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Centro de
Espiritualidad
Paulina de México
Pautas de Retiro para el mes de Septiembre 2015
La fidelidad en nuestra vida de consagrados y consagradas
I. La Palabra de Dios
Dios “el fiel”
“Dios es fiel”, es una afirmación fundamental en toda la Sagrada Escritura. Dios es fiel porque
ama. Él es “el fiel” (Cfr. Sal 86,15) y por eso llama a los hombres a corresponder con igual fidelidad
(Cfr. Sal 89), exige a su pueblo la fidelidad a la alianza que él renueva libremente (Cfr. Jos 24,14).
Abraham y Moisés (Cfr. Neh 9,8; Eclo 45,4) son modelos de fidelidad.
En el Antiguo Testamento, Dios se compromete con su pueblo y realiza una Alianza mediante
un amor libre, gratuito, misericordioso, un amor que no se echa para atrás. Por eso fidelidad y
misericordia son las constantes del modo de comportarse de Dios para con su pueblo. A diferencia del
pueblo, Dios cumple lo que promete (Cfr. Núm 23,19; 1Re 8,26). Sus promesas y sus palabras son
verdaderas (Cfr. 2Sam 7,28), y su amor, que es eterno, es la causa de su fidelidad a pesar de los
pecados de Israel que en su conjunto imita la infidelidad de la generación del desierto (Cfr. Ex 4,22; Sal
78,8ss. 36s; 106,6).
En el Nuevo Testamento todo llega a su plenitud (Cfr. Gál 4,4). Dios continúa siendo
misericordioso y fiel, porque nunca se cansa de esperar al hijo que ha olvidado la fidelidad (Cfr. Lc
15); espera siempre porque su llamado es irrevocable (Cfr. Rm 3,3-4; 11,29; 2Tim 2,13). Pero sobre
todo es Jesucristo el Hijo del Padre el que es perfectamente fiel y manifiesta con toda su vida la
fidelidad de Dios, Él es el sí de las promesas (2Cor 1,20). En Él se cumplen las promesas y es nuestra
esperanza (Cfr. Lc 1,54-55; Heb 13,32-34; Rm 15,8; 1Tim 1,1).
El compromiso del hombre y especialmente de los consagrados es corresponder con fidelidad.
La respuesta es ante todo la de la fe, la confianza, fiarse de Él, creer en su palabra y vivir como Él vivió
(Cfr. Fil 2, 5-8). La fe es el punto de partida para esta fidelidad (Gál 3,11; Rm 1,17). Pero la fe no es
teórica, sino que implica la obediencia activa, obediencia al evangelio (Rm 10,16), a Cristo (2Cor
10,5). Una obediencia de gestos concretos, no de palabras vacías (Cfr. Jer 7,4-7; Mt 7,21). Esta
fidelidad se vive mediante una entrega amorosa a Dios y a los hermanos; se permanece fiel amando a
Dios con todo el corazón y al prójimo como a sí mismo (Cfr. Dt 6,5; Mc 12,28-31), así como Jesús nos
ha enseñado y dado prueba: “los amó hasta el extremo” (Jn 13,1).
II.
Magisterio de la Iglesia1
La afirmación de la primacía de Dios y de los bienes futuros
En nuestro mundo, en el que parece haberse perdido el rastro de Dios, es urgente un audaz
testimonio profético por parte de las personas consagradas. Un testimonio ante todo de la afirmación de
la primacía de Dios y de los bienes futuros, como se desprende del seguimiento y de la imitación de
Cristo casto, pobre y obediente, totalmente entregado a la gloria del Padre y al amor de los hermanos y
hermanas. La misma vida fraterna es un acto profético, en una sociedad en la que se esconde, a veces
sin darse cuenta, un profundo anhelo de fraternidad sin fronteras. La fidelidad al propio carisma
conduce a las personas consagradas a dar por doquier un testimonio cualificado, con la lealtad del
profeta que no teme arriesgar incluso la propia vida.
Una especial fuerza persuasiva de la profecía deriva de la coherencia entre el anuncio y la vida.
Las personas consagradas serán fieles a su misión en la Iglesia y en el mundo en la medida que sean
capaces de hacer un examen continuo de sí mismas a la luz de la Palabra de Dios. De este modo podrán
enriquecer a los demás fieles con los bienes carismáticos recibidos, dejándose interpelar a su vez por
las voces proféticas provenientes de los otros miembros eclesiales. En este intercambio de dones,
garantizado por la plena sintonía con el Magisterio y la disciplina de la Iglesia, brillará la acción del
Espíritu Santo que “la une en la comunión y el servicio, la construye y dirige con diversos dones
jerárquicos y carismáticos”.
Fidelidad hasta el martirio
En este siglo, como en otras épocas de la historia, hombres y mujeres consagrados han dado
testimonio de Cristo, el Señor, con la entrega de la propia vida. Son miles los que obligados a vivir en
clandestinidad por regímenes totalitarios o grupos violentos, obstaculizados en las actividades
misioneras, en la ayuda a los pobres, en la asistencia a los enfermos y marginados, han vivido y viven
su consagración con largos y heroicos padecimientos, llegando frecuentemente a dar su sangre, en
perfecta conformación con Cristo crucificado. La Iglesia ha reconocido ya oficialmente la santidad de
algunos de ellos y los honra como mártires de Cristo, que nos iluminan con su ejemplo, interceden por
nuestra fidelidad y nos esperan en la gloria.
Es de desear vivamente que permanezca en la conciencia de la Iglesia la memoria de tantos
testigos de la fe, como incentivo para su celebración y su imitación. Los Institutos de vida consagrada y
las sociedades de vida apostólica han de contribuir a esta tarea recogiendo los nombres y los
testimonios de las personas consagradas que puedan ser inscritas en el Martirologio del siglo XX y
XXI.
1
Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Postsinodal. La Vida Consagrada: su misión en la Iglesia y en el mundo.
2
III. Palabras del Fundador2
Permanecer con fidelidad y disponibilidad a la escucha del Espíritu Santo
Las congregaciones al igual que la Iglesia, deben renovarse y purificarse continuamente en el
Espíritu Santo (GS 21); no sólo, sino que deben preguntarse continuamente qué es lo que le dice el
Espíritu Santo, permaneciendo a la escucha y disponibilidad de su presencia creadora y operativa,
debemos abrirnos al carisma que el Fundador transfundió en cada congregación, acogiéndolo de un
modo vital y dinámico, de modo que las inevitables tensiones entre pasado y presente, entre tradición y
renovación, entre estructuras y carismas sean una fuerza de empuje hacia las metas de nuestra vocación
y misión.
Salvaguardaremos el carisma originario de nuestro Fundador, únicamente si concebimos la
fidelidad como una búsqueda constante; si no nos conformamos con dar continuidad inerte a su
carisma, sino que lo renovamos y nos preocupamos de traducirlo a nuestros días, adaptándolo a las
situaciones mutables de tiempo y de las condiciones ambientales.
La investigación sobre el carisma del fundador atañe a todos los miembros de la congregación,
pues todos están integrados en la ordenación carismática de la Iglesia (Cfr. LG, 12).
“El Espíritu Santo –afirmaba el Primer Maestro (PM) durante los ejercicios espirituales
extraordinarios de las Hijas de San Pablo (HSP), el 30 de mayo de 1961– no está sólo en la superiora
general, provincial o local, sino también en los miembros. Cuídense y utilícense las luces e
inspiraciones que vienen de los miembros. La Iglesia es un cuerpo místico. Que nadie se crea
independiente, porque el Instituto es una sociedad, y en la sociedad hay miembros que pueden hablar.
Conviene dar mucha importancia a los miembros del Instituto. Repito: el Espíritu Santo opera en el
cuerpo”.
La multiforme sabiduría de Dios (Cfr. Ef 3,10), que nuestra congregación está llamada a potenciar
y difundir, la transmite con garantía de autenticidad y genuinidad solamente la Iglesia, columna y
fundamento de la verdad (1Tim 3,15). Ella recibe de la Iglesia el mensaje y la misión, y únicamente en
comunión con la Iglesia, sacramento universal de salvación (Cfr. LG, 48), puede alcanzar eficazmente
a las almas su ministerio de la Palabra. Nuestra acción apostólica, nos dice el PM, tiene razón de ser en
cuanto está en Cristo y en la Iglesia. “Para vivir nuestra vocación nos tenemos que insertar en la Iglesia,
y a través de ella en Jesucristo. Entonces es cuando nuestra vocación es algo noble. Pero si nos
alejamos de la línea trazada, corremos el riesgo de volvernos comerciantes”.
Por eso los paulinos se unen a la misión de la Iglesia como hijos devotísimos. Porque estamos
llamados a operar en un período histórico caracterizado por enormes fermentos doctrinales, en un
campo apostólico difícil de circunscribir, mediante instrumentos que por su misma naturaleza llegan a
una masa indiferenciada de hombres con incontrolable poder de irradiación y repercusiones, la
preocupación de nuestro Fundador se ha localizado siempre y fuertemente en la exigencia de seguridad
y en el deber de rigurosa fidelidad a la Iglesia y a su magisterio, sobre todo al magisterio del papa.
El voto de fidelidad al papa respecto al apostolado está motivado por estas preocupaciones del
Fundador y es por esto por lo que él ha querido el sacerdocio para la congregación, en cuanto confiere
una responsabilidad jerárquica y normativa a nuestra predicación específica.
Respecto a los contenidos de nuestro apostolado, la fidelidad a la Iglesia debe evitar tres peligros:
1) El peligro de ser demasiado carismáticos, poco disponibles para el diálogo, a las necesidades
del lugar, a la colaboración con la Iglesia local, según su plan de pastoral orgánica en el que debemos
insertarnos. Podríamos supravalorarnos, ser autosuficientes, exclusivistas, demasiado seguros,
imprevisibles en nuestras tomas de posición, intolerantes a unas líneas programáticas e irresponsables
en las realizaciones.
2
Cfr. Documentos del Capítulo General Especial 1969-1971, Paulinas, Madrid 1980, 44-46. 152-155
3
2) El peligro de la dispersión: Podríamos olvidar que nuestra colaboración con la Iglesia local se
expresa ante todo mediante la fidelidad a nuestro apostolado específico, según su programación
pastoral y en el ámbito de nuestra precisa responsabilidad apostólica individual.
3) El peligro de la inercia y de una fidelidad mal entendida: Podríamos permanecer tan vinculados
a programas e instituciones contingentes y por ende mutables, que nos quedásemos paralizados. Así
mismo podríamos concebir de modo tal la fidelidad doctrinal que llegásemos a olvidar los diversos
grados de adhesión requeridos por las varias expresiones del magisterio (LG 25), el derecho a la
información (IM 8; CP 115ss) y el derecho a la investigación científica (GS 59). Si la fidelidad al
magisterio no la entendiéramos rectamente, nos haría incapaces de afrontar los riesgos de la
investigación y de la provisoriedad, cuando el instrumento que usamos nos impusiera el deber de
pronunciarnos inmediatamente y de modo abierto.
III.Actualización
Respuesta fiel desde nuestra realidad de consagrados
Somos instruidos ante todo por la Palabra de Dios, que inicialmente nos muestra a un Dios Fiel con un
amor libre y gratuito a pesar de la infidelidad de la generación del desierto. Un Dios Fiel y
Misericordioso que no se cansa de asomarse a los caminos en diversos momentos del día esperando
columbrar al hijo que al parecer ha pospuesto en el olvido el amor de su Padre.
Esa fidelidad amorosa que traza con nitidez la antigua alianza la muestra con mayor fuerza el Hijo
de Dios, Jesucristo el perfectamente fiel, que cumple en su vida la fidelidad de Dios (“Amó hasta el
extremo” de la muerte en la cruz). Jesús Hijo de Dios lleva al ser humano –particularmente al
consagrado– a renovar su compromiso de fidelidad para mantenerse ante los demás seres humanos
como signo de fe y confianza, de fe en su Palabra de fidelidad, de reproducción del amor y fidelidad
viviendo como él (Jesús) vivió.
El testimonio de amor y fidelidad del consagrado y de la consagrada resulta elemental para la
afirmación de la primacía de Dios y primacía de los bienes futuros ante un mundo perdido en un
consumismo generalizado insaciable y absurdo, alejado de Dios y del mismo ser humano, es decir
carente hasta de rasgos de elemental humanidad.
La fidelidad a un estilo de vida evangélico y a una misión que reproduce el amor de Cristo a los
“más pequeños”, permite a los consagrados verificar su testimonio. Ello puede llevar al consagrado o
consagrada hasta la martiría cruenta particularmente en aquellos regímenes donde la fe y el
seguimiento de Dios se vuelven intolerables. Fidelidad, amor y servicio (y en casos martirio) permiten
realizar la profecía de la vida religiosa como una coherencia entre anuncio y vivencia... enriqueciendo
así la vida de los demás fieles. Sin olvidar que éstos en tantos casos se plantan delante de nosotros con
su fervor, su amor a Jesucristo y su fidelidad al Altísimo.
La fidelidad –como escribe nuestro fundador, el Beato Alberione– supone una continua cercanía al
Espíritu Santo escuchándolo, purificándonos y renovándonos (conversión continua) con docilidad a su
presencia creadora y actuante. Esto es imperativo ante las particulares dificultades para evangelizar en
los contextos socioculturales de hoy; tenemos sí, los medios más eficaces pero podríamos desvirtuarlos
por falta de atención al llamado de Dios a una vida de santidad imposible de lograr sin su divina gracia
y sin perseverancia en fidelidad a su amor y el servicio al prójimo.
Para la Familia Paulina la fidelidad comporta una cláusula especial relativa al magisterio eclesial
como un elemento de seguridad en el seguimiento al Cristo pobre, casto y obediente. No está de más
recordar los tres peligros en que nos previene Don Alberione: a) El de ser demasiado carismáticos, es
decir autosuficientes, exclusivistas, soberbios, intolerantes, engreídos… b) El de la dispersión, es decir
pretender movernos sin un plan pastoral, sin programación y más bien con individualismo
(protagonismo) irresponsable… c) El de la inercia y una fidelidad mal entendida, es decir pretendiendo
4
ser “más papistas que el papa” relativizando el magisterio eclesial, olvidando el derecho a la
información, omitiendo una investigación seria para ejercer con responsabilidad la misión.
Ya podemos ver que la fidelidad a Dios y por ende a nuestra vida consagrada, no podemos cumplirlas
como un mero concepto unívoco sino polisémico y teórico-práctico cuya vivencia puede llevarnos
hasta a la martiría cruenta.
V. Oración
Para ser “maestros” como Cristo
Señor Jesús, siempre que no haya dicho aquello que te complace, destrúyelo y repáralo.
Soy inconsciente de mis faltas, pero tú lo ves todo, eres el reparador.
Me duele, sobre todo, el no haber enseñado claramente, con dulce firmeza, precediendo con el
ejemplo.
Tú eres el Camino, la Verdad y la Vida, que yo te viva así, para que te pueda hacer vivir en los
demás.
Que todos te sigan, oh Jesús Verdad, venerando y estudiando tu doctrina.
Que todos te sigan, oh Jesús Camino, venerando y practicando tus preceptos, ejemplos y
consejos.
Que todos te sigan, oh Jesús Vida, practicando la unión contigo, que seamos injertos vivientes
de ti, la Vid, conectados por los sacramentos y la oración.
Entonces seré mi propio constructor y un constructor de almas, en las cuales deseas vivir.
Amén.
VI. Bibliografía
1. Sagrada Biblia
2. Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Postsinodal. La Vida Consagrada su misión en la Iglesia y
en el mundo.
3. Documentos del Capítulo General Especial 1969-1971, Ed. Paulinas, Madrid 1980.
4. Oraciones de la Familia Paulina.
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