HONORABLE XIII LEGISLATURA CONSTITUCIONAL DEL ESTADO LIBRE Y SOBERANO DE QUINTANA ROO. P R E S E N T E.- MAESTRO EN DERECHO FIDEL GABRIEL VILLANUEVA RIVERO, MAGISTRADO PRESIDENTE DEL TRIBUNAL SUPERIOR DE JUSTICIA Y DEL CONSEJO DE LA JUDICATURA DEL ESTADO, CON FUNDAMENTO A LO DISPUESTO POR EL ARTÍCULO 68, FRACCIÓN V, DE LA CONSTITUCIÓN POLÍTICA DEL ESTADO LIBRE Y SOBERANO DE QUINTANA ROO, VENGO A SOMETER A SU CONSIDERACIÓN LA PRESENTE INICIATIVA DE DECRETO, DE CONFORMIDAD A LA SIGUIENTE: EXPOSICIÓN DE MOTIVOS Bajo la premisa base de que en Quintana Roo se debe guiar dentro un proceso de actualización y fortalecimiento de su marco jurídico, a través de la innovación y creación de nuevas herramientas se debe fijar el camino que permita a las instituciones de procuración de justicia el ampliar su marco de acción que adecuándose a las realidades sea el vehículo para hacer frente a la delincuencia en sus más diversas y difusas modalidades de comisión; para así sancionar con mayor eficacia a la delincuencia. El delito de robo es uno de los más antiguos; tan es así, que de los antecedentes históricos que nos remontan a los principios del Derecho Romano, se desprende que, ya en ese tiempo, se le concebía como un delito privado, llamado Hurto o Frutum, en el que el sujeto pasivo podía ser el propietario poseedor o cualquiera que tuviera interés sobre el bien afectado. Es cierto que el bien jurídico tutelado por tal delito, en la actualidad, e incluso desde épocas remotas, lo es connaturalmente el patrimonio de las personas; sin embargo, no lo es menos que, en virtud que dicha figura se puede verificar y de hecho se concreta de diferentes maneras, entran en juego otros bienes jurídicos no patrimoniales que, igualmente desde el orden jurídico, también son materia de protección. De ahí la idea compartida de que la gravedad y la consecuente penalidad del injusto de que se habla deben variar dependiendo de las circunstancias que rodeen a su ejecución; ello sin olvidar sus elementos esenciales, que son el apoderamiento de cosa ajena mueble con ánimo de dominio. Partiendo de esta temática, lo relevante entonces es determinar que, en nuestra entidad federativa, la redacción de la disposición jurídica 142 del Código Penal Quintanarroense, que describe la estructura del delito de robo, lo hace en los siguientes términos: “Comete el delito de robo el que se apodere de una cosa ajena mueble, sin derecho y sin consentimiento de la persona que pueda disponer de ella conforme a la Ley, se le aplicará las siguientes penas: I.- Se impondrá de seis meses a seis años de prisión y de uno a veinte días de multa, al responsable de robo, cuyo monto no exceda de trescientos días del salario mínimo general vigente en el Estado. II.- Cuando el valor de lo robado exceda de trescientos días del salario mínimo, la sanción será de cuatro a doce años de prisión y de diez a cincuenta días de multa. III.- No se impondrá sanción alguna, cuando el valor de lo robado no exceda de treinta días de salario mínimo general vigente y el culpable restituya la cosa espontáneamente y pague todos los daños y perjuicios antes de que la Autoridad tome conocimiento del delito, si no se ha ejecutado el robo por medio de violencia.”. Resulta fácil colegir de lo antes reproducido, que en nuestra legislación penal las sanciones que se aplican por la comisión del ilícito patrimonial en comento, varían de acuerdo al precio o valor de lo robado; habida consideración que de la fracción I de dicho numeral se colige que, cuando el valor de lo robado no exceda del equivalente a trescientos días de salario mínimo general vigente en el Estado, la sanción privatoria de libertad personal, girará entre los seis meses y seis años de prisión. Misma pauta se adopta en la fracción II, que determina que, cuando el valor de lo robado exceda de ese número de días de salario mínimo, la sanción corporal se elevará de cuatro a doce años de prisión. Igual medición económica opera en la fracción III, pues de ella se desprende que, si el valor de lo robado es inferior a treinta días de salario mínimo, y se reúnan los demás supuestos que al efecto enumera, no se impondrá sanción alguna al infractor. Con este razonamiento jurídico, el aumento de la penalidad en base al monto de lo robado, como se concibe en nuestra legislación punitiva estatal, resulta ser una circunstancia que actualmente a los delincuentes les tiene sin cuidado, ya que dicho cálculo cuantitativo de que, parte la norma penal local 142 en comento, no resuelven de fondo la problemática que, en muchas de las ocasiones, incrementa el número de robos, por una apariencia de 1 impunidad que preocupa a la población quintanarroense; habida cuenta que, en la mayoría de las veces, el delincuente recibiendo un asesoramiento legal, o conociéndolo por su experiencia delictiva, son sabedores que, por el monto de sus robos, casi nunca excede de la cuantía para calificarlo como grave, contando al efecto con la libertad bajo caución, a que tiene derecho, lo cual puede estimular o fomentar a seguir delinquiendo. Asimismo, un efecto reflejo de la problemática cuantitativa anterior, se presenta en el artículo 100, párrafo segundo, del Código de Procedimientos Penales para el Estado de Quintana Roo, que establece un catálogo de los delitos considerados como graves, los cuales por cierto, por el simple hecho de serlo, no alcanzan la libertad provisional de conformidad con lo establecido en el artículo 338 del citado cuerpo de Ley; ya que, en el caso del delito de robo, dispone que será grave en los casos contemplados por la norma penal 142 fracción II, en relación al 145 fracciones I, V, VI, VII y VIII. Luego entonces nuestra norma penal sólo contempla como graves a los robos cuyo monto de lo sustraído exceda de los trescientos días de salario mínimo general vigente en nuestra Entidad Federativa, lo que significa que el incremento del desvalor en la enunciada figura criminal se le hace depender no sólo por las calificativas enunciadas a propósito de la agravación, sino que la operatividad de la gravedad de tal acto ilícito se ata a que dichas calificativas se acompañen, en todo momento, a que el robo supere el importe de los trescientos días a que se alude; de tal suerte que si el monto de lo sustraído es menor a los días de salario mínimo de que se habla, jamás se catalogará como grave la conducta típica de robo, pese a que, en la ejecución delictiva, se manifieste alguna o todas las calificativas contenidas en las fracciones legales de referencia. Tal criterio resulta desatinado y carente de sentido, puesto que, por un lado, no cabe duda que, con la comisión del injusto de robo, se lesiona el bien jurídico que se propuso dañar, en este caso el patrimonio, lesión que cobra vida con independencia del monto o cuantía del daño patrimonial causado por el infractor, pues la transgresión a dicho bien patrimonial se verifica por el solo hecho de la perpetración del robo. Ahora bien, sin desconocer que el bien jurídico que tiende a proteger el delito de robo lo es el patrimonio de las personas, no debe ser en función del resultado económico que se debe medir la intensidad de la gravedad de una conducta delictual, cuenta habida que la graduación de la nocividad social, y como consecuencia la pena, tiene su asiento en el principio de proporcionalidad de las penas que se encuentra plasmado en el párrafo primero del artículo 22 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, que, en su parte conducente, dice: “…Toda pena deberá ser proporcional al delito que sancione y al bien jurídico afectado.”. A continuación se transcribe para mejor entendimiento el criterio de la Primera Sala de la ilustrísima Suprema Corte de Justicia de la Nación, bajo el número de tesis CCXXVIII/2009, Novena Época, que en lo que nos interesa ha sostenido “…si bien el delito de homicidio en su forma básica se sanciona con una pena cuya temporalidad es de ocho a veinte años de prisión, es evidente que atento a la naturaleza del ilícito, la suma importancia del bien jurídico protegido, y la forma especial de su ejecución, o por el proceso motivacional que lo determinó, el legislador consideró sancionarlo con más severidad, lo cual respeta el principio de razonabilidad jurídica, pues en el caso del delito de homicidio calificado es más reprochable el desvalor de la conducta desplegada.”. Vista así la interpretación jurisdiccional de nuestro máximo Tribunal de Justicia en el país, se advierte que la determinación en la gravedad del delito y la mayor penalidad de las penas se guía por la suma importancia del bien jurídico protegido, y la forma especial de su ejecución, o por el proceso motivacional que lo determinó, y es a partir de esos medidores que el legislador graduará sancionarlo con mayor o menor severidad. Es importante diferenciar que al hablar la Suprema Corte de suma importancia del bien jurídico protegido, no se debe pensar en el grado de afectación mayor o menor causado a dicho bien tutelado, como sería, por ejemplo, en el caso del robo si el apoderamiento se verifica sobre cien mil pesos o sobre mil pesos, sino más bien a que la mayor gravedad de las penas debe destinarse a aquellos tipos penales que protegen los bienes jurídicos más importantes, es decir, que a mayor valor del bien jurídico (la vida o la libertad sexual, verbigracia), mayor sanción punitiva, y a menor valor del bien jurídico (el patrimonio o la privacidad, verbigracia), menor sanción punitiva respecto a la que correspondería a aquellos bienes de mayor valía. Lo anterior encuentra su apoyo en las propias palabras de la Primera Sala de la ilustrísima Suprema Corte de Justicia de la Nación, bajo el número de tesis 1a. CCXXVII/2009, Novena Época, que en lo que nos interesa dice “…De la interpretación del citado precepto constitucional se advierte que la gravedad de la pena debe ser proporcional a la del hecho antijurídico y del grado de afectación al bien jurídico protegido; de manera que las penas más graves deben dirigirse a los tipos penales que protegen los bienes jurídicos más importantes….”. Establecido lo anterior, se sigue lo insostenible de la formula legislativa alojada actualmente en el artículo 100, párrafo segundo, del Código de Procedimientos Penales para el Estado de Quintana Roo, en el sentido de considerar como delito grave a la figura de robo calificado partiendo del resultado cuantitativo o monto económico de lo robado, ya que con ello se anula la posibilidad de que los verdaderos valores, que por sí solos impactan, en términos de proporcionalidad, la agravación de dicho delito, habida cuenta que lo esencial y primordial de la agravación delictiva se debe concentrar dentro de una óptica cualitativa, la cual se posa en el núcleo esencial del 2 delito de robo consistente en el acto mismo de apoderamiento del objeto (no la apreciación objeto mismo) y los medios empleados para desplegarlo, habida consideración que es ahí, y no en el precio de las cosas, donde se centraliza la efectiva dosis de la criminalidad en la conducta delictual tipificada. A efecto de contextualizar lo anterior, en el ámbito de la Teoría del Delito, se colige que el delito de robo, como cualquier otro, es una exteriorización de un acto de voluntad, el cual puede presentarse en su forma más simple, es decir, como lo describe la norma penal incriminatoria 142, párrafo primero, del Código Penal del Estado, delimitado por sus elementos esenciales. Pero además puede presentarse, y así ocurre con más frecuencia, rodeado de uno o de una serie de elementos no esenciales o circunstancias que, sin desfigurar su perfil cualitativo, alteran la cantidad de su contenido criminoso. Al respecto opina Manzini que las circunstancias del delito son “…elementos de hecho, personales, materiales o psíquicos, extraños a los elementos constitutivos del delito, tal como está previsto en su noción fundamental; representan un más o un menos respecto a la hipótesis típica del delito mismo, y determinan una agravación o una atenuación de la imputabilidad y de la responsabilidad, o de la responsabilidad solamente.” En tanto que en voz Maggiore, por circunstancias del delito deben entenderse “todos aquellos elementos no constitutivos, sino simplemente accesorios del delito, que influyen en su gravedad, dejando intacta su esencia.” De las anteriores expresiones se sigue, por tanto que, los elementos accidentales (accidentalia delicti), como por ejemplo “la destreza” en el apoderamiento de una cosa mueble ajena o los medios empleados en el mismo, constituyen una mera circunstancia agravante, porque no se requiere para que exista el delito de robo, pero que de verificarse, el efecto que produce es el de aumentar la gravedad de la infracción; es decir, lo que caracteriza la circunstancia es el hecho de que determina normalmente una mayor o menor gravedad del delito, y, en todo caso, una modificación de la pena (agravación o atenuación). Para concluir sobre este aspecto se puede colegir entonces que, de acuerdo a la doctrina moderna, si bien el valor esencial en la economía del delito puede bien representar una circunstancia vinculada al fin o al deseo del apoderamiento, tal valor no aumenta por sí mismo el grado de intensidad en la ejecución del delito, sino que más bien esa valía existe o no existe y, por tanto, dependiendo de si el delincuente sabe del valor de lo robado o el número de artículos que va a robar (pues muchas veces no es eso lo que mueve al activo), la cuantía puede tener valor accesorio a efectos de agravamiento. Luego entonces, el monto de lo robado no puede tener el alcance y concepto de una circunstancia de la que invariablemente se deba hacerse depender la agravación delictual en el delito robo; mucho menos bajo la idea de que, en la mayoría de los robos, no entra en juego únicamente el patrimonio de las personas, sino que, verbigracia, al ejecutarse con violencia en las personas, existe el empleo de armas de fuego, en lugar cerrado o casa habitación, donde los ocupantes del lugar se ven amenazados significativamente al quedar vulnerables ante un asalto, por lo que entran en juego bienes jurídicos distintos a tutelar, como lo son la integridad física, la propia vida de las personas y la intimidad domiciliaria; circunstancias éstas que son completamente ajenas al bien patrimonial y, por sobre todo, al monto o cuantía de lo robado; o lo que es lo mismo, en el delito de robo con violencia o intimidación se protege, en primer lugar, el bien jurídico propiedad, pero también hay otros como la libertad, la salud personal e incluso la vida. Delimitado en esos términos las razones motivacionales que sustentan la siguiente proposición, es que se formula la presente iniciativa de reforma a los artículos 142 y 145 del Código Penal para el Estado de Quintana Roo, adicionando a su cuerpo un artículo 145 Bis; al igual que el contenido del numeral 100, párrafo segundo, en la parte conducente al delito de robo, a efecto de que, en una adecuada y proporcional técnica punitiva, no se juzguen de manera igual e inflexible todas las conductas de robo por su aspecto cuantitativo sino que, con aislamiento de su precio material, la punición y gravedad de las conductas delictivas de robo se incline observando a sus componentes variados de ejecución, pese a que el valor de lo robado sea escaso o no haya sido cuantioso. En ese sentido, lo conveniente es abandonar el casuismo determinado por el monto de lo robado a que se ven adheridas las penas en el delito de robo en nuestra actual legislación penal estadual, adoptando en su lugar el aspecto netamente cualitativo, con lo que se buscará impedir que las conductas de robo sobre bienes cuyo monto sea inferior a los trescientos días de salario mínimo se escapen de ser clasificados como graves, no obstante que, de acuerdo a las circunstancias accesorias de su ejecución, se incremente notablemente la cantidad del contenido criminoso de la conducta de apoderamiento, y que la penalidad sea netamente proporcional al hecho cometido, para así sancionar con mayor eficacia a la delincuencia. 3 Por otro lado, distinta realidad que, de forma considerable también empuja, alienta y fortalece la actividad criminal, tiene que ver con que, en algunos sectores de la criminalidad, las autoridades se encuentran imposibilitadas para determinar el papel delincuencial de los operadores de aquellas conductas infractoras de la ley penal, sobre todo en aquellas operaciones en que se acumula la concurrencia de diversas personas que combinan sus esfuerzos en actividades diferenciadas y especializadas para conseguir el resultado delictivo; pues como es lógico, entre más actores intervengan, y se hagan repartición de las tareas delictivas, más complejo se torna identificar cual fue la actividad que correspondió a cada uno de los intervinientes, principalmente respecto de aquellos a los que corresponden tareas que, por su formato, tienden a desconectarse de la ejecución material y principal, que comúnmente se relacionan sólo con la fase de agotamiento del delito después de su ejecución. Dentro de ese esquema de empresa delincuencial, por dimensionarlo de alguna manera, es más fácil distinguir el papel que asumen los responsables principales o autores (quienes conciben, preparan o ejecutan el acto físico con que se consuma el delito), que de aquellos que asumen todos los demás que, interviniendo en el delito, pueden ser ubicados como responsables accesorios (llámeseles cómplices o encubridores del injusto). Partiendo de esa temática, en nuestra sociedad mexicana, y particularmente en nuestra propia entidad federativa, en la actualidad los casos de extorsión y secuestro es uno de los fenómenos que van a la alza en la adquisición de esa compleja fisionomía de pluralidad conductual, ya que al cometer ese delito los delincuentes no sólo se han conformado con impactar la afectación del patrimonio de las víctimas, sino que, en la búsqueda de métodos más efectivos, operan la extorsión y/o secuestro, poniendo de por medio a un familiar secuestrado, familiar detenido, amenazas de daño, amenazas de secuestro, engaño por concursos falsos y cobro de derecho de piso, con el consecuente quebranto y perjuicio patrimonial de los agraviados; pero más aún la forma de operar el delito que nos aqueja va adquiriendo la nota distintiva de ser ejecutado, no únicamente por una sola persona, sino que, con mayor frecuencia, se distingue ya con la intervención de un número superior de individuos con el fin de alcanzar, con mayor efectividad, el resultado lucrativo ansiado, para sí o para un tercero, donde los intervinientes principales y accesorios comparten coordinadamente las labores de ejecución. De ahí que, lo significativo de dicha multiplicidad conductual, en el tipo delictivo de que se habla, reside en que los delincuentes ahora están refugiando el fenómeno de la extorsión y/o secuestro precisamente en que, al utilizar un formato de repartir tareas que sistematizadas entre sí, tornan cada vez más difícil para las autoridades investigadoras identificar o etiquetar a algunas de esas conductas como parte del plan criminal de extorsión y/o secuestro; a grado tal que dificulta excesivamente el vincular a todos y cada uno de los intervinientes en la comisión de este tipo ilícito. Tal es el caso particularmente complejo de las actividades que corresponden a aquellos individuos a quienes dentro del plan extorsivo se les encomienda la actividad criminal de poner a su alcance de un tercero, o del conjunto delictivo, un bien afecto al hecho delictuoso, pues es principalmente complicado que, en considerables ocasiones, tales sujetos resultan ser otras personas distintas de las que materialmente realizan la extorsión y/o el secuestro, pues entre más grande sea la cadena de los intervinientes accesorios que toman parte en el aparato criminal, más indeterminable se vuelve a la vista de una investigación el detectar algún vinculo o conexión de aquellos con el actuar extorsivo original de los responsables principales o autores del delito. A ese respecto, particular atención exigen aquellas personas que maquillan su actividad criminal dentro de una simple situación o estado de hecho en que son encontrados respecto a los bienes provenientes de actividades extorsivas o de secuestro; ejemplo claro de ello es el caso de individuos que, sin tener ningún aparente papel criminal directo o indirecto, dentro la empresa criminal de que los bienes proceden, son localizados recogiendo el bien criminoso del lugar convenido entre el extorsionador y extorsionado, o bien transportando el vehículo objeto de la extorsión o secuestro, pero que muy a pesar de que tales objetos tienen enlace evidente con el delito de que se trata, en la mayoría de las veces, es inexistente algún dato revelador que los conecte a su participación en tales delitos (como autores o participes), quienes además en muchas de las ocasiones consiguen esquivar la punición de sus conductas bajo el argumento de desconocer el origen ilícito de los objetos y/o que alguien sólo les ordenó tal actividad pero sin siquiera referir datos básicos de la identidad de quien supuestamente se los mandó. Siendo que, por el formato de tales conductas concretas, resultan ser atípicas por no corresponder por si misma a ninguna de las fisionomías de las figuras delictivas catalogadas dentro de la ley penal de nuestra entidad, o bien ante la falta de elementos para insertarlas dentro de uno de los grados de complicidad del injusto de extorsión o de secuestro, a grado tal que quedan fuera del marco de punición, no obstante que, como se dijo, en el fondo tales conductas en realidad sean integrantes del propósito criminal de la extorción o secuestro, lo que da paso a un margen de impunidad indeseada; ya que la mayoría de las detenciones infraganti de dichas personas terminan finalmente en su liberación, a la luz de que es materia y legalmente imposible su procesamiento. 4 De ahí entonces que, dada la redimensión en la actualidad de los elementos operativos de la extorsión y/o secuestro, ha adquirido en nuestra sociedad, bajo el formato de las características a que se alude, surge la necesidad de que, para cubrir ese espacio de impunidad en la agenda legislativa, se incluya el establecer como delito a ese sector de conductas que tienen que ver con aquellas personas que son localizados en una simple situación o estado de hecho, respecto a los bienes provenientes de actividades de extorsión y/o secuestro; y que sin tener ningún aparente papel criminal directo o indirecto dentro la empresa de tales delitos, se bastan con argumentar su desconocimiento del origen ilícito de los mismos y/o que alguien solo les ordenó tal actividad, puesto que la función de la ignorancia alegada y/o el no dar ni siquiera datos básicos de la identidad de quien supuestamente les mandó, no es suficiente para superar la presunción (que debe ser legal) que nace a partir de que si dichas personas son posicionadas en el preanotado estado de hecho, respecto a aquellos objetos producto de una extorsión o secuestro, sin justificar con motivo razonable la realidad de su posesión con respecto al objeto proveniente del delito, o bien que ni siquiera revelan el nombre o identidad del autor quien los envió, o que haciéndolo, la persona resulte irreal. Por lo que tales circunstancias alojan la lógica consecuencia de que el sujeto asumió más bien el papel de encubridor en el delito extorsivo o secuestro original. Esta iniciativa propone que tales conductas queden tipificadas como forma específica de encubrimiento, y sometidas bajo la misma pena que establece el artículo 233 del Código Penal, habida cuenta que el núcleo de la figura de encubrimiento consiste en que es un delito "per se" al delito principal, o como forma de participación del delito único, siendo el caso que es en esa característica que se precisa la creación del desdoblamiento del tipo que en este momento se plantea, a la luz que las acciones de que se viene hablando son verdaderos actos positivos o negativos ejecutadas (por el encubridor) a posteriori de la extorsión o secuestro de que provengan los bienes controvertidos; es decir, primero antecede el hecho que la ley califica como delito de extorsión y/o secuestro, y a la postre, aterriza el estado de hecho en que se ven inmersos los individuos involucrados con respecto a los bienes objetos o productos de la extorsión o secuestro en tratamiento. Por tanto esa realidad social que impulsa la creación de la figura que se diseña dentro del tipo de encubrimiento, estriba en que comparte la misma causalidad existente entre la conducta, el resultado y dicho tipo penal (de encubrimiento); es decir, que la acción de los sujetos es posterior a la ejecución del delito de extorsión y/o secuestro, el que tan solo se puede tomar como un antecedente histórico. Bajo esa tesitura, la presente iniciativa tiene como objeto adicionar una fracción más al artículo 233 del Código Penal, a efecto de que sean sancionados como delito de encubrimiento, a quienes se ubiquen en el siguiente supuesto: “encontrándose en una situación o estado de hecho con respecto bienes provenientes o productos del delito de extorsión y/o secuestro, no justifiquen legalmente o expongan el motivo razonable de su posesión. No se configura encubrimiento cuando se acredite que la persona haya servido o sirvió de instrumento inconsciente para la realización de ese acto o estado de posesión. Tampoco configurara delito si la persona revela el nombre o identifica al autor del delito de extorsión de que provengan o a que se vinculen los objetos materia de su posesión.” En el mismo sentido, otra buena dosis de la criminalidad que sostiene al delito de extorsión y secuestro, se acuna en que la compra o adquisición eventual de uno o más objetos que resultan procedentes de actividades de extorsión y secuestro, sin tomar las precauciones indispensables para cerciorarse de la procedencia legal de los objetos, o aún a sabiendas del origen ilícito, la compra sea una práctica consensada entre los extorsionadores y/o secuestradores y el comprador. Situaciones que, como se dijo, se erige como uno de los motores de la conducta delictiva, pues es lógico que bajo ese supuesto aquellos tienen plena confianza o seguridad en que podrán obtener provecho de su actuar delictivo, bajo el pensamiento de que fácilmente podrán colocar en venta los objetos materia de la extorsión y/o secuestro; situación que representa gran incentivo a esta actividad criminal como una forma de vida de los extorsionadores, secuestradores y compradores de cosas ilícitas; lo que igualmente da paso a un espacio de impunidad indeseada, habida consideración que, en el artículo 233, fracción II, del Código Penal Quintanarroense, únicamente se contempla que comete el delito de encubrimiento a quien “No haya tomado las precauciones indispensables para asegurarse de que la persona de quien recibió una cosa mueble en venta o prenda, tendría derecho para disponer de ella, si resultare robada”. De lo que se sigue que, en la citada descripción típica, no son consideradas como delito de encubrimiento a las conductas de aquellas personas que, sin haber tomado las precauciones indispensables para asegurarse de que quien se les vendió la cosa o se las puso en prenda, tenía derecho a disponer de ellas, cuando tales cosas sean resultado de una actividad inmediata y directa de la extorsión o del secuestro. De ahí entonces que se considera que, dentro del entorno de la modalidad delictiva descrita en la fracción II del antedicho artículo 233, es importante destacar la inclusión de aquellos casos en que alguien compre objetos o los reciba en prenda, siendo productos 5 del delito de extorsión y secuestro, en la inteligencia que dicha figura especifica no perderá su fisionomía, pues igualmente que, en el supuesto de que las cosas resultaren robadas, se conserva que para su integración igualmente el inculpado haya dejado de tomar las precauciones indispensables para cerciorarse de la legítima procedencia de la cosa que obtuvo en venta o prenda, por lo que la sola presencia de ese cercioramiento indispensable de la persona involucrada, al igual como ocurre como si la cosa resultare robada, impediría que se colmara la configuración del supuesto típico de encubrimiento en el supuesto de la extorsión y secuestro. Así las cosas, por igualdad de razón a los casos de robo y ante la ola incesante de los delitos de extorsión y secuestro de que provienen los bienes materia de venta, se propone considerarse que, dentro del delito de encubrimiento tipificado en la fracción de que se habla, esté comprendida la conducta en aquellos casos que las cosas resultan materia de extorsión y secuestro, habida cuenta que el comprador o recibidor en prenda no estaría obligado a cerciorarse a toda costa sobre si los bienes recibidos o comprados han sido producto de una extorsión o producto de un ilícito de secuestro, sino únicamente de su legítima procedencia respecto de quien se las vende o entrega y que éste tenía derecho a disponer de las mismas. Todo ello con el fin de que al estar contemplado en la fracción II del artículo 233 del Código Penal de Quintana Roo, se evite o desaliente el tráfico de objetos adquiridos ilegítimamente Por lo antes expuesto, tengo a bien someter a la consideración del Poder Reformador del Estado, por conducto de esta Honorable Soberanía, la siguiente: INICIATIVA DE DECRETO QUE REFORMA EL CÓDIGO PENAL PARA EL ESTADO LIBRE Y SOBERANO DE QUINTANA ROO, EN SUS ARTÍCULOS 142, 145 Y 233, Y SE ADICIONA EL ARTÍCULO 145 BIS; ASÍ COMO EL ARTÍCULO 100, PÁRRAFO SEGUNDO, DEL CÓDIGO DE PROCEDIMIENTOS PENALES PARA EL ESTADO LIBRE Y SOBERADO DE QUINTANA ROO. CÓDIGO PENAL PARA EL ESTADO LIBRE Y SOBERANO DE QUINTANA ROO Artículo 142.- Se impondrá de seis meses a seis años de prisión y de diez a cincuenta días de multa, al que se apodere de una cosa ajena mueble, sin derecho y sin consentimiento de la persona que pueda disponer de ella conforme a la Ley. No se impondrá sanción alguna, cuando el valor de lo robado no exceda de treinta días de salario mínimo general vigente y el culpable restituya la cosa espontáneamente y pague todos los daños y perjuicios antes de que la Autoridad tome conocimiento del delito, si no se ha ejecutado el robo por medio de violencia. Artículo 145.- Se impondrá de cuatro a doce años de prisión y de veinte a ochenta días de multa, si el robo se realiza: I.- Acometiendo a la víctima encontrándose ésta en un vehículo particular o de transporte pública; II.-Respecto de vehículos estacionados en la vía pública o en otro lugar destinados a su guarda o reparación; II.- Respecto de instrumentos de labranza, alambre utilizado para cercar, frutos cosechados o por cosechar; IV.- Sobre embarcaciones o cosas que se encuentren en ellas; V.- Quebrantando la confianza o seguridad derivada de una relación de servicios, trabajo u hospitalidad, o VI.- Valiéndose de identificaciones falsas o supuestas órdenes de alguna autoridad. Artículo 145 Bis.- Se impondrá de seis a dieciocho años de prisión y de treinta a ciento cincuenta días de multa, si el robo se realiza: I.- Con violencia contra la persona robada o sobre otra que la acompañe, o cuando ejerza violencia para darse a la fuga o defender lo robado; 6 II.- En lugar cerrado o habitado o destinado para habitación, o sus dependencias, comprendiendo no solo los que están fijos en la tierra, sino también en los movibles; III.- Aprovechando la consternación que una desgracia privada cause al ofendido, a su familia o a las condiciones de confusión que se produzcan por catástrofe o desorden público; IV.- Por intervención de dos o más personas; V.- Mediante uso de armas u otros medios peligrosos; VI.- En contra de una oficina bancaria, recaudadora u otra en que se conservan caudales, o en contra de las personas que las custodian, manejan o transportan; VII.- En local comercial abierto al público; Artículo 233.- ….. I.- ….. II.- No haya tomado las precauciones necesarias para asegurarse de que la persona de quien recibió una cosa mueble en venta o prenda, tendría derecho para disponer de ella, si resultare robada o producto de una extorsión o secuestro; III.- ….. IV.- ….. V.- ..... VI.- Encontrándose en una situación o estado de hecho con respecto bienes provenientes o productos del delito de extorsión o secuestro, no justifiquen legalmente o no exponga el motivo razonable de su posesión. No configurará delito a quien exponiendo el motivo razonable de su posesión, revele datos ciertos, precisos y verificables del nombre o identidad de la persona de quien obtuvo la posesión del bien. Tampoco se configura encubrimiento cuando se acredite que la persona haya servido o sirvió de instrumento inconsciente para la realización de ese acto o estado de posesión. CÓDIGO DE PROCEDIMIENTOS PENALES PARA EL ESTADO LIBRE Y SOBERANO DE QUINTANA ROO Artículo 100.- …. Se consideran como graves los delitos previstos en los artículos: 86 en relación al 14 respecto de la conducta dolosa, 87 en relación al sujeto del delito que actuó como provocador, 88, 89, 94, 100 fracción III y último párrafo en relación al 14 respecto de la conducta dolosa, 117, 118, 119, 124, 127, 128, 129 párrafo segundo, 145 Bis, 148 Bis, 148 Ter, en sus Fracciones II y III, 149 Bis, 153 fracción XV, 156, 159 párrafo segundo, 171 párrafo primero, 172 Bis, 172 Ter, 189 bis, 191, 192 bis, 192 ter, 192 quáter, 194 quínquies, 202, 203, 204 y 268 fracciones I, II, III, IV y V del Código Penal para el Estado Libre y Soberano de Quintana Roo, así como los artículos 6 y 9 de la Ley para Prevenir, Combatir y Sancionar la Trata de Personas del Estado de Quintana Roo. ….. TRANSITORIOS PRIMERO. El presente Decreto entrará en vigor el día de su publicación en el Periódico Oficial del Estado. SEGUNDO. Se derogan todas las disposiciones que se opongan a las contenidas en el presente Decreto. 7 Chetumal, Quintana Roo, a 22 de mayo de 2012. EL MAGISTRADO PRESIDENTE DEL TRIBUNAL SUPERIOR DE JUSTICIA Y DEL CONSEJO DE LA JUDICATURA DEL ESTADO DE QUINTANA ROO. M. EN D. FIDEL GABRIEL VILLANUEVA RIVERO 8