HACIA LA BUSQUEDA DE UNA RACIONALIDAD SOCIAL EN LA

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HACIA LA BUSQUEDA DE UNA RACIONALIDAD SOCIAL EN LA TOMA DE DECISIONES
Hebe Alicia Cadaval (Facultad de Ciencias Económicas – Universidad de Buenos Aires)
El presente trabajo apunta a reflexionar acerca de la necesidad de incluir la “racionalidad social” en el
modelo de toma de decisiones. No nos vamos a dedicar en este escrito a analizar el cómo llevarlo a la
práctica, ya que ello requeriría de desarrollos posteriores que exceden el marco de esta exposición. Esta
propuesta no debe confundirse con la incorporación de cuestiones morales o éticas, ya que algo puede
ser moral y ético y sin embargo no ser socialmente saludable.
La Teoría de la decisión es esencialmente normativa, indica lo que debe hacerse, no lo que se hace
normalmente. No describe como actúan los decisores. Dice como deben o deberían actuar. Con una
Teoría de la decisión descriptiva sería muy difícil, sino imposible, construir una teoría general, ya que los
comportamientos diferirían enormemente de un individuo a otro.
Quizás el tema más importante en la toma de decisiones sea el de la racionalidad. Se trabaja sobre la
racionalidad del actor, del decisor, de la persona, con un criterio descriptivo, vale decir “lo que es” no lo
que “debe ser”. Racionalidad es el ejercicio del raciocinio, de la reflexión, del razonamiento. Un decisor es
racional cuando una decisión dada es producto de algún proceso deliberado de razonamiento, de
raciocinio. Definimos razonamiento como una actividad mental mediante la cual se identifican, evalúan,
correlacionan, comparan, asocian, infieren, inducen o deducen a través de la reflexión, distintos aspectos
de una decisión y se prevén sus evoluciones futuras. Particularmente, esos aspectos son los deseos
(fines, objetivos), los medios para alcanzarlos, las restricciones sobre el razonamiento y las eventuales
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consecuencias del curso de acción adoptado. Este concepto de racionalidad no toma en cuenta la
opinión que un observador pueda tener de un decisor sino la opinión que quien decide puede tener de sí
mismo. Por otra parte no se trabaja sobre la racionalidad de los fines perseguidos sino sobre la
racionalidad de los medios utilizados para lograrlos.
Visto así, toda decisión es por definición racional. No existe decisión no racional o irracional. Sin
embargo, hay acciones que no son racionales, por ejemplo, algunas reacciones producto de las pasiones
o del arrebato del momento o de una emoción violenta. Toda adopción de una alternativa, toda acción,
comportamiento o conducta dictados por un impulso o reflejo condicionado sin que medie un mínimo de
reflexión, de razonamiento, no es una decisión para esta teoría. Puede tratarse de una reacción o de
obediencia, según el caso. También cabe aclarar que decisión y acción no es lo mismo, y que todos los
conceptos prescriptos por nuestra teoría apuntan a la decisión. Un acto puede ser o no consecuencia de
una decisión.
Para que exista racionalidad exigimos un mínimo de reflexión. Una reflexión ad infinitum no sirve porque
el proceso no terminaría nunca, pero un mínimo tampoco parece suficiente para garantizar la suficiente
evaluación. Este mínimo es el que lleva muchas veces a que quien decide satisfaga sus deseos pero que
no necesariamente maximice u optimice sus objetivos, para lo cual la reflexión, el análisis y la evaluación
deberían profundizarse.
Ha tomado trascendencia en la literatura de los últimos años la influencia de las emociones en la toma de
decisiones. Una decisión sólo ligada a las emociones no involucra raciocinio. El ser consciente de
nuestras emociones, sentimientos, etc. no necesariamente debería afectar nuestro concepto de
racionalidad instrumental (nuestro buen juicio, dicho en términos vulgares) ya definido como mínimo. De
la observación de los efectos de lesiones cerebrales surge que la pérdida de las facultades emocionales
reduce significativamente la capacidad de raciocinio hasta hacerla irrelevante en casos extremos. Esto
avalaría la posición de que el razonamiento y las emociones no forman parte de dos mundos separados
sino que están articulados.
De todos los pasos mencionados al definir razonamiento, uno de los más importantes es identificar y
evaluar las consecuencias de la decisión. Establecer una relación de causa-efecto entre el posible acto
del decisor, las acciones de otros decisores, los hechos de la naturaleza y las consecuencias del mismo.
El pensar en cuales serían las consecuencias de los distintos actos a disposición de quien decide es la
máxima expresión del ejercicio del raciocinio. La teoría de la decisión es consecuencialista ya que la
elección de una alternativa se basa en las consecuencias de ésta.
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Pavesi, Pedro F. J. (2000) “La decisión”, Ediciones Cooperativas, Buenos Aires, Argentina.
La racionalidad y la mente humana son limitadas por naturaleza. Algunas de estas limitaciones pueden
ser culturales (lenguaje, reglas morales, criterios éticos, costumbres arraigadas, procesos de imitación,
temores profundos, prejuicios, miedo a violar los requerimientos sociales, signos de status, efecto marco,
anclaje, y otros), estructurales (límites en la capacidad de recibir, procesar y recordar información,
manejo de la incertidumbre y la lógica, dificultad para identificar, clasificar, ordenar, relacionar,
equivocarse, cometer errores, ser falible, la mente se engaña a sí misma), circunstanciales (el cansancio,
la falta de tiempo, la falta de interés, de voluntad, de disciplina, el aburrimiento, el hartazgo, el desgano,
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la distracción, la falta de recursos). Esto da lugar a una racionalidad limitada (Simon ) ya que hay
situaciones que no pueden ser observadas, analizadas, deducidas, abarcadas, predichas o resueltas por
la razón. No existe una racionalidad ilimitada.
Esta racionalidad es instrumental y se ocupa de los medios de que dispone el actor para obtener sus
fines. No se ocupa de los fines más que en forma marginal. Por tanto, admite que el raciocinio, la
racionalidad puede identificar con cierta precisión los fines, pero eso no necesariamente significa que los
fines deben estar sometidos a la racionalidad o que se elijan racionalmente. Según Pavesi el sujeto sabe
cuando un fin deja de ser un medio elegido racionalmente para pasar a ser una manifestación de libre
albedrío.
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La racionalidad se vincula con la optimización , es decir con la elección del mejor medio o conjunto de
medios para lograr los fines. El decisor siempre optimiza, dentro de sus restricciones, aunque la
alternativa elegida no sea la mejor a los ojos del observador. Para esta teoría un error en la elección no
es una manifestación de irracionalidad sino restricciones a la misma. Siempre que el error no se haya
producido por no haber dedicado al tema la suficiente r eflexión.
Esta racionalidad no exige coherencia, entendiendo como tal que el individuo mantiene a través del
tiempo la misma actitud ante la misma situación o que en un mismo momento o en un período corto
adopte los mismos criterios o tenga las mismas preferencias.
Simon introduce la idea de que el individuo, en realidad, no optimiza sino que satisface. Cuando
encuentra un medio o una combinación de medios que le parecen satisfactorios, quien decide deja de
buscar otro curso de acción alternativo. Esto guarda relación con su concepción de la racionalidad
limitada donde el actor se queda con una elección que quizás no sea la mejor pero que lo satisface. Esto
no difiere de lo planteado por la teoría ya que de haber una opción mejor la tomaría y si no sigue
buscando es porque el análisis costo-beneficio le indica que le conviene interrumpir el proceso ahí.
El Dr. Ricardo Gómez (entre muchos otros) no admite la racionalidad instrumental no extendida a los
fines del individuo y tampoco la racionalidad sin ética. Para él, una decisión no es racional si no es ética.
Argumenta que la definición de racionalidad debe incluir los fines y la ética. Por ello propone abandonar
esta concepción restringida para extenderla a los fines individuales y sociales. Pero de ser así, la
variedad de individuos, sociedades y culturas complicaría más el formular una teoría del cómo decidir.
Para la Teoría de la decisión las pautas éticas y morales forman parte de la situación de decisión, por
tanto el decisor al considerarla, podrá incluir en su análisis o no cualquier consideración o restricción de
estas índoles de acuerdo a su propia visión del mundo. Por tanto estará librado a su libre albedrío el
respetar o violar estas premisas. Ocurre algo similar con el integrar la racionalidad a la sociedad. Algunos
autores sostienen la necesidad de respetar las pautas sociales, pero de hecho la decisión humana es
individual y por tanto puede observar o no dichos lineamientos.
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Simon, Definición criticada por PavesI dado que el definir la racionalidad limitada hace presuponer que contrario
sensu existe una racionalidad ilimitada lo que no es tal.
No nos detendremos a analizar casos emblemáticos de irracionalidad como en caso de “akrasía” (donde la
preferencia y la elección formulada por quien decide no coinciden), ya analizados por los griegos donde se
observa que no obstante preferir A a B, los decisores eligen B. Sócrates sostenía que el decisor no decía la
verdad. La preferencia es un estado íntimo, no público del actor que sólo es conocida por manifestación de aquél.
Mientras que la elección es pública, y comprobable. También puede darse por fallas en la definición precisa de A y
B. Otro caso clásico de irracionalidad es el autoengaño, donde el actor rechaza toda información que contradiga
sus deseos y acepta todo aquello que los refuerce. Advertido de este hecho, si quien decide persiste en su
elección, es racional en los términos que prescribe la teoría.
Una corriente de pensamiento sostiene que la racionalidad instrumental que propicia esta teoría
propugna sólo la búsqueda del interés personal, el no respetar los derechos de los demás, la defensa de
las frías leyes del mercado y en suma fomentar el egoísmo. Sin embargo, la teoría no incita a la toma de
decisiones faltas de ética o de moral sino que no se mete en la mente de los hombres propiciando
influencias conductuales, o el arraigo de una u otra pauta de comportamiento. Dicha intención colisionaría
con la propugnada libertad de elección.
Como vemos los requerimientos son mínimos para que una decisión esté cumpliendo con los preceptos
de la teoría. Como lo que importa es lo que el decisor piensa y no lo que piensan los observadores, toda
decisión sería buena si es buena para quien decide. Esto trae como consecuencia q ue nadie podría
objetar la decisión de otro (salvo que infrinja alguna ley, por lo tanto no estaría prohibido actuar de
determinado modo) y por tanto no cabe hacer un control de las decisiones tomadas, ya que todas serían
razonables y optimizarían de acuerdo con los conceptos vertidos hasta aquí.
Que el fin justifique los medios constituye un problema moral o eventualmente ético, no un problema
racional. Básicamente hay consenso en que la ética y la moral mutan en función de tiempo y espacio.
Entonces ¿cómo proponer una teoría prescriptiva que nos diga qué proceso llevar a cabo para tomar
buenas decisiones, sin coartar la libertad individual y el libre albedrío, poniendo limitaciones de orden
ético y moral a la toma de decisiones?
Ahora bien, por tanto usamos una teoría normativa pero tomamos en consideración una racionalidad
descriptiva, limitada y mínima. Además incluimos las emociones y reconocemos la aparición de sesgos
provocados por la diferente percepción de la realidad. Sin embargo, para preservar la libertad individual y
el libre albedrío, no reclamamos un comportamiento ético en la toma de decisiones ni una preocupación
por las consecuencias sociales que dicha toma de decisiones pueda ocasionar.
Por ejemplo ¿es razonable que en la ciudad de Buenos Aires se construyan viviendas de departamentos
en forma indiscriminada, aún en zonas bajas fácilmente anegables, sabiendo que la infraestructura de
redes cloacales, aprovisionamiento de agua potable, etc, no están preparadas para soportar dicho
crecimiento? ¿Es razonable que se permita la tala indiscriminada de árboles sabiendo las consecuencias
que esto ocasiona en temas como el calentamiento global, el clima, los desastres ambientales, etc.? ¿Es
razonable que cada persona elija libremente la profesión que quiere aunque después tenga problemas
para conseguir trabajo o por otro lado haya falta de especialistas, por ejemplo ingenieros, porque nadie
elige esa profesión? ¿Es razonable pensar que hay que buscar sustitutos de los hidrocarburos y no
preocuparnos por el uso adecuado de los escasos recursos con los que contamos? ¿Es razonable
preocuparnos en buscar formas de reciclar los materiales no degradables que utilizamos, en vez de
invertir tiempo y esfuerzo en reemplazarlos por otros que sí lo sean? ¿Es razonable preocuparnos por
buscar la forma de vivir en otro planeta cuando vivimos destruyendo el que tenemos?
Como vemos muchas veces la racionalidad individual colisiona con lo que es mejor “para todos”, para el
conjunto de la sociedad. ¿No cabría pensar que así como existe una “justicia social” debería reclamarse
una “racionalidad social” para una más apropiada toma de decisiones? Actualmente está en boga el tema
de la responsabilidad social. ¿No sería saludable tener en cuenta las consecuencias sociales que la toma
de decisiones acarrea y no sólo las consecuencias individuales? Algunas de estas limitaciones al libre
albedrío en la toma de decisiones está reflejada en normas, disposiciones, reglamentaciones, leyes, que
coartando la libertad individual buscan una razonabilidad social, defendiendo los derechos de la
comunidad. Está demostrado que el mercado y la iniciativa privada no siempre son buenos para lograr el
bienestar social.
Ejemplos como los de la tala indiscriminada de árboles, el someter a personas a trabajar por migajas
cantidades de horas que son a todas luces inhumanas, etc. dan cuenta de decisiones que no podrían ser
catalogadas como irracionales según la definición dada por Pavesi pero que a todas luces suenan
inhumanas, nos hablan de una falta de ética y de compromiso social. El agotar los recursos naturales del
planeta pensando que se podrán encontrar otros alternativos, el destruir el planeta pensando que tal vez
podamos mudarnos a Marte, etc. da cuenta de la preocupación por la “salvación” individual. La
preocupación por conservarnos jóvenes y hermosos y vivir 120 años no muestra que tal vez no tengamos
donde vivirlos de continuar así.
En el desarrollo de la teoría de los Juegos existe un ejemplo clásico denominado “Dilema de los
prisioneros” en el cual cada uno de los individuos poniendo en consideración los intereses particulares y
siendo instrumentalmente y estrictamente racionales llegan a una solución que no es mejor que si
acordasen una decisión en conjunto. Los ejemplos que en Economía se denominan “fallas de mercado”
poseen un formato parecido: actuando individualmente se logra una solución que es peor que la que
derivaría de una actuación conjunta y coordinada. Podríamos decir que hay una racionalidad social que
propone elecciones distintas y mejores a la aplicación individual de la racionalidad. Alguien diría que la
racionalidad individual también llevaría hacia dichas conclusiones si ambos decisores tomasen en cuenta
los resultados de una acción conjunta. Pero si no lo hacen, pues respetamos su libre albedrío, siguen
siendo racionales.
Entonces no actúa irracionalmente el dueño de un campo en la provincia de Salta (Argentina) cuando tala
los árboles del bosque nativo para sembrar soja, que obviamente rinde más económicamente,
redituándole beneficios que le permitirán en el futuro mudarse a otro terreno o a otro país sin importarle el
agotamiento del suelo y la pérdida de la biodiversidad. ¿Por qué llamamos a ésta actividad “tala
irracional”?.
Porque es una actividad “irracional” si se lo mira “socialmente” hablando. El permitir que esto suceda, sin
que el propietario soporte todos los costos que provoca dicha actividad, es una falla del mecanismo de
mercado, las llamadas externalidades negativas , que excede lo que se trata de un problema moral o
ético. Es algo irracional desde el punto de vista de la sociedad.
Aquí podría verse una colisión entre la racionalidad individual y la racionalidad social. Sería mucho más
difícil elaborar una función de preferencia social para poder aplicar la teoría. Pero ¿acaso no son desafíos
igualmente importantes acomodar el modelo a situaciones de incertidumbre, a decisiones con objetivos
en conflicto? Y esto no queda fuera de los modelos aplicables a la decisión racional. Por qué no ver la
forma de incluir dentro del modelo, también a la racionalidad social, y cuando ésta se contraponga a la
individual analizar cuál es la prioridad.
Siguiendo esta línea de pensamiento se podría decir que cabría evaluar según el caso qué va primero, el
interés individual o el social. Con esto caemos nuevamente en el libre albedrío, en la libertad individual y
en la intromisión en los objetivos que busca quien decide.
Si este dirigismo existiera, pensaríamos que entonces ¿quien es el va a establecer este orden de
prioridades? El estado, tal vez. Esto nos llevaría a que alguien va a tener el poder de decidir, por encima
del decisor individual, qué es bueno para la sociedad. Podríamos pensar en un sistema que controla lo
que decidimos. ¿Pero acaso, en la economía liberal de mercado no son los poderosos los que deciden
también qué se hace y qué no?
Tal vez cabría generar mecanismos de elección social donde se someta a votación pública los temas
claves que preocupan a la comunidad.
La preocupación por el proceso que el individuo realiza para tomar decisiones nace en la convicción que
luego de elegida una alternativa se pasa a la acción. Es común apreciar en la vida cotidiana, no sólo en
nuestro país, sino a través de las noticias, en otros países también, la cantidad de lo que mucha gente
llamaría “malas decisiones” por la falta de previsi ón. Pareciera que el criterio para decidir es decido para
el hoy y cuando llegue mañana y las cosas no salieron como pensé, tomaré las medidas correctivas o me
lamentaré o manifestaré lo imposible que eran de prever determinados comportamientos tomados por la
naturaleza u otras variables no controlables.
Muchas veces esas consecuencias no deseadas no tienen un impacto concreto en quien tomó la decisión
sino en los terceros afectados por ella. ¿Es lícito que quien decide no evalúe las consecuencias que sus
cursos de acción ocasionarán a otros? Dejar librado a la sanción moral, ética o política a través de un
voto estos hechos, es tomar medidas correctivas luego que los mismos sucedieron, mientras que la
teoría de la decisión pretende evaluar las consecuencias antes de tomar las decisiones. Esta limitación
en el análisis propicia la falta de compromiso con las implicancias que devienen de nuestras elecciones.
Por lo tanto, cabría incluir estas cuestiones en el modelo decisorio.
Es cierto que la racionalidad del individuo es naturalmente limitada, por su capacidad de razonamiento,
información incompleta, etc., pero otra cosa es que el decisor deliberadamente limite su reflexión a sus
propios intereses para no ser consciente y responsable de las consecuencias que recaen sobre otros.
Algo similar sería confundir el elegir el statu quo (luego de evaluarlo reflexivamente) con el “no hacer
nada” producto de la falta de decisión (dejar que los hechos sigan su curso y no interferir).
Resumiendo, los postulados de la Teoría normativa de la decisión serían:
1. La aplicación de la reflexión entendida como capacidad de razonamiento, lo que implica el uso de una
racionalidad mínima, y limitada, básicamente instrumental. Este razonamiento tiene que ser consciente y
deliberado aún cuando sea mínimo, siendo esta una condición necesaria y suficiente. Los límites estarán
dados por la cultura, las creencias, la sociedad, la clase, la personalidad y también por las emociones.
2. Se parte de la premisa de que todo ser humano es libre y por tanto cuenta con libre albedrío para
efectuar el proceso de reflexión. Si bien la libertad es reducida o limitada, ese límite no lleva a no tener
opciones. Esta libertad incluye la libertad de desobedecer y rebelarse.
3. Todo individuo tiene necesidades a satisfacer e, intereses, deseos, objetivos, fines, que quiere
alcanzar. No se discute la racionalidad en el diseño de los mismos.
4. Todo ser humano tiene su propia percepción del universo, la que guarda relación con el contexto
social y cultural y con sus propias circunstancias. Este hecho es lo que da lugar al subjetivismo.
5. Identificar y evaluar las consecuencias de la decisión.
6. El decisor siempre optimiza, dentro de sus restricciones.
7. Toda decisión, en estos términos es racional, y por tanto “buena”.
Se propone agregar al modelo el tomar en consideración la racionalidad social. Esta posición ocasiona
una revisión de los postulados de la teoría que se ven afectados por esta inclusión.
BIBLIOGRAFÍA
Gomez, Ricardo J. (1995) Neoliberalismo y seudociencia”, Buenos Aires: Lugar Editorial.
Martínez, Rusbel. (2007, 28 de agosto) “El puesto de la racionalidad en las ciencias sociales desde la
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Pavesi, Pedro F. J. (1997) “Esbozo de una teoría mínima de la racionalidad instrumental mínima”, III
Jornadas de Epistemología de las Ciencias Económicas, Facultad de Ciencias Económicas, UBA.
Pavesi, Pedro F. J. (1998) “Bunge y las teorías de la elección racional: una discusión”, IV Jornadas de
Epistemología de las Ciencias Económicas, Facultad de Ciencias Económicas, UBA.
Pavesi, Pedro F. J. (2000) “La decisión”, Ediciones Cooperativas, Buenos Aires, Argentina.
Simon, Herbert A. (1962) “El comportamiento administrativo”, Madrid: Aguilar.
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