para leer Homilía

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Santa Rosa, noviembre 9 del 2012
Homilía del Excelentísimo Señor
Jorge Alberto Ossa Soto.
Obispo de la Diócesis de Santa Rosa de Osos.
En las exequias de los 10 campesinos masacrados el día 7 de noviembre de 2012 en
el corregimiento de San Isidro, parroquia de nuestra Diócesis, en el Municipio de
Santa Rosa de Osos (Ant).
A continuación relacionamos el nombre de los difuntos:
Gloria Cenaida Chavarria Posada y Adrian Alberto Uribe Barrientos (esposos).
Soel Alberto Espinosa Olaya y William Alberto Espinosa (Padre e hijo).
Pompilio de Jesús Gómez.
César Augusto Taborda Vanegas.
Enrique de Jesús Duque Henao.
Fernando Arley Viana Granda.
Victor Alfonso correa Gómez.
Arubis Manuel Berna Hernández.
“Amadísimos hermanos:
Ante estos acontecimientos dolorosos y terribles se enmudece el alma, en estos
momentos el silencio es más elocuente que las palabras. Que absurdo, que locura,
que insensatez; hasta que punto de bajeza ha descendido la humana condición. A
que grado de descomposición moral y social hemos llegado.
Nos negamos a entender que unos humildes labriegos, que nuestros hermanos
sencillos, inermes, impotentes, sean vilipendiados y masacrados por la fuerza del
terror y la intimidación. Humanamente no aceptamos tal barbarie. No entendemos
cómo otros hombres puedan perpetrar semejante abominación. ¿Cuál es la causa de
tal degradación? Maldad, ambición…
Estamos perdiendo el norte. En el tiempo del progreso, de la proclamación de la
libertad y la tolerancia; nos hemos vuelto intolerantes e inhumanos. No se respeta la
dignidad, ni la honra, ni el bien personal y social. Se quiere imponer la ley del terror
y de la muerte. Nos hemos alejado de Dios, y nos hemos perdido en los vericuetos
del camino y caído en los lazos de nuestras pasiones.
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¿Hasta cuándo se repetirán estos hechos? ¿Cuándo cesará la injusticia y el pecado?
¿Cuándo vendrá la libertad? ¿Cuándo habrá realmente paz? ¿Tendremos respuesta a
nuestros interrogantes y dolor? ¿Quién hablará por los pobres? ¿Quién sacará la
cara por los caídos? Pareciera que humanamente no encontramos respuestas a
estos interrogantes. Ante estos acontecimientos dolorosos y terribles se enmudece
el alma.
Busquemos entonces, en la Palabra de Dios, una luz, una respuesta iluminadora.
Jesucristo nos dice en su Palabra “que el amor a Dios y al hermano son el compendio
y fundamento de la ley”. Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a
nosotros mismos. Cuando se ama a Dios, necesaria y consecuentemente se ama y se
respeta al hermano; por ello miente quien dice amar a Dios a quien no ve, si no ama
y respeta a su hermano a quien ve, como lo afirma el Apóstol San Juan.
Este respeto y amor al prójimo como a uno mismo, tiene su razón de ser en la
fraternidad y la hermandad universal a la que somos llamados por la fe. Somos hijos
de Dios, Cristo ha puesto el sello del Espíritu en nuestro corazón, por tanto somos
hermanos los unos de los otros. La dignidad, la grandeza del hombre radica en que
somos imagen y semejanza de Dios, más aún, somos hijos de Dios.
Si el hombre por el contrario ama todas las cosas, por encima de Dios y del hermano,
no solo tergiversa el orden y los valores, sino que se erige en Señor del prójimo. Si
pretende buscar y conseguir todo por encima del otro, será un déspota con el
hermano, y no lejos está de usurpar y pisotear su dignidad. Lo vemos, lo
corroboramos a diario en nuestra sociedad egoísta.
Desplazamos a Dios y al hermano por el amor a todas las cosas y terminamos
destruyendo al hombre y con él, todo lo que pretendemos amar. Estamos
equivocando el camino y cerramos nuestros ojos. Nos estamos encaminando por la
senda del vicio y la maldad y qué poco hacemos para enderezar la ruta.
Hemos subvertido los valores, a lo malo lo llamamos bueno y a lo bueno malo.
Buscamos y defendemos con pasión el interés y benefició personal sin importar la
justicia y el respeto del hermano ni aún la propia dignidad. El tener cueste lo que
cueste se ha erigido como rey y dueño de este mundo y ante el tributamos los
valores más nobles que teníamos. No respetamos ni la honra, ni los bienes y más
alarmante y degradante ni la vida de las personas.
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Es urgente y necesario retornar al camino del bien, volver al amor de Dios y del
prójimo. Estamos ocupados en muchas cosas que nos desvían de lo absolutamente
necesario, de la búsqueda de lo bueno, de la Verdad, del Bien que solo Dios en Cristo
nos puede dar.
Tenemos que recobrar el respeto por los otros, el respeto por nosotros mismos. No
basta proclamar la dignidad de la persona y el valor inalienable de la vida humana,
es preciso vivirla y respetarla en nuestras relaciones personales. La verdad debe ser
proclamada sin ambigüedades y relativismos. La honradez probada y testimoniada
en el quehacer diario. El amor manifestado hasta el extremo. “Quien no ama no ha
conocido a Dios, permanece en la muerte. Quien odia a su hermano es un homicida.
Y sabéis que ningún homicida lleva en sí vida eterna”, nos recuerda el apóstol San
Juan. (cfr. 1 Jn 3, 14)
Amadísimos hermanos, estamos llamados a trabajar por la justicia y la paz. Pero
ellas empiezan en nosotros mismos. Debemos ser hombres justos, hombres y
mujeres de bien. Si alejamos las virtudes humanas y cristianas de nuestra vida, no
tendremos salida ni esperanza. Estamos llamados todos a recomponer el camino, es
preciso formar una verdadera y recta conciencia de lo que es bueno y malo.
Necesitamos las luces y los dones del Espíritu Santo para saber hacer
discernimiento y tener el valor de encaminarnos por lo bueno, por lo perfecto, por lo
que dignifica y engrandece. Si somos y nos consideramos hijos de Dios, vivamos
conforme a la dignidad y estado al que hemos sido llamados.
Si el amor de Dios reside en nuestros corazones no temamos. Escuchamos las
reconfortantes palabras del apóstol: “Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra
nosotros? El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte por
nosotros, ¿cómo no nos dará todo con Él? ¿Quién acusará a los elegidos de Dios?
¿Quién nos podrá separar del amor de Cristo? Pues estoy convencido de que ni la
muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios ni lo presente ni lo por venir, ni los
poderes, ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en toda la creación, podrá apartarnos
del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor” Cfr. Romanos 8,
36 -39).
Oramos por nuestros hermanos asesinados vilmente, para que Dios que es bueno y
misericordioso, para que Cristo nuestro Señor que murió, más aún, recitó por
nosotros los acoja benigno en su Reino.
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Pedimos a las autoridades que hagan lo necesario a fin de esclarecer los
acontecimientos y que no reine la impunidad.
Como cristianos pedimos por los asesinos, para que se conviertan al buen camino y
cesen en la maldad. Les perdonamos y dejamos al juicio de Dios”.
Excelentísimo Señor
+ Jorge Alberto Ossa Soto.
Obispo de la Diócesis de Santa Rosa de Osos.
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