Corregir precios y atraer inversiones: claves para salir de la crisis energética El congelamiento de tarifas en la época kirchnerista incentivó el consumo y desalentó la llegada de capitales para un sector que hoy debe comprar afuera un tercio de lo que se consume en el país Carlos Manzoni LA NACION DOMINGO 17 DE JULIO DE 2016 La Argentina consume 150 millones de metros cúbicos de gas por día y produce 100 millones de metros cúbicos diarios. Estas cifras son una clara muestra de lo que sucede en el sector gasífero en el país: un tercio de lo que se consume debe ser importado. Pero antes de llegar a esta situación hubo causas que propiciaron la debacle energética, como la política kirchnerista que congeló las tarifas y que, por lo tanto, no dio señales de precios para que llegaran inversiones productivas. Así, el actual gobierno intentó sincerar en parte las tarifas, pero se encontró con la queja de consumidores que veían incrementada su factura hasta en un 1000%. Muchos fueron a la Justicia y lograron un fallo a su favor, con lo que la actual administración debió sacar una solución de emergencia: puso un tope de 400% a los aumentos. Daniel Montamat, ex secretario de Energía y director de la consultora Montamat y Asociados, dice que se está frente a uno de los mayores retrasos tarifarios desde que se tiene estadística en la Argentina. "La distorsión de los precios de gas en todo el período kirchnerista, por razones de discrecionalidad política y por políticas populistas, fue extraordinaria", afirma el especialista. La sociedad, según Montamat, es consciente de que la tarifa del gas debe remunerar los costos del servicio, pero no es consciente de dos cosas: la magnitud de esas distorsiones acumuladas y que el costo del servicio ya lo estaba pagando mucho más caro. Lo que pasaba, claro, es que parte de ese costo venía en la tarifa y parte se pagaba a través de subsidios a los que tiene que hacer frente con el bolsillo de contribuyentes de impuestos (y si los impuestos no alcanzan, con financiamiento inflacionario). Juan Bosch, presidente de la firma Saesa y trader de gas y energía, explica que lo primero que hay que recordar es que la Argentina fue declinando la producción de gas natural tanto en términos absolutos como relativos. "Pero no sólo es un problema de que las inversiones no incorporaron nuevo gas, sino que además el consumo ha crecido mucho más que las inversiones. Esto ha llevado a que en estos días, un tercio del gas natural que se consume en el país venga de importación", comenta. A esta situación se llegó por un sinfín de condiciones macroeconómicas, que hicieron que no se invirtiera en el campo energético en la Argentina. Es una inversión de altísimo riesgo y no había condiciones para impulsarla. "En lugar de tener una visión de largo plazo se dio prioridad a soluciones que parecían apropiadas para una coyuntura, pero que luego se transformaron en estructurales. Por ejemplo, las terminales de regasificación (Bahía Blanca y Escobar), que se pensaron para cubrir el pico de la demanda de invierno, pero inmediatamente pasaron a ser usadas como solución de infraestructura usual y habitual", dice Bosch. Santiago Urbiztondo, economista de la Fundación de Investigaciones Económicas Latinoamericanas (FIEL), resume las causas del actual desastre en esta ecuación: precios y tarifas bajos, menor producción, mayor consumo, mayor importación de gas varias veces más caro, mayores precios para la nueva producción doméstica, mayor déficit fiscal. "En definitiva, una política energética verdaderamente desastrosa", define el especialista. Esa herencia, según Urbiztondo, debía ser revertida para evitar un colapso o, en el mejor de los casos, costos energéticos irrazonablemente crecientes. Así fue como el nuevo gobierno nacional decidió en marzo de este año subir fuertemente las tarifas (que ya habían aumentado parcialmente en 2014 bajo la gestión anterior, cosa que no ocurrió con el servicio eléctrico), con incrementos porcentuales más fuertes para quienes tenían tarifas más bajas por la deformación de la década previa. Ello dio lugar no sólo (pero particularmente) en la Patagonia, a subas de tarifas finales que en promedio rondaron el 170% para el conjunto de los usuarios residenciales, pero que incluían picos superiores al 500% para los consumos de menor volumen y para los usuarios industriales que antes recibían gas natural subsidiado. La compensación por medio de la tarifa social (muy ambiciosa en la asistencia para quienes fueron alcanzados, pero con un alcance restringido que dejó fuera a la heterogénea clase media) fue escasa en función de la magnitud de los incrementos. Peor aún resultó la situación por el clima inusualmente frío de abril a junio, que hizo que el consumo residencial alcanzara picos históricos, provocando incrementos en las facturas también por el mayor uso del servicio. El gas natural ganó fuerte participación en la matriz energética de la Argentina desde los años 70, particularmente en los 90, pasando del 23 al 43% de la producción primaria de energía. En la primera década de este siglo la participación del gas alcanzó un pico en torno del 50%, con una leve caída en la última década, y en los años que siguen seguramente no podrá aumentar durante al menos una década, si bien habrá que verificar en la práctica la posibilidad de desarrollar energía de fuentes renovables (no sólo eólica y solar, sino también hidroeléctrica) a gran escala. A mediados de los 2000, el gas natural representaba aproximadamente el 40% del consumo final de energía en términos generales, en el contexto de una participación creciente en el transporte y decreciente en la industria durante los 15 años previos. El reemplazo del gas natural por la utilización de electricidad y combustibles líquidos, más caros y contaminantes, ha sido un aspecto crecientemente negativo para la competitividad industrial, que debería desactivarse tan pronto como sea posible, procurando disponer de gas natural suficientemente abundante y de menor costo por medio de mayores inversiones y de una operación más eficiente en el sector. Según el ex secretario de Energía Emilio Apud, el kirchnerismo promovió el consumo de modo irresponsable al congelar la tarifa innecesariamente y al fijarle a las petroleras, para el gas y el barril, precios que llegaban a ser la mitad de los internacionales. Esa política exacerbó el consumo y deprimió la oferta. Así, entre 2003 y 2015, mientras la demanda creció un 45%, la oferta cayó un 25%, es decir que hoy la producción local de gas es el 75% de la que había en 2003. "Esa es la causa de las importaciones crecientes y de oferta insuficiente. Con ese criterio, las tarifas [congeladas] llegaron a cubrir sólo el 10% de los costos. Pero el 90% restante no era reemplazado por los subsidios, no obstante haber alcanzado los US$ 15.000 millones anuales, y el complemento lo padecimos los usuarios con el deterioro de los servicios", comenta Apud. Esta realidad pegó también en las empresas de gas que, al decir de Montamat, se encuentran técnicamente fundidas, porque con las tarifas anteriores no recuperaban ni los costos operativos. "Ahora lo que se debe tratar de hacer es que vuelvan a ser empresas con balances adecuados y capacidad de endeudamiento", indica. ¿Se puede salir de esta situación? Los analistas consultados coinciden en que sí. Pero advierten que arreglar este embrollo requiere reducir subsidios y acomodar tarifas de forma gradual para ver quiénes pueden pagar y quiénes no. La señal de precio, dicen, es fundamental para la inversión, porque si se siguen teniendo precios subsidiados, que no son los reales, no va a haber desembolsos en el sector. Para Urbiztondo, las inversiones requieren reglas creíbles que induzcan a adoptar riesgos en pos de obtener un rendimiento razonable. "Ello descarta tanto prometer subsidios explosivos como precios altos, pero independientes de las opciones de provisión alternativa o que convaliden costos excesivos", afirma el economista. Está claro que el recurso no falta en la Argentina: gracias al shale gas se podría abastecer la demanda actual del país durante 300 años. El principal yacimiento es el de Vaca Muerta, donde la empresa YPF ya empezó a producir a pequeña escala y las mayores petroleras internacionales han realizado inversiones en pilotos para determinar tecnología y costos de extracción. Para una producción masiva, acorde con la magnitud del recurso, sería necesario inversiones del orden de los US$ 8000 millones anuales y costos locales competitivos con los precios internacionales, que son los que definen las inversiones y no los precios internos o políticos. "También hay interesantes posibilidades en yacimientos convencionales y en pozos en producción declinante que pueden reactivarse con tecnología e inversión", acota Apud. Claro que para eso, según Apud, hay que resolver antes temas macroeconómicos para que baje el riesgo país, reducir impuestos para la etapa de desarrollo de emprendimientos nuevos, aumentar productividad en las petroleras, introducir racionalidad en los convenios laborales y volver a relacionarnos con los precios internacionales.