IDEA DE NACIÓN EN EL SIGLO XIX 1.1. CONSIDERACIONES INICIALES El nacionalismo considera la creación de un Estado nacional como indispensable para la realización de las aspiraciones económicas sociales y culturales de un pueblo. Tras la Revolución Francesa se va a redefinir el término "nación", justificándose el nacionalismo desde puntos de vista diferentes, como la raza, la historia o la lengua, y quedando como clásica la definición de Renán, que, frente al Estado artificial, recoge el principio de soberanía popular y la concepción romántica del Estado como grupo histórico. Va a ser un factor revolucionario, pues, oponiendo el principio de nación al de legitimidad dinástica, subvertirá el orden establecido en el Congreso de Viena, que no había respetado los anhelos nacionalistas de distintos pueblos. El sentimiento nacionalista vendrá avalado en los primeros años del siglo XIX por la aparición del Romanticismo, movimiento que, superando su carácter inicialmente conservador, entraría en una fase liberal en la que se convertirá asimismo en factor revolucionario al adoptar actitudes progresistas y defender un nuevo sistema de valores, inspirado por el individualismo y la libertad, ajeno a los fundamentos políticos de la Restauración y, por contra, cercano a los postulados liberales y nacionalistas. Con el término Romanticismo estamos aludiendo al movimiento filosófico, literario y artístico que se inicia en los Estado Alemanes a finales del Siglo XVIII y que alcanzará su máxima expresión en los primeros decenios del Siglo XIX. La reafirmación del Nacionalismo, como ya dijimos, tras las guerras napoleónicas tiende a la exaltación de la nación frente al absolutismo monárquico y se convierte en una corriente crítica ante la artificiosidad del mapa europeo surgido del Congreso de Viena. Poco a poco, la redefinición del concepto de pueblo estableció una relación de dependencia y subordinación del individuo respecto a éste, dependencia porque cada ser humano recibía de su pueblo la cultura que lo identificaba, y subordinación porque sus intereses particulares quedaban supeditados al del pueblo en general. Raza y lengua se convertirán en los elementos definitorios de la singularidad de cada pueblo, produciéndose un fenómeno de recuperación de las lenguas vernáculas, del folklore y de las culturas propias que, desde el punto de vista político, se orientará al objetivo de la independencia. KOHN, H. (1966), El Nacionalismo. Su significado e historia, Paidós, Buenos Aires Durante el Antiguo Régimen el sentimiento nacional, estará basado en unos vínculos religiosos y dinásticos pues los ciudadanos deberán lealtad a la Corona y a la Iglesia. Así, los orígenes del nacionalismo moderno estarán motivados por la desintegración del orden feudal, que traerá consigo la formación de los Estado-nación. Tenemos que tener en cuenta que el movimiento nacionalista creó una conciencia igualitaria, que vendrá determinada por factores comunes de los pueblos. Las reivindicaciones nacionalistas también se fundamentarán en los avances tecnológicos, culturales y económicos, pues esta última característica marca un renacimiento industrial que preparará el camino para la creación de grandes unidades económicas comunes (v. gr. Zollverein en los estados alemanes). En otro orden de cosas hemos de indicar que fundamental en la formación de la idea de nación será la Revolución Francesa en la que se sustituyen los sentimientos de lealtad hacia la monarquía por la de lealtad a la nación, cuya máxima manifestación será la formación de la Asamblea Nacional; y la actuación de los ejércitos napoleónicos que por un lado extendieron las ideas asentadas con la Revolución Francesa y de su imperialismo agresivo estimuló los movimientos nacionalistas en su contra, como en el caso ruso, español o alemán. Antes de centrarnos en los principales movimientos emancipadores, unificadores, y autonomistas, es conveniente un repaso a los principales difusores de la nueva ideología; así, el italiano Mazzini se convierte en el representante más significativo del nacionalismo democrático, que implica en el concepto de idea nacional las de soberanía popular y libertad de los pueblos; el polaco Mickiewicz será un aliento continuo en las reivindicaciones nacionales de su tierra natal, o el francés Michelet se convertirá en el exponente fundamental del nacionalismo en el pensamiento galo, formulado en su obra “Le Peuple”, en la que defiende el establecimiento de las fronteras nacionales según la existencia de “comunidades legales” vinculadas por la misma lengua y la licitud de la revolución como medio de consecución de la libertad. Si en Irlanda la ocupación británica hará aflorar la obra en gaélico de Thomas Osborn Davis, el nacionalismo alemán beberá de los “Discursos a la Nación Alemana”, redactados por Fichte en 1808, quien recupera el sentimiento nacional latente antes en las obras de Herder. El nacionalismo eslavo, fielmente expresado en los distintos episodios del proceso que conocemos como “Cuestión de Oriente”, cuenta con ideólogos como el eslavista Kollar o Polacky, defensor del ilirismo. Por último, el mismo sentimiento nacionalista traspasará el Atlántico para llegar a tierras latinoamericanas, alentando los convencimientos de personajes como Bolívar o San Martín 2. PRINCIPALES MOVIMIENTOS EMANCIPADORES DEL SIGLO XIX 2.1. LA INDEPENDENCIA DE GRECIA La emancipación de Grecia es el principal resultado exitoso del ciclo revolucionario de 1820. Tras la declaración de independencia del Imperio Turco, acordada en el Congreso de Epidauro (1822) y liderada por Alejandro de Ypsilanti, se sucederán casi diez años de guerra, basándose la acción de los revolucionarios en la actuación de las sociedades secretas ("hetairías"), la resistencia popular y el apoyo de la Iglesia ortodoxa. Será básica la colaboración de Inglaterra e, incluso, la de otras naciones más conservadoras, que contemplaron el conflicto como la reanudación de la lucha entre el Cristianismo y el Islam. Tras episodios militares como la batalla de Misolonghi, el acceso de Grecia a su independencia, ratificada por el Tratado de Adrianópolis de 1829, sirvió para alentar los nacionalismos y supuso la primera quiebra del sistema surgido en el Congreso de Viena. 2.2. LA INDEPENDENCIA DE BÉLGICA Tras el Congreso de Viena, se impuso su unión al Reino de los Países Bajos, a pesar de las diferencias religiosas, lingüísticas, económicas y políticas entre Bélgica y Holanda. El hecho de que, en la práctica, los intereses belgas estuviesen totalmente subordinados a los holandeses originaba un profundo malestar, que coincidió también con la crisis económica de finales de los veinte. Así se produjo la declaración de independencia de Bruselas, (4-X1830) emanada de un gobierno provisional independentista que estuvo a punto de ver la internacionalización del conflicto, al contrarrestarse el apoyo que recibían de Francia con la amenaza de intervención de Rusia, Austria y Prusia, que se pronunciaron en apoyo de Holanda. Sin embargo, el estallido revolucionario en la Europa Central impidió la intromisión de estas últimas potencias, a la vez que Bélgica empezó a contar también con el apoyo de Inglaterra, que veía así la oportunidad de minar el poder de un rival comercial como Holanda. En Londres se celebraría un Congreso internacional en el que se reconoció la independencia de Bélgica, que a cambio debió firmar su neutralidad permanente, quedando Inglaterra como garante de la nueva nación. 2.3. EL NACIONALISMO ITALIANO. PROCESO UNIFICADOR. Se deriva de la desunión territorial aprobada en el Congreso de Viena en 1815, que dividía la Península Itálica en el reino del Piamonte-Cerdeña, el reino Lombardo-Véneto -en manos de Austria-, los ducados de Parma, Módena y Toscana -también bajo príncipes de origen austriaco-, los Estados Pontificios y el reino de las Dos Sicilias, donde son repuestos los Borbones. En las primeras décadas del XIX comienza a propagarse la idea de una patria común y a definirse los rasgos específicos de la italianeidad; esta conciencia nacional se ampliará por historiadores y pensadores románticos -Mazzini, Leoppardi-, fraguando en un movimiento liderado por el propio Mazzini que no conseguirá sus propósitos durante la primera mitad del siglo. Desde los años 30 los defensores de la unificación se articulan en tres corrientes distintas en cuanto al modelo propuesto para el futuro Estado unificado: 1ª.- El ideal de Mazzini y de la "Joven Italia", fundada por Garibaldi, que es un Estado Republicano, con capital en Roma, y que incluiría el Trentino, Dalmacia, Saboya y Niza. 2ª.- El plan expuesto por el abate Gioberti en su obra "Il primato morale e civile degli italiani", que deseaba una Confederación de Reinos bajo la presidencia honorífica del Sumo Pontífice. 3ª.- La vía finalmente puesta en práctica, que era la unidad bajo la casa de Saboya, que reinaba en el Piamonte; nace en las obras de Balbo y D'Azeglio y constituirá la ideología del Risorgimento, defendida políticamente por Cavour. El proceso unificador está precedido de una serie de pasos previos, impulsados por sus dos grandes protagonistas, el monarca Víctor Manuel del Piamonte y su primer ministro, Camilo di Benzo, conde de Cavour, que no vio culminado su proyecto al fallecer en 1861. El Piamonte era una monarquía constitucional, de sólo cinco millones de habitantes, en la que el Ejército y la Iglesia gozaban de una franca influencia. Para el fortalecimiento del país se acometen una serie de iniciativas, como el saneamiento de la Hacienda, la construcción del ferrocarril, el librecambismo económico y la reforma militar, dirigida por el general La Marmona. Para ganarse el apoyo de los liberales, Cavour no dudó en enfrentarse con la Iglesia, separándola de cualquier vinculación con el Estado y decretando la desamortización de sus bienes. Para el diseño de las acciones unificadoras se funda la Sociedad Nacional Italiana, presidida por Palaviccino y cuyo hombre fuerte es Garibaldi. Estas actuaciones permitieron al gobierno de Turín hacerse con las simpatías incluso de los sectores proclives al republicanismo, excepto el de Mazzini, que, sin embargo, pronto dejó de suponer ninguna alternativa. Cavour, consciente de que la unificación italiana sólo sería posible con ayuda del exterior, inició un acercamiento hacia la Francia de Luis Napoleón, dada la pertenencia juvenil de éste a los "Carbonarios" y las apetencias galas sobre Niza y Saboya, en esos momentos territorios bajo soberanía piamontina, pero susceptibles de utilizarse como moneda de intercambio para pagar el apoyo francés. Napoleón III y Cavour celebraron la Conferencia de Plombiéres, en la que acuerdan: - La ayuda francesa al Piamonte en caso de guerra contra Austria, siempre que ésta fuera la primera en declarar el enfrentamiento. - Tras la derrota austriaca, la creación de una Confederación italiana integrada por cuatro Estados: Italia del Norte, Italia Central, los Estados Pontificios y el Reino de las Dos Sicilias. - La entrega a Francia de Niza y Saboya. - El matrimonio de un hijo de Luis Napoleón con la hija de Víctor Manuel II. Las principales fases de la unificación italiana son: La guerra contra Austria. Tras varias provocaciones, Austria invade el Piamonte en IV1859. Hasta el mes de julio se prolonga una guerra, en la que los franceses ayudan a los piamontinos en la consecución de la victoria en las batallas de Magenta y Solferino; sin embargo, las movilizaciones de tropas prusianas para una posible ayuda a Austria hicieron que Napoleón III firmara unilateralmente con ésta el armisticio de Villafranca, que puso fin a las operaciones militares, generando el lógico descontento en el Piamonte. En la definitiva Paz de Zurich, Víctor Manuel conseguía la Lombardía, pero no el Véneto. La incorporación del Sur y de la Italia central. A través de plebiscitos se unen al Piamonte Parma, Módena, Toscana y la región de la Romagna, calmando las posibles protestas francesas con la devolución de Niza y Saboya (24-III-1860). Ese mismo año Garibaldi al frente de los "Camisas rojas" ocupa Sicilia y se dirige a Nápoles. Sin embargo, Cavour, temeroso de que los garibaldistas tomaran Roma y establecieran una República que entorpeciera el ideal de la monarquía unitaria, envía tropas regulares para controlar a los voluntarios de Garibaldi. En X-1860, mediante nuevos plebiscitos, se incorporan al Piamonte las Dos Sicilias y las regiones de las Marcas y Umbría. En II-1861 se reúne en Turín un Parlamento que proclama el reino de Italia, con Víctor Manuel II como rey y capital en Roma, aunque, al estar ésta aún en manos del Papa, la capitalidad se establece provisionalmente en Florencia. La unidad definitiva. La unificación definitiva, con las incorporaciones de Venecia y Roma, será posible en el contexto de la unidad alemana. La anexión de Venecia es fruto de una compleja maniobra política: al tiempo que los italianos se aliaban con Prusia, Austria pactaba con Francia la entrega de Venecia a cambio de su neutralidad. Aunque las fuerzas de Víctor Manuel son derrotadas en Custozza y Lisa, sirven para entretener efectivos militares austriacos, lo que facilita la victoria prusiana en Sadowa. La paz subsiguiente incluye la entrega de Venecia a Francia y, posteriormente, la concesión por ésta a Italia de los territorios del Véneto. Por último, las tropas francesas al mando del general Cadorna, que desde 1848 estaban establecidas en los Estados Pontificios, son retiradas por Napoleón III por las necesidades impuestas por su enfrentamiento con Prusia en 1870, lo que se aprovecha por los italianos para tomar la Ciudad Eterna. El Papa queda confinado en el Vaticano, excomulgando al monarca italiano. La unificación de toda Italia era ya una realidad, aunque no se habían conseguido incorporar zonas como el Tirol, el Trentino o Istria, que constituirán la denominada desde aquel momento "Italia irredenta". GARCÍA, E, (1985). Italia, de la unifición hasta 1914, Akal, Madrid 2.4. EL NACIONALISMO ALEMÁN. PROCESO UNIFICADOR. La unificación alemana cuenta con importantes antecedentes intelectuales y económicos. La fragmentación política del suelo germano se redujo tras el Congreso de Viena, aunque todavía pervivieron 39 Estados independientes, reunidos en una Dieta General, de presidencia austriaca. Sin embargo, ya con anterioridad a este proceso, desde los "Discursos a la nación alemana" (1808) de Fichte existía la idea de una conciencia nacional, estimulada por pensadores como Hegel, poetas como Heine, historiadores como Droysen o Ranke e, incluso, músicos, como Wagner. En las Universidades se extendía cada vez más el ideal de una Alemania unida e incluso un periódico, el "Deutsche Zeitung", se dirigía a la nación alemana. Uno de los factores más favorables para la culminación del proceso unificador será el desarrollo económico, impulsado fundamentalmente desde 1834, cuando los Estados del Norte crean el Zollverein, unión aduanera que en 1852 se extendía ya a todos los territorios del país, excepto Austria. El Zollverein, junto a la rápida puesta en funcionamiento de la red ferroviaria, supone un gran incentivo para la industria y para los intercambios comerciales, fenómeno coincidente con la explotación a pleno rendimiento de las minas de carbón del Sarre, Silesia y el Ruhr y con la inversión en la industria de los importantes beneficios generados por el sector primario, lo que sienta las bases de la economía capitalista. De este auge económico se deriva la consolidación de una burguesía capitalista, de alto nivel cultural, que apuesta firmemente por la unidad alemana, en forma de un Estado liberal y parlamentario. El proceso unificador, liderado por el canciller de Prusia Otto von Bismarck, presenta bastantes similitudes con el italiano: en ambos casos hay un Estado impulsor -Piamonte en un caso, Prusia en otro-, un político clave -Cavour y Bismarck, respectivamente- y una nación que no se siente muy atraída por que culminen los afanes unionistas -Francia, veladamente, en el caso de Italia, y Austria en el alemán-; también se detectan grandes diferencias entre los dos fenómenos: mientras que en Italia influyen fundamentalmente factores como el liberalismo o las razones políticas, en Alemania tienen más peso el componente propiamente nacionalista y motivaciones económicas, culturales y militares; mientras que las anexiones "pacíficas" obedecen a la voluntad popular mediante plebiscitos en Italia, en el caso alemán son fruto de la libre decisión de los príncipes de los Estados afectados; aunque la división territorial es más alta en Alemania, no se da en ella, como en Italia, la presencia de soberanos extranjeros; por otra parte, mientras que el Piamonte busca apoyos internacionales, Prusia dirige el proceso unificador sin recurrir a ayudas del exterior, salvo la interesada alianza de la propia Italia durante la guerra contra Austria; y, por último, mientras que tras conseguir la unidad Italia toma la forma política de un reino, Alemania opta por una Confederación de Estados. Las principales fases de la unificación son: a) Guerra de los Ducados. Schleswig, Holstein y Lauemburgo son tres ducados al sur de Dinamarca, gobernados por príncipes daneses desde el Congreso de Viena, pero con población germana. En 1863 se plantea un problema sucesorio entre Dinamarca y estos territorios, aprovechado por Bismarck para, tras llegar a un acuerdo de reparto con Austria, ocuparlos, para proceder posteriormente a su reparto: Schleswig y Lauemburgo para Prusia, Holstein para Austria. b) Guerra austro-prusiana. La rivalidad austro-prusiana se acrecienta tras algunas decisiones unilaterales del gobierno de Berlín, que firma, desdeñando a Austria, un acuerdo aduanero con Francia en nombre del Zollverein y que, para ganarse las simpatías de los liberales de los Estados del Sur, fronterizos con el Imperio austro-húngaro, promete la formación de una Confederación, en la que el poder legislativo común radicaría en un Parlamento elegido por sufragio universal, algo inadmisible para Viena. Tras conseguir el aislamiento diplomático de Austria y firmar la alianza militar con Italia, Bismarck desata una guerra relámpago, en la que, con el hito fundamental de la batalla de Sadowa (1866), los prusianos se imponen a los austriacos gracias a la preparación de su moderno ejército, al mando del general Moltke. El fin de la contienda se certifica en el Tratado de Praga, que, excluyendo a Austria de la futura Alemania, permite a Bismarck la organización de la Confederación de Alemania del Norte. El siguiente paso será conseguir la incorporación de los Estados católicos del Sur, para lo que el canciller de Guillermo I buscará una causa común que los una en la lucha, y que encuentra en el enfrentamiento contra Francia. c) Guerra franco-prusiana. La victoria de Prusia sobre Austria suscita los recelos de Napoleón III, que llega a solicitar compensaciones territoriales con la lógica negativa del gobierno berlinés, que además presenta al francés como un ambicioso peligroso ante Rusia e Inglaterra. Los Estados del Sur, temerosos de que las siguientes peticiones galas les afecten, firman tratados militares con Prusia, momento en el que París y Berlín entran en controversia ante la posibilidad de que el trono español, vacante desde IX-1868, recaiga en el alemán Leopoldo de Hohenzollern. Bismarck manipulará la réplica a la negativa de Guillermo I a la oposición francesa a este nombramiento con la redacción del "telegrama de Ems", estallando la guerra. Las batallas de Forbach, Freschwiller, Estrasburgo y Sedán (1870) jalonan el éxito prusiano; la efímera resistencia parisina termina con la capitulación, el 28.I.1871. Francia se vio obligada a firmar la Paz de Francfort, que incluía la cesión de Alsacia y parte de Lorena y el pago de una indemnización de cinco mil millones de francos oro, fijándose que, hasta no hacerse efectivo este abono, permanecería en suelo francés un ejército alemán costeado a expensas del gobierno galo. ABELLÁN, J. (1997), Nación y nacionalismo. La “cuestión alemana”, Tecnos, Madrid,). 2.5. EL IMPERIO AUSTROHÚNGARO De especial interés son los procesos nacionalistas acaecidos en el interior del Imperio austro-húngaro; al comenzar el siglo XIX sus veintiséis millones de habitantes suponían un auténtico mosaico de etnias, lenguas y religiones, unificado por la fuerza y el prestigio de una monarquía anclada en el Antiguo Régimen y que aplicaba distintos ordenamientos legales en los diferentes territorios. El fuerte impacto del pensamiento nacionalista y romántico contribuyó a la afirmación del principio de identidad nacional de los diferentes pueblos, a lo que siguieron las pertinentes reivindicaciones políticas de mayor autonomía, como paso previo a una futura e hipotética independencia. De todos modos, el problema de las nacionalidades, de especial importancia en tierras húngaras, fue una cuestión prolija, coincidente con la pérdida de buena parte de la grandeza pretérita del Imperio, fruto de la difícil cohesión nacional y de serios reveses en su política exterior que le supondrán un progresivo empequeñecimiento territorial. Si hasta los años 60 continuó siendo una monarquía autoritaria, apoyada en un ejército de oficiales y lengua alemana, en la Iglesia católica, en las fuerzas policiales y en una burocracia adicta al régimen, tras las derrotas en los procesos unificadores de Italia y Alemania se producirá un desplazamiento en el centro de gravedad del Imperio hacia el este, aumentando la influencia húngara, proceso que culmina en el Compromiso de 1867, por el que se transforma este Imperio en la monarquía dual austro-húngara, dos Estados independientes, uno el de Cisleithania, con capital en Viena, y que engloba Austria, Moravia, Bohemia, Galitzia, Bucovina y Dalmacia, y el de Taslethania, con capital en Budapest, y compuesto por Hungría, Eslovaquia, Croacia y Transilvania; ambos tienen en común el soberano, rey en la parte húngara y emperador en la austriaca, la política exterior, las finanzas y el ejército. La estabilidad generada por el Compromiso y las aportaciones de capitales extranjeros permiten un importante crecimiento de la minería, la metalurgia, la siderurgia y las comunicaciones, afrontándose importantes retos en la construcción del ferrocarril y construyéndose los túneles alpinos de Brennero y Arlberg. Sin embargo, la industrialización fue mucho más intensa en la parte occidental, mientras que la oriental continuó siendo fundamentalmente agraria. Internacionalmente, el expansionismo se orientó hacia el espacio balcánico, entrando en disputa con los intereses rusos sobre la misma zona, en manos aún del debilitado Imperio Otomano. Bonamusa F,(1998),Pueblos y naciones en los Balcanes: siglos XIX-XX. Síntesis, Madrid