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CREAR FUTURO
José
Enebral
Fernández
(2005)
Ya no podemos referirnos al año 2000 como algo venidero, sino como de plena actualidad. Tenemos que
empezar deseando a nuestros lectores un feliz presente, que sirva de augurio para un espléndido futuro.
La coordenada del tiempo reclama, en efecto, mayor protagonismo en la trayectoria espacio-temporal de
las empresas. No se trata tanto de que las empresas crezcan o multipliquen su presencia, como de que
lo hagan para adelantarse a la competencia y prepararse una larga vida sana, aunque sin duda
laboriosa. A este propósito han de contribuir de manera esencial los recursos humanos –directivos y
trabajadores–, desde el mejor uso de sus apoyos tecnológicos, desde su desarrollo permanente y
también desde la aportación de nuevas valiosas ideas. Dice Charles Handy: “Lo más estimulante del
futuro es que podemos darle forma”.
Pero detengámonos en lo del desarrollo permanente, tanto individual como colectivo. La sabiduría de
cada empresa emerge de una idónea y sólida integración de la experiencia y conocimientos distribuidos
entre sus personas. Gestionar este “saber” supone hacerlo aflorar, fluir y aplicar cuando se necesite; no
serviría disponer de conocimientos aislados, que se desaprovecharan por mor de su salvaguarda o
atesoramiento. Las organizaciones deben aprovechar todo su saber y también la capacidad de saber
más. Son inteligentes, en tanto que capaces de aprender de su propia trayectoria y la del entorno, de
nutrir su memoria, y de superar eficientemente sus dificultades. Parece que por aquí se hace futuro:
sabiduría, imaginación, inteligencia… Citamos ahora a Fred Kofman: “La primera regla de una
organización inteligente consiste en ser protagonista, y no víctima, de su destino”.
Resulta incuestionable que los atributos que hacen prosperar a las organizaciones no residen en su red
de ordenadores sino, más bien, en su red de personas. Los expertos declaran que el futuro será
alcanzado por organizaciones de personas interconectadas, que contribuyan con su saber, su sentir, su
pensar y su actuar, a la consecución de las metas comunes formuladas; obviamente, las organizaciones
aprenden y se desarrollan por medio de sus personas. Los seguidores del deporte rey –si nos permiten
la analogía– ven cada fin de semana cómo se imponen las “redes” de futbolistas (los equipos) que
interconectan sus conocimientos-habilidades, sus sentimientos, sus pensamientos y sus acciones. Cada
vez con más frecuencia, los verdaderos equipos baten a aquellos otros compuestos de individualidades
notables, pero insuficientemente conectadas tanto en lo racional como en lo emocional.
Realmente no hacen falta analogías para admitir que el futuro exige a las empresas el desarrollo de una
inteligencia colectiva; o sea, que la prosperidad pasa por el desarrollo sinérgico de las inteligencias
individuales, en todas sus dimensiones necesarias. Pero hemos de tener claro hacia dónde orientar
nuestros esfuerzos: tenemos que saber aplicar esa inteligencia potencial colectiva para “meter goles”. No
debe ser casualidad que las empresas excelentes estén dirigidas por líderes clarividentes, que apuestan
por sus recursos humanos; algo que las permite estar siempre en el pelotón de cabeza, y tener
perseverancia y coraje en caso de traspié. Como sostiene Warren Bennis: “El gran reto para los nuevos
líderes será cómo liberar el potencial intelectual de sus organizaciones”.
A la sabiduría, imaginación e inteligencia de que hablábamos (entendidas en su plenitud, y a nivel tanto
individual como colectivo), se ha de añadir, por consiguiente, un liderazgo certero, sin el cual lo anterior
serviría de poco. Con estos atributos, y sin confiarse, las empresas que deban competir en mercados
dinámicos pueden aspirar con más posibilidades a una larga vida sana. Se dirá que todo lo anterior es
estricto sentido común; pero debemos aceptar que no son gratuitos los postulados de “gestión del
conocimiento”, de “innovación”, de “gestión por competencias”, de “inteligencia emocional”, de
“aprendizaje organizacional”, de “liderazgo”… Estas recetas, y algunas otras, apuntan al futuro si se
aplican con autenticidad; sin adulteraciones. No diremos que estas prácticas constituyan una garantía de
éxito, pero muy probablemente su ausencia garantizaría el fracaso.
Todos deseamos que nuestras empresas prosperen, y que lo hagan sin menoscabo de la cotidiana
satisfacción personal y profesional de directivos y trabajadores; o sea: disfrutando precisamente de
nuestra contribución al alto rendimiento colectivo. De hecho, si no disfrutamos de nuestro trabajo, lo más
probable es que el corto plazo se imponga al medio y largo, los esfuerzos diverjan, y las cosas acaben
yendo regular o peor. Hace poco, un experto en calidad de vida, el prestigioso profesor Csikszentmihalyi,
nos decía que empresas americanas y europeas le llaman para escuchar sus puntos de vista, en la
seguridad de que la satisfacción en el trabajo y por el trabajo constituye un objetivo inexcusable: un
objetivo que se alinea con el compromiso, el alto rendimiento y la deseada prosperidad empresarial.
Fuente:
ENEBRAL, J.
2005 Crear futuro Alta Capacidad
[email protected]
http://www.gestiondelconocimiento.com/
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