La reclusión encubierta bajo las llamadas medidas de seguridad. Autor Galazo, Rodrigo Emmanuel Estudiante (UBA) Objetivo propuesto El objetivo propuesto por este trabajo es analizar las medidas de seguridad curativas1 que se imponen al hombre enfermo mental ante la comisión de un injusto penal, pero particularmente nos interesa observar a los fines de este ensayo, si aquellas guardan relación y conviven en armonía con las garantías constitucionales que se desprenden de la máxima: “nullum crimen sine conducta, nullum crimen sine culpa”. Para ello, considero indispensable formular las siguientes hipótesis: A. Resulta inconstitucional la pena de reclusión que bajo la denominación de medidas de seguridad establece el art. 34, inciso 1º, párrafo segundo y tercero para incapaces psíquicos del delito. B. La adopción de un sistema de control de constitucionalidad concentrado, lograría un mayor grado de seguridad jurídica respecto de las garantías que surgen de los arts. 16 y 18 de la Constitución Nacional. Las penas lícitas e ilícitas en nuestro ordenamiento jurídico. A los fines de comprobar la hipótesis de trabajo a), resulta necesario determinar la contradicción entre el art. 34 inc. 1 párrafo segundo y tercero con la Constitución Nacional, es conveniente entonces, aclarar que entendemos por pena. En una primera noción se podría definir a la pena como: “…la que se aplica como retribución de un mal 1 Veáse el art. 34 del Código Penal Argentino, el cual establece en su segundo párrafo “….En caso de enajenación, el tribunal podrá ordenar la reclusión del agente en un manicomio, del que no saldrá sino por resolución judicial, con audiencia del Ministerio Público y previo dictamen de peritos que declaren desaparecido el peligro de que el enfermo se dañe a sí mismo o a los demás.” Asimismo, en igual sentido el tercer párrafo prescribe “…En los demás casos que se absolviere a un procesado por las causales del presente inciso, el tribunal ordenará la reclusión del mismo en un establecimiento adecuado hasta que se comprobase la desaparición de las condiciones que le hicieren peligroso…”. por otro, o con la intención de evitar que el autor vuelva a cometer un nuevo mal (excluyéndolo o reeducándolo), o para disuadir a los demás con la pena impuesta al autor; o para reforzar en terceros la vigencia de la norma. En suma, la sanción que se impone por esas razones (con independencia de la validez de éstas o de su verificación empírica) tiene un claro contenido punitivo, por contraposición a las sanciones del tipo reparador propias de otras ramas del ordenamiento jurídico…”.2 Ahora bien, estamos en condiciones de afirmar que existen: penas que se imponen de hecho, al margen de toda legalidad; otras que lo son al amparo de leyes punitivas latentes o eventuales y aquéllas que los son en función de leyes penales manifiestas. Éstas últimas son las únicas que puede habilitar el poder punitivo de acuerdo al art. 5 C.P., que establece como penas principales la reclusión, la prisión, la multa y la inhabilitación. Penas legales y penas reales Debemos distinguir las llamadas penas legales (plano legal) del plano científico u óntico-material, ya que el marco legal enunciado más arriba, no se corresponde con el científico, es decir, con la verificación de todas las consecuencias que, estando previstas en las leyes penales manifiestas, encuadran en nuestro concepto jurídico de pena, con lo cual resulta que: (a) aunque gran parte de los autores y la jurisprudencia la siguen considerando vigente, debe tenerse por desaparecida del derecho penal positivo la antigua pena de reclusión, y (b) pese a no ser calificadas generalmente como penas, también lo son las llamadas medidas previstas para incapaces psíquicos de delito en el inciso 1º del art. 34 CP, mientras no excedan el marco de la coacción directa del derecho psiquiátrico, caso en el cual, por importar penas sin delito, son claramente inconstitucionales. 2 Penas expresa e implícitamente prohibidas La confiscación general de bienes fue proscripta expresamente por el art. 17 CN, mientras que el art. 18 C.N. prohíbe expresamente las penas de tormento y de azote. El art. 75 inc. 22 prohibe la tortura, no sólo en sentido estricto –impuesta para obtener información- sino en sentido amplio, es decir, cuando importe una pena, ya que se la 2 SILVESTRONI, M. H, Teoría constitucional del delito, Buenos Aires, Ed. Editores del Puerto, 2004: 74. 2 Cfr. ZAFFARONI, E. R, ALAGIA A., SLOKAR A., Manual de Derecho Penal, Buenos Aires, Ed. Ediar, 2005: 693. define a nivel internacional como todo acto que inflija intencionalmente a una persona dolores o sufrimientos graves, sean físicos o mentales, con el fin de castigarla por un acto que haya cometido o se sospeche que haya cometido (art. 1 de la Convención contra la Tortura). Por su parte, la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre prohíbe las penas infamantes o inusitadas (art. 26), por lo cual debe considerarse prohibida toda pena que tenga por objeto o importe agregar más descrédito público que el provocado por la comisión del delito; y en función de la Declaración Universal de Derechos Humanos, se considera ilícita la pena de destierro (art. 9). Pero además de las penas prohibidas de manera expresa, hay otras que lo están implícitamente, lo que también surge del análisis de los principios constitucionales e internacionales. Así, el principio republicano de gobierno (art. 1º, C.N.), así como los de legalidad, humanidad (art. 18 C.N.) y personalidad o trascendencia mínima, no deben ser interpretados como meras declaraciones o prohibiciones limitadas al sentido estricto de su enunciado y caer en un absurdo, como sería creer que la prohibición constitucional del tormento y de los azotes no impide otras penas quizás más crueles o irracionales, como por ejemplo la pena de prisión perpetua o la reclusión por tiempo indeterminado. Por ello, el marco legal de las penas prohibidas está conformado por la C.N. y por la prohibición de las penas y tratos crueles, inhumanos o degradantes (art. 7 P.I.D.C.P. y art 5.2 C.A.D.H.), y consecuentemente, los principios constitucionales no sólo tienen relevancia para establecer los límites cuantitativos de las penas constitucionales y previstas en la ley vigente, sino también –y antes- para saber si cualitativamente la propia manifestación de la coerción penal es constitucional. El derecho psiquíatrico Otra consecuencia de una fiel interpretación constitucional, en lo referente a la prohibición de las penas perpetuas, como también en cuanto a la mínima irracionalidad y, en especial, a la dignidad de la persona – que impide acordarle un valor instrumental o de medio-, al nullum crimen sine conducta, al nullum crimen sine culpa, al principio de igualdad y a la genealogía incompatible con la Constitución, es la inconstitucionalidad de la penas de reclusión que bajo la denominación de medidas de seguridad establecen los párrafos segundo y tercero del inc. 1º del art. 34 para incapaces psíquicos de delito. Se trata de la única pena realmente perpetua que existe en el Código, ya que su término o duración, no depende de la persona. La idea es que el enfermo mental necesita internación manicomial mientras sea peligroso, y ello surge de su condición de enfermo, por lo tanto deberá permanecer en reclusión mientras continúe la enfermedad. 3 Cabe mencionar aquí, que la enfermedad es diagnosticada a través de un peritaje psicológico forense, es decir mediante una evaluación psicológica que determina el perfil del individuo que ha cometido un injusto penal. En otras palabras, ésta evaluación psicológica constituye una pericia, debido a que es una investigación realizada por un profesional especializado que se utiliza como elemento de decisión para determinar la responsabilidad penal en el proceso penal.4 Asimismo, es de suma importancia destacar que el peritaje psiquiátrico no suple ni debe suplir el necesario estudio criminológico del delincuente, ni el psiquiatra forense debe nunca, confundir la explicación psicológica del delito con la inimputabilidad. Ambas interpretaciones la criminológica y la psiquiátrica forense, son muy necesarias, pueden tener puntos comunes, pero son dos discursos independientes que llevan a distintos resultados, intentar llegar a las conclusiones de uno sólo mediante el discurso del otro puede conducir a grandes errores.5 Por todo ello considero correcto, y acorde a los principios constitucionales, que el juez renuncie a toda pena para incapaces psíquicos y, en los casos de absolución por enajenación mental, observe la necesidad de internación u otra medida de tratamiento, y dé intervención al juez civil competente para que se pongan en funcionamiento las normas del derecho psiquiátrico (arts. 482 y ccds. C.C.). El mismo criterio es válido para la hipótesis del tercer párrafo del inc. 1º del art. 34, que está también cubierta por la disposición del art. 144 del Código Civil. De lo contrario, estaríamos hablando de penas que no sólo son penas sin culpabilidad, sino que pueden ser también para quienes han actuado atípicamente (por falta de dolo) e incluso para quienes no han realizado ninguna conducta (por incapacidad psíquica de acción). Así, el segundo párrafo del inc. 1º del art. 34, prevé una pena de reclusión, incluso para quien no ha hecho más que causar un resultado típico, es decir llega a prever un castigo para un mero hecho humano, que no reviste el carácter de acto. Aplicar una pena para quien no ha realizado conducta, o para quien ha realizado una conducta atípica o un injusto inculpable, sólo por el azar, es desde todo punto de vista inconstitucional. 6 Por violar la garantía de igualdad ante la 3 Cfr. ZAFFARONI, E. R, ALAGIA A., SLOKAR A., op. cit. supra: 697/698. Cfr. ORDÓÑEZ, José, Aspectos psicológicos de la responsabilidad penal, (C.E.N.I.P.E.C.) y GABALDÓN, L. G. (1976), La pericia sobre la personalidad del imputado, (C.E.N.I.P.E.C.), Universidad de los Andes, Venezuela. 5 Cfr. GÓNZALEZ PÉREZ, Ernesto, Tareas forenses de la psiquiatría y otros vínculos con el derecho penal y la criminología, Revista Colombiana de Psiquiatría, ISSN 34-7450. 6 Cfr. ZAFFARONI, E. R, ALAGIA A., SLOKAR A, op. cit. supra: 699/700. 4 ley (art. 16 C.N.) y las garantías constitucionales del debido proceso, juicio previo, presunción de inocencia, libertad durante el proceso, onus probandi, entre otras (art. 18 C.N.). Oportuno es señalar aquí, lo que ocurre en el derecho comparado. En España, nadie puede ser privado de la libertad ni obligado a un determinado tratamiento médico, salvo por disposición legal y en ese caso respetando garantías establecidas en los tratados y acuerdos ratificados por el Estado español, por ejemplo el Convenio para la Protección de los Derechos Humanos y de las Libertades Fundamentales, entre otros. Los criterios esenciales contenidos en la jurisprudencia europea sobre derechos humanos, a los que España tuvo que adecuarse, contempla: a. El internamiento como medida excepcional; b. Se considera el trastorno mental en continua evolución por los progresos de la psiquiatría y los cambios de actitud de la población; c. No puede prolongarse el internamiento si no persiste la perturbación mental que la ocasionó; d. Necesidad de control judicial en los internamientos involuntarios; e. Que el paciente tenga la posibilidad de ser oído personalmente o en su caso mediante alguna forma de representación; que sea informado de las condiciones del internamiento, y que la decisión judicial se adopte en breve plazo. Se trata, por un lado de considerar la responsabilidad del sujeto en el acto y por otro de delimitar los espacios carcelarios (para los penados) y sanitarios (para los enfermos), sin la ambigüedad ni la confusión provocada durante décadas de leyes de vagos, maleantes y de peligrosidad o de ingresos manicomiales, para prevenir o controlar conductas potencialmente delictivas o socialmente mal toleradas. La consideración de la responsabilidad no se hace sobre un estatuto de enfermo, y por tanto para siempre, sino sobre la situación acotada en el tiempo; no se es inimputable por ser loco sino por estar en el momento de los hechos enajenado. Nótese como a partir de la constitución de 1978, se trató de quitar todo vestigio de la penalidad del siglo XIX, que según Foucault, pasa a ser un control al nivel de lo que pueden hacer los individuos, de aquello de lo que son capaces de hacer, están dispuestos a hacer o están a punto de hacer. Según esta corriente, el control de los individuos, esa suerte de control penal punitivo a nivel de sus virtualidades no puede ser efectuado por la justicia sino por una serie de poderes laterales, al margen de la justicia, tales como la policía y toda una red de instituciones de vigilancia y corrección: la policía para la vigilancia, las instituciones psicológicas, psiquiátricas, criminológicas, alrededor de la institución judicial y para permitirle asumir una función de control de los individuos a nivel de su peligrosidad, una gigantesca maquinaria de instituciones que encuadrarán a éstos a lo largo de su existencia; instituciones pedagógicas como la escuela, psicológicas o psiquiátricas como el hospital, el asilo, etc. Esta red de un poder que no es judicial debe desempeñar una de las funciones que se atribuye la justicia a sí misma en esta etapa: función que no es ya de castigar infracciones de los individuos sino de corregir sus virtualidades.7 Como así también, se trató de eliminar todo vestigio de ese principio de exclusión presente en nuestra sociedad desde la Edad Media. Se trata de una separación y un rechazo; la oposición razón y locura. Es decir, consecuentemente con este principio, se lo trató al loco como aquél cuyo discurso no puede circular como el de los otros. Su palabra es considerada como nula, sin valor, no conteniendo la verdad ni importancia, no pudiendo testimoniar ante la justicia entre otras limitaciones.8 El Máximo Tribunal español ha sostenido “…para la apreciación de circunstancias eximentes o modificativas de la responsabilidad criminal basada en el estado mental del acusado no basta una clasificación clínica…” (STS 51/93, de 20-I).9 De acuerdo a los fines propuestos por este trabajo, resulta de gran importancia citar textual el art. 101, apartado 1º del Código penal español donde se prevé la posibilidad de aplicar medidas de seguridad a las personas que sean declaradas exentas de responsabilidad criminal por padecer anomalía o alteración psíquica. De acuerdo con dicho precepto: “Al sujeto que sea declarado exento de responsabilidad criminal conforme al número 1º del art. 20, se le podrá aplicar, si fuere necesaria, la medida de internamiento para tratamiento médico o educación especial en un establecimiento adecuado al tipo de anomalía o alteración psíquica que se aprecie, o cualquier otra de las medidas previstas en el apartado 3 del artículo 96. El internamiento no podrá exceder del tiempo que habría durado la pena privativa de la libertad, si hubiera sido declarado responsable el sujeto, y a tal efecto el Juez o Tribunal fijará ese límite máximo” (el subrayado me pertenece).10 7 FOUCAULT M., La verdad y las formas jurídicas, Ed. Gedisa, Barcelona, 1991: 11/12. FOUCAULT M., El orden del discurso, Ed. Tusquets, Bs. As.,1992: 6. 9 Cfr. MUÑOZ DESVIAT, M., El internamiento psiquiátrico en España, Inst. Psiquiátrico Servicios de Salud Mental José Germain Leganés (Madrid). 10 Cfr. CEREZO MIR, J., Medidas de seguridad aplicables a las personas exentas de responsabilidad penal por padecer una anomalía o alteración psíquica: 927. 8 Control de constitucionalidad Desarrollaré a continuación el sistema de control de constitucionalidad adoptado por nuestro ordenamiento jurídico, a fin de comprobar la hipótesis de trabajo planteada más arriba con la letra b). A manera de introducción con respecto al tema que nos ocupa, podemos decir que los distintos regímenes jurídicos, han construido mecanismos orientados al control constitucional, ya sea a través del sistema político, del sistema jurisdiccional concentrado, del sistema jurisdiccional difuso y por último el mixto. Éstos se distinguen sobre todo en la conformación del órgano encargado de dicho control. Previo a adentrarnos en el sistema adoptado por nuestro ordenamiento jurídico, señalaré brevemente, dadas las características del presente trabajo, los caracteres sobresalientes del sistema de control de constitucionalidad concentrado: es aquél que se halla justamente como su nombre lo indica, concentrado en un solo órgano jurisdiccional expresa y específicamente diseñado en la constitución. Éste se encarga de efectuar un examen objetivo de subsunción por medio de la simple confrontación de las disposiciones constitucionales y la norma dubitada. El Estado le otorga entonces a un organismo jurisdiccional especializado, llámese Tribunal Constitucional, Corte Federal Constitucional o Tribunal de Garantías Constitucionales, competencia para conocer de la constitucionalidad de las leyes y demás normas, referidas a la protección jurisdiccional de los derechos fundamentales. De ese modo se controla la constitucionalidad de las leyes dejando sin efecto a aquellas que violen la constitución, teniendo el alcance de sus decisiones efecto erga omnes. Nuestro ordenamiento jurídico adoptó el sistema difuso o “judicial revieu” que se basa en dos aspectos fundamentales, uno funcional y otro espacial. El primero es que sistemáticamente se ubica como atributo constitucional innominado de toda constitución escrita. Así, en los países que han adoptado este sistema, ello aparece expresamente y dentro del capítulo del Poder Judicial, en otras palabras, como atributo distribuido o difundido entre todos los órganos de aquél Poder Jurisdiccional. Cabe aclarar que recibe esa denominación dado que no hay un órgano determinado ni un procedimiento específico, pues se halla difuminado, difundido entre todos los jueces del Poder Judicial, como atributo propio de este poder del Estado. En segundo lugar, el sistema solo opera en el escenario de un proceso judicial. Esto es, la facultad judicial prioriza la interpretación de un juez frente una ley del Congreso, resultando la descalificación de ésta en caso de contradecir la carta magna. Vale recordar que los efectos serán para el caso concreto traído a estudio. Es decir que sólo será constitucionalmente válida y jurídicamente posible, en los márgenes de un caso concreto donde la ley sea debitada por ser precisamente aquella con la que el juzgador ordinario debe decidir la controversia judicial. Por ello, todos los jueces tienen la potestad y obligación de aplicar la constitución con preferencia a las leyes y esta con preferencia a los decretos o resoluciones, etc. Y como contrapartida, están habilitados para no aplicar aquellas leyes que juzguen repugnantes de la constitución. El sistema de control difuso nace, en la Corte Suprema Federal de los Estados Unidos en 1803, con la sentencia recaída en el caso Marbury vs. Madison, en una acción de Writ o Mandemos, bajo la presidencia del Chief Justice John C. Marshall, por el cual se sentó el precedente vinculante que sostiene: “una ley contraria a la constitución, debía ser considerada proveniente de legislatura repugnante y por lo tanto, como teoría fundamental, nula e ineficaz, ya que esto se deduce de la naturaleza de la constitución escrita y que por ello mismo, la Suprema Corte Federal la habrá de considerar como uno de los principios de la sociedad democrática de derecho”. Este es el sistema de control vigente en nuestro ordenamiento jurídico. El control de constitucionalidad difuso en relación con el derecho penal y procesal penal argentino Observemos a continuación algunas de las consecuencias resultantes del ejercicio, por parte de los jueces de todas las instancias, de la facultad de declarar la inconstitucionalidad una norma legal; Así como también, de la falta de control que establezca efectos erga omnes, específicamente en el ámbito de la justicia penal. Esta función que ejerce prioritariamente la Corte Suprema de Justicia de la Nación, y que pertenece a todos los tribunales –federales y provinciales- es la que le ha permitido tener un papel determinante al Poder Judicial, en todo lo relativo a la resolución de los casos de crisis constitucionales. Pero en honor a la verdad cabe resaltar que la jurisprudencia de los tribunales -y sobre todo después de la incorporación de los tratados internacionales como ley suprema, conforme el art. 75 inc. 22 de la C.N.ha reafirmado en muchas oportunidades las garantías y derechos individuales en los casos concretos, pero a la vez, ha generado cierta inseguridad jurídica respecto de otros justiciables en similares condiciones. En el caso que nos ocupa en el presente ensayo por ejemplo, podríamos llegar al absurdo tal, que dadas dos causas penales similares en caso A el imputado sea absuelto y encerrado en un manicomio por tiempo indeterminado, mientras que en el caso B se declare la inconstitucionalidad del art. 34 inc. 1, párrafo segundo y tercero; de tal manera que la suerte del imputado queda librada al magistrado que toque en suerte. No cuestiono por lo dicho anteriormente que frente a la evidencia de una norma contraria a la C.N. se declare inconstitucional, sino que los casos en donde están en juego derechos inherentes a la persona tales como la libertad, ameritan por lo menos plantearse si es suficientemente efectivo el control difuso, o si muchas de las normas que rigen el proceso penal deberían tener otro tipo de revisión. Estos problemas, se solucionarían con una decisión judicial con efecto general en torno a su vigencia y aplicación, que restrinja la libre interpretación de los jueces sobre estos aspectos, en pos de la seguridad jurídica y la igualdad ante la ley, sobre todo teniendo en cuenta la estrecha relación con la libertad personal siempre en juego ante la posible sanción penal. Propuestas de cambio del sistema de control de constitucionalidad No resulta ocioso señalar aquí, que la declaración de inconstitucionalidad debe tener un uso restringido y excepcional, para no caer en el cuestionado “gobierno de los jueces”. Se reaviva en torno al tema, la cuestión de la división de poderes, ya que los legisladores como representantes de la voluntad popular sancionan leyes de este tipo y posteriormente son controladas por otro de los poderes del Estado, como lo es el judicial. Sin embargo, parece ser éste el poder que mejor desarrolla el rol de contralor de la constitución nacional, debido a la independencia de los magistrados, su condición de juristas para la función de intérpretes de las normas y su pertenencia a un órgano diferente al que las dicta. Pero ello no impide reflexionar sobre la posibilidad de que el control argentino no se agote en un modelo difuso, sino que se establezca uno mixto, que permita arribar a decisiones que trasciendan el caso concreto, poniendo fin a la discusión respecto de la constitucionalidad o no de una norma penal. Debo mencionar que muchas de las cuestiones se resuelven por la toma de posición de la Corte, así como también, a través de los fallos plenarios, pero su obligatoriedad se ha discutido fuertemente en el ámbito penal, precisamente alegando la independencia de cada juez para decidir en el caso concreto, a partir del sistema de control difuso. Un claro ejemplo de ello fue la aplicación del instituto de la suspensión del juicio a prueba, que presentaba un problema interpretativo y que por ello motivó que la Cámara de Casación Penal dictara el plenario “Kosuta” para unificar posiciones, pero la mayoría de los tribunales orales, para salirse de ese criterio, declararon la inconstitucionalidad del art. 10 de la Ley 24.050, que establece la obligatoriedad de las sentencias plenarias de la Cámara Nacional de Casación Penal. Al respecto, resulta sumamente ilustrativa la reflexión del Dr. Eugenio Zaffaroni, actualmente ministro de la C.S.J.N., quien en una conferencia dictada en la ciudad de La Plata sostuvo que “nuestro control de constitucionalidad ni siquiera permite que el criterio de los órganos supremos sea obligatorio como hace la Corte de E.E.U.U., ésta tiene el difícil….. pero la jurisprudencia de la corte es obligatoria para abajo. Por eso cuando hoy nos dicen bueno porqué ustedes se ocupan de 15 mil causas al año y no seleccionan 200 como hacen los norteamericanos y los norteamericanos seleccionan 200 para bajarle línea a todos los tribunales del país. Entonces la función de ellos es bajar línea, si nosotros seleccionamos 200 dejamos sin resolver 14.800 y seleccionamos 200 porque se nos da la gana porque línea no le bajamos a nadie porque cada juez sigue decidiendo lo que quiere. Hasta que el señor tiene que llegar de nuevo y recurrir hasta la Corte, si tiene la suerte de que no se ha muerto ninguno de nosotros en el trayecto va a ser en el mismo criterio, si se murió uno de nosotros va a tener el criterio del nuevo que entra que cambia la mayoría. Auque esto evidentemente no da un grado de seguridad jurídica fuerte. Por supuesto, tenemos la posibilidad de hacerle perder vigencia a la ley como en el sistema de control centralizado europeo, no cae la vigencia de la ley por la inconstitucionalidad, el ejecutivo la puede seguir aplicando.”11 Todo lo dicho hasta aquí, demuestra que con otro mecanismo de control de constitucionalidad, podría evitarse el sometimiento al sistema penal y las consecuencias relativas a la libertad personal, si se unifican ciertos parámetros, sobre todo teniendo en consideración que los argumentos ensayados para la declaración de inconstitucionalidad, podrían aplicarse a muchos supuestos. Por ello, habría que adoptar un sistema de control concentrado y preventivo para determinadas cuestiones, tales como las de índole penal, con la posibilidad de tomar 11 Cfr. ZAFFARONI, R. E., Justicia y Derechos Humanos, Conferencia dictada en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de La Plata. decisiones con efectos erga omnes e interpartes, como ocurre en otros países (Italia, España, etc.). La conformación de un Tribunal Constitucional, que analice de forma previa a la vigencia la leyes, de por sí actuaría como filtro de normativas manifiestamente discordantes con la norma suprema. Sin perjuicio de este control “preventivo”, también es necesario que ya en un caso concreto se pueda constatar la conformidad con la C.N., considerando la conveniencia que éste se efectúe a través de todos los magistrados o mediante un procedimiento que provoque otra intervención del Tribunal Constitucional. La última respuesta parece ser la acertada, ya que con ello se impediría una suerte de doble control de constitucionalidad para el resguardo de las normas ubicadas en el vértice de la pirámide jurídica. Soy de la opinión, que ello mejoraría ampliamente el sistema de constitucionalidad, elevaría el grado de seguridad jurídica y al mismo tiempo sería posible distinguir nítidamente esta función de control de constitucionalidad de la función de un Tribunal Supremo de Casación que se ocuparía de hacer doctrina, de unificar jurisprudencia y de unificar la interpretación de la ley. 12 Conclusión Con respecto a la hipótesis A, concluyo que existen múltiples medios para tratar a los enfermos mentales de modo que puedan llevar una vida social aceptable fuera del ámbito manicomial, es decir, con tratamientos ambulatorios. Máxime, si consideramos que existe una legislación psiquiátrica que señala los pasos para disponer la internación voluntaria o compulsiva de un paciente psiquiátrico y establece la judicialidad de estas medidas (arts. 482 y ccds. C.C. y ley 22.914). Además, la internación psiquiátrica es un extremo dentro del curso del tratamiento actual, reservado para períodos agudos. Lamentablemente no es el criterio anterior el que se sigue en los tribunales, que informan estas penas para incapaces en pocos casos y son seleccionados en forma bastante arbitraria. Por lo general, estas penas cesan por reclamo de las propias instituciones psiquiátricas o se eternizan en razón del deterioro del enfermo, en clara violación a principios de raigambre constitucional como expusimos más arriba. Sería más correcto que, de admitirse estas penas, la jurisprudencia les previese un límite 12 Cfr. SAN MARCO, L., El control de constitucionalidad en el Derecho Penal y Procesal Penal Argentino, elDial, DCE0D. máximo, como ocurre en España, que nunca excediese el mínimo de la pena del delito de que se trate y, en caso que permaneciese la enfermedad, superado este tiempo máximo se derive al enfermo a la vía de la legislación psiquiátrica vigente. Y con respecto a la hipótesis de trabajo B, destaco la importancia de adoptar un sistema que permita revisar previamente si las leyes se ajustan a los parámetros de la ley suprema, porque ello refuerza por un lado el principio de soberanía contenido en la Constitución Nacional y colabora en mantener la seguridad jurídica, al unificar el criterio de los tribunales, lo que resulta de vital importancia sobre todo en el ámbito del derecho penal. Así, si bien el control difuso de nuestro sistema federal es una vía idónea para corroborar el cumplimiento del mandato constitucional, no puede obviarse que éste otorga a los magistrados una amplitud tal que muchas veces, por este medio se terminan dirimiendo cuestiones de política criminal que trascienden incluso el caso en concreto.