En ocasión de la celebración de nuestros jubilares de este año 2010, se me ha pedido una reflexión genérica sobre la Fidelidad. Con mucho gusto la hago, sobre todo tratándose de los 70 años de vida religiosa de los HH. Manuel Hernández Gómez y Félix González; de los 60 años de vida religiosa de los HH. Erasmo Alba, Jaime Juaristi, José Guadalupe Padilla, José Guadalupe Romero, Martín Serrano, Salvador Torre López, Alejandro Torres y Salvador Varela; de los 50 años de vida religiosa de los HH. Roberto Jiménez, Gerardo de Loera, Carlos Preciado y Roberto Valdivia; y de los 25 años de vida religiosa del H. Vicente Abanto. Ciertamente no me referiré a sus personas concretas, ni a sus grupos de profesión religiosa. Esto, se me indicó, se atenderá mediante otros mecanismos. Como dije al inicio, lo mío será una reflexión global sobre la FIDELIDAD. Entremos pues a este hermoso tema, al que nuestro muy querido Hermano Basilio le dedicó su postrera y más extensa circular. Empecemos por aclarar conceptos. ¿Fidelidad y Perseverancia son sinónimos? En el límite se podría ser perseverante en un estado de vida sin realmente ser fiel. Ejemplos ilustrativos pudieran ser un casado que vive en adulterio clandestino, o un sacerdote amancebado secretamente, o un religioso ocultamente alejado de la vivencia de sus votos… Los tres perseveran en su estado de vida, esto es, permanecen en él, y funcionan como si nada pasara; el uno sigue viviendo con su familia legítima; el otro, en su parroquia asignada; y por fin, el último, en su comunidad religiosa correspondiente. Todo continúa como si nada ocurriese; sin embargo, difícilmente podríamos afirmar que esos tres hombres están viviendo la fidelidad. En relación a esto Basilio nos alerta: “Conviene decir que toda perseverancia no es necesariamente fidelidad. En este terreno, como en otros, lo sublime y lo ridículo se tocan.” (Cfr. Basilio Rueda, “La Fidelidad”, p. 333) Y como si fuera poco, la perseverancia, aislada, tomada en sí misma como valor, podría, in extremis, militar contra la fidelidad misma. Y otra vez nuestro Basilio nos pone en guardia: “Recordemos el caso que se produjo en la Sociedad de María con el P. Julien Eymard y el P. Félix Rougier, que hicieron su profesión religiosa en una congregación religiosa, y murieron en otra, sin haber dejado, por ello, de ser enormemente fieles.” (Cfr. Basilio Rueda, “La Fidelidad”, p. 040). La perseverancia, a secas, podría provenir de una super-voluntad, a veces rayana en terquedad. Esta suele manifestarse en un conservadurismo a ultranza que se queda sólo en las formas, se apega a los contextos, y añorándolos, trata de recuperarlos. La fidelidad, por el contrario, va al compás de la voluntad de Dios a través de las condiciones cambiantes. A este respecto, resulta muy interesante el testimonio de un Hermano de la tercera edad citado por Basilio en su Circular: «Ahora (después del Concilio Vaticano II) más que nunca, amo a la Congregación… Trato de adaptarme… a los cambios y a las experiencias que exigen los tiempos nuevos… Se diría que estamos ante un cambio muy alentador.» (Cfr. Basilio Rueda, “La Fidelidad”, p. 460) Podemos pues concluir que perseverancia, tomada como simple permanencia sin pertenencia, no se aproxima a la fidelidad de la que estamos hablando. Ahora, en un segundo momento de nuestra reflexión nos preguntamos: ¿Se trata de ser fiel a algo o a alguien? Ser fiel a “algo” encierra una desproporción. Sería supeditar una persona a una cosa. Esto no habla bien de la dignidad humana. El hombre no está hecho para el sábado. Podemos entonces afirmar tranquilamente que nuestra fidelidad NO puede tener como destinatario a una entelequia o a una estructura, por más respetables que sean. Todos tenemos la experiencia de que las instituciones son pobres interlocutoras, dada su índole colectiva. Además, carecen de memoria histórica: “¡Muerto el Rey, Viva el Rey!”. Podríamos asegurar que quien sólo viviera para una Institución se está fabricando una decepción del tamaño de esa misma Institución. La respuesta a nuestra pregunta se va aclarando. Se trata de ser fiel a alguien. Esto sí que es digno del ser humano. Es cierto que lo único limitativo a esta fidelidad es la caducidad de la persona a quien decidimos serle fieles. La fidelidad a un ser humano concreto pierde su vigencia cuando ese ser humano concreto perece. Cuando en un matrimonio muere un conyugue, el otro queda libre de contraer nuevas nupcias sin atentar a la fidelidad hacia el fallecido. Ante esta irremediable vulnerabilidad de la persona humana, la pista que nos conduce hacia el destinatario verdadero de nuestra fidelidad nos la proporciona aquel santo que ante el cadáver de su Reina dijo: “No quiero servir a Señor que se me pueda morir”. Y llegamos pues a la conclusión de que nuestra Fidelidad va dirigida a Dios. Queremos vivir nuestra vida entera en fidelidad al querer de Dios. Cada uno de los que estamos aquí podemos decir: “Dios tiene un sueño para mí, desde toda la eternidad”. Y ese sueño, ese designio, esa llamada o ese proyecto, como queramos denominarlo, es lo que conocemos con el nombre de vocación. Todos los seres humanos hemos venido con una vocación a este mundo. De nadie se ha olvidado Dios. Este es el ABC de toda Pastoral Vocacional verdadera, sea nueva o sea antigua. Nuestras Constituciones nos lo recuerdan cuando dicen: “Dios tiene para cada hombre un designio de amor, que le va desvelando a través de llamadas sucesivas”. C.92 Es un designio que abarca la vida entera. Sólo las existencias que se configuran intencionalmente desde ese proyecto, ese sueño de Dios, llegan a su plenitud. Vivir a fondo mi vocación es la mejor manera de realizarme. En efecto, no tendré mejor realización personal que la de llevar a cabo íntegramente el sueño de Dios sobre mí. Ese ha sido precisamente el gran acierto de los Santos. Los que ya somos adultos, aunque dicha vocación la traíamos desde el seno materno, la hemos asumido e implementado a su debido tiempo, abrazando intencionalmente la vida seglar (desde el matrimonio o la soltería), la vida consagrada, o la vida sacerdotal. Sin embargo, el día de nuestra boda, ordenación o profesión religiosa, a pesar de su solemnidad, no fue sino el inicio de nuestra respuesta a la llamada de Dios. A partir de ese día, Dios fue renovando, poco a poco, su llamado, siempre en consonancia a su sueño sobre nosotros, a través de nuestras circunstancias siempre cambiantes, y nosotros hemos tratado de seguirle respondiendo afirmativamente en medio de infinidad de vicisitudes. Dándose así, en un ámbito de amor, el “diálogo de la fidelidad” entre dos fidelidades, la de Dios y la del hombre. Todos los días, cada uno de nosotros celebra agradecido estas dos fidelidades, y ello forma parte de nuestra oración habitual, pero hoy, estamos festejando ese “diálogo de la fidelidad”, de manera especial, en estos 15 hermanos maristas que han llegado a una de esas cifras, socialmente significativas, de 25, 50, 60 o 70 años. Nos unimos pues respetuosa y discretamente a ese su personal y amoroso diálogo de fidelidades con el Señor. En nuestras constituciones la palabra FIDELIDAD aparece 16 veces en el sentido preciso en que aquí lo estamos considerando: esto es, fidelidad de Dios y a Dios. El número 18, nos dice: “[Estamos] seguros de que [María] intercede por nuestra perseverancia en la fidelidad.” Me parece interesante subrayar que dicho artículo no nos invita a “ser fieles en perseverar”, sino a “perseverar en ser fieles”, poniendo todo el acento en “ser fieles” y evitando así toda ambigüedad y sinonimias falsas. Y revelándonos la índole dialogal de la fidelidad. Desde luego que el “perseverar en ser fieles a Dios” no se logra sin nuestra participación activa. Bien nos lo asevera Basilio: “Toda fidelidad resulta histórica y, en cuanto histórica, es libre.” (Cfr. Basilio Rueda, “La Fidelidad”, p. 037) La fidelidad, por estar en la línea del amor, no se da sin sacrificio y sufrimiento. No se da sin un esfuerzo de congruencia y de continua conversión. Desde los primeros pasos en un estado de vida hay que irse educando en la fidelidad: creciendo en finura espiritual, purificando continuamente los motivos de nuestro actuar, intercambiando con personas espirituales, siendo asiduos a los sacramentos, en especial a la Eucaristía. Continuemos pues ésta nuestra fiesta de la fidelidad. Agradezcamos en esta Eucaristía el diálogo de amor que supone nuestra vocación y pidamos al Señor que podamos seguir en esa dinámica de respuesta siempre nueva y amorosa ante las exigencias siempre nuevas de su amoroso llamado. Que María siga intercediendo por nuestra perseverancia en la Fidelidad a Dios. Y para concluir, mencionemos a Marcelino y a María, nuestros modelos de Fidelidad. Para Champagnat lo único importante en la vida era hacer la voluntad de Dios: “Seré sacerdote, porque Dios lo quiere”; Y para María el querer de Dios lo era todo: “He aquí la Sierva del Señor, hágase en mí según tu palabra”. ¡Sí,… que como María y Marcelino,… seamos fieles al Espíritu!