DIFERENCIAS ENTRE GÉNEROS DE 3 A 6 AÑOS AUTORA: Mª VALLE MARTÍN SÁNCHEZ DN.I. 14621336Y Lo primero que quisiéramos plantear es que la variable sexo es muy compleja, mucho más que una variable fisiológica. Abarca al menos tres niveles: sexo que evoluciona como sexualidad, sexo como variable sujeto y sexo como variable estímulo. En cada uno de estos tres niveles está siempre el correspondiente desarrollo en la dimensión del género. Cuando hablamos de género nos referimos a las formas y procesos que definen, limitan y transmiten el conjunto de modelos socialmente disponibles. Los códigos de género dependen de diversas clases de variables, como la clase social, el área cultural, la religión, la raza, la época histórica y económica, etc,. Cada una de estas variables influye en el papel social, las tareas o funciones que se esperan de un género masculino o femenino. El papel social está objetivizado y dirige las expectativas de los miembros del grupo social. Sin embargo, los estereotipos son juicios emocionales (donde los conocimientos intelectuales valen poco), son ideas preconcebidas, opiniones ya hechas que se imponen a los miembros de una sociedad y generalmente no se encuentran exentos de prejuicios. El desarrollo de la conciencia de la propia identidad sexual y el conocimiento del grupo social al que se pertenece es un aspecto más en el desarrollo de la conciencia de la propia identidad y está interactuando con los agentes socializadores. Cuando el niño/a nace está indefenso y su identidad, lo mismo que su supervivencia, depende de la ayuda que le preste el grupo social donde vive. En este apoyo está incluida la transmisión de la cultura acumulada a lo largo del desarrollo de la especie. Esta transmisión cultural conlleva valores, normas, costumbres, asignación de roles, lenguaje, etc.; es decir, todo aquello que cada grupo social ha ido acumulando a lo largo de la historia y se transfiere a través de la interacción entre los agentes sociales y el propio niño/a. Estos agentes sociales son diversos: las personas más próximas al niño/a (madre, padre, hermanos/as, otros familiares, amigos/as, compañeros/as, maestros/as, otros adultos), las instituciones (familia y escuela), los medios de comunicación social (televisión, libros, ropa, discos) etc,. Además de la diversidad en sí de estos agentes socializadores, su actuación depende de un gran número de variables contextuales: la clase social, la edad, el país, ciudad, zona geográfica, su momento de nacimiento y también de la respuesta de la persona a los valores, normas, costumbres, habilidades, roles, conocimientos y conductas que la sociedad le transmite y le exige en una continua interacción y construcción de procesos mentales de socialización. Las actitudes de los niños/as hacia el sexo están influenciadas durante la infancia por el tratamiento dado por los agentes socializadores, por la carga emocional y ambivalente de determinadas palabras en las que percibe un sentido misterioso, por las respuestas ambiguas que a veces da el adulto, por las reacciones de éstos a sus exhibiciones y manipulaciones sexuales. Les van haciendo conformar su conocimiento y valores en una interacción constante entre sus descubrimientos y sensaciones y la respuesta adulta. La adquisición y perpetuación de estereotipos sexuales procede también de la frecuencia con que se observa a las mujeres y a los hombres en determinados papeles sociales. Todo parece indicar que el reconocimiento de sí es posterior al reconocimiento de otras personas. Es difícil saber cuándo y cómo los niños/as adquieren su identidad (el self), esa teoría de sí mismos, resultado de la experiencia que no deja de cambiar a lo largo del ciclo vital. Esa conciencia de sí mismo abarcará una identidad existencial que consiste en saberse una entidad personal que permanece a lo largo del tiempo, y una identidad categorial que incluye el sí mismo corporal, sexual, de género, etc, son aspectos básicos en el proceso de socialización. La identidad sexual es un juicio sobre la propia figura corporal (soy niña, soy niño). Las características que la sociedad asigna como las propias del niño y de la niña. Los niños en los primeros años no difieren entre sexo y género, los adquieren de forma paralela y asimilan las asignaciones sociales y los estereotipos como si fueran incuestionablemente unidos al hecho de ser hombre o mujer. A los dieciocho meses los niños/as llaman nene tanto a los niños como a las niñas. Entre el año y medio y a los tres años reconocen la identidad de sexo / género de los demás y de sí mismos. A partir de los dos años y medio son conscientes de sus propios órganos sexuales que en ocasiones acarician y emplean ya el término sexual infantil niño o niña. A partir de los tres años usan el conocimiento de la identidad sexual y del género para definir con claridad sus preferencias y valoraciones. A los cuatro años a veces se muestran exhibicionistas, a los cinco años disminuye este exhibicionismo sexual. A los seis años ambos sexos proceden a mutuas investigaciones. Hasta los seis años se describen sexualmente según rasgos externos (es masculino lo que presenta rasgos externos masculinos y femeninos lo que presenta rasgos externos femeninos) aunque haya evidencias que pudieran evitarles el error. Consideran la constancia del sexo a partir de los seis años. Toman como modelos en estas edades a personas de su mismo sexo y suelen preferir para jugar también a personas de su mismo sexo, con lo que la tipificación sexual está fortalecida. Es decir, que ya desde estas edades adquieren pautas y modelos de conducta que la sociedad considera típicas de uno u otro sexo. A los seis años pueden aparecer las primeras historias de amor. A los ocho años comienzan a hablar y burlarse de los problemas sexuales. Hacia los ocho años los estereotipos son muy fuertes y cualquier conducta que no se atenga a la tipificación esperada es considerada responsable, mala e incorrecta. Puede decirse que desde los cinco años o seis hasta los ocho o nueve años los niños rígidos en sus afirmaciones y creencias; se convierten, o los convertimos, en estereotipos y sexistas. A los nueve años se interesan por los detalles de sus propios órganos sexuales y por su función. Los sentimientos de pudor e intimidad se desarrollan. A partir de los ocho o nueve años los niños, por los progresos que se producen en el dominio del razonamiento, pueden diferenciar lo moral de lo convencional y tienen una mayor permisividad respecto a la tipificación sexual. Son capaces de diferenciar características de sexo y género, siempre que los agentes socializadores, especialmente la familia y la escuela, no socialice de forma diferente a los niños de las niñas y no presentan al niño modelos en razón del sexo y en confusión con el género. Será la influencia social directa, además de los factores cognitivos, lo que les ayudarán o no a ambos géneros a interiorizar su identidad sexual vivida como plenitud y no como peligrosidad o ansiedad, tanto en la adolescencia como en la edad adulta. Si se analiza la posición que ocupan las niñas y las mujeres en el sistema educativo, las relaciones sexo-género que se dan en las instituciones escolares, el currículum escolar (eje en torno del cual se organiza la vida educativa), el currículum oculto, etc, no se ha logrado, pese a la existencia de la escuela mixta, que la institución escolar reproduzca socialmente una educación en la igualdad de oportunidades y en el reparto de poder. La escuela mixta no es igualitaria, en el sentido que siguen existiendo factores de órdenes cuantitativos y cualitativos que mantienen una situación de discriminación de sexo-género a los que se añaden los datos de la inserción laboral y la presencia en la vida empresarial y pública de la mujer. Debido a que el maestro/a ejerce una gran influencia sobre el alumnado a través de sus actitudes, comportamiento, currículum oculto, ofertando modelos a imitar que se reflejan a través de sus expectativas frente a chicas y chicos, se considera que no se ha logrado la plena incorporación social de la mujer en régimen de igualdad. La escuela, analiza críticamente sin autocomplacencia, ha favorecido la Igualdad aunque no haya logrado el éxito esperado y deseado. Quizá por los problemas que plantea la escuela como organización: microcosmos político no asumido siempre como tal por las personas que trabajan en ella; tensiones en los claustros debidas a la lucha de intereses, poder e ideologías que se solapan con las discusiones pedagógicas; La relación problemática de la escuela con el entorno donde cada uno se considera víctima inocente frente a la culpa del otro; las propias condiciones de trabajo del profesorado, a veces precarias, personal y socialmente; la falta de estima social, el exceso de demandas sociales que se reclama al profesorado. Quizá a través de los Proyectos Curriculares de Centro sea más fácil abordar puntual y contextualizadamente ambientadas las actuaciones para abordar la igualdad de oportunidades. La necesidad de investigar el comportamiento de los maestros/as con sus alumnos/as dependiendo del género de éstos (Domínguez y Sánchez, 1993) debe cubrir no sólo comportamientos verbales sino también actitudinales, ya que el tratamiento desigual es muy sutil a veces y puede operar inconscientemente en quien lo realiza, pero no en quien lo recibe. Actualmente, desde el campo clínico, se está comenzando a investigar y tratar las crisis de identidad y autoestima de muchas mujeres que una vez igualadas en su proceso formativo siente que en su incorporación real a la sociedad no pueden ni deben mostrar su capacidad si quieren vivir sin excesivos conflictos sus otras realidades de género. Al ser la realidad sexo-género tan compleja, nos limitaremos a resaltar algunas actividades que pueden realizarse en el aula para romper estereotipos y favorecer la autoestima en la propia identidad sexual, tanto para los niños como para las niñas, a través del tratamiento en los temas transversales 8contenidos actuales y relevantes, que no permitimos a ninguna tarea en concreto, deben trabajarse en todas y cada una). La necesidad de educar en valores como el respecto y en la diversidad es actualmente una necesidad social que la escuela debe asumir de forma explícita y concreta, ya que los estereotipos, al ser juicios emocionales, condicionan de forma automática nuestra manera de pensar, sentir, elegir y valorar y nos restringen y limitan. Por tanto, es necesario contrarrestarlos y hacer ver que no se fundamentan en verdades probadas, que proceden de factores psicológicos tales como percepciones distorsionadas, miedos e ignorancia.