguno.
«Excepto la Virgen María, de la cual no quiero, por el hono
debido al Señor, suscitar cuestión alguna cuando se trata d
pecado... Si pudiéramos congregar todos los santos y santas
cuando aquí vivían, ¿no es verdad que unánimemente hubier
exclamado: Si dijésemos que no tenemos pecado, nos
engañamos y no hay verdad en nosotros?». Así, según el
principio que sienta el mismo Santo Doctor, hemos de conclu
que María careció del pecado original.
En esta misma época, hacia el 400, encontramos el máximo
poeta cristiano Prudencio que, interpretando la fe de la Iglesia
la pureza sin mancha de María, canta en escogidos versos: «
víbora infernal yace, aplastada la cabeza, bajo los pies de la
mujer. Por aquella virgen, que fue digna de engendrar a Dios,
disuelto el veneno, y retorciéndose bajo sus plantas, vomita
impotente su tóxico sobre la verde yerba».
2.- En el siglo V, San Máximo escribe estas palabras: «María
digna morada de Cristo, no por la belleza del cuerpo, sino por
gracia original».
Al revés de lo que sucede en Oriente, en Occidente, a medid
que van avanzando los siglos, se habla con mayor cautela so
este asunto. No que se nuble por completo la creencia en la
Concepción Inmaculada de María, pues sabemos que pront
comenzó a celebrarse su fiesta, sino que los autores
eclesiásticos, por la autoridad de San Agustín, cuya opinión
sobre este misterio es dudosa, y ante la necesidad de defend
el dogma cierto de la universalidad del pecado original y su
consecuencias, se ven constreñidos antes a tratar de este pu
que a establecer e ilustrar la excepción que constituye María a
ley universal del pecado.
Buena prueba de que la fe en este glorioso privilegio de María
quedó ofuscada nos la suministra la Liturgia. Dícese que en
siglo VII, y por obra de San Ildefonso, Arzobispo de Toledo, y
se celebraba la fiesta de la Concepción Inmaculada en Españ
Algunos, empero, dudan de la autenticidad del documento e
que se apoyan los que lo defienden.
Pero con toda seguridad se celebraba ya en el siglo IX, com
aparece por el calendario de mármol de Nápoles, que reza: «D
9 de diciembre, la Concepción de la Santa Virgen María». L
fecha de la celebración (la misma en que la celebran los
orientales) indica que la fiesta transmigró de Oriente, con el q
mantenía intensa relación comercial Nápoles. No es ésta la
única constancia que queda de la celebración litúrgica. Por lo
calendarios de los siglos IX, X y XI sabemos que se celebrab
también en Irlanda e Inglaterra.
3.- Pero, a pesar de la celebración litúrgica, el significado de
solemnidad no estaba teológicamente fijado. Y no deja de llam
la atención que fuese el Santo quizá más devoto de María qu
frenase los impulsos del pueblo cristiano, suscitando la discus
teológica más enconada de la historia de los dogmas. Me refi
a San Bernardo.
Habiendo llegado a sus oídos que los monjes de Lyón, en 114
introdujeron la fiesta, el Santo Abad les escribió una carta
vehementísima, reprobando lo que él llama una innovación
«ignorada de la Iglesia, no aprobada por la razón y desconoc
de la tradición antigua». La carta es uno de los mejores
documentos para probar la gran devoción del Santo a María
Cada vez que la nombra, la pluma le rezuma unción, y con l
inimitable galanura de estilo que le caracteriza, convence a
lector de que en todo el raciocinio no hay ni brizna de pasión
Impugna el privilegio porque así cree deber hacerlo.
A pesar del enorme prestigio del santo Doctor, su carta no que
sin réplica. El primero que replicó a la misma, Pedro Comesto
ya hace notar la confusión de San Bernardo en el asunto, y
distingue entre la concepción del que concibe, es decir, el ac
de los padres, y la concepción del ser concebido, vale decir,
concepción activa y pasiva, que ya hemos definido antes. Ni fa
tampoco, como en toda polémica, la frase dura y encendida d
parte del contradictor: «Dos veces -escribió Nicolás, monje d
San Albano- fue traspasada el alma de María: en la Pasión de
Hijo y en la contradicción de su Concepción».
Aunque la carta del Doctor Melifluo no pudo impedir la extens
de la fiesta, que cada día cobró más auge, proyectó una
influencia insospechada en las discusiones teológicas de lo
siglos posteriores.
III.- Controversia de los Escolásticos hasta el Beato Escoto
1.- Los siglos XIII y XIV son los del máximo esplendor de la
ciencia divina llamada Teología. Los que la cultivaron se llam
Escolásticos, y hubo varios centros de importancia, entre lo
más ilustres, la Sorbona de París y la Universidad de Oxford,
Inglaterra. Al comentar los Escolásticos el «Libro de las
Sentencias» de Pedro Lombardo, que les servía como de
manual y guía para dar sus lecciones, se toparon con la cuest
de la Concepción de María. Los Doctores de París se inclinar
por la opinión maculista, y los de Oxford por la inmaculista, e
decir, excluyeron a María de la común caída del pecado de
origen. La victoria quedó por éstos últimos, y concretamente p
el Beato Escoto, su más alto exponente y representante.
2.- En París, los Maestros se plantean la cuestión en estos
términos: ¿Cuándo fue santificada la Virgen María? Santifica
aquí equivale, como se verá por el contexto de toda la cuestió
a purificada. Por lo que en el mismo planteamiento del proble
ya se da algo como presupuesto y seguro: que hubo en Mar
algo que necesitaba purificación. Causa de proponerse el
problema en esos términos es el error contenido en el «Libro
las Sentencias» que comentaban. El error consistía en afirm
que el pecado original se identifica con la concupiscencia de
carne, que corrompe y mancha al alma. Y ponían un ejemplo
Como la inmundicia del recipiente hace que el vino de suyo
dulce se convierta en vinagre, así la concupiscencia de la car
que se transmite por generación natural, mancha la pureza d
alma. En su concepto, el pecado original tenía dos elemento
uno material, que es la concupiscencia de la carne, y otro form
lo propiamente llamado pecado, que es la carencia de la grac
Partiendo, pues, del principio que la carne, inficionada por la
generación natural, inficiona a su vez el alma, los Doctores d
París se preguntan: ¿Cuándo fue santificada, es decir, purifica
María de esta infección inherente a la carne?
3.- El primero en plantearse la cuestión en estos términos e
Fray Alejandro de Halés. Sienta el principio de que a «María
le otorgó cuando podía dársele», pero no saca todas las
consecuencias que de él se derivan. Y siguiendo la opinión q
acabamos de exponer sobre el pecado original, se pregunta
María fue santificada en sus padres, respondiéndose que no
pues aunque ellos fueran santísimos, su santidad no pudo
trasfundirse a la carne que concibieron. Continúa investigando
la carne de María fue purificada antes que su alma entrase
fuese infundida en la misma, y resuelve que tampoco, porque
carne no puede ser sujeto de santidad alguna ni de ninguna
gracia. Prosigue interrogando si fue santificada en el mismo
momento de infundirse el alma en el cuerpo, y se inclina tamb
por la negativa. La conclusión es que fue santificada después
la concepción, aunque antes de nacer, porque si esto se
concedió a Jeremías y al Bautista, «no puede negarse a tan
excelsa Virgen lo que a otros se concedió».
4.- Sigue por el mismo camino, y con una conclusión más
enérgica, el Doctor San Alberto Magno. Este cree ser de fe q
María fue concebida en pecado original, pues las Escrituras,
el célebre texto de San Pablo, enseñan «que en Adán todos
pecaron», y si todos, también Ella.
5.- Los dos colosos de la ciencia teológica, que continuaron
labor de enseñanza de los dos ya mencionados, prosiguen
aunque más expeditos, por el mismo sendero. Son Santo Tom
y San Buenaventura.
El Doctor Angélico, Santo Tomás, afirma y repite con insisten
en varias partes de sus obras, escritas en diversas épocas, q
María contrajo el pecado de origen. Citemos sólo lo que escri
en su obra máxima, «La Suma». «A la primera pregunta de
María fue santificada antes de recibir el alma», responde que
porque la culpa no puede borrarse más que por la gracia, cu
sujeto es sólo el alma. «A la segunda, es decir, si lo fue en e
momento de recibir el alma», responde que ha de decirse qu
«si el alma de María no hubiese sido jamás manchada con e
pecado original, esto derogaría a la dignidad de Cristo que es
en ser el Salvador universal de todos. Y así, bajo la dependen
de Cristo, que no necesitó salvación alguna, fue máxima la
pureza de la Virgen. Porque Cristo de ningún modo contrajo
pecado original, sino que fue santo en su concepción misma
según aquello de San Lucas: "El que ha de nacer de Ti, sant
será llamado Hijo de Dios". Pero la Santísima Virgen contraj
ciertamente el pecado original, si bien quedó limpia de él ant
del nacimiento». Y en otra parte se pregunta cuándo fue
santificada, y responde: «Poco después de su concepción»
A estas palabras tan claras se les ha querido dar últimamente
significado distinto, haciendo mil equilibrios para que signifiqu
que Santo Tomas no negó el privilegio de María, como si nega
entonces supusiese defecto alguno. El Santo y ponderadísim
Doctor reiría de buena gana las acrobacias intelectuales de
algunos de sus comentaristas.
San Buenaventura insinúa tímidamente la solución verdadera
la cuestión, pero se declara explícitamente partidario de la
opinión maculista. Después de exponer la opinión común,
escribe: «Algunos dicen que en el alma de la Santísima Virgen
gracia de la santificación se adelantó a la mancha del pecad
original... Esto significa, según ellos, lo que San Anselmo dice
la Santísima Virgen: que María fue pura, con pureza tan alta, q
mayor, fuera de la de Dios, no se puede imaginar. Esto no
repugna a la fe cristiana, porque la misma Virgen fue liberada
pecado original por la gracia que dependía y tenía su origen
Cristo, como las demás gracias de los Santos. Estos fueron
levantados después de caídos, la Virgen fue sostenida en el a
de caer para que no cayera, según la referida opinión». Ningu
había expuesto aún en París tan claramente, ni insinuado co
tanta precisión, los argumentos a favor de la Inmaculada. Pe
San Buenaventura se inclinó por la contraria. Tiranía de la raz
que se impuso sobre los anhelos del amor.
4.- No estaba reservada a los Doctores de París la empresa
defender el privilegio de María. Cuando la doctrina contraria a
Inmaculada Concepción era corriente entre los teólogos,
corroborada por la autoridad de los grandes maestros, «bajó a
palestra el Doctor providencial que Dios mandó a la Iglesia pa
este caso», decía el antiguo Oficio de la Inmaculada: el Bea
Juan Duns Escoto.
IV.- La intervención del Doctor Mariano
1.- El Beato Juan Duns Escoto nació en Maxton (Escocia), de
noble familia Duns. Se formó en la Universidad de Oxford, y
la misma y en París enseñó teología. Al llegar a París, la
cuestión sobre la Concepción de María estaba definitivamen
ventilada y resuelta en sentido negativo. Su doctrina sobre l
exención de María de todo pecado chocó con el ambiente
reinante en la Universidad, y, según el estilo de la época, tuv
que defender su opinión en una disputa pública con los docto
de la misma. El rotundo triunfo que alcanzó, midiendo su inge
y saber con los Maestros más renombrados, hizo aquella
discusión científica celebérrima en los anales de la Universida
aun de la Iglesia. La leyenda y la tradición, como acostumbra
con los hechos trascendentales, la han adornado con mil deta
hermosos. Las crónicas eclesiásticas aseguran que, al pasar
Doctor por los claustros de la Universidad para la discusión,
postró ante una imagen de María, implorando su auxilio, y que
marmórea imagen inclinó su cabeza. En el aula magna de l
Universidad, aguardaban al Doctor todos los Maestros. Presid
la Asamblea los Legados del Papa, presentes a la sazón en
París para negociar ciertos asuntos con el Rey. Sea de ello
que fuere, la tradición nos dice que se opusieron al Doctor
Mariano doscientos argumentos, que él refutó y pulverizó
después de recitarlos uno tras otro de memoria. El número d
argumentos, aun sin llegar a los doscientos, fue grande, porq
de los fragmentos de la disputa que han llegado hasta nosotr
se pueden recoger cincuenta. La nobilísima Asamblea se leva
aclamándole unánimemente vencedor. Una defensa similar d
privilegio mariano tuvo lugar en Colonia, donde el triunfo
alcanzado por el Defensor de María fue tal, que hasta los niñ
le aclamaban por las calles: ¡Vencedor Escoto!
Todos estos detalles de la leyenda demuestran la impresión q
causó la defensa escotista en la imaginación de los
contemporáneos que veían irremisiblemente perdida la causa
el terreno intelectual. Pero si los detalles son legendarios, que
en pie la historicidad del hecho conocido con el nombre de
Disputa de la Sorbona, como ha probado con sus estudios e
mariólogo P. Carlos Balic, conocido en todos los centros
teológicos.
2.- Pasemos a exponer la doctrina del Doctor Mariano. Notem
ante todo que el Beato Juan Duns Escoto se plantea la cuest
de modo completamente diferente al de los que le precediero
«¿Fue concebida María en pecado original?». Este modo d
preguntar no presupone ni prejuzga nada, y tiene un sentido
claro y terminante: ¿Tuvo o no tuvo el pecado original? Ello
arranca de la idea que nuestro Doctor tiene del pecado de
origen, hoy común a todos los teólogos. Para el Beato Escoto
pecado original no consiste más que en la negación de la gra
que se debiera poseer. Y por eso no ha de preguntarse nad
sobre la carne, como hacían los anteriores.
A la pregunta, pues, de si María fue concebida en pecado,
responde: No. ¿Motivos? La perfectísima Redención de su Hi
la honra y honor del mismo. Es decir, que la dificultad de los
contrarios la esgrime él como argumento casi único.
Resumámoslo: «Se afirma que en Adán todos pecaron y que
Cristo y por Cristo todos fueron redimidos. Y que si todos,
también Ella. Y respondo que sí, Ella también, pero Ella de mo
diferente. Como hija y descendiente de Adán, María debía
contraer el pecado de origen, pero redimida perfectísimamen
por Cristo, no incurrió en él. ¿Quién actúa más eximiamente,
médico que cura la herida del hijo que ha caído, o el que,
sabiendo que su hijo ha de pasar por determinado lugar, se
adelanta y quita la piedra que provocaría el traspié? Sin dud
que el segundo. Cristo no fuera perfectísimo redentor, si por
menos en un caso no redimiera de la manera más perfecta
posible. Ahora bien, es posible prevenir la caída de alguno en
pecado original. Y si debía hacerlo en un caso, lo hizo en su
Madre».
El Beato Escoto va aplicando el argumento ora desde el pun
de vista de Cristo Redentor perfectísimo, ora desde el punto
vista del pecado, ora desde el ángulo de María, llegando siem
a la misma conclusión. Su argumento quedó sintetizado para
posteridad con aquellas cuatro celebérrimas palabras: Potui
decuit, ergo fecit, pudo, convino, luego lo hizo. Podía hacer a
Madre Inmaculada, convenía lo hiciera por su misma honra
luego lo hizo.
De todo lo cual se deduce, escribe el Doctor Alastruey, en s
conocida «Mariología»:
1.º Que el Doctor Mariano distingue perfectísimamente entre
ley universal del pecado de origen, en la que entra María, y
caída real. Es decir, entre el débito, como dicen los teólogos,
contracción del pecado. María debía contraerlo por ser
descendiente de Adán, pero no lo contrajo porque fue
preservada. Por eso, su preservación se llama privilegio.
2.º Que el Doctor Mariano concilia a perfección la preservaci
de María y su dependencia de la Redención de Cristo. Esto
consigue distinguiendo entre la Redención curativa y la
preservativa. Esta última es, en opinión suya y ante el testimo
de la razón, redención más perfecta. Por lo que María, en s
privilegio, lejos de menoscabar el honor de Cristo escapando
su influjo, como temían los antiguos, depende de Él en form
más brillante y más efectiva.
3.º Finalmente, Escoto consiguió pulverizar los principales
argumentos de la opinión contraria y poner en claro que nad
podía deducirse de los dogmas de la fe que fuera contrario a
Concepción Inmaculada de María.
Las páginas del Doctor Mariano vinieron a ser el arsenal en q
recogían armas y argumentos los defensores del privilegio d
María; y al cabo de tantos siglos de disquisiciones científicas,
llegó a la definición dogmática sin que se pudiese añadir a su
páginas ni una idea, ni un argumento, ni una distinción más
Y para que no faltase al aguerrido defensor de la Virgen el
testimonio de la opinión contraria, se lo propinó el Padre Gera
Renier, que de enemigo doctrinal pasó, como muchos a lo lar
de la historia del Dogma, a adversario personal del Beato
Escoto, escribiendo a propósito de sus enseñanzas en París:
primer sembrador de esta herética maldad (la Inmaculada
Concepción) fue Juan Duns Escoto, de la Orden Franciscana
Calificación teológica que, como es evidente, fue profética. No
había visto jamás que un puñado de barro lanzado contra e
adversario se convirtiera en el trayecto en un manojo de rosa
lirios.
V.- Hasta la definición dogmática
1.- Siguieron al Beato Escoto, como es fácil suponer, todos lo
franciscanos, que le adoptaron por Maestro, y entre sus
discípulos se pueden citar nombres tan ilustres como Francis
Mayrón, Andrés de Neuchateu, Juan Basols, etc. Toda la Ord
Franciscana en general, escribe Campana en María en el
Dogma católico, aceptó la doctrina de su Maestro de modo qu
al poco tiempo, a la Concepción Inmaculada se la llamó la
opinión franciscana, nombre con que fue designada hasta la
definición dogmática.
2.- Perdido ya el prestigio en la Universidad de París, la opini
contraria apeló al Papa Juan XXII en su corte de Aviñón. Y
pesar de que el Pontífice estaba en grave disensión con la
Orden Franciscana a causa de las controversias sobre la
pobreza, tras una disputa entre un franciscano y un dominico
Papa se inclinó por la opinión inmaculista, y como conclusió
mandó celebrar la fiesta en la capilla papal. La determinación
Juan XXII significó un paso decisivo para el triunfo de la
Inmaculada. Y nos hallamos en 1325, es decir, a unos veint
años solamente de la Defensa de Escoto.
2.- Un incidente que revela los sentimientos y proceder de to
una generación fue el sucedido en 1335. Juan de Monzón rec
la investidura de Doctor. En su primera lección magistral sostu
cuatro proposiciones contra la Inmaculada Concepción. La
Universidad las reprobó y confió al franciscano Juan Vital que
refutara, como hizo en su «Defensórium pro I. M. Conceptione
Confirmada la sentencia o calificación de la Universidad por
Obispo de París, el dominico apeló al Papa, ante el cual triun
nuevamente la opinión inmaculista. Pero la lucha, escribe el
Sola, S.J., en su libro «La Inmaculada Concepción», había
llegado a su punto culminante. Como Escoto había arrastrad
tras sí a toda su escuela, Monzón arrastró, asimismo, a toda
tomista. Y si los discípulos de Escoto formularon el voto de
defender el privilegio hasta la sangre, los contrarios formularo
asimismo, el de defender la doctrina de Santo Tomás sobre e
tema.
3.- No es necesario seguir ya más el curso de las discusione
científicas, porque en adelante la opinión maculista va perdien
sensiblemente terreno, y su actuación, interés. Ya es conocid
que en el Concilio de Basilea se tuvo un largo debate entre
maculistas e inmaculistas con el triunfo de éstos, pero la decis
del Concilio quedó sin valor porque, al tomarla, el Concilio ya
era canónico.
Ante Sixto IV, y nos hallamos en el siglo XV, se sostuvo otra
disputa entre el dominico Bandelli y el franciscano Francisco
Brescia; la victoria de éste fue tan rotunda, que la Asamblea
levantó aclamándole Sansón, nombre con que es conocido en
Historia.
Y de triunfo en triunfo, llegamos al Concilio de Trento que, a
hablar de la universalidad del pecado original, aunque no defi
el dogma de la excepción de María, significó su opinión con
estas palabras: «Declara, sin embargo, este santo Concilio qu
al hablar del pecado original, no intenta comprender a la
bienaventurada e inmaculada Virgen María, sino que hay qu
observar sobre esto lo establecido por Sixto IV».
4.- Las palabras del Concilio fueron decisivas para la extensi
de la doctrina inmaculista y no tardó mucho en ser opinión
universal.
Apenas se hallará una Orden religiosa que no pueda present
nombres ilustres de grandes teólogos que favorecieron la
prerrogativa de la Virgen, contribuyendo a su triunfo. La
Compañía de Jesús puede presentar a Diego Laínez, Alfons
Salmerón, Toledo, Suárez, San Pedro Canisio, San Roberto
Belarmino y otros muchos más. La gloriosa Orden Dominican
el celebérrimo Ambrosio Catarino, Tomás Campanella, Juan
Santo Tomás, San Vicente Ferrer, San Luis Beltrán y San Pío
papa, etc. La Orden Carmelitana, ya en 1306, determinó celeb
la fiesta en el Capítulo General reunido en Francia, y los
agustinos defendieron también la prerrogativa de la Virgen ya
1350.
5.- La contribución de nuestra Patria [España] al triunfo del
Dogma de la Inmaculada Concepción merece capítulo aparte
por cierto bien nutrido y glorioso, pero ello nos apartaría de
carácter puramente doctrinal que tienen estas breves notas
históricas. Recordemos solamente, como tan significativas, la
legaciones de nuestros reyes a los Sumos Pontífices pidiendo
definición del dogma. Por eso Pío IX quiso que el monumento
la Inmaculada, después de su definitivo oráculo, se levantara
la romana Plaza de España.
VI.- La definición dogmática de la Inmaculada
1.- El Papa Pío IX, de feliz memoria, se decidió a dar el últim
paso para la suprema exaltación de la Virgen, definiendo e
dogma de su Concepción Inmaculada. Dícese que en las
tristísimas circunstancias por las que atravesaba la Iglesia, en
día de gran abatimiento, el Pontífice decía al Cardenal
Lambruschini: «No le encuentro solución humana a esta
situación». Y el Cardenal le respondió: «Pues busquemos un
solución divina. Defina S. S. el dogma de la Inmaculada
Concepción».
Mas para dar este paso, el Pontífice quería conocer la opinión
parecer de todos los Obispos, pero al mismo tiempo le parec
imposible reunir un Concilio para la consulta. La Providencia
salió al paso con la solución. Una solución sencilla, pero efica
definitiva. San Leonardo de Porto Maurizio había escrito un
carta al Papa Benedicto XIV, insinuándole que podía conocer
la opinión del episcopado consultándolo por correspondenci
epistolar... La carta de San Leonardo fue descubierta en las
circunstancias en que Pío IX trataba de solucionar el problema
fue, como el huevo de Colón, perdónese la frase, que hizo
exclamar al Papa: «Solucionado». Al poco tiempo conoció e
parecer de toda la jerarquía. Por cierto que un obispo de
Hispanoamérica pudo responderle: «Los americanos, con la
católica, hemos recibido la creencia en la preservación de
María». Hermosa alabanza a la acción y celo de nuestra Patr
2.- Y el día 8 de diciembre de 1854, rodeado de la solemne
corona de 92 Obispos, 54 Arzobispos, 43 Cardenales y de un
multitud ingentísima de pueblo, definía como dogma de fe e
gran privilegio de la Virgen:
«La doctrina que enseña que la bienaventurada Virgen María
preservada inmune de toda mancha de pecado original en e
primer instante de su Concepción por singular gracia y privile
de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo
Salvador del género humano, es revelada por Dios, y por lo
mismo debe creerse firme y constantemente por todos los
fieles».
Estas palabras, al parecer tan sencillas y simples, están
seleccionadas una por una y tienen resonancia de siglos. So
eco, autorizado y definitivo, de la voz solista que cantaba e
común sentir de la Iglesia entre el fragor de las disputas de lo
teólogos de la Edad Media.
Pascual Rambla, O.F.
Tratado popular sobre la Santísima Virg
Parte III, Cap. V: Historia del dogma de la Inmacula
Concepc
Barcelona, Ed. Vilamala, 1954, pp. 192-2
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