DE APRENDIZ EN EL TALLER: EL CHICO DE LA BOINA, ÁNGEL MELIÁN LÓPEZ. Fátima Melián Pérez La historia de un oficio, inevitablemente va unida a la historia de una vida, de un niño que un día vio cómo su padre se sacrificaba por que aprendieran un oficio. Ese oficio era el de mecánico y ese niño es mi padre. Ante la atenta mirada de mi tío Paco, desgrana año a año las andanzas de un niño de apenas once años, que, con su hermano Pedro, recorrían los caminos polvorientos y yermos que unían Juan Grande (San Bartolomé de Tirajana) con Vecindario (Santa Lucía de Tirajana). Juan Grande es punto estratégico de esta historia. Mi familia, descendiente de Melián, López, Guedes, Mesa, Rodríguez, va unida a la historia de este pueblo. Una de las cosas que me dejó mi padre en herencia es el amor y el respeto hacia este reducto de historia, hacia este pedazo de tierra, cuna de mi familia y de sus historias. Mi padre provenía de una familia humilde, Francisco Melián Guedes y Guadalupe López Rodríguez, quienes tuvieron 5 hijos: Juan, Francisco, Ángel, Pedro y Maquita. Ambos naturales de Juan Grande, su vida transcurría entre la tierra y la familia. Mi abuelo, D. Francisco Melián Guedes, alto, moreno, distinguido, había sido criado del conde de la Vega Grande junto con su hermano Celestino en la casa condal en la capital. Dicen que ese porte y elegancia, junto a su educación a la hora de hablar, fue adquirida con los condes. No es por menospreciar, pero ninguno de sus hijos alcanzó ese porte, respecto a sus nietos, alguno hay que llega, pero Francisco Melián Guedes, solo hubo uno. Guadalupe, Mafufe, la reina de la casa, la mujer guapa de alma, buena de espíritu, crió a esos hijos con la paciencia que da la tierra parada en el tiempo, con el calor de las tardes de verano en la puerta del desierto, como eran conocidas en la antigüedad estas tierras yermas y calientes. En esta familia se cría Ángel Melián López, mi padre. Nace un 24 de junio de 1939, tercero de cinco hermanos, destacó siempre por su carácter abierto y dicharachero, por no decir guasón. Por parte de madre, convive con cinco tías, hermanas de su madre. Recadero ocasional, sus hermanos mayores ayudaban en las tierras medianeras con el conde. Su padre había dejado de ser criado con el conde, para casarse con Guadalupe e iniciar una vida donde la ganadería y la tierra formarían parte de la misma. Pero algo pasó en esa casa, con esos “amos”, que cambio el pensamiento de Francisco y el de dos de sus hijos. Mientras Paco, uno de los mayores, trabajaba en los camiones, llevando y trayendo tierra del barranco, Ángel y Pedro esperaban la misma suerte que corrían los jóvenes del pueblo: trabajar en las tierras del conde. Francisco pensó que sus hijos no pasarían, no trabajarían para el conde, saldrían fuera de Juan Grande y aprenderían un oficio. Mi abuelo, sin saberlo, les dio a sus hijos no un oficio, una vida. Salían de Juan Grande caminando, apenas 10 y 11 años, con su sereta para la comida, aprendían con Maestro Joaquín, en Vecindario. El sueldo que recibía mi padre era en jabón para que mi abuela les lavara la ropa. Gracias a la determinación de mi abuelo, mi padre, aprendió el oficio de mecánico. Nunca antes hubo en la familia mecánicos. No era muy usual que los jóvenes del pueblo salieran de la finca condal a buscar trabajo. Era lógico, años y años, desde que se funda el Condado de la Vega Grande en 1777, casi todos los habitantes y moradores en sus terrenos, trabajaban para el conde. Delante, en cuclillas Ángel Melián, hacia 1950, en el Taller de Maestro Joaquín. Fotografía propiedad de la familia Melián-Pérez. En Vecindario, el nombre de Maestro Joaquín era conocido, maestro de muchos de los mecánicos que hoy en día forman la historia de este oficio en la comarca del sureste. La historia de la mecánica en Vecindario es una cuenta pendiente de los historiadores ocasionales que pueblan esta isla: familias, sacrificios, esperanzas, niñez, prosperidad, ilusión en un futuro que apuntaba a una era de coches y camiones. La jornada de un aprendiz y sus tareas no son nada diferentes a las que desempeñan los de hoy en día: lavar las herramientas, colocarlas, barrer y limpiar el taller, y, lo más importante de todo, acompañar, ser la sombra del oficial de la mecánica, para absorberlo todo. En el taller de maestro Joaquín, los aprendices se amontonaban y creaban amistades que duraron toda la vida. Futuros mecánicos que hicieron que el nombre de su maestro, no se olvide a día de hoy. En Vecindario, en la época de los 50, solo dos talleres ocupaban el nicho de la mecánica: Maestro Joaquín, (ya citado) y Maestro Patricio (su taller se situaba en la actual Avenida de Canarias). Destaca ese cargo, nombre, tratamiento, con el que eran conocidos: maestros. Lo dice todo, no eran solo mecánicos, eran maestros, instructores, educadores, padres, guías espirituales, ejemplos a seguir, figuras centrales durante su formación. Estos maestros les daban unas premisas a los aprendices hasta que empezaban a cortarles el cordón umbilical. Lo iniciaban poco a poco, arreglaban baldes, herramientas de agricultura, hasta que los trabajos, los trabajos reales, comenzaron a pasar por los antiguos aprendices: coches de la época, camiones, tractores, herramientas de labranza, etc. Los talleres eran el punto de reunión donde la evolución y desarrollo del pueblo se reflejaba. Los nuevos empleos, los antiguos oficios, las modernidades, lo que quedaba antiguo, lo que se esperaba, todo pasaba por esa cuna de vida, el taller mecánico. Izquierda Ángel Melián, hacia 1954, con Benjamín Peña en el Taller de Maestro Joaquín. Fotografía propiedad de la familia Melián-Pérez. Con el maestro Joaquín, estuvo hasta que entró en el servicio militar, momento idóneo para que se gestaran los planes de independencia que rondaban en su cabeza. Hasta ese momento, cobraría un sueldo pequeño, pero ya no había jabón, demasiado trabajo para un jabón. Tras el servicio militar deja a Maestro Joaquín, quedándose su hermano Pedro trabajando en el taller. Comienza a trabajar con Tresmeane1 y, más adelante, decide independizarse y montar un taller en el Cruce de Sardina junto con Nicio Peña. El primer camión que entró en el taller fue un Renault, que se había volcado en el barranco de Tirajana, “y la reparación fue una fiesta”. Las herramientas fueron compradas por su hermano, Francisco, su sueldo se fue directamente, a la ilusión y vida de su hermano. Así fue hasta el final. La unión que mi padre tenía con su familia y el apoyo que necesitaba de ellos hicieron que pidiera ayuda a su hermano Francisco, ya que los clientes se iban sin pagar, a él se le olvidaba hacer factura o guardar las facturas de los repuestos, un lío. Era tal el desastre que dio a Francisco, su hermano, un ultimátum para que fuera a trabajar con él, si no cerraba el taller y volvía a Tresmeane. Los comienzos fueron difíciles, con la ayuda de su hermano Francisco, el incondicional, se convirtió en cuna de otros mecánicos, como en su día fue el taller de Maestro Joaquín. Llegaron a tener hasta once empleados, trabajando y aprendiendo en el taller. Corrían los años 70. Tractores, motores y camiones eran su especialidad, en el almacén de D. Bernardo, justo al lado de donde años más tarde, construirían la casa y taller familiar actual. En ese instante, se iniciaba la trayectoria profesional en la mecánica de Ángel y Francisco Melián López, solo interrumpida por la muerte de mi padre. Peleas, gritos, enseñanzas, ausencias, desacuerdos, ingredientes que forman y conforma una familia, pero que en este tándem, solo hacía que se unieran más. Eran el Ying y el Yang, 1 Desconocemos la escritura correcta de este nombre propio. uno sociable, conversador, comerciante, negociador; el otro trabajador, serio, la cara seria de los hermanos Melián. Barcos, camiones, guaguas, motores agrícolas, puertas, de todo entraba en el taller de los hermanos Melián, convertido después en el de Angelito Melián. Juntos emprendieron una historia de trabajo, de noches en vela, de noches envueltas en grasa, días que se unían con la noche, accidentes, fallos, alegrías, todo lo que ha conformado lo que empezó con una idea, con un propósito, el de mi abuelo hacia sus hijos. Ángel Melián, hacia 1973, ya en el taller su propiedad en la Avda. de Canarias. Fotografía propiedad de la familia Melián-Pérez. Recuerdo el orgullo de mi abuelo, el amor de mi abuela, cómo los cuidaba, el agradecimiento en sus ojos y el amor que ponía en cada gesto, en cada toque. La familia, pilar importante para mi padre, fue pieza importante en su vida como mecánico. Jamás se ha olvidado ese trabajo, ese sacrificio. Hoy en día mi hermana y hermano siguen con el taller. No es lo mismo, ya no se hace mecánica, pero la esencia de Ángel Melián está en cada pared, cada puerta y cada maquinaria. El taller ha ido transformándose, cambiando, modernizándose, pero sigue la esencia. Las maquinarias, el torno, que un día compró junto a su hermano, los trabajos que dejaron sin pagar, tantas cosas, y tantos recuerdos, y, a nuestro parecer, la fosa que un día se abrió para mirar los bajos de los coches, sigue ahí, escondiendo todos los recuerdos, sonidos y olores que un día conformaron la vida de mi padre y la de mi familia. Desde pequeños, mis hermanos y yo, hemos crecido con olor a gasoil y envueltos en humo de coche. Siempre el ruido de los coches, el secuencial ruido del martillo sobre cualquier hierro candente, los hombres apostados a la entrada de casa, era el pan de cada día. Gritos de hombres acalorados, ensartados en discusiones banales, inútiles, que hacían las tardes algo más divertidas. Recuerdo los halagos hacia mi padre, “tu padre es un bandío, pero buena persona”. Veinte años después de su muerte, me sigue emocionando el recuerdo que permanece en mucha gente a la cual conocí de pequeña. Pienso que sin ser un artista, un cantante de éxito, sino un mecánico en un pueblo, por aquel entonces pequeño, que años después de su muerte, gente para mí desconocida, lo recuerden, con una sonrisa, como si reviviera la anécdota que me cuentan, es el mejor piropo que le pueden decir. Lo mejor de los oficios hechos con pasión, con ilusión, es que se heredan. Son absorbidos por los familiares, a veces, como una carga, pero siempre cuando se valoran en su perfecta dimensión, es el mejor regalo que se le puede hacer a un hijo. Gracias a este, somero acercamiento al oficio de mecánico, nos hemos dado cuenta que nos estamos centrando en el presente, sin valorar el pasado, por no ser este, un tema de calidad. La mecánica, puede ser lo más banal del mundo, lo que la hace interesante es que en Vecindario se forjaron vidas, sueños, ilusiones, porvenires, detrás de un torno, con la compañía del tintineo de los martillos. Agradecemos la colaboración prestada a la fuente oral, por la entrevista realizada a D. Francisco Melián López.