Nuevas preguntas para la ciencia Étienne Klein Algunos de ustedes se dicen con toda seguridad que la máquina los libera. Los libera provisionalmente, de una manera, una sola, pero que atañe a la imaginación; los libera, en cierta medida, del tiempo; les hace "ganar tiempo". Eso es todo. Pero ganar tiempo no siempre es una ventaja. Cuando uno va al patíbulo, por ejemplo, es preferible ir a pie. Georges Bernanos, La libertad ¿para qué? Todos los observadores están de acuerdo en decir que las relaciones entre la ciencia y la sociedad están en plena fase de reconfiguración. En ciertos aspectos, se parecen cada vez más a las de una vieja pareja que se deshace: las discusiones siguen siendo apasionadas, pero las relaciones ya no lo son. Esta evolución a veces asume aires de crisis y se acompaña de cierta cantidad de "síntomas" fáciles de identificar. El contexto general En primer lugar, parece que nuestra sociedad está tomada por una nueva pasión: el miedo, como figura hasta ahora inédita del vínculo social. La ciencia interviene evidentemente en este miedo, aun si sólo es en parte. Organismos genéticamente modificados, lo nuclear, la clonación, las vacas locas... uno se pregunta si la ciencia no trae consigo la amenaza tal como la nube trae la tormenta. Para apreciar la novedad y la amplitud del fenómeno, basta con medir la distancia que nos separa de los primeros tiempos democráticos. Frente al terremoto que devastó a Lisboa en 1755 y provocó miles de muertos, la reacción de los mejores espíritus de la época fue un sello de confianza. Recordemos en particular el poema de Voltaire (1) que "utilizó" esta catástrofe para demostrar, por una parte, que "todo no está de lo mejor en el mejor de los mundos" y, por otra parte, que es razonable esperar que todo esté mejor en el futuro. La idea general era que, gracias a los futuros progresos de las ciencias y las técnicas, tal cataclismo en el futuro podría evitarse: la geología, las matemáticas y la física permitirían prever (y, por ello, prevenir) las desgracias que la naturaleza nos inflige. En breve, la ciencia -o más precisamente las ciencias y sus aplicaciones- nos salvaría de las tiranías de la materia bruta, en virtud del siguiente postulado: la acumulación de conocimientos científicos sólo puede aumentar la cantidad de los logros técnicos e industriales, los cuales sólo pueden desembocar en una mejoría general de la condición humana e incluso en la felicidad. Esta doctrina acabó por convertirse en una especie de catequismo entre sus fanáticos y sus teóricos (desde Descartes a Auguste Comte). La idea de progreso, que es una idea laica, vino así a suplantar la idea de Salvación, que es una idea religiosa, y a hacer del futuro el refugio de la esperanza. Hoy, nueva época. En primer lugar, el futuro nos inquieta: estamos acosados por todo tipo de miedos en relación con el futuro. Más aún, experimentamos un remordimiento anticipador respecto de lo que podría producirse. Porque sentimos, de manera casi instintiva, que nuestro control sobre las cosas es a la vez desmesurado e incompleto: suficiente para que tengamos conciencia de hacer la historia, insuficiente para que sepamos qué historia efectivamente estamos haciendo. ¿Qué se construye? ¿Qué se destruye? Nadie lo sabe en realidad. Al mismo tiempo, incluso mientras la sociedad moderna ha accedido a un nivel de seguridad que no tiene igual en la historia, se reconoce como "la sociedad del riesgo". Todo se percibe, se analiza y se piensa bajo el ángulo de la amenaza. Según algunos comentaristas, incluso habríamos entrado en la "época de las catástrofes".(2) Una especie de "ahí se va" difuso influye, en todo caso, sobre nuestras reacciones colectivas: cada vez que se anuncia una innovación, nos apresuramos a hacer la lista de los peligros potenciales que esta innovación podría inducir. La aceptabilidad de los riesgos tecnológicos ya nunca es automática, no se da por hecho, dado que los avances mismos de la ciencia plantean cada vez cuestiones éticas radicalmente nuevas, y de una complejidad inédita. La imagen de los científicos no ha salido indemne de estos trastornos. Traslapa ahora las figuras de Pasteur y de Frankenstein: los investigadores se sienten a veces admirados, a veces temidos y, con mayor frecuencia, incomprendidos; temen que el hombre del siglo XXI, que ha perdido la curiosidad y el sentido crítico, que aprieta botones sin preguntarse sobre los objetos y la naturaleza que le rodean, se vuelva permeable a todo tipo de creencias transmitidas por gurús. En cuanto al público, éste también siente que oscila entre el entusiasmo y la desconfianza: en algunos aspectos, la ciencia lo asusta, pero sin que eso lo disuada de abalanzarse sobre el último artefacto lleno de alta tecnología que esta misma ciencia ha hecho posible. La ambivalencia de nuestra relación con el progreso Así hemos llegado, al filo de una insidiosa progresión, a poner en duda los ideales que, dos siglos antes, nos parecían fundadores de la civilización. ¿Se trata de un reniego culpable? Eso creen los científicos. ¿Se trata de un berrinche pasajero de niños mimados? Eso piensan los que no se benefician de nuestro nivel de desarrollo. ¿Se trata de un saludable arranque de lucidez? Eso dicen los ecologistas, claro, pero no sólo ellos: ¿no nació el entusiasmo por la noción de desarrollo sustentable de la atestiguación objetiva de que nuestro desarrollo actual no es universalizable, porque no es sustentable en el tiempo ni extrapolable en el espacio? En algunos decenios, pues, la noción de progreso se ha problematizado. Aun cuando es innegable la realidad de los avances logrados en algunos siglos, le pedimos al progreso que nos proporcione pruebas de su valor o de su validez. ¿Nos habremos quedado ciegos? No, vemos bien que la época presente es de una producción sorprendente, de innovaciones de todo tipo (que van bastante más allá de lo que hubieran podido soñar los utopistas del siglo XIX), pero siempre nos parece repleta de carencias. En particular, al contrario de lo que habíamos esperado, la ciencia no provocó la desdicha. Hay ahí un sentimiento de falta, que insiste en corroer nuestro ánimo. Algo incluso parece agravarse, pero no sabemos qué es. ¿Qué puede decirse? ¿Que la idea de progreso se muere frente a nuestros ojos? Pero con esta única eventualidad nos sentimos presas del vértigo y aún más angustiados. Porque no somos tarzanes: podríamos en rigor aceptar -incluso soñar- con regresar brutalmente a la naturaleza bruta, pero con la condición expresa de poder llevarnos ropa en textiles sintéticos, una tarjeta de crédito, un teléfono portátil y una mochila de antibióticos. Así se presenta la paradoja de nuestra relación con el progreso: decimos ya no creer en él, pero en realidad todavía nos atenemos a él ferozmente aunque sólo sea de manera negativa, es decir, en la proporción del pavor que nos inspira la idea de que pueda interrumpirse. Nuevas preguntas Los científicos que practican el arte de las conferencias para "público general" saben que existe todo un registro de nuevas preguntas que perturban el ánimo de nuestros conciudadanos. Constantemente se les plantean preguntas, con frecuencia delicadas y a veces molestas. Después del recuento y el análisis, éstas pueden clasificarse en una pequeña cantidad de categorías: se refieren en especial a los vínculos entre ciencia y poder, ciencia y democracia, ciencia y desarrollo, ciencia y técnica, ciencia y verdad y, por último, entre ciencia y universalidad. Mencionémoslas brevemente y en ese orden. Ciencia y poder.- La ciencia se ha hecho cómplice de la guerra y el horror, y no hay antinomia de principio entre ciencia y opresión, así como lo ha mostrado trágicamente el siglo XX.(3) Se interpela entonces al erudito para preguntarle si no existiría un vínculo casi ontológico entre el ejercicio de las ciencias y el de la dominación violenta. Desear comprender el mundo, querer destruir al "otro", ¿no vendrán estos dos procedimientos de un mismo y único impulso inconsciente? Por otra parte, ¿tiene todavía la ciencia por objetivo principal conocer el mundo y crear conceptos? ¿No se habrá convertido más bien en una vasta tecnociencia, cuyo activismo febril no se dirige más que al dominio, la acción, la innovación y la eficacia? El Estado que la guía en gran parte, ¿aún soñará con algo más que novedades y patentes tecno-lógicos? Con palabras más o menos encubiertas, se llega así a reprochar a las tecnociencias contemporáneas por haber traicionado el espíritu original (¿mítico?) de la ciencia. Ciencia y democracia.- En nuestras sociedades, cuando se trata de ciencia o de tecnología, se siente que aparece la exigencia de una toma de responsabilidad colectiva, aunque sus modalidades sigan siendo difíciles de entrever. El ciudadano se pregunta: ¿qué, de la ciencia, tiene que ver conmigo? ¿Qué, de la ciencia, es discutible? ¿Qué, de la ciencia, puede transformarse en "bien público"? Y sobre todo, ¿por dónde pasa la frontera entre lo que compete al dictamen erudito, lo que exige una discusión general y lo que corresponde a la decisión política? Si cada uno de nosotros fuese capaz de hacer un juicio lúcido sobre los grandes asuntos científicos y tecnológicos del momento, las respuestas a estas preguntas surgirían de manera límpida. Pero no lo somos. Entonces, ¿qué se puede hacer? ¿Cómo incitar a quienes no conocen la ciencia a que la quieran conocer? ¿Cómo convertir el derecho de saber, legítimo pero gratuito en términos de esfuerzo, en deseo de conocer? ¿Y cómo incitar a los menos interesados entre nosotros a voltear hacia los científicos para cuestionarlos: "Exactamente, ¿qué es lo que hacen? ¿Qué saben precisamente? ¿En qué es pertinente para nosotros lo que ustedes proponen?" Recíprocamente, ¿cómo obligar a los expertos a ya no atenerse a sus propias razones y a escuchar las de otros? ¿Y qué procedimientos de decisión pueden inventarse para que la incertidumbre y los riesgos fuesen una carga compartida, y compartida equitativamente? Al respecto, cabe señalar un avance reciente: es cada vez más aceptada la idea de que el ciudadano ahora tiene un papel que desempeñar. De todos modos, surgen conflictos desde que se trata de trazar el perfil de ese papel. Muchos científicos, ahora convencidos de que deben salir de su torre de marfil, piensan que conviene sobre todo asociar al público a una vasta empresa de comunicación; según ellos, se trata sólo de explicar de manera clara lo que no lo es. Ahora bien, el público, aunque se sabe profano, ya no duda en reivindicar un papel distinto al de oyente. Aspira a convertirse a veces en controlador de las decisiones, a veces en colegislador, porque ha comprendido que sus juicios, aunque no siempre sean racionales o lúcidos, en general son razonables. En cuanto a los políticos, no todos han aceptado aún el hecho de que las cuestiones científicas están hoy en el corazón del sistema: la política, en efecto, es la derecha y la izquierda, los asuntos sociales y económicos, la familia y las jubilaciones, la marihuana y la seguridad en las carreteras; pero también son las grandes opciones científicas y tecnológicas que comprometerán el futuro. Ciencia y desarrollo.- Cada vez más críticos desaprueban la noción general de "desarrollo". Incluso enmendado como desarrollo sustentable, éste ignoraría lo que no se puede medir ni calcular (por ejemplo, la calidad de la vida), y fingiría no ver que el crecimiento técnico-económico también produce el subdesarrollo moral y psíquico. Los argumentos invocados no sólo provienen de los círculos ecologistas, sino que igualmente se apoyan en el hecho de que las promesas formuladas por los científicos de fines del siglo XIX no se cumplieron (pero la ciencia no es responsable de ello, dado que ésta nunca nos prometió nada): la conexión entre progreso científico y progreso general no funciona tan bien como se esperaba. ¿Qué nos decía Descartes? Que metódicamente, técnicamente, nos volveríamos amos y señores de la naturaleza para aliviar el destino de los hombres y hacer su vida más agradable. Ahora bien, como Milan Kundera ha señalado muy bien, hoy "el amo y señor de la naturaleza se da cuenta de que no posee nada y no es señor de la naturaleza (ésta se retira poco a poco del planeta) ni de la historia (se le escapa) ni de sí mismo".(4) Creer en la automaticidad de los beneficios del desarrollo ha sido atacado violentamente, a tal grado que ha cambiado nuestra relación con la historia. Para nuestros abuelos, las ruinas de la historia -cadáveres, campos de batalla, ciudades demolidas- no negaban la "bondad" esencial del proceso histórico. Los cadalsos, los despotismos y las guerras eran el precio del progreso, el tributo sangriento que había que sacrificar al dios de la historia. Pero hoy ya no consideramos la historia como el logro tortuoso de la razón. El "problema" de la técnica.- En La superación de la metafísica, Heidegger elaboró una crítica de la dominación técnica que tuvo un éxito y una resonancia considerables entre los filósofos, pero también en casi todos los medios, sobre todo los literarios y periodísticos. Influye pues sobre la época y, por ello, es importante entenderla. ¿Qué nos explica Heidegger? Que de alguna manera nos hemos confundido: heredamos de Descartes tanto como lo traicionamos. Para Descartes, el proyecto de un dominio científico de la naturaleza debe estar guiado por una intención emancipadora, en el sentido en que su realización debe quedar sometida a ciertas finalidades. Si se trata de dominar al universo, no es por pura fascinación de nuestra propia potencia, sino para alcanzar esos objetivos que son la libertad y la felicidad. Y en relación con esos fines el desarrollo de las ciencias aparece como el vector de otro progreso: el de la civilización. La voluntad de dominio se articula pues a objetivos exteriores a él y, en ese sentido, no puede reducirse a una pura razón instrumental que sólo tomara en consideración los medios. Pero hoy la voluntad de dominio ha dejado de ser voluntad de algo para convertirse en "voluntad de voluntad": se convierte en dominio del dominio, la fuerza bruta por la fuerza bruta. Así, deja de estar sujeta, como lo estaba todavía en el ideal de la Ilustración, a finalidades exteriores. La reflexión sobre los fines poco a poco declinó en beneficio de una preocupación exclusiva por los medios. En el mundo técnico, sólo cuenta el rendimiento, independientemente de los objetivos; más precisamente, el único objetivo, mientras siga siéndolo, es el de la intensificación de los medios como tales. Hoy en día, sea lo que fuere que venga, sea lo que fuere su costo, hay que desarrollar por desarrollar, innovar por innovar, progresar para no perecer, dado que ya nadie es capaz de decir si el desarrollo como tal consigue para los hombres más felicidad y libertad. Dedicado sólo a la técnica, el mundo tiende a parecerse a un giroscopio que debe girar para no caer, independientemente de todo proyecto, porque ya no se requiere ninguna visión global para animarlo; se desfinaliza de alguna manera. De ahí el sentimiento, hoy ampliamente compartido, de que el curso del mundo se nos escapa y que, a decir verdad, incluso se le escapa a nuestros representantes, y aun a los mismos dirigentes económicos y científicos. Estaríamos como desposeídos de nuestro propio devenir. Ciencia y verdad.- Otra crítica contemporánea de la ciencia retoma implícitamente algunos argumentos de Nietzsche: bajo el ala del triunfo de la razón y en vista de la felicidad de la humanidad, las ciencias no harían más que volver a inducir las viejas "voluntades de creencia", pero bajo una máscara que disimula al nuevo ídolo. En efecto, seguirían incluyendo en ellas una ilusión metafísica, la de la revelación completa del Ser: "Existe un fantasma profundo -escribe Nietzsche- que llega al mundo por primera vez en la persona de Sócrates: la creencia inquebrantable de que el pensamiento, siguiendo el hilo conductor de la causalidad, puede alcanzar hasta los abismos más lejanos del ser y que tiene la capacidad no sólo de conocer el ser, sino además de corregirlo. Esta sublime potencia de ilusión metafísica está ligada a la ciencia como un instinto."(5) Si le creemos a la mayoría de los científicos, su objetivo principal al llevar a cabo sus investigaciones en efecto sería "descubrir la verdad", obtener una representación adecuada del mundo tal como es en sí. El físico Brian Greene, por ejemplo, declara que espera que la teoría de las supercuerdas, actualmente en construcción y que supuestamente unificará las cuatro fuerzas de la naturaleza, "devele el misterio de las verdades más fundamentales de nuestro Universo".(6) ¿Pero es exclusivo el vínculo entre ciencia y verdad? ¿Tendrá la ciencia el monopolio absoluto de lo "verdadero"? ¿Será la única actividad humana que sea independiente de nuestros afectos, nuestra cultura, el carácter contextual de nuestros sistemas de pensamiento? En las antípodas del discurso positivista que afirma que la ciencia es la única apta para decir la verdad del mundo, algunos sociólogos de la ciencia consideran que la verdad es sobre todo una palabra hueca. Por ello, no podría considerarse como una norma de la investigación científica, o como el fin último de las investigaciones. Estos "verífobos", en efecto, se niegan a pensar que existe algún procedimiento de conocimiento que estuviese en contacto más estrecho con el mundo, que estuviese mejor adaptado a él que cualquier otro. Algunos afirman, por ejemplo, que la física sólo se desarrolla en función de intereses sociológicos. Según ellos, si uno quiere de veras explicar la manera en la que los científicos construyen sus conocimientos, conviene, por una parte, poner en evidencia los determinismos sociales y, por otra, estudiar todas las teorías de manera equivalente, "simétrica", ya sea que los científicos las consideren "verdaderas" o "falsas". Porque las teorías consideradas "verdaderas" o "falsas" no lo son debido a su adecuación o inadecuación respecto de los hechos en bruto, sino en función de intereses puramente sociológicos. De ahí a considerar que las teorías científicas sólo son simples "convenciones sociales" establecidas por la comunidad de investigadores no hay más que un paso, que autores como Steven Shapin y Simon Schaffer no dudan en dar: "Al reconocer el carácter convencional y artificial de nuestros conocimientos -escriben- no podemos más que aceptar que somos nosotros, y no la realidad, los que estamos en el origen de lo que sabemos."(7) En otras palabras, el contenido del conocimiento estaría creado en su totalidad por los científicos. Estas tesis llamadas "relativistas" tienen hoy un impacto muy fuerte, sobre todo en los medios estudiantiles. Aun cuando su difusión se acompaña de contrasentidos y malentendidos, alimentan el escepticismo general y sirven de base a críticas cada vez más vivas dirigidas a los profesionales de la investigación: "¿Dice su ciencia realmente lo verdadero? ¿Cómo se atreven a pretender que ésta se refiere a la racionalidad si los juicios estéticos, los prejuicios metafísicos y los deseos subjetivos impregnan, si no todo su proceder, por lo menos algunas de sus fases? ¿Está fundada su legitimidad indiscutible sobre algo que no sea los efectos de poder? Los mitos que ustedes desprecian ¿no dicen también una parte de la verdad?" El punto notable es que el relativismo se beneficia, en todas sus formas, por una simpatía intelectual casi espontánea. ¿Por qué seduce tanto a quienes se preguntan sobre el alcance de los discursos de la ciencia? Sin duda porque (¿abusivamente?), interpretado como una puesta en duda de las pretensiones de esta última, parece alimentar una sospecha que se generaliza, la de la impostura: "Finalmente, en la ciencia como en lo demás, todo es relativo." Ciencia y universalidad.- La ciencia permite, sin duda alguna, mantener sobre el mundo un discurso universal. Pero lo universal que exhibe la ciencia ¿es completo? Creer eso sería olvidar la manera en que se construyó la ciencia moderna, sobre todo a partir de Galileo: sólo se volvió poderosa a partir del momento en que aceptó limitar sus ambiciones. Por ejemplo, la física no se interesa en todas las cuestiones sino sólo en aquellas a las que sus procedimientos pueden aplicarse. Más generalmente, las ciencias sólo se interesan en las cuestiones... de ciencia. De golpe, lo universal que exhiben es incompleto, en el sentido de que casi no ayuda a pensar las cuestiones que permanecen fuera del campo científico. Por ejemplo, no permite pensar mejor el sentido de la vida, el amor, la libertad, la justicia, los valores. Darse cuenta de esta limitación puede ser incluso una de las razones principales del decaimiento de nuestro entusiasmo colectivo respecto de la ciencia: "Entiendan -se le explica a los científicos- que las cuestiones relativas a nuestros valores son las que más importan, en todo caso mucho más que la letanía de las grandes leyes de la física, porque alrededor de ellas construimos nuestras aspiraciones, nuestros actos y nuestros proyectos. Por lo tanto, si su ciencia no nos ayuda a iluminar nuestra humanidad, si es incapaz de proporcionarnos las referencias que necesitamos, si descubre lo verdadero pero sin poder encontrarle un sentido, no se sorprendan si no entramos en comunión con su comunidad." El poder mismo de la racionalidad científica y el impacto de las tecnociencias sobre los modos de vida provocan reacciones de resistencia: el deseo de reafirmar la autonomía frente a un proceso que se nos escapa; las ganas de defender ideales alternativos contra la amenaza de un modelo único de comprensión o desarrollo; la voluntad de entregar su transparencia al debate democrático cuando la complejidad de los problemas tiende a confiscarlo sólo en beneficio de los expertos. Toda la cuestión evidentemente es hacerle justicia a esa exigencia sin caer en el irracionalismo, la confusión o la parálisis. Dos signos de los tiempos resumen la nueva circunstancia. Por una parte, a medida que las controversias se intensifican, los comités de "Ciencia y Sociedad" se multiplican: las ciencias humanas y la reflexión moral son cada vez más solicitadas para apoyar el desarrollo de las nuevas tecnologías o prevenir sus efectos potencialmente perversos. Por otra parte, los estudiantes de casi todos los países desarrollados, se interesan cada vez menos en las carreras científicas.(8) Hay como una avería de la libido sciendi entre las generaciones jóvenes. Sobre todo se puede observar que una fracción creciente de los mejores estudiantes del final de la secundaria da la espalda a los estudios científicos universitarios. Esta falta de interés, si durara, podría poner en peligro la expansión y la credibilidad de los laboratorios de investigación, así como la competitividad de las empresas, sin mencionar la escasez de profesores calificados. En ciertos aspectos, y toda proporción guardada, la situación actual de la ciencia se acerca a la del ejército francés antes de la Segunda guerra mundial, cuando los mejores alumnos de Saint-Cyr se destinaban a la administración. ¿Qué actúa en el origen profundo de estas dos tendencias? Es difícil de decir. Sin duda se entreveran múltiples causas. Hace falta que las nuevas preguntas que hoy se plantean a la ciencia "trabajen" con ahínco nuestro pensamiento colectivo y contribuyan en sordina a dar formato a nuestros reflejos. Si se quiere que un día la ciencia se vuelva ciudadana, habrá que tratar de responder a ellas con pertinencia: el "pensamiento calculador" que está al mando de las tecnociencias, que sólo se aplica para fines precisos, que sólo se pone objetivos determinados, deberá entonces ceder el paso, por lo menos provisionalmente, a un "pensamiento meditador", en busca del sentido de nuestras acciones y nuestros proyectos. Étienne Klein [Notas a pie de página] (1) "Filósofos equivocados que gritaban 'Todo está bien';/ Acudan, contemplen estas ruinas horrorosas,/ Estos desechos, estos jirones, estas cenizas desdichadas,/ Estas mujeres, estos niños apilados uno sobre otro./ [...] Dirán al ver este montón de víctimas:/ ¡Dios se ha vengado, su muerte es el precio de su crimen!/ Pero ¿qué falta, qué crimen han cometido estos niños?/ [...] Todo está bien, dicen ustedes, y todo es necesario./ ¿Qué? ¿El universo entero, sin este abismo infernal,/ Sin devorar Lisboa, habría estado peor?/ [...] Un día todo estará bien: esa es nuestra esperanza./ Todo está bien hoy: esa es la ilusión." (2) Ver, por ejemplo, el libro de Jean-Pierre Dupuy, Pour un catastrophisme éclairé: quand l'impossible est certain, París, Le Seuil, 2002. (3) Tanto en la URSS como en la Alemania nazi, muchas disciplinas científicas tuvieron un intenso desarrollo, generosamente ayudadas y financiadas por Estados perfectamente antidemocráticos. (4) Milan Kundera, L'Art du roman, París, Gallimard, 1986, p. 182. (5) F. Nietzsche, El origen de la tragedia (La Naissance de la tragédie). Algunas obras redactadas por científicos hacen creer que la ciencia sigue yendo a la par con el optimismo denunciado por Nietzsche. En particular, es el caso del último libro de Stephen Hawking, Breve historia del tiempo (Une Belle histoire du temps, Flammarion, 2004). El autor concluye su presentación de los últimos avances de la física con estas palabras: "Si realmente logramos descubrir una teoría unificadora, con el tiempo debería ser comprensible por todo el mundo en sus grandes principios, y no sólo por un puñado de científicos. Filósofos, científicos y personas comunes, todos serán culpables de participar en la discusión sobre el por qué de nuestra existencia y de nuestro universo. Y si algún día encontráramos la respuesta, sería el triunfo de la razón humana, lo cual nos permitiría entonces conocer el pensamiento de Dios." ¿El pensamiento de Dios? ¡Carambas! (6) Brian Greene, L'Univers élégant, trad. Robert Laffont, 2003, p. 37. (7) S. Shapin, S. Schaffer, Léviathan et la pompe à air. Hobbes et Boyle entre science et politique, trad., París, La Découverte, 1993, p. 344. (8) Cuando se dio a conocer una gran encuesta, la OCDE publicó en 2005 un informe muy completo sobre este asunto (Declining Enrolment in S&T Studies. Is it real? What are the causes? What can be done?, OCDE, 2005). La disminución de interés entre los jóvenes por los estudios y las carreras científicas se da en todos los países desarrollados (pero no en los países emergentes). Afecta en particular a las disciplinas clásicas, tales como la física, la química y las matemáticas. Trad. Mónica Mansour Revue des revues, sélection d’octobre 2006 Étienne KLEIN: «Les nouvelles questions posées à la science» article publié initialement dans Études, juin2006. Traducteurs: Anglais: Sarah Sugihara Arabe: DrEzzat Amer Chinois: Yan Suwei Espagnol: Mónica Mansour Russe: Ekaterina Belavina Droits: © Études pour la version française ©Sarah Sugihara/Bureau du livre de New York pour la version anglaise ©DrEzzat Amer/Centre français de culture et de coopération duCaire – Département de traduction et d’interprétation pour la version arabe ©Yan Suwei/Centre culturel français de Pékin pour la version chinoise ©Mónica Mansour/Institut français d’Amérique latine pour la version espagnole ©Ekaterina Belavina /Centre culturel français de Moscou pour la version russe