Miguel José Izu Belloso Los conceptos de orden público y seguridad ciudadana tras la Constitución de 1978 1. PRELIMINARES Es frecuente en el lenguaje jurídico la utilización de expresiones que, a través del paso del tiempo o por variación del contexto en que aparecen, pueden encerrar sentidos o conceptos bien diferentes. El uso de esas expresiones sin mayor precisión puede provocar, por ello, notable confusión, y especialmente cuando las mismas se incorporan a textos normativos. Aumentará la confusión cuando esas expresiones son también utilizadas habitualmente en un lenguaje coloquial, político o periodístico, y a menudo con significados más diversos aún. Como ejemplo de las expresiones a las que me refiero se hallan las de «orden público», «seguridad ciudadana» o «seguridad pública», todas ellas recogidas en la Constitución y en diversas normas legales y reglamentarias, y abundantemente utilizadas tanto en lenguaje jurídico-administrativo como político, en este último caso referidas habitualmente a cuestiones casi siempre candentes en España, como el modelo de organización policial (o de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad), el aumento de la criminalidad, el terrorismo o la agitación sindical y política. Por desgracia, pocas veces se hace uso de las mismas para realizar un estudio detenido y definir su contenido. La precisión conceptual resulta especialmente interesante en el actual momento histórico en que se encuentra España en relación a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad. Es unánimemente aceptado en la doctrina que, tras la Constitución de 1978, «para definir la misión de los Cuerpos de Policía se ha abandonado el concepto de orden público, que queda sustituido ahora por el de seguridad pública o seguridad ciudadana»1. Como consecuencia de ello se ha abandonado la denominación de «Fuerzas de Orden Público» que se daba a los Cuerpos policiales en la época franquista por la de «Fuerzas y Cuerpos de Seguridad» que recoge el artículo 104 de la Constitución. ¿Es un simple cambio de nombre? Veremos que no es así, que la sustitución del concepto de orden público por el de seguridad ciudadana conlleva cambios sustanciales en nuestro ordenamiento. 1 Carmen CHINCHILLA MARÍN, en el prólogo a Legislación sobre Fuerzas y Cuerpos de Seguridad, Editorial Tecnos, Madrid, 1986. Revista Española de Derecho Administrativo nº 58, abril-junio de 1988. 2. EL CONCEPTO DE ORDEN PUBLICO El problema de inicio que tiene el intentar buscar definiciones del orden público es que bajo la misma expresión se esconden dos significados diferentes. Se puede decir que, en realidad, hay dos conceptos diferentes de orden público. No es infrecuente que ambos se confundan en los textos legales y en la doctrina. Por otra parte, comprobaremos que hay discrepancias doctrinales para definir esos conceptos. Los dos sentidos en que se utiliza la expresión «orden público» son los siguientes: a) El orden público material o en sentido restringido, y que consiste en una situación de orden exterior o tranquilidad en una comunidad; es decir, el mero orden en la calle, con ausencia de agresiones violentas, motines, revueltas, etc. b) El orden público formal, o en sentido amplio, que es un concepto elaborado doctrinal y jurisprudencialmente y hace referencia al orden general de la sociedad Este sentido es el que tiene la referencia al orden público como límite a la voluntad de los particulares en los artículos 6. o 1.255 del Código Civil, como límite a la aplicación de normas extranjeras en el artículo 12, o para la concesión de la nacionalidad en el artículo 20 del mismo Código. Así entendido, el orden público es una cláusula de cierre del ordenamiento, un criterio interpretativo puesto en manos de los jueces para resolver en último caso. Iniciaré mi exposición por este segundo concepto, quizá más difícil de aprehender. La doctrina suele advertir sobre la dificultad de manejarlo; según DORAL, «es una noción variable según las épocas, los países y los regímenes políticos de cada nación»2; para GUAITA, «el concepto de orden público es sin duda uno de los más contingentes y plásticos que ofrece la Ciencia del Derecho»3; más tajantemente, GONZÁLEZ PÉREZ afirma: «la noción de orden público es esencialmente contingente»4. Las primeras conceptualizaciones que se realizaron sobre el orden público lo relacionaban con la ley imperativa. Tras la Revolución liberal se instaura un sistema político que ensalza la libertad individual y propugna el abstencionismo de la Administración. La ley, en este marco, se dirige sobre todo a asegurar la libertad, y por ello, primordialmente, es permisiva. En algunos casos, sin embargo, se hace imperativa, ordenando o prohibiendo; cuando, excepcionalmente, el Derecho positivo se hace imperativo tiene como objetivo defender los fundamentos del orden socioeconómico imperante y su sistema de valores. El servicio de la ley imperativa a los fundamentos últimos del orden social implantado lleva a la confusión de aquélla con el orden público5. 2 José Antonio DORAL, en La noción de orden público en Derecho civil español, Ediciones Universidad de Navarra, S. A. Pamplona, 1967. 3 Aurelio GUAITA, en Derecho administrativo especial, tomo II, Zaragoza, 1965, página 30. 4 Jesús GONZÁLEZ PÉREZ, en Comentarios a la Ley de Orden Público, Publicaciones Abella, Madrid, 1971 pág. 31. 5 Ver Orden público y factor religioso en la Constitución española de 1978, de Joaquín CALVO, Ediciones Universidad de Navarra, S. A., Pamplona, 1983, pág. 30 y sigs. 2 Algunos tratadistas identificaron también a la ley imperativa con el Derecho público, pero inmediatamente son superados, ya que las normas imperativas se sitúan tanto en el campo del Derecho público como en el del Derecho privada6. La doctrina se lanza a la búsqueda de un concepto de orden público que abarque tanto las normas imperativas del Derecho público como las que disciplinan las relaciones privadas; para PLANIOL las leyes de orden público son las motivadas por el interés general de la sociedad, en oposición a las que tienen por finalidad prevalente defender el interés individual7. Según MARCADE, el orden público es el estado de cosas que el legislador tiende a mantener como útil o necesario a la sociedad. Una definición clásica de BAUDRY-LACANTINERIE caracteriza el orden público como la organización considerada como imprescindible para el buen funcionamiento general de la sociedad: la consagración de un cierto número de ideas sociales, políticas y morales, que el legislador considera fundamentales. Esas primeras concepciones del orden público, surgidas bajo el Estado liberal, entran en crisis con éste. En el mundo contemporáneo se reclama del Estado que intervenga más y con mayor eficacia para conformar la vida social. Surgen leyes intervencionistas que van limitando progresivamente la libertad de los ciudadanos por diversos motivos, y estas leyes, que con arreglo a los principios del Estado de Derecho tienen la misión de controlar la actuación administrativa, en su afán de no quedar a la zaga de la Administración, se acaban administrativizando8. Las normas imperativas, que en un principio eran excepción a la regla general, se multiplican y generalizan. La identificación entre orden público y ley imperativa se vuelve peligrosa; para evitar la simple identificación de orden público con voluntad del Estado se hace necesario buscar un concepto de orden público que lo distinga de la ley imperativa. Sin ánimo de agotarlas, se pueden señalar la. siguientes direcciones doctrinales en la búsqueda de ese concepto. A) Para algunos autores prima la idea de estado o situación de la sociedad. Según RANELLETTI9, el orden público es aquel estado general de la sociedad en el que el todo social y cada uno de los miembros, en el desarrollo de sus fuerzas reconocidas y protegidas por el Derecho, están garantizados frente a toda lesión o amenaza de lesión que la ley consiente de sancionar como delito o como contravención. Según esta concepción, pues, el orden público no se diferencia del orden que se establece a través del Derecho positivo, especialmente el Derecho penal y el administrativo. En la línea de referirse al orden como a situación, SMITH define el orden público como «un status social establecido y condicionado por la voluntad formal de una comunidad jurídica, en función de su tradición histórica, sus convicciones éticas más arraigadas, sus costumbres y convencionalismos más generalizados, sus necesidades y exigencias más 6 Ver El orden público como concepto y como «status» social, de Juan Carlos SMITH, en «Revista de Derecho Español y Americano», núm. 10, Madrid, 1965. 7 La postura de este autor, y los que siguen, las tomo de la obra citada de SMITH, página 168. 8 CALVO, ob. cit. pág. 32 y sigs. 9 En su clásica obra La polizia di sicurezza, incluida en el «Tratado de Derecho administrativo de Orlando», Milán, 1904. 3 sentidas»10. Ahora bien, si tenemos en cuenta que ese status en una «comunidad jurídica» se plasma precisamente en normas jurídicas, es un concepto demasiado similar al del ordenamiento jurídico en su conjunto. B) Según VIRGA, «el orden público no se identifica con el ordenamiento jurídico, esto es, con el sistema normativo e institucional propio de un determinado Estado», sino que «se dirige a tutelar bienes y principios que no son tomados en consideración de modo específico por una norma jurídica, pero son considerados esenciales para el vivir civil de un determinado momento histórico»11. En el mismo sentido, añade BERNARD: orden público es «la organización social vista a través de la conciencia del juez que representa la conciencia jurídica media de la colectividad»12. C) La doctrina alemana13 suele definir el orden público como «el conjunto de reglas no escritas, cuyo cumplimiento según las concepciones sociales y éticas dominantes se considera como condición previa indispensable para una convivencia próspera y ordenada dentro de la comunidad». Por tanto, más que normas jurídicas se trataría de «valores» éticos y sociales que la mayoría de la población reconoce como vinculantes. Esos valores pueden cambiar a lo largo del tiempo y ser distintos de un lugar a otro. Su límite está constituido por el ordenamiento jurídico positivo, cuyas normas no pueden violar. Esos valores, por tanto, quedan situados fuera de la estructura jurídico-normativa. Este concepto de orden público sería metajurídico. En la misma doctrina alemana se critica la concepción de un orden público metajurídico, y se propone su consideración jurídica. GÖTZ afirma que esos valores cuya aplicación es sentida como necesaria se garantizan, precisamente, a través de su conversión a normas jurídicas. D) El concepto manejado en la doctrina alemana es similar al que se halla recogido en la jurisprudencia de nuestro Tribunal Supremo: «el orden público nacional está integrado por aquellos principios jurídicos, públicos y privados, políticos, económicos, morales e incluso religiosos, que son absolutamente obligatorios para la conservación del orden social en un pueblo y en una época determinada»14. Esa referencia a principios no sólo jurídicos, sino también de otros órdenes, hace plantearse a CALVO15 la misma cuestión que apuntaba antes: ¿es el orden público un concepto metajurídico? Para este autor, y frente a otras opiniones16, se trata de una noción estrictamente jurídica. Esos otros principios sociales, morales, etc., se integran en ella, en tanto en cuanto son asumidos por el Derecho, cuando 10 Ob. cit., pág. 171. En La potestá di polizia, Giuffrè, Milán, 1954. 12 En su obra La notion d'ordre public en droit administratif, Librerie General de Droit et Jurisprudence, Paris, 1962. 13 Expongo la visión general que ofrece sobre ella José Luis CARRO en Los problemas de la coacción directa y el concepto de orden público, en «Revista Española de Derecho Administrativo», núm. 15, pág. 605 14 Sentencia de 5 de abril de 1966, recogida en el Repertorio de Aranzadi con el número marginal 1684. 15 Ob. cit., pág. 123. 16 Como ejemplo, Alberto MONCADA LORENZO, en Significado y técnica de la policía administrativa, publicado en la «Revista de Administración Pública», núm. 28, 1959 página 62. 11 4 se juridizan. Según él, «el orden público es una noción en la que se sintetiza la unidad del Derecho con toda su fuerza dinámica hacia la consecución del orden social justo»; «el orden público salvaguarda y hace valer las 'esencias fundamentales de las instituciones jurídicas', y, para realizar esa función, opera en el ámbito de los principios jurídicos. Sin embargo, no es un principio más. Si los principios jurídicos dan unidad al ordenamiento jurídico, el orden público -principio de principios -armoniza y jerarquiza esos principios». La vida social es demasiado compleja y cambiante para que pueda ser reducida a una serie de hipótesis a las que el Derecho ha provisto de otras tantas soluciones; por ello, el Derecho no puede contentarse con prever supuestos de hecho, sino que debe incluir nociones de amplio contenido poseedoras de una amplia flexibilidad para el momento de su aplicación. Según CALVO, el Derecho confía al juez la interpretación y aplicación de esas nociones entre las cuales se halla la del orden público. El contenido del orden público sería «el espíritu del Derecho» en vigor en un país y momento histórico determinados; en otras palabras, los principios jurídicos esenciales de cada ordenamiento. En expresión de CALVO, el orden público es «noción portadora y sintetizadora de los principios jurídicos esenciales de una comunidad»17. Otra tesis similar sobre el orden público es la que mantiene José Antonio DORAL. Según él, el orden público expresa «lo que pudiéramos llamar el sentimiento de la sociedad en que el Derecho se inserta, sus conquistas y aspiraciones, algo así como su sensibilidad»18. Este autor pone, sobre todo, el acento en el dinamismo de la noción de orden público y su relación con la realidad social. Para DORAL, el orden público no se contiene exclusivamente en preceptos legales, ni el juez se convierte en mero intérprete; está más allá de las leyes y de la jurisprudencia (aunque ésta sea la voz más autorizada para señalar en cada momento lo que debe entenderse por orden público), componiendo el entorno donde se desenvuelven las actividades legislativa y jurisprudencial19. Para esta concepción, el orden público es el principio que hace posible la convivencia social, convivencia que es resultado de la diversidad del contraste, y por ello el orden público no coincide con el «orden establecido», inmovilista y reaccionario. Al contrario, el orden público es el germen del orden al que se aspira. Cuando el orden público penetra en la ley, no queda aprisionado por ella, sino que, al contrario, marca la pauta de ulteriores metas. No expresa una realidad estática, sino «algo vivo y dotado de fuerza expansiva orientadora de la dinámica social, a la que sirve como instrumento operativo». Las líneas actuales por las que discurriría en nuestra época el orden público, según DORAL, serían los principios de respeto a la libertad, indiscriminación ante la ley y representatividad20. Hasta aquí, el examen de algunas posturas doctrinales sobre el concepto amplio del orden 17 Ob. cit., pág. 125. En Derecho civil. Gran Enciclopedia RIALP, tomo XVII, bajo la voz «orden público», Madrid, 1973. 19 En La noción..., antes citada, pág. 136 20 Estos principios que señalaba DORAL en 1967 se parecen mucho a los «valores superiores» que figuran en el artículo 1.º de la Constitución: «la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político» Aunque no es este lugar de profundizar en esta cuestión, es probable que en estos valores resida hoy nuestro orden público. 18 5 público. Vamos a continuación al concepto restringido o material del orden público. La definición más clásica sobre esta acepción de orden público es la de HAURIOU, el cual afirmaba que el orden público es el estado de hecho opuesto al estado de hecho que es el desorden. Es decir, una situación exterior de paz y tranquilidad públicas21. Este concepto restringido del orden público es el utilizado habitualmente en un lenguaje coloquial, y también en la actividad política. Hay orden público cuando se da una situación de normalidad, de calma, y hay desorden público cuando desaparece esa tranquilidad como consecuencia de agresiones, enfrentamientos, motines, etc. Viene a coincidir en líneas generales con el sentido que le da a la expresión el Diccionario de la Real Academia Española: «situación y estado de legalidad normal en que las autoridades ejercen sus atribuciones propias y los ciudadanos las respetan y obedecen sin protesta». Obviamente, este orden público material o vulgar no ha necesitado una larga elaboración doctrinal, dada su simplicidad. En cambio, se ha plasmado a menudo en los textos legales. Como botón de muestra, el Código Penal cuando se refiere en su artículo 247 a «los que turbaren gravemente el orden público para causar injuria u otro mal a alguna persona», o cuando tipifica en su artículo 567 y siguientes, entre las «faltas contra el orden público», el disparar con arma de fuego en sitio público, las perturbaciones en reuniones públicas, las cencerradas, etc. Es este concepto de orden público el que se suele relacionar con las funciones de los Cuerpos de Policía y el que hizo que durante una época se les denominara «Fuerzas de Orden Público»22. Los Cuerpos de Policía tradicionalmente se han ocupado de mantener el orden externo en los lugares públicos, persiguiendo a los delincuentes, dispersando a los alborotadores, reprimiendo actos de violencia, controlando las grandes concentraciones, dirigiendo el tráfico rodado, etc. De la comparación entre ambos conceptos, amplio y restringido, de orden público, se desprende con claridad que son cosas completamente diferentes. Ambos órdenes públicos pueden ser coincidentes en ocasiones (una agresión violenta en la calle atenta contra el orden público material y contra el orden público formal), pero no siempre (los principios esenciales del ordenamiento pueden ser violados de forma que no se altere lo más mínimo la tranquilidad exterior). Es difícil confundir el sentido de la expresión «orden público» del artículo 6. del Código Civil con la que tiene en el Código Penal. Sin embargo, en nuestro Derecho el concepto de orden público se ha prestado a confusión, y para entenderlo es preciso hacer un breve repaso histórico de su utilización. 21 En su obra Précis élémentaire de Droit administratif, Paris, 1926, pág. 212. Así se recogía en el artículo 37 de la Ley Orgánica del Estado, y en alguna otra norma, como el Decreto de 21 de julio de 1950, que reorganizaba a los Mozos de Escuadra, y 8 los que su artículo 6.° calificaba de «fuerza de orden público». 22 6 3. EVOLUCION DEL ORDEN PUBLICO EN EL DERECHO POSITIVO ESPAÑOL En las primeras ocasiones en que aparece el orden público en nuestro ordenamiento positivo se refiere al que he denominado concepto restringido o material. La Constitución de 1812, en su artículo 170, establece que «la potestad de hacer ejecutar las leyes reside exclusivamente en el Rey, y su autoridad se extiende a todo cuanto conduce a la conservación del orden público en lo interior, y a la seguridad del Estado en lo exterior». La mención del orden público junto a la seguridad exterior (es decir, a la defensa nacional) indica que en ambos casos se refiere a una paz y tranquilidad materiales, defendidas con las armas, especialmente si ponemos en relación lo dispuesto en dicho artículo con el epígrafe XLII del Discurso Preliminar de presentación del Proyecto de Constitución de Cádiz: «el soldado es un ciudadano que suspendiendo la tranquila e inocente ocupación de la vida civil va a proteger y conservar con las armas, cuando es llamado por la ley, el orden público en lo interior, y hacer respetar la nación siempre que los enemigos de afuera intenten invadirla u ofenderla»23. Fórmulas prácticamente idénticas se contienen en las Constituciones de 1837, 1845,1869 y 1876. Como señala MARTÍN RETORTILLO24, esas fórmulas constitucionales configuran una cláusula de habilitación general a favor del Rey («todo cuanto conduce...»), que le posibilitan para mantener una serie de potestades y atribuciones con reminiscencias del Antiguo Régimen. Su carácter de cláusula general puesta en manos del poder ejecutivo origina que tienda a dársele una interpretación extensiva, en cuanto permita atribuir facultades, y que se utilice a menudo como arma política. Por otro lado, hay que tener en cuenta que el Rey es también quien manda los ejércitos, y precisamente utilizará, durante todo el siglo XIX, a éstos para el mantenimiento del orden público25. Además de en los textos constitucionales, el orden público aparece habitualmente relacionado con la posibilidad de imponer sanciones administrativas a quienes lo alteren; esa potestad se atribuye a partir de 1813 a los jefes políticos (antecesores de los gobernadores civiles). Así, el Decreto de 23 de junio de 1813, sobre gobierno económicopolítico de las provincias, atribuye al «gafe superior político» la «facultad para imponer y exigir multas a los que le desobedezcan o le falten al respeto, y a los que turben el orden o el sosiego público»26. La primera Ley de Orden Público es la de 23 de abril de 1870, que en su artículo 1. establece lo siguiente: «las disposiciones de esta Ley serán aplicadas únicamente cuando se haya promulgado la Ley de suspensión de garantías a que se refiere el artículo 31 de la 23 Todo lo anterior de Lorenzo MARTÍN RETORTILLO en Notas para la historia de la nación de orden público, «Revista Española de Derecho Administrativo», núm. 36. 24 Ob. cit. en nota anterior. 25 En este sentido se expresa MARTÍN RETORTILLO en la obra citada, y sobre todo la obra de Manuel BALLBÉ Orden público y militarismo en la España constitucional, 1812-1983, Alianza, Madrid, 1983, donde se contiene un completo estudio sobre el papel del ejército como fuerza de orden público. 26 MARTÍN RETORTILLO, en la obra citada. GARCÍA DE ENTERRÍA, en su Curso de Derecho administrativo, tomo II (Civitas, Madrid, 2.ª ed. de 1982), pág. 157, entiende que esas facultades son reminiscencia del Antiguo Régimen y provienen de la confusión de potestades administrativas y judiciales en los alcaldes. 7 Constitución (la de 1869), y dejarán de aplicarse cuando dicha suspensión haya sido levantada por las Cortes». Como dice MARTÍN RETORTILLO, «el orden público tal y como se concebía en aquella época, tal y como se refleja en la Ley de 1870, es un orden público que se refiere a revueltas, a asonadas, a motines, a levantamientos populares. Es un orden público de partidas y de barricadas», por ello de aplicación excepcional, por quiebra grave del orden27. Vemos, pues, que el orden público que aparece en las leyes decimonónicas incluye a éste en el concepto que he llamado material o restringido. Según MARTÍN RETORTILLO, es en la segunda Ley de Orden Público, la de 28 de julio de 1933, donde se produce una quiebra del concepto28. Esa Ley regula «lo que se llaman facultades gubernativas ordinarias, es decir, una serie de medidas que pueden ser adoptadas por el Gobierno en cualquier momento»; y por otra parte, la Ley contiene una lista de actos que se consideran contrarios al orden público. Con ello, «al concretarse ahora, de alguna manera se incrementa, perdiendo gravedad, esta noción de orden público. Como resultado de todo ello gana en amplitud la cláusula de orden público». La cláusula de orden público, para MARTÍN RETORTILLO, es una limitación que acompaña a las declaraciones de derechos, y que consiste en la posibilidad de disfrutar de un derecho únicamente mientras no se vaya contra el orden público; para asegurar éste, se atribuyen facultades a la autoridad, gubernativa o judicial, para limitar el disfrute de esos derechos29. Con la Ley de 1933 «se ha producido un incremento, un aumento, una ampliación muy considerable de la cláusula de orden público», en palabras de MARTIN RETORTILLO. Entre los actos contrarios al orden público se introduce, en su artículo 3., un apartado sexto con el siguiente contenido: «Los que de cualquier otro modo no previsto en los párrafos anteriores alteren materialmente la paz pública». Para el citado autor, «se ha introducido un concepto en blanco que, aparte de problemático, no deja de ser muy peligroso». Advierte, sin embargo, que en el entorno constitucional republicano «era amplia la legalidad» y que «actuando dentro de la legalidad, no se infringía el orden público», por lo que ese peligro quedaba limitado. La tercera Ley de Orden Público es la de 30 de julio de 1959, hay todavía formalmente vigente, aunque muy afectada por la Constitución. Esta Ley sigue un esquema muy similar a la de 1933, pero supone un cambio fundamental. En primer lugar, como advierte MARTÍN RETORTILLO, «ha cambiado radicalmente el marco jurídico general y, en concreto, el sistema de derechos ciudadanos». Pero, sobre todo, se va a ampliar desorbitadamente el concepto de orden público y la lista de actos contrarios al mismo. En virtud del artículo 1. de esta Ley, «el normal funcionamiento de las instituciones públicas y privadas, el mantenimiento de la paz interior y el libre y pacífico ejercicio de los 27 MARTÍN RETORTILLO: La cláusula de orden público como límite -impreciso y creciente- del ejercicio de los derechos, Civitas, Madrid, 1975, pág. 41. 28 Ob. cit., pág. 44. 29 Ob. cit., pág. 18 y sigs. 8 derechos individuales políticos y sociales, reconocidos en las leyes, constituyen el fundamento del orden público». Sería difícil encontrar una fórmula más amplia para definir el orden público; dentro de ésta podría comprenderse cualquier cosa. E igualmente amplia es la lista de actos contrarios al orden público que se contiene en el artículo 2. de la Ley: a) Los que perturben o intenten perturbar el ejercicio de los derechos reconocidos en el Fuero de los Españoles y demás Leyes Fundamentales de la Nación, o que atenten a la unidad espiritual, nacional, política y social de España. b) Los que alteren o intenten alterar la seguridad pública, el normal funcionamiento de los servicios públicos y la regularidad de los abastecimientos o de los precios prevaliéndose abusivamente de las circunstancias. c) Los paros colectivos y los cierres o suspensiones ilegales de empresas, así como provocar o dar ocasión a que se produzcan unos y otros. d) Los que originen tumultos en la vía pública y cualesquiera otros en que se emplee coacción, amenaza o fuerza o se cometan o intenten cometer con armas o explosivos. e) Las manifestaciones y las reuniones públicas ilegales o que produzcan desórdenes o violencias, y la celebración de espectáculos públicos en iguales circunstancias. f) Todos aquellos por los cuales se propague, recomiende o provoque la subversión o se haga la apología de la violencia o de cualquier otro medio para llegar a ella. g) Los atentados contra la salubridad pública y la transgresión de las disposiciones sanitarias dictadas para evitar las epidemias y contagios colectivos. h) Excitar al incumplimiento de las normas relativas al orden público y la desobediencia a las decisiones que la autoridad o sus agentes tomaren para conservarlo o restablecerlo. i) Los que de cualquier otro modo no previsto en los párrafos anteriores faltasen a lo dispuesto en la presente Ley o alterasen la paz pública o la convivencia social. La ambigüedad de las fórmulas utilizadas para describir esos actos contrarios al orden público («atentar contra la unidad espiritual, nacional, política y social de España», «excitar al incumplimiento de las normas relativas al orden público», «de cualquier otro modo... alterasen la paz pública o la convivencia social») suponen, en palabras de MARTÍN RETORTILLO, «atribuir un arbitrio absoluto a las autoridades administrativas. Todo, prácticamente, podría, de quererse, ser considerado como infracción del orden público». Su resultado: «se ha ampliado de forma extraordinaria lo que se considera referente al orden público». En las circunstancias políticas en que se dictó la Ley de 1959, con un Estado autoritario y una Administración habituada a actuar represiva y arbitrariamente en los más diversos campos, los actos que se consideran atentatorios al orden público se multiplican, y como consecuencia de ello «la noción de orden público ha quedado desencorsetada», o, en frase del mismo MARTÍN RETORTILLO que ha hecho fortuna, «el orden público se ha trivializado». 9 En una obra ya clásica, MARTIN RETORTILLO estudió las diversas conductas que fueron sancionadas bajo la Ley de 1959 como contrarias al orden público30, y entre las que se pueden hallar, como más llamativas, las siguientes: -La venta, en una lechería, de leche aguada. -La subida antirreglamentaria del precio de las entradas de un cine. -El proselitismo religioso de los Testigos de Jehová a través de visitas domiciliarias. -Dirigir peticiones a la autoridad mediante carta. -Criticar a través de la prensa obras municipales de saneamiento tras unas inundaciones. -Pronunciar un discurso de matiz político en una cena de homenaje. Consecuencia de esta ampliación del concepto de orden público es que resulta imposible distinguirlo del orden jurídico. Como dice GUAITA31, «esa concepción tan amplia del orden público, que engloba incluso el normal funcionamiento de las instituciones privadas, cubre prácticamente todo el ordenamiento jurídico. Lo hace casi sinónimo de éste, convirtiéndolo por ello en un concepto de escasa utilidad». Esta ampliación del concepto de orden público, a partir de su primera consideración como orden material, lo aproxima a aquellas concepciones que lo identificaban sin más con las leyes imperativas, pero ahora con un propósito interesado: atribuir a las autoridades gubernativas facultades casi ilimitadas para sancionar y reprimir conductas. Esta es la única utilidad que tiene el concepto «trivializado» del orden público. Esta evolución del concepto en nuestras leyes ha tenido otro efecto, como es el de producir bastante confusión doctrinal y legal. Con frecuencia se alude sin más al «orden público» sin que haya modo de saber si se refiere al puro orden material (el que yo he denominado concepto restringido), al concepto trivializado de la Ley de Orden Público de 1959, o al concepto amplio o formal del Código Civil, y que la doctrina y la jurisprudencia definen como principios esenciales del orden social. El descrédito que sufre el concepto trivializado del orden público durante los últimos años del régimen franquista, por la carga de arbitrariedad gubernativa que conlleva y su reiterada utilización como instrumento de represión política, tiene como consecuencia que los constituyentes de 1978 eviten al máximo aludir al orden público en la vigente Norma 30 Las sanciones de orden público en Derecho español, Editorial Tecnos, Madrid, 1973 Esta obra lleva como subtítulo «Memoria sobre la jurisprudencia contencioso-administrativa del Tribunal Supremo en materia de orden público»; basada en el examen de multitud de sentencias del Tribunal Supremo, contiene el comentario a numerosos casos considerados en su día como contrarios al orden público. 31 0b. Cit., pág. 32. 10 Fundamental. Únicamente en dos artículos de la Constitución se menciona al orden público: Artículo 16.1. Se garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto de los individuos y las comunidades sin más limitación, en sus manifestaciones, que la necesaria para el mantenimiento del orden público protegido por la ley. Artículo 21.2. En los casos de reuniones en lugares de tránsito público y manifestaciones se dará comunicación previa a la autoridad, que sólo podrá prohibirlas cuando existan razones fundadas de alteración del orden público, con peligro para personas o bienes. ¿Qué sentido hay que dar a estas menciones del orden público en la Constitución? En cuanto al artículo 21.2, parece claro que se refiere al concepto restringido o de orden material. Se garantiza el derecho de reunión y manifestación excepto en los casos de alteración material del orden o la paz públicas, «con peligro para personas o bienes», como señala expresamente el texto constitucional, con indudable afán delimitador. Un examen a la Ley Orgánica 9/1983, de 15 de julio, que desarrolla el artículo 21 de la Constitución, y a los casos en que la autoridad puede disolver o prohibir las manifestaciones o reuniones confirma esa idea. El artículo 16.1 resulta más complejo. La referencia a «sus manifestaciones», de la libertad ideológica, religiosa o de culto, parece dirigirse al mero aspecto externo, lo que lleva a pensar que también nos hallamos ante el concepto material o restringido del orden público. Así lo entiende GARCÍA DE ENTERRÍA32. Sin embargo, la Ley Orgánica 7/1980, de 5 de julio, que desarrolla el artículo 16 de la Constitución en materia de libertad religiosa, establece en su artículo 3. que ésta «tiene como único límite la protección del derecho de los demás al ejercicio de sus libertades públicas y derechos fundamentales, así como la salvaguardia de la seguridad, de la salud y de la moralidad pública, elementos constitutivos del orden público protegido por la Ley en el ámbito de una sociedad democrática». Este precepto parece apuntar al concepto amplio de orden público, aunque no sea un modelo de precisión (¿qué contenido hay que dar a «la moralidad pública»?)33. La Constitución no alude al orden público como función del poder ejecutivo (como era habitual en las Constituciones decimonónicas e incluso en el artículo 6. de la Ley Orgánica del Estado), ni como misión de los Cuerpos de Policía. Se ha producido un cambio fundamental: el orden público ya no aparece como una cláusula general habilitadora de poderes indeterminados a favor de las autoridades administrativas, sino como un límite al ejercicio de ciertos derechos fundamentales. Y, como dice MARTÍN RETORTILLO, «está claro que lo que se formula desde la perspectiva de los límites habrá de ser, por supuesto, objeto de interpretación restrictiva». De ahí «los reducidos efectos que el uso de la noción de orden público está llamado a desempeñar en las dos oportunidades que le brinda la Constitución». 32 Ob. Cit., pág. 160. Me inclino a pensar que, pese a la Ley Orgánica de libertad religiosa, el concepto aceptado debe ser el restringido. Lo único que se puede prohibir son las ideas o creencias en cuanto se manifiestan al exterior, no se puede suprimir una idea por mucho que atente a la moralidad pública. 33 11 La doctrina es unánime en considerar que la Constitución ha colocado intencionadamente, en lugar del orden público, referido al papel de los Cuerpos de Policía, el concepto de seguridad pública o seguridad ciudadana. El artículo 104 encomienda a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad la misión de «proteger el libre ejercicio de los derechos y libertades y garantizar la seguridad ciudadana». Por su parte, el artículo 149.1.29.ª atribuye al Estado la competencia exclusiva sobre «seguridad pública, sin perjuicio de la posibilidad de creación de policías por las Comunidades Autónomas en la forma que se establezca en los respectivos Estatutos en el marco de lo que disponga una ley orgánica». 4. LA SEGURIDAD PUBLICA Y LA SEGURIDAD CIUDADANA Hay que decir, en primer lugar, que ambas expresiones vienen a ser sinónimas. La Constitución emplea ambas en los artículos 104 y 149 con el mismo sentido, refiriéndose a la actividad de los Cuerpos de Policía. Únicamente hay una ligerísima diferencia de matiz, ya que seguridad «ciudadana» parece aludir más directamente a la seguridad de cada uno de los ciudadanos (el derecho a la seguridad del art. 17.1 de la Constitución), evitando esa idea más abstracta que a veces tiene lo «público». En ocasiones, en el lenguaje coloquial o periodístico, se suele utilizar la expresión «seguridad ciudadana» con un sentido restringido, refiriéndose a la lucha contra la delincuencia; la «inseguridad ciudadana» se identifica con la sensación de inseguridad o temor que sienten los ciudadanos ante el incremento de la criminalidad. Sin embargo, no podemos hacer distinciones hablando en un sentido técnico, y se deben utilizar como expresiones sinónimas, tal como aparecen en la Constitución. Es precisamente la Constitución de 1978 la primera norma donde se establece el concepto de seguridad pública o ciudadana con ánimo definidor. No existe todavía mucha literatura en torno al mismo, pero sí una definición jurisprudencial aceptada bastante pacíficamente hasta hoy, como veremos. Para iniciar la aproximación al concepto, quiero señalar que la idea de seguridad hace referencia a un ámbito muy amplio; se halla en la misma naturaleza humana la búsqueda de seguridad, esto es, el sentirse «libre y exento de todo peligro, daño o riesgo», que tal es el significado de «seguro» en el Diccionario. Centrándonos en el Derecho, no hay duda de que existe una estrecha vinculación entre éste y la noción de seguridad. Luis RECASENS34 llega a afirmar que «el Derecho es seguridad», seguridad en aquello que a la sociedad de una época le interesa garantizar, y por eso mismo lo somete a normas obligatorias. Para este autor, la seguridad es el «valor fundamental de lo jurídico, sin el cual no puede haber Derecho», aunque no sea el valor único ni el supremo. La seguridad es la razón de ser del Derecho, aunque no su fin superior; el Derecho debe de servir a otros valores (justicia, bien común, etc.), pero si no establece seguridad (esto es, normas de cumplimiento inexorable) no es Derecho. Similar idea mantiene Jaime GUASP35; para él, el primer fundamento del 34 En su Tratado General de Filosofía del Derecho, 8.ª ed., Editorial Porrúa, S. A., México, D. F., pág. 221 y sigs. 35 En su obra Derecho, Madrid, 1971, pág. 314 y sigs. 12 Derecho es la paz social, que tiene dos aspectos, uno subjetivo y otro objetivo. El aspecto subjetivo (desde el punto de vista de su proyección sobre los sujetos) es precisamente la seguridad, que se configura también como fundamento del Derecho. GUASP afirma que «casi la mitad de todo el ordenamiento jurídico no es más que una gigantesca medida de seguridad». El segundo aspecto de la paz sería la certeza, entendida como situación a la que se llega en una sociedad que despliega con eficacia sus mecanismos de conservación. Es evidente que el concepto de seguridad que resulta de ponerlo en conexión con todo el ordenamiento resulta demasiado amplio, y debemos buscar otro más concreto; pero hay que retener la idea de que, siendo la seguridad el primer fundamento del Derecho (y, como consecuencia, del Estado), cualquier concreción del concepto de seguridad pública afrontará el peligro de no poder definir totalmente sus límites, y nos hallemos con una noción que tienda a ser expansiva. El Tribunal Constitucional ha sentado la siguiente definición de seguridad pública en varias sentencias36: «actividad dirigida a la protección de personas y bienes (seguridad en sentido estricto) y al mantenimiento de la tranquilidad u orden ciudadano, que son finalidades inseparables y mutuamente condicionadas». El propio Tribunal Constitucional ha matizado más tarde la definición37: «no toda seguridad de personas y bienes, ni toda normativa encaminada a conseguirla, o a preservar su mantenimiento, puede englobarse en el título competencial de 'seguridad pública', pues si así fuera la práctica totalidad de las normas del ordenamiento serían normas de seguridad pública (...), cuando es claro que se trata de un concepto más estricto, en el que hay que situar de modo predominante las organizaciones y los medios instrumentales, en especial los Cuerpos de seguridad a que se refiere el artículo 104 de la Constitución». Esta definición del Tribunal Constitucional es bastante atinada en líneas generales, pero creo necesario hacer algunas observaciones y precisiones. A) Se trata de una actividad que ha de ser referida al Estado (en su sentido más amplio), a través de sus diversos órganos. Principalmente a través de la Administración, y dentro de ella mediante los Cuerpos de Policía (me refiero tanto a la Administración central del Estado como a las demás Administraciones territoriales, autonómica y local, así como a los Cuerpos de Policía dependientes de todas ellas), pero también a través de los órganos legislativos, pues incluye una actividad normativa. Por otra parte, ha de tenerse en cuenta que en ocasiones los particulares participan en la seguridad pública, de forma voluntaria o forzada38. 36 Entre ellas, la de 8 de junio de 1982 y la de 5 de diciembre de 1984. En la Sentencia de 6 de mayo de 1985. 38 Ver a este respecto La Policía Municipal, de Francisco LÓPEZ-NIETO Y MALLO Publicaciones Abella, Madrid, 1986, pág. 23 y sigs., donde se analiza la regulación sobré diversas empresas y profesiones relacionadas con la seguridad: detectives privados, vigilantes nocturnos, empresas privadas de seguridad, vigilantes jurados, etc. Este autor no alude a otros organismos que colaboran en tareas de seguridad pública a través de voluntarios: Cruz Roja, DYA, etc. 37 13 Al hablar de actividad queda claramente separado el concepto del campo de los principios, tanto del de seguridad en general, al que ya me he referido como fundamento del Derecho, como del de seguridad jurídica que figura en el artículo 9. de la Constitución, y que consiste en la garantía del ciudadano de poder conocer de antemano cuáles son las consecuencias jurídicas de sus propios actos. A veces se habla del «mantenimiento de la seguridad pública». Conforme al concepto que estoy explicando, es una expresión imprecisa, ya que se refiere a una situación en vez de a una actividad. Sería más correcto decir «mantenimiento del orden o tranquilidad» o «seguridad pública» a secas. B) Esa actividad se dirige a la protección de personas y bienes. Añade el Tribunal Constitucional «el mantenimiento de la tranquilidad u orden ciudadano», como finalidad inseparable y mutuamente condicionada de la primera. Esta tranquilidad u orden ciudadano es lo que he llamado orden público en sentido material o restringido. Es evidente que en una situación de desorden material surge un peligro para personas y bienes, y, por tanto, afecta a la seguridad pública. Pero hay casos en que sin alteración del orden exterior o de la tranquilidad existen situaciones de peligro para personas y bienes (por ejemplo, por deficiencias técnicas en edificios o instalaciones industriales). De ahí que el orden público (en su sentido restringido) forme parte del concepto de seguridad pública, pero tenga una extensión menor. C) Como acertadamente matiza el Tribunal Constitucional, no toda actividad de protección de personas y bienes puede englobarse sin más en el concepto de seguridad pública. No hay más que pensar en campos tales como la Seguridad Social, la sanidad, el medio ambiente, la protección de menores, e incluso la Administración de Justicia, donde se realiza también una actividad de los poderes públicos dirigida, de un modo u otro, a la protección de personas y bienes, pero que nos resistimos a englobar dentro de la seguridad pública, para comprender que es necesario añadir algún rasgo más para completar la definición. El Tribunal Constitucional apunta en esa dirección al referirse a «las organizaciones y los medios instrumentales, en especial los Cuerpos de Seguridad a que se refiere el artículo 104 de la Constitución». En mi opinión, el Tribunal intuye, con alguna vaguedad, hacia dónde debe encauzarse el concepto, pero no acaba de redondearlo. La seguridad pública no se agota en la organización y las funciones de los Cuerpos de Policía, aunque no cabe duda de que ello es parte importante de esa materia, sino que tiene un ámbito más amplio. El propio Tribunal Constitucional, en Sentencia de 18 de diciembre de 1984, incluye dentro del concepto de seguridad pública del artículo 149 de la Constitución la materia de protección civil, a la que define como «el conjunto de acciones dirigidas a evitar, reducir o corregir los daños causados a personas y bienes por toda clase de medios de agresión y por los elementos naturales o extraordinarios en tiempos de paz cuando la amplitud y gravedad de sus efectos les hace alcanzar el carácter de calamidad pública». Aunque los Cuerpos de Policía intervienen en las funciones de protección civil, éstas tienen un ámbito mucho más amplio y abarcan otros organismos y servicios administrativos: sanitarios, de salvamento, de extinción de incendios, de obras públicas, etc. 14 Creo que esa nota definitoria que distingue a la seguridad pública de otras materias, capaz de abarcar tanto a la Policía, la protección civil y otras cuestiones, es la que acertadamente señala Francisco LÓPEZ-NIETO: «el atentado que se produzca contra las personas o sus bienes debe ir acompañado de un determinado grado de violencia. En efecto, atentar contra la seguridad de las personas por medios que de ninguna manera lleven aparejada violencia, aunque pueden tener graves implicaciones con la salubridad, la higiene la policía de abastecimientos o la prevención de acciones, no encierra el concepto de ataque a la seguridad que aquí hemos dado en considerar. De la misma manera, el ataque sin ninguna violencia en las cosas o bienes de las personas sería objeto de una cuestión civil y de carácter privado, que en nada implicaría la acción de la Administración pública encargada de la seguridad»39. La protección de personas y bienes en que consiste la seguridad pública se realiza, pues, ante agresiones violentas, o el peligro de que se produzcan éstas. Es precisamente esa nota de violencia la que justifica que un papel destacado en el mantenimiento de la seguridad pública recaiga sobre los Cuerpos de Policía, que son los órganos administrativos específicamente preparados para actuar por medio de la fuerza, llegado el caso. No coincido, sin embargo, con LÓPEZ-NIETO sobre la procedencia de esa violencia. Señala él que «una regla que podría servir sería la de no incluir en nuestro concepto de seguridad cualquier riesgo que no dependa de la voluntad humana, sino tan sólo los ataques que ella provoque y, excepcionalmente, las situaciones de hecho que entrañen un peligro grave e inminente para las personas». Es decir, que para LÓPEZ-NIETO las agresiones deben de ser de origen humano, excluyéndose los hechos de origen natural o accidental, como norma general. Creo más bien que deben incluirse todo tipo de agresiones, de origen humano o natural. Precisamente la materia propia de la protección civil, a la que me he referido como parte de la seguridad pública, son situaciones de catástrofe producidas, la mayor parte de las veces, por causas naturales o accidentales ajenas a la voluntad humana: incendios, terremotos, inundaciones, etc. Ahora bien, no hay duda de que a efectos prácticos se pueden descartar aquellos sucesos accidentales que producen daños personales o materiales de escasa consideración, ya que los mismos no suelen requerir de una acción de los poderes públicos, que únicamente intervienen en aquellos casos en que la gravedad o importancia de los peligros los hacen de interés general. Hecha la anterior precisión, debo señalar que son las agresiones humanas las que suelen centrar el interés por la seguridad pública; sin ir más lejos, la Constitución relaciona directamente a ésta con los Cuerpos de Policía, en sus artículos 104 y 149, como organismos directamente encargados de su garantía. D) Aunque he pretendido delimitar al máximo el concepto de seguridad ciudadana, ésta mantiene un ámbito relativamente amplio. Contiene tanto actividad normativa (legislativa o reglamentaria) como de ejecución; de carácter preventivo y de carácter corrector o represivo; la actividad de los poderes públicos y también la de los particulares colaborando, voluntaria u obligatoriamente, con aquellos. Y, como advertí anteriormente, la función de 39 0b. Cit., pág. 86. 15 seguridad que impregna todo el ordenamiento jurídico y toda actividad estatal hará que, en ocasiones, los límites sean difusos entre la seguridad pública y otras materias. 5. ORDEN Y SEGURIDAD PUBLICOS HOY CONCLUSIONES A pesar de que la Constitución y la actividad interpretativa del Tribunal Constitucional proporcionan suficientes elementos para delimitar los conceptos de orden público y seguridad pública o ciudadana, abandonando fórmulas anteriores, es frecuente que nuestros textos normativos y la doctrina manejen tales expresiones con significados dispares y, a menudo, poco concretos. Abundan, sobre todo, definiciones excesivamente abstractas, como la que recoge Jaume BOSCH, que considera como seguridad ciudadana la «protección y garantía del libre ejercicio de los derechos y libertades, por una parte, y, por otra, el cumplimiento de la legalidad democrática y el orden constitucional»40. Así considerada, resulta difícil distinguir la seguridad ciudadana de las funciones de otros órganos, como el Tribunal Constitucional, el Defensor del Pueblo o todo el Poder Judicial. Muchos autores tienden a considerar como sinónimos los términos «orden público» y «seguridad pública». Como ejemplo, Luis DE LA MORENA, que utiliza ambas expresiones como intercambiables41, para tener que afirmar, al final, «la necesidad de contraponer el orden público y a la seguridad pública, entendidos como mecanismos coactivos directamente encaminados a garantizar un orden natural o jurídico, prefijado por la Naturaleza o por el Derecho, y reportador por sí mismo de beneficios individuales o sociales, frente a las agresiones o alteraciones provenientes, ya de personas que no ejerzan una autoridad legítima, ya de hechos naturales, un segundo concepto de orden público y de la seguridad jurídica tendente a asegurar exclusivamente la coherencia interna del propio ordenamiento jurídico en sus valores, postulados y principios fundamentales de orden moral, político, económico o social, frente a las agresiones de que puedan hacerles objeto cualesquiera operadores jurídicos, no excluido, por supuesto, el propio legislador ordinario o no constituyente». Sin entrar a discutir en detalle estas afirmaciones, no cabe duda de que el primer concepto que maneja de «orden público» y «seguridad pública» coincide, en líneas generales, con el que yo he expuesto de seguridad pública o ciudadana, y el segundo de «orden público» y «seguridad jurídica», con el concepto amplio o formal de orden público que he descrito. Pienso que no hay más que leer los artículos 16, 21, 104 y 149 de la Constitución para darse cuenta que se quieren nombrar cosas distintas cuando se habla de orden público y de seguridad pública o ciudadana. Las leyes y demás normas jurídicas dictadas posteriormente a la Constitución utilizan las expresiones «orden público» y «seguridad ciudadana» de diverso modo; en mi opinión, la mayor parte de las veces en sentido coincidente con las ideas que he defendido hasta aquí, pero en unos pocos casos de modo desacertado e impreciso. 40 En su obra Manual municipal de gobernación, CEUMT, S. A., Barcelona, 1981, página 66. Recoge esa definición de Manuel BALLBÉ. 41 La seguridad pública como concepto jurídico indeterminado: su concreta aplicación a los traspasos de servicios en materia de espectáculos públicos, en «Revista de Administración Pública», núm. 109, pág. 321. 16 El orden público aparece mencionado en el artículo 13 de la Ley Orgánica 4/1981, de 1 de junio, sobre estados de alarma, excepción y sitio; prevé este precepto la declaración del estado de excepción «cuando el libre ejercicio de los derechos y libertades de los ciudadanos, el normal funcionamiento de las instituciones democráticas, el de los servicios públicos esenciales para la comunidad, o cualquier otro aspecto del orden público, resulten tan gravemente alterados que el ejercicio de las potestades ordinarias fuere insuficiente para restablecerlo y mantenerlo». Es decir, el motivo del estado de excepción es una alteración gravísima del orden público. ¿Qué concepto de orden público se maneja aquí? Aunque el texto recuerde demasiado fórmulas de la Ley de Orden Público de 1959, del análisis del conjunto de los preceptos de la Ley Orgánica se desprende que este orden público es un orden material o exterior. En efecto, en primer lugar hay que tener en cuenta que dicha Ley Orgánica regula tres situaciones ordenadas progresivamente: las medidas del Estado de alarma pueden formar parte del estado de excepción (art. 28), y las de éste, del estado de sitio (art. 32, 3). La primera situación, de alarma, comprende catástrofes naturales o situaciones de riesgo (epidemias, paralización de servicios esenciales, desabastecimiento); la segunda, el estado de excepción, una alteración de orden público externo, y la tercera, el estado de sitio, un caso extremo de alteración del orden material: una insurrección o acto de fuerza contra el ordenamiento constitucional que debe resolver una autoridad militar. Por otra parte, han de examinarse las medidas que contiene la Ley Orgánica para restablecer el orden público: detención preventiva por un máximo de diez días (art.16); inspecciones y registros domiciliarios (art. 17); intervención de comunicaciones (art. 18) y de transportes (art. 19); restricción a la circulación de personas y vehículos (art. 20, 1); delimitación de zonas de seguridad (art. 20, 2); limitaciones a la libre circulación de personas (art. 20, 3, 4 y 5); suspensión de publicaciones y medios de comunicación (art. 21); limitación a reuniones y manifestaciones (art. 22); prohibición de huelgas (art. 23); incautación de armas (art. 25); intervención de industrias y comercios (art. 26), y cierre de espectáculos o establecimientos de bebidas, etc. En todos los casos se trata de medidas de carácter material, dirigidas a preservar un orden externo, un orden en la calle. El mismo concepto de orden público figura en los Estatutos de Autonomía del País Vasco y de Cataluña42, que atribuyen a sus respectivas Policías autonómicas «la protección de las personas y bienes y el mantenimiento del orden público», con una fórmula muy aproximada a la utilizada por el Tribunal Constitucional para definir la seguridad pública y que he comentado anteriormente; por otra parte, ambos Estatutos prevén la intervención de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado «en el mantenimiento del orden público» para ciertos casos concretos de peligro grave de éste. Ambas menciones se refieren, pues, al orden público en sentido material, formando parte del concepto más amplio de seguridad ciudadana. En cambio, el Real Decreto 2903/1980, de 22 de diciembre, relativo a la Policía autonómica del País Vasco, y el Decreto 44/1981, de 5 de febrero, de la Generalidad de 42 Artículos 17 (del Estatuto vasco) y 13 y 14 (del Estatuto catalán). 17 Cataluña, sobre reorganización de los Mozos de Escuadra, atribuyen ambos la siguiente función a los respectivos Cuerpos policiales aludidos: «Proteger a las personas y bienes y garantizar la seguridad ciudadana y el pacífico ejercicio de los derechos y libertades públicas.» Al parecer, se ha querido en ambos casos suprimir la expresión de «orden público» que aparece en los Estatutos por la de seguridad ciudadana, quizá por las connotaciones represivas que arrastra la primera. En esa operación ha sufrido la precisión conceptual, pues parece sugerirse que la seguridad ciudadana es algo diferente de la protección de personas y bienes. También resultan confusas las referencias a la seguridad pública o ciudadana que contiene la Ley Orgánica de Fuerzas y Cuerpos de Seguridad, de 13 de marzo de 1986. En su artículo 1. establece que «el mantenimiento de la seguridad pública se ejercerá por las distintas Administraciones Públicas a través de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad». Posteriormente, en el artículo 11 se atribuyen a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, en concreto, varias funciones, entre las que se halla «mantener y restablecer, en su caso, el orden y seguridad ciudadana». Podría parecer, a través de estos preceptos, que la seguridad pública tiene un sentido más amplio, como actividad de todas las Administraciones, y seguridad ciudadana uno más restringido, equivalente al orden público material, que se atribuye a la Administración del Estado. No puede admitirse semejante distinción, pues en la Constitución aparece la seguridad ciudadana como función de todos los Cuerpos de Policía, no sólo los estatales. No se puede entender otra cosa que la Ley Orgánica introduce a la seguridad ciudadana junto al orden que debe mantenerse y restablecerse con un sentido vulgar y no técnico, haciéndolo sinónimo de orden exterior. Una utilización adecuada del concepto de orden público, según las tesis que vengo explicando, sería la que figura en el Real Decreto 629/1978, de 10 de marzo, que regula la actividad de los Vigilantes Jurados de Seguridad. En su artículo 18 prevé que en casos de conflictos laborales en las empresas donde desarrollan sus funciones, su intervención ha de limitarse «a la protección de las personas y de los bienes que, con carácter general, tienen encomendada, sin que por ningún concepto puedan intervenir en los aspectos de orden público que puedan presentar». Es decir, que dichos vigilantes siguen desempeñando sus funciones de seguridad, protegiendo personal y bienes, pero no tienen facultades para intervenir (normalmente, por medios represivos) en el restablecimiento del orden material o exterior; se sobreentiende que esa labor queda para los Cuerpos de Policía, que la ejercen normalmente en todo tipo de alteraciones del orden público material43. Recapitulando todo lo expuesto hasta aquí, establezco las siguientes conclusiones respecto a qué debe considerarse hoy como orden público y seguridad ciudadana o pública: a) Orden público: en un sentido restringido, es el simple orden material u orden externo de la calle, la tranquilidad exterior. Con este concepto restringido, el orden público es encomendado principalmente a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad. En la Constitución 43 DE LA MORENA, en la obra anteriormente citada, pág. 357, critica ese Real Decreto precisamente por el concepto de orden público que maneja. Creo que la confusión está más bien en la identificación de orden público y seguridad pública que hace el citado autor en su trabajo. 18 aparece como límite a los derechos fundamentales de libertad ideológica y religiosa y al derecho de reunión y manifestación en lugares públicos. El concepto de orden público, así entendido, forma parte del concepto más amplio de seguridad pública o ciudadana, ya que no puede existir ésta en una situación de desorden. En un sentido amplio, hay otro concepto formal de orden público, como síntesis de los principios jurídicos esenciales para la vida de una comunidad. Esta noción de orden público, que por naturaleza adquiere un carácter dinámico y contingente, opera en el campo de los principios jurídicos y tiene su aplicación habitual en el Derecho civil. Es el primer concepto, más restringido, del orden público el que interesa sobre todo al Derecho administrativo y el que normalmente aparece en nuestro Derecho positivo. Resulta totalmente improcedente, hoy, aceptar el concepto de orden público que se desprende de la Ley de Orden Público de 1959, concepto «trivializado» o «desnaturalizado», según la doctrina. En palabras de GARCÍA DE ENTERRÍA44, «esta interpretación del orden público está en abierta pugna con los principios constitucionales». Si repasamos la tabla de actos contrarios al orden público del artículo 2. de la Ley de 1959, vemos que prácticamente todos ellos han quedado hoy sin sentido como infracciones administrativas. En unos casos, porque la inconcreción de las fórmulas impide considerar que existe una tipificación de conductas suficiente para cumplir la exigencia del artículo 25.1 de la Constitución; en otros, porque se contradice directamente la Constitución (no puede considerarse contrario al orden público atentar a la unidad espiritual o política de España una vez que el art. 1.º de la Constitución declara como uno de los valores superiores del ordenamiento el pluralismo político), y la mayoría, porque se hallan contemplados como delitos en el Código Penal45 o como infracciones administrativas en otras normas sectoriales más concretas. y que se deberán aplicar prevalentemente46. Por otro lado, hay que considerar, a partir de la Constitución, que «se ha acabado definitivamente el juego abierto y virtualmente ilimitado de la cláusula general de orden público». Esta cláusula general ha desaparecido, y no puede justificar ni una potestad sancionadora genérica ni la intervención administrativa de forma discrecional en cualquier ámbito; según GARCÍA DE ENTERRÍA, «la invocación de situaciones de peligro, y no de ruptura consumada, del orden público (...) deberá ser justificada en cada caso con datos concretos e inequívocos y no con simples afirmaciones apodícticas»47. 44 Ob. cit., pág. 159. Las principales reformas del Código Penal posteriores a la Constitución, sobre todo las Leyes 82/1978, de 28 de diciembre y 8/1983, de 25 de junio (Orgánica), han incidido en materias tales como el terrorismo, armas y explosivos, delitos contra la salud, etc., de modo que casi todas las conductas sancionables por la Ley de Orden Público son perseguibles hoy por vía penal. Si tenemos en cuenta el principio non bis in idem que el Tribunal Constitucional ha deducido de la Constitución en numerosas sentencias y que cualquier funcionario que sospeche la existencia de un delito tiene la obligación de ponerlo en conocimiento de las autoridades judiciales, la existencia de las sanciones de orden público es algo perfectamente inútil. 46 Ver obra citada de GARCÍA DE ENTERRÍA, pág. 160. 47 Idem. 45 19 b) Seguridad ciudadana o pública consiste en la actividad de los poderes públicos y de los particulares, en función de colaboración con los primeros, dirigida a la protección de personas y bienes frente a posibles agresiones violentas producidas tanto por actos humanos como por fuerzas naturales o hechos accidentales, y comprendiendo medidas de prevención, de aminoración y de reparación de los daños. Una parte fundamental de la seguridad ciudadana consiste en mantener el orden público material, condición indispensable de aquélla. La Constitución encomienda la garantía de la seguridad ciudadana a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad, en su artículo 104, órganos en los que recae principalmente (no en exclusiva) dicha tarea. 20