Una de las tendencias comunes en todas las personas adultas tiene

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El tiempo pasa, la belleza permanece
Dra. María del Carmen Platas Pacheco
27 de febrero de 2011!
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EL TIEMPO PASA, LA BELLEZA PERMANECE
Una de las tendencias comunes en todas las personas adultas tiene que ver con
el deseo de “aparentar menor edad”. De hecho es un gran elogio decirle o
sugerirle a alguien que no aparenta la edad que tiene, que se ve “más joven”.
En realidad no existe nada de malo en querer mirar y asumir la vida con el
entusiasmo propio de “los años mozos”, que el rostro y la apariencia luzcan
radiantes y rejuvenecidas. Es bueno ser jóvenes de espíritu y hace mucho bien
a la vida, vivirla con alegría, haciéndola grata y productiva.
Hoy, existe una inmensa industria organizada en todo el mundo, y que en su
origen ha sido japonesa, que está centrada en explotar la vanidad como objeto
de negocio, mediante grandes campañas publicitarias, donde se impone a
todos la fascinación por la eterna juventud, en términos de miles de millones
de dólares anuales de ganancias. Me refiero a los mal llamados “productos
milagro”, cremas, cirugías, cosméticos, líneas de ropa y calzado, máquinas
para hacer ejercicio y dietas que ofrecen “devolver” al consumidor la juventud
perdida.
Esta verdadera “avalancha” de productos y mensajes publicitarios, pone
delante de nuestros ojos que, en general, los adultos de hoy no se conforman
con llevar la juventud “en el alma”, también la quieren llevar visible en el
cuerpo, como apariencia. En consecuencia, existen “pócimas, artefactos y
remedios” para todos las ocasiones y bolsillos. Nadie escapa de caer en la
compra de algún producto, con la esperanza de que efectivamente se realice
“el milagro”.
Los adultos que no aceptan el proceso inevitable de envejecimiento como
parte del tránsito natural de la vida viven inmersos en la angustia, porque lejos
de asumirlo, inician una carrera frenética en sentido contrario por parecer
jóvenes, aunque el calendario diga lo contrario, este absurdo vital, supone
pretender en mal momento revertir el tránsito y pretender que se puede
recuperar “lo perdido” y a como dé lugar, sin importar los sacrificios que
exige reponer la apariencia de antaño. Al parecer, los adultos conceden mayor
valor a la apariencia, es decir, a la imagen, a la mirada externa que es
susceptible de ser impresionada con los destellos de la juventud. Se trata de
una generación de adultos cuyo interés está puesto en el parecer y no en el
ser.
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El tiempo pasa, la belleza permanece
Dra. María del Carmen Platas Pacheco
27 de febrero de 2011!
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Si lo pensamos dos veces, las actuales generaciones de adultos jóvenes y de
adultos mayores, han sido invadidas por esta “tendencia consumidora de
lozanía artificial” que le confiere mayor valor a la eficiencia que a la eficacia;
al impulso arrollador que al paso firme y pausado; a la apariencia que a la
experiencia; a la astucia que a la sabiduría. No obstante, por esta vía el éxito
de la vida se finca en la frescura y elasticidad de la piel, no en los hechos, las
obras y la experiencia que dan cuenta de la vida trascurrida.
Así entendida la moda de nuestro tiempo, se impone como natural la
perfección física que niega las huellas de la edad. De manera que las rutinas
de gimnasio exhaustivas y las dietas rigurosas prometen devolver el vigor, la
elasticidad y la vitalidad que las décadas vividas naturalmente han consumido,
frecuentemente esas “promesas de milagros”, se topan con la voluntad
debilitada y con el cansancio acumulado, que la vida misma va dejando como
sedimento.
A los adultos de hoy nos cautiva lo juvenil, y en la actualidad pareciera que la
juventud se puede conservar o prolongar sin atender a los factores de tiempo
que naturalmente han erosionado a toda la persona, pero que a cambio le han
dado experiencia y muchas satisfacciones. Existe el engaño colectivo de
pretender que con la concurrencia de la estética y la cosmética, los adultos de
hoy pudieran sustraerse del “flagelo de las arrugas y de la acumulación de
manchas y grasa abdominal”.
Este embeleso por la apariencia juvenil y por el deseo, sin tiempo, de seguir
siendo jóvenes, frecuentemente va más allá de la apariencia. En realidad se
trata de la negación de asumir a cabalidad las responsabilidades de la vida
adulta. Cuánto de esa apariencia no es en verdad un deseo más o menos
consiente de no querer las naturales responsabilidades y consecuencias de la
vida adulta, que desconcierto para los hijos cuando los padres no asumen su
rol y pretenden también ellos ser hijos, o hermanos mayores de sus hijos.
Desde la perspectiva de los hijos, percibir a los padres como eternos e
inmaduros jóvenes, es tan perturbador como lo sería para nosotros advertir que
el piloto que conduce el avión en que viajamos es un niño. Desde luego la
tensión y la ansiedad en esas condiciones serían extremas, ¿cómo podríamos
confiar nuestra vida a ese niño piloto? Muchos jóvenes y niños viven en esa
cotidiana tensión y angustia porque sus padres, presos de la moda de la
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El tiempo pasa, la belleza permanece
Dra. María del Carmen Platas Pacheco
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aparente y eterna juventud, no se comportan, ni asumen su rol de guía y
sustento.
El afán seductor de la eterna juventud niega una verdad esencial, y ésta es que
la vejez, y con ella las canas, las arrugas, las manchas y la falta de tono
muscular no afean a las personas mayores, precisamente porque son huellas
que dan cuenta de lo vivido y de quien sé es como persona. Esas líneas en el
rostro escriben la vida, las penas y las alegrías, las luchas y batallas de años de
experiencias. Las arrugas en torno de los ojos, o de los labios, dan cuenta de la
risa, las alegrías y el amor; aquellas otras que como surcos marcan la frente
expresan las preocupaciones y los anhelos aun por realizar.
Por ello, dar paso al frenético deseo de aparentar en un cuerpo adulto, o adulto
mayor, un rostro de joven radiante y seductor, es una máscara que impide
conocer a la persona. Es negar la historia personal vivida, la madurez y la
experiencia que los años trascurridos nos han dejado para compartir con los
jóvenes mediante el consejo oportuno y la compañía amable y discreta.
El deseo y la apariencia de eterna juventud en los adultos, en ocasiones resulta
tan falsa que conduce a mirarlos como una especie de muñecos de plástico,
cuyos rostros, aun cuando finjan una sonrisa lograda a fuerza de cirugía, en
realidad son inexpresivos y, además, vacíos por dentro, por mucho que su ropa
y arreglo personal sea propio de un maniquí de aparador.
Las arrugas y los “signos del envejecimiento”, tan mal valorados hoy, e
incluso presentados hasta como enemigos a vencer por la publicidad y el
consumo, en realidad sirven para recordarnos que ser adultos es un don y un
privilegio que hay que compartir; en primer lugar siendo responsables de los
hijos y la familia que hemos formado, y, en segundo, de la sociedad y el
mundo que hoy construimos y que en unos años más dejaremos, cuando
naturalmente dejemos de vivir. Porque la muerte ocurre a su tiempo, más allá
de falsas apariencias lozanas.
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