os Lib ros José Ramón Pardo ra de l Aquellos años del guateque La Es fe Historias y recuerdos de la generación del tocata T os Lib ros ra de l Introducción La Es fe uve la fortuna de nacer en los años cuarenta y en Gijón, como quinto hermano de una familia que iba a más. Me crié en Madrid, donde nacieron mis siguientes cinco hermanos, y en esta ciudad estudié, crecí, me busqué la vida y me tropecé con la música, que no fue, ni con mucho, mi primera vocación. Porque de vocaciones diversas tengo mucho que hablar. He comenzado con la expresión «tuve la fortuna» porque el nacer en esos años me permitió vivir en primera persona los grandes cambios que se produjeron en la segunda mitad del siglo xx. Me refiero a la gran y soterrada rebelión juvenil de la que surgió el rock and roll y lo que genéricamente llamamos «música pop». De los otros temas, tengo que decir que la Segunda Guerra Mundial me pilló ya empezada y el final de la dictadura me encontró maduro. No estuve en París el mayo del 68. Tampoco en el concierto de los Beatles en la plaza de toros de Las Ventas. Ni siquiera en el gran festival hippy de la isla de Wight. Y esto me diferencia de mis coetáneos, porque prácticamente todos aseguran haber estado en alguno de estos hitos juveniles de mi generación, cuando no en dos [ 11 ] La Es fe ra de l os Lib ros o incluso en todos. Cuando uno hace la cuenta, cae en que no había tantas localidades en los tendidos de la plaza, ni tantos adoquines que levantar en las calles de París para ver si efectivamente debajo se encontraba la playa, ni tantos transbordadores para llevarles a la isla de Wight. Pero a cambio, escuché a los Beatles antes de que el disco llegara a España, lloré con la muerte de Buddy Holly cuando era un desconocido en nuestro país, toqué guitarra y bajo en diversos grupos, empecé a estudiar varias carreras, organicé y disfruté de guateques propios y ajenos, y me fui montando una discoteca, cuyas primeras piezas compré en un mercadillo de Fráncfort y las más recientes en las estanterías madrileñas de El Corte Inglés. En este libro no pienso contarles mi vida, sino la pequeña historia de miles de personas de mi edad que compartimos en aquellos años ilusiones y desengaños, aprobados y suspensos, juegos y estudios, amores y desamores… En definitiva, la vida. Como crecí en Madrid, mi experiencia se centrará en las cosas que viví en mi ciudad, aunque sé, a ciencia cierta, que no se diferencian demasiado de lo que se hacía en el resto de España. Simplemente cambien el nombre de la calle, el rótulo del local donde iban a bailar, los grupos que tocaban en su ciudad y cualquier detalle geográfico o cronológico que no se adapte como un guante a sus propias vivencias. Para que no se pierdan, les cuento que estudié en el colegio de la Sagrada Familia (la Safa en la expresión popular), de Madrid, hasta los trece años. Desde los diez, pensé que mi primera vocación podía ser el sacerdocio, pero mis padres, con buen criterio, me pidieron que cuando aprobara cuarto de bachilleJugando al fútbol con mis hermanos [ 12 ] rato y reválida lo habláramos de nuevo. Llegó el día e ingresé en el Seminario Conciliar de Madrid, donde me enrolaron en lo que llamaban «vocaciones tardías». ¿Tardías a los trece años? El haber llegado tarde me permitió hacer tres cursos en uno en el primer año y otros dos en el segundo, que no terminé, porque comprendí que lo del sacerdocio no era lo mío. Volví a casa y preparé en jornadas caseras intensivas las asignaturas de quinto curso, que aprobé, por libre, en el instituto Ramiro de Maeztu. Precisamente mis referencias de estudiante me llevaron a dos de los mejores focos en Madrid para introducirse en el mundo del rock. En la Safa se celebraba la «revista hablada» Enlace, donde debutaron casi todos los grupos del rock madrileño primerizo: Los Estudiantes, Los Relámpagos, Los Sonor, Micky y Los Tonys y hasta Los Teleko, grupo al que pertenecí. Y en el Ramiro de Maeztu compartí pupitre, en una clase de tan solo treinta alumnos, con Alfonso Sainz e Ignacio Martín Sequeros, saxofonista y bajo de Los Pekenikes, y con José Luis Joe González, teclista y cantan- La Es fe ra de l os Lib ros te de Los Pasos. Si sumamos que en el curso anterior estaba Pepe Nieto, batería que fue de Los Pekenikes y posteriormente brillante compositor de música para cine, y en el inferior, Lucas Sainz, guitarrista de Los Pekenikes, comprenderán que me estaba metiendo, sin querer, en la boca del lobo: otra vocación para engrosar mi colección. Ya en sexto de bachillerato, y a punto de hacer la reválida de sexto, me encontré con una guitarra en casa. Mi hermano Fernando, que iba un año por delante de mí y quería ser ingeniero de Telecomunicación, proyecto que cumplió, se encontró con una de esas convalecencias exageradas de la época. Que si un soplo en el corazón, que si un ruido en el pulmón, que si una hepatitis… Lo cierto es que te pasabas fácilmente tres meses en la cama sin nada mejor que hacer que escuchar la radio —la tele era todavía una entelequia en mi casa—, leer como un poseso y, en su caso, aprender a tocar la guitarra. Le habían regalado aquel instrumento para hacerle más llevadera la inmovilidad de la cama, y con la música entró el diablo en casa. [ 13 ] os Lib ros nía salida: notario, registrador de la propiedad, abogado del Estado... A mí me presumían buena memoria, por lo que en el colegio siempre era el encargado de recitar largas poesías. Y con el arma de la memoria, no la de las poesías, yo iba para opositor seguro. Lo cierto es que aquello no me gustaba ni mucho ni poco. Creí que lo mío era ser profesor y me matriculé en Filosofía y Letras, sin dejar por ello el Derecho. Ya era alumno de dos facultades, con la ventaja de que, en el campus de la Complutense, una estaba enfrente de la otra. El dúo de Fernando y Antonio —Los Teleko—, por eso de que ambos estudiaban la carrera, empezó a fabricarse las guitarras eléctricas y los amplificadores caseros, porque ni había dinero para aquellos caprichos ni las tiendas españolas vendían entonces instrumentos de cierto nivel. Un buen día se apuntaron al concurso Salto a la fama de TVE, que se emitía desde un teatro cercano a la calle del General Perón. Era el auditorio del Fomento de las Artes Españolas, FAE en sus siglas. Decidieron cantar «Greenfields», pero La Es fe ra de l Fernando, que siempre se ha tomado a pecho todo lo que ha emprendido en la vida, aprendió guitarra. Los demás, en los ratos que él la soltaba, empezamos a hacer nuestros pinitos. Nunca fuimos la familia Trapp ni los Uranga de Mocedades, pero más o menos podíamos acompañarnos con las canciones de moda. Recién recuperado Fernando —lo suyo creo que fue pulmonar— ingresó en la escuela de telekos y allí se tropezó con Antonio Díaz Borja, compañero de estudios y de pasión por la música. Formaron un dúo al estilo del Dinámico, y como tal actuaron en algunas fiestas de la universidad o de agrupaciones culturales. Con mi hermano en Los Teleko, que así se llamó el grupo, pasé a estudiar Derecho. Mi familia era mayoritariamente de ciencias. Padre ingeniero naval, tres hermanos —Alfredo, Miguel y Gerardo— siguieron sus pasos, mientras que Fernando y Ana, la octava de la prole, se decantaron por Ingeniería de Telecomunicación. En medio quedaba yo, pobre infeliz, con una carrera «mucho más fácil», en opinión paterna. Pensaba —él— que al menos aquello te- [ 14 ] La Es fe ra de l os Lib ros para eso les faltaba una voz y un contrabajo. Yo no había tocado un bajo en mi vida ni tenía una voz especialmente dotada, pero me apunté el primero. Al fin y al cabo me sabía todas las canciones Los Teleko en el Parque de las Avenidas que interpretaban porque asistía a todos sus ensayos, que se producían en nuestra casa, precisamente en la misma habitación en que dormíamos Fernando y yo. Imagínense una casa con catorce moradores: padre, madre, diez hermanos, un primo de Oviedo, Gerardo Trapa, que estudiaba Arquitectura, carrera que no se impartía en la universidad asturiana, y una prima de Gijón, Lucía Álvarez Buylla, que estudiaba Medicina, facultad de la que también carecía la universidad ovetense. Allí, en una casa de estudiantes vocacionales, junto a los libros de texto sonaban, a todas horas, las canciones del dúo devenido en trío con mi incorporación. Nos hicimos con un orondo contrabajo en una tienda de alquiler de instrumentos, me aprendí como pude mi parte en «Greenfields» y allí fuimos, a por el éxito. El primero que nos frenó fue el director musical del programa, que por cierto presentaba José Luis Uribarri, con quien luego compartí trabajo y programas en TVE. Nos obligó a hacer una prueba, porque aseguraba que todos los grupos que llegaban Los Teleko en TVE en marzo de 1961 con un contrabajo lo [ 15 ] La Es fe ra de l os Lib ros llevaban para hacer bulto y no daban ni una nota en su sitio ni en su tono. Parece ser que nosotros sí, porque pasamos al concurso… y naturalmente, no lo ganamos. Pero la semilla ya estaba plantada. Buscamos un batería y apareció en nuestras vidas Carlos Álvarez Laorga, Carolo, que era capaz de hacer la percusión golpeando el asiento de una silla y las tapas de las cacerolas en lugar de los platos habituales. Como éramos una familia tan numerosa, las cacerolas eran grandes y las tapas tenían el tamaño reglamentario que se exige a una batería de rock. Mi cuñado Vicente Hidalgo Schuman, que se había casado con Lucía, mi hermana mayor, recordó que en el desván de su casa santanderina se conservaba un contrabajo que había sido de su abuelo. Lo hicimos llegar a Madrid, lo adecentamos, lo pintamos de amarillo claro y así nos quedó menos serio y más rockero. Compramos una batería de segunda mano y el grupo se puso en marcha. Participamos en todos los festivales habidos y por haber, y llegamos a tocar en el Palacio de Deportes de Madrid, donde cabían más de quince mil personas, con un solo amplificador de diez vatios y dos micrófonos. ¡Me imagino cómo sonaría! Pero nos llevamos el segundo premio y un contrato para grabar en Philips, que era una casa respetable. No llegamos a terminar la grabación porque en el espacio transcurrido entre el festival, que por cierto habían organizado el diario Madrid y la emisora Radio España —noviembre de 1961—, y la fecha prevista para entrar en el [ 16 ] estudio, Antonio, que era la voz principal, había dejado el grupo y su puesto había sido ocupado por nuestro primo Juan Pardo, recién llegado de su Mallorca natal para estudiar también en Madrid. Al final comprendimos que el único que tenía talento, vocación y perseverancia para dedicarse a la música era Juan. Y quien grabó fue él, que firmó el disco como «Juan Pardo y su conjunto», para seguir después una brillante carrera —Los Pekenikes, Los Brincos, Juan y Junior, compositor, productor y solista— durante casi medio siglo. Nosotros empezamos a abandonar la música, aunque formamos grupos satélites con los que nos divertíamos en fiestas y guateques. Para entonces Fernando, que también había terminado la carrera de Telecomunicación, lo había dejado, y montamos el grupo con Gerardo, el séptimo de mis hermanos, que compartía afición con nosotros. De todo ello hablaremos en el capítulo dedicado a la eclosión y multiplicación de grupos musicales que se produjo en la década de los sesenta. Volviendo a mi vida, en esos años comencé a trabajar en la La Es fe ra de l os Lib ros revista Control de Publicidad y Ventas. No como periodista, sino como especialista en Derecho, aunque no había terminado la carrera. Y allí descubrí una nueva vocación. Me gustó tanto que me fui a la Escuela de Periodismo. Cuando quise matricularme me dijeron que había que hacer antes un examen de ingreso. Pregunté por el programa del examen y me respondieron que no existía, que preguntaban lo que querían. Decidí apuntarme igual, sin saber bien a qué me enfrentaba. Y aprobé. El examen parecía pensado para mí: una redacción más o menos libre y una especie de test basado en cincuenta preguntas de actualidad que, para un ávido lector de prensa como yo, resultó fácil. Sorprendido, corrí a matricularme en Periodismo, aunque ya estaba a punto de comenzar cuarto de Derecho y segundo de Filosofía. ¿Creerán los lectores que conseguí la hazaña de aprobar todo de golpe? Pues no. Decidí que mi prioridad presencial era Periodismo, porque tampoco había programa y no sabía ni cómo ni cuándo ni qué iba a estudiar. Eran tiempos de bonanza para la profesión y, terminado el pri- [ 17 ] os Lib ros mer trimestre, conseguí una plaza en el periódico Madrid, diario de la tarde, donde me recluí voluntariamente en la sección de talleres para enterarme desde dentro de cómo funcionaban las tripas de un periódico. Al año siguiente me ficharon los del grupo ABC para que me ocupara de la redacción de la revista Miss, que dirigía Enrique Meneses, un proyecto que surgió de mezclar una fotonovela con una revista del corazón. La cosa no funcionó y me vi trasladado a Blanco y Negro, otra revista del mismo grupo, en la que ejercí durante varios años de redactor jefe de cultura y sociedad. Y sin salir del grupo, recalé luego en Los Domingos de ABC. Reconozco que no admiro mucho la canción, pero siempre recuerdo mis principios profesionales en Miss cuando escucho a Iván cantando «Fotonovela». ra de l Tú, para mí, eres la estrella, un corazón a todo color. Es nuestra vida una dulce mentira, cuentos tiernos, inventos que inventas tú. Vuela con tu fotonovela, vuela, mujer fotonovela. La Es fe Durante todos esos años, además de mi trabajo «oficial» me ocupaba de las páginas musicales, primero sin remuneración alguna y luego con algunos pequeños complementos salariales. Esas secciones, al principio sin demasiada competencia porque la prensa seria no gustaba de ocuparse de esos asuntos, me fueron dando cierto renombre profesional y muchas satisfacciones. Pero también el trabajo de redacción, porque además de ejercer de redactor jefe, hacía crónicas y reportajes en la calle. Estuve algún tiempo acompañando al rey Juan Carlos I en sus viajes oficiales. Recuerdo especialmente dos de ellos: el de Arabia Saudí(ta), que algún compañero rebautizó como la «Arabia inaudita» por lo complicado de los movimientos y el trabajo; y el de Venezuela, donde dieron a nuestro rey el [ 18 ] La Es fe ra de l os Lib ros premio Simón Bolívar. En Caracas compartí hotel, y hasta ascensor, con Gabriel García Márquez, que asistió a los actos. También me tocaron asuntos menos agradables: seguir la Marcha Verde desde el Sáhara, entonces español; cubrir los últimos fusilamientos del franquismo; me correspondió seguir y contar el ajusticiamiento de Ángel Otaegui en Burgos y su entierro, casi clandestino, en Nuarbe, una pedanía de Azpeitia. También los primeros muertos de la democracia, en Vitoria, donde la policía disparó contra unos manifestantes con el resultado de cinco obreros muertos. Por descontado, la muerte y entierro de Franco y la proclamación del Rey. Viajé por medio mundo, unas veces para hacer crónicas de viajes y otras para cubrir informaciones diversas. Y mientras tanto, aunque puedan no creerlo, empecé a trabajar, casi simultáneamente, en radio y televisión. Entonces, a aquello se lo llamaba «pluriempleo». Ahora, los más modernos lo llaman «multimedia». Entonces solo había tres escuelas de Periodismo en España de las que salíamos unos cien profesionales al año. Ahora se gradúan unos cuantos miles y no hay forma de que el mercado absorba tantos titulados. Mi debut en radio fue como cantante improvisado. Con uno de esos grupos que antes llamé «satélites», formados por vecinos de las calles Ibiza y Sainz de Baranda, participamos en un concurso en Radio Intercontinental, que estaba entonces en la calle Diego de León. Habíamos preparado «All shook up», de Elvis. Yo tocaba una guitarra y la otra,Tony Martínez, que luego triunfaría con Los Bravos. Al llegar al estudio — era en directo— y proponer la canción, nos dijeron que no valía porque tenía que ser en español. Y como el único que se la sabía en la versión de Los Llopis, «Estremécete», era yo, ahí me vi cantando aquello de [ 19 ] os Lib ros Ay, qué chiquita, yo vi cómo se me sonrió, pero al acercarme no sé qué me pasó. Es algo muy raro que me hace estremecer. Es amor…, qué voy a hacer… La Es fe ra de l Dicha actuación no pasó a la posteridad, pero me permitió estrenarme en el mundo de las ondas. Es curioso que mi debut en televisión fuera cantando y en la radio se repitiera la misma circunstancia. Por cierto, con Los Teleko llegamos a cantar en los legendarios estudios del paseo de La Habana, donde TVE comenzó sus emisiones, lo que nos convierte, ya que no en leyendas, en reliquias de un tiempo pasado. El siguiente paso, tanto en radio como en televisión, me lo proporcionó la música folk. Me había convertido en algo parecido a un experto, a base de leer mucho y escuchar más. Y hasta había publicado, en cuatro entregas, una historia del folk norteamericano en la revista El Gran Musical. Quizás fueron esos artículos los que hicieron que, el día en que Joaquín Díaz decidió olvidarse de escenarios y micrófonos para consagrarse a la investigación etnográfica, dejando así un hueco en Radio España, donde dirigía y presentaba el programa La hora folk, Jorge de Antón, que era el director de programas musicales de la emisora, y buen amigo, se atreviera a apostar por mí y me ofreciera la oportunidad de sustituirle. Terminé el primer espacio, que se emitía los domingos a las tres de la tarde, y el siguiente lunes, a primera hora, me llamó el director de programas, Daniel Vindel, muy popular por su Cesta y puntos en televisión. Sin ningún rodeo y sin vaselina, me dijo algo así como: —Mira, José Ramón, para hacer un programa de radio hay que tener unas cualidades vocales determinadas… que tú no tienes. Yo ya lo sabía, faltaría más, porque nunca he presumido de voz, aunque he logrado que la gente se acostumbre a ella y que algunas oyentes, siempre mujeres, que son más amables, lleguen a decirme que la tengo bonita. —He pensado —prosiguió Daniel, excelente profesional y persona— que lo mejor será que tú sigas escribiendo el guion y que lo lea un locutor de la casa. [ 20 ] La Es fe ra de l os Lib ros —Daniel, te agradezco el consejo, pero he hecho el programa sin guion, improvisando. Y estoy de acuerdo contigo con el tema de mi voz, pero como no me pagáis nada por hacer el programa, lo mejor es que ese locutor que lo va a hacer se escriba sus propios guiones y los lea. Y yo me voy a mi casa. Por fortuna, Radio España no nadaba en la abundancia y dado el nulo coste de mi presencia, me pidieron que lo siguiera haciendo… y hasta ahora. En la tele me pasó algo parecido, excepto que yo no iba a hablar ante las cámaras. Quien primero me llamó fue Eduardo Stern, uno de los grandes realizadores de la casa, y poseedor de una barba que podía competir sin desdoro con el mismo Rasputín. Eduardo dirigía y realizaba un programa que él tituló 3 música 3, imitando el lenguaje de los carteles taurinos. Para Eduardo, la música clásica era la música número uno. La música pop, la número dos. Y reservaba el tres para la música folk, que era la que conformaba su apuesta. Terminaban los años sesenta y el folk bullía en España. Surgían grupos de todas las ciudades, colegios mayores, pandillas, extunos… Muchos rebuscaban en la memoria de la gente rural a la caza y captura de joyas olvidadas por los habitantes de las grandes ciudades. Y Eduardo tenía sitio para todos. Hasta para mí. Fue mi debut en televisión. Pero duró poco porque Pedro Erquicia, compañero de periodismo y de milicia universitaria, me invitó a ocuparme de la parcela musical del programa que dirigía: Informe semanal. Y allí me enrolé y estuve hasta el verano de 1978. Por cierto, por primera vez, cobrando. Ese año pusimos en marcha, entre seis personas, un programa que, en principio, iba a durar tan solo un verano: Aplauso. Me llamaron para diseñarlo junto a Solly Wolodarsky, Uribarri, Hugo Stuven, José Luis Fradejas y Pepe Asensi. Y luego para escribir los guiones. Fue un tremendo éxito que nos valió muchos premios, entre ellos el Ondas televiCon Mick Jagger en Cannes para Informe semanal [ 21 ] os Lib ros bajo amenaza de exclusión/ expulsión inminente de todos los colaboradores. Me hice fijo y prácticamente dejé de trabajar. Nadie me encargaba nada y cuando protesté, cosa que hice al máximo nivel, me contestaron: «¿No estás contento? Ya tienes un sueldo fijo». Aunque tenía dos sueldos, el de ABC y el de RNE y en ambos con categoría de redactor jefe, un buen día de 1983 me despedí de ambos puestos, sin garantía de retorno, y decidí no volver a ser fijo en ningún lado. Y más todavía: dejar de ocuparme de otras cosas y dedicar todo mi empeño al mundo de la música. Lo segundo pude cumplirlo. Lo primero no, porque Manolo Martín Ferrand, tan sabio como persuasivo, me instó a crear una nueva cadena de radio, Radiolé —por cierto, mi primera Antena de Oro—, y me puso cargo, nómina, despacho y sueldo de director. Todo esto venía porque durante años trabajé, por libre, en el grupo Antena 3 de radio, donde contribuí con mis programas —recuerdo especialmente Todos los gatos son pardos, con el que cubría la mañana entera de los sábados—, con la creación y posterior di- La Es fe ra de l sivo, además de innumerables TP de Oro. Desde entonces he trabajado con asiduidad en televisión en programas como Tocata, A tope, Música sí, diversos especiales, videoclips, jurado en festivales… Y en la televisión de Antena 3, en espacios como Absolutamente grandes, Oh vídeo y A toda página. Y en casi todos ellos, ya hablaba y hasta aparecía en pantalla, para vergüenza propia. Y es que soy muy vergonzoso. También mi paso, o mejor, mis saltos por la radio fueron súbitos y a veces vertiginosos. En Radio España, tras la experiencia de La hora folk, pasé a ser director de programas musicales, cuando Jorge de Antón marchó a México a probar nuevas aventuras profesionales. Luego, casi enseguida, a Radio Peninsular, uno de los canales de Radio Nacional de España. Anduve por allí algunos años y hasta ganamos un premio Ondas con el programa Estudio 15-18 cuando lo dirigía Alfonso Eduardo. Entonces realizaba diversos programas con compañeros como José María Íñigo, Luis del Olmo, José María Requena… Hasta que un día me forzaron a pedir la fijeza, [ 22 ] La Es fe ra de l os Lib ros rección de Radio 80 Serie Oro, junto al inolvidable e imprescindible Juan Carlos Goñi, y con la creación de la primera televisión privada de España. Pero todo pasa y todo llega… Y ocurrió el «antenicidio». MaCon Tina Turner niobras orquestadas desde la oscuridad —léase «Moncloa» donde pone «oscuridad»— regalaron Antena 3 al grupo Prisa y terminó la alegría. A petición de Javier Díaz Polanco y Juan Luis Cebrián prolongué un año más mi fijeza para poner en marcha mi tercera cadena de radio: M 80. No es fácil para un periodista tener la oportunidad de crear de la nada una cadena radiofónica. Haberlo hecho en tres ocasiones —Radio 80 Serie Oro, Radiolé y M 80— en solo una vida profesional me llena de alegría y… confesémoslo, de cierto pequeño orgullo. Pasada esta experiencia, volví a trabajar por mi cuenta hasta el día de hoy. En 1995 creamos, un grupo de cuatro amigos, de los que alguno era menos amical de lo que pensábamos, el sello discográfico Ramalama, dispuestos a que no cayese en el olvido la pequeña historia de la música popular española. Sigo ocupándome de ella ya solo, en el momento de cumplir los veinte años (el sello, yo algunos más) y con un archivo de más de veinte mil canciones recuperadas de las fauces del olvido, ¡qué poético queda eso! Como decimos a esos compradores que comparten nuestro interés por el pop español de los cincuenta y sesenta, «no vendemos discos, devolvemos sus recuerdos a la gente». Y así hasta hoy, en que reparto mi tiempo entre Radio Nacional de España, donde trabajo desde hace diez años con Pepa Fernández en su programa No es un día cualquiera, Ramalama, que ocupa mis desvelos, la conservación y catalogación de mi colección de más de cien mil discos y, ahora, contando en este libro mis recuerdos de todos aquellos años que nos parecen más felices cuanto más se distancian en el tiempo. Si no se han aburrido hasta ahora, pasen a las siguientes páginas, en las que hablaré mucho menos de mí y más de lo que mi generación vivió en aquellos años del guateque. [ 23 ]