carácter sacramental y misterio de cristo

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EPHREM BOULARAND, S.I.
CARÁCTER SACRAMENTAL Y MISTERIO DE
CRISTO
Caractère sacramentel et mystère du Christ, Nouvelle Revue Théologique, 72 (1950)
252-266
La naturaleza del carácter sacramental, cuyo interés ha renovado el desarrollo de la
teología de la Iglesia como Cuerpo místico de Cristo, es difícil de discernir, pues escapa
a toda experiencia. Sólo es objeto de la fe. Pero si bien la fe asegura su existencia,
apenas explica lo que es. La definición tridentina lo distingue dula gracia por su
indelebilidad, pero sólo expresa su esencia a través de una imagen, la del sello impreso:
"signum... quod imprimitur... " (D. 852). No es, pues, de extrañar el que se le haya
comprendido de maneras tan diversas. Una simple ojeada al desarrollo de este dogma
nos lo hará comprobar y ayudará, al mismo tiempo, a captar mejor el nudo del
problema.
Desarrollo de la doctrina del carácter
La misma Escritura proporciona la palabra, sphragis (carácter, sello), en un contexto
sacramental, pero sin precisar su significación. Asimismo, los Santos Padres la
entienden en un sentido bastante amplio e indeterminado, al hablar sobre todo del
bautismo y de la confirmación. El carácter es signo de pertenencia y consagración al
Señor, comparable a la marca indeleble con que se señalaban las ovejas, los esclavos e
incluso, en una época, los soldados. San Agustín, en su polémica contra los donatistas y
basándose en la praxis tradicional de la Iglesia de no reiterar algunos sacramentos; es el
primero en establecer, al menos implícitamente, una distinción entre el carácter y la
gracia.
Podemos decir que hasta finales del siglo xii no se encuentra una teoría elaborada del
carácter. Los datos dogmáticos son tan pobres que en seguida brotan las discusiones
acerca de la naturaleza de este efecto sacramental intermedio, que es a la vez res y
sacramentum. Para unos es una relación real a Dios que nace de la recepción de un
sacramento no reiterable. Para otros, como Durando, es una entidad ideal análoga a la
santidad de una basílica o de un cáliz consagrado, que señala su destino al culto. Otro
grupo, más fiel a la tradición, lo considera como una cualidad real que configura al
alma en sus tres potencias a la Trinidad; distinguiéndola de quienes no la tienen. Sin
apartarse del esquema aristotélico de cualidades, las discusiones se centran
interminables en la alternativa de si es hábito o potencia, hasta perder su interés, vital.
Pero la cuestión vuelve a hacerse apasionante si se enfoca el carácter en su fuente y en
su efecto, es decir, en su relación a Cristo y. a la Iglesia. Expondremos dos
concepciones del carácter que lo enlazan muy profundamente al misterio cristiano: la de
santo Tomás y la de Scheeben.
EPHREM BOULARAND, S.I.
Doctrina de santo Tomás
Los sacramentos de la Nueva Ley tienen un doble fin: remediar los pecados y disponer
el alma para el culto cristiano; y esto no tanto de un modo extrínseco, cuanto haciéndola
capaz de alcanzar tales fines. Por un lado, mediante la gracia, nos hacen merecedores de
la gloria futura; por otro, nos consagran al culto de la Iglesia presente, mediante ese
signo espiritual que se llama carácter.
¿En qué consiste exactamente el carácter? No en una relación, ni siquiera en una
cualidad aristotélica: es una potencia espiritual. Porque el culto cristiano consiste en
recibir para sí o en comunicar a :otros cosas divinas. Exige, por tanto, en el fiel un
poder, correspondiente pasivo o activo. El carácter, por dedicarnos precisamente al
culto, comportará así una cierta potencia espiritual relativa a tales actos. Potencia sólo
instrumental, proveniente, como la gracia, de Cristo-Dios por su humanidad.
Y como toda la religión cristiana brota del sacerdocio de Cristo que la inauguró por su
pasión, ofreciéndose a sí mismo como víctima a Dios, aquello que nos dedica al: culto
nos configura a la Cabeza de este culto que es Cristo. Así como la gracia es una
configuración a la santidad de Cristo, el carácter es una configuración al sacerdocio de
Cristo, una participación de su poder sacerdotal, mediador entre Dios y los hombres.
La razón de su indelebilidad estriba en su naturaleza y en su fin, en ser una virtud
instrumental, radicada en la inteligencia, facultad de la fe, que viene de fuera y va más
allá del alma. La gracia, como accidente, forma una misma. cosa con el alma, la
cualifica enteramente: no existe la gracia en el hombre, sino el hombre agraciado,
justificado. Ahora bien, el hombre es frágil, cambiante, y la gracia . participa de esta
fragilidad. En cambio, el carácter, como virtud instrumental que posee su eficacia de
más arriba y se ordena a una finalidad exterior, no participa de la mutabilidad del
hombre, sino de la inmutabilidad de Cristo, sacerdote eterno, cuyo sello es.
La distinción entre sacramentos que imprimen carácter y los que, no lo imprimen puede
fundarse en la doble acepción de la santidad que. confieren: purificación del pecado por
la gracia, común a todos los sacramentos, consagración al culto de Dios por el carácter,
propio del bautismo, confirmación y orden.
De hecho sólo éstos son los que la Iglesia no reitera. El bautismo incorpora al pueblo
sacerdotal de Dios y otorga el poder recibir válidamente los otros sacramentos de la
Iglesia. La confirmación perfecciona la consagración bautismal y capacita para
testimoniar oficialmente la fe de la Iglesia a la faz del mundo. El orden constituye los
ministros del culto y destina a. ciertos fieles para dispensar los sacramentos, sobre todo
la eucaristía, que realiza la unidad del Cuerpo místico.
Ésta es a grandes rasgos la concepción de Santo Tomás; Su gran mérito consiste en la
relación que establece entre el carácter y Cristo, pero Cristo considerado en el .misterio
de nuestra redención, más precisamente en su oficio de soberano Sacerdote, la más alta
de sus funciones mediadoras. Comprendemos así que la Iglesia, nacida del nuevo Adán
dormido sobre la cruz, constituida por la fe viva y ponlos sacramentos, cuya eficacia
proviene de su pasión, no sea sólo una simple sociedad de almas que viven del mismo
Espíritu y destinadas al mismo gozo, sino también un cuerpo religioso visible, un
pueblo santo consagrado enteramente al culto divino y partícipe de algún modo, en cada
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uno de sus miembros, del sacerdocio de su Cabeza. Si la gracia nos hace partícipes de la
naturaleza divina del Hijo unigénito para disponernos a la vida eterna, el carácter nos
asocia a la función sacerdotal que Cristo posee y ejerce según su naturaleza humana.
Se podría formular, sin embargo, la objeción de que Santo Tomás, al hacer del carácter
una potencia espiritual, ha restringido su significado y su función. Más que la cualidad
de nuestra unión, el grado de nuestra semejanza a Cristo, señala nuestra aptitud para la
religión de su Iglesia. Así, el carácter bautismal parece sellar más nuestro destino al
culto común que nuestra dignidad de miembros de Jesucristo. El de la confirmación
queda poco justificado, pues este sacramento no capacita ni para recibir ni para
transmitir algún otro. El del orden, el mejor desarrollado, dice más el poder ministerial
que proviene de nuestra configuración a Cristo, que esta configuración en sí misma. La
causa dé esta simplificación parece encontrarse en que santo Tomás presta aquí menos
atención al misterio de la encarnación, fundamento de nuestra incorporación a Cristo,
que al de la redención, que realiza dicha incorporación por los sacramentos en la unidad
de la Iglesia viviente. Tal insuficiencia pretenden llenar las páginas de Scheeben sobre
la naturaleza y significación del carácter sacramental.
Concepción de Scheeben
Considera Scheeben el carácter sacramental como un misterio, y determina su esencia y
significación a partir del misterio del Hombre-Dios, prolongado en el de la Iglesia.
La Iglesia, Cuerpo de Cristo, es la comunidad más íntima y real de los hombres con el
Hombre-Dios. A la vez visible e invisible, histórica y mística, se asemeja a su Cabeza
en su doble naturaleza divina y humana. En ella se incorporan los hombres a Cristo y a
su vida `divina. Su esencia mística se revela en sus sacramentos, sobre todo en la
eucaristía, expresión perfecta de su unidad. Pues son, como ella, signos exteriores que
comunican e indican la gracia de Cristo.
Dejando aparte la eucaristía, corazón de la Iglesia, sacrificio y sacramento que
representa y realiza la unión en un solo cuerpo de los fieles con el Hombre-Dios,
distinguimos dos clases de sacramentos: los consecratorios y los medicinales. Los
primeros nos consagran a un destino sobrenatural y nos hacen ocupar un lugar
permanente en el Cuerpo místico de Cristo: son el bautismo, la confirmación, el orden y
el matrimonio. Los segundos apartan el mal, obstáculo a la gracia, de los miembros de
Cristo, para que puedan cumplir su misión y alcanzar su fin: son la penitencia y la
unción de los enfermos.
En los sacramentos consecratorios la gracia va vinculada a un signo real y sobrenatural
que nos asimila y une a Cristo. Este signo, res et sacramentum, es en el bautismo,
confirmación y orden el carácter sacramental: "sello que marca nuestra pertenencia al
Hombre-Dios, nuestra Cabeza, haciéndonos semejantes a Él, y que realiza nuestra unión
orgánica con Él".
Pero este carácter debe ser reflejo e imagen del carácter divino-humano de la Cabeza,
del sello que le hace Cristo (Ungido), ya que los miembros deben participar de él para
ser cristianos. Ahora bien, la señal que da a la humanidad de Cristo su dignidad y su
consagración divina es su unión con el Verbo. Por tanto, el carácter en los miembros del
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Cuerpo místico será un sello que represente y realice una relación al Verbo análoga a la
unión hipostática y fundado en ella.
Tal es la idea fundamental de Scheeben sobre el carácter. Precisemos todavía su
relación con el misterio de la gracia.
Carácter y gracia son ambos dones sobrenaturales que nos santifican. La gracia de
adopción nos hace gratos a Dios haciéndonos participes de su naturaleza divina. El
carácter nos hace gratos a Dios al manifestar nuestra pertenencia a su Hijo. Nos hace
participes de su dignidad y nos destina a funciones sagradas. Así como en Cristo la
unión hipostática era la raíz de donde nacía su gracia y su dignidad infinitas, así el
carácter hace brotar la gracia al unirnos a la fuente de ella, Cristo, dándonos derecho a
poseerla y garantizándonos su posesión para la eternidad. Nos concilia tan fuertemente
el amor de Dios que, en caso de perder la gracia, este amor permanece siempre
dispuesto a devolvérnosla.
Pero al mismo tiempo el carácter nos destina a participar, como miembros, de las
actividades de la Cabeza, concentradas principalmente en su sacerdocio por el cual
Cristo transmite la gracia a la humanidad y la representa para ofrecer a Dios el culto
supremo. Así el carácter del bautismo habilita a los fieles no sólo para recibir la gracia
de los otros sacramentos, sino para ofrecer el Sacrificio como su oblación propia, que
les pertenece verdaderamente en calidad de miembros de Cristo, y para ofrecerse
juntamente con él. El carácter del orden es una consagración especial que lleva
inherentes poderes sacramentales y de realizar el Sacrificio. Finalmente, el carácter de la
confirmación se añade al del bautismo como un complemento y al del orden como una
base normal; pues, si bien no da ningún poder nuevo, refuerza sin embargo la aptitud y
la obligación existentes al ejercicio del culto exterior e interior.
El carácter es, por tanto, una marca real, un sello que graba verdaderamente en el alma
nuestra dignidad y nuestra vocación. Pues, si nuestra Cabeza no recibe su dignidad y
sacerdocio de una simple unión moral con Dios o de una simple volición divina, sino de
una signatura tan real como la unión hipostática, nosotros no podemos tenerlos de una
designación puramente exterior, sino de la reproducción interior y real de su
consagración. El carácter no es simplemente un signo de destino a ciertas funciones,
sino la señal de una dignidad que eleva al hombre, dignidad que contiene y comunica,
en virtud de la unión con el Hombre-Dios, la aptitud para esas funciones. No afecta, por
consiguiente, a las solas facultades del alma, sino a todo el hombre. Es, en el Cuerpo
místico, lo que la forma y la estructura de los diversos miembros en el cuerpo humano.
Los. adapta a la estructura de la Cabeza y los hace capaces, en su vinculación orgánica
con ella, de recibir su influencia, su vida, de servir de órganos a su actividad, y esto en
grados distintos, según sea el sacramento. En su caracterización y organización interior
de la Iglesia como Cuerpo místico, el carácter sacramental nos muestra la maravillosa y
sobrenatural sublimidad de ese orden sacramental que nos une al gran sacramento del
Hombre-Dios
Comparación de las dos soluciones
Scheeben, como Santo Tomás, considera el carácter como una señal de consagración
que da el poder de participar del sacerdocio de Cristo, y lo refiere a esta única función
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mediadora. Sólo que, mientras el Doctor angélico presta atención sobre todo a la
función de religión a la que aquél nos destina, Scheeben pone en primer término la
dignidad que imprime en el alma como sello de Cristo. Uno lo comprende mirando al
fin de la Iglesia, consagrada en todos sus miembros al culto cristiano por la institución
sacramental. El otro lo profundiza todavía más, mirando a la esencia de esta misma
Iglesia, Cuerpo místico del Hombre-Dios, constituida como tal, por los sacramentos
jerárquicos. Ambos puntos de vista aparecen complementarlos, como lo son la función
y la dignidad del cristiano.
Hay que renunciar, desde luego, a conciliar todos y cada uno de los puntos en ambas
exposiciones, pues cada una tiene su punto de partida, su lógica interior y su término
particular. Puede, sin embargo, decirse que la teoría de Scheeben permite profundizar la
tesis misma de Santo Tomás, según sus propios principios, ya que para el santo la
consagración sacerdotal de Cristo, de la cual nos hace partícipes el carácter, se realiza
en el misterio de la encarnación, y Scheeben nos presenta precisamente el carácter
sacramental "como una derivación de la consagración ;substancial de la unión
hipostáticas, punto clave de la encarnación.
Tradujo y extractó: JUAN COSTA
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