Comunidades cerradas: realidades y utopías

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XIV CONGRESO NACIONAL DE POBLACIÓN, AGE
Sevilla 2014
COMUNIDADES CERRADAS: REALIDADES Y UTOPÍAS1
Cecilia HITA ALONSO
Universidad de Granada, Departamento de Sociología
E-mail: [email protected]
Leticia SÁNCHEZ HITA
Titulada en Turismo y Sociología
E-mail: [email protected]
Arabia MUÑOZ ALCARAZ
UNED
E-mail: [email protected]
Resumen
Las gated community, (también denominadas comunidades cerradas, privatopías,
urbanismo afinitario etc.),
suponen
la privatización de amplias zonas residenciales.
Ocupadas por grupos de población de perfil socio-demográfico con un alto grado de
homogeneidad social y más o menos dotadas de equipamientos, expresan un proceso de
organización territorial en alza prácticamente en todo el planeta.
Semejante nivel de desarrollo y extensión generalizada de éstas, obliga a realizar una
doble reflexión por parte de los investigadores. Por una parte, interesarse por tendencias
macroestructurales que animan y promuevan este tipo de modelo residencial; y por otra,
por los comportamientos de los actores sociales que producen y reproducen el fenómeno
como un mecanismo en bucle, estructurante y estructurado, que se está manifestando de
forma muy evidente en la aparición de estos espacios excluyentes (para determinados
colectivos de población) y excluidos (para otras poblaciones).
Esta comunicación pretende exponer tanto los mecanismos macroestructurales como las
motivaciones individuales y/o familiares que
alimentan, perpetúan y extienden este
modelo de desarrollo residencial
Palabras clave: Ciudad; comunidad cerrada; vivienda; sociología urbana.
1 1 Esta comunicación forma parte de los resultados del proyecto de investigación titulado "La movilidad residencial en la reconfiguración social de las áreas metropolitanas
españolas", del Plan Nacional de I+D CSO2011-29943-C03-03, financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación.
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1. INTRODUCCIÓN
Este artículo intenta establecer, a partir de la teoría sociológica contemporánea y la
sociología urbana, puntos de contacto entre tendencias macroestructurales con
comportamientos individuales actuales, como un mecanismo que se retroalimenta. La
manifestación más evidente de este proceso es la proliferación de espacios excluyentes y
monofuncionales que se “venden” a los potenciales compradores-usuarios ofreciendo
utopías socio-espaciales adecuadas al contexto histórico y económico actual. Todo ello está
dando lugar a una organización socio-espacial cualitativa y cuantitativamente diferenciada
de la fordista, transformando las relaciones sociales y los mecanismos de integración
social. Establecer la relación entre comportamientos individualizados con macroestructuras
sociales es teóricamente comprometido y empíricamente difícil. No obstante, como nos
indica Sennett (2003:59) “Podría parecer que todas estas cosas fueran cuestiones más
subjetivas (…), pero las fuerzas sociales dan forma a esas experiencias personales de la
misma manera que dan forma a condiciones más objetivas”.
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Quizás el espacio más significativo de esta nueva tendencia es el conocido como las gated
community (comunidades cerradas) que expresan en el territorio tanto contradicciones
macroestructurales, objetivadas y materializadas
en realidades, como
utopías
conformadas en torno a deseos y aspiraciones de los residentes y que abren la puerta a la
frustración y la distopía en el choque entre la realidad y el deseo. De ellas nos ocuparemos
en las siguientes páginas.
2. CONCEPTO DE COMUNIDAD CERRADA
Aunque la existencia de conjuntos residenciales privados con zonas comunes aparecen en
el siglo XII2, no es hasta el XX cuando la envergadura del fenómeno comienza a hacerse
notar en diversos lugares del mundo, adquiriendo un carácter global.
Es quizás por este carácter global por lo que se utilizan diferentes términos para denominar
al fenómeno: urbanismo afinitario (Svampa, 2001), condominios (Janoschka y Bosford,
2006), gated communities (Atkinson y Blandy, 2005), privatopías (Borja, 1998; Davis,
1998).
2
Véase Hita; Sánchez; Muñoz, 2013.
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Como ya hemos señalado en otro trabajo, definimos las comunidades cerradas como
“aquellas zonas residenciales aisladas, dotadas de ciertos servicios, diferentes grados de
autogobierno y cuyos habitantes comparten una alta valoración de la seguridad junto con
prácticas sociales y estilos de vida” (Hita, Sánchez , Muñoz, 2013:6).
Tabla 1: Tipología
Fuente: Hita et al, 2013.
Los residentes de las comunidades cerradas tienen un perfil social homogéneo, pues suelen
pertenecer a las clases altas o medias/altas (por lo que hablaríamos de espacios de
elitización) y comparten un estilo de vida similar, así como unas pautas de ocio y consumo
parecidas. No olvidemos que “estas pautas de urbanización vienen reforzadas por el afán
de distinción de las clases altas y medias que buscan marcar su imagen diferenciada y
privilegiada y a la vez la protección de áreas exclusivas” (Borja 2013, p. 103).
A diferencia de lo que ocurre en una ciudad donde se sienten obligados a encontrarse con
personas de diferente condición social, que pueden significar una amenaza potencial, los
residentes de las comunidades cerradas buscan homogeneidad social, por la percepción de
seguridad que les aporta. Esta percepción además se ve reforzada con infraestructuras de
vigilancia, con la restricción en el acceso a los no residentes, etc.
El modelo de interacción social que genera esta forma de exclusión/autoexclusión, es
designado por Svampa (2001) como la “sociabilidad del entre nos”; es decir, la creación
de vínculos sociales con individuos de una condición socioeconómica similar, y
excluyendo de forma voluntaria a “los otros”; sin embargo, hay un desigual grado de
desarrollo de vínculos (o mantenimiento de los mismos) con el exterior de la comunidad o
con la ciudad, entre las distintas comunidades e incluso en el interior de las mismas.
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Además, se encontrarán también diferencias entre las primeras generaciones de residentes
y las segundas, pues como señala la autora, las segundas habrán desarrollado su proceso de
socialización primaria dentro de las urbanizaciones.
Atendiendo a la dimensión espacial, la ubicación de las comunidades cerradas suele
encontrarse más o menos alejada de las ciudades, generando de este modo una segregación
espacial que puede identificarse como un tipo de periurbanización en el sentido que le
otorga al término Donzelot (2004), que connota cierto rechazo a la ciudad, requiere una
hipermovilidad forzada entre la ciudad y las urbanizaciones por las carencias de servicios
de éstas últimas, así como privatización de espacios excusándose en la seguridad. Para
Donzelot (2004), junto con la gentrificación y la relegación, la periurbanización es un
espacio que define la organización territorial en lo que a espacios residenciales se refiere.
Desde el punto de vista económico, el fenómeno se desarrolla en el contexto del
neoliberalismo económico y está tan estrechamente vinculado con él que podríamos
afirmar que está impulsado por el mismo, pues supone la privatización tanto del espacio
como de diversos servicios, cuya prestación venía siendo desempeñada por el estado
(aunque hay diferencias en el nivel de privatización entre comunidades). La residencia en
comunidades cerradas es vendida por los agentes inmobiliarios como un producto que
posee determinadas características tanto materiales, referidas a instalaciones comunitarias
de diverso tipo, como inmateriales, entre los que se incluyen un status social exclusivo, un
sentimiento de seguridad, contacto con la naturaleza, etc.
Por otra parte y de forma paradójica, a pesar de que en muchos casos se produce una
exaltación de la vida en contacto con la naturaleza como motivación para elegir esta opción
residencial, no estamos ante una forma de urbanización sostenible medioambientalmente si
consideramos la hipermovilidad, sobre todo utilizando el transporte privado, que ésta
requiere por diversos motivos, como laborales, de formación de los hijos, además de otros
servicios de los que carecen las comunidades cerradas.
3. LO MACRO COMO REALIDAD: LA GLOBALIZACIÓN Y EL RIESGO
La popularización de las comunidades cerradas en todo el planeta nos indica, en primer
lugar que debe haber un mecanismo global inductor del mismo, y en segundo lugar que en
cada zona geográfica, entendida en términos sociopolíticos y culturales, adquiere formas
distintas.
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Para el análisis del fenómeno, por tanto habría que tener en cuenta estos dos principios.
Nos centraremos, en el mecanismo global y, como ya hemos apuntado, en la globalización
neoliberal y el riesgo.
Con respecto al primero, “la globalización no se debería considerar como una unidad
indiferenciada, sino como una pauta geográficamente articulada de actividades y relaciones
capitalistas globales” (Harvey, 2013, p. 153). Esta cita nos permite señalar el primer
mecanismo macroestructural que entra en juego: la globalización neoliberal. Los procesos
puestos en marcha a partir de la década de los 80 (con la confluencia entre la revolución
tecnológica, la reestructuración del capitalismo y la mundialización neoliberal), han
significado sobre todo una reorganización a gran escala del capital y del trabajo y con
ellos de la lógica espacial subsiguiente. Es decir, se está produciendo una reconfiguración
social y espacial de las áreas metropolitanas, reconfiguración en la que están implicados
los flujos de capital, la nueva división y organización del trabajo, los transportes, la
información y nuevas dinámicas de consumo. En consecuencia se crean nuevos espacios
industriales, se codifican y descodifican identidades de clase, surgen nuevas pautas de
división urbana y de estratificación En esta etapa de capitalismo reflexivo nos encontramos
ante cierta “carencia de límites conceptuales y materiales de la posmetrópolis moderna ya
que ha sido la ruptura de viejas fronteras la que ha generado nuevas formas de mirar e
interpretar el espacio urbano” (Soja, 2008, p.313). Esta expansión sin límites va
acompañada de una progresiva “anorexia” del estado-nación que tenía entre sus atributos
más notables la organización jerarquizada del territorio nacional, la centralización del
poder político y la construcción de una identidad legitimada desde el poder para todos los
ciudadanos (Castells, 1998). La ruptura en mayor o menor medida de estos mecanismos
por la globalización neoliberal ha hecho más evidente la reafirmación de las regiones como
lugares pujantes para el orden económico y como fundamentos de ventajas competitivas
(además de hacer emerger nacionalismos durmientes), donde la industria inmobiliaria,
también globalizada ayuda a entender la difusión de las gated community por toda la
geografía planetaria. Es más, la globalización neoliberal promueve e intensifica la
desregulación del mercado inmobiliario a nivel planetario como método con extraordinaria
eficacia para la obtención de plusvalía a gran escala a la vez que absorbe el sobreproducto
que genera continuamente. Industria inmobiliaria que además, se mueve en el límite entre
estos mecanismos globales y los deseos y aspiraciones de residentes y ciudadanos, en gran
parte desencantados cuando no ajenos a los cada vez más absoletos “sueños de poder” de
los estados-nación.
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En consecuencia, como indica Soja (2008) asistimos a la simultaneidad de dos procesos de
restructuración implicados: uno de desterritorialización y otro de reterritorialización. El
primero supone la descomposición de la producción fordista y de la división del trabajo
espacial propia del mismo, la reterritorialización constituye la nueva lógica espacial ligada
al posfordismo que reclama esfuerzos por parte de ciudadanos y colectividades, firmas
empresariales, culturas etc… a fin de reconstruir su propio comportamiento territorial, su
espacialidad y sus espacios vividos, como un modo de resistencia y/o adaptación a la
condición actual.
Con respecto al segundo, el riesgo, se ha convertido en uno de los conceptos más en uso en
la sociedad actual y no solo en tanto en cuanto la propia civilización tecno-industrial
suponga una amenaza creciente para esa propia civilización (Beck, Giddens) sino también
porque se constituye como el núcleo de nuestro “modus vivendi”, es decir, va mucho más
allá de aumentar las tecnologías de seguridad, ya que genera estructuras cognitivas,
cambios en la socialización y en la identidad. La percepción constante de estar ante una
situación de riesgo (manifiesto o no) genera incertidumbre, esta a su vez inseguridad y
miedo. El riesgo actual se considera en gran medida sistémico. Vivimos en un sistema con
cierta autonomía capaz de generar constantemente situaciones de riesgo/peligro, tanto
previstas como imprevistas, –por el propio sistema no por los actores- y ante esta realidad,
la cuestión central es la distinción básica de seguridad/inseguridad por parte de éstos, así
como actuar en situaciones de peligro para “provocar” en la medida de lo posible un
entorno fiable. Pero dado que la incertidumbre rige en todo el entorno y este no es
controlable, la seguridad solo puede residir en la construcción social de reductos seguros y
proceder con ellos, a la interiorización de esquema cognitivos de limitación del riego, y
con él, del miedo.
Esto nos lleva a dos pautas claves: la primera es que el control de “tu espacio” genera de
forma casi inmediata sensación de seguridad en los individuos. Si además ese espacio esta
ubicado en zonas con ciertas características morfológicas, la sensación aumenta. La
segunda está en relación con el proceso de individualización a gran escala y en todos los
ámbitos sociales, que “obliga” a los individuos a ser los artífices de la construcción de su
realidad (desde la búsqueda de trabajo o pareja hasta la cimentación de su propia
identidad). La individuación implica la tendencia creciente a la búsqueda de formas de
vida, identidades y modelo de habitar a partir del individuo.
En este sentido, el miedo a la ciudad o al espacio público es un elemento esencial. Como
señala Rodriguez Chumillas (2005: 127): el miedo “contribuye a entender la construcción
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socio-simbólica del espacio”. Para la autora, las ciudades pueden ser concebidas como
escenarios del miedo, y ahora más que nunca, dada la expansión de la pobreza urbana a
niveles desconocidos anteriormente, generando ese miedo a “los otros” que además se ve
radicalizado con la inmigración de estas personas pobres (Rodriguez Chumillas, 2005).
Así, consideramos las comunidades cerradas como una estrategia adquirida por las clases
medias y altas frente al miedo. No olvidemos la vinculación objetiva entre la percepción
del miedo y la criminalidad real, y el papel de los mass media en la construcción del
imaginario social del miedo.
4. LO MICRO COMO UTOPÍA: LA INDIVIDUACIÓN, LA CULTURA GLOBAL
Y LA VIDA COTIDIANA.
A pesar de que el auge de la privatización del espacio y el deseo de vivir en comunidades
privadas es un mecanismo económico y social, debemos analizar la parte individual,
subjetiva y cotidiana de la acción y del comportamiento de los actores que protagonizan
estos procesos urbanos.
Si bien ciertas propiedades de estos núcleos residenciales difieren alrededor del mundo,
hay características que emergen por su repetida aparición, que hace del fenómeno algo
global y homogéneo.
Desde la perspectiva física del trazado urbano, la cultura global hace mella en las
comunidades residenciales privadas. Todas presumen de una misma organización física y
funcional que ordena de forma cuadricular y articula instalaciones deportivas y de ocio en
puntos distribuidos sobre el terreno. Éstos acompañados de extensos jardines y parques
resaltan la cultura del verde y del contacto con la naturaleza. Tras un siglo de explosión de
lo urbano y de las metrópolis alrededor de los centros urbanos, estos residentes buscan
alejarse del ruido y del tráfico señalando la “tranquilidad” del barrio de antaño. Así los
niños pueden divertirse solos y especialmente “seguros”, y el cercamiento, el personal de
seguridad y las cámaras de vigilancia son un valor añadido para una población que busca la
“seguridad” ante cualquier otra característica. Ante una presión social constante de falta de
libertad personal y la exaltación de la propiedad privada, la solución intrafamiliar pasa por
la exigencia de residencias vigiladas donde se pueda construir la confianza y una vecindad
comprometida. De este modo la cotidianidad individual y familiar se situa como “otra
forma de habitar”, mas tranquila, mas segura y mas controlada.
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Además de los valores objetivados tras los discursos de los actores destacando la libertad a
la hora de cuidar a los hijos y de la propia socialización de estos con sus pares surge una
identidad simbólica construida a partir de una extensión de las formas de vida en estas
comunidades. Aunque en algunas más que en otras, dependiendo de la extensión y la
funcionalidad, en las gated community la vida en comunidad y la socialización de personas
con un poder adquisitivo y esferas sociales similares se produce y reproduce de forma
inevitable. De este modo se retroalimenta, por encima de una ansiada distinción, una
homogeneización inevitable y progresiva; por un lado, dentro de las comunidades, y por
otro, entre ellas en zonas geográficas cercanas. Esto es, en palabras de Svampa (2001) que
el colectivismo mas pragmático y la solidaridad no aparecen como tales, sino como
resultado de una conducta individual de muchos que buscaban este estilo de vida snobista.
Sin embargo, los deseos y el sentimiento de comunidad al que aspiran, difiere en gran
medida de lo que pudiera tener una “verdadera” comunidad, en el sentido tradicional del
término, con un tiempo, una historia y una vida en común. Podría decirse que estos nuevos
vínculos sociales son más “artificiales” que los que se establecen en barrios asentados.
Comprobamos de nuevo que no se trata de comunidades simbólicas y solidarias, sino
físicas y materiales.
La configuración espacial da pie a un ideario social que aleja lo y los de adentro, y lo y los
de afuera con la consiguiente exaltación de los adjetivos respectivos de lo inseguro y los
criminales, de lo seguro y los conocidos. A la par, la mercantilización de todas las
características mencionadas, junto con el propio territorio a través de un lenguaje que
impregna a los residentes-compradores de una sensación plena, tanto en el adentro como
en el afuera de sus vallas y cámaras. Algunas de estas comunidades han llegado incluso a
intentar ser una “ciudad ideal” en la que su plurifuncionalidad y su simetría espacial
puedan denominarse en palabras de Jameson (citado en Duque, 2012) como “hiperespacio
posmoderno” caracterizado por casas “logotipos” y trazados rectilíneos donde se dejan de
atender las demandas sociales de la ciudad anterior para responder a un conjunto de
intereses económicos, esto es, las demandas de las élites y las ofertas de la industria
inmobiliaria. Y del mismo modo responde Baudrillard (citado en Duque, 2012) con una
superficialidad y “deshumanización” en la era posmoderna de los espacios de “adentro”
en contraposición a los de “afuera”, que se congelan por su estética. Así, la fragmentación
espacial se convierte en una ruptura social que deja “afuera” a los excluidos y “adentro” a
los propietarios-residentes.
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Con este mecanismo, además de producirse una severa segregación social, se establece una
emergencia de estilos de vida y gustos diferenciados. En este aspecto, tanto Bourdieu como
Giddens han resuelto sus teorías con una doble espiral indisoluble que enriquece sus
discursos y los articula. Anthony Giddens se encargó de analizar relaciones entre la
personalidad y la cultura que nos importan en cuanto los residentes de estas comunidades
tienen y forjan como habitantes un “habitus” y un “gusto específico” en cada una. Es así
como se entrelazan una forma de sentir y pensar el habitar y un estilo de vida distinguido
que termina por ser homogéneo y global. (Soldevilla, 1998) De hecho, para estos autores,
el surgimiento de nuevos vínculos comunitarios, así como nuevos sectores de estilo de vida
y prácticas autoidentitarias son el resultado de una modernidad tardía donde “la intimidad
se transforma” y controlamos
una sociedad cambiante con modelos de “realismo utópico”. En estas comunidades
convergen un alto nivel de narcisismo e individualismo articulado con nuevas relaciones
sociales necesarias y voluntarias.
En definitiva, nuestros residentes y sus estilos de vida son a la vez agentes y productos ya
que los vínculos sociales son producto de un deseo de residencia específico pero global. De
este modo se genera una cultura de grupo y unos vínculos intragrupales emocionales
(Soldevilla, 2009) muy significativos y especialmente relevantes en nuestros habitantes ya
que surgen a priori con unos deseos específicos similares y se refuerzan con la convivencia
y el mimetismo subsiguiente.
La bisagra que articula la personalidad y la cultura en cada comunidad cerrada tiene la
facilidad de ofrecer una estructura homogénea socialmente aceptada por la mayoría que el
capitalismo se encargó de mercantilizar. Tras una enorme proliferación, cada subcultura
tiñe su habitar con particularidades y estilos distintivos, que con la socialización construye
una personalidad elitista y comunitaria.
Desde una perspectiva intersubjetiva, el hecho de escapar a una comunidad cerrada, ya que
normalmente se ha vivido en la ciudad, responde a un deseo de aumentar la calidad de vida
sin renunciar a un trabajo y un habitus propio de urbanitas con un alto poder adquisitivo.
Sin llegar a abandonar su círculo laboral ni social se retiran a lugares mas tranquilos, pero
sin llegar a un retorno al campo sobre el que también se ha investigado. No diríamos que
están cambiando los modos de vida, sino más bien los estilos y ritmos cotidianos. El
mismo Bourdieu (1993) señala un fuerte vínculo entre el espacio social y físico como
elementos de la socialización, imprescindibles, determinantes e indisolubles.
A modo de resumen de lo planteado bien pueden servirnos este esclarecedor párrafo:
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“El desarrollo suburbano incoherente, anodino y monótono que sigue dominando en muchas
partes del mundo encuentra ahora un revulsivo en “el nuevo urbanismo” que proclama las
excelencias de la vida en comunidades apartadas (supuestamente íntimas y seguras, a menudo
valladas y cerradas al exterior) en las que los promotores privados prometen un estilo de vida
refinado supuestamente capaz de cumplir todos los sueños urbanos. En un mundo en el que la
ética neoliberal del intenso individualismo posesivo puede convertirse en pauta para la
socialización de la personalidad humana. Su efecto es el creciente aislamiento individualista, la
ansiedad y la neurosis en medio de uno de los mayores logros sociales (al menos a juzgar por
su enorme envergadura y su generalización a todos los niveles) jamás construido en la historia
humana para la realización de nuestros deseos más profundos” (Harvey, 2013, p. 25)
5. EL DESPERTAR DE LAS DISTOPÍAS.
Pudiera ser que la realidad se aproxime más a Bladde Runner (la gran distopía sobre la
ciudad) de lo que somos capaces de reconocer. La construcción de enclaves seguros en
base a la autoexclusión física y social ya está generando ciertas manifestaciones sociales
alejadas de la utopía de pequeños mundos felices en aquellas comunidades cerradas de más
largo
recorrido
histórico
por
varias
razones,
tanto
intracomunitarias
como
extracomunitarias.
Con respecto a las intracomunitarias (micro), hay que señalar cierto rechazo en los más
jóvenes al entorno ordenado y seguro, rechazo evidenciado en vandalismo, robos, pintadas
etc… el exceso de homogeneidad y orden, anulan los impulsos creativos vinculados, en
parte a la “antinormasocial” No hay que olvidarse de los experimentos fallidos de los
socialistas utópicos y de sus fracasos en sus premisas de uniformidad y estandarización
como base del orden físico y social.
Junto a esto, una socialización anclada en la seguridad en espacios cerrados, anula la
capacidad de respuesta en situaciones no ya inseguras sino simplemente nuevas; ya se han
detectado en los más jóvenes miedo a salir del espacio comunitario (Svampa, 2001). Esta
misma autora señala “la inversión de estigma” como mecanismo de defensa ante el exterior
amenazante y que se traduce en mentir a lo hora de indicar donde se reside.
En las comunidades cerradas la seguridad y la homogeneidad social se han mercantilizado,
adhiriéndose al territorio como un valor de cambio. Esto deriva en la pérdida del valor de
uso del mismo y su aumento de precio lo que obliga a esfuerzos financieros y laborales de
muchos residentes, encadenados a traslados diarios para la consecución de un sueño
demasiado costoso. Esto inevitablemente pone los poderes de decisión para asuntos
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comunes, en manos de aquellos que tienen propiedades más grandes, lo que está
provocando tensiones entre los residentes y en algunos casos con los ayuntamientos que les
prestan algunos servicios.
La preocupación por el auge del fenómeno de las comunidades cerradas y privadas
comienza cuando se incluye a unos y se excluye a otros, pero no sólo en cuanto al lugar de
residencia, sino también en la cotidianidad necesaria en torno a un escenario de vida
determinado. La educación de los hijos, los lugares de ocio, deporte e incluso tipos de
restaurantes o supermercados definen y clasifican a los individuos, denominando e
identificando a unos y a otros y estratificando las ciudades y las sociedades.
Desde el punto de vista extracomunitario las comunidades cerradas se “autoclausuran”,
generando una percepción del mundo segregada y fragmentada, lo que conlleva violencia
simbólica en el discurso psicosocial. Además representan una de “las caras de la moneda
mundo”, (la ciudad de la luz). En la otra se sitúan los más desfavorecidos, los
representantes del cuarto mundo, los habitantes (por millones) de las áreas
hiperdegradadas, aquellos que ya no tienen nada que perder, a los que nadie puede impedir
que algún día decidan asaltar el mundo protegido y supuestamente feliz, dando así forma a
las palabras de Hall “el vigilante de la montaña nos llama: su mensaje quizás profetice el
fin de la ciudad si no conseguimos que el día también se levante en la ciudad de la
obscuridad que se acurruca en las afueras. Hay un acertijo que hasta ahora ni urbanistas, ni
ingenieros sociales han descifrado, y a medida que se aproxima el milenio desprende un
maleficio que nos envuelve como el frío del amanecer” (Hall, 1996, p. 430).
6. CONCLUSIONES.
 Las relaciones entre los miembros de las CC se estructuran en torno a la
homogeneidad social, la seguridad y un estilo de vida común. No tienen carácter de
relaciones de comunidad tradicional.

Los mecanismos de socialización presentes en estas comunidades evidencian
carencias a la hora de las relaciones fuera de las CC.

Las CC generan y son generadas a su vez por mecanismos de desigualdad social, lo
que se traduce en segregación y fragmentación territorial provocando una fuerte
percepción de violencia simbólica.
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