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EL NORTE
: Domingo 14 de Noviembre de 1999
P E R FI L ES
ESPÍRITU INQUIETO
Tenía
muy pocos años, no recuerda cuántos, cuando se involucró por primera vez en una actividad de asistencia social. Lo que sí tiene muy presente es que se trataba de una actividad para rescatar a los “gamines”,
como llaman en su natal Colombia
a los niños de la calle.
La chiquilla Florencia iba de la
mano de su madre a estos albergues
donde los pequeños vagabundos recibían alimento, ropa y almohada,
pero sobre todo atención a sus moretones emocionales. El ciclo estaba
cubierto cuando se les ubicaba con
padres sustitutos.
La solidaridad con el prójimo se
quedó tatuada en la conciencia de
esta mujer de porte distinguido y finas ropas que desde mediados de los
80, y con más fuerza en los últimos
meses, ha figurado en acciones artísticas, religiosas y comunitarias
de la localidad.
No es casualidad que su nombre
esté tan ligado al arte de inspiración
religiosa, un gusto de tradición familiar que ella promueve por su carácter evangelizador.
Desde hace 13 años participa en
la organización de la Expo-venta de
Arte Sacro que sostiene al Hogar Ortigosa, es la impulsora de la Cátedra de Arte Sacro de la Universidad
de Monterrey y del futuro Museo de
Arte Sacro, un centro cultural anexo a la Basílica del Roble. Además,
es integrante de la Comisión Nacional de Arte Sacro.
Forma parte del grupo Muró, que
promueve el arte contemporáneo con
un enfoque didáctico y de asistencia
social, y hace unas semanas colaboró en el Primer Congreso Internacional Franciscano, que reunió a poco
más de 900 personas en Cintermex.
Vaya que tiene un espíritu despierto. Carlos Velázquez, museógrafo de la muestra de arte sacro a beneficio de la casa hogar católica para niñas y jovencitas huérfanas, dice que es un ser humano brillante
y emprendedor, con una gran vocación de ayudar a los demás.
“La distingue también la creencia de que el servicio no debe circunscribirse al concepto material,
que no se trata de dar cinco pesos y
cumplir con eso, sino que hay que
darle un valor agregado con contenido espiritual, no es nada más dar
por dar”, comenta.
UN
E SPÍRITU
I NCANSABLE
FLORENCIA INFANTE DE GARZA
NADA
LA DETIENE EN SU CALLADA LABOR
SOCIAL Y HA HECHO DEL ARTE SACRO
UN INSTRUMENTO EVANGELIZADOR
Y DE APOYO ECONÓMICO
PARA LOS NECESITADOS
APRENDER, SIEMPRE
A P R E N D E R Florencia
ACTITUD DE VIDA
Florencia
nació en Bogotá –“capital del país de
poetas y del Sagrado Corazón de Jesús”, lo llama ella– en un año que
prefiere no revelar.
Fue la menor de los tres hijos que
procrearon José María Infante-Díaz
Granados y Ana María Carreño, un
matrimonio cuya mejor herencia, dice, fue un amoroso acercamiento a
la filantropía y al Creador.
Como otras jovencitas de su nivel
socioeconómico, tuvo oportunidad de
viajar a otros países; visitó la Ciudad
de México en 1974, antes de partir por
una breve temporada a Europa. Unos
amigos de sus padres le hicieron una
recepción donde conoció al regiomontano Francisco Garza Gutiérrez, consultor fiscal, quien después la buscaría en Colombia para iniciar un noviazgo que culminaría en matrimonio.
“Definitivamente la participación
de mi esposo es fundamental en este caminar por la vida, ese deseo de
compartir cada vivencia, cada instante, cada momento. No se puede
pensar en una familia si no se vive
cada instante, cada segundo, asidos
de la mano, compartiendo profundamente las actividades, los intereses y las motivaciones siempre juntos”, señala en ese lenguaje tan cuidado que la caracteriza.
Luego de la boda, en 1975, la pareja se estableció en la capital mexicana. No le resultó tan difícil adaptarse, sobre todo porque Esther Zuno de
Echeverría, en su papel de primera dama del País, había establecido un proyecto para extranjeros en la Secretaría de Relaciones Exteriores donde se
buscaba divulgar la riqueza nacional.
Gracias a este programa, durante varios años tomó clases de arquitectura, historia de México, arte contemporáneo, arte colonial, literatura y antropología con maestros como Octavio Paz y Pedro Ramírez Váz-
que la respuesta de vida quizá no
sea la óptima porque carecen prácticamente de todo, sin embargo, no
cabe duda que esto no es realidad,
la realidad es que el amor forma y
crea milagros de vida”, dice.
Por ella, en el hospicio, a donde acude todos los lunes sin falta, implementó un departamento de psicología y un
programa para equilibrar el coeficiente intelectual de las niñas, así como
una maestra de teatro que les ayuda
en animación a la lectura, comenta la
Madre María del Socorro Tototzintle,
directora del Hogar Ortigosa.
“La primera impresión que me
llevé de ella fue ese gran sentido humanístico que tiene, ese carisma para tratar con las personas y darse.
Es muy humana y sensible, no es el
dar por el dar, es el dar dándose. Es
lo que he admirado de ella, la capacidad que tiene para relacionarse
con los demás de una manera muy
humana”, comenta la religiosa.
A pesar de la sensatez que en todo momento proyecta Florencia, la
gente que la rodea, como Adriana
González, su asistente de imagen
desde hace nueve años, sabe de ese
versatilidad solidaria que resulta
poco común en su nivel socioeconómico, en el que por cierto se desenvuelve sin ostentosidad.
“Para mí es motivo de admiración el que una persona que tiene
una posición económica desahogada, que no tiene necesidad de andar
en actividades de índole social, lo haga con la entrega y dedicación con
la que ella lo hace.
“Todos los días, religiosamente,
ella está desempeñando alguna actividad ya sea a favor de las niñas de
Ortigosa, con el grupo Muró, con los
franciscanos o con las pláticas que da.
Tiene una dedicación social y absoluta hacia las causas nobles y eso no
cualquier persona lo manifiesta porque puedes tener toda la preparación,
pero si no tienes espíritu de caridad
cristiana de nada te sirve”, comenta.
En el plano profesional, Florencia, quien por cierto admira a Juan
Pablo II, es rigurosa, perfeccionista
y por lo tanto exigente. Hay que seguirle el paso y eso es algo que no
siempre resulta tan sencillo.
“Pero si tú le presentas bien las
cosas no hay problema”, agrega González.
Foto: EL NORTE/ Juan Antonio Sosa
Por BERTHA WARIO
De seguro cualquier personaje de su
calibre sentiría el derecho de pedir
un gran desplegado para hablar de
su trayectoria, pero Florencia Infante de Garza prefiere la discreción.
Que su nombre figure no es uno
de sus máximos intereses, algo inusual en un medio donde abunda el
vedetismo. Por eso no estaba muy
convencida cuando se le solicitó esta entrevista, que después aceptó
con la condición de no abundar demasiado en su vida privada.
Tanta moderación no refleja a una
persona tímida, pues Florencia posee
una peculiar elocuencia y una amena
conversación que puede sostener lo
mismo con un coleccionista de arte
sacro, una de sus especialidades, que
con una religiosa del Hogar Ortigosa,
donde participa como voluntaria.
Más bien es parte de una misión
de vida que la convierte en una mujer tan imponente como frágil. Lo deja muy claro a mitad de la plática,
cuando se le pide que hable de los
temores que la inquietan y la emoción humedece sus ojos verdes.
“Todos los días le pido a Dios que
me permita hacer algo por otro, ésa
es mi mayor motivación. Mi temor:
que lo deje de hacer”, comenta.
H I S TO R I A S
quez. El amor por esta tierra, dice,
fue inmediato, al igual que la necesidad de hacer algo.
Inicialmente, se vinculó a Fame
(Familia Mexicana), de México, donde comenzó a dar cursos y conferencias de orientación en el campo humano. Además de participar en asociaciones benéficas, destinaba tiempo para desarrollar su gusto por la
jardinería –que hace tiempo ya no
ejerce– en clubes femeninos, y por el
migajón al óleo, una manualidad que
perfeccionó durante siete años y cuyos mejores resultados exhibe en una
vitrina de su elegante y acogedora
sala, en la Colonia San Patricio.
En 1981 nació Florencia, su única
hija, y al poco tiempo los Garza Infante se trasladaron a San Antonio,
Texas, su lugar de residencia hasta
hace 15 años, cuando decidieron instalarse en Monterrey, una atinada decisión, dice, para la formación de la
ahora estudiante universitaria.
Se reconoce totalmente regiomontana y los regiomontanos también la han adoptado. Desde que llegó aquí, sin obtener retribución económica, comenzó a trabajar con el
capítulo local de Fame, al igual que
en los 35 centros que existen en todo México, señala Carmen Valderrama de González, presidenta nacional del organismo.
Ha dado centenares de pláticas y
talleres de corte humanístico, a un
ritmo que en su punto más crítico,
hace ya tiempo, llegó a las 10 charlas por semana. Las afonías que so-
brevinieron después la obligaron a
disminuir tal intensidad, pero su persistencia, hasta la fecha, es notable.
“Es una persona muy valiosa y generosa que siempre ha cooperado con
nosotros cada vez que se lo pedimos.
Algo que le admiro mucho es que
nunca nos ha dicho que no a nada,
siempre responde a la hora en que le
pedimos una conferencia o un curso”, dice Valderrama de González.
Es verdad que en esta ciudad la
caridad no es ninguna extraña, pero
la peculiaridad de Florencia es que
siempre está preocupada por las necesidades de la sociedad, agrega.
“No se ha quedado con sus cualidades, sino que las ha puesto al servicio de los demás y eso es extraordinario”, añade la presidenta de Fame.
La modestia de Florencia es tanta, que no le gusta revelar que es
doctora en psicología por una universidad colombiana , como lo señala una fuente cercana, y que posee
estudios especializados de ciencias
políticas y psicología clínica, entre
otros; tampoco acepta que su quehacer tenga un carácter excepcional.
“No es afán generoso, yo creo que
es un actitud de vida de una deuda,
por decirlo de alguna manera, que se
contrae a través de la profunda riqueza que Dios te da como persona y que
te da el entorno en el que estás viviendo, en el que percibes tantas riquezas
a través de los pequeños detalles.
“Tengo unas necesidades profundísimas de dar todo de mí a un lugar que me ha dado tanto amor (Mon-
terrey), nomás faltaba que no pudiera tratar de regresar en muy pequeña medida lo que realmente he recibido de ellos, éste es un lugar maravilloso”, señala con énfasis Florencia.
FE, ESPERANZA Y CAR I D A D Invitada por Virgina
Gutiérrez de Medina, prima de su
esposo, se involucró de lleno con el
Hogar Ortigosa; ambas acordaron
que podían reunir aportaciones económicas a través de una muestra de
arte sacro, que por cierto llegará a
su 13 edición anual el próximo martes 16 de noviembre.
El hospicio de la Colonia María
Luisa, atendido por las Siervas del Sagrado Corazón de Jesús y de los Pobres, es un proyecto de fe, esperanza
y caridad, refiere la principal promotora de que las niñas y adolescentes
al cobijo de esa institución se animaran a cursar una carrera profesional.
Si antes se graduaban de carreras técnicas, ahora hay chicas que estudian en la UANL, el Tec de Monterrey, la Universidad Regiomontana,
la Universidad de Monterrey, la Universidad La Salle y la Escuela Libre
de Derecho no sólo licenciaturas, sino también maestrías y doctorados.
“Muy pocas instituciones tienen
un proyecto tan completo del desarrollo integral del hombre como lo
tiene Ortigosa. En esta institución,
donde las niñas tienen serios problemas emocionales, con necesidades físicas alarmantes, con ausencia familiar total, se podría decir
comparte con su hija la afición por
el buen cine y de hecho ha utilizado
algunas cintas, como “Azul”, de Krystof Kieslowski, y “Tierra de Sombras”, de Richard Attenborough, para apoyar algunas ponencias sobre
la crisis de la edad adulta y la renuncia al dolor, temas que de alguna manera tocan estas producciones.
De música prefiere las sinfonías
de Beethoven, sobre todo cuando lee,
un ejercicio que practica a diario.
“No me siento bien si no leo, así
como la gente va a hacer sus ejercicios físicos y llega un momento en
que si no lo hacen se sienten mal,
necesito hacer una calistenia intelectual que es acercarme a un libro,
investigo mucho y leo mucho todo
lo que compete al campo humano:
antropología, psicología, sociología,
historia. Me apasiona el análisis del
hombre”, confiesa.
Tiene una avidez de conocimiento, de ahí que no resulta extraño encontrarla en primera fila cuando hay
charlas o encuentros sobre humanidades. Forma parte, dice, de una generación privilegiada que escuchó a
los poetas cantar a la luna y después,
en 1969, observó cómo la exploraban
los astronautas norteamericanos.
Pero dicen quienes la conocen
que además de sus intereses ya mencionados, Florencia es muy apegada a su familia y hace todo lo posible por atenderla.
“Eso sí, su esposo y su hija siempre están primero”, dice Valderrama de González.
Aunque en su agenda casi nunca hay espacios en blanco, Florencia proyecta, además de elegancia,
paz, mucha paz. Parece como si el
reloj siempre estuviera a su favor.
“Creo que es disciplina, creo que
es actitud, creo que es saber hacer
lo que tienes que hacer en el momento en que lo tienes que hacer con
un método. Si no pierdes el tiempo,
ganas el tiempo y se te alarga el tiempo, sí lo puedes hacer, efectivamente tengo un programa muy intenso,
pero nunca me parecerá agobiante
porque es tan rico espiritualmente,
porque es tan retroalimentador, que
espero que nunca llegue a encontrar
esa palabra que mata las acciones
de vida que es el agobio”, señala.
SOÑAR… Y ALGO MÁS
“Sueñen, sueñen, sueñen, pero que
cada sueño vaya siempre acompañado de una acción”. Florencia recrea las palabras que el Obispo Desmond Tutu, Premio Nóbel de la Paz
1984, pronunció a principios de año
en el State of the World Forum for
Emerging Leaders, con sede en el Tec
de Monterrey.
Ya no hay lágrimas. Ahora es el
lado recio de Florencia con una voz
que asegura que el ser humano está
llamado a cumplir con acciones su
propósito existencial a través del otro.
“Sí me siento plena, pero nunca
pensaré que ya hice lo que tenía que
hacer, jamás. Creo que el hombre que
llega a decir ‘ya hice’, en ese momento entra en su nivel de incompetencia.
“Todos los días es un nuevo amanecer que implica todo un proyecto
de vida, todos los días hay un encuentro con la vida, nada está hecho”.
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