Tipo de documento: Fragmento de libro Autor: Valeria Ianni Título del libro: La Revolución Francesa Editorial: Ocean Sur Lugar de publicación: México Año de publicación: 2011 Páginas: 16-20 Temas: Fuerzas populares, Movimiento social popular La burguesía ¿Quiénes eran «burgueses» en el siglo xviii? ¿De dónde había surgido este grupo que impondría su dominio al conjunto de la sociedad? Si desde el siglo xi y xii el término «burgués» había servido para designar a los habitantes de las ciudades (los «burgos»), varios siglos después esta definición aparece como muy poco precisa. Ante todo, porque no todos los habitantes de las ciudades eran, o estaban en camino de convertirse, miembros de la burguesía. En segundo lugar, entre quienes podrían ser considerados «burgueses» existían diferencias para nada insignificantes. Estas diferencias surgían de la ocupación, del origen y la formación, de las posibilidades de «ennoblecimiento» y de situaciones económicas muy diversas. Muy esquemáticamente, en la cúpula de la burguesía encontramos a los grandes comerciantes, ligados al comercio colonial, y a los financistas. A través de un contacto fluido con el poder real y señorial, esta alta burguesía no solo se había enriquecido sino que en gran medida había tenido éxito en integrarse a la aristocracia a través de diversos medios, como la compra de títulos o de los matrimonios con hijas de nobles que tenían apremios económicos. Los dueños de talleres manufactureros son, en términos económicos, los representantes de la relación social que se convertirá en dominante. Son la personificación del «capital industrial». Este tipo de producción y de relación social estaba muy desarrollada en las regiones del noroeste de Francia, como Bretaña y Normandía, y en las ciudades industriales, como Lyon y Marsella (en el sudeste). En cuanto a los intereses de esta clase resulta interesante destacar que al mismo tiempo que se oponen a las restricciones feudales a la circulación y producción, también tempranamente se enfrentan a los obreros. En Lyon, ciudad emblemática de la producción manufacturera de tejidos de seda, ya en 1744 tiene lugar una insurrección de obreros. En 1786, las huelgas de estos mismos trabajadores son reprimidas por el ejército y se les prohíbe conformar asociaciones. Finalmente, también podemos considerar dentro de la burguesía a muchos profesionales vinculados más a la burocracia del aparato de Estado que a la propiedad de medios de producción. De este sector saldrán muchos cuadros revolucionarios. El Estado monárquico El estado estará en el centro de la escena durante todo el período revolucionario, y aún después. En otras palabras, se trata de comprender la relación entre Estado y Revolución (burguesa, en este caso). Y si en los siguientes capítulos el foco estará en la Revolución, en este se impone dedicarnos al estado pre-revolucionario, es decir, a la monarquía «absolutista». Muchos teóricos, investigadores e historiadores se han dedicado a estudiar el complejo problema de qué tipo de Estado fue la monarquía absolutista. Gran parte del debate teórico se ha centrado en determinar cuál era la naturaleza de clase de este Estado. Hay quienes sostuvieron que era un estado feudal, y quienes, por el contrario, enfatizaban la alianza entre el estado monárquico y la burguesía en desarrollo en contra del poder de los señores feudales. Finalmente, hay quienes buscaron con la categoría de «transición» dar cuenta de características contradictorias que adoptó la centralización del poder estatal, sin que esto implique no poder determinar un contenido de clase dominante. Desde esta última perspectiva se puede comprender la coexistencia de aspectos que a primera vista aparecen como antagónicos. Por un lado, sostener la naturaleza feudal de la monarquía absolutista francesa no significa de ningún modo que los señores feudales no tuvieran conflictos con el estado central. Por el contrario, la centralización del poder en la monarquía implicaba despojar a los señores de algunos derechos y privilegios de los que habían gozado hasta el momento. El poder de estos nobles se asentaba no solo en la propiedad de la tierra sino especialmente en la «patrimonialización» de derechos políticos. La existencia de ejércitos locales era una expresión y una garantía de esta soberanía fragmentada. Cuando los monarcas tuvieron que enfrentar esos poderes, solo pudo realizarse a través de enfrentamientos armados. Estas empresas requerían de un nada despreciable financiamiento que fue provisto por los impuestos que recaudaba el estado central, especialmente a la circulación de mercancías, y por los aportes de las ciudades. La centralización y racionalización de impuestos era un interés compartido entre los burgueses de las ciudades y el proyecto monárquico. También en muchas ocasiones ambos debían enfrentarse a enemigos comunes: la aristocracia y los nobles locales. Sin embargo, la constitución de una alianza entre los dos bandos fue un proceso largo y con importantes contradicciones. Las ciudades obtuvieron derechos «feudales» en tanto comunidad, esto es, derechos feudales que no ejercía una persona sino el gobierno municipal. Entre estos derechos podía estar la eximición de ciertos impuestos, el derecho a cobrar otros, y algo de fundamental importancia para la burguesía comercial, el monopolio sobre determinadas mercancías. El estrecho vínculo entre poder económico y político daría lugar al surgimiento de verdaderas oligarquías urbanas. Por ejemplo, el jefe del Ayuntamiento de París era el «preboste de los mercaderes». ¿Debe entenderse esta alianza con la burguesía como transformación de la monarquía en «Estado capitalista»? Consideramos que no. Como ya vimos, la burguesía como tal estaba en pleno proceso de constitución en tanto clase (objetiva y subjetivamente). Esta burguesía comercial, cuyo origen se hunde en el propio desarrollo del sistema económico y político feudal, mostrará una tendencia a alinearse con el poder constituido y no a aliarse con el campesinado, los tenderos, los pobres de las ciudades. Por otro lado, la existencia de duros conflictos entre señores feudales y monarquía no significa que haya entre ambos un antagonismo irreconciliable, análogamente a lo que ocurre hoy entre los capitalistas y el estado. Durante el reinado de Luis XIV, bajo el lema de «El Estado soy yo», la monarquía francesa se convierte en emblema del «absolutismo». Durante el siglo xvii la monarquía logró mermar el poder político de la aristocracia, en parte a través de la imposición por la fuerza, pero también a través de la cooptación. Sin embargo, a pesar de los avances sobre el poder señorial, la monarquía estuvo lejos en la realidad de tener un poder «absoluto». Seguía existiendo un conjunto heterogéneo y superpuesto de soberanías. En el siglo xviii comenzaron a revertirse algunos de los éxitos del poder central de la centuria anterior. Cuando Luis XVI fue coronado, en 1774, poco quedaba de ese poder «absoluto» que permitiera a la monarquía imponer su voluntad sobre la nobleza. La «reacción feudal» de la segunda mitad del siglo xviii consistió en una verdadera ofensiva en contra del poder de la monarquía. Una aristocracia ensoberbecida buscaba restablecer derechos y privilegios feudales que habían estado en desuso durante casi un siglo. Esto significaba mayor presión económica sobre los campesinos y un cerco para la burguesía, que escalando en la estructura burocrática había accedido a la nobleza. Parte de este mismo movimiento fue la exigencia de convocar a los Estados Generales. Si detuviéramos el relato aquí, la tesis de un antagonismo radical entre nobleza y monarquía parecería plausible. No obstante, la unidad de clase que se halla detrás de estas agrias disputas saldrá a la luz cuando ambas se enfrenten a un enemigo común.