1 LABERINTO DE PASIONES Ramón Solsona Laberinto de

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ENCUENTROS EN VERINES 1994
Casona de Verines. Pendueles (Asturias)
LABERINTO DE PASIONES
Ramón Solsona
Laberinto de pasiones es una película de Pedro Almodóvar . Le robo el título
para hablar de otro laberinto en el que la literatura se ovilla con otros hilos cargados de
pasión. Me refiero al laberinto del idioma.
Nos hermanan muchas pasiones más o menos confesables y también la pasión
por la lengua, que es, dicen la verdadera patria del escritor. Entre nosotros hay diversas
patrias, diversas pasiones y un espíritu de aproximación a la pasión del otro. Os hablo
desde mi filiación literaria catalana dando por sentadas estas dos premisas: 1) que la
reivindicación del catalán no implica una desconsideración hacia la lengua castellana ni
un menosprecio hacia su fecunda literatura. Y 2) Que conocéis la persecución
sistemática del catalán en las épocas totalitarias y, muy especialmente, durante la
dictadura franquista, que pretendió, lisa y llanamente, destruirlo. Permitidme que insista
en la persecución: yo escribo con un dolor que quizás no habéis experimentado nunca,
porque jamás os han cortado la lengua.
Por razones prácticas voy a atribuir a un interlocutor ficticio todos los prejuicios
y todos los tópicos que arrastra el catalán. Le voy a llamar señor Eñe. Deseo que esta
inocente ficción no me aparte de mi andadura en busca del pulso perdido. Es decir, el
pulso del catalán en los mismísimos dominios del señor eñe.
Ya tenemos ahí al señor Eñe rezongando: “Pero, hombre de Dios, ¿cómo me va
a comparar una lengua regional con una lengua nacional” sosiéguese, señor Eñe, y trate
de no identificar lengua con Estado. Reconozco que le tiene que costar, porque para
usted castellano y España son conceptos cosidos el uno al otro, de la misma manera que
Francia se asocia al francés o Italia al italiano. Pero mire usted, en Francia y en Italia se
hablan otras lenguas y en Suiza no hay un idioma un oficial, sino cuatro. La diversa
fortuna de los idiomas minoritarios está ligada a su voluntad de supervivencia y a una
literatura sin complejos. “Pero España...” En España ocurre los mismo, señor Eñe.
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España también es un país plurilingüe, sólo que usted y muchos de sus compatriotas
todavía no se han enterado.
“La Constitución dice...” La Constitución es un artificio para la convivencia que
se redactó en 1978, no se olvide esta fecha. Para no irritar a los entonces llamados
poderes fácticos, que, como se vio después, eran una amenaza real, la cuestión del
idioma se rodeó de una ambigüedad calculada. Hoy, con el sosiego de los años
transcurridos, se puede y se debe decir que el idioma propio de Cataluña es el Catalán.
Pero de un tiempo a esta parte se nos amenaza a los catalanes con la Constitución. ¿Por
qué? ¿Para qué? “Hay que velar por la enseñanza del castellano”, nos advierten. Y se
proponen comisiones para que investiguen. Pero nadie habla de investigar el catalán en
España. Se lo repito porque me parece que no me ha entendido. El problema es el
catalán en España y no el castellano en Cataluña.
“A mi qué me importa el catalán” Pues de esto me quejo precisamente, señor
Eñe.
Desde un punto de vista constitucional estricto, el catalán, el gallego y el vasco
están absolutamente discriminados, porque, siendo lenguas constitucionalmente
reconocidas, no existen más allá de las correspondientes áreas lingüísticas. ¿Qué
rudimentos de fonética catalana, -donde digo catalana, añada, usted gallega y vasca- se
enseñan en las escuelas?? ¿Qué nociones de gramática o de léxico? ¿Por qué no se
aprovechan las lecciones de historia del castellano para explicar el origen y la evolución
de las otras lenguas españolas? ¿Saben los alumnos de literatura lo que debe Garcilaso
a Ausias March? ¿Qué autores catalanes vivos conocen? ¿En cuántas aulas escolares no
se ha difundido jamás un solo texto escrito en catalán? ¿En cuántas universidades
españolas se puede estudiar lengua y literatura catalanas? ¿Cuántas tienen un
departamento de catalanística?
De tanto ignorarlo, el catalán se ha vuelto extraño, urticante incluso. Si usted
recibe una carta escrita en catalán monta en santa cólera. Cuando la televisión
autonómica emite un acontecimiento deportivo a toda España y se desliza algún rótulo
en catalán, su reacción es airada. “¡Hasta ahí podíamos llegar!”, dice usted mientras se
rasga las vestiduras. Si los rótulos son en inglés, en noruego o en japonés, usted lo
encuentra natural y no se rasga la túnica sagrada. “Es que en España...” Ya veo que la
distinción entre la lengua y estado no le resulta fácil. Es natural que le cueste. A usted le
han enseñado que hay unas pocas lenguas intrínsecas sublimes y que las demás son de
andar por casa.
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¿No cree usted que esta cerrazón aumenta las suspicacias? Explíqueme este
galimatías: el territorio de Cataluña es España, los habitantes de Cataluña son España:
pero el catalán es cosa de los catalanes y allá ellos con su idioma, con su pan se lo
coman. Estas actitudes son las mismas que especulan sobre si la presencia de catalanes
en Madrid es un desembarco de Normandía. Señor Eñe, visto desde Cataluña, el peligro
catalán da risa. ¿Problema lingüístico? No señor. Es una consecuencia de una mala
digestión política del hecho autonómico.
Amigos escritores, al señor Eñe le ha dado un patatús y aprovecho la ocasión
para deciros que yo os hablo de Cataluña porque soy de allí. Pero también en Valencia y
en Baleares hablan y escriben en variedades del catalán desde hace siglos y nos leemos
los unos a los otros con la fraternidad natural de una cultura literaria. No se lo he
querido espetar al señor Eñe para no hurgar en su heridas pasiones lingüísticas con una
dosis de la mías.
Veo que se va reponiendo y que con el semblante todavía demudado saca pecho
y estalla: “¿entonces usted qué quiere?” todo. Lo quiero todo en mi lengua: la prensa, la
radio, la televisión, el cine, la publicidad, la informática, los servicios públicos de toda
índole, los escaparates, las etiquetas comerciales y las instrucciones para sembrar
guisantes. Quiero para mí lo que usted tiene. Y lamento de veras estas campañas que
tergiversan la realidad. Venga usted a Cataluña, hable con la gente, acérquese a un
quiosco, entre en un cine, ponga la televisión o llame a la Telefónica y ya me dirá qué es
lo que lee y lo que oye masivamente. De lo cual me quejo, claro está.
La robustez de las lenguas minoritarias depende tanto de su presencia pública
como de una buena literatura que las prestigie. El castellano tiene un buen futuro ante sí.
El catalán, no. Escritores como Delibes o Umbral han dicho públicamente que la lengua
que está en peligro en Cataluña es el catalán. Por eso hay que robustecerlo. Con leyes y
con versos. Con escuelas y con canales de televisión. Y con usted, si me lo permite, con
su comprensión y su estima. Para que el catalán sea hegemónico en Cataluña, que es lo
lógico y lo sensato. El catalán necesita lo que en la promoción laboral de la mujer se ha
dado en llamar discriminación positiva: en igualdad de condiciones, hay que favorecer
al más débil. ¿Qué el castellano retrocede en Cataluña? No puede ser de otra manera. El
desfallecimiento a que había llegado el catalán, con generaciones de ciudadanos
analfabetos en su lengua, hacen necesaria esta discriminación positiva.
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A pesar de que la literatura catalana suele llegar al público español con la rareza
de un meteorito, yo insisto. ¿Sería usted capaz de leer un texto en catalán? ¿Cuándo le
ha favorecido el Estado el acceso a otra lengua española distinta de la suya? ¿Debe el
Estado asumir la diferencia lingüística –incluidas las variedades dialectales del
castellano- como un patrimonio de altísimo valor? ¿O debe de consagrarse a la
consolidación y difusión del castellano, léase Instituto Cervantes, dejando para las
autonomías las otroras llamadas peculiaridades regionales? ¿Debe inquietarle más la
lengua oficial de Puerto Rico que la lengua propia de Cataluña?
En Cataluña arrastramos una cierta pereza: cíclicamente nos toca defender lo
obvio y emplear un tono pedagógico para explicarnos. Yo debo ser exquisito para no
herirle a usted mientras encajo golpes de mala ley. Yo quiero ganarme su voluntad para
mi causa y en tanto que le cuento de la fragilidad de mi idioma andan por ahí diciendo
que la “ley del catalán” viola los derechos fundamentales. ¡Cielo santo! Vivir para ver.
A usted le han discriminado, señor Eñe, le han cerrado a cal y canto las puertas de los
idiomas vecinos. Pero no se desanime ni tema usted el catalán, un idioma hermano del
suyo. Venga a Barcelona, a Valencia, a Mallorca. Vea por su ojos la realidad. Asista a
una obra de teatro, escuche una película doblada en catalán y dígame si le suena a
polaco o si el lenguaje le resulta familiar. No menos que el portugués o el italiano.
En definitiva, yo quiero tener lo mismo que usted: mi lengua en paz.
Amigos escritores, temo no haber convencido al señor Eñe. No creo haber
conseguido que abra los oídos a mi lengua sin recelos. Si antes ha dicho: “¡A mí qué me
importa el catalán!”, sospecho que ha acabado exclamando: “¡Que lo zurzan!”
Encuentros como éste sirven para romper los prejuicios acorazados del señor
Eñe. Cualquier día recibirá un folleto por el que le ofrecen cincuenta obras maestras de
la literatura. Probablemente le parecerá bien que entre el Libro de Buen amor y don
Juan Tenorio haya clásicos de otras lenguas. El señor Eñe no sabe que yo acabo de
recibir esta misma oferta. En castellano y en catalán, por cierto. Pero entre los cincuenta
libros maestros no hay ni una sola página escrita en mi lengua ni en gallego ni en vasco.
Os juro por la salud de la letra cedilla que la literatura vasca, la gallega y la
catalana, cuando menos, existen.
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