Sol ya ardió en 1854. Sobre la Revolución que dio paso al Bienio

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Sol ya ardió en 1854. Sobre la Revolución que dio paso al Bienio Progresista
Publicado en Periódico Diagonal (https://www.diagonalperiodico.net)
La exposición de hoy versa alrededor de un lienzo del pintor Eugenio Lucas Velázquez,
concretamente su “Episodio de la Revolución de 1854 en la puerta del Sol. Quema de Banderas”. No
podía estar más de actualidad, la toma de la plaza en el corazón de Madrid por la ciudadanía. Cabría
preguntarse sobre cómo se llegó hasta ese punto y que sucedió tras los acontecimientos
revolucionarios que se dieron en el verano de 1854 en gran parte del Estado Español. (Fig1)
El punto de partida hay que marcarlo en los últimos compases de la década moderada, con la
presidencia en el Consejo de Ministros de Luis José Sartorius, Conde de San Luis. La actitud tomada
por el gobernador ante las Cortes y el Senado dejaba mucho que desear, pues la cámara baja,
resultó ser cerrada en diversas ocasiones, siendo obviada en la toma de decisiones, algo que ya
habían llevado a cabo predecesores de San Luis, como Bravo Murillo. Es decir, que a pesar de que
el Estado poseía ambas Cámaras con sus respectivas funciones, tan sólo gobernaba una
pequeña camarilla entorno a la Reina Isabel II, bajo los hilos de su madre, María Cristina.
La gota que colmó el vaso se produjo por una cuestión de competencias legales. San Luis, dobló una
proposición de ley acerca los ferrocarriles, para pasarla a través de la Cortes sin previo asentimiento
del Senado, quien ya estudiaba dicho proyecto desde la legislatura anterior. La fórmula utilizada
consistía en ligar la tramitacion al campo del crédito, pues el proyecto estaba relacionado con una
operación de calado, y según el artículo 36 de la Constitución, las leyes de contribuciones y crédito
público debían ser presentadas en primera instancia en la Cámara baja. Una vez en las Cortes, el
Gobierno se dirigió al Senado con la intención de que se cumpliese el artículo 8.º de la
Ley de relaciones entre los cuerpos colegisladores de 12 de julio de 1837. Según el cuál
cada uno de estos cuerpos podía suspender, en cualquier estado, los proyectos de ley que le
hubieran sido propuestos por individuos en su seno.
El Senado formó una comisión para responder la petición, la Cámara aprobó un texto con 105 votos
a favor y 69 en contra. La respuesta fue tajante: “Según la Constitución, el reglamento y la ley, la
facultad del Senado para discutir este proyecto es evidente; que ningún otro cuerpo puede conocer
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de él hasta que en el Senado se concluya; que ha sido improcedente el paso dado por el
Gobierno al remitir al Congreso un nuevo proyecto de Ley sobre la misma materia y que
hoy no debe el Senado suspender la discusión que tiene empezada, porque esa deferencia cedería
en mengua de su prerrogativa, concluiría con todos los principios y sería sentar un peligroso
precedente del que más adelante podría abusarse con frecuencia”. San Luis, cargó contra los 105
senadores, si no podía disolver la estructura, sí separó de su empleo a los cargos públicos no
favorables al Gobierno, además de suspender de nuevo las sesiones de Cortes. La libertad de
imprenta se volvió a ver cercenada a la par que se incrementaban los presos políticos en
las celdas, la mano autoritaria de una camarilla controlaba todo el Reino. De tal modo, la mecha
acabó de prender, un nuevo pronunciamiento militar se gestó y el 28 de Junio de 1854 se
produjo la “Vicalvarada” un enfrentamiento con las tropas fieles al gobierno que acabó en tablas.
Los militares rebeldes, así como ciertas figuras públicas, fueron conscientes de que necesitaban el
apoyo popular para poder llevar a cabo la insurrección.
El manifiesto del Manzanares escrito por Cánovas del Castillo fue la clave. Su difusión recorrió todas
las arterias del Estado. Del texto cabe destacar el siguiente fragmento: “Nosotros queremos la
conservación del trono, pero sin camarilla que lo deshonre; queremos la práctica rigurosa de las
leyes fundamentales, mejorándolas, sobre todo la electoral y la de imprenta; queremos la rebaja de
los impuestos, fundada en una estricta economía; queremos que se respeten en los empleos
militares y civiles la antigüedad y los merecimientos; queremos arrancar los pueblos a la
centralización que los devora, dándoles la independencia local necesaria para que conserven y
aumenten sus intereses propios, y como garantía de todo esto queremos y plantearemos, bajo
sólidas bases, la Milicia Nacional”. Con tales aspiraciones, las calles fueron ocupadas, las plazas
tomadas y las barricadas un elemento habitual en aquellos días del mes de julio. El apoyo
popular se incrementó de forma desorbitada y las acciones para tumbar el actual sistema no
cesaron, por lo que se escapó de todo control a unas élites que en realidad, en inicio, tan sólo
querían cambiar componentes del Régimen, pero jamás derrumbarlo.
Barcelona rugió el 14 de Julio, la clase obrera fue protagonista en esta ocasión en la ciudad
condal, eje clave de la industrialización española. Cuatro días después, en la ciudad de Madrid,
Sol ardió y sus principales calles fueron literalmente taponadas y defendidas por sus
ciudadanos en armas. La cólera de un pueblo se vio reflejada en el asalto del Palacio del Marqués
de Salamanca y del propio San Luis. Por su parte, María Cristina tuvo que ser escondida entre los
muros del Palacio de Oriente, mientras, las principales cárceles eran asediadas en aras de
conseguir la libertad de los presos políticos, víctimas de una policía corrupta y trasgresora.
Uno de esos policías, fue Francisco Chico, jefe del servicio en Madrid. Sus crímenes y total impunidad
eran bien sabidos, y en esta ocasión, la justicia popular no se reblandeció. Arrancándole de su casa,
junto a su secretario, fueron llevados en comitiva sobre un colchón hasta el patíbulo en la conocida
Plaza de la Cebada, aquella que tiempo atrás vio perecer a Riego. El contagio al resto de ciudades
fue inminente, el objetivo era derribar y no reestructurar a través de las Juntas revolucionarias, lo
que alertó a las propias élites que buscaban un cambio. (Fig.2)
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La reina, mandó a formar gobierno al conocido general Baldomero Espartero; todo intento previo de
represión fue inútil, y era necesario apaciguar a las masas. Para ello, Espartero exigió a Isabel II
convocar Cortes Constituyentes, la expulsión de María Cristina del país y la publicación de un
manifiesto bajo pluma de la propia reina en el cual asumiese los errores cometidos. El 26 de Julio se
hizo saber a la ciudadanía española que: “Una serie de deplorables equivocaciones ha podido
separarme de vosotros, introduciendo entre el pueblo y el trono absurdas desconfianzas. Han
calumniado mi corazón al superponerle sentimientos contrarios al bienestar y a la libertad de los que
son mis hijos…Deploro en los más profundo de mi alma las desgracias ocurridas y procuraré
hacerlas olvidar con incansable solicitud”. Un nuevo proceso se abría, la presión popular acabó
siendo clave y se atisbaban ciertos síntomas de avance en los debates que se producían
alrededor del nuevo texto constitucional, que no vio la luz.
De forma sucinta, podemos sacar sobre el tablero la figura de Jose María Orense, quien pedía la
introducción del sufragio universal para que la soberanía nacional no fuera un mero espejismo:
“resulta inmoral hacer depender el derecho de elegir para el Gobierno de la mayor o menor cantidad
que se tenga de dinero”. Por su lado, García Ruiz afirmaba que la redacción de la nueva Carta Magna
“se haga en algo de beneficio de la clase proletaria sin que se desatienda como hasta
aquí la revolución social”.
Ya ven, todo lo que puede girar entorno a un lienzo, que en esta ocasión nos desvela un episodio
que no interesa destacar por medio de las actuales instituciones, pues el 2 de Mayo sí vende y es
legítimo para ellas. En cambio, 1854 se torna peligroso por lo que supone, no vaya a ser que la
ciudadanía se sienta identificada y tome ejemplo.
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